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Estudios sociológicos

versión On-line ISSN 2448-6442versión impresa ISSN 0185-4186

Estud. sociol vol.41 no.spe Ciudad de México feb. 2023  Epub 11-Mar-2024

https://doi.org/10.24201/es.2023v41nespecial.2460 

Artículos

Dominación, resistencia y política: Donantes foráneos y ciencias sociales en América Latina

Domination, Resistance and Politics: Foreign Donors and Social Sciences in Latin America

Juan Pedro Blois1 

Álvaro Morcillo Laiz2 

1(CONICET-UNGS), pedro.blois@gmail.com

2(SCRIPTS, Freie Universität Berlin) a.morcillo.laiz@fu-berlin.de


Introducción al número especial

La puesta en marcha de cualquier actividad científica o académica supone la movilización de recursos económicos. La realización de investigaciones, la práctica de la enseñanza, la publicación de resultados, o la manutención de aquellos encargados de estas tareas, tanto como las oportunidades laborales que se les presentan en un determinado mo­mento, dependen de la disponibilidad de fondos. Aun cuando diversos factores de índole general, como el contexto político más amplio, las cambiantes modas intelectuales o el clima ideológico en un determinado momento, inciden en la forma en que los científicos sociales desarrollan sus tareas, las condiciones más inmediatas de trabajo en que deben formular sus ideas y apuestas intelectuales -que pueden suponer (o no) algo tan básico como la posibilidad de acceder a puestos de tiempo completo- son determinantes. Y ello, a su vez, depende de la disposición (o falta) de recursos económicos que puedan sostener esas actividades, lo que hace de quienes deciden sobre la asignación de tales recursos un actor clave para entender el derrotero de disciplinas como la ciencia política, la economía, las relaciones internacionales, la sociología, etc. Por estos motivos, el presente número especial busca analizar el impacto que un tipo particular de actores entre aquellos que dan recursos a los científicos sociales, los donantes foráneos, tuvieron en el desarrollo de las ciencias sociales en América Latina. El tema, que puede interesar a todos los que escriben o leen sociología, parece idóneo para marcar tanto el quincuagésimo aniversario del Centro de Estudios Sociológicos de El Colegio de México, financiado en sus orígenes por un donante foráneo, la Fundación Ford, como el cuadragésimo aniversario de la revista Estudios Sociológicos.

La intención de poner el foco en actores foráneos no responde s­olamente a la especial gravitación que los mismos tuvieron en determinadas coyunturas -cuando, por ejemplo, su condición extranjera los preservaba del accionar de gobiernos autoritarios preocupados por censurar la labor de los académicos e intelectuales, o cuando las crisis económicas que afectaron reiteradamente la región imponían severos ajustes en los presupuestos estatales, incrementando así la importancia de los recursos que se pudieran captar en el exterior-. El foco en estos actores responde también al interés por trascender la escala de análisis estatal que ha signado buena parte de los estudios sobre las ciencias sociales en distintos países de la región. Existe, claro está, una amplia literatura que ha reflexionado sobre la producción intelectual en América Latina desde una perspectiva regional, pero en general este tipo de indagaciones ha prestado mayor atención a la historia de las ideas que al contexto institucional en el que esas ideas fueron producidas. Sólo más recientemente han aparecido algunos trabajos que abordan las bases institucionales que en ciertos momentos favorecieron la producción de una mirada propiamente “latinoamericana”, que va más allá de la estrictamente argentina, brasileña, chilena, mexicana, etc. (Beigel, 2019; Blois, 2021; Bringel, & Leone 2021; Sorá, & Blanco, 2018); algunos de esos trabajos con una perspectiva comparada (Blois, 2015; Jackson, & Blanco, 2014; Garreton et al., 2005; Morcillo Laiz, 2016; 2019; 2022). En este contexto, el estudio de los donantes foráneos busca llamar la atención sobre el hecho de que, en una región periférica como América Latina, las ciencias sociales fueron desde sus propios orígenes empresas que trascendían largamente las fronteras nacionales, por lo que el examen del vector internacional es central (Beigel, 2019; Blanco, 2006).

