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Estudios sociológicos

versión On-line ISSN 2448-6442versión impresa ISSN 0185-4186

Estud. sociol vol.41 no.spe Ciudad de México feb. 2023  Epub 11-Mar-2024

https://doi.org/10.24201/es.2023v41nespecial.2183 

Artículos

La gran dama. La Fundación Rockefeller y las ciencias sociales mexicanas en los años de 1940

Science Patronage, the Rockefeller Foundation, and the Mexican Social Sciences in the 1940s

Álvaro Morcillo Laiz1 

1(SCRIPTS, Freie Universität Berlin) a.morcillo.laiz@fu-berlin.de


Resumen:

Si las universidades públicas de América Latina se consideran parte del Estado, parecería entonces probable que compartiesen rasgos fundamentales con el Estado. Ello implicaría, por ejemplo, que durante gran parte del siglo XX las universidades han sido clientelistas, como el propio Estado. Esta hipótesis no ha sido aún cuidadosamente examinada por la literatura sobre las ciencias sociales mexicanas del siglo XX. Tampoco lo ha sido el papel que desempeñaron otros mecenas de la ciencia, como las fundaciones filantrópicas estadounidenses. En este artículo sostengo que la Fundación Rockefeller patrocinó las humanidades, practicadas con un espíritu liberal y organizadas según criterios racionales formales; la Fundación quería fomentar una alternativa a lo que percibía como clientelismo y amateurismo en las universidades latinoamericanas. Mientras que las fundaciones filantrópicas se han considerado con frecuencia una manifestación más de cómo el imperialismo estadounidense persigue la hegemonía cultural en América Latina, este artículo muestra que las fundaciones ni fueron actores unitarios ni capaces de predecir el impacto real de sus decisiones. En México, en la década de 1940, la Fundación Rockefeller impulsó las humanidades, pero perdió la oportunidad de apoyar otro proyecto liberal, de inspiración europea y socialdemócrata, para la enseñanza y la investigación en ciencias sociales.

Palabras clave: historia intelectual; sociología de la ciencia; historia de la sociología; sociología política internacional; sociología histórica; racionalidad; dominación; clientelismo; diplomacia cultural; relaciones entre Estados Unidos y América Latina; México; Fundación Rockefeller; José Medina Echavarría; Daniel Cosío Villegas; El Colegio de México; Instituto de Investigaciones Sociales (UNAM)

Abstract:

If the public universities of Latin America are considered part of the State, then it would seem likely that they share fundamental features with it. This would imply, for example, that during much of the 20th century, universities have been clientelistic, like the State itself. However, this feasible hypothesis has never been examined by the literature on the Mexican social sciences of the 20th century. The same is true of the role played by patrons of science, such as American philanthropic foundations. In this article, I argue that the Rockefeller Foundation sponsored the humanities, practiced in a liberal spirit, and organized according to formal rational criteria; the Foundation wished to promote an alternative to what it perceived as clientelism and amateurism in Latin American universities. While philanthropic foundations have often been seen as yet another manifestation of how U.S. imperialism pursues cultural hegemony in Latin America, this article shows that foundations were neither individual actors nor able to predict the actual impact of their decisions. In Mexico, the Rockefeller Foundation promoted the humanities in the 1940s, but missed the opportunity to support a local vision of social science teaching and research.

Keywords: intellectual history; sociology of science; history of sociology; international political sociology; historical sociology; rationality; domination; patronage; cultural diplomacy; relations between the United States and Latin America; Mexico; Rockefeller Foundation; Jose Medina Echavarria; Daniel Cosío Villegas; El Colegio de México; Institute of Social Research (UNAM)

Cuando la Fundación Rockefeller (FR) financió por primera vez la educación superior mexicana en 1940. Su objetivo era promover una investigación más profesionalizada, de tiempo completo, que se llevase a cabo en organizaciones racionales y meritocráticas.1 Incluso si la decisión de la FR se considera sólo desde el punto de vista financiero, la misma fue muy trascendente para las humanidades y las ciencias sociales en América Latina. En los treinta años siguientes, la FR, la Fundación Ford y otros donantes estadounidenses financiaron a casi todas las grandes universidades latinoamericanas (Levy, 2005). Sin embargo, más allá de mencionar que los donantes contribuyeron con dinero, la bibliografía existente apenas discute las consecuencias más amplias de su involucramiento para las ciencias sociales latinoamericanas.

En vez de examinar las motivaciones cambiantes de los donantes, que van desde la ambición de frenar el fascismo y, posteriormente, la expansión del comunismo, hasta el interés sincero por elevar el nivel de la educación liberal latinoamericana, la mayor parte de la bibliografía oscila entre ridiculizar las ambiciones del Proyecto Camelot, que aspi­raba, nada más y nada menos, que a predecir y prevenir revoluciones en la región, y eludir la cuestión de la influencia foránea en las universidades latinoamericanas (Solovey, 2001; J. J. Navarro, 2011; Parmar, 2012, cap. 7). Si bien hay análisis más matizados, éstos se centran en los escritores, entre ellos Juan Rulfo, financiados por la Agencia Central de Inteligencia (CIA) más que en universidades y fundaciones filantrópicas (Iber, 2015b; 2015a; Saunders, 2000, capítulos, 14, 21).

En el caso de México, la literatura sobre las universidades ignora a los donantes extranjeros. En su lugar, los estudiosos han adoptado una perspectiva meramente nacional. Y hay buenan razones, puesto que las ciencias sociales se fueron financiando en gran medida por el Estado, y los debates científicos eran más locales (y casi exclusivamente en español o portugués). Sin embargo, esta perspectiva local no considera todas las consecuencias de dicha perspectiva, ni siquiera el hecho de que las universidades, que formaban parte del Estado, en el presente caso mexicano, empleaban a profesores e investigadores que participaban en relaciones clientelares con los políticos que en su momento gobernaban el país (Reyna, 2005; Arguedas, & Camacho, 1979; Leal y Fernández; Andrade Carreño, & Girola Molina, 1995).

Frente al clientelismo, la única opción para los académicos que q­uerían limitar la dependencia hacia tales patrones y del ciclo político sexenal era buscar el apoyo de donantes externos como la FR, pero con la posible consecuencia de conducirlos a estar bajo otra dominación: la foránea. De hecho, como mencioné, las fundaciones han sido denunciadas por promover la hegemonía cultural y el imperialismo de Estados Unidos, tanto dentro de su país como en América Latina (Arnove, 1980; Fisher, 1993; Berman, 1983; Parmar, 2012). Sin embargo, afirmar que los donantes tienen la capacidad de controlar o simplemente influir en las disciplinas que financian sigue siendo controvertido, y difícilmente cierto, sobre todo como afirmación generalizada (Turner, 1998; Bulmer, 1984a; Fisher, 1984; Platt, 1998; Wilford, 2008, p. 249).

En este artículo argumento que mientras las universidades y los centros de investigación en América Latina estaban expuestos al mecenazgo político -una forma de dominación tradicional-, el mecenazgo de las ciencias otorgado por los donantes extranjeros los sometía a una dominación presuntamente racional. El término “dominación” puede parecer a algunos inapropiado o excesivamente radical y crítico, pero no es fácil hallar uno más adecuado. Las relaciones entre donantes y receptores, particularmente si el donante pertenecía a la Central Intelligence Agency (CIA), se han descrito de maneras que tienen en común al receptor en un escenario, mientras que el donante, oculto, dicta el guión o la melodía interpretada sobre el escenario. En vez de tales metáforas, un historiador ha destacado las similitudes entre las relaciones estudiadas aquí y las relaciones laborales; industrial relations son una relación más pública, pero claramente asimétrica (Wilford, 2008, p. 2).

Así, el concepto de dominación sirve para iluminar aspectos de la relación entre el donante y el receptor, que a menudo se pasan por alto, como el hecho de que tal relación social también está teñida por el poder y el conflicto. En este artículo, el uso del concepto sirve para dirigir nuestra atención a cómo ciertos conflictos de intereses se resolvieron, al menos en apariencia, antes de que el donante otorgase mecenazgo. Cuando ese conflicto no se resolvió, el donante no concedió el mecenazgo. El mismo se otorga si y sólo si en la medida en que el donante considera que el recipiente va a cumplir ciertas condiciones y a contribuir a que el donante alcance sus propios objetivos.

Emplear el concepto de dominación no es lo mismo que afirmar la existencia de una hegemonía cultural. Incluso después de que los acadé­micos receptores de una subvención, un grant, aceptaran las políticas y otras condiciones que los donantes vinculaban a los subsidios, el mece­nazgo de las ciencias tiene consecuencias que el donante no había previsto debido a que los donantes basan su decisión en prejuicios, y no en información y conocimiento racionales o a que los receptores se las ingenian para resistir y evitar cumplir con las condiciones que los donantes, de acuerdo con sus políticas, imponían junto a la concesión de la subvención. Sin embargo, veremos que, a pesar de esta resistencia, los intentos de los donantes extranjeros de “racionalizar” la investigación y la enseñanza en determinadas universidades pudieron tener efectos y alteraron fundamentalmente la historia de las ciencias sociales y las humanindades en México y tal vez incluso en toda la región.

Para ser más preciso, y enfocado en el caso de estudio, mi argumento es que en el momento en que el Estado mexicano y su mecenazgo político no pudieron sostener a El Colegio de México, el incipiente centro de investigación sobrevivió sólo gracias al mecenazgo de la FR. Sin embargo, el rescate del Colegio implicó reformular y abandonar parcialmente el proyecto original. La FR obligó a dichos cambios porque su apoyo se condicionó a que los dirigentes de El Colegio los impulsaran (la relación causal no es tan distinta del caso de la condicionalidad de ciertos préstamos del Fondo Monetarios Internacional).

El apoyo de la FR a El Colegio, que era, en palabras de un empleado de la FR, una “iniciativa [...] esencialmente liberal en cuanto a personal y tendencias”, se canalizó a través del Centro de Estudios Históricos (CEH).2 Con estas subvenciones a El Colegio, la FR pretendió apoyar la formación avanzada de los estudiantes y una forma de erudición liberal y practicada en centros organizados según principios racionales formales como la autonomía frente al poder y la política, la meritocracia, la especialización y la dedicación de tiempo completo. La realidad de la universidad pública en aquel momento estaba, como veremos, aún muy alejada de los ideales que la FR defendía. Como decía, el apoyo de la FR a El Colegio se canalizó a través del CEH porque la FR se negaba a otorgar ayuda al innovador Centro de Estudios Sociales (CES) del mismo Colegio. El CES “cerró” en 1946 “por falta de fondos” (Krauze, 2001, p. 128).

Si en un ejercicio de pensamiento contrafáctico, combinamos lo que significó el CEH para las humanidades en español en las décadas siguientes, con lo que los miembros del CES lograron en sus carreras como sociólogos y economistas después de que el CES cerrase, parece más que plausible concluir que la decisión de la FR de no financiar el CES tuvo consecuencias para las ciencias sociales latinoamericanas. Las razones que movían a la FR ameritan una atención no recibida hasta ahora.

Para comprender las distintas trayectorias del CEH y del CES, es necesario profundizar en el funcionamiento de la FR, su organización interna e incluso en las trayectorias profesionales de sus dirigentes. Dentro de la División de Humanidades de la FR, los funcionarios creían que los políticos latinoamericanos hacían un mal uso de las universidades; desviaban sus recursos para recompensar a los clientes políticos leales con ingresos y estatus; no obstante, algunos funcionarios estaban dispuestos a proporcionar ayudas de diversa índole, como medio para luchar contra esas prácticas problemáticas. Por el contrario, los funcionarios de la División de Ciencias Sociales (DCS) de la FR y sus asesores, todos estadounidenses, alimentaron prejuicios que los cegaron e impidieron reconocer los méritos del CES y el que la FR concediese un apoyo significativo a las ciencias sociales latinoamericanas durante las décadas de 1940 y 1950.

