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Historia mexicana

versión On-line ISSN 2448-6531versión impresa ISSN 0185-0172

Hist. mex. vol.67 no.1 Ciudad de México jul./sep. 2017

https://doi.org/10.24201/hm.v67i1.3456 

Reseñas

Hilda Iparraguirre, Massimo De Giuseppe y Ana María González Luna (eds.), Otras miradas de las revoluciones mexicanas (1810-1910)

Saydi Núñez Cetina* 

*Escuela Nacional de Antropología e Historia

Iparraguirre, Hilda; De Giuseppe, Massimo; González Luna, Ana María. Otras miradas de las revoluciones mexicanas (1810-1910). México: Instituto Nacional de Antropología e Historia, Escuela Nacional de Antropología e Historia, Juan Pablos Editor, 2015. 426p. ISBN: 978-607-484-650-8.


La conmemoración del bicentenario de la revolución de independencia y centenario de la revolución mexicana produjo cientos de obras históricas tanto en México como en otras latitudes que, desde diversas tendencias, han contribuido a enriquecer la historiografía sobre los dos procesos fundantes de la nación mexicana. El resultado de dicha producción se ha reflejado en una gran variedad de estudios que analizan la reconfiguración de esos acontecimientos en una larga duración; proponen nuevos enfoques políticos, económicos o culturales y acuden a diversas fuentes documentales, en ocasiones inéditas, para visibilizar otros actores sociales en la escena nacional.

El libro Otras miradas sobre las Revoluciones mexicanas (1810- 1910), editado por Hilda Iparraguirre, Massimo De Giussepe y Ana María González Luna, se sugiere como un aporte a esa historiografía y es el resultado de un encuentro entre historiadores mexicanistas que en el marco de los festejos conmemorativos tuvo lugar en la ciudad de Milán en 2010. En dicha reunión, especialistas de origen mexicano, argentino, italiano, británico y español se propusieron repensar la Independencia y la Revolución para intentar la construcción de nuevos caminos de debate, de diálogo y reconsideración de los problemas y métodos de investigación, de las fuentes documentales y la periodización de tales procesos en los estudios históricos.

Desde esa perspectiva, el libro publicado a finales de 2015 intenta rescatar miradas poco contempladas, negadas u olvidadas por la historia “científica”, y más que realizar un ejercicio revisionista o posrevisionista, le apostó a un diálogo sobre la construcción nacional desde distintas posturas teóricas y tendencias historiográficas que incluyeron a la nueva historia política, la historia social y la historia cultural. De tal forma que, a lo largo de las más de 400 páginas, el texto se propone el desafío de hilvanar acontecimientos enmarcados entre pasado y presente, entre lo global y lo local, y entre historia y literatura, para explicar las transformaciones del México moderno.

Desde ese ángulo y en un complejo intento por articular la independencia y la revolución mexicana como procesos, el libro colectivo mantiene una estructura cronológica y comparativa dividida en tres partes: la primera, titulada “1810…”, nos ofrece cuatro reflexiones políticas y socioculturales en torno al proceso de independencia y construcción de la nación a lo largo del siglo XIX; la segunda, denominada “1910…”, presenta las investigaciones de siete autores sobre el conflicto que inició en ese año, sus negociaciones, las relaciones diplomáticas con la Iglesia y las memorias de la Revolución en el temprano siglo xx. La última parte, “Miradas literarias: 1810-1910…”, establece un puente entre historia y literatura basado en el examen de cinco autores que analizan las narrativas de diversas obras literarias contextualizadas en esos dos periodos, para abordar dos procesos y variados actores entre la realidad y la ficción, la memoria individual y la colectiva, entre el pasado y el presente.

Todo esto se advierte desde la primera parte, que comienza con el ensayo de María Matilde Benzoni y quien, con una mirada atlántica y global, examina el proceso de independencia de México como un fenómeno policéntrico y polifónico que se explica en un contexto amplio de crisis del mundo atlántico. Fenómeno que también es objeto de estudio por parte de Tomás Pérez Vejo, quien afirma que las independencias de la América española deben ser entendidas más allá de la emancipación nacional (pp. 67-68). Según este historiador de origen español, las revoluciones de finales del siglo XVIII y comienzos del XIX generaron el desmembramiento por implosión de sistemas imperiales fracasados, en este caso el de la Monarquía Católica. La disgregación territorial, la división de estados nación independientes se produce no por voluntad de independencia de “naciones” preexistentes, sino por ausencia de herederos legítimos de la anterior soberanía política. El proceso que conllevó dos fases y más de medio siglo, tanto en España como en México, implicó un conflicto identitario virulento que se prolongó durante varias décadas hacia la construcción de la nación, una forma de legitimación del poder basado en el modelo liberal.

