SciELO - Scientific Electronic Library Online

 
vol.67 número3Rogelio Hernández Rodríguez, Adolfo López Mateos. Una vida dedicada a la políticaSandra Kuntz Ficker, Historia mínima de la expansión ferroviaria en América Latina índice de autoresíndice de materiabúsqueda de artículos
Home Pagelista alfabética de revistas  

Servicios Personalizados

Revista

Articulo

Indicadores

Links relacionados

  • No hay artículos similaresSimilares en SciELO

Compartir


Historia mexicana

versión On-line ISSN 2448-6531versión impresa ISSN 0185-0172

Hist. mex. vol.67 no.3 Ciudad de México ene./mar. 2018

https://doi.org/10.24201/hm.v67i3.3545 

Reseñas

Randal Sheppard, A Persistent Revolution. History, Nationalism, and Politics in Mexico since 1968

Rogelio Hernández Rodríguez* 

* El Colegio de México

Sheppard, Randal. A Persistent Revolution. History, Nationalism, and Politics in Mexico since 1968. ,, Albuquerque: University of New Mexico Press, 2016. 374p. ISBN: 978-082-635-682-6.


La Universidad de Nuevo México publicó recientemente un libro de Randal Sheppard cuyo título es, sin duda, una invitación a la lectura: A Persistent Revolution. History, Nationalism, and Politics in Mexico since 1968. El libro es un extenso ensayo en el que el autor estudia el nacionalismo revolucionario, en especial el uso de héroes y ceremonias cívicas, conmemorativas de natalicios y hechos históricos, para legitimar, explicar y justificar acciones gubernamentales, y a partir de los años setenta, pero sobre todo durante los ochenta del siglo pasado, su disputa por la oposición al PRI. Aunque el libro desde el subtítulo, y con más claridad en la introducción, busca dar cuenta del efecto histórico del movimiento estudiantil de 1968, sobre todo su trágico final, el intento se diluye para centrarse en la utilización de lo que llama “mitología” como sinónimo de la “historia y el nacionalismo mexicano” (p. 4), reconstruido y utilizado por el régimen posrevolucionario para obtener apoyo a sus decisiones y acciones.

Como es sabido y el autor lo recuerda, el sistema pudo hacerlo casi sin contratiempos hasta que la tecnocracia se hizo del poder a partir de 1982 y puso en práctica un nuevo modelo económico basado en las restricciones al gasto público y la reducción al mínimo del papel del Estado en la sociedad, precisamente el centro de la acción social heredada de la Revolución y que sustentaba al régimen, por aquel entonces, priista. Como lo expone Sheppard en el segundo capítulo, quizá el mejor logrado de todo el libro, la tecnocracia no pudo adecuar el viejo discurso ideológico a una política económica que, a todas luces, dañaba el bienestar social. Más allá de los enfrentamientos electorales con el panismo, que sí le dieron la oportunidad de apelar a la historia para atacar a la derecha, la tecnocracia no logró alinear el nacionalismo revolucionario con su proyecto. Y ahí aparecen algunos momentos lamentables de esa tecnocracia, como el discurso de Carlos Salinas de Gortari, por entonces secretario de Programación y Presupuesto, en la conmemoración de la Revolución, el 20 de noviembre de 1983, en el que habla de austeridad “revolucionaria”, que se proponía beneficiar a la sociedad con recortes presupuestales, y la “reaccionaria”, preocupada simplemente por el interés particular (p. 89).

El abandono del nacionalismo revolucionario por la tecnocracia dejó disponibles a los héroes y los acontecimientos históricos. Y como era de esperar, fue la izquierda la que mejor los incorporó, en buena medida porque en esos años el desprendimiento de la Corriente Democrática en el PRI se llevó consigo esa ideología. Hidalgo, Juárez, Madero, Zapata, Villa, Lázaro Cárdenas, el petróleo, la tierra, la Independencia, la Revolución, que formaron el centro del discurso priista, pasaron íntegramente a la izquierda unificada en el PRD y dirigida por priistas descontentos con De la Madrid y Salinas, encabezados nada menos que por el hijo del mítico general michoacano. Pero no fueron los únicos. Zapata, de manera destacada, Lázaro Cárdenas y el movimiento de 1968, han sido, como lo dice Sheppard, banderas permanentes de cualquier movimiento social que proteste contra el gobierno, ya sea del PRI o, más recientemente, del PAN. No hay movimiento, sea por la tierra, los indígenas, la educación, los salarios, la igualdad de género, etc., que no invoque a Zapata y al movimiento de 1968.

En este reparto de héroes el PAN mostraría sus fobias y limitadas simpatías con la historia nacional, porque consistentemente sólo ha rescatado a Madero, ejemplo de la demanda democrática centrada en las elecciones, pero no en la obra social y económica de la Revolución. Para el pan nada ni nadie más son rescatables del movimiento de 1910, y menos aún el reparto agrario y Lázaro Cárdenas. Pero si el pan no incorporó a ningún otro héroe, su ascenso electoral sí le sirvió para mostrar sus profundas fobias: Benito Juárez, en primer lugar, por convicción, como lo muestra el autor, pero también porque sus principales aliados han sido el clero y los empresarios, para quienes Juárez y la Reforma han representado siempre una afrenta. Y ya en busca de nuevos símbolos, el pan ha añadido a Agustín de Iturbide, Lucas Alamán, Porfirio Díaz y la Virgen de Guadalupe, único símbolo de la independencia que tiene sentido para la derecha. Más cercanos al partido, Gómez Morín y Clouthier, a quien incluso le han dedicado un monumento. Sheppard, sin embargo, desperdicia la oportunidad para discutir la congruencia de los héroes panistas y el lugar que ocupan en la conciencia nacional. Prioritariamente ve a la “mitología” como instrumento legitimador del régimen, no advierte que ese nacionalismo revolucionario tiene un sustento histórico que la población ha interiorizado y que muestra un profundo compromiso social. Por ello, Porfirio Díaz e Iturbide no han podido convertirse en banderas populares y menos se ha aceptado su rencor antijuarista.

