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Historia mexicana

versión On-line ISSN 2448-6531versión impresa ISSN 0185-0172

Hist. mex. vol.67 no.4 Ciudad de México abr./jun. 2018

https://doi.org/10.24201/hm.v67i4.3588 

Reseñas

Sobre Antonio Piqueras, La era Hobsbawm en historia social

Juan Suriano1 

1Universidad Nacional de San Martín

Piqueras, José Antonio. La era Hobsbawm en historia social. México: El Colegio de México, 2016. 310p. ISBN: 978-607-462-895-1.


La iniciativa de El Colegio de México de publicar un libro dedicado al análisis de la larga y prolífica obra del historiador Eric Hobsbawm ha sido, sin duda, un gran acierto. Tal vez no es casual que el impulso partiera de México, país que Hobsbawm visitó por primera vez en 1973 y en donde tuvo una amplia difusión;1 como ocurriera también en Argentina, en donde se convirtió en un autor popular que excedió el ámbito académico y que gracias a sus cuatro obras de síntesis varios de sus libros fueron reeditados en numerosas ocasiones vendiendo miles de ejemplares.2 Tampoco es casual que el autor del libro sea José Antonio Piqueras, codirector de la revista valenciana Historia Social, una publicación que desde 1988 se ha convertido en el principal difusor en idioma castellano de los avatares de la historia social, de la que no ha estado ausente la obra de Hobsbawm.3

El libro reúne los textos de dos conferencias dictadas por Piqueras en distintas jornadas dedicadas a Eric Hobsbawm realizadas en la ciudad de México y un artículo publicado en la misma ciudad. El primero, “Eric Hobsbawm y la edad de oro de la historia social”, es una exposición realizada en 2005 en la Escuela Nacional de Antropología e Historia que fue publicada dos años más tarde. La segunda, “La historia económica y social, una matriz de correlación en Eric Hobsbawm”, es el producto de una conferencia dictada en 2013 en la Facultad de Economía de la Universidad Nacional Autónoma de México. “Eric Hobsbawm en América Latina. Una revisión” es un artículo solicitado por la revista Historia Mexicana luego de la muerte del historiador inglés y publicado en el número 249 (julio-septiembre de 2013). Por último, “Comprender la totalidad de la evolución histórica. Conversación con Eric Hobsbawm” es producto de una larga entrevista concedida en Londres en 1995 por el historiador al autor del libro reseñado y a Xavier Paniagua que fue publicado un año después en el número 25 de la revista Historia Social.

No obstante ser una compilación de trabajos ya publicados anteriormente, ha sido una buena idea reunirlos en un libro, aunque debe señalarse que, visto de conjunto, el texto circula en dos dimensiones diferentes: si los primeros tres apartados abordan el análisis de los aspectos más importantes de la obra de nuestro autor, no por conocidos menos importantes, la entrevista transcurre por los mismos temas pero resulta atractiva para comprender los posicionamientos y las relecturas de su propia obra efectuadas por Hobsbawm, así como por la posibilidad que brinda el género de preguntar y repreguntar sobre aspectos escasamente definidos por el entrevistado. El ejemplo más atractivo en este sentido se vincula a su escasa predisposición a inmiscuirse en el debate sobre la formación de la clase obrera entre E.P. Thompson y Perry Anderson, quien achacaba a aquél “un sentido culturalista y un concepto funcionalista de clase”. La pregunta por su postura en dicho debate conduce a una definición más taxativa que las realizadas hasta entonces. Hobsbawm se muestra más cercano a Thompson por la historicidad que éste adjudica al concepto de clase frente a una definición más estructuralista de Anderson, marcado a la vez por un evidente carácter político debido a su preocupación por establecer si la clase obrera estaría destinada a ser una revolucionaria. “No creo importante este hecho -sostiene Hobsbawm- porque no pienso que el historiador pueda imponer a la historia la realidad de sus opiniones políticas” (p. 243). En este punto ya Piqueras había señalado con perspicacia en el primer apartado la peculiaridad (¿heterodoxia?) del análisis de Hobsbawm con respecto a la clase obrera al no adjudicarle atribuciones históricas ni el destino de ser revolucionaria, como sostenía el marxismo. La clase obrera se conformaba históricamente a lo largo del tiempo, pero a diferencia de Thompson que ubicaba su formación hacia 1830, Hobsbawm lo hacía al menos cuatro décadas más tarde, cuando la fisonomía económica de Inglaterra era predominantemente industrial.

