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Historia mexicana

versión On-line ISSN 2448-6531versión impresa ISSN 0185-0172

Hist. mex. vol.67 no.4 Ciudad de México abr./jun. 2018

https://doi.org/10.24201/hm.v67i4.3580 

Reseñas

Sobre Carlos Illades, Conflict, Domination, and Violence. Episodes in Mexican Social History

Alejandro Estrella1 

1Universidad Autónoma Metropolitana-Cuajimalpa

Illades, Carlos. Conflict, Domination, and Violence. Episodes in Mexican Social History. Nueva York: Oxford, Berghahn Books, 2017. 196p. ISBN: 978-178-533-530-3.


El libro más reciente de Carlos Illades -publicado en castellano en 2015 y ahora en edición inglesa- recopila un conjunto de ensayos sobre diversos movimientos sociales que han tenido lugar en México a lo largo de los últimos 200 años. En cierto sentido, se trata de un libro que representa de manera fiel la propia trayectoria del autor. Los temas que Illades ha trabajado transitan por sendas tales como la historia del trabajo en el México contemporáneo, el socialismo utópico, la historia de la izquierda mexicana, la violencia y la represión -con especial interés en el dramático episodio que se abre con la guerra de Calderón-, y una reflexión en general, de tipo teórico y epistémico, sobre la acción colectiva. Sobre cada uno de estos tópicos Carlos Illades ha publicado monografías y artículos especializados, de forma que este libro puede comprenderse no sólo como un recorrido histórico por la acción colectiva del México contemporáneo sino como otro por la trayectoria intelectual de su autor.

A lo largo de las páginas de este volumen, el autor realiza una selección significativa de diferentes movimientos sociales que se extienden desde el siglo XIX hasta los años más recientes de la historia de México. La visión de larga duración desde la que se realiza este recorrido integra los diferentes episodios y los dota de una coherencia que invita al lector a realizarse algunas preguntas que difícilmente podrían enunciarse si los episodios seleccionados pertenecieran al mismo periodo o coyuntura histórica. Por otro lado, creo que el estudio de cada uno de estos episodios no sólo propone una interpretación de los hechos y de la problemática histórica que implica en cada caso, sino que cada uno de ellos, al menos en la forma en la que los presenta el autor, permiten observar de forma privilegiada una dimensión específica, una faceta particular sobre la problemática de los movimientos sociales.

Debo comenzar señalando, no obstante, que los siete episodios por los que transita el libro, vienen precedidos de una discusión teórica y una suerte de estado de la cuestión sobre el problema de los movimientos sociales. Creo que uno de los logros de este apartado, podríamos decir introductorio, es el esfuerzo que realiza el autor por aproximar los logros de la historia social, y especialmente los de la historia marxista británica, con los de la sociología histórica. A lo largo del relato el lector puede apreciar cómo este vigente está presente en la presentación de los diferentes episodios que se dan cita en el libro.

El primer episodio -segundo capítulo- trata de la acción colectiva del artesanado mexicano del siglo XIX. En el recorrido que Illades realiza por las diferentes organizaciones de artesanos hay, a mi juicio, dos grandes temáticas que llaman la atención. Por un lado, en tanto que estas organizaciones surgen a partir de la disolución de los gremios y cofradías del antiguo régimen y como una respuesta a la pérdida del control y el monopolio que ejercían sobre el trabajo manual, constituyen un movimiento orientado no por nuevas reivindicaciones sino por la defensa de una condición perdida. Este punto es de extrema importancia pues nos recuerda cómo la mayoría de los movimientos sociales surgen en realidad como un reclamo por el cumplimiento del pacto que los une a los gobernantes. Se trata de una experiencia histórica que se está viviendo en distintos puntos de la geografía planetaria, una respuesta desde abajo a las revoluciones que se han llevado a cabo desde arriba, y donde la aplicación de las políticas neoliberales y las consiguientes resistencias constituyen el ejemplo paradigmático. Frente a estas revoluciones conservadores, los movimientos sociales reivindican una restitución del pacto social, de las relaciones que articulaban con más o menos consenso la hegemonía de los dominantes. Este modelo de protesta fue estudiado con gran brillantez por E. P. Thompson en su memorable artículo “La economía moral de la multitud”. La pregunta de Thompson sobre si ésta es en realidad la norma histórica, y no los movimientos sociales y políticos rupturistas -que ya no reclaman una restitución del pacto sino la elaboración de uno nuevo-, debe tomarse en serio, en especial por los movimientos maximalistas que tienden a interpretar la acción colectiva desde posiciones puristas, donde el juicio bascula entre la épica de la ruptura y la condena de la falsa conciencia.