Sin argumentar que los donantes determinaron unilateralmente lo que pasaba en una determinada disciplina -algo que ni siquiera sucedió en el caso en que la intervención fue más intensa, el de la economía en Chile (Valdés, 1995)- creemos que tuvieron un significativo impacto. Un impacto que, contra lo que ciertas miradas simplificadoras podrían suponer, incluyó en más de una oportunidad importantes consecuencias no gratas e incluso sorpresas para quienes ofrecían los recursos. Los i­ntentos por ejercer lo que uno de nosotros (Morcillo Laiz, 2016) denomina “dominación filantrópica”, no pueden separarse de las resistencias y oposiciones que debieron enfrentar. Ahora bien, entender cabalmente lo que las ciencias sociales latinoamericanas han venido a ser, supone identificar y explicar el impacto de esos donantes. Sin pretensiones de cubrir todas las ciencias sociales y todos los países de la región, el presente número especial aspira a ofrecer una panorámica de cómo en diferentes momentos del siglo XX diversos donantes foráneos contribuyeron a configurar las ciencias sociales latinoamericanas, con su dinero pero también mediante conocimientos y prestigio.

Las contribuciones abarcan estudios de caso de corte sociohistórico sobre Argentina, Brasil, Colombia y México y un estudio de base cuantitativa que compara Argentina, Colombia y Perú. Las mismas se adentran en disciplinas tan variadas como la economía, la sociología, la historia y las relaciones internacionales, al tiempo que abordan diversos tipos de donantes tales como fundaciones filantrópicas privadas, organismos de cooperación técnica internacionales como la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL) y la Iglesia católica. Asimismo, se incluye un grupo de reseñas de publicaciones recientes que, de una u otra manera, hacen aportes sustantivos al tema que aquí nos ocupa. El número especial se cierra con una reflexión de Stephen Turner, quien desde hace décadas escribe sobre la historia de las ciencias sociales y el impacto de la financiación. En su intervención, a partir de una cuidadosa lectura de los artículos recibidos, pasa revista a los principales aportes de cada trabajo y propone tipos ideales para clasificar las decisiones de las fundaciones; además hace hincapié en dos hechos fundamentales:

  1. que el papel del financiamiento foráneo fue, como en otras latitudes, determinante en el desarrollo de las ciencias sociales en América Latina -sin esta fuente de recursos las cosas hubieran sido muy diferentes-, y

  2. que lejos de cualquier visión mecánica o determinista, las conexiones entre donantes y donatarios estuvieron dominadas por la contingencia y las consecuencias no buscadas.

En conjunto, este número especial busca contribuir al grupo de estudios que, desde el pionero trabajo de Sérgio Miceli (Miceli, 1990) sobre la Fundación Ford en Brasil, ha venido interrogándose por las redes que los científicos sociales latinoamericanos tejieron con mentores extranjeros y sus efectos sobre la construcción de las ciencias sociales (Markarian, 2020; Morcillo Laiz, 2016; Soares Rodrigues, 2020; Plotkin, 2015; Gil, 2011; Pereyra, 2005). De ese modo, a cuarenta años del lanzamiento de Estudios Sociológicos, el presente número especial se propone como una forma de homenajear la vocación latinoamericana que la revista ha ostentado a lo largo de su ya prolongada historia. La inclusión de dos artículos que abordan una parte central de la historia intelectual e institucional de El Colegio de México va en un mismo sentido.

Un tema tan controversial como desatendido

Sobre el papel de los donantes foráneos y la incidencia del financia­miento pesó tradicionalmente una relativa desatención en buena parte de la bibliografía sobre la historia de las ciencias sociales latinoamericanas. En más de un caso, la asunción de una perspectiva estatal (y, por lo general, estrictamente disciplinaria), ceñida a la escala y actores “nacionales”, no favoreció la exploración del influjo de quienes “desde fuera” condicionaban la labor de los científicos sociales en la región. Diversas razones confluyeron para ello. La primera es quizás la ausencia hasta hace no tanto tiempo de autores que estudiasen el desarrollo de las ciencias sociales de modo profesional. En efecto, una parte considerable de la bibliografía disponible sobre las ciencias sociales en América Latina ha sido escrita por analistas cuyos temas de trabajo se apartan de la reflexión sobre su propia profesión, que escribieron a menudo para contribuir a libros editados y números especiales, frecuentemente de carácter conmemorativo. Su evidencia y sus argumentos estaban más vinculados a su propia experiencia profesional que basados en la recogida consciente y sistemática de información; menos aún se apuntalaban en el examen detenido de la información producida o preservada por actores foráneos en sus archivos, información de vital importancia para dar cuenta de las intenciones con las cuales se otorgaba el financiamiento, como varios de los artículos aquí recogidos demuestran.

