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Historia mexicana

versión On-line ISSN 2448-6531versión impresa ISSN 0185-0172

Hist. mex. vol.64 no.3 Ciudad de México ene./mar. 2015

 

Reseñas

Magdalena Vences Vidal, Ecce Maria Venit. La Virgen de la Antigua en Iberoamérica

Nelly Sigaut* 

*El Colegio de Michoacán

Vences Vidal, Magdalena. Ecce Maria Venit. La Virgen de la Antigua en Iberoamérica. México: Centro de Investigaciones sobre América Latina y el Caribe, Universidad Nacional Autónoma de México, El Colegio de Michoacán, 2013. 440p. ISBN: 978-607-02-4860-3.


Para quienes conocemos la trayectoria de Magdalena Vences, no nos resulta extraño que su libro se publicara. Es necesario decir que publicar se ha convertido en un verdadero laberinto de muros inexpugnables, conformados por consejos editoriales y dictaminadores que no revisan el libro que se les pidió leer, sino aquel soñado o imaginado que ellos mismos no escribieron y que posiblemente no escribirán jamás. Si, como en este caso, el libro debe llevar fotografías, los trámites para obtener los permisos de reproducción y los pagos son otras de las murallas del laberinto editorial, cuyo pivote son los departamentos de publicaciones que en el ámbito universitario se enredan entre letras y papel para sacar un libro que se asentará en una bodega si el autor (o la autora, como en este caso) no se empeñan en promoverlo. Pero el niño nació y es el momento de ver a qué sabe el pan que trae bajo el brazo.

Con gran rigor metodológico y conceptual, Magdalena Vences pone frente a nuestro interés como lectores la historia de una imagen, la Virgen de la Antigua, cuyo original simulacro reside en la catedral de Sevilla. En cuatro densos capítulos se organiza el cúmulo de información que la autora reunió durante varios años de investigación en archivos y bibliotecas de Europa y América.

Así, nos da cuenta del pretendido origen romano de la devoción. Una pretensión sustentada en la Hispania romana, parte de la vía Augusta que unía al imperio del que formaba parte y, heredera de su derecho, que dio estructura jurídica a la conformación de sus reinos. Esta simple referencia permitirá entender el vuelo de esta investigación, que se extiende en el tiempo por varios siglos y en el espacio atravesando mares. El Mare Nostrum, el Mediterráneo primero, donde Sevilla brilló como foco poderoso para atracción de comerciantes de los mundos conocidos y se abrió desde el siglo XV hacia las Indias. En ese ambiente cosmopolita que se desarrolló con notable impulso después de la conquista cristiana en el siglo XIII, también florecieron las herejías, trabajó incansablemente la Inquisición y cualquiera podía ser sospechoso de alguna incorrección o desviación. En ese tormentoso ambiente religioso, de convivencia entre cristianos, judíos y musulmanes, conversiones forzosas y masivos autos de fe, se estructuró la nueva Sevilla cristiana, cuyo corazón fue la sede donde brilló el culto aureolado por la leyenda de Nuestra Señora de la Antigua.

La leyenda que la quiso ver aparecer en el muro de la vieja mezquita muestra el ambiente al que me refería. Desde el siglo XIII, en especial hasta el XV, la conquista cristiana de Sevilla, Valencia, y todo Al-Andaluz, hasta terminar con la caída de Granada, está acompañada por relatos de mariofanías. Apariciones y hallazgos milagrosos de imágenes marianas, que en general tuvieron su espacio en el ámbito rural, protagonizadas por personajes sencillos (labradores, campesinos) y que se caracterizaron por un empecinamiento por parte de la imagen de quedarse ahí, donde además debía construirse su templo. Tenemos aquí la primera gran diferencia con el relato de la Antigua, devoción de reyes, situada en una catedral y sostenida por su cabildo o cuerpo capitular que, además, tuvo el particular cuidado de fomentar la devoción.

La autora nos muestra cómo en 1524 el cabildo catedral sevillano extendió la intermediación de la Antigua desde su cofradía hacia las catedrales indianas, para lo cual acordaron que se viera la necesidad de enviar copias de la imagen. Como culto de catedrales, su huella puede seguirse por Puebla, Pátzcuaro primero y luego Valladolid, Oaxaca, Lima, Cuzco, las primeras sedes del Caribe. Asociada en la mayoría de estas catedrales hispanas nuevas al culto de ánimas y, de manera muy especial, a sus músicos.

Vences demuestra la visión del mundo hispánico que atraviesa su investigación, cuando hace además un recorrido por las catedrales hispanas de Segovia, Córdoba, Badajoz, entre otras. Como toda gran devoción, la de la Antigua se expandió fuera de los espacios de las catedrales y la vemos en iglesias y conventos de uno y otro lado del Atlántico.