Uno de los grandes méritos del libro es haber abordado los principales aportes y temas desarrollados por el autor británico a lo largo de su dilatada carrera, acercándose a la construcción, por supuesto parcial, de su biografía intelectual, basada en buena medida en los aspectos autobiográficos escritos por Hobsbawm 4 y en la atenta lectura de sus obras. Así, podemos seguir su formación intelectual desde su temprana juventud y a lo largo de las marcas dejadas por su crianza y adolescencia en las ciudades de Viena y Berlín hasta el ascenso del nazismo, cuando su familia decidió, en 1933, trasladarse a Londres, ciudad en donde viviría hasta su muerte. El impacto causado por la lectura apresurada de El manifiesto comunista, que lo convirtió en marxista en el marco de un ambiente académico por demás conservador. Los comienzos de su formación universitaria, el curso con Michael Postan, su doctorado en el King’s College de Cambridge, y a partir de 1947 la docencia de historia en el Birkbeck College de la Universidad de Londres. Más adelante la inclinación por la historia económica y social bajo la influencia de los trabajos de Dobb, Labrousse y Braudel. La creación de Past and Present. La activa participación en la polémica con los historiadores económicos neoclásicos optimistas (M. Hartwell, J. Clapham, T. Ashton), aunque como bien sostiene el autor, el motivo de sus críticas iban dirigidas centralmente a las proposiciones del ultra liberal Friedrich von Hayek (pp. 93-99).

La semblanza de Piqueras reconstruye bien cómo se fueron delineando e imbricando el interés por la historia, el compromiso con la política de su tiempo y la temprana adhesión al marxismo. En este sentido es importante mencionar una vez más la importancia de la formación del grupo de historiadores comunistas, que no sólo provocó una ruptura con la historiografía política (rankeana) y conservadora vigente en Gran Bretaña, sino que abordó temas (en especial el desarrollo del capitalismo) desde una perspectiva marxista escasamente ortodoxa que influyó en varias generaciones de historiadores de diversas latitudes. Por otro lado, una de las improntas del grupo radicó en que, al margen del dogmatismo que caracterizaba al comunismo, fuertemente sesgado entonces por el estalinismo, les interesaba la historia para entender el pasado pero también para pensar el presente y el futuro. De alguna manera inauguraron la idea y la práctica de hacer historia como una forma de hacer política, de comprender el mundo para transformarlo.

Hobsbawm fue sin duda un símbolo de esta forma de hacer historia y nunca desistió de su interés y apasionamiento por la misma, así como por el compromiso intelectual y político. Aunque ahora lo hacía desde una postura pesimista a raíz de las grandes mutaciones ocurridas en las décadas finales del siglo XX (el desmembramiento de la Unión Soviética, la derrota del sindicalismo británico a manos del conservadurismo), que contrastaban con su optimismo predominante durante los “años interesantes”. En 2011, con 94 años, publicaba una reinterpretación de la obra de Marx y las posibilidades de la transformación de la sociedad;5 pocos años antes, en 2004, había escrito, a contramano de los paradigmas dominantes, El manifiesto para la renovación de la historia, una especie de panfleto historiográfico en el que efectuaba una dura crítica a algunas tendencias dominantes en las ciencias sociales y la historia, como el antiuniversalismo, el relativismo y la “subjetividad posmoderna”. Allí reivindicaba, una vez más, la perspectiva analítica provista por el marxismo y llamaba a la reconstrucción del “frente de la razón” y la “historia total”, “la historia como una tela indivisible donde se interconectan todas las actividades humanas”.6 A contracorriente del clima de la época y con escaso eco entre sus colegas, aunque por mucho era el historiador más popular, Hobsbawm seguía manifestando su espíritu combativo e intentaba aún enarbolar las viejas banderas predominantes en la historiografía británica de los “dorados sesenta”.7

Precisamente, Piqueras dedica su primer apartado a la edad de oro de la historia social y el papel jugado por Hobsbawm en dicho proceso. Se detiene en el análisis de varios aspectos centrales: el ya mencionado compromiso del historiador social con su época; el origen de la historia social teniendo en cuenta la evolución de la disciplina como ciencia en oposición a la historia rankeana; la importancia del contexto y de pensar la historia para transformar el presente (para ello era de fundamental importancia comprender las formas en que se constituyen y reproducen las sociedades) y, por último, presta atención a la prioridad otorgada por el historiador británico a las relaciones sociales y los hechos colectivos que desembocaron en el estudio de los sujetos olvidados hasta ese momento por la historia (los trabajadores industriales y rurales). Sus contribuciones entre los años cincuenta y los setenta al estudio de la clase obrera (destructores de máquinas, artesanos, aristocracia obrera, metodismo, tradiciones, niveles de vida) han sido fundamentales. No obstante, dice bien Piqueras, ha sido mucho más que un historiador de los trabajadores, ha sido un historiador social en el sentido completo del término, en realidad un historiador social y económico, preocupado por la conformación de la moderna so ciedad capitalista. Para ello estudió aquellos factores centrales que permitieron el nacimiento del capitalismo (mercado, propiedad agraria y trabajo asalariado), así como los orígenes y los motivos por los cuales Europa y particularmente Inglaterra se convirtieron en la avanzada de las transformaciones, esbozadas de manera estupenda en su largo artículo escrito en 1954 sobre la crisis general del siglo XVII que lo introdujo en el famoso debate sobre la transición del feudalismo al capitalismo. Como sostiene Piqueras,

