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Historia mexicana

versión On-line ISSN 2448-6531versión impresa ISSN 0185-0172

Hist. mex. vol.66 no.2 Ciudad de México oct./dic. 2016

 

Reseñas

Hilda Iparraguirre, Massimo de Giuseppe, Ana María González luna (eds.), Otras miradas de las revoluciones mexicanas (1810-1910)

Jean Meyer1 

1Centro de Investigación y Docencia Económicas, México

Iparraguirre, Hilda; de Giuseppe, Massimo; González Luna, Ana María. Otras miradas de las revoluciones mexicanas (1810-1910). México: Instituto Nacional de Antropología e Historia, Escuela Nacional de Antropología e Historia, Juan Pablos Editor, 2015. 426p. ISBN: 978-607-484-650-8. INAH; 978-607-711-292-1 Juan Pablos Editor,


Este excelente y estimulante libro es el resultado positivo, directo e indirecto de la epidemia de celebraciones y conmemoraciones que afecta no sólo a México sino al mundo entero. Proyecto singular, nació del doble encuentro celebrado en Milán en 2010 con motivo del centenario de nuestra revolución mexicana y del bicentenario del grito de dolores. Tres universidades italianas, la Università degli Studi di Milano, la de Milán-Bicocca y la Università IULM, organizaron un encuentro entre historiadores argentinos, españoles, ingleses, italianos y mexicanos sobre la Revolución, y un segundo encuentro sobre el debate literario y filosófico sobre las revoluciones mexicanas de 1810 y 1910, con participantes de España, Italia y México. El deseo de establecer un dialogo interdisciplinario e internacional sobre fuentes, metodología, perspectivas de construcción y narración del pasado, tanto en una perspectiva mundial como en una macrohistórica, llevó a los organizadores a prolongar los coloquios con un seminario internacional intitulado "México 1810-2010. Las revoluciones entre historia y literatura", bajo la batuta de Maria Matilde Benzoni, Massimo de Giuseppe y Ana María González luna, historiadores los dos primeros, especialista en literatura hispanoamericana la última. El libro es el resultado de cuatro años de trabajo y, por lo tanto, mucho más que las actas de uno o dos congresos. Participaron otros autores y se pudo evaluar y utilizar la nueva producción bibliográfica engendrada por las celebraciones institucionales.

Massimo de Giuseppe es el autor del estudio introductorio, "la historia, el tiempo y el espacio. Una selva de miradas entrelazadas", reflexión y justificación de los 16 capítulos repartidos en tres partes: 1810 cuenta con cuatro capítulos y 120 páginas; 1910 se lleva la parte del león con siete capítulos y 190 páginas, mientras que las "Miradas literarias" ofrecen cuatro capítulos y 85 páginas. De Giuseppe tiene la razón cuando afirma que la intención no era producir "innecesarias y gratuitas polémicas revisionistas, sino contribuir a articular más los escenarios a través de una crítica positiva". Así es; de hecho, más que crítica son aportaciones, nuevas investigaciones que abren perspectivas enriquecedoras. La meta era abrir comparaciones entre grandes síntesis y casos específicos, macro y micro, desde el marco atlántico o mundial, hasta la historia nacional y local, utilizando fuentes y documentos de formas y procedencias muy variadas, desde los archivos clásicos hasta la fotografía de la vida cotidiana y los retablos (exvotos).

