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Historia mexicana

On-line version ISSN 2448-6531Print version ISSN 0185-0172

Hist. mex. vol.65 n.1 Ciudad de México Jul./Sep. 2015

 

Reseñas

José Luis Moreno Vázquez, Despojo de agua en la cuenca del río Yaqui

Luis Aboites Aguilar* 

* El Colegio de México. Correo electrónico: laboites@colmex.mx.

Moreno Vázquez, José Luis. Despojo de agua en la cuenca del río Yaqui. ,, Hermosillo: El Colegio de Sonora, 2014. 342p. ISBN: 978-607-7775-54-6.


Palabras clave: Moreno Vázquez; agua; río Yaqui; Sonora; México; siglo XX

Keywords: Moreno Vázquez; water; Yaqui river; Sonora; Mexico; 20th Century

Hace años José Luis Moreno Vázquez publicó un magnífico libro sobre el modo en que un grupo de agricultores privados, en ocasiones con la ayuda de los gobernantes y en ocasiones ante la impotencia de ellos mismos, levantaron el distrito de riego de la Costa de Hermosillo a mediados del siglo XX, y sobre cómo apenas 20 años después ese distrito comenzó a empequeñecer en virtud de los efectos provocados por la extracción acelerada de las aguas subterráneas. Ese libro se titula Por abajo del agua. Sobreexplotación y agotamiento del acuífero de la Costa de Hermosillo, 1945-2005, Hermosillo, El Colegio de Sonora, 2006. Ahora Moreno Vázquez publica un nuevo libro, de gran actualidad, que estudia el trasvase de aguas de la cuenca del Yaqui a la cuenca del río Sonora. Ese trasvase fue posible gracias a un acueducto de 145 km de longitud, construido entre 2010 y 2013. Una de las diferencias entre los dos libros es que éste se escribió en vivo y a todo color, es decir, mientras ocurrían los acontecimientos que constituyen el objeto de estudio, o sea, la construcción del acueducto llamado Independencia. Comentario típico de historiador es decir que no es muy frecuente leer trabajos hechos así. Y es que no cualquiera se avienta a ese ruedo.

El nuevo libro resolvió con solvencia el desafío metodológico y editorial que imponía investigar y escribir sobre la marcha de los acontecimientos. Además, superó un riesgo que parecía insalvable: escribir un libro para consumo de los solos sonorenses y más aún para los sonorenses opuestos al acueducto y acabar escribiendo una denuncia más. Y no. Es un libro para el mundo, sonorenses incluidos, no al revés, y es además un texto académico, bien armado, independientemente de si estamos de acuerdo con el argumento que va implícito en el título del volumen. Por eso, entre otras razones, hay que felicitar al autor. El tema es por demás importante y pertinente. En China se acaba de inaugurar la primera etapa de un acueducto ocho veces más largo que el Independencia. Lleva agua del río Yang Tse al norte del país, donde se ubica la capital Beijing. Como en México, el sur chino es húmedo y árido el norte. En México se ha anunciado la construcción de un acueducto de más de 370 km de longitud. Llevará agua del río Pánuco para el abasto urbano de Monterrey, aunque algunos sospechan que en realidad el líquido se empleará para la extracción de gas. Dado este contexto de construcción de obras destinadas al abasto urbano, aun a costa de aguas que antes se destinaban a la agricultura, debemos estar muy contentos de tener un libro sobre este episodio sonorense.

Despojo de agua en la cuenca del río Yaqui no alcanzó la tragedia del río Sonora ocurrida en el desgraciado verano de 2014, provocada por el derrame de aguas tóxicas provenientes de la mina Buenavista, en Cananea. Seguramente ya habrá alguien escribiendo del mismo modo que Moreno un libro sobre la contaminación de tan hermoso río. Démonos cuenta de algo importante: los nuevos usos del agua imponen su propio estudio, en el caso de Sonora, primero la sobreexplotación y la intrusión marina en el acuífero de la Costa de Hermosillo, luego el acueducto y ahora la contaminación del río Sonora, más lo que se acumule esta semana. Como van las cosas, poco debe sorprendernos lo que venga en el futuro.