Si bien los estudiosos de la filantropía saben que hasta finales de la década de 1950 la FR se negó a apoyar a las ciencias sociales latinoamericanas, aquí muestro por primera vez lo controvertido de la decisión dentro de la FR y los reprobables argumentos esgrimidos por algunos funcionarios de ésta.

Este artículo se centra en El Colegio de México y dos de sus centros: el CEH y el CES. En el contexto latinoamericano, El Colegio destaca por su adelantado enfoque en la investigación de tiempo completo y la formación avanzada. Sus profesores y graduados ocuparon posteriormente puestos en otras organizaciones importantes de México y del resto de América Latina. Destaca el director del extinto CES, José Medina Echavarría (1907-1977), cuya obra Sociología: teoría y técnica inauguró una nueva era en la sociología latinoamericana (Germani, 1956, p. 6), la cual fue crucial tanto para el nacimiento de un nuevo subcampo, la sociología del desarrollo, como para la teoría de la dependencia de Fernando Henrique Cardoso y Enzo Faletto (Cardoso, & Faletto, 1969; Medina Echavarría, 1964, vol. 1).

Para entender la importancia de lo que sucedía en El Colegio, es importante recordar que en la década de los cuarenta del siglo pasado, la Ciudad de México era un centro de influencia intelectual y política que había desarrollado en pocos años una industria editorial. En el centro se encontraba el Fondo de Cultura Económica (FCE), cuyo único rival estaba en Argentina. En resumen, las afirmaciones aquí vertidas, tie­nen implicaciones más allá de México y conciernen a todo el conti­nente, incluido Brasil, donde en aquel momento se reemplazaba la debilidad de la propia industria editorial adquiriendo libros argentinos y mexicanos. En cuanto a las fuentes del artículo, me baso principalmente en algunas de las colecciones del Rockefeller Archive Center (RAC), pero también en otros archivos, principalmente el Archivo Histórico del Colegio de México.

La primera sección conecta los argumentos recién expuestos con bibligrafía que se ocupa de varios temas relacionados. La segunda reconstruye las políticas de la FR a principios de la década de 1940 respecto de las ciencias sociales latinoamericanas. La siguiente sección resume las circunstancias políticas e intelectuales que influyeron en la fundación tanto de El Colegio como del Instituto de Investigaciones Sociales (IIS) de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM). La cuarta se centra en la decisión de la FR de apoyar al CEH, que en la quinta sección se compara con la de no subvencionar al CES. En la conclusión, describo las principales implicaciones de mis hallazgos.

Las fundaciones filantrópicas estadounidenses y las ciencias sociales latinoamericanas

Este artículo aspira a establecer un diálogo con varias disciplinas y especialidades. De manera directa, contribuye a la creciente literatura en historia intelectual y sociología sobre el CES de Medina (Moya López, 2013, p. 126; Morales Martín, 2017; Lira, 1986), y también a la historia de las ciencias sociales y las humanidades en México y América Latina (Reyna, 2005, pp. 437, 439; Arguedas, & Camacho, 1979; Leal y Fernández; Andrade Carreño, & Girola Molina, 1995; Lida; Matesanz, & Zoraida, 2000, pp. 241-242). Al poner el énfasis en el mecenazgo foráneo de la ciencia, pretendo responder a la literatura, principalmente en lengua española, que ha pasado por alto la importancia del dinero y otros medios de producción necesarios para las ciencias sociales. Esta omisión contrasta con los varios e influyentes libros que han examinado la financiación concedida por las fundaciones a la investigación médica y a las políticas de salud pública (las predecesoras de lo que se conoce como global health; Palmer, 2010; Cueto, 2007b; 2007a). Tampoco hay estudios sobre el mecenazgo extranjero de las ciencias sociales mexicanas o latinoamericanas que se puedan comparar con la literatura sobre el apoyo extranjero a los intelectuales y escritores literarios latinoamericanos (Iber, 2015a; 2015b), sobre los Chicago Boys en Chile (Valdés, 1995) o sobre la Fundación Ford en Brasil (Miceli, 1993).

Varios artículos han estudiado proyectos específicos financiados desde el extranjero, como el de Camelot; el de marginalidad y el de la UNESCO sobre la raza (Solovey, 2001; J. J. Navarro, 2011; Maio, 2008; Plotkin, 2015). Un libro relativamente reciente hace hincapié en la centralidad del conocimiento para las aspiraciones imperiales anteriores de Estados Unidos hacia Sudamérica, pero deja de lado las fundaciones filantrópicas y a México en su conjunto (Salvatore, 2016). En resumen, México y en general América Latina constituyen una laguna en la historiografía sobre la filantropía estadounidense y las ciencias sociales.

El reverso del mecenazgo de las ciencias por parte de donantes foráneos es el clientelismo de las universidades mexicanas y latinoamericanas, que tampoco conocemos bien. Dentro del mundo académico, el clientelismo consiste en puestos de investigación y docencia a los aliados políticos, y los niegan quienes no lo son, aunque los últimos puedan merecerlos más. La práctica de favorecer la lealtad personal frente al mérito es característica de ciertas formas de dominación tradicional (Roniger, 2001). En el México posrevolucionario, las diferencias entre los intelectuales no sólo se debían a discrepancias ideológicas, sino también a “la competencia entre los clanes y facciones” que dividen “a los que ostentan el poder y a la diversidad de patrones y clientelas”. Así lo señaló François-Xavier Guerra en su prefacio al libro de Annick Lempérière sobre los intelectuales mexicanos, donde ella concluyó que el mecenazgo político era crucial en el medio literario, en la industria editorial y en la universidad (1992, p. 15; Lempérière, 1992, pp. 13-14, 102-119, 143, 154).

Parafraseando a una estudiosa del clientelismo, lo que hizo el libro de Lempérière fue explorar cómo muchos grupos profesionales formaron “alianzas... fundamentalmente orientadas al objetivo de avanzar en su carrera”, pero con enfoque en los intelectuales, algunos de los cuales querían trabajar en las universidades (Grindle, 1977, p. 38). De modo similar, un estudio en profundidad sobre la UNAM señala que para los “políticos ambiciosos”, el “mecenazgo” era una de las “recompensas” del control de la UNAM (Mabry, 1982, 92). Estas afirmaciones procedentes de los estudios sobre el clientelismo, los intelectuales y la UNAM sugieren que los políticos mexicanos usaron los cargos académicos para recompensar a sus seguidores, y que éste es el marco adecuado para entender las relaciones de El Colegio con los actores que le concedían mecenazgo, el Estado y la FR. A pesar de las apariencias, no hay nada “culturalista” en esta hipótesis. Hasta finales del siglo XIX, la investigación y las universidades eran igualmente parte del sistema de despojos (spoils system) en Estados Unidos (Turner, 1987). En la actualidad, el clientelismo sigue afectando a los nombramientos universitarios en muchos países europeos.

Algunos de los trabajos con los que este artículo dialoga no tratan de América Latina sino de la historia de las ciencias sociales. Más concretamente, examino aquí la tesis de que el dinero de las fundaciones no afectó al desarrollo de la sociología ni a las preferencias metodológicas de sus practicantes estadounidenses.3 Aunque creo que sí lo hizo, soy escéptico respecto a las afirmaciones gramscianas de que las fundaciones fomen­taron la hegemonía cultural occidental de las élites estadounidenses durante la Guerra Fría (Parmar, 2012; Seybold, 1980; Berman, 1983; Salvatore, 2016, pp. 6, 15, 246-249). Mi escepticismo frente a estas afirmaciones no significa que piense, como los teóricos de la world culture, que el altruismo desinteresado y la persuasión con base en argumentos esgrimidos por actores ubicados en un plano de igualdad explican la difusión de normas que definirían la forma adecuada de practicar las ciencias, en este caso sociales (Meyer, 2010; Finnemore, 1993). Muy al contrario: ofrezco una respuesta alternativa tanto a la idea de hegemonía cultural como a la de una world culture; mi respuesta hace hincapié en intereses, las políticas de los donantes, la dominación y la resistencia a la misma así como en las consecuencias imprevistas como inherentes al mecenazgo de la ciencia (Kohler, 1991; Turner, 1990; Solovey, 2013).

La Fundación Rockefeller y las ciencias sociales latinoamericanas

La FR se creó en 1913, pero las ciencias sociales no se convirtieron en una parte importante de sus actividades sino décadas después. Esta ampliación comenzó cuando FR se hizo cargo de la fundación Laura Spelman Rockefeller Memorial, inicialmente dedicada a la asistencia social, pero que posteriormente había apoyado a las entonces incipientes ciencias sociales estadounidenses.4 Para administrar los grandes activos de la extinta Laura Spelman Rockefeller Memorial, los fideicomisarios de la FR reestructuraron tal fundación y crearon dentro de la misma una División de Ciencias Sociales (DCS) en 1929. A finales de la siguiente década, la FR había llegado a ser una organización particularmente eficiente y racional en sus objetivos, su selección de personal y sus procedimientos internos (Jordan, 1994; Weaver, 1967). De hecho, esos son los años en los que la FR cosecharía rotundos éxitos en materia de salud pública y en agricultura. A pesar de todo, y como demostraré más adelante, la FR distaba mucho de tomar todas sus decisiones de un modo perfectamente racional.

De 1939 a 1954, el director de la DCS fue Joseph H. Willits. Antes de incorporarse a la FR, Willits había creado el Departamento de Investigación Industrial dentro de la Escuela de Negocios Wharton, perteneciente a la Universidad de Pensilvania (Stapleton, 2003; Rutherford, 2011, pp. 275-82). Estaba comprometido con la formación de jóvenes académicos y con la excelencia; entre los estudiosos de la fundaciones, Willits es conocido por haber escrito que “rompería cualquier regla establecida por una oportunidad de apostar por el talento”.5

Fue hasta finales de la década de 1950, que DCS favoreció el empi­rismo como método y, de entre todas las ciencias sociales, la economía, la disciplina de Willits y de sus dos predecesores. Los dirigentes de la DCS -y la propia fundación- preferían otorgar recursos a lo que ellos consideraban problemas de relevancia práctica, lo que hoy llamaríamos “ciencia aplicada”. Por ejemplo, la FR subvencionó el trabajo de Simon Kuznets sobre medición de los ingresos nacionales, la investigación sobre seguridad social y sobre población, así como los métodos de muestreo para la investigación en opinión pública y comunicación de masas y el estudio de las relaciones raciales. En cuanto a las organizaciones que recibieron subvenciones, Willits mantuvo y a veces aumentó el apoyo masivo de la DCS a los centros de investigación económica. Por ejemplo, en 1943 asignó la mitad del presupuesto de la DCS en 1943 a la Institución Brookings, la Oficina Nacional de Investigación Económica y el Departamento de Investigación Industrial de la Universidad de Pensilvania, a pesar de los reparos del presidente de la FR, Raymond Fosdick.6

Si bien la DCS tenía una sólida presencia en Europa y el Lejano Oriente, su programa se centraba en Estados Unidos y Canadá. Estos énfasis geográficos se volvieron extremadamente polémicos hacia el final de la década de 1930. Durante la última reforma importante del programa antes de la Segunda Guerra Mundial, se consideró seriament­e “la posible ampliación del programa de ciencias sociales a América Latina”.7 A primera vista, y desde la perspectiva de la DCS, tal ampliación era una idea buena y plausible ya que “América Latina parecía el lugar lógico para extender nuestro interés en la promoción de unas relaciones internacionales satisfactorias”, como reconoció uno de sus miembros. Sin embargo, a la hora de la verdad, un año después, la DCS decidió no hacerlo.8 Dadas las exigentes políticas de la FR, desarrollar un programa para América Latina habría requerido que la DCS contratase al menos un empleado con conocimientos históricos y lingüísticos apropiados para trabajar en la región. En su lugar, la DCS arguyó que para identificar posibles oportunidades para su actuación en América Latina iba a confiar ostensiblemente en el “competente asesoramiento” proporcionado por los colegas de la División de Salud Internacional (International Health Division, en inglés) de la FR, la cual contaba con una presencia consolidada en la región y con empleados e incluso oficinas locales.9

Además de esta supuesta apertura a las oportunidades que le señalase la DSI, la DCS prometió cooperar con los gobiernos latinoamericanos en materia de “seguridad social”, pero sólo por medio de la Organización Internacional del Trabajo en Ginebra. Al mismo tiempo, la DCS excluyó los “proyectos grandes en un solo país”. El resultado fue que unas pocas subvenciones otorgadas por la DCS y que en realidad conducían a gastos de los que sólo aprovechaban unos pocos beneficiarios en Estados Unidos y Europa se presentaban como si constituyeran un programa de la DCS para América Latina. El que la DCS nunca tuvo la intención sincera de apoyar a las ciencias sociales en la región se confirma por el hecho de que en una de las pocas ocasiones en que un empleado de la DSI en Chile envió una solicitud a la DCS, ésta la rechazó.10 Como veremos, el director de la DCS, Willits, no estaba dispuesto a quitar recursos a los econo­mistas y otros científicos sociales de Estados Unidos, pues no creía que los latinoamericanos pudieran desarrollar las ciencias sociales.

