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Historia mexicana

versión On-line ISSN 2448-6531versión impresa ISSN 0185-0172

Hist. mex. vol.67 no.4 Ciudad de México abr./jun. 2018

https://doi.org/10.24201/hm.v67i4.3576 

Reseñas

Sobre Carlos Herrejón Peredo, Morelos

Juan Ortiz Escamilla1 

1Universidad Veracruzana

Herrejón Peredo, Carlos. Morelos. Zamora, Michoacán: El Colegio de Michoacán, 2015. 2 volúmenes, ISBN: 978-607-9470-25-8.


El Morelos de Carlos Herrejón es, sin lugar a duda, el estudio más acabado que se haya escrito sobre uno de los personajes más importantes de la historia patria mexicana. La obra cubre vacíos historiográficos importantes sobre el periodo y el generalísimo, de lo que se dará cuenta en esta exposición. Además de la erudición mostrada en su contenido, destaca su espléndida edición y la iconografía que acompaña al texto. Se trata de una obra biográfica, de amena lectura, no mítica, en la que se explica, paso a paso, la vida del caudillo como ser histórico y humano, lleno de contradicciones de lo que se espera de un sacerdote y de un jefe militar. Como hombre de iglesia faltó a su juramento de castidad; se le acusó de lascivia al caer seducido por el deseo carnal y procrear tres hijos; no siempre enfrentó al enemigo como el líder bizarro que se esperaba, ya que en varias ocasiones abandonó a su tropa en el campo de batalla. También fue responsable del incendio de pueblos y de la ejecución de inocentes, igualmente reprobado por su iglesia y el derecho de gentes. A la par del personaje, Herrejón recrea una época en la que la Iglesia católica se presentaba como la educadora, la moldeadora de conciencias y la promotora de prestigio y ascenso social. En este universo de ideas se formó Morelos, templó su carácter y su personalidad.

No queda la menor duda de que en 1810 se inició la guerra civil que destruyó el orden colonial. Sin embargo, como lo señala Carlos Herrejón, los insurrectos no hicieron referencia a una guerra de liberación, como suele afirmarse, sino a una por la conquista de territorios, mientras que los realistas la calificaban de reconquista. El efecto era el mismo para las poblaciones enteras: destrucción, muerte, pérdida, hostigamiento, castigos, hambruna y enfermedades. En ambos casos, los contemporáneos hicieron referencia a la conquista española emprendida a partir de 1519. De hecho, al líder de la contrainsurgencia, Félix María Calleja, se le llamó el “segundo conquistador de la Nueva España”. Como se recordará, la dominación española en la antigua Anáhuac fue posible debido a la insurrección de muchos reinos mesoamericanos en contra del mexica. Se trató de una auténtica guerra civil encabezada por el conquistador Hernán Cortés, de cuyo resultado nació la llamada Nueva España. Trescientos años después, un fenómeno similar destruyó el orden colonial para dar lugar al México independiente. En este caso fue el cura Miguel Hidalgo el primero que movilizó a miles de pobladores en contra de las autoridades constituidas. La guerra civil destruyó el statu quo y fue la fuente de legitimación del nuevo orden. Si en el primer caso Cortés pudo hacer una alianza con los principales señores mesoamericanos hasta imponer su orden, podemos afirmar que los insurgentes acabaron con la dominación española, pero no lograron hacerse del poder ni convencer a la mayoría de los novohispanos de que su propuesta era la mejor opción para la gobernabilidad.

Herrejón explica con gran claridad la crisis que dio origen a los levantamientos armados y al problema principal que enfrentó la insurgencia o, mejor dicho, las insurgencias, para alcanzar la tan deseada independencia mexicana. Uno de ellos fue la ausencia de un liderazgo único para la conducción de las operaciones militares, el control de territorios, el acopio de víveres y el manejo de las finanzas; había muchas cabezas para la toma de decisiones, lo que generaba anarquía, y esta desorganización fue una de las principales causas que motivaron que la guerra se prolongase por varios años, así como la pérdida de credibilidad y legitimidad de su movimiento. Cada jefe insurgente atacaba posiciones enemigas sin una adecuada planeación, cobraba las contribuciones que quería y hacía uso discrecional de los recursos disponibles. Este hecho también impactó de manera directa los planes militares ya que, como ellos mismos obtenían los recursos del expolio a las comunidades del territorio que controlaban, no sentían la necesidad de obedecer ni de reconocer a una autoridad superior.

Las insurgencias novohispanas tenían una complicada forma de gobernar y de hacer la guerra. Para empezar, el mando civil estaba separado del militar; su gobierno estaba conformado por una junta de cinco vocales, aunque el quinto nunca se nombró; cada uno radicaba en un territorio distinto, con su propia sede de gobierno, y cada una con suficiente autonomía financiera, militar y política. Las órdenes que se giraban, lejos de resolver los problemas existentes, los multiplicaban, porque no había una coordinación precisa acerca de qué se debía hacer para ganar la guerra. Tampoco hubo una clara delimitación territorial bajo su control. Lo más grave del asunto fue que, por los conflictos internos, los líderes se olvidaron de los objetivos de su movimiento y terminaron enfrentados entre sí.