El libro habría ganado mucho si el autor hubiera tenido más control metodológico, en especial en la exposición. De hecho, más que una investigación académica, con evidencia empírica, es un largo ensayo que se sustenta en más de un centenar de libros y artículos, así como en referencias a la prensa diaria y semanarios (en los que destacan La Jornada y Proceso, no precisamente caracterizados por su objetividad), que complementa con revistas de divulgación, donde destaca Nexos.

El lector tiene la impresión de que se trata de una tesis de doctorado convertida en libro en la que, como en casi todas, el autor se esfuerza por demostrar que conoce el tema y los múltiples acontecimientos que enmarcan su objetivo. El libro está integrado por seis capítulos que cuentan, además, con una introducción cada uno, en las que el autor se ocupa en general de algún hecho histórico: el 68, la nacionalización bancaria, las elecciones de 1985 en Chihuahua, las presidenciales de 1988, el EZLN y las conmemoraciones de 1810 y 1910 que le corresponderían, paradójicamente, a Felipe Calderón y al PAN. Pero además de que son hechos muy conocidos y con investigaciones particulares, muchas de ellas relevantes, el autor se ve tentado a ocuparse en cada capítulo de demasiados acontecimientos. El primer capítulo, por ejemplo, repasa la independencia, Hidalgo, la Reforma, Juárez, el Imperio de Maximiliano, el porfiriato, la Revolución, para terminar con el gobierno de Calles, todo para mostrar que el nacionalismo revolucionario tiene sustento histórico.

Y esta tendencia a reconstruir la historia nacional se repite en el resto de apartados. El tercer capítulo lo dedica a exponer el avance electoral y político de la oposición al PRI, y lo mismo recuerda la competencia del pan que sus conflictos internos, la izquierda, el PMT de Heberto Castillo, los movimientos urbanos, Superbarrio (al que considera un héroe popular), la Corriente Democrática del PRI, las elecciones de 1988 y los discursos de Clouthier y Cuauhtémoc Cárdenas que, en rigor, muestran el verdadero objetivo del libro: la disputa y confrontación del discurso ideológico e histórico de la izquierda y la derecha en México. En el cuarto capítulo va del Pronasol a La Quina, el TLC, los libros de texto, el conflicto de Nexos con Vuelta, y de paso la discusión ideológica que supuso revisar los libros para reinterpretar algunos pasajes históricos.

En el quinto capítulo, que busca exponer cómo y por qué el EZLN hizo suyos a Zapata y buena parte de la historia nacional, el autor lo adereza con la política indigenista, la agraria, la explotación indígena en Chiapas, las fuentes marxistas, maoístas y de una parte del clero en la guerrilla chiapaneca. Y, por último, en el sexto capítulo, incorpora a Ernesto Zedillo, Vicente Fox y la transición de 2000, el desafuero de Andrés Manuel López Obrador, el cuestionado triunfo de Felipe Calderón, su equívoca política contra el narcotráfico, la elección de Enrique Peña Nieto en 2012 y, por si fuera poco, Ayotzinapa y la división del PRD. Largo y poco útil recuento para preguntarse si hay una nueva revolución.

La falta de control en la exposición hace que temas centrales se pierdan en la variedad de acontecimientos y que el lugar del análisis lo ocupe la crónica. Ya ocurrió en la discusión de las elecciones de 1988, donde Clouthier invocaba a la Virgen de Guadalupe y Cárdenas a la Revolución, con el intento nunca explícito de Carlos Salinas por reinterpretar la historia mexicana con intelectuales afines; y en este último apartado, Sheppard menciona apenas una disputa esencial que tiene a Juárez como centro de atención: mientras el pan, y Fox en particular, expresaron su rencor antijuarista (que llevaría al presidente a descolgar el cuadro de Juárez para colocar en su lugar el de Madero), López Obrador hizo suyo al oaxaqueño como símbolo histórico, ético y nacionalista, a grado tal que lo ha adoptado como bandera de su movimiento y nuevo partido. Juárez ha servido para identificar posiciones ideológicas, pero también para valorar la historia nacional para el PAN y la izquierda de López Obrador.

No había necesidad de abordar tantos temas ni de reconstruir la historia nacional. Muchos pasajes son poco útiles para el lector especializado y los centrales para el autor con frecuencia se pierden en los detalles. Queda la impresión de que el libro está destinado a un público distinto, un público que necesita información inmediata y tal vez una reconstrucción de múltiples hechos de la política mexicana en 300 páginas.

Creative Commons License Este es un artículo publicado en acceso abierto bajo una licencia Creative Commons