SciELO - Scientific Electronic Library Online

 
vol.68 issue2John Tutino, Creando un nuevo mundo. Los orígenes del capitalismo en el Bajío y la Norteamérica españolaJean Meyer, Estrella y cruz. La conciliación judeo-cristiana (1926-1965) author indexsubject indexsearch form
Home Pagealphabetic serial listing  

Services on Demand

Journal

Article

Indicators

Related links

  • Have no similar articlesSimilars in SciELO

Share


Historia mexicana

On-line version ISSN 2448-6531Print version ISSN 0185-0172

Hist. mex. vol.68 n.2 Ciudad de México Oct./Dec. 2018

https://doi.org/10.24201/hm.v68i2.3598 

Reseñas

Ryan M. Alexander, Sons of the Mexican Revolution. Miguel Alemán and his Generation

Rogelio Hernández Rodríguez1 

1 El Colegio de México, México

Alexander, Ryan M.. Sons of the Mexican Revolution. Miguel Alemán and his Generation. Albuquerque: University of New Mexico Press, 2016. 278p. ISBN: 978-082-635-738-0.


En la historia política mexicana uno de los contrastes más importantes, al que muchos observadores recurren para explicar el fracaso de los ideales de la Revolución, es el que existe entre las administraciones de Lázaro Cárdenas y Miguel Alemán. A la primera se le atribuye haber encarnado el que se supone era el verdadero propósito revolucionario, y a la segunda, su corrección y final abandono. A Cárdenas le corresponde el compromiso social y a Miguel Alemán la industrialización sin control que sacrificaría los beneficios sociales para conseguir el crecimiento. Pero el tratamiento académico que han recibido ambos personajes y sus gobiernos no es el mismo. Sobre Cárdenas hay numerosos estudios, pero sobre Alemán hay muy pocas referencias, la mayoría en obras con distinto propósito y apenas uno o dos libros.

Ryan M. Alexander decidió enfrentar el reto de estudiar a Miguel Alemán, y lo que él llama alemanismo, en su libro (presumiblemente su tesis doctoral) Sons of the Mexican Revolution. Miguel Alemán and his Generation. El título despierta el interés de los especialistas porque alude no tanto al personaje sino al conjunto de individuos que lo rodearon y que, de una forma u otra, colaboraron o apoyaron su obra pública, pero también compartieron su visión y propósitos. De hecho, cuando se habla de una generación se está aludiendo a los principios y valores compartidos gracias a la socialización. Como bien se sabe, ese enfoque, distintivo de la sociología clásica, fue muy frecuente años atrás, pero se ha diluido conforme la disciplina se ha fragmentado en las que en el pasado eran sus especialidades. La socialización implica reconstruir las fuentes y los medios que transmiten valores, principios, creencias, comportamientos e incluso ideas políticas y sociales. Por definición, los medios son la familia, la escuela, la profesión, el trabajo. Por eso, hablar de generaciones y socialización entraña un enorme desafío para el investigador.

Alexander, como historiador, se propone estudiar el alemanismo, no necesariamente elaborar una biografía del personaje sino “entender sus motivaciones y contextualizarlas” (p. 5). De entrada, sin embargo, no es claro lo que entenderá como generación ni como motivaciones compartidas. Alexander no define qué asume como generación, pero se sobreentiende que es una corriente de ideas, propósitos y valores. De hecho, define el alemanismo como un plan viable que buscaba modernizar a México desde el gobierno. Consciente de lo difícil del tema por las implicaciones ideológicas y políticas, Alexander advierte que no pretende justificar ni ocultar las prácticas que caracterizaron al alemanismo (básicamente su corrupción y el descuido de los aspectos sociales), sino situarlo dentro del contexto en el que se desarrolló y de las motivaciones que tuvo. Señala que las múltiples críticas, muchas de ellas con evidencias claras, no deberían oscurecer el hecho de que Alemán actuó con “una coherente y sincera visión del desarrollo nacional” (pp. 4-5). Este enfoque es un acierto porque no es común estudiar las acciones de los gobiernos rastreando las intenciones de sus líderes, ni menos aún cómo y dónde se originaron. Pero el enfoque también es un reto metodológico difícil de enfrentar, que en más de una ocasión deja preguntas sin respuesta en el trabajo de Alexander.

El libro está integrado por cinco capítulos, conclusiones y un epílogo, que le sirven al autor para recorrer los estudios, la familia y los amigos de Miguel Alemán; su ingreso en la política; su administración, en la que analiza solamente algunos asuntos internos y su relación con Estados Unidos; la sucesión presidencial y su trayectoria después de 1952. Uno de los capítulos mejor logrados es el primero. En él, Alexander reconstruye las carencias familiares, la importante influencia del padre, el general Alemán, no sólo como guía del futuro presidente sino como protector y principal apoyo para conseguirle empleo y seguridad durante sus estudios. El autor logra demostrar que una de las principales características de su generación, que lo distinguiría de los primeros políticos posrevolucionarios y le daría la visión del futuro del país, fue la oportunidad para estudiar, primero en la Escuela Nacional Preparatoria y luego en la de Jurisprudencia. No sólo contaron con estudios y un título, sino que estuvieron expuestos a nuevas ideas, formas de vida y, sobre todo, a los primeros frutos sociales y económicos de la posrevolución.

