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Historia mexicana

versão On-line ISSN 2448-6531versão impressa ISSN 0185-0172

Hist. mex. vol.66 no.1 Ciudad de México Jul./Set. 2016

 

Reseñas

Robert M. Buffington, A Sentimental Education for the Working Man. The Mexico City Penny Press, 1900-1910

Carlos Illades* 

* Universidad Autónoma Metropolitana-Iztapalapa.

Buffington, Robert M.. A Sentimental Education for the Working Man. The Mexico City Penny Press, 1900-1910. Durham, Londres: Duke University Press, 2015. 294p. ISBN: 978-0-8223-5882-4.


Hasta donde sabemos, El Semanario Artístico (1844) fue el primer periódico dirigido a los trabajadores mexicanos. Con un tiraje de 1 500 ejemplares, el órgano de prensa de la Junta de Fomento de Artesanos pretendía capacitar a los trabajadores en los distintos oficios, mejorar su educación, y trataba de reforzar su moralidad inculcándoles los valores del trabajo. Fue en la década de 1870 cuando comenzó a circular la prensa obrera con El Socialista (1871-1888), El Hijo del Trabajo (1876-1884) y muchos otros, publicaciones encabezadas por artesanos o donde figuraban éstos como redactores -Juan de Mata Rivera, José Muñúzuri, Francisco de Paula González, José María González y González, Juan B. Marmolejo, entre otros. El Socialista tiraba 3 000 ejemplares, parte de los cuales adquiría el Ministerio de Fomento e Instrucción Pública para distribuirlos gratuitamente entre las sociedades mutualistas de la ciudad capital. Sin abandonar los afanes educativos y moralizantes de El Semanario Artístico, la prensa obrera intentó integrar y coordinar a los trabajadores convirtiéndose en un recurso de sus organizaciones; tan es así que en determinados momentos algunos periódicos se hicieron llamar órgano de tal o cual asociación mutualista (El Socialista, La Firmeza, El Obrero y otros más).

El nuevo libro de Robert M. Buffington constituye un eslabón relevante de esta historia de la prensa dirigida a los trabajadores, pero desplaza el foco del análisis de las organizaciones, la acción colectiva y las ideologías hacia los procesos de subjetivación y constitución de identidades en lo que el autor llama, siguiendo el clásico de Flaubert, “educación sentimental”. Con el objeto de hurgar en ésta, Buffington hace una escrupulosa revisión de la prensa de a centavo (penny press) de la primera década del siglo XX, volviéndonos familiares los relatos de La Guacamaya, El Colmillo Público, El Diablito Bromista, Don Cucufate, El Chile Piquín, El Diablito Rojo, entre otros.

A Sentimental Education for the Working Man nos remite a una prensa medianamente profesionalizada que, a diferencia de la prensa obrera precedente, vive de sus lectores (La Guacamaya, por ejemplo, llegó a imprimir 29 000 ejemplares, esto es, diez vece más que El Socialista) y por tanto posee cierta independencia dentro de la dictadura porfiriana al no necesitar del subsidio gubernamental -misma que a un costo mucho más elevado para sus editores había ganado la prensa militante con Regeneración, que para entonces imprimía 22 000 ejemplares-. Moralizar (El Semanario Artístico) y organizar (El Socialista, El Hijo del Trabajo) pasan a un segundo plano con la emergencia de la prensa de a centavo que, dentro de sus varios objetivos, destaca el de divertir. El lenguaje solemne y acartonado de la prensa obrera cede terreno al juego de palabras y al albur, aunque éste resulte también impostado, pues no deja de ser la recreación hecha por la élite letrada (gente decente) de lo popular, de lo que han dado cuenta destacadamente La jaula de la melancolía, de Roger Bartra, los estudios de Ricardo Pérez Montfort acerca de los estereotipos nacionales y los trabajos de Tiziana Bertaccini sobre el héroe popular.

