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Historia mexicana

versión On-line ISSN 2448-6531versión impresa ISSN 0185-0172

Hist. mex. vol.68 no.2 Ciudad de México oct./dic. 2018

https://doi.org/10.24201/hm.v68i2.3603 

Reseñas

Martí Soler, La casa del éxodo: los exiliados y su obra en La Casa de España y El Colegio de México

José María Espinasa1 

1 Museo de la Ciudad de México, México

Soler, Martí. La casa del éxodo: los exiliados y su obra en La Casa de España y El Colegio de México. México: El Colegio de México, 2015. 368p. ISBN: 978-607-628-059-1.


Hoy, que los museos le dan un valor visual a los archivos, y los vuelven instalación, vale la pena prestar atención a lo que ocurre con el trabajo tradicional del investigador e historiador, que también está cambiando. Sumergirse en un archivo, pequeño o grande, es asomarse a un abismo. Robert Darnton escribió ese libro extraordinario, El negocio de la Ilustración. Historia editorial de la Encyclopédie, 1775-1800, por ejemplo, sobre la economía de la enciclopedia, y a partir de documentos que podemos llamar mercantiles, retrata la Ilustración y el Siglo de las Luces. Pero si para los historiadores los archivos son, evidentemente, una atmósfera ideal, ¿cómo son para otro tipo de investigadores? No es lo mismo, para seguir con el ejemplo de Darnton, que un historiador, con una disciplina y un método ya aprendidos, se sumerja en un conjunto de documentos con una intención previa bastante clara, o que un hijo abra el cajón con las cartas de su padre para ver qué hay allí. Aun sabiendo que Martí Soler es un hombre con capacidades de sobra para mirar un archivo como historiador, pienso que cuando se le reveló este libro revisando el Archivo Histórico de La Casa de España y El Colegio de México estaba más cerca de la segunda situación que de la primera. Así me lo imaginé cuando leí la primera edición de La casa del éxodo y así me lo imagino al leer está segunda edición, revisada y (muy) ampliada. Él mismo lo insinúa en su prólogo cuando dice que el libro representó “la experiencia de revivir historias del pasado, de mi pasado, y de escuchar las voces de aquellos a quienes conocí”.

Los conoció porque, siendo niño, formó parte de ese exilio español que llegó a México a partir de 1939, y porque su trayectoria como poeta y editor lo hizo vivir su vida adulta y profesional dentro de esa matriz espiritual que dura todavía en el impulso de ese exilio. Martí Soler fue editor durante muchos años en el Fondo de Cultura Económica, en Siglo Veintiuno Editores (cuando esta editorial nació como respuesta a un intento de censura de la primera), en el propio Colegio de México, donde fue director de publicaciones. Ha sido lo que se llama un editor de toda la vida. Sabe, pues, de la importancia de ese exilio para la cultura mexicana y para toda la de lengua española. Pero para este libro, más importante que ese saber es el sentir su presencia, y ese sentir, más que su oficio como editor, se lo ha enseñado, digo yo, su vocación de poeta. Así que cuando trabajó en El Colegio de México y pudo sumergirse en el archivo se fue encontrando con una “historia de familia” que a su vez era la historia de un momento clave de nuestra civilización. Y esa mirada no fue la de un historiador, no porque no la mirara con rigor, sino porque la miraba como una novela, sin duda una búsqueda del tiempo perdido a la manera de Proust.

El proyecto cultural y educativo de La Casa de España, y su posterior (rápida) evolución a El Colegio de México, ha sido ampliamente estudiada, y la bibliografía en su órbita es enorme: los abundantes epistolarios de Alfonso Reyes, los testimonios de Cosío Villegas, biografías y autobiografías de personas involucradas, y un extenso acervo documental. Se suelen centrar esos estudios en personas, pero pocas veces se plantea como una historia colectiva -ejemplar en ese sentido es el libro de Clara Lida y José Antonio Matezans-, un mosaico de voces. Y La casa del éxodo se ocupa de una parte de ese proyecto que tiene su claro aspecto administrativo -para qué se crea, cómo se invita a la gente, a quién se invita-, asunto que no fue nada fácil y de lo que dependió buena parte del proyecto.

El título, con resonancias bíblicas, nos pone en la senda del libro. Hay que recordar que La Casa de España se crea para recibir a los profesores, artistas, científicos e intelectuales que no podían continuar su trabajo en España, de cara al regreso a corto o mediano plazo. Cuando ese regreso se mostraba, si no imposible, sí muy lejano, hubo que cambiar el rumbo. Y Reyes y Cosío, con inteligencia, se dieron cuenta de eso muy rápido.

En estas cartas de carácter institucional y laboral se siente, bajo la letra, el estremecimiento del drama civil español. Unas -porque son varias- generaciones excepcionales se vieron enfrentadas a un golpe terrible; la puesta al día social y cultural de España se vio cortada de cuajo. Y la sensibilidad de un gobierno -el de Lázaro Cárdenas-, de algunas de sus figuras más importantes -no sólo Reyes y Cosío- y de un pueblo, que si no en su totalidad sí con mucho apoyo, se integraron a nuestra vida cotidiana y enriquecieron la densidad intelectual de nuestro país.

