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Historia mexicana

versión On-line ISSN 2448-6531versión impresa ISSN 0185-0172

Hist. mex. vol.66 no.2 Ciudad de México oct./dic. 2016

 

Reseñas

Leticia Reina Aoyama, Historia del Istmo de Tehuantepec. Dinámica del cambio sociocultural, siglo XIX

Rebeca Monroy Nasr1 

1Instituto Nacional de Antropología e Historia, México

Reina Aoyama, Leticia. Historia del Istmo de Tehuantepec. Dinámica del cambio sociocultural, siglo XIX. ,, México: Instituto Nacional de Antropología e Historia, 2013. 366p. ISBN: 978607-484-422-1.


La importancia que reviste Oaxaca en nuestro país es innegable. Cada vez que vemos un cuadro, un grabado o una cerámica de Francisco Toledo, una pintura o una escultura de Sergio Hernández, un retrato de Rodolfo Morales, el Día de fiesta de Renato, las obras eróticas de Laura Hernández o los maravillosos cuadros míticos, coloridos, murales o de caballete llenos de vida de Rufino Tamayo, nos damos cuenta de que es un estado rico en vida, cultura, en sus mitos, en su gente, sus trajes, ropas, música, formas y costumbres.

Es Leticia Reina Aoyama quien en un trabajo de largo aliento se atrevió a entremecerse en el alma del istmo de Tehuantepec, y evocar desde sus entrañas las formas de vida con la demografía, la economía, la política, su entorno cultural, sus maneras de vestir, de hacer y deshacer de sus mujeres grandes, fuertes y sólidas.

Asomada desde la ventana del siglo xix dibuja una buena parte de lo que ese paraíso terrenal forjaría para llegar al XX, un lugar que se diferencia del resto del estado pero que se parece; que tiene sus matices y sus contrastes justo por estar en un lugar estratégico, por haber sido el paso obligado interoceánico. La autora analiza también los fuertes intereses económicos externos, que hicieron que sus habitantes se convirtieran en una muralla contra cualquier enemigo que fracturase su integridad local; al contrario Leticia Reina analiza y revisa los elementos económicos, políticos y sociales, que evitaron su transfiguración en un paso que derrumbaría cualquier capacidad de su gente por conservarse. Tal es el caso, que mejor se zapotequeizaban los extranjeros; me parece que este manto que tejieron los istmeños sobre los llegados de afuera es poco común entre los indígenas y sus forasteros. Tal era la fuerza de ese mundo enterrado en el istmo, que salió a la vida internacional con el ferrocarril. Tal vez, es lo que hace de ese lugar un espacio mágico diferente al resto del estado pero también del país.

Ese maravilloso lugar que es parte de Oaxaca y de Veracruz -por ello se le llama istmo veracruzano-, que es el Sotavento, tan rico en música y bailes como el istmo oaxaqueño, también con sus formas y medios culturales de raigambres sólidas, que los lugareños defendieron desde las lides de la época colonial hasta las del siglo XX (1980 la COCEI), es un lugar único en la tierra, una tierra generosa, amorosa y en donde los migrantes quedaron atrapados por sus costumbres, por su cultura arraigada de siglos de sabiduría, creatividad y, sobre todo, por sus mujeres. El primer territorio libre de México y del continente, evocábamos en los años ochenta, aparte de la isla de Cuba.

Ahí están los mixes, huaves, zoques y zapotecas, en un rico mosaico de costumbres al que no es fácil acceder desde el exterior, y a donde muchos viajeros y fotógrafos llegaron buscando justamente esa diferencia en su gente, en su pueblo, en su sentir y su saber: por ahí pasó el viajero Frederick Starr, con su mirada occidentalizada sobre los indios del lugar. También pasó Tina Modotti, que no resistió fotografiar a sus niños y sus mujeres, lavando en el río, cargando a sus críos desnudos por el calor incesante; también las captó caminando erguidas con su característico orgullo (ca. 1924). Manuel Álvarez Bravo pasó por ahí fotografiando a la tehuana Baudelia, que fue portada de la revista Todo en 1934. Es ahí donde Sotero Constantino puso su estudio fotográfico en los años cuarenta del siglo pasado y congeló en sus placas a las mujeres, hombres y niños istmeños que le dieron otra connotación a la fotografía. No podemos olvidar las imágenes de Graciela Iturbide con Nuestra señora de las Iguanas (1979), animales que forman parte del tocado en su cabeza. También aquella en que Flor garduño hizo posar semidesnuda a una tehuana con unas iguanas amarradas, creando una espectacular composición de ritmos oblicuos.