A lo anterior se añade lo embarazoso de hablar de dinero y otras formas de patrocinio como factores que influyen en las disciplinas académicas: todos los intelectuales, incluidos los científicos sociales, quieren pensar que lo que hacen está libre del influjo del dinero y orientado en todo lo digno de mención hacia la relevancia pública y política de los temas que analizan. De modo similar, quieren pensar también que esos temas fueron escogidos de modo autónomo. El hecho de que el dinero sea un bien fungible, que quienes lo han solicitado alguna vez para A, bien pueden haberlo usado para B, ayuda a convencerlos de que el dinero, y menos aún el de fuera, no influye (o influye poco) en su disciplina.

Por supuesto, la política y los agudos debates ideológicos que permearon a menudo el escenario de las ciencias sociales en América Latina, tampoco ayudaron a que quienes recibieron apoyo material desde el exterior reflexionaran abiertamente sobre el impacto de los donantes foráneos. Las acusaciones que en diferentes países de la región se multiplicaron en los años 1960 contra el “espionaje sociológico” y las “penetraciones imperialistas” (Plotkin, 2015; Markarian, 2020; Rudas, 2020) hicieron difícil tratar abiertamente el rol de la filantropía, en especial de aquella financiada desde los Estados Unidos. Aun cuando había habido en la región un extendido sentimiento anti-imperialista y, en buena medida, anti-estadounidense desde principios del siglo XX, el contexto de la Guerra Fría, con las violentas intervenciones en Guatemala y la República Domi­nicana, así como la resistencia enarbolada por la Revolución cubana, agudizaron el rechazo a la influencia de los Estados Unidos en la región (Calandra, 2012; Gilman, 2003); rechazo que tuvo un eco particular entre buena parte de los científicos sociales y los estudiantes.

En ese marco, el apoyo sustancial a la educación superior (Coleman, & Court, 1993; Levy, 2005) tanto como el estímulo a las ciencias sociales por parte de los Estados Unidos, fueron duramente cuestionados, más aún cuando los peores temores de sus detractores parecieron confirmarse a partir de las revelaciones del Proyecto Camelot (Navarro, 2011; Solovey, 2001). Para muchos, fue entonces claro que el apoyo a las ciencias sociales y a la producción de relevamientos empíricos en América Latina eran parte central de la política exterior y de seguridad estadounidense, centradas en reprimir la posibilidad de cambios sociales profundos (Oren, 2003; Rohde, 2013). Los reparos fueron tales que, aun en algunos países donde los programas de asistencia económica y técnica habían sido limitados, Ecuador por ejemplo, las reacciones anti-imperialistas fueron notables (Altmann, 2020).

En el contexto de la polémica en torno al Proyecto Marginalidad, iniciativa financiada por la Fundación Ford, hubo activistas que no duda­ron en poner en un “plano de igualdad” al napalm y los helicópteros que azotaban Vietnam con el uso de encuestas como las que buscaban administrar los investigadores de ese proyecto en diversas zonas empobrecidas del continente (Gil, 2011). No es sorprendente entonces que quienes recibían dinero foráneo en América Latina tratasen de ser discretos al respecto. Más tarde, cuando esos debates y el activismo más entusiasta perdieron fuerza -en muchos casos luego de la intervención violenta de dictaduras militares que se propusieron terminar con la agitación de los medios universitarios y de izquierda-, la tematización del papel de los donantes foráneos en el desarrollo de las ciencias sociales entró en un duradero cono de silencio.

