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Historia mexicana

On-line version ISSN 2448-6531Print version ISSN 0185-0172

Hist. mex. vol.66 n.1 Ciudad de México Jul./Sep. 2016

 

Reseñas

Leticia Reina, Historia del Istmo de Tehuantepec. Dinámica del cambio sociocultural, siglo XIX

Laura Machuca Gallegos* 

* Centro de Investigaciones y Estudios Superiores en Antropología Social-Peninsular.

Reina, Leticia. Historia del Istmo de Tehuantepec. Dinámica del cambio sociocultural, siglo XIX. México: Instituto Nacional de Antropología e Historia, 2013. 366p. ISBN: 978-607-484-422-1.


Para quienes trabajamos y estamos interesados desde hace años en la historia del Istmo de Tehuantepec, resulta un verdadero acontecimiento el libro de Leticia Reina. Primero, porque es una síntesis del conocimiento acumulado por ella, fruto de varios años de investigación; segundo, porque completa una serie de análisis sobre Oaxaca que se han abocado a estudiar el siglo decimonónico; tercero, porque se da a la empresa de realizar una historia “total”; en ese sentido no sólo se ha centrado en la historia política o demográfica sino que incursiona también en la cultura y el género. Esto último es muy importante porque rápidamente advirtió que no podía emprender su obra sin considerar el papel que han jugado las mujeres en el Istmo de Tehuantepec; ahora, como antes, su presencia no pasa inadvertida. Por último, frente a los nuevos proyectos modernizadores que afectan al Istmo, sobre todo por la implantación de los eólicos, sin tener en cuenta el punto de vista de los pueblos, el recurso a la historia reciente se vuelve más que necesario, para no dejar que la memoria muera y reforzar la conciencia sobre el patrimonio.

Cuatro grandes capítulos articulan el libro: “Territorio y doblamiento”, “Economía regional”, “Sociedad y política” y por último “Identidad y cultura”.

El Istmo en el siglo XIX era la región de Oaxaca con menos población, con un crecimiento mínimo (.2% anual en 60 años) debido a las epidemias, los problemas políticos y la emigración. Hubo planes sostenidos de colonización y de formación de colonias agrícolas, y aunque no tuvieron mucho éxito, ejemplifican que el Istmo siempre ha sido una zona de atracción por sus recursos naturales, sobre todo tierras.

La misma autora señala que aún falta ahondar en la situación de la tierra, pero resulta difícil saber la cantidad y la calidad de la tierra que pertenecía a cada comunidad, debido a la pérdida de archivos locales (los archivos parroquiales y municipales se cuentan con los dedos de una mano). Aun así Leticia Reina ha podido dar una idea del cambio en la configuración de los pueblos, el papel de las haciendas marquesanas y frailescas, las más grandes de la región, y el impacto del proyecto liberal. En el Istmo había amplias zonas con tierra disponible y fue en esos puntos, a partir de la década de 1880, que se transformó la estructura agraria. Ella ha identificado cuatro factores que contribuyeron al proceso de especulación y venta de tierras: 1) El tendido del ferrocarril, 2) la ley de Colonización y Baldíos, 3) estímulo a la producción agroexportadora y 4) la vía interoceánica (p. 116).

Si bien los planes de colonias agrícolas no funcionaron, quienes sí llegaron para quedarse fueron las compañías estadounidenses. Ellas recibieron las grandes adjudicaciones. Como bien advierte la autora, es un amplio campo de investigación disponible, si bien ella ofrece ejemplos importantes como los de Chimalapas, Sarabia y Boca del Monte, Cruz de Mogoñe, Ixtaltepec y Cerro Pluma. Reina afirma (p. 127) que fue la mitad del territorio el que se privatizó vía adjudicaciones, pero aún más interesante me parece que las conclusiones de la autora dan mucho para discutir: todo esto sólo fue en el papel, en realidad pocos de los nuevos propietarios tomaron posesión, es decir, hubo cambios de consideración en la tenencia del suelo, pero poco en su uso.