Un segundo tema que a mi juicio gravita en este segundo episodio remite a la dimensión ritual de la acción colectiva. A lo largo del relato, Illades hace especial hincapié en cómo las nuevas formas de acción del artesanado y del joven proletariado vienen de la mano de un espacio de sociabilidad alternativo -como las sociedades mutualistas y de auxilio mutuo, o en un orden distinto, pero igualmente relevante, la celebración de festividades asociadas al calendario religioso. Si bien la historia social y la historia política han ido abriéndose paulatinamente para incorporar herramientas de la antropología y de la historia cultural, a veces -quizá por la proximidad y nuestra implicación en la urgencia del presente- estos enfoques adquieren una relevancia muy secundaria frente a la atención que se presta al discurrir institucional y la acción política de organizaciones y movimientos. Sirva este episodio y la forma en que lo presenta el autor para incorporar en nuestra aproximación a la acción colectiva del presente un enfoque microsociológico y cultural, una etnografía de los encuentros rituales donde se tejen de manera cotidiana la comunidad y sus formas de organización.

El segundo episodio en el que se detiene Carlos Illades es la rebelión de los Pueblos Unidos, donde se trata el problema agrario secular de México y las revueltas que han tenido lugar en este contexto. A mi juicio, el asunto más importante en este capítulo es la influencia de La Social en el movimiento agrario de los Pueblos Unidos de 1879, lo que nos invita a reflexionar sobre la relación entre ideología política y movimientos sociales. La Social fue una organización socialista creada en 1871 por el griego Plotino C. Rhodakanaty y que paulatinamente fue ejerciendo influencia en los movimientos laborales. Según Illades, contribuyó a formular sus demandas y dotar de un sentido ideológico a la experiencia de las comunidades agrarias, en especial a articular significativamente la vivencia de la destrucción de la propiedad comunal a causa de la extensión de la propiedad agraria capitalista. Y todo esto generó un tipo específico de activismo social en el que convergían socialismo y agrarismo y que se mostraría durante la Revolución como un agente de primer orden.

Creo que este episodio pone sobre la mesa, como he señalado, el problema de la relación entre movimiento social e ideología política. La politización de los movimientos sociales -en el sentido de una irrupción en el escenario específico de la arena política, con todo lo que ello conlleva- es un problema que tarde o temprano éstos suelen encarar, a veces con profundas divisiones internas y sin que exista una receta previa para resolver esta cuestión. Volveré más adelante sobre este punto. No obstante, en el caso de los Pueblos Unidos, el maridaje con La Social arroja para Illades -pese a la represión de que fue objeto- un saldo positivo. Enlazando con la temática del episodio anterior y el problema de la hegemonía, quizá fue este vínculo con una ideología como el socialismo lo que permitió al agrarismo dar el salto para elaborar reivindicaciones que abogaban, no ya por restituir el pacto social sino por crear uno nuevo sobre bases también nuevas. Quizá la ideología no siempre cumpla esta función en su relación con los movimientos sociales, pero el caso que estudia Illades en este episodio tiene el mérito de poner sobre la mesa la cuestión de en qué condiciones sí puede generar expectativas y un lenguaje rupturista.

El cuarto capítulo -tercer episodio- está dedicado al caso de la violencia xenófoba hacia los españoles durante el periodo revolucionario. Esta particular mezcla entre la cuestión étnica y social pone sobre la mesa la falta de “purismo” en los movimientos sociales, entendido el “purismo” desde un marco lógico-ideológico. En la práctica, el movimiento social puede reivindicar elementos que desde el punto de vista de las oposiciones políticas al uso puede parecer contradictorio; en este caso, el progreso social y el racismo. Si bien es cierto que lo español se identificaba en el contexto en cuestión con la posición dominante del porfiriato, es decir, con el enemigo extranjero de la Revolución, el caso invita a reflexionar sobre este descabalgamiento entre la pureza de las oposiciones lógicas y las reivindicaciones concretas de los movimientos. Un ejemplo actual, quizá más sutil que el de la xenofobia, es el de un apoliticismo que a la par que denuncia el secuestro de las instituciones públicas por poderes políticos espurios, exige la eliminación de salarios públicos, olvidando que esta se trata de una reivindicación de eminente carácter aristocrático, pues de llevarse a cabo sólo permitiría la participación en la política de quienes pudieran sostenerse económicamente durante el desempeño del cargo.

Un segundo tema que puede rastrearse a lo largo de este episodio es cómo todo movimiento social -en tanto que realidad identitaria- se construye en oposición a un “otro”. Un “otro” que tendrá tantas más posibilidades de producir efectos identitarios si se adecua a las condiciones objetivas, como era el caso español, cuyos intereses en el México prerrevolucionario los situaría en el bando porfirista. Este sustrato objetivo no siempre tiene que responder de manera directa a la construcción simbólica subjetiva. En todo caso, el movimiento social siempre supone un ejercicio político y simbólico de construcción de un nosotros que implica también la articulación de un otro, tan necesario para la conformación del movimiento como el polo identitario.