La ambigüedad en la que se mueve el estudio entre alemanismo y generación le juega la primera mala pasada al autor porque en su interés por encontrar las nuevas ideas y la formación de generaciones, compara la de Miguel Alemán, nunca definida, con la de los Científicos de Justo Sierra, el Ateneo de la Juventud y los Siete Sabios. Como fuente de ideas y como influencia determinante de la vida universitaria y cultural del país, no hay ninguna duda de que las tres generaciones tuvieron un impacto decisivo en la enseñanza de Alemán y sus amigos, pero ni por asomo pueden compararse: las tres mencionadas tienen un valor intelectual y cultural que está lejos del pragmatismo alemanista. Menos comparable cuando el autor comienza a reducir la generación de Alemán al pequeño grupo que el veracruzano formó con sus amigos, muchos de ellos más tarde socios, y que no tuvo más propósito que asegurarse la ayuda y protección mutua. Sorprendentemente el grupo contó con un pacto explícito y formal en el que se acordó que quien consiguiera poder o dinero ayudaría a los demás. El pacto regulaba la asistencia y la regularidad de las reuniones, así como el castigo a quien faltara a ellas. Que el grupo no tenía nada de intelectual lo demuestra el hecho de que el pacto amenazaba con castigar al que no cumpliera con la ayuda comprometida. Ayuda y protección, ni ideología ni compromiso social.

Desde entonces sería evidente que Alemán y sus amigos tenían intereses muy precisos y materiales. En el segundo capítulo Alexander expone la manera en que se hicieron realidad. Apenas terminada la carrera, Alemán dividió su tiempo entre los litigios y los negocios. Con su amigo Gabriel Ramos Millán formó una empresa dedicada a los bienes raíces, altamente exitosa porque compró terrenos en el Distrito Federal, cercanos al bosque de Chapultepec, y en especial los que después darían cuerpo a Ciudad Satélite (que no por simple casualidad sería urbanizada durante su administración presidencial), pero también en prometedores lugares de descanso como Cuernavaca, Acapulco y Veracruz. En la política, Alemán demostraría que la habilidad podía ser sinónimo de oportunismo. Vinculado al caudillo Cándido Aguilar, buscaría un puesto en la política veracruzana y para ello formaría el Grupo Socialista (sí, socialista) de Veracruz dentro del pnr estatal. Consiguió ser senador y tras la muerte de Manlio Fabio Altamirano, gobernador. Ya en el cargo, Alemán enfrentaría a Aguilar, su mentor político y a quien le debía la relación con Lázaro Cárdenas, para desarrollar una administración caracterizada por la estabilidad y las buenas relaciones con los empresarios veracruzanos.

Más importante porque fue capaz de evadir el radicalismo de Cárdenas y al mismo tiempo cultivar la relación con el michoacano. Con toda precisión, Alexander la califica de beneficio mutuo: Cárdenas necesitaba apoyo político y Alemán se lo proporcionó, contra el callismo, el cedillismo, en respaldo a la nacionalización petrolera y para sostener la candidatura de Manuel Ávila Camacho. A cambio, Cárdenas, como lo hiciera con caciques como Santos o Maximino Ávila Camacho, a quienes permitió abusos sin fin, permitió que Alemán no siguiera su radicalismo ni menos aplicara las políticas cardenistas. La complacencia presidencial abrió la puerta a la corrupción, tan característica de Alemán: sobornos en forma de dinero para la campaña a la gubernatura, para evitar expropiaciones, evadir impuestos, colocar a más de diez familiares en el gobierno estatal. Cárdenas lo toleró a pesar de que la práctica fue tan escandalosa que Adalberto Tejeda, amigo y leal político de Cárdenas, se lo informara y le pidiera controlarlo. Los compromisos sociales del cardenismo podían esperar, a cambio del apoyo político.

Los buenos servicios lo llevarían a la campaña de Ávila Camacho y a la antesala del poder, la Secretaría de Gobernación. Alexander habla de la total confianza del presidente en Alemán, pero lamentablemente desperdició la oportunidad para estudiar su desempeño político como secretario. No habla nada de su relación con los hombres fuertes de la época, que dominaban estados y regiones, de la expulsión de cardenistas del primer gabinete de Ávila Camacho ni de la persecución de partidarios de Javier Rojo Gómez, que llevaría a la cárcel a tres de ellos, destacadamente a Carlos A. Madrazo. Porque descuida la política interna, Alexander atribuye la postulación de Miguel Alemán al desprestigio de Ezequiel Padilla, la muerte de Maximino Ávila Camacho y el apoyo de Vicente Lombardo Toledano y la CTM. Demasiado simple. A cambio, sí apunta la estela de corrupción que, de nuevo, dejaría Alemán: los sobornos que se recibirían al aplicar discrecionalmente la ley, creada al calor de la guerra, en contra de empresarios japoneses, alemanes e italianos radicados en México.