Así, en la primera parte, Maria Matilde Benzoni, en un ir y venir entre global y local, sitúa la guerra civil de la Nueva España en la crisis general del mundo atlántico, y en esa continuidad Tomás Pérez Vejo cuestiona el concepto de "guerras de independencia", poniendo en duda esa dimensión oficial de guerra de liberación nacional, como ya lo hizo Annick lempérière en su famoso artículo.6 Hilda Iparraguirre ofrece una lectura hermosa y llamativa de los retablos, exvotos fruto de la devoción popular que agradece a los santos intercesores los favores recibidos; esa veta, abierta hace años por Thomas Calvo en su rescate y estudio de los retablos del santuario de San Juan de los lagos, está lejos de agotarse. Graciela Fabián reflexiona sobre el uso escolar y pedagógico de los mitos de la independencia en el siglo XIX; o sea, una reflexión sobre el uso público de la historia. Es difícil saber cuál fue su impacto a fines del siglo XIX y principios del XX, pero deja pensativo el resultado del sondeo realizado por Parametría, un organismo mexicano de análisis de la opinión pública, publicado por El País el 18 de septiembre de 2015: 51% de los mexicanos no sabe que su país se independizó de España y 13% piensa que lo hizo de Estados Unidos. Sólo 32% contestó correctamente. A la pregunta de quién inició la gesta de la independencia, sólo 26% mencionó al cura Hidalgo, 12% no supo qué contestar y los demás mencionaron a personajes de otras etapas de la historia nacional. Regionalmente, la Ciudad de México tiene mejor conocimiento que el resto del país, con 46% que respondió bien a la primera pregunta.

La segunda parte, 1910, empieza con una síntesis magistral de Alan Knight: "la Revolución Mexicana (1910-1940): una anatomía comparativa". Ofrece una larga y amplia perspectiva, en el largo plazo, desde la guerra de independencia, pasando por la Reforma y el porfiriato, multiplicando las comparaciones con otros países, otras revoluciones: China, Rusia, Italia, España, Bolivia, Cuba, incluso Afganistán e Iraq en el tiempo presente. Había empezado semejante ejercicio en su gran libro sobre la revolución mexicana publicado en 1987 por la Universidad de Cambridge, luego traducido por el Fondo de Cultura Económica. Termina con una conclusión interesante, a saber, que "el enemigo principal del liberalismo democrático en México no fue la izquierda autoritaria sino la derecha"; no solamente los curas conservadores, a veces aliados con los terratenientes, sino también una gama más amplia de opinión católica, que rechazó el liberalismo por ser materialista, ateo, protestante, gringo y masónico, y abogó a favor de un integralismo clérigo católico" (p. 172).

En esa segunda parte progresa la frontera en marcha, es decir, el tema de los católicos en la Revolución, tema evocado por Alan Knight en su párrafo "Constitucionalismo y jacobinismo". Riccardo Cannelli trata de "El Vaticano y México del Porfiriato a la Revolución", Massimo de Giuseppe escribe "la Revolución escindida y el fantasma de Zapata: 'Católicos' e 'indígenas' entre guerra y paz", y Laura O'Dogherty sobre "El episcopado mexicano en el exilio, 1914-1921". Esos tres trabajos muy novedosos se han beneficiado de la apertura de los archivos vaticanos por Benedicto XVI y de la espléndida catalogación de los ricos fondos del Archivo Histórico del Arzobispado de México, realizada por Berenise Bravo y Marco Antonio Pérez Iturbe.

Riccardo Cannelli demuestra las duraderas ilusiones de una Roma que sueña con el espejismo de un concordato o, a lo menos, del establecimiento de relaciones diplomáticas formales entre México y la Santa Sede. Le cuesta trabajo aceptar que la política de conciliación de Porfirio Díaz no puede ser más que eso, lo cual es mucho. El personaje del obispo Thomas Gillow, el amigo de un Díaz que hubiera querido verlo como el primer cardenal mexicano, recibe toda la atención que merece; no comparte las ilusiones vaticanas y propone una solución "norteamericana": los Estados Unidos no tienen relaciones diplomáticas con la Santa Sede, no hay nuncio en Washington, sino un delegado apostólico que opera libremente. Por desgracia, tal solución no interesa a Roma, que persiste en querer una modificación de la Constitución y relaciones diplomáticas. A partir de 1904 manda un delegado apostólico, pero con la esperanza de que pronto se convierta en nuncio. En 1908, el delegado apostólico se pregunta con angustia: "Cuando desaparezca este astro [Porfirio Díaz], ¿qué será el futuro político y religioso de la nación? Es una verdadera y triste incógnita" (p. 186). Desde 1912 hasta enero de 1914 el delegado apostólico, Tommaso Boggiani, un extraño personaje que desarrolla lo mismo una violenta, violentísima antipatía contra el presidente Madero y Zapata, que contra el arzobispo de México, José Mora y del Río, quien no quiere para nada a Madero y que tiene que viajar a Roma para justificarse de las acusaciones lanzadas contra él por el delegado.