Queda claro, nadie discute la necesidad de aumentar la provisión de agua a Hermosillo y al resto de localidades sonorenses. Ese no es el punto a discusión.

El libro consta de 339 páginas y está dividido en cinco capítulos, en general de redacción pulcra, aunque muy desbalanceados en su tamaño. Se basa en una abundante y ordenada información proveniente no sólo de documentos legales y de periódicos y revistas electrónicas sino también de lo que los antropólogos llaman “observación participante”. Además de acudir a los plantones en Vícam, el autor asistió al menos a una reunión entre las partes en conflicto en las oficinas de la Secretaría de Gobernación en la ciudad de México. No cualquiera. Si los promotores del acueducto intentan refutar el argumento de este libro, tendrán que trabajar tanto o más que Moreno Vázquez. Ojalá pronto ellos publiquen un libro. Lo que no entiendo es por qué no se citan las entrevistas ni las impresiones de la observación participante. ¿No se tomaron en cuenta? Tampoco se da tiempo el autor para caracterizar a los medios de comunicación que constituyen sus fuentes de información. Me refiero a algo que los historiadores llamamos crítica de fuentes. Tal crítica hubiera sido de gran utilidad para dar más solidez al argumento general. Cabe preguntar por ejemplo si las principales fuentes de información corresponden a medios que se oponían al acueducto.

En la introducción el autor presenta una muy breve aunque valiosa revisión de las experiencias de otros acueductos que han intentado, como el Independencia, resolver la provisión de aguas a localidades urbanas. Empieza con el caso del valle Owen, que perdió sus aguas a principios del siglo XX, víctima de la poderosa y sedienta ciudad de Los Ángeles. Entre los expertos, se trata de un caso paradigmático, pues contiene casi todo lo que hay que saber sobre esta clase de obras hidráulicas, en particular el predominio de las ciudades sobre el campo. También presenta detalles del acueducto construido hace décadas que va del río Colorado a Tecate y Tijuana, así como de la muy peliaguda cuestión de la presa El Cuchillo, que da agua a Monterrey. Construida en la década de 1990, esa presa entró en contradicción con los derechos adquiridos décadas antes por un distrito de riego tamaulipeco. ¿Les suena familiar?

El autor le dice crónica a su trabajo. No estoy de acuerdo. Parece humildad desmedida o desatino infinito. Es cierto, el libro es ante todo una larga y detallada narración cronológica, obsesiva a veces, de los acontecimientos que desembocaron en la construcción del acueducto. Es cierto también que a veces se extrañan los subrayados del autor ante ciertos acontecimientos, algunas llamadas de atención, resúmenes, recapitulaciones. Y es cierto que las conclusiones son discretas, breves, no del todo claras. Pero aun así el trabajo es bastante más que una crónica. Es un estudio en torno a la violación reiterada y sistemática de aquello que quizá sólo existe en el mundo de la fantasía y que se llama estado de derecho. El argumento del autor es que el acueducto Independencia se hizo pasando por encima de los derechos de terceros, de leyes y de resoluciones de los jueces y de otras instancias. En verdad la lectura del libro enoja, entristece, deprime, pues es una historia compuesta por desacatos, amenazas, arbitrariedades, una tras otra. Llega el momento en que uno pide paz o una tregua al autor o a la historia misma. Pero no. Desacato tras desacato, seguidos de la impunidad rampante, como con la guardería ABC. De nuevo nadie duda de la necesidad de agua que tiene Hermosillo, pero la pregunta es por qué en este país una necesidad pública se resuelve de semejante manera.