Las expectativas de que la DCS pusiese en marcha un programa en América Latina tal vez habrían cesado si la Segunda Guerra Mundial no hubiese comenzado unos meses después. Con Europa y el Lejano Oriente en guerra, peligraban las actividades de la DCS en ambos continentes, lo que algunos empleados importantes de la FR veían como otra razón para que la DCS empezase a trabajar en América Latina. Además, el gobierno estadounidense debía aumentar la seguridad en su frontera sur (Niblo, 1995, pp. 52, 63), lo que implicaba poner en marcha programas que combatiesen la desnutrición y la pobreza, para que México no fuese receptivo al comunismo, y participar en la vida cultural del país, tratando de evitar la penetración del fascismo.

Éstas eran las circunstancias cuando en febrero de 1941 Fosdick convocó una conferencia “para considerar [la] posibilidad de un programa ampliado en México”. Esto sucedía después de que Henry A. Wallace, vicepresidente de Estados Unidos y ex secretario de agricultura, hubiera hablado con él sobre este tema. Según Fosdick, Wallace contemplaba “trabajo principalmente en los campos de la salud, más amplio que el que ahora se está llevando a cabo, y en la agricultura”.11 De hecho, se atribuye a sus comentarios haber desencadenado la “Revolución Verde” en México (Boardman, 2016, p. 470; Perkins, 1997, p. 107). Se podría pensar que esto no afectaba a la DCS, pero cuando la FR iniciaba actividades en un país, la presunción era que varias divisiones aportarían sus recursos para tener mayor impacto. Por tal razón, la sugerencia de Wallace, el presidente de Estados Unidos, sí tenía implicaciones para el presupuesto de la DCS.

Ya en 1940, Fosdick y otros funcionarios de la FR esperaban que la DCS aportara recursos para México. Tanto es así, que en su informe como presidente Fosdick hizo público que la FR estaba decidida a involucrarse en las humanidades y las ciencias sociales latinoamericanas.12 Sin embargo, durante la conferencia en la que se abordaron por primera vez las demandas sobre el presupuesto de Willits, éste no sólo no se sintió vinculado por las promesas hechas en 1938 sino que expuso los argumentos que utilizaría repetidamente para rechazar las demandas de que la DCS se involucrase en América Latina.13 Examinaré algunas de las razones de Willits más adelante, pero por ahora basta con hacer explícito el tenor de las mismas: “Nosotros [la DCS] no sentíamos que fuera nuestra función tratar de contrarrestar la propaganda alemana en Sudamérica”.14

A medida que la Segunda Guerra Mundial avanzaba, la presión sobre la DCS para que se involucrara en América Latina creció hasta alcanzar su punto máximo en 1943, pero Willits se resistió con éxito. Ya en 1941, presentó como un hecho consumado la contratación de Roger F. Evans, un exempresario con amplia experiencia en China, pero ninguna en América Latina.15 Willits blindó aún más su decisión preexistente en contra de América Latina al argumentar que los cuatro académicos estadounidenses enviados por la DCS a la región en 1941-1942 habían confirmado que las oportunidades de apoyo a la FR eran escasas.16 En consecuencia, al considerar “las sugerencias que nos han llegado, principalmente de los académicos que han hecho viajes a América Latina con subvenciones de la FR”, Willits insistió en una nota a Fosdick, “nosotros [la DCS] procederemos según el principio de excepción” (véase también Ninkovich, 2010, pp. 24-34). Para entonces, una colaboradora de Willits, Marion Elderton, experta en relaciones laborales y educada en Wharton, como Willits, pero sin experiencia previa en América Latina ni conocimientos lingüísticos relevantes, había condensado los informes de los cuatro académicos enviados a la región en un “compendio” de sugerencias. Tal “compendio” eliminó el contexto de los informes, lo que dejó un amplio lugar para los prejuicios.17

A finales de 1943 y 1944, el Comité Interdivisional sobre América Latina planteó una serie de preguntas a la DCS. Como defensa, los empleados de Willits elaboraron una política de la DCS para América Latina a partir del “Análisis del programa” que Willits había preparado para DCS en su conjunto. La política para América Latina consistía en que Willits “daría al trabajo en esa región menor prioridad que al trabajo en Europa o Asia”, algo sabido, pero con la novedad de que éste ahora justificaba la inactividad de la DCS, y se refería a las agencias estadounidenses activas en América Latina. Una de ellas era la oficina del coordinador de Asuntos Interamericanos de Nelson Rockefeller. Willits también dio instrucciones a uno de sus colaboradores para que “se mantuviera al tanto de los acontecimientos generales y de la variedad de fuentes por revisar. Una visita ocasional puede ser conveniente”.18 No todos las divisiones de la FR estaban satisfechas.

En el informe que el Comité Interdivisional sobre América Latina envió a Fosdick a principios de 1944 se afirmaba que “la mayoría de sus miembros lamenta la ausencia de un programa de ciencias sociales más vigoroso”.19 Parecería que esta crítica volvía inevitable que la DCS hiciese alguna concesión. De hecho, Willits comenzó su respuesta a Fosdick admitiendo que: “La política de la DCS de dar poca prioridad a América Latina está siendo cuestionada por tantas personas sensatas que el tema requiere un nuevo análisis”. Entre quienes cuestionaban a la DCS se encon­traban “hombres como [Henry A.] Moe, un posible fideicomisario, [Carl O.] Sauer, un gran estudioso de la cultura latinoamericana, [Robert] Redfield, [y Lewis] Hanke”; ellos consideraban que la DCS “debería dar a América Latina mayor prioridad de la que le damos”. Sin embargo, Willits seguía convencido de que “el nivel de desarrollo de las ciencias sociales en América Latina es bajo”.20 De hecho, tras la Segunda Guerra Mundial cesaron las exigencias a la DCS y Willits implementó con éxito su política restrictiva y casi nadie en América Latina se benefició del apoyo a las ciencias sociales que la FR otorgaba en Estados Unidos, Europa y partes de Asia.

La política y la academia mexicanas hacia 1940

Los dos últimos años del mandato del presidente Lázaro Cárdenas (1934-1940) produjeron una reacción conservadora en México. Anteriormente, Cárdenas había logrado promulgar una serie de reformas económicas de izquierda, entre las que destacan la asignación de tierras a campesinos y agricultores y la expropiación de las compañías petroleras estadounidenses y británicas en marzo de 1938. En política exterior, Cárdenas había convertido a México en el más firme aliado de la débil República española. Tras su derrota, Cárdenas admitió a unos 20,000 refugiados españoles, entre ellos muchos intelectuales. Algunos eran comunistas, pero muchos tenían vínculos con el PSOE, el Partido Socialista Obrero Español (Lloréns, 1976). Estas decisiones provocaron la enemistad de los católicos mexicanos, las clases medias y la extrema derecha. Ante el creciente desafío a su autoridad, Cárdenas eligió a un sucesor conservador, Manuel Ávila Camacho, quien aun así a duras penas ganó las elecciones (A. W. Navarro, 2010, cap. 1). Las diferencias dentro del propio Partido de la Revolución Mexicana eran tan agrias que incluso algunos miembros del gobierno de Ávila intentaron revertir las políticas de Cárdenas.

La UNAM estuvo involucrada en la política durante la Revolución y después. Los políticos, que financiaban la universidad, trataban de utili­zarla para sus propios fines: “poseer a la UNAM valía la pena”. Los estudiantes también participaron en la política, y envolvieron a la universidad en el conflicto. Entre las cuestiones controvertidas los “profesores” eran “nombrados por clientelismo político” en vez de por sus méritos y que se usaban criterios similares para conceder becas a los estudiantes (Mabry, 1982, pp. 97, 119, 121, 135, 158, 165; las citas son de las pp. 92 y l75). Dado que la universidad estaba inmersa en el clientelismo, no es de extrañar que la crisis más profunda entre el Estado y la universidad (1933-1935) se centrara en el dinero. Esta crisis se produjo tras el intento de Vicente Lombardo Toledano de imponer la enseñanza marxista en la UNAM, donde los católicos y los derechistas tenían una considerable presencia. Sólo salvó a la UNAM el nombramiento de un nuevo rector, Luis Chico Goerne, un católico moderado, pero uno a quien Cárdenas admiraba. El acercamiento entre la UNAM y el gobierno vino más tarde, cuando el gobierno ya había comprendido el valor político de la universidad (Mabry 1982, 154; véase también el cap. 6).

A partir de 1940, la investigación social en la UNAM se llevó a cabo en el IIS: el segundo centro de investigación sociológica más antiguo de América Latina, que desde su creación publica la Revista Mexicana de Sociología, la decana en la región. Su primer director, Lucio Mendieta Núñez, fue un protegido de Manuel Gamio, el antropólogo mexicano más importante del periodo posrevolucionario y cliente del presidente Plutarco Elías Calles (1924-1928) y de Cárdenas (Urías Horcasitas, 2002; León-Portilla, 1962). Gamio es la persona crucial para entender la trayectoria de Mendieta (Arguedas, & Loyo, 1979, 7). Gamio le concedió un trabajo dentro de su Proyecto Valle de Teotihuacán cuando Mendieta estaba a punto de abandonar la carrera de Derecho por las dificultades económicas de su padre durante los estertores de la Revolución (Reséndiz Saucedo, 2016). Según Mendieta (1961, pp. 10, 21, 22, 27), éste fue el primero de los cuatro puestos que Gamio le otorgó.

Después de casi quince años en la unidad de población dentro de la División de Antropología que Gamio estableció dentro del Ministerio de Agricultura y en una unidad de investigaciones dentro del mismo ministerio, Mendieta trabajó en el Instituto de Estudios Políticos, Eco­nó­micos y Sociales, por así decir la fábrica de pensamiento del Partido de la Revolución Mexicana, y finalmente en el IIS desde 1939 (Olvera Serrano, 2004, pp. 45, 89). En resumen, Mendieta puede considerarse “un intelectual cercano al régimen” (Olvera Serrano, 2004, pp. 45, 89, 146) cuya carrera se apoyó en alianzas “basadas en normas informales de reciprocidad y lealtad” (Grindle, 1977, p. 38). De ahí que Mendieta recompensara a Gamio con devoción y trabajo no remunerado (González Gamio, 1987, p. 62; Mendieta y Núñez, 1961).

