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Historia mexicana

versión On-line ISSN 2448-6531versión impresa ISSN 0185-0172

Hist. mex. vol.67 no.4 Ciudad de México abr./jun. 2018

https://doi.org/10.24201/hm.v67i4.3586 

Reseñas

Sobre Jacob A. Zumoff, The Communist International and US Communism, 1919-1929

Daniela Spenser1 

1Centro de Investigaciones y Estudios Superiores en Antropología Social

Zumoff, Jacob A.. The Communist International and US Communism, 1919-1929. Leiden: Boston: Brill, 2014. 443p. ISBN: 978-900-421-960-1.


¿Por qué estudiar el comunismo estadounidense de los años veinte y por qué escribir otro libro sobre un tema que ha sido estudiado ampliamente? Con estas preguntas provocativas Zumoff inicia su texto que, en efecto, se suma a tantos que se han publicado en los años recientes, basados en los archivos soviéticos desde que fueron abiertos al público después de que en 1991 la Unión Soviética dejara de existir. Antes de esa fecha, solo los altos dirigentes de los partidos comunistas tenían el privilegio de asomarse en Moscú a la vida de las organizaciones.

Aunado a la pregunta anterior, ¿por qué estudiarlo si en los años veinte el Partido Comunista de Estados Unidos no tenía la influencia que adquirió una década después, cuando la depresión económica y el desempleo masivo caracterizaron el escenario social y el mundo del trabajo? Los años veinte, a diferencia de los treinta, fue una época de prosperidad, pero no para todos. Los que quedaron fuera de esta bonanza se rebelaron contra su marginación. Los comunistas condujeron su clamor; organizaron huelgas y defendieron el mundo del trabajo, que incluyó la controversial defensa de los inmigrantes italianos Nicola Sacco y Bartolomeo Vanzetti cuando fueron acusados de querer subvertir el orden establecido, y ejecutados en 1927.

Como señala Zumoff, la historiografía sobre el comunismo estadounidense es enorme y escrita desde todos los puntos de vista y ángulos ideológicos. La diferencia principal entre unos y otros ha estribado en considerar el comunismo como un fenómeno importado desde la Unión Soviética, a cuyos “dictados” el partido fue sometido o, por el contrario, como un fenómeno que fructificó en el suelo social y político, de clase y étnico, de Estados Unidos. El autor rechaza la división maniquea de la generación de autores que le precedieron. Era cierto que los comunistas adoptaron la estrategia de la Internacional Comunista (Comintern), fundada en 1919, pero, arguye Zumoff, la misma les permitió entender y compenetrarse con la realidad estadounidense, incluyendo la opresión racial. Sin embargo, el libro no busca ser una historia social del comunismo estadounidense. Es un esfuerzo por entender a la organización y contribuir a la restauración del papel positivo de la Internacional Comunista como un instrumento de enlace y propagación de ideas y formas de organización bolchevique, que otros autores generalmente vilipendiaron como intervencionista, distorsionando la historia nacional.

Desde una perspectiva marxista, el autor se propone examinar la relación entre la Internacional Comunista y su sección en Estados Unidos. Arguye que el Comintern contribuyó a que sus seguidores adoptaran la teoría comunista y por medio de ella analizaran la realidad estadounidense. Central al estudio es que, junto con el partido, el Comintern luchó contra la opresión racial, “a bedrock of American capitalism” (p. 14).

Zumoff retoma los años veinte también para contribuir al entendimiento del proceso de la estalinización de la Internacional Comunista, como generalmente se caracteriza la deformación de la organización después de la muerte en 1924 de Vladimir Ilich Lenin, su fundador, y la era iniciada con el ascenso al poder de Josef Vissarionovich Stalin. El autor define el estalinismo como la degeneración del Estado proletario, cuando la Rusia soviética abandonó el proyecto de la revolución mundial, después de que las revoluciones europeas fueron derrotadas y la Unión Soviética, en la que una burocracia se apoderó del poder, quedó sola y aislada (p. 13). Fue cuando el Comintern se volvió el instrumento del gobierno y utilizó a los partidos comunistas como herramientas de presión para que los gobiernos capitalistas adoptaran políticas que favorecieran a la URSS. Era la contrarrevolución, según Zumoff; “Thermidor”, lo llamó León Trotsky. En Estados Unidos, el estalinismo tomó la forma de la adaptación a la prosperidad del capitalismo estadounidense y la revolución dejó de ser un fin.