Aunque no es el propósito del autor, el libro también puede leerse como la historia de un éxito político. Los promotores del acueducto, encabezados por el gobernador Guillermo Padrés, de filiación panista, son los triunfadores de la historia, los exitosos, junto con los emprendedores y los contratistas. Pero el costo de ese éxito parece muy alto. Veamos.

El libro da cuenta de tres violaciones en el ámbito del derecho, a saber, a las suspensiones provisionales, a las suspensiones definitivas y a los amparos (capítulos 3, 4 y 5, respectivamente). Los promotores de la obra ignoraron todos esos mandatos judiciales y lograron sacar adelante el acueducto. Los primeros desacatos corresponden a decisiones del tribunal agrario y de la juez del octavo distrito con sede en Ciudad Obregón, que ordenó suspender la obra. Nadie le hizo caso. La juez pidió el auxilio de la fuerza pública, del ejército, de la policía federal, para meter en cintura a los promotores del acueducto. Y nada. Tampoco le hicieron caso a la Comisión Nacional de Derechos Humanos, al Senado de la República, a otros jueces. Como si vivieran en un mundo aparte, en un mundo autocontenido, gobernado por ellos y para ellos solos. Por esa apariencia, el acueducto parece igualar a Hermosillo con Iguala-Ayotzinapa, y por ello iguala al norte rico con el sur pobre. ¿Cómo pudieron hacerlo? ¿Cómo vencieron los obstáculos sociales, legales, políticos, culturales, históricos? ¿Cómo consiguieron fondos? ¿Con quiénes se aliaron? ¿Su manera de resolver todo esto será en lo sucesivo patrón o modelo a seguir, por ejemplo, en el acueducto que llevará agua del río Pánuco­ a Monterrey? Esto último es lo que advierte José Ramón Cossío Díaz, ministro de la Suprema Corte de Justicia de la Nación, quien siempre perdió en las votaciones frente a sus colegas ambiguos y a final de cuentas partidarios o al menos indiferentes del litigio y del conflicto social que subyacía a la construcción del acueducto (pp. 286-288).

La obra intenta y creo que logra ofrecer una visión balanceada sobre las partes en conflicto. De un lado Hermosillo y del otro el valle del Yaqui. Se exponen sus posturas, sus argumentos, los motivos del conflicto. En el valle del Yaqui destaca la manera en que propios y extraños, es decir, yaquis, grupos de ciudadanos y grandes agricultores, unieron fuerzas para enfrentar lo que a su juicio era un despojo descarado del agua del río Yaqui. Por su parte, el gobierno del estado contó con el apoyo de las organizaciones empresariales de Hermosillo: Coparmex, Canaco, Canacintra, Cámara de Comercio, Servicios y Turismo (CCST) y por supuesto­ la Canadevi, que agrupa a los llamados vivienderos. También apoyaron los maquileros, restauranteros, hoteleros y los agricultores del norte de Sonora (pp. 89-90). Pero no sólo ellos. El propio gobierno federal, en especial el presidente Felipe Calderón (lo mismo que Enrique Peña), brindó un apoyo inestimable al acueducto. A la postre, ese trío (gobierno estatal, empresarios de Hermosillo y gobierno federal) fue imparable, invencible. ¿Es así? ¿Falta alguien en esa coalición? ¿Acaso el vecindario y el Ayuntamiento de Hermosillo?

Sorprende que en el libro, salvo al final, no aparezcan las autoridades municipales, ni en una ciudad ni en otra. ¿No tuvieron participación? Tómese en cuenta que durante siglos los ayuntamientos manejaron la provisión de agua a las localidades. Tampoco menciona a dos actores cuya importancia a veces pasa desapercibida: el ejército y la o las iglesias.