Para quienes recibían dinero desde el exterior, reducir o silenciar la importancia de los donantes foráneos no sólo ayudaba a evitar los reflejos anti-imperialistas de sus pares y estudiantes, sino que abría la puerta a atribuirse todo el mérito que la nueva idea o proyecto de investigación, inviable sin aquel apoyo, pudiera tener. Sin duda, lo anterior trabajó a favor de que buena parte de quienes décadas después reflexionaran sobre las ciencias sociales en América Latina tendieran a descuidar el impacto y ascendiente de los donantes foráneos.

Hay tal vez una razón adicional, de índole teórica, detrás de esta situación. Gran parte de la reflexión más sistemática sobre las ciencias sociales publicada en los últimos años ha sido escrita bajo la impronta de Pierre Bourdieu y su concepto de campo científico (Bourdieu, 1999a). Para este autor, quien escribía desde el seno de la Francia monolingüe y anti-americana de la Guerra Fría, el campo científico está centralmente estructurado por el Estado. En efecto, aun cuando un campo científico no se consolida sino por medio de un proceso de creciente autonomización -en el que se establece una lógica o nomos diferenciado respecto a otras zonas del espacio social-, el apoyo material del Estado mediante el financiamiento de las universidades y otros centros académicos, constituye una condición indispensable de esa autonomización. Sin ese apoyo estatal a las instituciones académicas, quienes se volcaron a las ciencias sociales en Francia mal podrían haberse emancipado de la injerencia de otros actores (empresarios, medios de comunicación, políticos, etc.) en condiciones de financiar su labor, pero también de imponerles sus temas de investigación e incluso el modo de abordarlos.

No sorprende entonces que el análisis de Bourdieu, salvo contadas excepciones (1999b), presente una mirada eminentemente “nacional” de los campos de producción intelectual, más aún si se recuerda que este sociólogo escribía en momentos en que la acumulación de capital en el extranjero era en general secundaria en el escenario intelectual francés (Bourdieu, 2003). En otras palabras, el ascendiente del Estado en este caso estimuló, como notó Johan Heilbron (2015) en su estudio sobre la sociología francesa, una cierta “ilusión de autarquía”. Ahora bien, si semejante enfoque pudo tener algún sentido en un país central como Francia, es dudoso que lo mismo pueda ser argüido en el caso de los países latinoamericanos.

Por supuesto, este hecho no pasó desapercibido y diversos autores preocupados por el estudio del mundo y la producción intelectual en América Latina han llamado la atención sobre los recaudos necesarios para movilizar la noción de campo en un contexto donde parte fundamental de las instancias de consagración en diversas disciplinas está más allá de las fronteras nacionales y donde se observa una frecuente dinámica “importadora” de ideas, conceptos, recursos; lo que, a diferencia de la realidad estudiada por Bourdieu, plantea la cuestión de la dependencia académica o intelectual (Altamirano, & Sarlo, 1983; Sigal, 1991; Beigel, 2013; Bringel, & Domingues, 2017). En esta línea, se ha destacado la importancia que la capacidad para gestionar las relaciones con los colegas e instituciones del exterior podía alcanzar en el plano de las jerarquías y disputas internas: las credenciales y avales obtenidos en países como Alemania, Estados Unidos, Francia o Inglaterra podían operar como capitales valiosos en el plano doméstico (Neiburg, & Plotkin, 2004).

Menos atención, con todo, se ha destinado al proceso por el cual la debilidad (comparativa) de los estados en América Latina como financiadores de las ciencias sociales favorecía la influencia de quienes podían ofrecer recursos materiales (en moneda “dura”) desde del exterior. En casos donde los puestos en las universidades eran muchas veces de tiempo parcial, la posibilidad de consagrarse de cuerpo entero a la actividad académica o de disponer de fondos para desarrollar estudios empíricos dependía de la posibilidad de conseguir el apoyo foráneo, lo que aumentaba el ascendiente de los agentes que, con su propia agenda e intereses, buscaban ejercer la “dominación filantrópica” (Morcillo Laiz, 2016). El análisis de la filantropía científica en América Latina se ofrece entonces como un banco de pruebas muy fértil para las propuestas teóricas más actuales que, sin desconocer una inspiración bourdieusiana, buscan estudiar campos más internacionalizados como la de los transnational fields (Go, & Krause, 2016; Heilbron, Guilhot, & Jeanpierre, 2008; Heilbron, 2014; Buchholz, 2016).

