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Historia mexicana

versión On-line ISSN 2448-6531versión impresa ISSN 0185-0172

Hist. mex. vol.66 no.1 Ciudad de México jul./sep. 2016

 

Reseñas

Enrique Cárdenas, El largo curso de la economía mexicana. De 1780 a nuestros días

Sandra Kuntz Ficker* 

* El Colegio de México.

Cárdenas, Enrique. El largo curso de la economía mexicana. De 1780 a nuestros días. México: Fondo de Cultura Económica, El Colegio de México, 2015. 909p. ISBN: 978-607-162-812-1.


El trabajo que nos ocupa se inscribe en una ya larga tradición en el contexto de la historiografía económica de México que busca ofrecer síntesis amplias acerca del devenir económico de nuestro país. Con valiosos antecedentes en la década de 1930, en la pluma de Luis Chávez Orozco, esta tradición echó raíces en los años sesenta con la obra en seis volúmenes a cargo de Diego López Rosado y los trabajos de corte marxista escritos por Manuel López Gallo, para no mencionar otros de cobertura temporal más acotada. Todos conocemos las importantes colecciones que, con propósitos similares, coordinó desde los años ochenta el propio Enrique Cárdenas (en el Trimestre Económico), y ya en los noventa Leonor Ludlow y Carlos Marichal (con las Lecturas de Historia Económica Mexicana, publicadas gracias a la colaboración de importantes instituciones de educación superior). El esfuerzo más reciente de este tipo (antes, por supuesto, del que aquí se reseña) se plasmó en la Historia económica general de México. De la Colonia a nuestros días, que la autora de estas líneas tuvo el honor de coordinar y en la que participaron dos docenas de autores para abarcar, cada uno desde su periodo y tema de especialidad, los casi 500 años que van desde la conquista hasta el año 2010, cuando la obra se publicó. El libro de Enrique Cárdenas se distingue de su antecedente más inmediato por su cobertura temporal (inicia en las postrimerías de la colonia), y sobre todo por ofrecer un recorrido por la historia económica de México a cargo de un solo autor, con los retos y las ventajas que a todas luces ello puede representar. Entre los retos se encuentra la dificultad para abarcar con la misma profundidad y conocimiento todos los temas y periodos; entre las ventajas, la de ofrecer una línea argumentativa uniforme y una interpretación macroeconómica coherente a lo largo de toda la obra.

En cualquier caso, nos encontramos ante un trabajo de gran importancia para el estudio de la historia económica en México. Se trata de un volumen que su propio autor ha concebido en parte como libro de texto para estudiantes de educación superior y en parte como obra de referencia tanto para especialistas como para lectores interesados sin una preparación académica especial. Como nos comenta el autor, El largo curso condensa la labor docente de 30 años, en los que la propia disciplina ha experimentado un desarrollo notable en nuestro país. Por un lado, ha crecido en forma considerable el número de historiadores económicos, así como los temas e intereses de investigación. Las visiones “centralistas” que abarcaban a la nación como un todo se han visto matizadas por acercamientos desde los estados, las regiones, las localidades, que se han multiplicado no sólo por ese crecimiento en el número de practicantes, sino también por el rescate de archivos y el renovado interés de las instituciones por la disciplina. Al mismo tiempo, ha mejorado de modo destacado la preparación de los historiadores económicos, tanto en la vertiente más apegada a la disciplina histórica como en la de los economistas, enriqueciéndose mutuamente. Al ofrecer una síntesis de la historiografía de estas tres décadas, Cárdenas nos coloca en un mirador privilegiado para la observación de este panorama, recogiendo muchos de los debates que han nutrido este campo y poniendo a dialogar a autores y corrientes que en muchos casos no tuvieron oportunidad de coexistir en el mundo real. Al mismo tiempo ofrece a los estudiantes más jóvenes la posibilidad de comprender el desenvolvimiento no sólo de la economía mexicana, sino de la disciplina misma.

Otra fortaleza de este libro surge de que en él se aprovechan y reelaboran tanto las síntesis parciales que su autor publicó en los años anteriores, como el trabajo de investigación que el propio Enrique Cárdenas ha realizado durante su larga trayectoria como estudioso de la economía mexicana, en particular por lo que se refiere al siglo XX.

Para empezar a adentrarnos en el contenido del libro, permítanme referirme brevemente a su cronología. A diferencia de trabajos que adoptan las periodizaciones ya existentes, casi siempre de corte político e institucional, en este trabajo se construye una periodización completamente adecuada a su objeto, prescindiendo de cortes artificiales o de la sujeción a las convenciones difundidas por la historia más tradicional. En el mismo sentido, no hay un criterio formal que prevalezca sobre los del análisis sustantivo. Esta característica se percibe desde el arranque de la obra, que se sitúa en 1780: no en las reformas borbónicas, no en la guerra de independencia, sino en un momento que, de acuerdo con el autor, permite vislumbrar las características de la economía en las postrimerías de la era colonial y rastrear los “orígenes” del estancamiento que experimentará en buena parte del siglo XIX. Luego, el medio siglo que sucede al logro de la independencia se divide en dos capítulos, imprimiendo un matiz a la hipótesis de la “larga depresión”. Esto permite sugerir que si hay capítulos para el porfiriato y la Revolución, no es porque así lo mande la historiografía convencional, sino porque existe en cada uno de estos periodos una coherencia interna que hace pertinente estudiarlos de esa manera. Algo similar se puede decir de la división que se propone para el siglo XX: aunque hay un capítulo destinado al cardenismo, todos los otros imponen cortes poco convencionales que se desprenden de una lógica económica. Esto explica el que haya capítulos dedicados a periodos largos y otros a coyunturas brevísimas, sin que ello provoque un desbalance en el conjunto.