También sorprende el apoyo del gobierno federal a tan desaseado e impugnado proyecto. Cabe preguntarse si tal apoyo es indicio de una lastimosa debilidad política del poder federal. ¿Acaso el gobierno federal carece ya de la fuerza suficiente para poner orden en las entidades federativas? ¿Cualquier gobernador con apoyo empresarial local podrá hacer y deshacer a su antojo en relación con los recursos productivos propiedad de la nación? ¿Peculiaridad sonorense o dato del debilitamiento del poder federal en general? Pregunto si es peculiaridad local por el recuerdo de las andanzas del general Abelardo Rodríguez, quien en la década de 1940, como gobernador de Sonora, impuso al gobierno federal la construcción de la presa que lleva su nombre.

También muestra la trama política: solo en apariencia la cuestión del acueducto es un conflicto partidista PAN-PRI, pues algunos priistas no ocultaron su apoyo a la obra, empezando por el primer priista de Sonora, el ahora diputado Manlio Fabio Beltrones. Se agradece que el autor aclare esa dimensión. Otro aspecto político es el lugar del vecindario de Hermosillo. Uno de los tramos mejor logrados del libro es el que se refiere al repudio con que fue recibido lo que parecía un autohomenaje del gobierno del estado: el monumento al tubo (al acueducto, se entiende, no al baile). Y por el repudio el tubo tuvo que ser desmantelado. Pero más allá del tubo hay una pregunta importante, a saber, ¿el vecindario de Hermosillo apoyó el proyecto del gobernador? El libro no es muy claro al respecto, pero sí ofrece la pista de que en las elecciones de julio de 2012 el PAN, o sea el partido gobernante, ganó todo en Hermosillo: diputaciones federales y locales y la presidencia municipal (pp. 173-174). ¿Acaso ese triunfo electoral panista indica que a final de cuentas y pese a todo los hermosillenses apoyaron a un gobernador autoritario que sin embargo les garantizaba la provisión de agua? Y si es así, ¿cómo explicar el repudio al tubo? Por ello, la postura del vecindario hermosillense es una gran veta de investigación.

Otra veta es la división norte-sur del estado, o el conflicto entre los “señores feudales del sur” y los “capitalistas del norte”, según se lee en la p. 113, haciendo un símil quizá con los bandos de la guerra civil estadounidense (y recuérdese qué bando ganó esa guerra). Se trata de un tema de geografía histórica y política que ojalá culmine en un libro espléndido, como el que publicó hace años Stuart Voss sobre los notables de las localidades sonorenses del siglo XIX. Porque sin duda lo que encierra el largo conflicto­ por el acueducto es la disputa entre oligarquías, su división. Y en Sonora sí que saben de divisiones de la oligarquía. Recuérdese a Manuel Gándara y a Ignacio Pesqueira en el siglo XIX y a José María Maytorena durante la revolución de 1910; recuérdese también que en esas pugnas los yaquis jugaron un papel destacado. Por cierto, ¿es verdad lo que dijo el gobernador, de que en Ciudad Obregón hubo bullying contra aquellos que apoyaban el acueducto? (p. 194). ¿Tan profunda es la herida entre el norte y el sur sonorense? ¿Qué pasa con las familias formadas por cónyuges de una y otra ciudad? ¿Las próximas elecciones de junio de 2015, en las que se elegirá nuevo gobernador, serán acaso una especie de evaluación del quehacer del gobierno local en torno al acueducto?

Un buen libro como éste lleva a formular preguntas y problemas de investigación. Ni de lejos puede responder todas las preguntas ni satisfacer todas las lecturas. Ningún libro tiene semejante poder. Aquí quiero centrar la atención en lo que este libro descubre en términos de una historia general de los usos del agua en México. Puede sugerirse que en el fondo lo que el acueducto expresa es la aparición de nuevas aguas, como se argumentará enseguida.