La educación de Mendieta en el ámbito de la antropología mexicana posrevolucionaria influyó en sus ideas sobre la sociología. Al igual que Gamio, insistía en que el problema más importante de México eran los indígenas. En consecuencia, Mendieta llevó a cabo “una completa reorganización” para que el IIS pudiera “encontrar las fórmulas de acción adecuadas para resolver los problemas sociales más importantes del país” (Mendieta y Núñez, & Gómez Robleda, 1948, p. 17; González, 1951, p. 263; la cita es de Mendieta y Núñez, 1947, p. 427). Más concretamente, quería que el IIS recopilara conocimientos útiles para la obra indigenista de Cárdenas, lo que motivó que el IIS hiciera hincapié durante mucho tiempo en los problemas de las poblaciones indígenas y del medio rural. Una parte integral del evolucionismo de Mendieta era que estos problemas podían resolverse (Olvera Serrano, 2004, 108). La sociología, además, beneficiaba, según Mendieta, a la “cultura”, que se caracteriza por “elevada intención y desinterés” (citado en González, 1951, p. 263). Aún más ingenua fue la confesión de Mendieta al señalar que su labor académica se basaba únicamente en “la observación y, con frecuencia, en la intuición personal” (Mendieta y Núñez, 1941, p. 63). No es de extrañar que resulte difícil identificar las ideas que pudieran distinguir a Mendieta como sociólogo (Brading, 1988, pp. 80-81, 89).

Sus actividades como editor son casi tan reveladoras como su carrera y sus ideas sobre sociología. Mendieta se mostró receptivo a una amplia gama de influencias y formas de practicar la disciplina. Publicó a Robert Lynd y a Pitirim Sorokim, “el eminente sociólogo ruso”, en su serie de libros sociológicos, Biblioteca de Ensayos Sociológicos (1970, p. 1109). En su revista, Mendieta incluía regularmente ilustraciones suntuosas, al igual que en las actas de los congresos sociológicos mexicanos. Estas ilustraciones -caras e inusuales para una revista de sociología especializada- posiblemente formaban parte del intento de Mendieta de llegar a un público más amplio de abogados, trabajadores sociales y antropólogos y de impresionar a posibles donantes; su objetivo era aumentar la publicidad y el estatus de la revista más que influir en los especialistas (Turner, 1987, p. 289).

Existe una descripción del IIS al poco tiempo de que Mendieta tomara las riendas del mismo. La misma proviene de la pluma de Earl J. Hamilton, un historiador económico de las colonias ibéricas que trabajaba en la Universidad de Duke. Hamilton había recibido el encargo de identificar las organizaciones que realizaban investigaciones sociales en México y que podían merecer el apoyo de Estados Unidos. En la sección sobre el IIS, Hamilton escribió:

Más allá de la Revista Mexicana de Sociología, el Instituto ha logrado muy poco. Se han estudiado superficialmente las tribus indígenas mexicanas y se han recopilado algunas fotografías de indios. Ni siquiera se ha tratado de llevar cabo verdadera investigación. El personal, que parece haber sido seleccionado por favoritismo, es débil e incompetente... muchos... tienen fuertes conexiones políticas y empresariales.21

Estos comentarios de Hamilton contradicen los relatos habituales sobre los comienzos del IIS. Lo que él percibe como favoritismo se ha presentado a menudo como una consecuencia de la ausencia de sociólogos en México, que supuestamente habrían obligado a Mendieta a contratar “profesionales de otras disciplinas [derecho, criminología, medicina, antropología], orientados al estudio de los problemas sociales y dispuestos a dar parte de su tiempo a la investigación” (Arguedas; & Loyo, 1979, p. 9; enfásis mío; Olvera Serrano, 2013, p. 77). (Las cátedras de tiempo completo eran desconocidas en la UNAM hasta 1946; a principios de la década de 1950 sólo había unas veinte; Departamento de Estadística, 1964, p. 364). La mayoría de estos investigadores permanecieron en el IIS durante décadas; Mendieta se quedó hasta 1964, lo que explica la larga permanencia en las ciencias sociales mexicanas de unos pocos individuos que “pusieron en peligro la renovación de la investigación” (Lempérière, 1992, p. 212). Mendieta dio forma al IIS y a otras organizaciones mexicanas, incluida la actual Facultad Nacional de Ciencias Políticas y Sociales (FCPyS) de la UNAM. En resumen, el clientelismo político y el respaldo de Gamio explican que durante dos décadas Mendieta controlase el IIS, una revista y una colección de libros de sociología.

La Fundación Rockefeller y El Colegio de México

El predecesor de El Colegio, La Casa de España, se creó en 1938 para hacer por los académicos españoles refugiados lo que la New School for Social Research de Nueva York había hecho por los académicos exiliados alemanes y austriacos. La idea de proporcionar a los académidos españoles un lugar para reanudar su trabajo intelectual fue de Daniel Cosío Villegas, el talentoso liberal y empresario cultural que fundó el FCE. Estudió derecho en la UNAM y economía en Estados Unidos con una beca de la fundación Laura Spelman Rockefeller Memorial en 1926, y así se convirtió en el único científico social latinoamericano en ha­cerlo; posteriormente comenzó una carrera como diplomático y servidor p­úblico. Con el tiempo, se hizo historiador y editor de una Historia moderna de México en varios volúmenes, financiada por numerosas becas de la FR (Ortoll and Piccato, 2011).

A partir de 1937, Cosío alentó a Cárdenas a establecer la Casa de España y a asignarle una subvención generosa para la época. Cosío tuvo éxito porque era amigo de sus ex compañeros economistas del Ministerio de Hacienda y del Banco Central, y de los miembros progresistas del gabinete de Cárdenas.22 El segundo paso en la consolidación de la Casa de España llegó cuando fue nombrado presidente de la misma Alfonso Reyes, ex diplomático y varias veces candidato (sin ganarlo) al Premio Nobel de Literatura (Lida; Matesanz, & Zoraida, 2000, p. 103). Según admite el propio Cosío, Cárdenas designó a Reyes como presidente y asignó una subvención para El Colegio para recompensarlo por los servicios prestados en su misión diplomática en Brasil (1977, p. 174).

En un “gran retroceso” para Reyes y Cosío, el sucesor de Cárdenas, Ávila Camacho, nombró a Octavio Véjar Vázquez como secretario de Educación en 1941 (Niblo, 2001, pp. 95-96). Véjar tenía “fama de ultraconservador”, e incluso de albergar algunas simpatías de extrema derecha, según el director de la Escuela Nacional de Antropología e Historia (ENAH), Alfonso Caso, quien añadió que al nuevo secretario no le gustaban “los profesores... de la República Española” (Niblo, 1995, pp. 82, 172, 179). En efecto, Véjar redujo el subsidio a El Colegio para 1942 de los MX$350,000 de Cárdenas a MX$200,000 (Lida; Matesanz, & Zoraida, 2000, p. 154).23 Aunque el Banco de México y ocasionalmente la UNAM subvencionaban a El Colegio, un año después de que terminara el mandato de Cárdenas Reyes y Cosío experimentaron una de las desventajas del clientelismo: cuando el patrón deja o pierde el cargo, se puede perder el subsidio estatal en todo o, como en esta ocasión, en parte. Al borde de la quiebra, El Colegio buscó el apoyo de la FR.

A diferencia de la DCS, que supuestamente delegaba en la DSI para identificar oportunidades para otorgar subvenciones a las ciencias sociales en América Latina, la División de Humanidades (DH) de la FR había contratado en 1937 a un estudioso de la América Latina. Irving A. Leonard fue enviado a largos viajes de exploración para obtener un conocimiento de primera mano de los estudiosos y las organizaciones a­cadémicas latinoamericanas. Su diagnóstico no era halagador, percibía

poco interés por la investigación, y ninguna concepción del método del seminario. Un profesor desinteresado y mal pagado imparte una lección somera. No hay contacto entre el estudiante y el profesor. América Latina apenas concibe al profesor de tiempo completo. Se da un pequeño pago a algún hombre prominente, o amigo de un funcionario gubernamental, por el que da unas cuantas ponencias.24

En claro contraste con esta situación, el objetivo de la FR era apoyar investigación que estuviese basada en principios como la independencia frente a redes clientelares, la meritocracia, la especialización y la dedicación de tiempo completo. Tanto en México como en otros lugares de América Latina la estrategia de la FR consistió en buscar a los académicos distinguidos con la esperanza de que éstos pudieran expulsar la política de las organizaciones académicas. Gracias a la contratación de Leonard y sus viajes por la región, los oficiales de la DH habían identificado oportunidades al sur de la frontera antes de la guerra. Una de las organizaciones que la DH subvencionó fue la ENAH.25 La decisión a favor de ésta se basó en “la eminencia de su director [Caso]” y “la fortaleza del Instituto [ENAH] frente a la interferencia política”, pues se creía que eran “garantías para la propuesta”. La ENAH y su programa de becas a estudiantes se convirtieron, como veremos, en un precedente crucial que favoreció al Colegio.26

El mecenazgo político y la eminencia académica fueron también temas centrales en las interacciones entre la FR y el Colegio, y en los debates internos de la misma que precedieron la primera subvención al Colegio.27 Por ejemplo, en su primera reunión con Leonard, Reyes aparentemente sostuvo:

Aunque recibe cierto apoyo financiero del gobierno mexicano, la institución es autónoma y está más alejada de la influencia política que otras instituciones como la Universidad Nacional de México, que... es sólo nominalmente autónoma.

Aunque Leonard reaccionó a los planes de Reyes de transformar La Casa de España en un centro de estudios “por encima del nivel universitario y más completamente divorciado de la influencia política” al decirle “que no veía ninguna posibilidad actual de interés por parte de la FR”, en su diario señaló que su “impresión” era que los planes de Reyes “bien podrían merecer ser considerados por la FR”.28

También el sucesor de Leonard, William Berrien, un experto en literatura española, que en 1944 se convirtió en profesor de Harvard,29 pensaba que sobre la base de los principios defendidos por la FR era posible apoyar a El Colegio. En mayo de 1942, Berrien se encontró con Reyes y Cosío, que se lo ganaron para la causa de El Colegio. Frente al director de la DH, Berrien argumentó que el prestigio de Reyes y Cosío, al igual que el de Caso, podía utilizarse en un nuevo intento de frenar el clientelismo político en la academia mexicana. Berrien creía que Reyes y Cosío estaban entre “los mejores”. Berrien compartía esta “impresión” con Moe, el responsable de América Latina en la Fundación Guggenheim.30

Si bien Berrien no tardó en convencerse de la seriedad de Reyes y C­osío aún tenía que asegurarse de que las intenciones de éstos se adecuaban a la política de la FR. Inicialmente divergencias importantes existían. Por ejemplo, Reyes y Cosío querían conseguir un capital, un endowment, que rendieses unos intereses con los que poder financiar el Colegio, al menos en parte, con independencia del poder político.31 Dado que la FR rara vez ofrecía dinero para tal fin, Berrien les preguntó a Reyes y Cosío en una carta qué otra cosa podría ayudar a asegurar la supervivencia de El Colegio. Al mismo tiempo, Berrien consideró necesario dejar claro que la FR no estaba ofreciendo “ayuda para la realización de un proyecto o de una investigación cuya naturaleza esté determinada de antemano desde el extranjero”. Sin embargo, lo cierto es que en esta carta Berrien sugirió todos los puntos principales de la solicitud que El Colegio finalmente presentó a la FR. Esos puntos son los que distinguieron a El Colegio y su CEH durante las décadas siguientes.