En este sentido, se aprecian matices interesantes respecto a las interpretaciones convencionales. Por ejemplo, el llamado “desarrollo estabilizador” (1954-1970), con toda la nostalgia que despierta en quienes lo identifican como la fase culminante del “milagro mexicano”, es ignorado en la periodización y sustituido por una fase que se extiende de la segunda guerra mundial a 1962. Si bien este corte ya estaba presente en un trabajo anterior, el siguiente es novedoso, pues extiende la etapa de la “gran expansión económica” no hasta 1971, como se hacía antes, sino hasta 1981, el año del derrumbe final del modelo de crecimiento. Sobre las implicaciones de esta periodización volveremos más adelante.

En un estudio tan comprensivo en términos temáticos y cronológicos es preciso recurrir a numerosas herramientas teóricas y conceptuales. Los rasgos y problemas de una economía tradicional, sujeta formalmente por un vínculo colonial, difícilmente pueden compararse con los de una economía pequeña y cerrada, como la de mediados del siglo XIX, y ninguna de las dos encontrará muchos elementos de coincidencia con una economía industrial moderna y globalizada como la actual. En este sentido, la narración histórica resulta inevitable a fin de no perder de vista la especificidad de los fenómenos en su contexto único e irrepetible. No obstante, tal tipo de acercamiento tiene poca utilidad cuando se desea aprehender la lógica subyacente en los procesos históricos y comprender la causalidad oculta en el cúmulo de acontecimientos. En el fondo, para explicar los hechos del pasado es preciso ordenarlos a la luz de la teoría. Sólo ésta permite discernir entre lo esencial y lo secundario, interpretar la evidencia en forma rigurosa y guiar el juicio del observador para alcanzar una explicación lo más objetiva posible. La propuesta de Cárdenas sobre el desenvolvimiento de largo plazo de la economía mexicana es tan convincente precisamente porque en ella se funden en logrado equilibrio la historia y la economía, el conocimiento de los sucesos con la comprensión de las leyes económicas.

El hilo conductor de este trabajo (como, por lo demás, de toda la obra de Cárdenas) es el desempeño macroeconómico de México a lo largo de su historia. Ello no le impide profundizar en muchos otros aspectos de la vida económica, social y política del país; en cambio, le permite enfocar de manera precisa y consistente a los que considera factores explicativos de ese desempeño y detectar su aparición en cada periodo histórico particular. De esta manera, El largo curso puede recorrerse como el despliegue de una interpretación coherente sobre el desarrollo económico de México en el largo plazo. La hipótesis central es que los factores macroeconómicos (como la oferta y demanda agregadas, la oferta monetaria, las tasas de interés, etc.) condicionan el comportamiento de la economía. Muchos convendrán en que no es una idea demasiado audaz cuando se refiere a la economía actual, pero sí lo es cuando, como hace Cárdenas, se le considera válida para explicar la dinámica de una economía tradicional, precapitalista, abismalmente distinta y distante del mundo de hoy. Así, por ejemplo, el estancamiento y crisis de la economía tras la independencia se explica aquí por la salida de recursos financieros que tuvo lugar desde el decenio de 1780, cuyo efecto negativo sobre la disponibilidad de dinero se vio agravado por la contracción minera y la fuga de capitales provocadas por la guerra de independencia (p. 71). La prolongación de esta situación en los primeros decenios de vida independiente se asocia a la contracción monetaria y del sector externo heredadas de la fase anterior pero que persistieron por decenios (p. 139), así como al déficit fiscal crónico y la segmentación del mercado que resultó de la “casi disolución” del Estado nacional (p. 129).

De acuerdo con Cárdenas, fue sólo hacia finales de la década de 1860 cuando la pacificación del país, la acumulación de capital sustentada en el comercio y la mayor liquidez alentaron cierta recuperación, potenciada por la reactivación de la minería. El impacto macroeconómico de estas nuevas condiciones se hizo sentir en la reducción de las tasas de interés, la mayor disponibilidad de recursos para la inversión productiva y el aumento de los ingresos públicos, con resultados benéficos sobre el desempeño económico. El mayor obstáculo que aún se alzaba contra el crecimiento continuo era la fragmentación del mercado, y éste fue en gran parte superado durante el porfiriato gracias a la construcción de 20 000 km de ferrocarril. La expansión ferroviaria, la consolidación de las finanzas públicas y el auge de las exportaciones crearon las condiciones macroeconómicas para emprender un proceso de crecimiento y modernización que condujo a la primera etapa de expansión económica sostenida en la historia de México. Pese a la persistencia de algunos obstáculos -como la desigualdad del ingreso y la escasez de crédito- este proceso hizo posible el inicio de la industrialización -por cierto, varias décadas antes del momento en que la solía ubicar la historiografía económica convencional-. Esta interpretación del desarrollo de la economía mexicana a partir de factores macroeconómicos continúa a lo largo de la Revolución y todo el siglo XX, imprimiendo al trabajo una gran consistencia y fuerza explicativa.