[…] los estudios de Hobsbawm sobre la naturaleza de las relaciones sociales, el origen del capitalismo y su transformación posterior en capitalismo industrial, junto con algunas secciones de sus tres síntesis del siglo XIX y el libro Industria e Imperio son las contribuciones específicamente originales de [Hobsbawm] en el terreno de la historia económica (p. 117).

En esta contribución se puede encontrar un modelo de interpretación en el trabajo del historiador inglés entre fines de los años cuarenta y comienzos de los setenta que se podría asimilar a una “matriz de correlación” anclada en variables económicas y sociales (p.118). Además, el mérito de estas interpretaciones no era sólo poner en locución estos temas sino también la capacidad de analizar este proceso en el marco del conjunto del mundo occidental sacando a la historia inglesa del marco más acotado y provinciano de la nación-Estado.

Otra de las grandes contribuciones de Hobsbawm, rescatadas en este libro, es haber percibido tempranamente en ese contexto de conformación del capitalismo industrial que el acceso a la sociedad capitalista no era homogéneo y sobrevivían pervivencias de un mundo anterior que reproducían estructuras mentales y familiares en conflicto con lo nuevo. Claramente inspirado en el artículo “Para el estudio de las clases subalternas” de Gramsci, trataba de comprender a los sectores sociales menos movilizados, como el campesinado, así como la rebeldía primitiva y el bandolerismo social, movimientos en definitiva incapaces de dar una expresión centralizada de sus acciones conformando, de alguna manera, formaciones prepolíticas. Hobsbawm no sólo estudió estas cuestiones en sociedades de un capitalismo débil, como España o Italia, sino también a partir de las propias reacciones frente a los cambios en Inglaterra. Si estas últimas se plasmaron en el libro escrito con George Rudé (Revolución industrial y revuelta agraria. El capitán Swing, edición original en 1969), aquéllas se encarnaron en Rebeldes primitivos. Estudios sobre las formas arcaicas de los movimientos sociales de los siglos XIX y XX (edición original, 1959). Este último texto se convirtió, más allá de las críticas a que fue sometido, en lectura insoslayable para los estudiosos de este tipo de manifestaciones sociales.

La rebeldía primitiva también despertó el interés de Hobsbawm por América Latina y es un acierto de Piqueras dedicarle un apartado a este tema. Allí, tras plantear algunos aspectos de la recepción de la obra de Hobsbawm en Brasil o en México se analiza su creencia en torno a la potencialidad revolucionaria del continente y su interés como historiador por los movimientos campesinos y el bandidismo rural. Creía en la posibilidad de cambios históricos y allí canalizó su pasión por el tercer mundo pues le parecía el área más cercana a la modernidad y lejana al colonialismo, aunque pronto se decepcionó por la derrota de los movimientos guerrilleros y el propio derrotero del bandolerismo social. Esa decepción no alcanzaba sólo a la guerrilla sino al propio régimen cubano, inclinándose en cambio hacia aquellas experiencias menos radicales, como la vía democrática chilena al socialismo liderada por Salvador Allende o la reforma agraria iniciada en Perú por el régimen del general Velasco Alvarado; “prefería -dice Piqueras- la reforma agraria radical al sueño suicida del Che” (p. 164). Era ese interés por el cambio, por el papel del campesinado, de las clases subalternas menos estructuradas y de la rebeldía primitiva los que lo llevó a realizar trabajo de campo sobre los movimientos campesinos de Perú, Colombia y Brasil, complementado con visitas académicas a este último país y a México. Sus trabajos sobre rebeldes primitivos y el bandolerismo social tuvieron muchísimos seguidores en las décadas de 1960 y 1970. No existe en Latinoamérica “un estudio sobre revueltas campesinas, en particular las protagonizadas por indígenas, y modalidades de criminalidad rural que no tomen en consideración los planteamientos de Hobsbawm” (p. 185). Sus interpretaciones provocaron fructíferos debates que en los años ochenta y noventa desembocaron en interesantes críticas, por ejemplo de Richard Slatta o de Gilbert Joseph, quien lo cuestiona por el papel atribuido al bandidaje en los episodios de la insurgencia rural a partir de los materiales de archivos en que Hobsbawm basó su investigación (fuentes oficiales, informes administrativos, criminales y policiacos) reproduciendo discursos de poder y de control social sin prestar atención a las cuestiones sociales, como la composición de grupo o las motivaciones para determinar si estos movimientos eran parte o no de la protesta social.8