A mi juicio, desde el punto de vista historiográfico, la aportación más importante de Moreno Vázquez es que reconstruye con lujo de detalles un cambio de época en la historia de los usos del agua del país y del planeta. ¿Quién podía imaginarse en 1950-1970 que a alguien se le ocurriera despojar de agua al distrito de riego del valle del Yaqui? Este era algo así como la joya de la corona del modo posrevolucionario de hacer política, negocios agrícolas y ciudades en el norte mexicano. Ni de lejos era el pequeño valle Owen. El valle del Yaqui no puede entenderse sin dos condiciones: por un lado, la explotación de una mano de obra abundante, desorganizada y por ello muy barata, y por otro, la generosidad de la inversión del gobierno federal. El valle del Yaqui, presumía el cronista Claudio Dabdoub en 1964, era el nuevo granero de la nación; además, por si hiciera falta recordarlo, fue cuna de la revolución verde. Ciudad Obregón y dicho valle eran de las criaturas predilectas del milagro mexicano. Y este milagro, si bien se basaba en la industria, no podía ni puede entenderse sin un boyante fundamento rural. Todavía en la década de 1960 algunos idearon el Plan Hidráulico del Noroeste, que consistía en llevar agua desde el sur de Sinaloa para ampliar las zonas irrigadas de Sonora. ¿A quién se le podía ocurrir ir en sentido contrario? Incluso, en el libro Por abajo del agua (p. 264), Moreno cita la propuesta de 1965 del geógrafo Jorge Tamayo de llevar agua de Alaska a Sonora, no precisamente para saciar la sed de los habitantes de Hermosillo. Esa es la época que quedó atrás. Esas son las viejas aguas, las aguas que dejó atrás el acueducto Independencia.

Varias décadas después, en notable contraste, grupos de interés asentados en la cuenca del río Sonora no sólo pensaron en tomar agua de la cuenca del Yaqui sino que lograron hacerlo. ¿Por qué? Para responder, hay varios aspectos que deben tomarse en cuenta. Uno de ellos es que en las últimas décadas la agricultura ha venido a menos, dejó de ser el motor económico que durante decenios movió al norte mexicano entero. Incluso el valle del Yaqui, como La Laguna y otras zonas agrícolas, ha venido reduciendo su tamaño. En su lugar, el motor es la industria (maquiladoras más industrias como la enorme planta de la Ford de Hermosillo, instalada a mediados de la década de 1980), el negocio urbano, los servicios, las viviendas. Las nuevas aguas se componen o definen por esos nuevos intereses, percepciones, por nuevos grupos, actores, instituciones. El gobernador lo decía de este modo: “Todavía hay enemigos del progreso, quienes no entienden que hay nuevas formas de hacer las cosas, que hay un nuevo pensamiento que recorre todo Sonora” (p. 120). Y en ese discurso sobre el nuevo significado de progreso hay dos elementos centrales: a) los enemigos del acueducto eran una minoría, y b) Hermosillo es la encarnación de la nueva Sonora. Un porcicultor agregaba: “No vamos a permitir que por el capricho de unos cuantos se ponga en riesgo el futuro del estado” (p. 104). El discurso parecía decir algo así como “ahora Sonora es Hermosillo y todos los sonorenses (salvo unos cuantos) viven en Hermosillo”. El gobernador aseguraba: “queda muy claro que el agua es de todos los sonorenses y no nada más de unos cuantos” (p. 74). Los llamados “unos cuantos” seguramente eran los grandes agricultores de Ciudad Obregón, los antiguos poderosos, entre ellos algunos descendientes del general Álvaro Obregón. La agricultura se hizo minoritaria en más de un sentido. Las nuevas aguas son predominantemente urbanas. Por lo anterior cabe preguntarse: ¿se puede entender ese discurso y en general la historia de este acueducto sin el impacto de la apertura de la planta Ford en Hermosillo, que impuso conexiones nuevas de Sonora con el mundo globalizado?

