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Historia mexicana

versión On-line ISSN 2448-6531versión impresa ISSN 0185-0172

Hist. mex. vol.67 no.4 Ciudad de México abr./jun. 2018

https://doi.org/10.24201/hm.v67i4.3585 

Reseñas

Sobre Enrique Moradiellos, Historia mínima de la Guerra Civil española

Andreu Espasa1 

1Universidad Nacional Autónoma de México

Moradiellos, Enrique. Historia mínima de la Guerra Civil española, . México: El Colegio de México, 2016. 298p. ISBN: 978-607-462-955-2.


En su Historia del siglo XX, el marxista británico Eric Hobsbawm afirmó: “Es difícil recordar ahora lo que significaba España para los liberales y para los hombres de izquierda de los años treinta, aunque para muchos de los que hemos sobrevivido es la única causa política que, incluso retrospectivamente, nos parece tan pura y convincente como en 1936”. La reflexión de Hobsbawm refleja algunas de las características singulares más importantes de la Guerra Civil española o Guerra de España: su trascendencia más allá de las fronteras nacionales y su capacidad para seguir despertando pasiones muchas décadas después de haber concluido. Como episodio histórico, el conflicto español ha sido un objeto muy popular de estudio y de divulgación. A estas alturas, incluso se podría cuestionar la necesidad de una nueva síntesis histórica sobre la guerra española. Y, sin embargo, el caso que nos ocupa está plenamente justificado por la sencilla razón de que el autor, Enrique Moradiellos, es uno de los grandes historiadores españoles de su generación, entre cuya obra cabe destacar las aportaciones al estudio de la dimensión internacional de la Guerra de España, en especial en El reñidero de Europa (2001) y La perfidia de Albión (1996).

Las altas expectativas que despierta la publicación del nuevo libro de Moradiellos no quedan defraudadas. Su Historia mínima de la Guerra Civil española es una síntesis inteligente, ágil y rigurosa, especialmente recomendable para quienes quieran asomarse por vez primera a este relevante y apasionante episodio de la historia del siglo XX. Al mismo tiempo, al tratarse de una obra con un razonamiento transparente y una extensión necesariamente breve, los lectores especialistas encontrarán, de forma inevitable, tesis para discutir y omisiones que lamentar. Entre las segundas, quizá haya que destacar una que tiene relación con la financiación del esfuerzo bélico de los rebeldes. Tal y como señala el propio Moradiellos, los franquistas se financiaron principalmente por medio del crédito proporcionado por la Alemania nazi y la Italia fascista. Sin embargo, el autor no menciona la especial contribución de las grandes empresas capitalistas de los países democráticos. Como ya investigó en su momento Robert Whealey, gracias al comercio internacional con grandes empresas capitalistas los franquistas lograron obtener 76 millones de dólares, una cifra nada despreciable para los militares insurrectos, los cuales, a diferencia de sus enemigos republicanos, se habían quedado sin acceso a las reservas monetarias del banco central español. Además, los capitalistas extranjeros ayudaron a la causa franquista con información útil sobre tecnología, logística y créditos a corto plazo.

Otra omisión destacable está relacionada con la conflictividad social de los años previos al estallido de la guerra. Moradiellos considera -con razón- que dicha conflictividad se debía en parte a los efectos de la crisis económica internacional. Sin embargo, resulta extraño que el autor no mencione uno de los grandes motivos detrás del aumento de las huelgas y los conflictos sociales: el fortalecimiento de las libertades sindicales y de organización que trajo consigo la República democrática y la consiguiente resistencia mostrada por la oligarquía española del momento, muy poco acostumbrada a tener que ceder ante un esfuerzo gubernamental distributivo y, sobre todo, a tener que lidiar con las demandas de las capas populares sin poder recurrir al apoyo incondicional del aparato del Estado y sus fuerzas represivas. Tampoco parece tener en cuenta que parte importante del desgaste de las fuerzas reformistas y su progresivo declive ante opciones revolucionarias se explica por la incapacidad de los propios reformistas para cumplir con las promesas de transformación social asociadas al proyecto republicano. Si Moradiellos hubiera integrado estos dos factores -los efectos de las libertades sindicales y las torpezas de los republicanos de izquierda moderada-, el esquema que él mismo propone para entender la creciente polarización social -la división fundamental de España no sería, según el autor, entre izquierdas y derechas, sino entre revolucionarios, reaccionarios y reformistas- se entendería mucho mejor.