El tema del nexo entre la Internacional Comunista y las minorías raciales y étnicas no es nuevo, pero siempre se le ha sometido a debate. En América Latina, por ejemplo, ha sido estudiado por Marc Becker, quien ha resaltado la asociación de los comunistas ecuatorianos, afiliados al Comintern, con los militantes indígenas en Ecuador. La contrasta con José Carlos Mariátegui en el vecino Perú, quien se negaba a la alianza con el Comintern y a la creación de la república indígena de los Andes por privilegiar los problemas económicos y de la tierra sobre los problemas de la identidad racial. Becker, como pocos, se ha empeñado en demostrar que el Comintern era sensible a la cuestión de la identidad nacional y étnica, y en demoler lo que llama el estereotipo en los estudios sobre la Internacional, que presentan la cuestión étnica subordinada a la de clase social, concibiendo a los indígenas como campesinos a secas. Era cierto, nos ha advertido Becker, que al adherirse a la Internacional Comunista, los socialistas ecuatorianos vueltos comunistas perdieron seguidores, pero a pesar de su accidentada historia contribuyeron a la construcción de un movimiento indígena.10

En Estados Unidos, Robin G. Kelley abordó el tema con su influyente monografía Hammer and Hoe (1990), en la que ha argumentado que, dadas las inexistentes comunicaciones con las otras partes del país, y más con el mundo exterior, los aparceros negros de Birmingham dependían de su propio esfuerzo para defender su trabajo y sus organizaciones locales. Sus números crecieron en medio de innumerables sufrimientos. Cuando en varios condados del estado de Alabama los comunistas asumieron la línea soviética de los frentes populares en los años treinta, la defensa de sus intereses bajo la dirección del partido local perdió el ímpetu que tuvo en la década anterior y el partido perdió miembros al seguir la política de los demócratas de la época. El tema es controversial.

Zumoff suma su libro a los estudios sobre la cuestión racial entre los comunistas, basándose principalmente en las discusiones y los escritos sobre el tema en Estados Unidos y en los diferentes conclaves en Moscú. Lo hace en cuatro capítulos de los diecisiete que comprende el libro, no antes de pasar por el nacimiento del partido, sus periódicas fragmentaciones hasta el desenlace en 1929, que significó rompimientos dramáticos como ecos locales de los acontecimientos lejanos en la Unión Soviética. Era el periodo de la legalidad y la ilegalidad del partido de acuerdo con la política anticomunista del gobierno estadounidense en los primeros años de la década de 1920, que dejó de ser persecutoria a la mitad de la década. Era también el periodo de querer penetrar en el movimiento obrero, dividido entre su ala radical y la reformista, y hacer trabajo de organización entre los agricultores aliados con el senador progresista William La Follette. Sin embargo, el trabajo constructivo del partido sufrió a consecuencia de las divisiones internas que reflejaban las disensiones en el seno del Partido Bolchevique, y así hasta la vuelta a la izquierda a ultranza a finales de la década.

Hasta este punto no parece haber una disputa esencial entre Zumoff y los historiadores que lo precedieron, por más anticomunistas que fueran, y a los que criticó por haber determinado que el Partido Comunista de Estados Unidos seguía la línea del Comintern acríticamente desde el principio hasta el final. La diferencia entre él y los otros está más bien en la determinación de su inicio, mas no en la existencia del seguimiento de la línea soviética.

Que un partido comunista se dedicara a organizar a los obreros era de esperarse, que tratara de aliar a los obreros con los agricultores también era parte de sus objetivos, pero la cuestión racial y étnica no fue abordada con respeto y sensibilidad por el Partido Bolchevique en el vasto mosaico cultural que llegó a comprender la Unión Soviética. La política tradicional zarista, continuada por el régimen bolchevique, era la rusificación de las minorías étnicas en aras de la homogeneización de la población para una exitosa centralización del poder. ¿Por qué, entonces, guió al partido estadounidense a tratar la “cuestión negra” como un problema de opresión racial, que era, y no sólo como un problema de explotación económica de clase? La respuesta está en la visión de los negros como el engranaje articulador del capitalismo estadounidense, una respuesta con la que quizá se podría explicar también el acercamiento del Comintern a la cuestión indígena de los Andes, articuladora, en su concepción, del feudalismo.