En la trama de esta nueva época, de estas nuevas aguas, destaca la relación entre las dos ciudades, Hermosillo y Ciudad Obregón. Recuerda por ello la novela de Dickens sobre Londres y París. En este caso la historia versa sobre cómo durante décadas Hermosillo y Ciudad Obregón lograron convivir con cierta armonía (aunque la coyuntura electoral de 1967 parece decir otra cosa), hasta que una de ellas decidió que necesitaba más agua y que tenía que quitársela a la otra. Quizá esa cordialidad obedecía a que eran ciudades pequeñas, muy parecidas entre sí. En 1950 Hermosillo, con apenas 44 000 habitantes, tenía sólo 30% más habitantes que Ciudad Obregón. Pero en las últimas décadas eso cambió. Al ritmo de la caída agrícola, Ciudad Obregón fue rezagándose y la distancia entre las dos, como dice la canción, “es cada día más grande”. En 2010 Hermosillo tenía ya más del doble de habitantes que Ciudad Obregón. Insisto en la repercusión de la llegada de la Ford y la de sus ampliaciones posteriores.

Otra virtud del libro es que deja sembradas semillas para que otros investigadores profundicen en un rasgo destacado de las nuevas aguas, de la nueva época. Me refiero a las nuevas ciudades, definidas por la aparición de nuevos intereses. Qué son las ciudades sino aglomeraciones humanas que viven en pequeñísimos espacios y que son gobernadas, desde los tiempos más remotos, por los “notables”, es decir, por los políticos, burócratas, comerciantes, sacerdotes, cronistas y prestamistas. En nuestra época, las nuevas ciudades contienen un protagonista en ascenso más que destacado: las empresas inmobiliarias. ¿Acaso este ramo empresarial se está convirtiendo en el nuevo mandamás del agua mexicana? Esas empresas, que urge estudiarlas, parecen ir sustituyendo a los antiguos aguatenientes, a los grandes propietarios al estilo de la Richardson y luego a los pequeños y grandes propietarios agrícolas de zonas como el valle del Yaqui. ¿Qué tanto el acueducto no es más que la respuesta gubernamental al poder del negocio inmobiliario? Eso sostiene el autor Moreno Vázquez cuando anota que en 2013, ya contando con el agua del río Yaqui en Hermosillo, se anunció la construcción de 3 600 viviendas, 109 plazas comerciales, 27 bodegas, 6 naves industriales y 18 edificios (p. 304). ¿Quién puede negar que esas inmobiliarias viven de la bárbara y horrorosa expansión de la mancha urbana de ciudades como Hermosillo, Chihuahua, Torreón, Delicias? Más que satisfacer una demanda o resolver un déficit, el acueducto parece más bien destinado a crear una demanda de agua cada vez más grande. Allí está el (nuevo) negocio.

En la época actual estamos siendo testigos de un poder nuevo de las ciudades en zonas en donde antes predominó la idea de que el agua era bastión de la grandeza de México vía los grandes distritos de riego. Por ello el libro invita a reflexionar sobre el país entero. No es lo mismo que ocurra en la ciudad de México, en cuyo entorno no hay agricultura de riego comparable a la del valle del Yaqui, que en lugares donde sí la hay, como Monterrey, o Mexicali, o Culiacán, o Reynosa, Matamoros, o incluso entre Guadalajara y León, que disputan el agua de riego del antiguo granero de México, el Bajío. Además, quién puede asegurar que con el tiempo en esas mismas ciudades, por el poder de sus inmobiliarias, empiece a crecer la demanda de tierras agrícolas y de antiguas aguas de riego para dar cabida a nuevas avenidas, fraccionamientos, puentes, centros comerciales y demás elementos del progreso, entendido al modo de personajes como el gobernador Padrés.

