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Historia mexicana

versión On-line ISSN 2448-6531versión impresa ISSN 0185-0172

Hist. mex. vol.66 no.3 Ciudad de México ene./mar. 2017

 

Reseñas

Jon Juaristi, Historia mínima del País Vasco

José María Portillo1 

1Universidad del País Vasco/Euskal Herriko Unibersitatea, España

Juaristi, Jon. Historia mínima del País Vasco. México: El Colegio de México, Turner, 2013. 341p. ISBN: 978-607-462-662-9.


Leo en el periódico de mayor difusión en el País Vasco una noticia relacionada con ETA, el grupo terrorista de ideología ultranacionalista vasca. Se trata, como es ya habitual, de una noticia casi de relleno, cuando no hace ni 10 años habría ocupado la portada. Varios terroristas serán próximamente juzgados por el asesinato de Jean-Sérge Nérin, un gendarme francés que fue la última víctima mortal de ETA en 2010. Nérin era un policía (Police Nationale) que perseguía para arrestarlos a unos terroristas que habían robado unos vehículos. Son los que ahora van a ser juzgados junto a las personas que les dieron algún tipo de apoyo en su huida. La primera víctima mortal de ETA, en 1968, también era un policía, un guardia civil, José Pardines, que detuvo en un control de tráfico a un coche en el que viajaban dos miembros de ETA. Uno de ellos, Javier Etxebarrieta, bajó del coche mientras el guardia comprobaba la matrícula y lo asesinó por la espalda. Estas dos muertes resumen la historia del terrorismo ultranacionalista vasco, que nació en una pesadilla nacionalista y está dejando sus últimos vestigios en un delirio autista. Con motivo de este próximo juicio, que puede ser su última oportunidad de ocupar un espacio residual en los medios de comunicación, jefes de la banda han tuiteado un mensaje llamando a la lucha contra Francia y España dirigido a "los vascos auténticos y militantes".

Lo llamativo no es que llamen a luchar contra dos estados de la Unión Europea y de la OTAN, sino que apelen, en su delirium tremens, a los "auténticos vascos". El libro de Jon Juaristi para la serie de Historias Mínimas, de El Colegio de México y Turner, es una lectura que explica cómo una perversión cultural (y, como toda cultura, artificial) llegó a producir un drama de más de 40 años de terrorismo ultranacionalista en España. Lo hace al prestarle atención a este fenómeno al final del libro, pero sobre todo lo hace al ignorarlo en el resto, es decir, al renunciar a escribir una historia que esté determinada desde sus orígenes, o al menos desde sus orígenes contemporáneos, por la inevitabilidad del terrorismo.

Jon Juaristi, que estuvo durante no poco tiempo en la lista del carnicero de ETA, es un escritor. Sé bien que este atributo no es hoy muy explicativo y que el lector espera que le diga inmediatamente algo más, pero lo cierto es que siempre he considerado a Juaristi un escritor a secas. Es cierto que al mismo tiempo es profesor universitario en Alcalá de Henares y que antes lo fue en otras universidades, entre ellas la mía, la del País Vasco, pero esto no lo define en la república de las letras. Ser escritor sí, porque Juaristi ha producido sus mejores obras en la calidad de lo que debe entenderse por tal sustantivo, es decir, alguien cuyos textos alcanzan al público y no solo al "publiquito" al que más comúnmente se dirigen los textos académicos.

En esa esfera más restringida del escrito académico también se prodigó Juaristi, aunque algunos de sus textos que cabe colocar en este cajón ya daban saltos por salir de ahí. Eso ocurrió con El linaje de Aitor. La invención de la tradición vasca (1987) y con Vestigios de Babel. Para una arqueología de los nacionalismos españoles (1992), libros que enseguida se transfirieron a un debate más allá del mundo académico. Si entrar en el espacio público significa entre otras cosas incomodar al poder establecido, eso es lo que, junto con otros colegas, consiguió Juaristi con Auto de terminación, un libro que al Partido Nacionalista Vasco (una suerte de PRI vasco) le pareció propio de vascos no auténticos, justo lo que se pretendía. El paso definitivo a esa esfera en la que se manifestó plenamente el Juaristi escritor vino con El bucle melancólico. Historias de nacionalistas vascos (1997). En sus escritos sobre el País Vasco y el nacionalismo Juaristi no había dejado de tener siempre un ojo puesto en otros casos, para lo que Europa y su historia son campo abonado. Especialmente atractiva encontró la obra de Conor Cruise O'Brien, un historiador de la cultura política, y su interpretación del nacionalismo como memoria hipertrofiada. No es extraña la atracción pues Cruise O'Brien, como Juaristi, procedía de una familia nacionalista, y lejos de manifestar su distancia respecto del nacionalismo renunciando a las señas de identidad apropiadas por el mismo (la lengua, entre otras), lo haría mediante una crítica de la cultura política en toda regla. Juaristi prologaría la traducción española de Voces ancestrales (1994) dos años después y allí escribió: "no pasa un día sin que lea o repase algunas páginas de Conor Cruise O'Brien".