Como sabemos, los cortes temporales revelan hipótesis, imprimen matices interpretativos o ponen de relieve aspectos que de otra manera se pasarían por alto. En el caso del periodo 1940-1962, que mencionábamos antes a propósito de la periodización adoptada en el trabajo, la intención del autor es explícita. Se trata de destacar que si bien la economía siguió creciendo y consiguió postergar por casi 20 años la crisis que pondría fin al modelo de crecimiento, a inicios de los años sesenta ya se percibían los problemas que ponían en duda su viabilidad y que fueron correctamente percibidos por Raymond Vernon, a contrapelo de las proclamas triunfalistas de muchos otros economistas de la época. Este importante matiz resignifica el término mismo de desarrollo estabilizador y arroja luz sobre las limitaciones y costos de esta etapa para el desarrollo de la economía en el mediano y largo plazo.

Otro matiz interpretativo se refleja en el siguiente corte temporal que, como decíamos antes, no cierra en 1971, convencionalmente considerado el fin del desarrollo estabilizador, sino en 1981. La razón sustantiva de ello es que, en realidad, la expansión económica de los años sesenta continuó con fuerza en el siguiente decenio: la economía creció aceleradamente, se ampliaron los derechos socioeconómicos de la población y se redujo la pobreza. Todo ello ocurrió independientemente de que las debilidades estructurales y las señales de agotamiento del modelo salieran a flote durante todo el decenio de 1970. El corte profundo, definitivo, se ubica entonces en 1982, punto culminante de un proceso en el que la política expansiva del gobierno, el déficit externo y la fuga de capitales llevaron el endeudamiento a un extremo insostenible, provocando la crisis de la deuda. Se trataba, en el fondo, de un fenómeno epocal que habría de afectar a toda América Latina y en realidad al mundo entero, pero que en México adquirió connotaciones especiales debido a la persistencia del autoritarismo político y del nacionalismo económico. Ambos ingredientes desembocaron en la decisión histórica de expropiar la banca comercial privada, una osadía por la que el país habría de pagar un precio muy alto en los años por venir.

La evaluación que hace Cárdenas sobre los años recientes no es ni ligera ni particularmente optimista. Entre las debilidades que han llevado a esta situación se encuentran el costo prolongado del rescate bancario, la persistente escasez de crédito productivo, la manera fragmentaria y postergada en que se llevaron a cabo las reformas estructurales, la fragilidad de las finanzas públicas y su dependencia de un recurso energético en franco declive, todo ello en un entorno internacional precario e incierto. Algunos de estos problemas registran una larga existencia y hacen pensar al autor que los retos que enfrentaba la economía hace 50 años no se han podido superar. Otros se originan en las nuevas condiciones generadas por la creciente integración a un mundo global. Ninguno es de fácil solución, pero el libro ofrece valiosas pistas que vale la pena destacar. Una de ellas es la necesidad insoslayable de formular una política industrial que genere eslabonamientos productivos tanto en el sector exportador como en el sector interno y que promueva la integración del sector informal a actividades productivas y mejor remuneradas. Otra es la profundización de los programas de combate a la pobreza de manera que no sólo se incremente el bienestar, sino que se corrija el legado estructural de pobreza y desigualdad que sigue minando las posibilidades de un desarrollo sustentable. Otra es el estudio serio y profundo de la evolución de la economía mexicana con una visión de largo plazo, como el que nos ofrece Cárdenas en esta obra.

El autor opta por concluir su estudio en 2012, probablemente bajo el criterio del fin del breve interregno panista y el inicio de un nuevo gobierno encabezado por el PRI. Por cuanto uno de los temas del último capítulo es el “reformismo interrumpido”, acaso habría valido la pena presentar las reformas estructurales que se aprobaron en el primer tercio del gobierno de Enrique Peña Nieto y analizar sus posibles implicaciones para el desenvolvimiento económico en el corto y mediano plazo. Se extraña, asimismo, un capítulo de conclusiones, en el que el autor habría tenido la ocasión de recapitular y ofrecer algunas “enseñanzas” que se desprendieran del largo recorrido por la historia económica del país. Dicho esto, no cabe duda de que se trata de un trabajo valioso y de gran interés para estudiantes, académicos, funcionarios y un amplio público de lectores interesados en este tema, tan fascinante en sí mismo como decisivo para el presente y el futuro del país.

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