El segundo capítulo, sobre la economía regional, está dedicado a una descripción de las producciones, el papel de las nuevas empresas agrícolas y sus propietarios, que en el caso del distrito de Juchitán, por ejemplo, concretizaron la modernización de la agricultura. Por otro lado, durante todo el siglo XIX se crearon nuevos pueblos, rancherías y estaciones de ferrocarril. Varias localidades ya existentes se reactivaron, como Tapanatepec, Zanatepec e Ixtaltepec, en donde la autora identifica el surgimiento de una “clase media de rancheros”, campo que también queda abierto a futuras investigaciones. Así el cambio crucial durante el siglo XIX no se dio por las adjudicaciones, sino porque hubo una dinamización de parte de los empresarios agrícolas, a tal punto que rebasaron en mucho la producción de los pueblos. Pero ahora no sólo se trató de abastecer mercados locales o regionales, sino que hubo un significativo movimiento comercial con el exterior. Lo anterior no hubiera sido posible sin el desarrollo de un transporte clave: el ferrocarril, y sin el fortalecimiento de los puertos de Salina Cruz y Coatzacoalcos. La autora dedica varias páginas esclarecedoras a sintetizar el proyecto interoceánico que empezó a tomar forma, en realidad, desde tiempos de Hernán Cortés. No sólo era su posición estratégica la que suscitaba tanto interés, sino que se esperaban atractivas ganancias por el comercio internacional. Algunos incluso pensaban que este proyecto era mejor que el de Suez, y el istmo oaxaqueño se consideraba mejor situado que Panamá o Nicaragua.

El tercer capítulo, “Sociedad y política”, pone énfasis en el desarrollo “inusitado” que tuvo Juchitán. Al analizar la configuración ocupacional, se da cuenta de la primera gran diferencia con Tehuantepec, que hasta al menos mediados del siglo XIX había mantenido su preeminencia como la única villa del Istmo. En Juchitán fueron en aumento las actividades artesanales y de servicios, en cambio Tehuantepec permaneció dedicada a la agricultura. En cuanto a las mujeres, tema de preocupación para la autora, aparecen en el censo de 1890 (analizado a profundidad) con 35% de presencia, cifra muy alta para la época. Debido a las rebeliones (1839-1853) y al estar los hombres en armas, las mujeres debieron ponerse a trabajar. Con la construcción del ferrocarril también hubo gran demanda de esta mano de obra, “su incorporación al mercado fue relativamente fácil y natural”.1

Otra línea de trabajo son los extranjeros, que llegaron a todo lo largo del siglo XIX, se casaron con mujeres zapotecas, se vieron obligados a aprender zapoteco por sus negocios y a volverse “invisibles”, en un proceso que la autora ha llamado la zapotequización de los extranjeros. Identifica sobre todo dos momentos fuertes de inmigración: de 1840 a 1880, promovido por las políticas de colonización, y de 1880 a 1912, incentivado por la construcción del ferrocarril. Según mi experiencia habría que distinguir una oleada anterior que abarca desde principios de siglo XIX hasta la década de 1830, cuando se hicieron presentes una serie de personajes nuevos, que no conocíamos de la época colonial, y cuyos apellidos tomaron fuerza a lo largo del siglo. Tampoco podía faltar un estudio de las famosas rebeliones, dominio que la autora conoce bien, pero en el libro se centra en particular en las ideas separatistas, es decir, en la profunda animadversión que siempre existió entre Juchitán y Tehuantepec y que en este siglo alcanzó su punto máximo. Sobre todo profundiza en los planes que hubo de crear un estado independiente; a las razones locales, se agregaron intereses personales, de Estado e internacionales. Aquí la autora realiza un ejercicio metodológico y se apoya en la versión de un escritor local, cuya familia intervino en los hechos y con cuyos testimonios documentó su novela. Lo importante, afirma ella, es ir más allá de la historia social y ver cómo hay factores subjetivos, “amores y desamores”, que también intervinieron en el desenvolvimiento de los hechos.