Como el escritor irlandés, Juaristi se tomó en serio la necesidad de explicar tanto el nacionalismo como, sobre todo, la cultura vasca al margen del diktat nacionalista. El notable peso que en el conjunto de su obra tiene el estudio de la cultura vasca responde a un empeño que da literalmente la vuelta al sueño historiográfico del nacionalismo: en vez de contar a Basque history of the world se trata de contar a Basque history in the world. Aunque parezca increíble lo primero existe como título de un libro que a un avispado periodista estadounidense, Mark Kurlansky, le abrió a finales de los noventa de par en par las puertas de la tupida red de instituciones, fundaciones y dependencias diversas del nacionalismo vasco. Lo segundo, el único empeño historiográfico que puede merecer la pena, es de lo que trata el libro que aquí comento.

La lectura de la Historia mínima del País Vasco me ha dejado la sensación de que no era exactamente el libro que le habría apetecido escribir a Jon Juaristi sobre el País Vasco. Lo digo porque parece que arranca de otra manera, como una historia de la cultura vasca o, mejor dicho, de las culturas vascas, pero enseguida tiene que atenerse al tenor que marca esta colección, de dar cuenta de procesos históricos amplios y complejos en libros de tamaño medio. Es ahí donde parece que el rigor cronológico de una narración histórica ordenada encorseta más el relato analítico. No ha de extrañar al lector que el autor trate a cada rato de sacudirse ese rigor volviendo al relato que más cómodamente maneja, el de la historia de la cultura. Esto es muy visible en el arranque de los capítulos dedicados a la prehistoria, la romanización, la formación de los reinos cristianos o la génesis cultural del Fuero como constitución territorial donde lo que interesa contar es cómo la cultura vasca ha interpretado tradicionalmente estos mismos momentos. Es una constante en este libro ir entrelazando el relato histórico con el relato historiado, es decir, lo ocurrido con lo interpretado y asimilado culturalmente. Es ahí donde creo que asoma el escritor con más soltura y más gracia.

El lector que se aproxime por vez primera a la historia del País Vasco tiene aquí un buen pie de inicio. En primer lugar porque comienza cuestionando su propio título, declarando su preferencia por el término Vasconia por entender que significa mejor el espacio por donde se extiende la cultura vasca, y porque País Vasco no deja de ser una expresión tomada del francés coloquial del cogollito aristocrático parisino que comenzó a veranear en la costa vasca francesa en los años sesenta y setenta del siglo XIX. Es también un buen libro para introducirse en la historia vasca porque aquí el lector encontrará un relato que le va a ahorrar mucho trabajo de leer para luego desaprender. Quiero decir con ello que, con desenfado y agilidad, Juaristi da por tierra en este texto con un buen número de lugares comunes acerca de la historia vasca que siguen campando por sus respetos en el discurso público vasco y también en la idealización que de los vascos y su país se hace habitualmente fuera de España. Cualquier vasco que haya viajado lo habrá experimentado más de una vez en una cierta mirada etnógrafa que le recorre cuando aclara que es español del País Vasco.