Véase, por ejemplo, el caso de Adolfo Salazar, el gran musicólogo, o de José Moreno Villa. Este último, llegado en fechas tempranas al país por su amistad con Genaro Estrada, y uno de los primeros miembros de La Casa, se avocó a estudiar el arte mexicano, mientras que el segundo mantiene hasta el último momento su fidelidad al gobierno de la República, con sus tareas en el servicio diplomático. Las cartas de este último son emocionantes, con su voluntad profesional y su interés por ser útil al país de acogida. En el libro se suelen incluir, tanto los programas propuestos por los invitados para desarrollar en México, como en algunos casos relaciones de los cursos, conferencias y seminarios que efectivamente se llevaron a cabo. Deslumbrante trabajo documental que permite comprender e interpretar mucho de lo que vino después.

En general, los invitados a La Casa se tomaron en serio retribuir la propuesta salvadora en una situación tan alarmante. No era una institución con planes de estudios formales, pero sí fue considerable el trabajo que se hizo. Es también llamativo el intento por no centralizar todo en la Ciudad de México. Las conferencias en provincia fueron importantes y es una lástima que no tuvieran arraigo en las prácticas futuras. Tal vez el caso más paradigmático es el de María Zambrano, ya estudiado en otros libros y apenas mencionado en este texto. La filósofa española estuvo poco tiempo en nuestro país, pero fueron esenciales tanto sus conferencias como sus publicaciones. En el otro extremo, por su larga permanencia aquí, hasta su muerte, y siempre muy activo, José Gaos es también esencial.

Me gustaría también mencionar la información y documentación que hay en este libro sobre la participación en la institución de Josep Carner y Émilie Noulet, su esposa. El primero es una de las grandes figuras de la literatura catalana de la primera parte del siglo -se puede considerar la figura paralela en esa lengua de Juan Ramón Jiménez- y es ya un escritor reconocido cuando viene a México. Ella es una profesora y escritora belga, que ayudará a conocer en profundidad las ideas de Mallarmé y de Valéry en México, poetas que fueron muy influyentes tanto en la generación de Contemporáneos como en la del 27, y que desde entonces son figuras tutelares de la lírica. A su vez, Carner publicó aquí su obra maestra, el poema Nabí, editado primero en catalán en Argentina y luego en México (por la editorial Séneca y en traducción de él mismo), extenso poema que dialoga con las obras centrales de los Contemporáneos.

He mencionado tres ejemplos -Zambrano, Noulet, Carner- de huéspedes de La Casa que marcaron hondamente a la cultura de nuestro país a pesar de su corta estancia entre nosotros. Podría mencionar igualmente a Joaquín Xirau, también personaje de este libro, filósofo que lamentablemente moriría en un accidente de tráfico en 1945, al salir de una de sus clases en Mascarones (Facultad de Filosofía y Letras). El poder ahondar -es un punto de partida- sobre ese tipo de figuras es una de las virtudes de este libro. Son figuras de la literatura y el arte, pero se puede hacer lo mismo con otras de campos distintos, el científico y el jurídico, por ejemplo, disciplinas que después arraigarían más en otras instituciones -el Politécnico, la unam-, en la medida en que El Colegio de México se especializaría en ciencias humanas.

La casa del éxodo nos permite apreciar las dificultades que se tenían: no cabían todos los que se quería, no todos los que se invitó pudieron o quisieron venir a México. Muchos, cuando lograron establecerse profesionalmente en el país, dejaron de necesitar la ayuda de El Colegio, aunque no siempre se desligaron de él. El inicio fue muy modesto: prácticamente sin sede -se tenían las oficinas en un cuarto contiguo a la del Fondo de Cultura Económica, empresa complementaria y paralela- pero con una gestión muy eficiente. El ojo certero de Reyes, que conocía bien la cultura española por su larga estancia allá, y el esfuerzo de sus distintos colaboradores permitieron el desarrollo posterior que llevó a la institución que es hoy.

El retrato -novela la llamé antes- que Martí Soler consigue trazar de aquellos años es a la vez reflejo de su situación de emergencia del momento, de la enorme tarea inmediata, de la seriedad e inteligencia con la que se cumplió y, como nuestra mirada es retrospectiva y sabemos lo que ocurrió, tanto a nivel de la geopolítica en el mundo como a nivel institucional y pedagógico, vemos en estos documentos las semillas de un proyecto muy ambicioso a largo plazo. Pero nuestra conciencia retrospectiva no es la de sus hacedores y participantes hace ochenta años, ¿en qué momento se puede decir que fueron ya conscientes? Como lo muestra el fce tanto Cosío como Reyes trabajaban con objetivos a largo plazo, pero a diferencia de su institución hermana el crecimiento de El Colegio fue más a trompicones.

La manera como el autor de esta investigación mira el archivo es distinta de la del investigador académico; su mirada además de documentar también, así sea sin buscarlo del todo, traza la atmósfera que podemos imaginar en esos años de zozobra. Ya se mencionó el eco bíblico que resuena en el título.

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