La administración de Alemán se reconstruye principalmente con su proyecto central, la industrialización, la obra urbana en el Distrito Federal, el marginamiento del campo y la política con Estados Unidos, en la que destacan los afanes del gobierno alemanista para conseguir financiamientos a la industria petrolera y la resistencia estadounidense, originada obviamente en el agravio de la expropiación. El autor consigue demostrar lo que se había propuesto desde el principio: la influencia de las circunstancias nacionales, y en especial internacionales, y el convencimiento presidencial de que la única salida a la modernidad era la industrialización y el comercio internacional, de la mano de Estados Unidos, la principal potencia después de la guerra. Pero lo vuelve a traicionar la ambigüedad metodológica. Sorprendentemente Alexander no se ocupa del gabinete presidencial, apenas menciona a algunos funcionarios relacionados con la política económica. No hay generación, no hay colaboradores, sino alemanismo.

Sobresale, sin embargo, la detallada reconstrucción de la política urbana de Miguel Alemán, concretada en los multifamiliares (Miguel Alemán y el desaparecido Benito Juárez), Ciudad Satélite y, en especial, la construcción de Ciudad Universitaria. Lo más importante se encuentra en la singular coincidencia de arquitectos y urbanistas experimentados, pero también conocedores de las corrientes en boga, principalmente la vanguardista de Le Corbusier. El talento de hombres como Mario Pani y Carlos Lazo fueron centrales para diseñar proyectos funcionales, de vanguardia, pero que no abandonaron las tradiciones mexicanas. La obra no se redujo al ámbito arquitectónico, sino que permitió la colaboración de artistas extraordinarios. La obra monumental de Ciudad Universitaria se llevó de la mano con la obra plástica, en especial del muralismo, con hombres como O’Gorman, Rivera, Siqueiros, Eppens. Ciudad Satélite contó con el talento de Luis Barragán y Teodoro González de León. Una obra de esta envergadura no podía estar exenta de críticas, pero de entre todas destaca una por su ignorancia cultural y política. Hubo voces que descalificaron la obra universitaria porque el muralismo significaba “propaganda para legitimar al PRI”. No importaba que los creadores fueran de izquierda, como Rivera y Siqueiros, bastaba hacer murales para ser priístas.

El tratamiento de la administración tiene una ausencia notable: la política sindical. Para nadie es desconocido que fue Alemán quien puso en marcha el control del sindicalismo, tan protegido y estimulado por Cárdenas. Por supuesto que era indispensable corregirlo, en particular por la industrialización, pero el alemanismo impuso un control excesivo, marcado por la violencia, la represión y la ausencia de libertades, que perduró al menos hasta los años setenta. Alexander apenas se refiere a él, en un par de páginas hacia el final del libro, como preámbulo para explicar la postulación de Lombardo en las elecciones de 1952.

El libro de Alexander cierra con un capítulo sobre la sucesión de Alemán. Por desgracia, el autor presta poca atención a los esfuerzos del presidente para reelegirse. Aunque expone el punto, lo desestima y parece mostrarlo como una crítica de Lombardo Toledano, originada en su expulsión de la CTM. Tal vez sólo sea resultado de que Alexander no buscó más testimonios, presentes en los Apuntes de Cárdenas, en los informes de la embajada estadounidense al Departamento de Estado, e incluso en las Memorias de Gonzalo N. Santos. Una mirada a estas fuentes le habría revelado no sólo que Alemán sí fue el promotor de la idea, sino que la mantuvo vigente hasta el siguiente sexenio. Más aún, le habría permitido explicar por qué, tras el fracaso de la reelección, se empeñó en postular a Fernando Casas Alemán, su más cercano colaborador. Esos esfuerzos, que respondían a un interés personal y acaso de grupo, pero no de una generación, lo harían perder un valioso tiempo que fue aprovechado por el henriquismo. Es comprensible que Alexander concluya que Ruiz Cortines fue elegido simplemente porque era un político gris, inofensivo.

En el epílogo Alexander se deja convencer por el alemanismo y afirma, en las primeras líneas, que Alemán “tuvo mínima influencia en asuntos electorales y en la política interna del PRI” (p. 183). Temeraria afirmación porque pasa por alto los esfuerzos del alemanismo por influir en la sucesión de 1958, primero reviviendo la reelección de Alemán, previa reforma constitucional, y después postulando a Ramón Beteta; en la de 1964, al formar su Frente Cívico Mexicano de Afirmación Revolucionaria, con la que se opuso al MLN de Cárdenas y que contó con el apoyo de empresarios, amigos y socios, a tal grado que daría lugar a la creación del Consejo Mexicano de Hombres de Negocios.

Nunca es fácil enfrentar un reto como el que se propuso Alexander. Los políticos y su desempeño son polémicos y cada aspecto abre espacios a la crítica y a veces a la descalificación. Su estudio, sin embargo, mantiene el equilibrio y, aunque haya ausencias importantes, consigue mostrar un alemanismo determinado por los intereses personales y las circunstancias.

Creative Commons License Este es un artículo publicado en acceso abierto bajo una licencia Creative Commons