El primer punto es el más destacable: “Me parece”, escribió Berrien “que podríamos ser útiles para mantener durante un periodo de dos o tres años su programa de becas de estudio bajo la dirección del Sr. [Silvio] Zavala y sus asociados”, es decir, el CEH. Esta afirmación no es casual: la formación de investigadores académicos había sido durante mucho tiempo un objetivo de la FR “mayor” que la propia investigación (Kohler, 1991, p. 81). El modelo que Berrien usó para justificar antes la FR su propuesta para el CEH fue el programa de becas de la FR para los antropólogos de la ENAH. En concreto, era necesario justificar que la subvención delegase la capacidad de otorgar becas de posgrado al beneficiario de la subvención, en este caso a El Colegio. Esto no era habitual, pero la FR lo había permitido en el caso de la ENAH.32 Si los administradores no hubieran aprobado antes esta atribución a la ENAH, el CEH no habría obtenido la facultad de seleccionar a sus becarios. Ello, a la vez, abrió la puerta a que Reyes y Cosío practicasen lo que se conoce como sub-patronage, y crearan sus propias redes clientelares.

En su carta, Berrien también abordó un segundo elemento que sigue caracterizando a El Colegio: sus ambiciones y su carácter continentales: “¿Estaría usted interesado en extender esta formación a becarios [de posgraduados] a ciertos países de América Central o incluso a los países de la sección noroccidental de América del Sur?” Así, Berrien introdujo en El Colegio otra de las ideas que la FR ya había puesto en práctica en la ENAH: implantar en México métodos de investigación y enseñanza extranjeros, los cuales a la vez servirían para atraer a estudiantes centroamericanos e incluso sudamericanos. Berrien también insinuó otras líneas de gasto que la FR podría financiar, como el “desarrollo de las bibliotecas”, en el que, de hecho, la FR gastó grandes sumas de dinero en las décadas siguientes. En resumen, al etiquetar ciertas ideas como factibles y excluir otras, Berrien les decía a Reyes y a Cosío lo que debían solicitar a la FR y lo que no.

Cosío aceptó a regañadientes el contenido de la carta. Hizo bien porque no había nada que él pudiera cambiar. Antes de escribir a El Colegio, Berrien había discutido cuidadosamente su compatibilidad con la política de la FR con el director de DH, David H. Stevens.33 La visión que ellos dos tenían para el Colegio no era que éste imitase al College de France o al Institute for Advanced Study de Princeton, dos modelos con los que Cosío y Reyes habían soñado, sino convertirlo en un liberal arts college al estilo estadounidense. De hecho, esto es lo que recoge en el acta de subvención a favor de El Colegio.34

La visión que Stevens y Berrien tenían para El Colegio aclara la decisión de Reyes y Cosío de deshacerse de los laboratorios de ciencias naturales y de su personal. En el mismo momento en que Cosío aceptó resignado el contenido de la carta de Berrien abandonó la ambición de conseguir un capital propio con el que financiar a El Colegio. Al mismo tiempo, Cosío también admitió que El Colegio ya “sólo” podría centrarse en “una parte de nuestro programa”. Finalmente, Cosío reconoció la implicación más importante de la carta de Berrien: “No cabe duda de que lo mejor que tenemos para mostrar con el fin de obtener apoyo es, en realidad, nuestro Centro de Estudios Históricos [CEH]”.35 De hecho, hasta los primeros años de la década de 1960 El Colegio sería, fundamentalmente, el CEH. Si bien Cosío puso en práctica la mayoría de las “sugerencias” de Berrien, y sugerir una sumisión casi total de El Colegio a los planes de la FR, es también cierto que Cosío descartó una de las sugerencias de Berrien: los profesores visitantes remunerados. Más importante aún es que Cosío se atrevió a añadir una: unos cursos de ciencias políticas, que constituyen una referencia al CES.

Berrien apoyó decididamente por El Colegio por diversas razones. Una de ellas era que percibía similitudes entre el CEH y el prestigioso Centro de Estudios Históricos de Madrid de antes de la guerra (López Sánchez, 2006; Robb, 1989; Lira, 2015). Berrien mencionó los éxitos de dicho centro a Stevens así como a otros empleados de la FR y a sus fideicomisarios. Tal centro español, al que habían estado afiliados Reyes (1914-1921) y Zavala (1931-1936), reunió a expertos como el nominado al Premio Nobel de Literatura Ramón Menéndez Pidal, Américo Castro, exiliado en Princeton, y Claudio Sánchez-Albórnoz, uno de los pocos académicos refugiados españoles que obtuvieron el apoyo de la FR. É­stos eran los hombres que formaron a estudiosos como Amado Alonso, quien había aprendido el oficio en el Madrid de la preguerra y falleció cuando era catedrático en Harvard. De acuerdo con Berrien, el CEH ofrecía la oportunidad de que los refugiados tuvieran la oportunidad de “contribuir al desarrollo de técnicas y métodos y actitudes en el país que los ha recibido” y de introducir “métodos modernos de enseñanza” en México (López Sánchez, 2006; Robb, 1989; Lira, 2015).36 Sin embargo, a pesar de que Berrien veía las similitudes, más tarde comentó que “aunque el Centro en el Colegio de México no es una copia servil del centro madrileño, la idea de fondo de ambos es muy parecida”.37

Otra razón por la que Berrien y la FR apoyaron al CEH fueron las difíciles circunstancias del momento, de guerra y de cambio de sexenio. Según Berrien, El Colegio necesitaba “ayuda y estímulo en el presente para poder continuar... la parte del... programa de mayor interés para las humanidades (es decir, el Centro de Estudios Históricos)”; Berrien consideraba que el CEH “ofrece la mejor formación integral en historia y materias relacionadas”.38 Más concretamente, Berrien abogó por una ayuda significativa y rápida “durante uno o dos años malos”, porque “lamentaría que el buen trabajo y las posibilidades del Colegio tuvieran que ser eclipsadas”. Creía que “El Colegio debía crecer más lógicamente hacia las humanidades, y después hacia las ciencias sociales”. El objetivo final era fortalecer El Colegio para que pudiera establecer “estándares” y ser influyente en toda América Central y del Sur.39

Con tales argumentos, Berrien convenció a la FR para que conce­diera una ayuda sustancial a El Colegio. Cinco meses después del primer encuentro entre Berrien, Reyes y Cosío, los fideicomisarios de la FR aprobaron la primera de muchas subvenciones a El Colegio: $29,340 dólares (equivalente a $430,000 dólares actuales), que cubrieron la mitad de los costos del CEH durante dos años.40 Incluía salarios para los académicos, becas para los estudiantes de posgrado y los libros, además de un fondo de investigación para Reyes. La adjudicación incorporó las restricciones de la carta de Berrien, que en general correspondían a la política de la FR, pero algunas restricciones adicionales se debieron a las dudas sobre la capacidad de Reyes, Cosío y sus amigos de en el futuro transformar las relaciones clientelares con el gobierno mexicano en un mecenazgo estable.41 No obstante esas dudas, en aquellos años la FR concedió s­ubvenciones al CEH, a la ENAH y también al Centro de Estudios Filosóficos de la UNAM. Finalmente, la FR financió las humanidades en El Colegio durante dos décadas, pero la siguiente sección muestra por qué la FR o, mejor dicho, la DCS nunca concedió un subsidio al CES.

El Centro de Estudios Sociales y la Fundación Rockefeller

Como se ha mencionado anteriormente, los estudios existentes sobre las ciencias sociales durante la Guerra Fría destacan los factores explicativos locales y descuidan el mecenazgo foráneo. Esta laguna ha provocado el desconcierto de observadores por lo demás bien informados. Un ejemplo es José Reyna, quien elogia al CES, donde se impartía ‘una especie de plan de estudios “revolucionario” que sigue siendo tan válido para las generaciones actuales como lo era hace 50 años’. Pero a continuación, Reyna se pregunta por qué “esta nueva parte de la institución [CES] fue la que menos duró de El Colegio” (Reyna, 2005, pp. 437, 439). En otras palabras, ¿por qué la FR aprobó regularmente generosas subvenciones al CEH pero se abstuvo de apoyar las ideas y a las personas del CES?

El CES, inaugurado en 1943, ofrecía un título de posgrado que combinaba lo mejor de las ciencias sociales europeas y estadounidenses. Su director fue el ya mencionado José Medina Echavarría, un exiliado español que a principios de la década de 1940 co-tradujo y editó Economía y sociedad de Max Weber. El volumen de Weber formó parte de la colección de libros de sociología que Medina editó para el FCE, convertida después en un éxito rotundo en toda América. En los años de 1950, Medina luchó con éxito para que se le hiciera lugar a la sociología histórica del desarrollo en el seno de la Comisión Económica para América Latina (CEPAL) de la ONU en Santiago de Chile; en los años de 1960, inspiró los rasgos weberianos de la teoría de la dependencia de Cardoso y Faletto (Morcillo Laiz, 2010, pp. 359-61; Morse, 1996, p. 113; Cardoso, 2001, p. 234; Prebisch, 1982, pp. 105-111). A pesar de que el talento de su entonce joven director, Medina, ya era manifiesto, la FR negó su apoyo al CES.

El objetivo de Medina en el CES era combinar el keynesianismo en economía con la teoría del Estado socialdemócrata de la República de Weimar y la sociología histórica de Max Weber. Aunque no tenía experiencia práctica en encuestas y estadísticas,42 hacía tiempo que comprendía su importancia, y el grado ofrecido en el CES incluía cursos impartidos por un eminente estadístico mexicano. El profesorado abarcaba tanto a refugiados españoles con estudios de posgrado en política o economía en la London School of Economics o en universidades alemanas como a expertos mexicanos de alto nivel, por ejemplo el economista Víctor Urquidi. No me detendré más en el programa y el profesorado del CES porque, como trataré de demostrar, la FR decidió no financiarlo sin haber re­almente examinado sus méritos y deficiencias (hay ya descripciones útiles en Reyna, 2005, pp. 436-441, y en Moya López, 2013, pp. 112-31).

Inicialmente, El Colegio había contemplado la posibilidad de ofrecer cursos de ciencias políticas en vez de crear un centro de investigación social en toda regla como el CES. La idea original se menciona en la carta en que Cosío le pregunta a Berrien si habría apoyo financiero para “un proyecto, que aunque limitado es de gran interés para nosotros... una serie de cursos sobre ciencia política, disciplina que nunca ha sido tratada en forma alguna en la Universidad [UNAM]”.43 El proyecto sugerido por Cosío duraría al menos tres años y costaría unos US$12,000 (equivalentes a US$181,366 actualmente), la mitad de éstos los aportarían la FR. Como se señaló, la FR aprobó la solicitud de El Colegio en lo que se refería al CEH, pero Berrien y sus compañeros guardaron silencio sobre los cursos de ciencias políticas.44 No obstante, Cosío perseveró. Justo después de que el CES iniciara sus actividades a principios de 1943, él anunció a Berrien que “Alfonso Reyes y yo hemos decidido recurrir al apoyo de la Fundación para esta nueva empresa”.45 Mientras lo hacía, Cosío pidió a Berrien que remitiera al DCS un folleto con la descripción del CES; Berrien lo entregó a sus colegas en abril.46

En septiembre de 1943, Cosío volvió a hablar del CES con la FR. Explicó las razones y los propósitos del CES en un memorándum en el que destacaba que las ciencias sociales en América Latina sólo se enseñaban en Brasil. Todo a pesar de los numerosos problemas sociales que asolaban a México. Merecían estudiarse por “investigadores equipados científi­camente” que pudieran ofrecer “orientación”, no sólo para México sino también para el resto de América Latina. Para cumplir estos objetivos, se necesitarían US$40,428 (equivalentes a US$575,906 actualmente) a lo largo de tres años: US$9,476 anuales para becas y US$4,000 para “gastos imprevistos (especialmente libros y publicaciones periódicas)”.47 La carta que acompañaba al memorándum se preciaba de un acuerdo recientemente alcanzado entre tres instituciones mexicanas para financiar un instituto de investigación económica en El Colegio: “Lo único que falta es la redacción del contrato legal”. Es posible, pero poco probable, que esos planes estuvieran a punto de aprobarse en ese momento. Lo que sí es seguro es que no llegaron a nada. Posiblemente Cosío los mencionó porque suponía que este “acto de confianza” de las instituciones mexicanas, como él decía, disiparía las dudas de la FR sobre la calidad del trabajo realizado en El Colegio.48 En realidad, al ufanarse de tales planes en su carta Cosío consiguió confundir tanto a sus aliados dentro de la FR como a los escépticos y también al dictaminador externo.