En el terreno interpretativo, el libro plantea, sin duda, debates interesantes. Por ejemplo, al tratar la espinosa cuestión de la huelga general revolucionaria de 1934, Moradiellos asegura que, a partir de entonces, amplios sectores sociales del conservadurismo español “abrigarían serias dudas sobre la lealtad democrática y constitucional del movimiento socialista y del catalanismo de izquierdas” (p. 69). La afirmación parte del supuesto de que, en los años treinta, las concepciones más extendidas de democracia en Europa daban una importancia central a la alternancia pacífica en el poder, sin importar la trayectoria, los aliados internacionales o los objetivos explícitos de los aspirantes a formar gobierno. Esta premisa suena algo ahistórica, sobre todo teniendo en cuenta el contexto europeo del final de entreguerras, tras la voladura interna de sistemas constitucionales como los de Alemania, Italia y Austria. Por momentos, pareciera que el autor olvida que la democracia -como cualquier otro concepto político- es una realidad historizable y, por lo tanto, dinámica y no predeterminada. En este sentido, también resulta un tanto teleológico afirmar que la concepción de la “democracia popular” que defendía el Partido Comunista de España durante la guerra prefigurara lo que luego serían los regímenes de posguerra en el Este de Europa. De hecho, vale la pena notar que el discurso de los dirigentes del Partido Comunista Español sobre la necesidad de reconstruir una nueva democracia política sobre una base económica reformada que impidiera la conformación de grandes concentraciones de poder presenta muchas similitudes con las posturas de destacados partidarios del New Deal de Franklin D. Roosevelt en aquellos mismos años.

En algunas ocasiones, también parece que el loable afán del autor por construir una historia objetiva sobre el conflicto tiene el precio de obligarlo a construir equivalencias excesivamente forzadas. Quizá el ejemplo más ilustrativo sea cuando deja entender que los respectivos apoyos sociales a las causas franquista y republicana no tenían diferencias de magnitud significativas. Incluso llega a afirmar que el bando franquista demostró más habilidad que el republicano al articular unos objetivos de guerra capaces de movilizar la retaguardia unificada “hasta el punto de justificar los grandes sacrificios de sangre y las hondas privaciones materiales demandados por una cruenta y larga lucha fratricida” (p. 112). La apreciación no resulta convincente por varios motivos. En primer lugar, porque en el bando franquista no estaba permitido el pluralismo político, ni siquiera entre las distintas ideologías que daban apoyo al general Franco. En ausencia de mecanismos de elección popular y de libertad de expresión, el menor apoyo social a los franquistas quedó evidenciado por multitud de campesinos que huían de la zona controlada por los franquistas y que generaron el agudo problema de los refugiados internos en las grandes ciudades bajo dominio republicano. Buena parte del campesinado, en definitiva, votó con los pies contra Franco. También el desarrollo militar del conflicto permitía identificar la desigual fuerza social entre bandos. Para el estadista conservador estadounidense Henry L. Stimson, la resistencia militar de los republicanos durante casi tres años ante un enemigo mejor equipado y fuertemente apoyado por tropas extranjeras era una prueba indiscutible de la ventaja de los republicanos españoles en el terreno del apoyo social.