A pesar de esta difusión, de su impronta catedralicia fundacional nos dice mucho el viaje hacia Nueva España de Juan de Palafox en 1640 quien, además de la visita encomendada por el Consejo de Indias, llegaba a hacerse cargo del gobierno de la catedral de Puebla. Casi frente a las costas de México, la flota en que viajaba tuvo que enfrentar una peligrosa tormenta que el obispo narra en su obra Vida interior. Para alejar al peligro, echó mano de todas las reliquias que traía, como un hilo de algodón del pañuelo de la Virgen (entre otras) y una imagen de Nuestra Señora de la Antigua que pensaba destinar a su catedral.

Comentar un libro significa seleccionar aquellos temas que se consideran sustantivos en el trabajo publicado. Debo resaltar entonces la cuidadosa reconstrucción historiográfica, que permite seguir la invención de la historia del hallazgo, que justifica la antigüedad de la imagen. Camino de sombras que hay que desterrar, parafraseando a Edmundo O’Gorman, para tratar de entender las redes de intenciones religiosas, políticas y sociales que se tejen en torno a un relato aparicionista.

Otro acierto del libro, y por lo tanto de su autora, es la cuidadosa lectura de la imagen, en especial de los gestos. La madre, María, sostiene con una mano a su hijo y con la otra una rosa, símbolo de la aromática encarnación de María, en la interpretación de san Ambrosio. Jesús aprieta con una de sus manos a un pajarito, como metáfora visual de la vida, del alma ordenada y dirigida, en algunas pinturas presagio de la pasión por la que tendría que pasar, cuando el ave lastima la mano infantil con su pico. Finalmente la otra mano se extiende en un gesto que se interpreta, de manera brillante y a la luz de las discusiones teológicas de la época, como la afirmación, desde sí mismo, de su doble naturaleza, humana y divina, hijo de Dios y de una mujer, María. Theotokós, madre de Dios, desde el Concilio de Éfeso (431), pero a pesar de las afirmaciones conciliares, discutida.

A partir de esta plena identificación la autora logra mostrarnos a Nuestra Señora de Guanajuato y a la Virgen de la Rosa de la catedral de Guadalajara como versiones modificadas de la Antigua que, al calor de una piedad local, tomaron un nombre propio.

En las 60 obras que se analizan en este libro, se advierten algunos cambios iconográficos que son estudiados con detalle. Con esta finalidad la autora se desplaza desde los iconos bizantinos hasta la pintura sienesa del Trecento, de allí al simulacro sevillano y sus réplicas, en un amplio espectro del mundo hispánico.

En algún momento habrá que volver a la imagen para analizar dos puntos que enunciaré de manera superficial por ahora. Por una parte, el proceso visual, el propio de su lenguaje en la bidimensión (cuando se trata de pinturas, porque también hay réplicas del simulacro en escultura), y analizar la ruptura de la planimetría propia del icono y la conquista del volumen. Proceso visual y formal que también dice (y mucho) del cambio en la religiosidad, que se va haciendo más lejana del aparato y la ceremonia corporativas y se acerca a la espiritualidad del individuo, aquel que pide por la salvación de su propia alma y la de quienes trae a la memoria cada vez que reza frente a la imagen. El viejo icono se activa no sólo por la oración, sino que se “humaniza” visualmente por medio del volumen y el color que va desplazando al dorado. El segundo tema pendiente es el del diseño del textil que cubre a la imagen original. En imágenes cargadas de sacralidad, como Nuestra Señora de Guadalupe de México, el diseño del textil se repite de una manera canónica. En el caso analizado de la Virgen de la Antigua, aparece a veces con un manto con estrellas; en otras ocasiones el diseño del textil lleva flores grandes o pequeñas, y hasta se llegó a incluir un águila bicéfala. Algunas consideraciones sobre los textiles podrían ayudar a una mejor comprensión de los subsistemas del texto que organiza la autora, los cuales dependen de un sistema cuyo centro es la imagen original de la Antigua en Sevilla.

El análisis de la organización de la Cofradía de Nuestra Señora de la Antigua situada en la catedral de México, así como de sus miembros más prominentes del cabildo catedral de la segunda mitad del siglo XVIi, es otro de los logros de este trabajo. Además, permitió a la autora demostrar la continuidad de las actividades de la cofradía, extendiéndose largamente sobre el siglo xix. Estas antiguas devociones europeas, a las que Héctor Schenone llama “importadas”, tuvieron una segunda vida en las Indias de Castilla y, como demuestra Magdalena Vences, logran continuidad por lo menos hasta el siglo xix por medio de la actividad de su cofradía.

Sin embargo, con todo y su arraigo, ni la Virgen de los Remedios, ni la Merced, la Antigua, la de Trapana, lograron resistir los poderosos desarrollos de las imágenes locales, también ellas transformadas al calor de la devoción, adoptadas por distintos grupos locales que encontraron refugio en su patrocinio.

La investigación de Magdalena Vences dedicada a Nuestra Señora de la Antigua es un importante eslabón en los estudios que desde hace unos años se vienen realizando de manera sostenida en aras de analizar a profundidad el complejo armado del marianismo americano. Ecce Maria venit, “he aquí que María llega”, anuncia y distingue a la Antigua, pero también a las miles de réplicas que cruzan nuestro territorio desde el siglo XVI.

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