A finales de octubre, Berrien remitió la “carta personal e informal” de Cosío a sus colegas con otros documentos sobre el CES y una nota explicativa. Con ello, Berrien, que quería que El Colegio se adentrara en las ciencias sociales, impulsó sin querer un debate que condenaría al CES.49 La nota explicativa de Berrien señalaba la supuesta novedad de un instituto de investigación económica, lo que desorientó a sus profundamente escépticos colegas de la DCS. Preguntándose si el CES llevaría a cabo investigaciones económicas o sociológicas, Willits examinó cuida­dosamente los documentos de Cosío y los comparó con los informes que los académicos estadounidenses financiados por la FR habían escrito sobre las ciencias sociales latinoamericanas y que una de sus empleadas habían resumido en un “compendio” que dejaba un amplio lugar para los prejuicios.

A todos estos factores, que operaban en contra del CES, se le añadió uno más: apenas dos días antes de que Berrien circulase su nota, Willits había terminado un informe en el que insistía en una política de favorecer a Europa y Asia y de no involucrarse en América Latina o, para ser más precisos, una política limitada a apoyar a académicos individuales y a estudiantes estadounidenses de América Latina.50 Si el CES de Medina tuvo alguna vez la oportunidad de ser tratado con justicia por la FR, no fue ese octubre. A principios de diciembre, Cosío y Reyes recibieron la noticia de que “presentar una solicitud formal en este momento no sería lo indicado”.51

Precisamente porque la DCS prefirió no apoyar al CES, este “caso negativo” de mecenazgo de las ciencias extranjero merece un examen minucioso, según la observación de Pierre Bourdieu de que “cortar los fondos a la investigación [es] la censura más brutal” (1992, p. 190). Gracias a que existe un expediente completo, podemos reconstruir el razonamiento de los funcionarios y sus evaluadores. En la carta de Cosío a Berrien, Willits y otros miembros de la DCS dejaron comentarios manuscritos sobre la trayectoria académica y política tanto de los académi­cos mexicanos como los refugiados españoles que participaban en el CES. También confirman que las apresuradas referencias de Cosío a un centro de investigación económica dificultaron que los funcionarios de la DCS entendieran el programa de estudios completo del CES y les dieron argumentos para rechazar la solicitud.

Un papel crucial y revelador lo desempeñó uno de los académicos que había viajado a América Latina con becas de la FR, Carl Sauer. Influyente académico y director del departamento de geografía de Berkeley, Sauer fue el fundador en Estados Unidos de la “geografía de la cultura” (Michael Williams; Lowenthal, & Denevan, 2014), un enfoque historicista de la disciplina (Speth, 1999, núm. 2 y parte I) y supuestamente “una de las figuras intelectuales más destacadas del siglo XX” (M. Williams 2001). En todo caso, “una calidez poco común y un respeto mutuo” unían a Sauer y Willits (Parsons, 1996, p. 378). Su carta en donde pide a Sauer su opinión sobre la “carta personal e informal” de Cosío delata el escepticismo del director de la DCS. Algunas de las razones de Willits parecen sólidas, como la gran cantidad de dinero que la propuesta de Cosío asignaba a la biblioteca y a los “gastos imprevistos”, la administración independiente de las becas por parte del CES, la escasez de personal adecuado (y de estudiantes) y la probabilidad de que el Estado interfiriera en la investigación económica.52 Sin embargo, Willits también incluyó una mención a los refugiados, que estaba lejos de ser inocente. Los funcionarios de la FR habían debatido ampliamente si los académicos españoles refugiados eran tan merecedores de la ayuda de la FR como los alemanes; la respuesta fue negativa en casi todos los casos porque “no son, comparativamente hablando, hombres de primera categoría”.53

En su carta, Willits no necesitaba hacer explícito su escepticismo a Sauer y sugerirle qué era lo Willits esperaba de él. Dos años antes, cuando Sauer partía hacia Sudamérica con una subvención de la FR, Willits le había explicado la política de la DCS con respecto a América Latina: “Si Gran Bretaña gana la guerra, recibiremos enormes demandas de los académicos empobrecidos de una Europa empobrecida, demandas que no pueden ser ignoradas”. Si la DCS hubiera destinado sus recursos a América Latina mientras tanto, el apoyo a Europa habría tenido que restarse de las operaciones estadounidenses, algo que Willits quería evitar: “De ahí, desde nuestro punto de vista, el interés por encontrar las necesidades reales, las necesidades modestas, en lugar de los ‘grandes esquemas’”.54

Así, en sus célebres “cartas andinas” a la FR, Sauer recomendó la asignación de modestas subvenciones para ayudar a numerosos académicos latinoamericanos, incluidos los aficionados de las ciudades de provincia, hacia los que da muestras de generosidad (Sauer, 1982). Esta actitud contrasta con los prejuicios expresados en su misiva inédita sobre El Colegio y el CES. Sin embargo, sobre todo, es sorprendente que Sauer admita desconocer tanto la organización como las personas sobre las que ha de emitir un parecer, lo cual no impidió a Willits usar el mismo para justificar el rechazo al CES. El dictamen de Sauer sobre el CES merece ser citado in extenso:

Parece que me falta el material de fondo. No tengo el folleto descriptivo, y nunca he hablado con Cosío Villegas. Además, cuando estuve en México tampoco averigüé nada sobre los antecedentes ni por observación ni de oídas. Ni siquiera sé cómo se ha desarrollado El Colegio de México. Cuando supe algo de él fue sólo en cuanto a su Centro de Estudios Históricos, que entonces era un grupo de refugiados españoles que constituían una Notgemeinschaft.55

La nota de Berrien indica que el nuevo centro también está compuesto principalmente por refugiados, más algunas personas formadas en la London School of Economics, sean quienes sean. No sé casi nada de la calidad de las ciencias sociales en España; mi ligera impresión es que la filosofía, los juristas y la historia serían la preocupación de los españoles, más que lo que deberíamos llamar economía, ciencia política y sociología... Pero no sé nada de quién está en este cuadro. Ésa es la cuestión más importante. Ni siquiera conozco a... Cosío Villegas ...La mente hispana, además, nunca se ha preocupado por las estadísticas... Esto lo han dicho de sí mismos muchas veces.56

En esta nota, un complaciente y sumiso Sauer entregaba a Willits lo que él sabía que su amigo necesitaba. Incluso la alusión a las estadísticas resultaba útil, ya que confirmaba el prejuicio entre los empleados de la FR y su camarilla de asesores de que nadie en América Latina poseía habilidades estadísticas: “Los estadísticos nunca van a empezar nada en las Universidades. La sociología es metafísica especulativa... va a haber un censo nacional en Argentina el año que viene, pero nadie sabe cómo hacerlo”.57 Este prejuicio perduró durante décadas y posteriormente benefició a los académicos con “inclinaciones positivistas”, como Gino Germani.58

Tanto Willits como Sauer debieron de haber sido conscientes de que este último carecía del necesario conocimiento de las ciencias sociales mexicanas. Sauer mismo reconocía tanto que no sabía de quién estaba hablando como que el expediente que le había llegado estaba incom­pleto. Es cierto que él había estado algunas veces en la Ciudad de México, pero aparentemente sólo para unas visitas apresuradas, que ni siquiera se mencionan en una crónica de los viajes de Sauer a la región (West, 1979). En otra ocasión, al final de su viaje de 1942 a Sudamérica, echó “un breve vistazo a la Ciudad de México”, donde se reunió con antropólogos e historiadores del arte afiliados a la ENAH y al Instituto de Investigaciones Estéticas de la UNAM, pero no con personas de El Colegio.59 En resumen, Sauer no sabía casi nada sobre el CES, pero expresó el juicio negativo categórico que Willits necesitaba.

En realidad, la persona adecuada para valorar justamente al CES h­abría sido Hamilton, el historiador económico especializado en las colonias ibéricas. Hamilton había preparado el informe citado anteriormente sobre las oportunidades de investigación y formación en México.60 Mientras lo preparaba, visitó sistemáticamente todos los centros de ciencias sociales de la Ciudad de México, incluidos el IIS y el Instituto de Investigaciones Económicas (ambos de la UNAM), el Instituto Panamericano de Geografía e Historia, la ENAH y el Instituto Indigenista Interamericano de Gamio. En comparación con Hamilton, Sauer tenía una visión mucho más estrecha de la comunidad académica mexicana, como queda expuesto en la descripción de la antropología que ofrece Sauer como si la misma abarcase toda la ciencia social. Otra razón por la que Willits no debería haber recurrido a Sauer era la actitud de confrontación de este hacia Hamilton en una polémica coetánea en torno a la conveniencia de establecer centros de estudio “regionales” en Estados Unidos.61 Era fácil prever que si Hamilton estaba a favor de El Colegio, Sauer iba a estar en contra. Y tanto Willits como Sauer ya conocían de antemano la opinión de Hamilton:62

El Colegio de México es una de las instituciones de educación superior e investigación más prometedoras de América Latina... Sin excepción, su personal es capaz, serio y distinguido. Al parecer, la política y la riqueza no han tenido nada que ver con la selección de los profesores. Sólo ha contado la eficiencia.63

El conocimiento superior de Hamilton sobre El Colegio no impidió que el dictamen de Sauer fuera el que más influyera en la decisión de Willits. Evans y él escudriñaron los diferentes aspectos de la carta de Cosío, anotando primero las valoraciones de Hamilton y Berrien, que luego desacreditaron con las conjeturas de Sauer.64 El peso de los prejuicios era tanto que Willits mismo ya antes de recibir el dictamen de Sauer “se sentía bastante seguro en cuanto a la respuesta. Pero el proyecto de El Colegio había ganado suficiente impulso como para que sintiera que tenía que contrastarlo contigo antes de rechazarlo. Lo vamos a rechazar.”65

Para tomar su decisión, Willits se basó en alguien que no sólo carecía de experiencia de primera mano en el CES y de pleno acceso al expediente escrito, sino que hacía afirmaciones incoherentes sobre el grupo más grande dentro del profesorado del CES, los exiliados españoles. En su dictamen, Sauer menospreció a la Casa de España como “un grupo de refugiados españoles”. Sin embargo, en una carta anterior a Willits había escrito que en Bogotá la “distinguida banda de refugiados españoles” constituía “un gran grupo de hombres, competentes, y, al menos en el entorno local, bolas de fuego”.66 Willits no se dio cuenta de esta contradicción y no le incomodó mucho que Sauer no hubiera recibido todos los documentos sobre el CES, una omisión de la que Willits era responsable. Así lo admitió cuando, al haber rechazado ya la consulta del CES, Willits envió a Sauer “la lista de materias impartidas en el Centro de Estudios Sociales”. Al remitir estos documentos , Willits reiteró que “por supuesto, habían rechazado la solicitud”.67 Más tarde, Willits le comunicó a Sauer que la solicitud era “bastante informal y no formal”.68

Al final , la “carta personal e informal” de Cosío había sido tra­tada como una solicitud formal, lo que era importante porque un rechazo formal hacía prácticamente imposible que El Colegio presentase una nueva solicitud de apoyo al CES. Así, cuando Berrien, a quien se había mantenido al margen, se enteró de las cartas de Willits a Sauer dejó una nota en el expediente que es inusual tanto por su tono como por cues­tionar abiertamente los pasos tomados en otra división: “A pesar del error de JHW [Willits] al poner la consulta sobre una base formal, deseo que se tomen medidas para evitar que se registre un rechazo formal... La carta de Sauer del 15 de noviembre revela una falta de conocimiento de los acontecimientos recientes y contiene referencias irresponsables a El Colegio y su personal”.69

Aparte de que una organización como la FR que abogaba por la profesionalización del trabajo académico operase de un modo que permitía a Willits sustituir el conocimiento de causa con prejuicios, la otra paradoja del rechazo al CES es el papel de Sauer. En una notable instancia de fuego amigo intelectual, Sauer, líder del historicismo en la geografía estadounidense (Speth, 1999), denigró a Cosío y aportó un dictamen que sirvió como pretexto para tomar una decisión que llevaría a la caída del CES de Medina. Lo paradójico del caso es que Cosío como editor de FCE y Medina como editor, traductor y maestro desempeñaron papeles importantes en la introducción del historicismo a los latinoamericanos.