La ausencia de un liderazgo fuerte insurgente también nos remite a una falta de claridad en cuanto a los objetivos, formas de gobierno y proyecto político. Herrejón centra su atención en los dos más importantes: Morelos y Rayón. El primero era más radical en sus principios que el segundo al proponer la república como forma de gobierno, mientras que el segundo se inclinaba por la monarquía. No menos importante era su idea de hacer la guerra. Morelos por todos los medios buscaba reunir a los grupos armados en un solo ejército y con un solo liderazgo, mientras que Rayón proponía todo lo contrario; él insistía en mantener el sistema de guerra de guerrillas. Para Morelos esto era inaceptable porque ello significaba que se estaba en desventaja frente al enemigo, lo que quería evitar a toda costa. Estas formas de enfrentar al enemigo fueron otras de las causas que generaron mayor dispersión del mando. El general Morelos no consiguió crear una estructura jerarquizada del poder, pues la “experiencia de los vocales separados en la extinta Junta era prueba del fracaso por la falta de unidad de mando, que no había quedado definida, pues, aunque en los Elementos de Rayón estaba previsto el cargo de generalísimo, Rayón, a pesar de ser el presidente, nunca lo obtuvo”.

Las diferencias entre los líderes hicieron que Rayón pospusiera, lo más que pudo, la designación del quinto vocal de la Junta, que en esencia debía recaer en Morelos. Para allanar el conflicto entre los miembros de la Junta, que ya había perdido su razón de ser, Morelos tomó la decisión de convocar a un congreso que la sustituyera y de esta manera restarle poder a Rayón. El resultado de esta maniobra fue el desmantelamiento de la precaria organización político administrativa insurgente, con la pérdida de los territorios conquistados desde el momento en que los líderes abandonaron sus comandancias militares para incorporarse como diputados al Congreso Constituyente. El resultado fue contraproducente, pues ahora había tres poderes, los que no lograron un consenso ni ponerse de acuerdo en casi nada: un congreso al que el generalísimo definió como la “dictadura corporativa”, Morelos y Rayón. El primero invalidó al segundo como “autoridad ejecutiva” y se adjudicó facultades para las que no estaba preparado, como la conducción de la guerra.

Una de las más desafortunadas decisiones del Congreso fue el incendio del pueblo de Acapulco y la destrucción del fuerte de San Diego, que había costado grandes esfuerzos y varios intentos para apoderarse de él. El argumento fue el alto costo de su manutención, los hombres acuartelados para su sostenimiento, y “para quitarle a los gachupines el importante refugio”. Como sabemos, las fortificaciones se destruyen conforme se va perdiendo la guerra, no antes. Lo mismo pasó con Oaxaca, ganada por Morelos, al que sus habitantes reconocían como su líder. En lugar de ratificarlo en la jefatura de la provincia, el Congreso nombró a Rayón y los jefes locales se negaron a obedecer sus órdenes; también se perdió toda la provincia. Tiempo después, Rayón se vengó de la afrenta y negó su apoyo a Morelos en la campaña sobre Valladolid. Ante este panorama, la sociedad novohispana, aunque en principio apoyara la idea de un cambio de régimen político, se vio precisada a alinearse con el gobierno porque éste ofrecía mayores garantías de sobrevivencia.

La crisis en la insurgencia coincide con el ascenso al gobierno de Calleja y la llegada de más tropas expedicionarias, con oficiales experimentados en el arte de la guerra, distribuidas en las principales comandancias militares del virreinato y de acuerdo con los planes diseñados por una sola cabeza, la del virrey Calleja. De su escritorio salían los documentos, tanto para militares como para autoridades civiles y religiosas, en los que se planeaban las campañas militares y las acciones que debían emprenderse para mantener la paz en las poblaciones leales a su gobierno, o para conseguirla en las que estaban bajo el control insurgente. Con el fin de alcanzar dicho objetivo, además de los militares experimentados, el gobierno tuvo de su lado a las clases propietarias, comerciantes, mineros, hacendados y al alto clero, las que también le facilitaron los recursos que necesitaba, vía donativos, préstamos y contribuciones extraordinarias, para el financiamiento de las operaciones militares y de gobierno. Esto no quiere decir que la contrainsurgencia no tuviera sus momentos erráticos y de incertidumbre, pero fue precisamente durante el gobierno de Calleja cuando se crearon las estructuras militares político-administrativas que hicieron posible la gobernabilidad sobre todo en el ámbito local y regional en unos territorios devastados por la guerra.

Me hubiera gustado saber más de algunos temas, como la transformación del cura Morelos en militar que llegó a generalísimo. ¿Acaso fue durante su experiencia como arriero por la inhóspita tierra caliente del obispado de Michoacán cuando aprendió el arte de sobrevivir en una situación de peligro? Sabemos que durante la lucha armada recibió las “Instrucciones militares de Guillermo de Prusia”, pero eso fue ya iniciada la guerra. Tampoco destaca la figura de Mariano Matamoros, cuya presencia es más bien marginal. Me llama la atención la forma en que se minimizan las bajas insurgentes y el breve espacio dedicado tanto a las relaciones amorosas como a los hijos del generalísimo.

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