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Historia mexicana

On-line version ISSN 2448-6531Print version ISSN 0185-0172

Hist. mex. vol.68 n.1 Ciudad de México Jul./Sep. 2018

https://doi.org/10.24201/hm.v68i1.3656 

Reseñas

Sobre Christina Bueno, The Pursuit of Ruins: Archaeology, History and the Making of Modern Mexico

Sandra Rozental1 

1Universidad Autónoma Metropolitana-Cuajimalpa

Bueno, Christina. The Pursuit of Ruins: Archaeology, History and the Making of Modern Mexico. Albuquerque: University of New Mexico Press, 2016. 280p. ISBN: 978-082-635-731-1.


Por medio de un recorrido detallado por los inicios de la arqueología como disciplina científica en México, el libro de la historiadora Christina Bueno se suma a una ya amplia gama de estudios que muestran que, lejos de haber sido un parteaguas radical, la revolución mexicana dio continuidad a muchos aspectos del proyecto de Estado del porfiriato. Siguiendo a Rebecca Earle, Mauricio Tenorio y Claudio Lomnitz, entre otros, Bueno argumenta que la fascinación por el pasado prehispánico y el uso de la arqueología para generar un patrimonio tangible para la nación tuvo sus orígenes en la segunda mitad del siglo XIX. En los tres apartados del libro -“Ruinas y significados”, “Los arqueólogos” y “Forjando patrimonio”,- la autora se nutre de los estudios poscoloniales y de la más reciente crítica de colonial para mostrar que la separación del mundo indígena contemporáneo, considerado primitivo y un lastre para el progreso, y la glorificación de civilizaciones antiguas como ancestros ilustres de la nación, surgió de la complicidad entre ciencia y política que se gestó durante el gobierno de Porfirio Díaz.

En los primeros capítulos del libro, Bueno revela a la arqueología, o más bien a las labores de excavación y exhibición de vestigios prehispánicos, como un proceso marcado por pugnas y rivalidades entre expertos. Según Bueno, el campo de estudio de la antigüedad mexicana se dividía en dos grupos que se desarrollaron en ámbitos institucionales diferentes: por un lado, los profesores del Museo Nacional o estudiosos “de sillón”, que se distinguían por su conocimiento de los textos clave de la historia antigua mexicana; y por el otro, los inspectores, subinspectores y custodios de los sitios arqueológicos, que contaban con un conocimiento de campo adquirido por medio de recorridos por el territorio mexicano y la interacción in situ con los monumentos y vestigios. Además, existían dos campos, quizá descritos de manera un poco esquemática, que dividían a los estudiosos del pasado prehispánico respecto a quienes podían o no estudiar estos vestigios. Por un lado estaban los “nacionalistas salvajes”, que sospechaban de los intereses de extranjeros (viajeros, científicos, arqueólogos, curadores de museos) y buscaban impedir la “hemorragia” de objetos prehispánicos que, a pesar de las leyes de monumentos que pretendían protegerlos, salían constantemente del país. Por otro estaban los “patriotas ilustrados” que, si bien querían controlar la soberanía de México sobre este legado material, entendían el desarrollo de la ciencia como algo universal y cosmopolita.

Estas divisiones se revelan en el primero y segundo apartados del libro, en los capítulos que Bueno dedica a los arqueólogos y a sus rivalidades y peleas por controlar no sólo la interpretación de las ruinas, sino la excavación y reconstrucción de los sitios mismos. En especial, la autora analiza ciertos casos controvertidos en que la ley sola no ofrecía soluciones claras, como en de Desirée Charnay, que quería llevarse colecciones considerables a Francia, o el de Edward Thompson, que dragó el Cenote Sagrado de Chichen Itzá para vender sus contenidos a museos de Estados Unidos. Uno de los hallazgos más interesantes de esta sección del libro es la política de los duplicados, fruto de la negociación entre los expertos mexicanos, en especial el inspector de Monumentos Leopoldo Batres, personaje central del estudio de Bueno, y los arqueólogos extranjeros, que lograron llevarse piezas consideradas repetidas en las arcas del Museo Nacional. Desgraciadamente, Bueno no encontró fuentes suficientes para profundizar sobre qué hacía que un objeto se considerara equivalente a otro, y por ende no logra argumentar cómo esta política podría revelar discrepancias y ambigüedades en torno a cómo evaluaban y entendían los expertos estos vestigios en las últimas décadas del siglo XIX y principios del XX.