Es aquí donde el trabajo de Zumoff difiere del de los historiadores que lo precedieron. Por medio de la “intersección” (p. 287) entre los negros y los comunistas, el autor afirma que el partido, debilitado por las fragmentaciones en los años veinte, tuvo la capacidad de organizarlos en los treinta. La atribuye a la intervención de la Internacional Comunista, que forzó al liderazgo del partido, mayoritariamente blanco, a involucrarse en el problema y de esta manera “americanizar” (p. 288) el partido, quitándole el estigma de ser un ciego seguidor de Moscú. Afirma también que mientras el partido estuvo resolviendo sus disputas internas, fue el Comintern el que, con una visión global de África, Asia y Medio Oriente, presentó la cuestión negra como un asunto internacional. En una nota, sin embargo, Zumoff advierte que en este trabajo no discute la actividad del partido para evidenciar esa exitosa intervención del Comintern y dirige al lector a su vasta bibliografía. Pero Kelley, a quien cita como ese ejemplo, contradice que la intervención del Comintern entre los negros de Alabama fuera emancipadora y profundizara su trabajo de organización, que ya existía para alcanzar su autodeterminación, que el partido había asumido en los años veinte.

Zumoff explora la gradual relación y reclutamiento de los negros por el partido de acuerdo con la periodización cominternista, de congreso a congreso, de los que hubo siete en total antes de que Stalin disolviera el Comintern en 1943. Lleva al lector por los vericuetos de las relaciones raciales en Estados Unidos, del norte y el sur, y el difícil y violento proceso emancipador de los negros; los pocos que eran miembros pertenecían a un partido multiétnico, originalmente compuesto por inmigrantes recientes que no hablaban inglés, y con preocupaciones propias que no les permitían prestar mucha atención a los problemas de los otros. La excepción fueron los inmigrantes caribeños, quienes contribuyeron a la sensibilización sobre la problemática racial entre los comunistas. Y, sin embargo, esa periodización no es indicativa de lo que el Comintern “dictara”, sino de la inspiración y el fortalecimiento de los movimientos propios que por medio de los cercanos camaradas comunistas el lejano país bolchevique les inspirara a pesar de las divisiones dentro del partido y su eventual estalinización. Esto significó que la visión global del Comintern se empobreciera al concebir el socialismo en un solo país, la URSS, de donde irradiaría o sería llevado al resto del mundo por medio de los partidos comunistas y las organizaciones creadas para construirlo.

Para 1928, el Comintern, crítico de la negligencia del partido encuentro al trabajo de organización entre la población negra, abogó no sólo por el trabajo no hecho, sino, dada su momentánea línea radical, propuso que los negros, una nación oprimida, tuvieran el derecho de formar su estado nación igual que Irlanda para alcanzar su autodeterminación. La idea de proponer que se formara “la República Soviética Negra” (p. 353) fue discutida y luego rechazada en el sexto congreso del Comintern en Moscú, caracterizado por la lucha entre las facciones en el Partido Comunista de Estados Unidos. Y, sin embargo, concluye Zumoff, la discusión del tema en Moscú, donde fue visto y comparado con casos de opresión racial análogos en África, la existencia palmaria del problema de la opresión de los negros en sus lugares de trabajo, obligó al partido, por más dividido que estuviera entre los que lo consideraban el tema central y los que insistían en el carácter clasista del problema negro, a abogar por la igualdad racial en el sur y el norte de Estados Unidos. Para los años treinta, coinciden Zumoff y Kelley, los comunistas que habían luchado por la igualdad de los negros gastaron su autoridad después de que el Comintern estalinizado abandonara la línea anterior, y ante el ascenso del fascismo abogaron por las alianzas con la social democracia, en su forma del Partido Demócrata. Sin embargo, concluye el autor, los comunistas y su partido de los años veinte, que es el tema principal del libro, constituyeron una oposición significativa al capitalismo que el posterior estalinismo y los frentes populares de los años treinta desviaron hacia su apoyo.

El debate sobre el comunismo nacional e internacional es inagotable por el impacto que el Comintern tuvo sobre la trayectoria de los partidos comunistas en casi todos los países y el mundo en su conjunto. En 2017 se celebra el centenario de la Revolución Bolchevique, lo que se presta a volver a examinar su historia, y las ideas y organizaciones que de ella emanaron. No es una mera efeméride sino una vuelta al combate por las ideas en la era del presidente Vladimir Putin, quien se formó en aquella Unión Soviética que dejó de existir sin que se disolviera la tradicional aspiración moscovita de restaurar su influencia mundial, la cual se perdió con la desaparición de la URSS, sin que el conflicto ideológico de entonces fungiera hoy como amortiguador contra su escalada.

10Marc Becker, “Indigenous Nationalities in Ecuadorian Marxist Thought”, en Carlos Aguirre (ed.), Militantes, intelectuales y revolucionarios: ensayos sobre marxismo e izquierda en América Latina, Raleigh, NC, A Contracorriente (Serie Historia y Ciencias Sociales), 2013, pp. 229-270.

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