En México, este proceso de construcción de la Nación, complejo, cambiante, contradictorio y signado por las disputas entre diferentes proyectos —de criollos y peninsulares, Estado liberal e Iglesia, o los de políticas seculares y desamortizadoras—, también afectó de manera significativa la vida cotidiana, las actitudes, las prácticas religiosas y la visión de la historia patria que forjaron las élites gobernantes a lo largo del siglo XIX. En efecto, tal como lo argumenta Hilda Iparraguirre en su artículo, las irrupciones de la modernidad liberal y la búsqueda de una identidad también acentuaron las manifestaciones de la religiosidad popular y en ocasiones, para muchos de los nuevos ciudadanos, ésta se constituyó en expresión de resistencia al nuevo orden establecido. Así, las relaciones sociales, las angustias económicas, las enfermedades, las injusticias sufridas y la actitud ante la modernidad, hostiles a las tradiciones y costumbres de las comunidades tradicionales, se plasmaron, por ejemplo, por medio de los exvotos, que eran pequeñas láminas rectangulares pintadas con escenas cotidianas que representaban la fe estética y devocional para solicitar un favor a la providencia en momentos de aflicción e incertidumbre (pp. 17-113).

En ese contexto de resistencias y escepticismo ante lo moderno y frente a la búsqueda de identidad, las élites por su parte también construyeron un imaginario del mundo y de la política sustentado en el vigor de una herencia católica de prácticas, valores políticos y culturales asociados a creencias y lealtades. Así, tanto las fiestas cívicas como la elaboración de una historia general del país y la formalización de un proyecto de instrucción pública, según lo plantea en su ensayo Graciela Fabián, sirvieron a los propósitos de difundir una versión de la historia patria a lo largo del siglo XIX, versión que, en el ocaso de esa centuria, permitiría imaginar una nación basada en la consigna de orden y progreso.

No obstante, ese anhelo de construcción nacional que fue tomando forma durante más de un siglo no culminó allí, pues las dinámicas políticas y sociales de un gobierno excluyente y autoritario mostraron las contradicciones de un proceso que tendría como desenlace un conflicto armado que duró alrededor de una década y que, como señala Alan Knight, presenta una anatomía política de variados componentes. Justamente con ese análisis, el historiador británico inaugura el segundo bloque de este texto, “1910…”, en el que propone el estudio de la revolución mexicana desde una perspectiva comparada con otros procesos políticos mundiales. Además, sugiere examinarla en una larga duración cuyo punto de arranque sea la independencia, pasando por las reformas liberales, el periodo porfiriano, luego el maderismo, el constitucionalismo y finalmente, el cardenismo como último de los engranajes de ese proceso que explica la construcción nacional en buena parte de México en el siglo XX (pp. 151-160).

En ese marco de estudio que por momentos resulta complejo de articular en este texto, se pueden identificar hilos de una madeja que se enredaron o no se desanudaron y que constatan las contradicciones del proyecto de nación. Por ejemplo, aspectos como las instituciones políticas, económicas y sociales o las relaciones con el Vaticano que quedaron “contenidas” en los últimos lustros del siglo XIX se expresaron en un dificultoso equilibrio entre los poderes temporal y espiritual, el cual, según el artículo de Ricardo Cannelli, redefinió las modalidades de las recíprocas relaciones y el respectivo espacio de intervención de la Iglesia católica en la sociedad mexicana (pp. 175-200). Relaciones de mucha tensión que según Massimo De Giuseppe y Laura O’Dogherty también se vieron expresadas en la postura del clero mexicano ante la Revolución y el exilio de algunos curas durante el conflicto, en especial la confrontación del episcopado con las propuestas del zapatismo y los “feligreses” afectados por los acontecimientos de la guerra civil en el sur del país. Todo ello parece vincular distintas propuestas de nación y las representaciones que muchos tuvieron tanto del conflicto como de sus consecuencias.