Uno de los más connotados de esos lugares comunes es el que afirma que el país de los vascos nunca fue hollado por la caliga romana. No solo, sino que, como por todas partes donde llegó el imperio romano, el proceso de mestizaje cultural fue imparable con unos pueblos que todavía de vascos tenían más bien poco. Es una situación que se repite indefectiblemente como no podía ser de otro modo dada la naturaleza humana en todos los procesos de expansión imperial, como harían siglos después los vizcaínos desde el siglo XVI en América. Es también un lugar común el que da por hecho un relato que, como se explica bien en este libro y había analizado ya antes el propio autor, se estableció a finales del siglo XVI y que supone la existencia de una serie de comunidades perfectas o repúblicas independientes adheridas voluntariamente a la corona castellana en distintos momentos. Es un proceso que el lector mexicano entenderá bien si tiene en mente la operación argumental desarrollada por Diego Muñoz Camargo para la provincia de Tlaxcala en un momento estrictamente coetáneo al de la obra de Andrés de Poza. Al igual que el tlaxcalteca mestizo, el vizcaíno nacido en Amberes optó por el relato histórico para fundamentar un constructo jurídico político que inmediatamente se asentaría con tal efectividad que será replicado no pocas veces desde la propia corte de Austrias y Borbones como lo será por cierto también el relato tlaxcalteca.

Fue en ese siglo tan pródigo en reelaboraciones culturales en Vasconia que se fraguó la idea, tan inaudita como exitosa, de que todos los vizcaínos pertenecían a un solar hidalgo porque la propia tierra otorgaba la nobleza. Como por encantamiento los "pecheros" que aparecían en el Fuero Viejo de Vizcaya (1452) desaparecieron del Fuero Nuevo (1526) y permitieron a la cultura foral con Poza como referencia esencial asentar la equivalencia entre la tierra y la nobleza. La última reforma del Fuero de Vizcaya, de 1992, todavía recoge lo siguiente: "Aforado o Infanzón es quien tenga su vecindad civil en territorio aforado". ­Infanzón es sinónimo de hidalgo. En esa equivalencia que tanta fortuna ha hecho en la historia vasca se apoyará durante la edad moderna y hasta finales del siglo XIX, como narra Juaristi, buena parte del armazón jurídico político que conformó diferentes modalidades de autoadministración de las provincias vascas.

En su recorrido disolvente de lugares comunes Juaristi presta atención a un dato que sirve también para cuestionar el ideal historiográfico del Estado moderno. Me refiero al hecho de que en el proceso de construcción del Estado liberal en España los fueros vascos como forma de autogobierno no solamente subsistieron sino que fue entonces, en el siglo XIX, cuando se consolidaron. Esta interpretación, por supuesto, resulta contradictoria con lo que el nacionalismo vasco siempre interpretó como un ­ataque inclemente del Estado español contra los fueros vascos, desde que su fundador Sabino Arana lo dijo en unas pocas páginas no muy bien escritas. También lo es respecto de una historiografía no necesariamente nacionalista pero que ha asumido buena parte del argumento básico de ese movimiento al entender que necesariamente Fueros vascos y Constitución española debían chocar estrepitosamente. Las guerras carlistas (1833-1840 y 1872-1875), que lo fueron civiles, dinásticas, ideológicas y de religión, fueron interpretadas como guerras por los fueros. La primera de ellas, argumenta este libro, acabaría en esa clave parcialmente y la segunda nunca lo fue, pero el hecho de que así se haya dado por bueno (incluso historiográficamente) hasta no hace mucho dice bastante de la fortuna que ha tenido en el País Vasco el discurso nacionalista.

Para una lectura más especializada esta historia puede resultar excesivamente mínima en lo que se refiere al momento posterior al surgimiento del movimiento nacionalista. Va haciéndose, además, más telegráfico el relato a medida que se acerca al tiempo que es coetáneo al autor, como si le produjera flojera volver a escribir sobre un periodo al que ha dedicado muchas páginas de su obra. Un hecho tan permanente en la historia vasca contemporánea como la violencia política, por ejemplo, queda aquí apuntado en sus datos esenciales (en los apartados relativos a la guerra civil, el franquismo y las páginas específicas que dedica al terrorismo) pero no es analizado desde un pensamiento historiográfico para el que el enfoque de historia cultural que recorre otras unidades del libro habría sido muy oportuno.

La riqueza del libro creo que está, con todo, en la capacidad de compactar en un volumen como este un relato que aprovecha la antropología, el arte, la lengua y la literatura, la economía y la sociología para presentar al lector una muy aceptable síntesis de la historia vasca.

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