Paréntesis: eso no está en el libro, pero Boggiani tendrá en el futuro, en el verano de 1926, como miembro de la curia, una responsabilidad muy grande en la decisión del papa de apoyar la propuesta formulada por una minoría de obispos radicales, a saber, la suspensión del culto público para contrarrestar la ley Calles. Boggiani, fuerte por su fama de "experto en asuntos mexicanos" (cuando no entendió para nada al país), pudo derrotar al secretario de Estado y al delegado apostólico que aconsejaban "paciencia y barajar".

Boggiani se alegró de la caída de Madero y se quedó fascinado con Victoriano Huerta, mientras pareció capaz de derrotar a los revolucionarios. Cannelli concluye que "no entendió mayor cosa de este país y su gente". Cierto.

El trabajo de Laura O'Dogherty prolonga el de Riccardo Cannelli. Todos, casi todos los arzobispos y 8 de los 19 obispos, impactados por las hazañas de Antonio Villarreal en su entrada a onterrey, huyeron del país cuando cayó Huerta. "Confesión no pedida releva de prueba", han de haber pensado los constitucionalistas, convencidos de la existencia de un "complot católico" y huertista contra Madero. En 1916 buscaron negociar su regreso porque Roma les ordenó volver al país, reprochándoles su "cobardía" y el "abandono" de su grey; el gobierno no se prestó y los dos prelados, Miguel de la Mora, obispo de Zacatecas, y Francisco Orozco y Jiménez, arzobispo de Guadalajara -que regresaron de manera clandestina- fueron, tarde o temprano, arrestados y expulsados. A fines de 1917 la buena voluntad de Carranza permitía teóricamente su regreso pero, en muchas ocasiones, los gobernadores lo impidieron. Un caso fascinante es el del vicario general del arzobispado de México, Antonio Paredes, amigo de Madero y de Carranza, apoyado por el delegado Boggiani contra su arzobispo y alabado por la curia romana por su política del mal menor, de la "transigencia", de los arreglos con el gobierno revolucionario.

Esas amargas experiencias permiten entender mejor la conducta de los obispos entre 1926 y 1938. En el exilio adquirieron cierto espíritu de cuerpo antes inexistente y resintieron como una injusticia las malas relaciones con una Roma que daba como ejemplo a un Paredes que negociaba con "el enemigo" sin consultarlos. En la larga crisis siguiente no van a querer escuchar de nuevo la acusación de cobardía y eso le dará su oportunidad a la minoría radical; desconfiarán de la Secretaría de Estado y de los delegados apostólicos que invariablemente se llevan mal con ellos. Finalmente, al aceptar los "arreglos" de 1929, podrán invocar el antecedente de Antonio Paredes.

Es injusto no analizar para alabarlos los trabajos de Massimo de Giuseppe sobre el zapatismo en su dimensión católica y de Elvira Pruneda gallegos sobre la salvación de los papeles de Anenecuilco confiados por Zapata a Francisco Franco, luego rescatados por su hija Esperanza. injusto también no insistir en el interés de la tercera parte, que analiza las revoluciones mexicanas entre literatura (mexicana, italiana, nicaragüense) e historia. Pero el espacio hace falta y el ensayo de Ana María González luna sobre la literatura como conmemoración de la historia nacional trata de Las paredes hablan, de Carmen Boullosa, y de Camino a Baján, del autor de la presente reseña, que tiene que callar frente a tanta generosidad.

6Annick Lempérière, "Revolución, guerra civil, guerra de independencia en el mundo hispánico, 1808-1825" [Ayer, 55:3 (2004)].

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