Una controversia incómoda y de larga data

Desde hace varios años, la sociología y la historia de la ciencia han venido enseñando que ciertos aspectos fundamentales de una disciplina muy bien pueden ser afectados e incluso determinados por los donantes que financian la misma (Kohler, 1991; Solovey, 2013; 2020, 202; Turner, 1990; Westfall, 1985). Los individuos que se destacan en y marcan una disciplina, en particular como emprendedores académicos (más que como autores), pueden de hecho deber su situación privilegiada al apoyo recibido de donantes foráneos, que no sólo aportan recursos sino también su prestigio. Asimismo, las instituciones consideradas más influyentes pueden serlo como resultado del patronazgo científico otorgado por donan­tes foráneos; sus conexiones internacionales colocarían de este modo a los receptores en una posición de ventaja en la competencia local, al menos desde el punto de vista material: mientras que todas las demás organizaciones se financian de modo similar gracias al patronazgo del estado, una de ellas recibe patronazgo foráneo, pudiéndose así distinguir del resto mediante sus recursos.

Más aún, los donantes (foráneos o no) pueden incluso alterar con su patronazgo las mismas fronteras disciplinarias, al combinar problemas sustantivos en una nueva disciplina o excluir ciertos problemas de las mismas. Un ejemplo, justamente famoso, de combinación exitosa es el de la biología molecular, cuyo surgimiento apoyó Warren Weaver, un destacado científico de la Fundación Rockefeller, al favorecer y financiar el uso de instrumental físico por parte de biólogos; también el nombre de la disciplina fue acuñado por Weaver. Un ejemplo de exclusión es la disciplina de las relaciones internacionales, que la Fundación R­ockefeller separó de la política comparada en los países en que la financió en sus inicios, como el Reino Unido y México.

Hubo, con todo, algunas disciplinas cuyos cultivadores se mostraron particularmente reacios a aceptar que la financiación -y los donantes- ejercieran un influjo determinante en sus quehaceres y métodos. Tal fue el caso de los sociólogos, en particular de los sociólogos de élite. Para esta disciplina una versión sumaria de la historia de la controversia en torno al efecto de los financiadores podría resumirse del siguiente modo. En los primeros ochenta, en un momento en que fundaciones como la Rockefeller empezaron a abrir sus archivos a los investigadores, surgieron dos versiones de la historia.

El autor de un influyente libro sobre la Escuela de Sociología de Chicago, Martin Bulmer, publicó junto a Joan Bulmer un largo artículo sobre la participación de las organizaciones filantrópicas en las ciencias sociales estadounidenses durante el periodo de su institucionalización, los años veinte y treinta. Si bien la importancia de lo que dichas organizaciones habían hecho era indudable -algo que era ya bien sabido respecto a las ciencias naturales-, los Bulmer la redujeron a un mínimo; la tesis, por así decir, seguía siendo “internalista”: los propios científicos son los que deciden hacia dónde va la disciplina. En concreto, un personaje crucial como Beardsley Ruml “no se situó en una posición desde la que pudiera influir en la sustancia de una disciplina, salvo por el criterio general de rigor metodológico” (1981, 407). Tal caracterización sin duda subesti­maba la influencia de Ruml, un verdadero king maker que durante el periodo de entreguerras eligió a los primeros Rockefeller Fellows. Por lo demás, proclamarse el defensor del “rigor metodológico” en cualquier ciencia es cualquier cosa menos una afirmación inocente.

De hecho, el impacto de los donantes en cómo los sociólogos eligen sus métodos sería un tema de debate en los años siguientes. Paralelamente, poco antes del artículo de los Bulmer, había aparecido Philanthropy and Cultural Imperialism. The Foundations at Home and Abroad (Arnove, 1980), un libro audaz cuyo título no dejaba dudas respecto a la intención radical de los editores y los autores de los capítulos (Seybold, 1982; Berman, 1982a; 1982b; Brown, 1982). Entre ellos se encontraba también Donald Fisher (1982), quien después de haber publicado sobre la Fundación Rockefeller en el Reino Unido para este libro, en un posterior trabajo abordó el caso de la sociología estadounidense, argumentando que una perspectiva (claramente externalista), centrada en “economía, clase, ideología y hegemonía”, debería predominar en la sociología de la ciencia (1983, 207). La respuesta de Bulmer llegó pronto y rechazó la postura de Fisher que, según Bulmer, consideraba que “las fundaciones habían pervertido el curso de desarrollo de una cantidad de disciplinas, entre ellas la sociología, en interés de sus fundadores y en el interés tecnocrático de los empleados de las fundaciones” (1984, 572).