Prueba de ello son, además, los textos de Manuel Plana, Elvira Pruneda y Raquel Navarro, quienes recrean episodios de la revolución de 1910 a partir de documentos y fotografías tanto en Coahuila como en el Estado de México y la capital del país. Sus reflexiones no sólo muestran una parte de dicho proceso histórico a partir de sus figuras emblemáticas, sino que revelan la heterogeneidad de los escenarios y los múltiples matices del conflicto. Esas imágenes contrastantes en el campo y la ciudad representan no sólo el rostro de la Revolución sino de aquellos —hombres, mujeres y niños— que contribuyeron a forjar el imaginario nacional y paulatinamente, a fortalecer la nación mexicana en el México contemporáneo.

Tout court en esas dos secciones del libro, se aprecia un diálogo entre diferentes propuestas interpretativas y dialécticas expresadas en el uso de categorías como campo/ciudad, clases medias/masas proletarias y norte secular/sur católico; que transitan de lo general a lo particular, entre global y local y desde dimensiones culturales e institucionales que refieren los distintos proyectos y etapas de la construcción de la nación mexicana. Sin embargo, el intento de interpretar las revoluciones no culmina allí, pues es justo el tercer bloque de este libro, “Miradas literarias: 1810-1910”, el que complementa las interpretaciones de esos dos acontecimientos entre la realidad y la ficción. Se trata de las reflexiones de cinco autores que en el examen de relatos, novelas y pasajes históricos entrecruzan narrativas del pasado para darle sentido al presente.

Así, por ejemplo, en la deconstrucción de las narrativas de la novela histórica e historia novelada que expone en su ensayo Ana María González al examinar novelas como Camino a Baján, de Jean Meyer, y Las paredes hablan, de Carmen Boullosa, afirma que la literatura se expresa en un llamado a la memoria; son relatos de historia, invenciones y utopías donde se resignifica un pasado a Javier o Julián que habitaron Casa Espíritu y Casa Santo; y que parecen coexistir o transitar entre la independencia, la Revolución y el presente.

Ese juego de tiempos y espacios se combina entre historia científica como fuente de información y literatura como modo de expresión. Un juego que también tiende a mantenerse en el imaginario de viajeros italianos que narraron a México durante y después de la década revolucionaria. Las crónicas de Pino Carucci o Arnaldo Cipolla, que rescata Emilia Perassi en su artículo, manifiestan esas visiones extranjeras del conflicto armado, la otredad que significó México para estos escritores y sus representaciones cargadas de recursos estilísticos cognitivos y categorías de experiencia histórica que dan cuenta del significado de ese proceso histórico en el mundo y la idea de nación mexicana.

Lo mismo ocurre con los retratos literarios de la guerra cristera examinados por Álvaro Ruiz Abreu en su estudio y que —como él mismo advierte— se constituyen en miradas cercanas y lejanas del conflicto religioso, miradas dicotómicas que expresan el sentir de escritores de la llamada “novela cristera” o de otros que viraron la mirada a héroes y caudillos, su sacrificio y obsesión como José Revueltas, Juan Rulfo, Jorge lbargüengoitia y Héctor Aguilar Camín; representantes muchos de ellos de la literatura “revolucionaria”. Lo que sobresale en esos ensayos es la forma en que se articulan los dos campos y cómo el tiempo histórico se volvió literario, teñido de puntos de vista variados en los que se cruzaron voces polifónicas de un universo dialéctico e intenso de aquellos que vivieron, pensaron y recrearon la nación en el siglo XX.

Una idea de nación y revolución que traspasó las fronteras político administrativas, si se quiere, permeando realidades que no eran ajenas en Latinoamérica y que sirvió de inspiración a escritores nicaragüenses como el gran Rubén Darío o Pablo Antonio Cuadro y Ernesto Cardenal, según lo menciona Silvia María Gianni en su texto. Así, el lema de “tierra y libertad” reproducido en múltiples escenarios de nuestro continente mantuvo vigente la imagen de los caudillos revolucionarios, los valores nacionales y la construcción de una identidad nacional entre la realidad y la ficción.

En suma, el libro que el lector tendrá en sus manos reúne análisis muy elocuentes que integran distintas perspectivas y aunque parece claro que por momentos los ensayos que constituyen la obra no son fáciles de estibar dada la amplitud de cada proceso, resultan provocadores en la medida en que examinan las revoluciones modernas mexicanas como procesos de larga duración que incluyen estudios locales o regionales en dimensiones globales; visibiliza actores individuales y colectivos en esas etapas que formaron parte fundamental en la construcción de la nación mexicana durante dos siglos.

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