Cabe mencionar otro aspecto de la cuestión legal, que tiene que ver con lo presuntamente novedoso de las violaciones al estado de derecho. El libro muestra bien que en México, como en muchos lugares del planeta, los grupos económicos y políticos requieren violentar las leyes para abrirse paso e imponerse a la sociedad entera. Los ejemplos abundan, así que no tiene caso mencionarlos aquí. Pero lo que sí vale la pena es preguntarse si esta manera de violentar el estado de derecho es algo nuevo, inédito, propio de las últimas décadas, cosecha de las nuevas aguas, del neoliberalismo quizá. Para nada. ¿Acaso la historia del valle del Yaqui y de su ciudad agrícola se caracteriza por el apego ejemplar al estado de derecho? ¿Qué decir de la historia de la Costa de Hermosillo o de los así llamados agricultores nylon? Sin duda debemos sorprendernos por la oscura y densa trama que hizo posible el acueducto Independencia, pero creo que no tanto. Por ello cabe preguntarse: ¿qué tantas continuidades exhibe esta época nueva respecto a las épocas anteriores? La historia de los yaquis, pero también la de miles de jornaleros agrícolas, entre ellos los braceros que siguen exigiendo un pago pendiente desde hace más de 50 años, están allí para quien las quiera ver.

Ya casi al final del libro aparece un problema que por desgracia no se expone con amplitud: que por el alto costo de la factura eléctrica el acueducto sólo funcionaba a 25% de su capacidad, eso entre abril y septiembre de 2013. No nos dice el autor qué impacto tendría ese costo eléctrico en las tarifas de agua. Y no entendí: ¿en qué tramo el acueducto requiere bombeo y en qué tramo funciona solo por gravedad? ¿Acaso el presunto apoyo del vecindario hermosillense al acueducto se debilitará cuando no haya más opción que pasar la factura eléctrica? (pp. 292-293). ¿Tendrán razón ­aquellos que aconsejaban otras opciones para satisfacer la sed de Hermosillo?

Como se aprecia, el libro abre variadas posibilidades de lectura, de reflexión, aunque también de enojo y no nada más con los promotores del acueducto sino también con el gobierno federal, con el PRI, con el Congreso de la Unión (que aprobaba año tras año partidas presupuestales para una obra al menos en litigio) y hasta con la Suprema Corte de Justicia de la Nación. ¿Cómo explicar que tan importante institución se tardara más de 800 días en pronunciarse sobre un recurso interpuesto por los yaquis y apenas 18 días sobre un recurso del ayuntamiento de Hermosillo? (p. 274). Cómo no enojarse si algunos, seguramente con la venia del gobierno sonorense, abrieron 288 tomas del acueducto para regar terrenos (p. 267). ¿Y la sed de Hermosillo? Por desgracia nada dice el autor sobre quiénes son los beneficiarios de esas aguas contrabandeadas.

Despojo de agua en la cuenca del Yaqui será de gran provecho para los jóvenes, es de hecho una inteligente guía de investigación para ellos. Puede pensarse además que es un libro pensado para los jóvenes, pues solo ellos podrán distinguir los microscópicos números de las notas a pie de página. Hay que leer el libro, resistirlo, soportarlo. Además de la crónica de una historia sonorense, enseña mucho sobre el cambio general de nuestro tiempo y sobre cómo está organizado (o desorganizado) nuestro querido país. Ayuda a poner los pies en la tierra, y también entre las aguas del río Yaqui. No importa que la portada sea desafortunada.

Apunte final. Al terminar de leer el libro, me quedé con la sensación de que Moreno Vázquez, sin ser sonorense, quiere más a Sonora que los sonorenses exitosos de esta historia. Eso conmueve. Por ello y por todo lo anterior, hay que felicitarlo mucho, lo mismo a El Colegio de Sonora que lo alberga y a los contribuyentes cautivos que le dan sustento financiero. Qué bueno que existe el Colson, entre otras cosas porque hizo posible la elaboración y publicación de este libro, que es profundamente crítico respecto al quehacer del gobierno sonorense. Lo anterior no es asunto menor en esta época en la que los gobernadores funcionan más bien como virreyes o señores feudales y en la que el gobierno de la nación no parece tener más opción que sumarse a los poderes locales. ¿Acaso es tendencia general?

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