El registro de lo que el teórico galés de la cultura Raymond Williams conceptualizó como “estructura de sentimiento” Buffington lo realiza en cinco capítulos: los tres primeros dedicados a la formación de lo que podríamos llamar conciencia nacional; los últimos, a la conformación de una cultura misógina y machista en el medio laboral construida alrededor de la figura del “don Juan”. Respecto de aquélla, el autor destaca la reapropiación de las estampas patrióticas de Juárez e Hidalgo, a los que poco después se añadirán los Niños Héroes dentro del imaginario obrero. Esto, aunado a las demandas de ciudadanía política y autogobierno explícitas en los relatos periodísticos, convence a Buffington de que es el liberalismo popular el que las significa.

En realidad ya desde la República Restaurada los héroes de la república poblaban el panteón obrero: en el sepelio del Benemérito, el Gran Círculo de Obreros de México realizó una magna concentración en San Fernando y así, hasta su extinción en 1882, no dejó de conmemorar el hecho luctuoso. Además, la organización obrera recordaba la gesta insurgente y al cura Hidalgo, así como la batalla del 5 de mayo, y aprovechaba la inauguración de algún taller o biblioteca para traer a cuento a los próceres patrios. De hecho, los trabajadores hacían ver a los representantes del poder público el papel que tuvieron en las guerras del siglo XIX y, particularmente, su participación en defensa de la república.

Por otra parte, el tema de la ciudadanía no es exclusivamente liberal; es central en el romanticismo social (Adorno, Pizarro, Altamirano, Inclán), que la considera la herramienta adecuada para dar estabilidad política a la república y estructurar a la sociedad bajo un régimen asociativo. También es fundamental para el primer socialismo (Considerant, Rhodakanaty), preocupado por crear un pueblo moderno (Considerant) o por establecer una solución de continuidad entre la revolución política y la reforma social (Rhodakanaty). A juicio de este último, la democracia sería insuficiente mientras la mayoría de la población careciera de lo indispensable, razón por la cual la forma cabal de la democracia sería la democracia social tal y como la plantearon las revoluciones de 1848.

Ahora bien, si entendemos la ciudadanía sólo como la participación en lo público, esto es, en la acepción liberal, la apreciación de Buffington es adecuada: sin duda, los trabajadores aspiraban a intervenir en la esfera pública. En este punto, el autor recurre a la caracterización que hizo Ernesto Laclau del populismo, al definirlo como una lógica política que engloba múltiples experiencias históricas bastante disímiles. Mediante las nociones de “cadena equivalencial” y “significante vacío”, el politólogo argentino elucidó la mecánica de acuerdo con la cual las demandas específicas de los actores sociales se articulan en una demanda unitaria, ocupando justamente el espacio del significante vacío. Esta explicación de la integración del campo popular o de un nosotros forzosamente plural, de acuerdo con La razón populista, sirve a Buffington para atisbar el surgimiento de un “nosotros los pelados” como el envés de la sensibilidad burguesa porfiriana, un nosotros en el que coexisten armónicamente el amor a la patria y la misoginia.

No obstante el indiscutible aporte de A Sentimental Education for the Working Man al conocimiento tanto de la prensa como de la conformación de la subjetividad trabajadora y de la cultura popular del periodo, contamos con escasos elementos para evaluar el papel que desempeñó la prensa de a centavo en la conformación de la Casa del Obrero Mundial en 1912, en las huelgas de 1915 y en el exponencial crecimiento del asociacionismo trabajador durante la lucha armada, en los cuales se sindicalizaron algunos oficios marcadamente femeninos como las costureras, y también las y los boneteros. ¿Fue esta prensa, la prensa militante, o ambas, quien activó este proceso? ¿Cooperaban o competían Regeneración y La Guacamaya en la conformación de la conciencia trabajadora al despuntar el siglo XX? El libro no ofrece indicios al respecto, ni tampoco sobre el horizonte de expectativa de las clases subalternas fraguado en aquellos años convulsos. Probablemente todos los armeros y torneros que se incorporaron a los Batallones Rojos se sentían donjuanes y hablaban en el lenguaje críptico del albur, lo cual nos dice mucho acerca de cómo interactuaban con el sexo femenino o entre ellos, así como de sus apetencias y fantasías, pero acaso nos dice menos sobre su participación en la Revolución.

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