Reyes y Cosío nunca supieron nada de lo anterior. Este último admi­tió a Berrien que el rechazo había causado ‘desolación’ en El Colegio; Cosío había entendido que la vaga explicación que dio Berrien implicaba que en el futuro el CES tampoco recibiría una subvención de la FR.70 El cuerpo docente del CES, repleto de sociólogos, politólogos y economistas españoles, no podía invocar a un distinguido antecesor como el Centro de Estudios Históricos de Madrid; es verdad que carecían de un historial de logros anterior a la guerra comparable al de sus compañeros historiadores y filólogos. Así, los refugiados españoles, que eran un recurso valioso para el CEH, se convirtieron en un serio inconveniente para el CES. Dos años después, Cosío exploró de nuevo las posibilidades de apoyo de la FR, si no para el CES, al menos para Medina, pero este último no lo solicitó, posiblemente a causa de que Cosío lo había ofendido (Krauze, 2001, p. 126).71 Otros exiliados habían sido despedidos de la noche a la mañana.72 En el verano de 1946, el CES cerró y Medina salió de la C­iudad de México. Con él, la sociología, la ciencia política y la economía desaparecieron de El Colegio durante quince años.

Conclusión

El Colegio se estableció por un acto de clientelismo, pero sin el mecenazgo de las ciencias de la FR difícilmente habría sobrevivido, y mucho menos prosperado, como ya suponía Lempérière (1992, p. 195). En dólares actuales, la FR aportó entre $203,000 y $233,000 anualmente desde 1942 hasta 1949; en el mismo periodo, el valor del subsidio del gobierno, MX$200,000, disminuyó en términos reales de $655,000 a $260,000 dólares actuales (Lida; Matesanz, & Zoraida, 2000, p. 156).73 Dicho subsidio habría apenas bastado para pagar unos salarios, pero no para llevar a cabo un programa de investigación y docencia. Tal fue la dependencia de El Colegio de la FR que en 1959, Cosío admitió que hasta entonces la FR, a la que apodaba “la gran dama”, había financiado la mitad de los gastos de los centros de El Colegio.74 De hecho, los documentos que yo conozco esta vez parecen confirmar lo que afirma Cosío: durante sus dos primeras décadas, El Colegio recibió entre un tercio y casi la mitad de su dinero de la FR.

La generosidad de la DH de la FR hacia el CEH no impidió que el CES cerrase por falta de fondos.75 Entre las consecuencias del cierre estuvo que la visión histórica, keynesiana y socialdemócrata de Medina sobre las ciencias sociales, desapareciera de México, algo que recuerda la desaparición de la sociología histórica weberiana en los Estados Unidos (Steinmetz, 2009). La trascendencia de la decisión de Willits en contra del CES puede apreciarse al comparar a este centro con la Escola de Sociologia e Política de São Paulo, que sí recibió una serie de subvenciones de la FR, entre otras razones por la presencia de Donald Pierson, un graduado de Chicago protegido por Robert Redfield y Herbert Blumer.76 La Escola no sólo sobrevivió la Segunda Guerra Mundial, a diferencia del CES, sino que también se convirtió en el lugar de entrenamiento de sociólogos brasileños como Florestan Fernandes, lo que sembró las semillas para el posterior auge de la sociología en la Universidade de São Paulo (USP). My posiblemente, las ciencias sociales en México y América Latina serían diferentes si el CES de Medina hubiera recibido apoyo de la FR tanto tiempo como lo tuvo la Escola. El mecenazgo de la ciencia puede tener un enorme impacto cuando el apoyo se niega.

Nos guste o no, el mecenazgo de las ciencias constituye una relación de dominación. Incluso los autores que enfatizan la colaboración deben admitir que el control y la “dependencia” son un peligro intrínseco a la financiación externa (Levy, 2005, p. 46, 226; Delpar, 2008, p. 185). Tras el tono amable y las buenas intenciones de Berrien cuando les comunica a Reyes y Cosío su visión para el CEH resuenan las políticas de la FR, que los empleados de la organización ponen en práctica. Confrontado con las preferencias de la FR, Cosío podía aceptarlas o dejar que El Colegio se hundiera. Como el emprendedor científico sensato que era, optó por perseguir los intereses que compartían El Colegio y la FR, y posicionar el CEH y la dedicación de tiempo completo en el núcleo de El Colegio. Sin embargo, el mecenazgo de la ciencia, como cualquier forma de dominación, también puede conllevar la resistencia. De hecho, la resistencia a la FR puede haber sido facilitada por la forma en la que operaba la fundación en ese momento. Una vez que se otorgaban las subvenciones, la FR sólo esperaba unos pocos recibos, cuentas e informes bianuales. Así, una vez concedida la subvención, el momento de máxima dominación pasaba. Aun así, es posible identificar en El Colegio las huellas del proyecto que Berrien identificó como compatible con las políticas de la FR.

Incluso en una relación de dominación, los destinatarios pueden disfrutar de cierto margen de maniobra, lo que nos lleva a preguntarnos si la FR realmente logró la “racionalización” de la educación superior mexicana que perseguía. En realidad, la facultad de seleccionar a sus becarios concedida a El Colegio, como antes a la ENAH, fue lo que permitió a Reyes y Cosío financiar la práctica clientelar del sub-mecenazgo, y convertir a empleados y becarios en sus propios clientes. Esta sospecha se sustenta en los hechos ocurridos dentro de El Colegio, incluidas las faltas y los despidos arbitrarios de Cosío, así como las numerosas contrataciones internas en las décadas siguientes. El personalismo y la endogamia son prácticas clientelistas. La prevalencia de esta forma de dominación sugiere que el intento de la FR de racionalizar la actividad académica tuvo un éxito limitado.

El fracaso del CES contiene dos lecciones importantes para la sociología y para la historia de las ciencias sociales. Una es que no sólo las políticas de la fundación, sino también los funcionarios de la fundación moldean el curso de las historias disciplinares y de sus métodos. Willits se negó a financiar a los científicos sociales de América Latina a pesar de las demandas del presidente y de los fideicomisarios de la FR e incluso del vicepresidente de Estados Unidos. La explicación se ha de buscar en que Willits era más leal a sus colegas economistas estadounidenses que a la FR y al gobierno estadounidense. El que durante los años de la guerra Willits pudiese hacer caso omiso de las políticas de la propia FR desafía las explicaciones en las que las organizaciones científicas “altruistas”, también conocidas como “otros racionalizados”, difunden isomorfismos que supuestamente revelan una “cultura mundial” (Meyer, 2010). Lo que vemos no es altruismo sino individuos que avanzan sus intereses, en este caso de un grupo profesional mayoritariamente estadounidense. Asimismo, la capacidad de los oficiales de la FR de avanzar en su agenda individual arroja una sombra de duda sobre la afirmación de Platt de que el dinero de la fundación nunca influyó en la historia de los métodos sociológicos porque ninguna fundación persiguió un cambio hacia una mayor cuantificación como política; según Platt tales aspiraciones habrían sido sólo “gustos intelectuales” de los funcionarios (Kohler, 1991, pt. III; Platt, 1998, pp. 186, 197). La destrucción del CES por parte de Willits demuestra que los “gustos” de los funcionarios sí importan porque podían promoverlos independientemente de las política “oficiales” de las fundaciones. Ya en la década de 1930, los funcionarios de la FR se inclinaban por la destreza estadística y la fidelidad al positivismo como criterios para distinguir los proyectos merecedores de apoyo de los que no lo eran.

En segundo lugar, la incongruencia entre las políticas de la FR y las decisiones de Willits hacen poco convincentes las descripciones de las fundaciones como instrumentos de la hegemonía estadounidense (Parmar, 2012; Seybold, 1982; Berman, 1983). La FR no logró combinar dos principios básicos de una organización racional: la especialización, visible en la existencia de varias division, y el principio de unidad de acción. Eso es lo que muestra el irregular procedimiento que precedió a la decisión en contra del CES. De hecho, Willits infringió ambos principios, así como el de jerarquía, que en teoría le obligaba a acatar las preferencias del presidente de la FR; también ignoró el informe de un experto como Hamilton y pidió a Sauer que hiciese un dictamen sin tomar en cuenta el conocimiento del caso acumulado en el expediente.

Usar prejuicios en vez de formas racionales de conocimiento carac­teriza a la dominación tradicional. Pero si las fundaciones no toman decisiones como organizaciones racionales, difícilmente se las puede considerar instrumentos infalibles de la hegemonía cultural y el imperialismo estadounidenses. Éste es uno de los muchos motivos por los que Hugh Wilford e Iber tienen razón cuando señalan que los donantes no siempre consiguen todo lo que quieren, y en ocasiones obtienen lo contrario (Wilford, 2008, p. 249; Iber, 2015a, pp. 239, 242). Sin embargo, en los años de 1940 y 1950 la FR alcanzó muchos de sus objetivos respecto al CEH y a El Colegio, sin que ello signifique que sea apropiado hablar de hegemonía. El caso negativo del CES confirma, a la vez, la importancia de estudiar el mecenazgo científico foráneo, incluidas instancias en los que no se otorgó.

Finalmente, es necesario preguntarse por las características de la relación que permiten a los mecenas alcanzar sus objetivos o no. Responder a esta pregunta requeriría un libro, pero es posible afirmar que juega un papel fundamental la asimetría de recursos controlados por el donante respecto a los que controla el receptor. Entre los recursos distribuidos asimétricamente está el dinero, pero también la información y el prestigio. Importante es asimismo la ecología del campo: en uno en que sólo un donante está activo y los potenciales donatarios numerosos, las posibi­lidades de que el primero domine son mayores que cuando la situación en el campo es a la inversa: muchos potenciales donantes y pocos receptores. Estas características sugieren regularidades, pero su validez no es la de las leyes de la física y los efectos de las relaciones donante-receptor están expuestas, como ya se dijo, a la contingencia de la vida social en general y, en particular, a la intrínseca de la investigación científica.

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1Este artículo apareció en el Journal of Latin American Studies, 51(4) (2019), 829-854; la versión final del manuscrito se terminó en septiembre de 2018. Si bien he introducido algunos cambios menores en esta versión, las críticas y comentarios a la bibliografía pertinente se refieren a la situación en aquel momento. Como este número especial demuestra, dicha situación ha mejorado. Ahora hay más trabajos sobre donantes foráneos y mecenazgo científico en América Latina. Las nuevas contribuciones, sin embargo, se ocupan menos de México que de los países andinos y, sobre todo, del Cono Sur.

2William Berrien a David H. Stevens, 5 oct. 1942, pág. 1; RAC/RF/RG 1.1/323R/Caja 22/Carpeta 178, en adelante F178.