El capítulo 5 constituye una auténtica introducción a los movimientos sociales recientes en México. El autor hace un repaso de aquellos movimientos que emergieron a partir de lo que se ha conocido como la “transición democrática”. La tesis principal que defiende el autor es que la alternancia política del año 2000 desarrolló la competencia política, pero continuó manteniendo unos canales de comunicación muy pobres con la movilización social, de forma que la relación entre gobernantes y gobernados no se alteró en lo esencial. Una segunda tesis nos sitúa al otro lado de la ecuación. Para Illades, los movimientos sociales de este periodo no han logrado generar formas políticas capaces de integrarse en la arena pública, no sólo por la relación anteriormente descrita del poder político hacia la movilización social sino por el rechazo que en general genera “la política” entre los propios movimientos sociales, que asocian este espacio al conflicto partidista y al calendario electoral. En todo caso, uno de los logros que el autor reconoce a los movimientos sociales que trata en el capítulo es haber logrado un cierto consenso sobre derechos humanos y sobre transparencia y pluralidad en los medios. Como he señalado, creo que este capítulo puede leerse en clave de una introducción a los siguientes episodios.

El quinto episodio lleva por título “El círculo de la violencia”. Aquí se aborda el problema estructural de la violencia en México, privilegiando el caso paradigmático de Guerrero. El autor parte cuestionando el principio de Tilly según el cual los movimientos sociales durante el siglo XX retrocedieron en los lugares donde no existían regímenes democráticos. Al menos para México, durante la segunda mitad del siglo pasado no fue así. Lo cierto es que el caso mexicano se caracterizó por una agudización de los movimientos, pero también por una secuencia específica donde la violencia del Estado desempeñó un papel clave. La tesis de Illades es que este ciclo de violencia se iniciaba en los periodos de ascenso de los movimientos sociales (rurales o urbanos) ante los cuales el Estado autoritario -con su base local de cacicazgos- respondía, bien con la cooptación de líderes en redes clientelares, bien con la represión. A continuación, el movimiento adquiriría una organización permanente y alguna forma de autodefensa, que en algunos casos acaba derivando en guerrilla. Llegados a este punto, la represión crecía en fuerza e intensidad.

Creo que en el caso de Guerrero se aprecian tres temas fundamentales de carácter general. Primero, la más que posible deriva violenta del movimiento social, cuando la intensificación de la explotación económica viene acompañada de una expulsión de facto de la comunidad política. Es decir, cuando las demandas sociales básicas encuentran cerradas las mínimas vías de expresión democrática. El segundo tema es cómo este ciclo de violencia acaba enlazándose con otras formas de violencia. En el caso de Guerrero, sobre la sucesión histórica de focos guerrilleros y represión estatal, se superpone la violencia criminal desatada a raíz de la guerra contra el narco de Calderón y el movimiento de las autodefensas, que el autor enlaza con la tradición guerrillera. El tercer tema a destacar es cómo el factor local desempeña un papel clave: no hay una traducción mecánica de la actividad del Estado central sobre el territorio. El papel de los cacicazgos locales y las redes clientelares refractan la acción del Estado y adquieren una lógica propia que dota de una intensidad específica a la violencia desplegada.

El capítulo sexto continúa discutiendo sobre el problema de la violencia, pero ahora centrado en movimientos sociales de mayor actualidad, como es el caso del neoanarquismo y sus distintas manifestaciones. El autor lleva a cabo un estudio muy detallado y documentado sobre el caso mexicano. Hay dos aspectos aquí que pueden resultar interesantes. Primero, una comparación con el anarquismo y el socialismo utópico del siglo XIX. Porque efectivamente, lo que los distingue es que el neoanarquismo carece de un horizonte utópico, de una creencia en la posibilidad de un futuro. Como señala el autor, lo que caracteriza la acción neoanarquista es el nihilismo de la acción, donde ésta no está movida por objetivos ulteriores y se agota en sí misma. El segundo aspecto que resulta interesante es la importancia que da el autor a este tipo de expresión: lejos de considerarla un atavismo, la sitúa en el contexto de fragmentación, posterior a la desarticulación del movimiento obrero como movimiento social de referencia en un marco general caracterizado por la globalización, la crisis civilizatoria y, en el caso mexicano, de agudización de la violencia.

El séptimo episodio lleva por título “El otoño del descontento”: ahí el autor aborda la intensificación de los movimientos sociales más recientes en suelo mexicano: el movimiento magisterial, las autodefensas, el 132, y el movimiento por las víctimas, con especial atención en Ayotzinapa. El marco general en el que se sitúa esta secuencia está marcado por tres elementos. En primer, la constitución de un bloque hegemónico que aglutina al gran capital, a un grupo cada vez mayor de gobernantes y al crimen organizado. En segundo lugar, la perduración de las formas autoritarias en la relación entre gobernantes y gobernados. Y, en tercer lugar, la profunda deslegitimación de las instituciones y la clase política, lo que alimenta en todos estos movimientos cierto apoliticismo con el que Illades discute y se muestra crítico en cada una de sus manifestaciones.

En definitiva, el libro de Carlos Illades no sólo constituye un recorrido detallado sobre los movimientos sociales más significativos del México contemporáneo, sino que implica una reflexión de largo aliento sobre una serie de problemas teóricos y prácticos asociados a las diferentes formas de acción colectiva y, en especial, en su relación con el poder. Se trata de una invitación a pensar el México actual desde la perspectiva de una sociedad movilizada que, pese a todos sus límites y dificultades, persiste en sus reivindicaciones.

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