Imposible no recordar, imposible no evocar ese lugar que trasciende y trasgrede todo lo relativo a la conquista, a la desindianización, a la penetración cultural. Es ahí donde Leticia Reina, como estas mujeres, como estas fotógrafas, quedó atrapada en un tiempo que parece oblicuo, zigzagueante, al estilo mito prehispánico, porque convive lo antiguo y lo contemporáneo tamizado por lo istmeño, en particular por lo zapoteca, que es la parte sustancial que estudiará Leticia Reina, porque han sido una etnia de gran fuerza y una energía avasalladora por encima del resto de los grupos indígenas.

La investigadora se propuso trabajar de manera sistemática esa "historia regional", y lo pongo entre comillas porque ella va a dialogar con los más destacados estudiosos (González y González, Martínez Assad, entre otros), cuestionará las teorías desarrolladas por la historia de las regiones, de la regionalidad, destacando el término regionalismo, y discutirá con los autores, porque justamente se evidencia la fuerza que da la investigación profunda, que permite encontrarse con los pares y realizar definiciones propias. Es lo que resulta de este trabajo, el matiz conceptual y la aportación de la autora a los estudios de cada región, con sus claroscuros propios, sin cartabones impuestos por conceptos rígidos, que no permiten el acceso claro a una nueva mirada en la región.

Por un lado, también rescata los datos duros del Archivo que se encuentra en la ciudad de Oaxaca, porque el archivo local se perdió en un incendio. Auxiliada por la hemerografía, fotografías, la música y otras fuentes de primera mano, logró desdoblar sus propios medios, conocedora profunda de la historiografía del tema, pero también de una amplia bibliografía sobre métodos y conceptos erigidos en el siglo XX, obtuvo información suficiente para lograr una obra de gran profundidad en las temáticas que se trazó.

Por ejemplo, devela desde la demografía histórica la caracterización de la población y su dinamismo económico. Analiza desde la economía regional las formas de "progreso y modernidad", matiza los conceptos para poder desentrañar las formas autónomas de trabajo que tuvieron en la región. Estudia, además, cómo los grupos indígenas sobrellevaron por siglos las sequías, las hambrunas, y cómo fueron productores importantes en otras áreas, lo que los llevó a la exportación de maderas preciosas, vajillas, telas, encajes, vinos y licores, la grana cochinilla, entre otros, realizando un intercambio comercial importante.

La autora revisa de manera integral la migración que hubo en esa zona, y deshilvana la formación social desde la colonia hasta el siglo xix. Para ello, arrebató al tiempo sus estadísticas, sus números, y buscó en los archivos locales la información, desde la demografía, la ecología, lo comercial y lo productivo. Además, entretejió su discurso con la política nacional e internacional, al mostrar cómo repercutían en la región los intereses creados en la vía interoceánica, con un ferrocarril que tardó 27 años en inaugurarse y funcionar adecuadamente (1880-1907), con sus 310 km entre Coatzacoalcos y Salinas Cruz. Me parece que con ello tendió el telar en donde la trama y la urdimbre eran estos elementos para bordar una historia de amplias aristas, que le ha llevado mucho tiempo hilar e hilvanar, cadenita sobre cadenita. Hizo suyo el material y con mucha paciencia y tiempo fue recuperando esa memoria, esos papeles que ahora nos presenta con una impecable redacción y formas llenas de color y bordes limpios en sus temas y estilos de presentación.