3 Platt (1998) ofrece su respuesta crítica al libro de Fisher (1993). Otro importante historiador de la sociología que ha defendido la crítica de Platt a Fisher, la cual en buena parte refleja la del establishment sociológico anglosajón es Martin Bulmer (1984b).

4Julia Carson, ‘The Social Sciences before World War II, 1922-1939’; RAC/RF/RG3.1/910/Caja 3/Carpeta 20, en adelante F20.

5Joseph Willits, ‘The Social Sciences in 1944. Analysis of Program’ (20 oct. 1943), pág. 1; RAC/RF/RG 3.1/910/Caja 3/Carpeta 17, en adelante F17.

6Julia M. H. Carson, ‘The Social Sciences through the War and the Post-War Period, 1939-1948’, F20, pp. 11-13. Fosdick a Willits, 12 nov. 1943, F17, p. 8. El presupuesto de la DCS para 1943 era de $993,000 dólares, equivalente en la actualidad a más de 14 millones de dólares. Todos los importes en dólares corrientes (enero de 2018) de acuerdo con la Oficina de Estadísticas Laborales.

7‘Development of the Social Science Program’ (30 ene. 1939), pág. 10; RAC/RF/RG 3.1/Serie 910/Caja 3/Carpeta 16.

8Sydnor H. Walker, ‘Latin-American Program in the Social Sciences’ (7 oct. 1938) pág. 2; RAC/RF/RG 1.2/300S/Caja 15/Carpeta 120, en adelante F120.

9Evans, ‘IHD and the Administration of SS Projects in South America’, ago. 25, 1943; ‘Report on Latin American Interests on Social Sciences and Humanities’, pág. 1; F120.

10Evans a Willits y Elderton, 16 junio 1948, F120.

1118 feb. 1941; RAC/RF/RG 3.1/Serie 904/Caja 5/Carpeta 33, págs. 4, 15, en adelante F33.

12RF, Annual Report 1940, pp. 56-8; 1942, p. 5; 1943, pp. 35-9.

1318 feb. 1941, pág. 6, F33.

14Willits al presidente de la Universidad Johns Hopkins, 8 ago. 1940, RAC/RF/RG 12.

15Roger F. Evans, RAC/RF, biographical files.

16Además de Sauer, fueron Frank Fetter (economía), Earl J. Hamilton (economía), Melvin Herskovits (antropología) y Robert Hall (geografía).

17‘Digest of Observations and Suggestions Submitted by Scholars Visiting Latin America’, 28 abril 1943, RAC/RF/RG 1.1/200/Caja 391/Carpeta 4637; Willits a Lewis Hanke, 21 feb. 1944, F120.

18Evans, ‘SS LA [Division of Social Sciences Latin American] Policy-For Sharing with Interdivisional Committee’, 8 Nov. 1943, F120; Willits, ‘The Social Sciences in 1944-Analysis of Program’, p. 20, F17.

19Informe, 31 ene. 1944, pág. 5; RAC/RF/RG 1.2/300/Caja 2/Carpeta 13.

20Willits a Fosdick, 21 feb. 1944, pág. 2; F120.

21‘The National University of Mexico and the Research Institutes Affiliated With It’, pág. 8; ‘Mexican Institutions’; ambos en RAC/Social Science Research Council/RG 1/Serie 1/Subserie 14/Caja 101/Carpeta 538, en adelante F538.

22Cosío a Francisco J. Mújica, 30 sep. 1936 (citado en Lida; Matesanz, & Zoraida, 2000, p. 33).

23En dólares actuales (2018), esto equivale a una reducción de US$1,139,319 a US$651,038. El subsidio de El Colegio era comparativamente generoso; el presupuesto para 1942 de la escuela de economía de la UNAM, mucho mayor que el de El Colegio, era de $117,734 MXN ($383,247 dólares actuales); véase (Pallares Ramírez, 1952, p. 119). Para el tipo de cambio, 1US$=4.85MXN$, véase INEGI 1999, vol. 2, p. 884).

24Irving A. Leonard, ‘The Betterment of International Relations on a Cultural Level’, 1 abril 1939, pág. 6. RAC/RF/RG 2/1939.300.

25RAC/RF/RG 1.2/300/Caja 2/Carpeta 9 ‘Rockefeller Foundation Appropriations to Latin America’, 1 julio 1913-30 junio 1949.

26Stevens, 30 ago. 1940, en RAC/RF/RG 1.1/200/Caja 276/Carpeta 3287.

27Reyes a Leonard, 24 ene. 1940; Archivo Histórico del Colegio de México (AHCM)/Colmex/RF.

2813 feb. 1940, RAC/RF/RG 12. He corregido las erratas y los nombres mal escritos en ésta y otras fuentes.

29RAC/RF/RG 15.

30Berrien a Stevens, 13 julio 1942; Moe a Stevens, junio 11, 1942, F178.

31Berrien a Stevens, 19 mayo 1942; Berrien a Reyes, 22 julio 1942 y un memorando sin fecha con el membrete del Colegio, todo en F178; Hamilton a Willits, 24 nov. 1942, págs. 2, 12-15; RAC/RF/RG 1/1.1/200/Caja 329/Carpeta 3920, en adelante F3920.

32Actas de subvención, 16 oct. 1942 y 12 junio 1944, F178.

33Berrien a Stevens, 13 julio 1942, F178.

3416 oct. 1942, F178.

35Cosío a Berrien, 29 julio 1942, F178.

36Berrien a Stevens, 5 oct. 1942, pág. 3, F178.

37Berrien a Stevens, 7 dic. 1944, F178.

38Berrien a Stevens, 5 oct. 1942, pág. 1, 3, F178.

39Berrien a Stevens, 13 julio 1942, pág. 2; Barrien a Stevens, 5 oct. 1942, pág. 1, F178.

40Cosío a Berrien, 29 julio 1942; Reyes a Stevens, 4 nov. 1942, F178.

41George C. Payne, funcionario de la DSI de la FR en la Ciudad de México, a Stevens, 5 sep. y 13 oct. 1942, F178.

42Medina había intentado obtener una beca para estudiar en Columbia y Chicago; solicitudes del 5 feb. 1935 y 5 feb. 1936, expediente Medina Echavarría, Archivo de la Junta de Ampliación Estudios, Residencia de Estudiantes, Madrid.

43Cosío a Berrien, 29 julio 1942; AHCM/Colmex/RF.

44Probablemente porque la traducción realizada en la FR a petición de Berrien omitió este párrafo; Norma S. Thompson a Reyes, 20 oct. 1942; Stevens a Reyes, 21 oct. 1942, F178.

45Cosío a Berrien, 18 marzo 1943, F178.

46Berrien a la DCS, principios de abril 1943; RAC/RF/RG 2/1943.200/Caja 254/Carpeta 1749, hasta aquí F1749.

47‘Memorandum on the Center of Social Studies of the Colegio de México’, 25 sep. 1943, F1749.

48Cosío a Berrien, 25 sep. 1943, F1749.

49Berrien a Willits y a otros funcionarios de la DCS, 22 oct. 1943, F1749.

50‘The Social Sciences in 1944. Analysis of Program’, p. 20, F17.

51Berrien a Cosío, 27 oct. 1943 y 7 dic. 1943; Cosío a Berrien, 5 nov. 1943; AHCM/Colmex/Berrien.

5229 oct. 1943, F1749.

53Robert Lambert, 2 marzo 1939; RAC/RF/RG 1.1 /200/Caja 46/Carpeta 529.

54Willits a Sauer, 22 sep. 1941, en RAC/RF/RG 1.1/200/Caja 391/Carpeta 4630, en adelante F4630.

55En referencia a un grupo constituido en un momento de necesidad, como lo hicieron los científicos alemanes después de la Primera Guerra Mundial en la Notgemeinschaft der deutschen Wissenschaft.

5615 nov. 1943, F1749.

57Lewis Hackett, 11 sep. 1944, RAC/RF/RG 12. Hackett (DSI) cita a Jonas I. Christensen, profesor de agricultura de la Universidad de Minnesota, que fue consultor de la FR en Argentina.

58Erskine McKinley, 20 nov. 1959, RAC/RF/RG 12.

59Sauer a Willits, 3 ago. 1942, RAC/RF/RG 1.1/200/Caja 391/Carpeta 4633, en adelante F4633. Véase también la carta del 24 nov. 1942, carpeta 4634.

60F538.

61Sauer a Hamilton, 8, 16, 18 marzo 1943, RAC/RF/RG 2/1943.200/Caja 250/Carpeta 1723.

62Sauer a Willits, 25 feb. 1943, RAC/RF/RG 1.1/200/Caja 329/Carpeta 3919.

63Hamilton a Willits, nov. 24, 1942, pág. 14, F3920.

64‘Support for Dr. Cosio’s Center for Social Studies,’ Colegio de México, F1749.

65Willits a Sauer, 26 nov. 1943, F1749; énfasis mío.

6615 junio 1942, F4633 (Sauer, 1982, p. 116).

673 dic. 1943, F1749.

6821 dic. 1943, RAC/Papeles de Joseph H Willits/Serie I/Caja 3/Carpeta 35.

6917 dic. 1943, F178.

7027 dic. 1943; AHCM/Colmex/Berrien.

71Cosío a Berrien, 31 ene. 1946, AHCM/Colmex/Medina; Medina a Julián Calvo, 14 mayo 1951, Archivo Histórico FCE/Medina Echavarría.

72Juan Roura Parella a Cosío, 20 ene. 1946, AHCM/Colmex/Roura.

73Actas de subvención de la FR en RAC/RF/1.1/323R y 1.2/323R. El peso mexicano se devaluó en 1949, 1US$=8.01MX$ (INEGI 1999, p. 884). No se incluyen las subvenciones individuales a Zavala y Cosío.

74Cosío a Kenneth W. Thompson, 23 nov. 1959, RAC/RF/RG 1.2/323S/Caja 62/Carpeta 485.

75Se han dado otras explicaciones sobre por qué cerró el CES (Reyna 2005, 439, 437; Moya López 2013, 126; Lida; Matesanz, & Zoraida 2000, pp. 241-242; Morales Martín 2017, pp. 155-161; Lira, 1986, p. 21).

76RAC/RF/RG 1.1/305S/Caja 53/Carpetas 281-4, 288.

Recibido: 18 de Marzo de 2021; Aprobado: 16 de Mayo de 2022

Acerca del autor

Álvaro Morcillo Laiz (Madrid, 1975) es doctor en ciencia política por la Universidad Humboldt de Berlín. Ha sido investigador en la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) y en el Social Science Research Center Berlin (WZB) así como investigador invitado en la Columbia University y en el Institute for Advanced Study en Princeton. De 2009 a 2017 fue profesor-investigador titular en el Centro de Investigación y Docencia Económicas (CIDE). Actualmente trabaja en SCRIPTS, departamento de ciencia política de la Universidad Libre de Berlín.

Entre sus publicaciones se encuentran:

1. González Ocantos, Ezequiel, & Morcillo Laiz, Álvaro (2023). Philanthropic Foundations and Transnational Activist Networks: Ford and the Inter-American Institute of Human Rights. International Studies Quarterly, en prensa.

2. Morcillo-Laiz, Álvaro (2023). Spaces of Real Possibilities. Counterfactuals and the Impact of Donors on the Social Sciences. En Fassin, Didier, & Steinmetz, George (eds.), The Social Sciences in the Looking Glass: Studies in the Production of Knowledge (pp. 81-106). Durham: Duke University Press Books.

3. Álvaro Morcillo Laiz (2018). Political Sociology and International Relations. En Turner, Stephen, & Outhwaite, William (eds.), Handbook of Political Sociology (pp. 172-188). London, SAGE.

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