El libro de Piqueras no olvida otros aspectos centrales de la obra de Hobsbawm, imposible de aprehender en toda su magnitud en esta breve reseña. Sólo para mencionarlos: el papel de las tradiciones inventadas, los nacionalismos, los usos sociales del pasado, el diálogo con otras ciencias sociales o sus escritos sobre el marxismo. No obstante, se extraña la ausencia de unas líneas interpretando su inalterable adhesión al comunismo. Si bien no estaba atado orgánicamente al partido, nunca rompió formalmente con él, ni siquiera en 1967, cuando se produjo la invasión a Checoeslovaquia, mientras sus colegas del grupo de historiadores marxistas lo habían abandonado a partir de la invasión a Hungría en 1956. Su actitud escasamente crítica hacia el régimen soviético le valió duros cuestionamientos por parte de muchos de sus colegas. Tony Judt, quien admiraba profundamente la obra de Hobsbawm, realizó en este sentido una de las críticas más agudas e interesantes sobre el silencio de nuestro historiador con respecto al “monstruo en el que se había convertido el comunismo soviético”. El temor de poder ser asimilado a los excomunistas, a quienes aborreció hasta el final de su vida, lo llevó a aferrarse a lo indefendible, dice Judt, quien planteó estas cuestiones tanto en una elogiosa reseña de Años interesantes, como en un ensayo en el que realiza una semblanza de Hobsbawm.9

Para concluir, no tengo dudas de que el libro de Piqueras es un trabajo de lectura insoslayable para quienes quieran ahondar en el análisis de la prolífica producción del historiador inglés.

1No olvidemos que el emblemático artículo “De la historia social a la historia de la sociedad” fue publicado por primera vez en castellano en 1983 por la Universidad de Puebla en el volumen Marxismo e historia social junto con otros artículos de Hobsbawm.

2Sobre la popularidad y la trascendencia de la obra de Hobsbawm en el mundo académico en varios países y las razones de las mismas véase el texto reseñado, pp. 143-151. No obstante, los diversos aspectos de la recepción de su obra en América Latina y España resta aún por escribirse. No pienso sólo en la influencia sobre determinados temas históricos sino en la formación de grado de los estudiantes de historia; por ejemplo, en el caso argentino, desde el retorno de la democracia en 1983, centenares de estudiantes de historia y ciencias sociales aprendieron sobre el surgimiento del capitalismo, su desarrollo y sus crisis con los textos de Hobsbawm. Aún hoy, cuando los grandes relatos hace tiempo han entrado en crisis, sus interpretaciones siguen teniendo vigencia en las universidades argentinas.

3Historia Social reprodujo en su número 10, de 1991, el trabajo mencionado en la nota 1, le dedicó el número 25 completo (1996) y en el número 41 (2001) le publicó un artículo sobre la producción de tradiciones en Europa.

4Años interesantes. Una vida en el siglo XX, Barcelona, Crítica, 2003; “A Historical Retrospect”, http://www.balsan.org.

5Eric Hobsbawm, Cómo cambiar el mundo. Marx y el marxismo, Barcelona, Crítica, 2011.

6Manifiesto para la renovación de la historia, en htttp://www.lemondediplomatique.cl

7Hobsbawm se mantuvo activo y vital hasta sus últimos días, en los que estaba escribiendo una biografía sobre su colega Tony Judt, quien había fallecido prematuramente en 2010. Alcanzó a escribir un obituario a la muerte de Judt que era una verdadera reflexión sobre la obra de aquel. Véase su artículo “After Cold War. Eric Hobsbawm remembers Tony Judt”, en London Review of Books, 34: 8 (26 abr. 2012).

8Gilbert M. Joseph, “On the Trail of Latin American Bandits: A Reexamination of Peasant Resistance”, en Latin American Research Review, 25 (1990), pp. 7-53.

9Tony Judt, “The Last Romantic”, en The New York Review of Books, 50: 18 (20 nov. 2003) y Reappraisals. Reflections on the Forgotten Twentitth Century, Londres, Penguin Books, 2008.

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