Su carácter de antropóloga le ayudó a considerar la antropología histórica como una herramienta para comprender las formas de vida en la región. La autora acota su estudio a dos zonas, la de Tehuantepec y la de Juchitán, pero también emplazará su mirada en los zapotecas, por ser un grupo hegemónico en donde las distinciones en el terreno comercial y de género lo hacían particular. Ineludibles e inevitables son las juchitecas y las tehuanas. ¡Cómo no verlas! ¡Cómo no buscar en ellas respuestas que no existen en otro lugar del país!, si no, del continente, si no, del mundo. Esa fuerza que ella revela y analiza mediante los estudios de género, de cómo se ganaron el respeto de la población, de sus maridos, de sus hijos y de la zona. Cómo son un matriarcado por la fuerza de su comercio y de su carácter, de su andar y su vestir, pero no en competencia ni en deslealtad con los hombres, sino como pares de sus parejas. La mezcla con otros migrantes ayudó a abrir sus fronteras endogámicas; hay güeritos en el pueblo, pues se casaron con ingleses, franceses; hay quien dice que hubo polacos que llegaron por allá, los levantaron heridos del piso y los llevaron a sus casas. Ahí se quedaron ellos con sus juchitecas de trenzas largas y trajes bordados.

La investigadora profundizó: borda que te borda..., cambiando de hilos, de agujas, sin dejar nudos, resolviendo cada puntada, cambiaba también el color. Así, al arribar al análisis de la identidad y cultura, se dedica a comprender cómo esas relaciones de fuerza de las juchitecas avanzan sobre la cultura material, pero también sobre la cultura política. Revisa desde la mirada de la historia cultural, en donde los nutrientes son las formas de vida, sus vestimentas, tanto en Juchitán como en Tehuantepec. Borda que te borda, corta que te corta, analiza Reina Aoyama algunos de los misterios de los holanes a la cabeza de la tehuanas, con pequeñas mangas: pero también la elegancia y galanura de los magistrales trajes juchitecos, huipiles con un corte recto forjado con cadenitas, punto sobre punto, de texturas de jaguares, sobre terciopelos o algodones. También están las faldas, "rabonas" o enaguas, que se llaman bisu'di o buzudi, aunadas a los enredos de diversos colores que usaban sobre todo las huaves, así como la falda de holán.

Sabemos bien de su vestimenta, de sus largas y hermosa trenzas sobre su cabeza, de su ornamentación de oro en el pecho de las juchitecas -al decir de la autora, provienen del dólar-, pero sea como fuere, narra la grandeza de sus mujeres, de su capacidad de comerciar y de mantener un grupo hegemónico que zapotequiza y que ha llegado a nosotros como vía de exportación. Elemento usado desde la propia Frida Kahlo, y ahora no olvidemos a Elena Poniatowska recogiendo su Premio Cervantes 2013 en España, vestida como juchiteca de pies a cabeza: "la princesa de rojo" la llamó Guadalupe Loaeza.

Sea como fuere, me parece que todos estamos un poco o un mucho zapotequizados, en gran medida por querer un lugar en donde se desarrollen las mujeres, el comercio, la cultura; se respete el pasado, se ame el futuro, se abonen las cosechas, se permee hacia el exterior. Ese es el lindo tejido de un huipil enorme que ha realizado Leticia Reina, un mapa tridimensional de un lugar mítico, profundo, de fuertes acentos; ese es el estudio multifactorial y multidisciplinario que se propuso. En su canasta de hilos quedaron pocos, profundizó y cosió, bordó y tejió todo cuanto pudo, anudó con cuidado, en la gran medida en que su obsesión y su tenacidad se lo imponen.

Es para mí, una obra magistral, de telar, hecha a mano, pieza por pieza tejida con el amor y el profesionalismo que sabe darle a sus trabajos la investigadora, la del tejido fino, grácil y profundo como ella lo es. Decía Carlos Monsiváis de Juchitán:

Si las transformaciones son implacables, también lo es la idea de una comunidad memoriosa y autosuficiente, que persiste en su habla zapoteca, en sus costumbres, en su matriarcado genuino o escénico, en su vivísima memoria que unifica y despliega, como recién acontecidos, los acontecimientos y las mitologías.1

Como los cuadros de Tamayo, Toledo, Hernández, así de finos, profundos, develadores, creadores y continuadores de mitos y misterios, esta obra plena, amplia y ambiciosa, deja ver en sus entrañas a Leticia Reina Aoyama en toda su capacidad, entrega y profesionalismo que merecía esta rica e irredenta región de nuestro país.

1Carlos Monsiváis (pres.), Foto Estudio Jiménez. Sotero Constantino, fotógrafo de Juchitán, México, Ediciones Era, 1983.

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