El último capítulo, “Identidad y cultura”, se consagra a explorar el origen del vestido de la mujer zapoteca. Otra parte explora la música, entre ella los orígenes de la Sandunga, la danza, las fiestas, las velas y el sistema de cargos.

Haré una observación al trabajo, sin demeritarlo en lo absoluto: la autora no hace uso de los trabajos de los cronistas e historiadores locales ni de las tesis de doctorado que se han sustentado en los últimos años. Ha habido una fuerte corriente por acercarse a las fuentes (ya sea de archivo u orales) y reescribir la historia del Istmo; creo que una lectura de estos textos podría haber sido enriquecedora.2

El libro de Leticia Reina abre múltiples vetas de investigación; yo aquí sólo señalaré tres. Una, sin duda la cuestión de la tierra es un aspecto que vale la pena seguir explorando, desde las políticas de desamortización, las adjudicaciones, el uso del suelo, trabajando con las fuentes existentes y descubriendo otras. Segundo, vale la pena explorar la creación de todos esos nuevos poblados y sus pobladores; la inmigración no sólo fue de extranjeros, seguramente también una población de otros lugares de México llegó buscando nuevas perspectivas. ¿Cómo se organizaron? Sin contar que aunque las categorías de indio, negro, mulato, etc., ya no son vigentes en los documentos decimonónicos, sí desempeñaron un papel crucial en las relaciones de todo tipo, tanto en el interior de las poblaciones como en su exterior. Tercero, falta realizar un análisis fino de la llamada “oligarquía” regional. Además de la gente que llegó en las diferentes migraciones, hay varios apellidos que se fortalecieron desde fines de la época colonial y que se negaron a dejar la escena en el siglo XIX, sobre todo algunos miembros del ejército y jefes políticos, que también formaban parte de esa oligarquía, que no era para nada homogénea.

El texto viene acompañado de variadas y muy representativas fotografías. La invitación es pues leer el libro de Leticia Reina, y si es con un chocolate de agua y a ritmo de la Sandunga, mejor.

1Yo también tuve la curiosidad de buscar históricamente este papel predominante de las mujeres para un periodo anterior al que trabaja la autora; véase “El papel de las mujeres en la historia colonial y en el siglo XIX del istmo de Tehuantepec”, en Laura Machuca Gallegos y Judith Zeitlin (coords.), Representando el pasado y el presente del istmo oaxaqueño: perspectivas arqueológicas, históricas y antropológicas, México, Centro de Investigaciones y Estudios Superiores en Antropología Social, Universidad de Massachusetts, Boston, 2013, pp. 219-235.

2Entre las tesis podemos mencionar a Alejandro Castaneira Yen Ben, “La ruta mareña. Los huaves en la costa del Istmo Sur de Tehuantepec. Oaxaca (siglos XVIII-XXI)”, tesis de doctorado en ciencias antropológicas, Universidad Autónoma Metropolitana-Iztapalapa, 2008; Carlos Manzo, “El istmo de Tehuantepec de la economía mundo a la aldea global: comunalidad, resistencia indígena y neocolonialismo en el sur de México (siglos XVI-XXI)”, tesis de doctorado por la Universidad de Guadalajara, 2011, y Ezequiel Zárate Toledo, “Dynamiques territoriales et rapports de pouvoirs entre Huaves et Zapotèques de la région Sud de l’isthme de Tehuantepec, Oaxaca, Mexique”, tesis de doctorado, París, Universidad de París III, La Sorbona, 2013. Entre los libros, Mario Mecott Francisco, Historia del Istmo de Tehuantepec 1821-1867: del México independiente al triunfo de la República, México, Conaculta, Carteles Editoriales, 2005, y César Rojas Pétriz, Sandunga: música sublime, símbolo de unión, s. e., 2007, entre otros de manufactura local.

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