Los capítulos del tercer apartado del libro son quizá los más robustos. En ellos, la autora presenta casos específicos que revelan los procesos muchas veces difíciles y llenos de contradicciones, corrupción, engaños y accidentes por medio de los cuales el Estado mexicano intentó controlar de manera más directa el trabajo arqueológico en su territorio y transformar los vestigios prehispánicos en patrimonio de la nación. Bueno muestra que muchas de estas disputas fueron en torno a la soberanía del gobierno federal sobre su territorio, donde las ruinas -y por ende el pasado prehispánico- tenían que someterse a la política oficial de centralización, en contra de las labores de científicos extranjeros, pero también de intereses locales. Éste es el caso de La India de Xochicalco, una pieza que los pobladores de Tetlama lograron defender contra los esfuerzos de Batres, quien quería transferirla al Museo Nacional (a pesar de esto, años después, en 1930, la pieza fue llevada al Palacio de Cortés en Cuernavaca). Bueno presenta varios casos como éste que muestran que los vestigios prehispánicos estaban ligados a comunidades específicas que los defendían como suyos desde la segunda mitad del siglo XIX. Sin embargo, la autora asume que estos apegos se basaban en “sistemas de significado tradicionales” (p. 185), infiriendo una continuidad prehispánica que difícilmente puede comprobarse. Haría falta analizar de manera más profunda las fuentes que documentan estas disputas en archivos nacionales y locales para leer estos casos de manera más etnográfica y poder vislumbrar qué tipo de relaciones, afectos y apegos existían en el ámbito local en torno a los objetos prehispánicos.

A la vez, en estos capítulos, la autora buscó visibilizar la participación de actores que suelen no dejar huella en los archivos o reportes oficiales: los trabajadores contratados para realizar las excavaciones en las localidades y los guardias y custodios que vivían y cuidaban los sitios en diferentes partes del país. Destacan también los capítulos sobre la centralización de los monumentos arqueológicos para ser exhibidos en el Museo Nacional y sobre su transporte a grandes distancias, gracias a nuevas tecnologías como el ferrocarril (una versión de este capítulo se publicó en 2010 como “Forjando Patrimonio: The Making of Archaeological Patrimony in Porfirian Mexico” en The Hispanic American Historical Review, y sobre la reconstrucción de sitios arqueológicos como Mitla y Teotihuacán, transformados en escaparates de la rica cultura y del progreso nacional por Batres para el Congreso de Americanistas en 1895 y para los festejos del Centenario de la Independencia en 1910, respectivamente. Bueno también analiza en detalle la reconstrucción de Teotihuacán en un capítulo del libro editado por Dina Berger y Andrew Grant Wood, Holiday in Mexico: Critical Reflections on Oourism and Tourist Encounters de 2009.

Para este libro, Bueno utilizó fuentes ubicadas en archivos públicos y privados que permiten vislumbrar los inicios de la arqueología como ciencia de Estado desde los ámbitos institucionales, pero también desde las perspectivas más íntimas de personajes que dejaron registros de sus labores y relaciones en cartas, diarios, fotografías y otros documentos. Es en especial notable el acceso que Bueno pudo tener al poco trabajado archivo de Leopoldo Batres, resguardado por su nieta, y que revela a este personaje, tan criticado por sus labores como inspector de Monumentos, como un hombre territorial, soberbio, caprichoso e incluso vengativo. A pesar de exponer sus fallas, tanto profesionales como personales, Bueno intenta rescatar las labores de Batres como gestor de un proyecto político que constituyó al pasado prehispánico como el patrimonio nacional de México y que generó la infraestructura necesaria para su estudio, conservación y difusión por medio del turismo. Sin embargo, si bien la autora realizó un trabajo de archivo extenso, ofrece pocas descripciones de los documentos citados en las notas y de los contextos de su producción. No sabemos muchas veces si se trata de reportes oficiales, cartas personales, apuntes o diarios. Por ende, el lector se queda con sed de saber más acerca de los documentos consultados, más allá de sus contenidos. Sorprende también que, para analizar el lugar de la arqueología y del pasado prehispánico en la esfera pública, la autora se haya basado enteramente en el trabajo hemerográfico de Sonia Lombardo (1994) sobre El Imparcial y El Monitor Republicano, en lugar de enriquecer este trabajo, hecho ya hace más de dos décadas, mediante una consulta a otros archivos, periódicos y publicaciones de la época, tanto nacionales (hubiera sido especialmente interesante consultar periódicos y revistas regionales) como internacionales.

The Pursuit of Ruins es una contribución importante a un incipiente campo multidisciplinario de estudio en torno a la gestación del patrimonio en México. Desde un análisis histórico y con una prosa muy accesible, Bueno muestra que el pasado nacional se construyó de manera no siempre vertical y contundente, sino por medio de procesos contradictorios, pugnas y rivalidades, que siguen hasta el día de hoy influyendo sobre las labores de instituciones como el Museo Nacional de Antropología, el Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH), y el Instituto de Investigaciones Antropológicas de la UNAM. Justo por esto, es una lástima que la autora no haya buscado dialogar con bibliografía reciente sobre las colecciones, los museos y la historia de la arqueología en México y en América Latina, que se suma a los trabajos de Enrique Florescano, Apen Ruiz, Mechthild Rutsch, y Néstor García Canclini, citados por la autora. Si bien Bueno anuncia en la introducción que éste es un libro “sobre artefactos”, tampoco dialoga con el campo cada vez más importante de estudios en torno a la cultura material y a los objetos que ha proliferado en la filosofía, en la historia, en la arqueología y en la antropología en las dos últimas décadas y que ha transformado considerablemente el modo en el que se piensa sobre las colecciones y los objetos arqueológicos en el ámbito mundial. Más bien, entonces, éste es un libro que revela las relaciones personales y profesionales entre políticos, expertos y sus asociados durante el proceso de formación de una nueva disciplina científica que trabajó de la mano del Estado desde sus inicios hasta el día de hoy.

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