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Historia mexicana

On-line version ISSN 2448-6531Print version ISSN 0185-0172

Hist. mex. vol.68 n.2 Ciudad de México Oct./Dec. 2018

https://doi.org/10.24201/hm.v68i2.3599 

Reseñas

Jean Meyer, Estrella y cruz. La conciliación judeo-cristiana (1926-1965)

José Luis González Martínez1 

1 Escuela Nacional de Antropología e Historia, México

Meyer, Jean. Estrella y cruz. La conciliación judeo-cristiana (1926-1965). México: Taurus, 2016. 153p. ISBN: 978-607-314-891-7.


En su reciente obra Estrella y cruz. La conciliación judeo-cristiana 1826-1965, Jean Meyer intenta saldar una deuda, nunca del todo satisfecha, con la memoria y la justicia, aunque, de alguna manera, los deudores, en cuanto humanidad comprometida, somos todos.

Francia fue particularmente afectada por el antisemitismo alemán de la segunda guerra mundial. Todo un desafío y un riesgo ante el poder y la determinación antisemita de la Alemania nazi. En el camino, tal como lo señala Meyer en su obra, dos hechos contrastantes influyeron en el proceso. Ciertamente la determinación colaboracionista pro nazi y antisemita del conocido Gobierno de Vichy de Francia, sometido a los intereses germanos, fue un útil instrumento al servicio de la determinación de exterminio de los alemanes contra los judíos refugiados en Francia. El gobierno así denominado es el establecido, bajo presión alemana, por el mariscal F. Petain en una parte del territorio francés y en la totalidad de sus colonias, como consecuencia del armisticio firmado con la Alemania nazi en la segunda guerra mundial, vigente hasta 1944, bajo el nombre de Estado Francés, en lugar de la original denominación de Tercera República. Pero eso no fue todo en la Francia sometida. Según documentos fehacientes relativos al momento, la salvación de entre 75 y 80% de los judíos que en el momento crítico vivían en Francia, y que se aproximaban a los 330 000 en 1939, dos tercios eran franceses; los demás, refugiados del exterior. Los fehacientes archivos franceses mencionan a 24 500 franceses exterminados, que en el momento representaban 12% de la comunidad judía francesa, y a 55 000 de otros orígenes europeos que se habían refugiado en Francia. Cifras del exterminio local del que Francia fue el escenario y en parte cómplice, a pesar de la resistencia heroica y multiforme que supo ejercer. No fue Francia la única víctima fuera de la Alemania nazi. En Holanda el exterminio alcanzó hasta 73% de la población judía, llegando a 50% en Bélgica. Sin lugar a dudas, la demencia nazi tenía prisa por concluir su propósito, y más cuando empezaron a sentirse síntomas de un giro radical del proceso bélico.

Los hechos no dejaron indiferente a nadie. La sangre, el terror y el furor remecieron a la Francia tímida y acomodaticia del Gobierno de Vichy que predominó en el periodo.

Como bien lo señala el autor, particularmente significativa en la coyuntura del nacismo francés fue la figura del jesuita Henri de Lubac, también protagonista de la primera guerra mundial. Filósofo e historiador de tiempos del nazismo, destacó en la resistencia al exterminio judío. Posteriormente, fue figura significativa en la resistencia al antisemitismo en su obra Resistencia cristiana al antisemitismo, recuerdos 1940-1944 (París, Fayard, 1988). Fue tan significativo, que las fuerzas conservadoras católicas lo sometieron al silencio hasta que el papa Juan XXIII lo rehabilitó para participar en el Concilio Vaticano II; sin embargo, su aporte sólo pudo durar hasta la subida al pontificado del conservador Juan Pablo II, quien, sin negarle otros méritos, fue protector y beneficiario del Opus Dei y de otras tendencias y comportamientos que muy poco fortalecieron al catolicismo sano.

Como bien lo resalta Meyer en su texto, los tiempos y los desafíos eran confusos, violentos e impostergables dentro de la avalancha demencial del nacismo. El catolicismo no se salvó de la arremetida. Como lo expresó Jacques Maritain, citado por el mismo Meyer, los obispos, que por principio no son ni políticos profesionales ni arribistas, se dejaron llevar fácilmente al remolque del poder civil, de la sumisión de los actos episcopales a la censura del Estado. Ciertamente, como señala Meyer, “muchos obispos no estuvieron a la altura de las circunstancias, ‘cuando la justicia estaba violada, las conciencias torturadas y el cristianismo vejado’”, como consecuencia de la salvaje arremetida nazi.

Definitivamente, como lo resalta Meyer citando a Bernanos, el nazismo brutal no sólo masacró a los judíos, también destrozó a una significativa parte de la Iglesia católica por su cobardía e incapacidad de enfrentarse al salvajismo criminal nazi. La segunda guerra mundial fue mucho más que lo que ocurrió en los campos de batalla y en el exterminio nazi de los judíos: dejó, en cierto sentido, otros muertos y heridos que siguieron caminando: “Por eso -como lo subraya Meyer-, el principio monstruoso, aceptado dócilmente por casi todos, de la sumisión de los actos episcopales a la censura del Estado”.

Hay sobrados motivos para tomar la obra de Meyer como un noble intento de lo imposible y a la vez indispensable: mantener viva la memoria de aquel crimen de lesa humanidad que, por sus motivos y características, ensangrentó a la humanidad entera. Sin embargo, no obstante la indiscutible realidad y resonancia de aquel pasado sangriento, el presente que nos rodea con sus amenazas e incertidumbres acompañadas de ciertos proyectos alevosos y desafiantes de gobiernos, que se suman a ajustes de cuentas todavía vivos y pendientes, en otro tenor y contexto, nos mantienen en el campo del riesgo.

La meritoria obra de Meyer, en síntesis, tiene, sin duda, el valor histórico y ético de recoger y seguir rescatando del pasado, en forma ejemplarmente cuestionadora y condenatoria, la espeluznante tragedia e injusticia del holocausto judío provocado por los nazis, que por ningún motivo debe olvidarse como hito vergonzoso de la humanidad entera.

Sin lugar a dudas, uno de los méritos de la obra de Meyer, además de hacer justicia a los inolvidables e indispensables recuerdos del pasado relativamente reciente, es traernos a la memoria que los desafíos siguen vivos en nuestros tiempos, con otros ropajes y parecidas amenazas. Por tanto, deberían seguir también vivas las mismas alertas, y responsabilidades, si es que no mayores, que las que dicho pasado nos inspira: la amenaza de un nuevo desafío histórico que podría provenir, entre otros factores, de la actual coyuntura estadounidense que desasosiega nuestro presente y amenaza a su propio pueblo. La historia es un continuo y el aprendizaje que estamos obligados a obtener de ella no admite descanso sin riesgo. De alguna manera, los muertos siguen vivos. Olvidar las aleccionadoras enseñanzas del pasado, que ejemplarmente nos trae a la memoria la obra de Meyer, por ingrato que parezca, siempre contiene algo de saludable. Recordarlas es vital.

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