El capítulo más logrado del libro es, sin duda, el que se dedica a la dimensión internacional del conflicto. Aquí Moradiellos ofrece una convincente visión panorámica, en la que el conflicto español queda bien insertado en la crisis de las relaciones internacionales que conduciría al estallido de la segunda guerra mundial. A pesar de lo completo e impecable de su análisis internacional, es una lástima que el autor -quizás por problemas de espacio- no explore uno de los hilos más interesantes sobre las implicaciones del conflicto fuera de las fronteras españolas: el importante vínculo entre la política de apaciguamiento que condenaría a la República española al desabastecimiento armamentístico y las preocupaciones de Francia y Gran Bretaña por el futuro de sus posesiones coloniales. Esta reticencia a tratar la cuestión imperial se hace evidente cuando el autor define el apaciguamiento como “una estrategia diplomática de emergencia destinada a evitar una nueva guerra mundial mediante la negociación explícita (o aceptación implícita) de cambios razonables en el statu quo que satisficieran las demandas revisionistas sin poner en peligro los intereses vitales franco-británicos” (p. 208). En realidad, sería necesario matizar que la política de apaciguamiento implicaba, en un principio, concesiones en la reorganización de las áreas de influencia en Europa a cambio de que no se cuestionara el reparto colonial existente. El apaciguamiento también representaba, en la práctica, una preferencia por el anticomunismo frente al antifascismo. Hay que notar que el anticomunismo de la época no tenía tanto que ver con una presunta capacidad de la Unión Soviética para expandir la revolución por el mundo -mucho menos en los países del centro capitalista-, sino, sobre todo, con el convencimiento de que la Unión Soviética representaba -independientemente de sus vaivenes tácticos- una amenaza permanente al orden colonial, en especial al dominio británico de la India. Es por eso que buena parte de la propaganda de los amigos de la República española en el extranjero no estaba enfocada en resaltar las virtudes democráticas del bando antifascista, sino en señalar que los intereses imperiales británicos y franceses -Gibraltar y las rutas de comunicación con las colonias- estarían más seguros con una victoria militar de los republicanos. Para George Orwell, el esfuerzo pedagógico de la izquierda británica para aleccionar al gobierno de Londres sobre la mejor manera de defender sus propios intereses imperiales carecía de sentido:

Sin ninguna duda el gabinete británico se ha comportado como si desease la victoria de Franco; y sin embargo si Franco gana, en el peor de los casos, significará la pérdida de la India […]. El verdadero significado de la política exterior británica en los dos últimos años no quedará claro hasta que termine la guerra en España; pero al intentar adivinarlo creo que es más acertado suponer que el gabinete británico no es tonto y que no tiene intención de ceder nada […].

Integrar el problema colonial al análisis de la Guerra Civil Española nos puede ayudar, pues, a entender las vacilaciones y los debates de las élites políticas de los dos grandes imperios democráticos europeos del momento, Francia y Gran Bretaña. El mismo sintagma, “imperios democráticos”, refleja bien sus potenciales contradicciones. En tanto que democracias, se suponía que tenían que auxiliar a la República española, mientras que, como imperios, sus intereses en el conflicto resultaban mucho más ambiguos.

Más allá del debate interpretativo, el nivel de rigor histórico de la obra de Moradiellos resulta innegable. Son escasas las afirmaciones que inviten a una refutación factual. Uno de los pocos ejemplos sería la referencia al bombardeo de Guernica como el primer caso de “bombardeo masivo y deliberado contra objetivos civiles sin estricto valor militar directo” (p. 215). Teniendo en cuenta los bombardeos italianos sobre la población etíope en los años inmediatamente anteriores, sería más adecuado considerar que el de Guernica fue el primer bombardeo contra población civil que logró despertar una ola de indignación mundial. En cualquier caso, el único error factual inequívoco tiene que ver con los preparativos de la rebelión en el verano de 1936: “Los vagos contactos de los conspiradores con los líderes fascistas y nacional-socialistas no habían cuajado y tanto en Roma como en Berlín se vieron sorprendidos por el momento y alcance de la sublevación” (pp. 200-201). Como ya han demostrado fehacientemente los historiadores Ángel Viñas y David Jorge, la intervención de Mussolini fue de hecho anterior al estallido del conflicto. El 1º de julio de 1936 se firmaron en Roma cuatro contratos con los futuros insurgentes. En uno de ellos, los italianos se comprometieron a suministrar a monárquicos alfonsinos doce aviones bombarderos Savoia-Marchetti 81, entre otros materiales bélicos. El día 15, en vísperas del inicio de la sublevación, dichos aviones empezaron a moverse rumbo al Marruecos español.

En definitiva, como señalábamos al principio de esta reseña, la publicación del libro de Moradiellos es una muy buena noticia para todos los interesados en la Guerra Civil española, especialmente para quienes busquen una introducción solvente, escrita por un autor con inmejorables credenciales. Su larga trayectoria de estudio, su serio compromiso como historiador y su elegante pluma son garantía de una obra de síntesis histórica ejemplar. Al mismo tiempo, al ser una condensación necesariamente breve de un periodo muy estudiado y lleno de polémicas que se resisten a desaparecer con el tiempo, la obra de Moradiellos también se presta a un estimulante y agradecido ejercicio de debate intelectual.

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