La perspectiva gramsciana de Fisher, y de otros autores que contribuyeron al libro (Seybold, 1982), mediante la cual intentaban vincular las decisiones concretas de las fundaciones a favor o en contra de un proyecto a los “intereses de clase” de los Rockefeller, Carnegie, etc., abrieron un flanco vulnerable a los críticos, como la respuesta de Fisher a Bulmer puso de manifiesto (1984). En cierto modo, las reseñas al libro posterior de Fisher, si bien en general fueron mucho más positivas que la de Bulmer (1993), coincidieron en la dificultad de conectar los fascinantes documentos sobre cómo y por qué los empleados de la Rockefeller tomaban decisiones que Fisher había encontrado, con sus argumentos marxistas sobre cómo los filántropos pagaban por ciertas ciencias sociales para ayudar al mantenimiento del estado capitalista (Buxton, 1995; Stocking, 1994; Brick, 1994).

A pesar de estos problemas, y de que con una excepción la polémica cayó en el olvido (Ahmad, 1991), las preguntas, sin embargo, seguían allí: ¿por qué los financiadores pagan? ¿Qué fines persiguen? ¿Obtienen al final lo que quieren? De hecho, cuando Jennifer Platt (1998) publicó el siguiente libro importante para el debate que estamos reconstruyendo sobre los métodos de la sociología en Estados Unidos, Stephen Turner (1998) criticó a la autora porque su libro carecía de un argumento respecto al hecho por todos conocido de que los financiadores de la sociología habían preferido ciertos métodos.

Más precisamente, Turner señaló que Platt tenía un argumento nega­tivo: que el dinero no había afectado al desarrollo metodológico de la profesión, el cual habría sido influido exclusivamente por las preferencias de los propios sociólogos. El problema, señalaba Turner, y es uno que también afectaba a versiones anteriores de la historia, como la de Bulmer, es que no sólo los empleados de las fundaciones sino los propios soció­logos estaban convencidos de que el dinero de los donantes era crucial para el desarrollo de la disciplina -por ejemplo, para poder emplear métodos que requerían computadoras o empleados que hicieran las tabulaciones-. También los individuos que habían visto perjudicadas sus carreras por la falta de fondos estaban convencidos de que los financiadores tenían una agenda. Con todo, y pese a la importancia de los argumentos esgrimidos, catorce años después, Platt no modificó su opinión (2012).

Llegados a este punto parece apropiado destacar que Fisher, Solovey, Arnove y otros radicals que usaron a Gramsci para estudiar las fundaciones dejaron eventualmente la sociología y se movieron hacia la educación y puestos administrativos. En los noventa Bulmer pasó de la universidad de Southampton a la London School of Economics, donde se jubiló recientemente, mientras que Platt hizo toda su carrera en la universidad de Sussex, donde llegó a ser presidenta de la British Sociological Association.

¿Por qué mencionar estas notas biográficas? Porque ellas introducen una dimensión que quizás condicionó los posicionamientos de uno y otro bando. Es que, en realidad, lo que en esos debates estaba en juego no era sólo un argumento intelectual sino la justificación de la jerarquía profesional dentro de la sociología anglosajona. Para los outcasts, fundaciones como la Rockefeller habían favorecido a un grupo pequeño de sociólogos, muy a menudo cuantitativos, ayudándolos con sus recursos a encumbrarse dentro de los departamentos y de la American Sociological Association. La jerarquía, según esta mirada, no era por tanto un resultado de factores internos de la sociología -quien tenía respuestas a las mejores preguntas- sino a la intervención de terceros adinerados. El que aquí estaba en juego la jerarquía profesional tal vez se aprecie en el hecho de que, al contrario que los sociólogos, los historiadores de las ciencias sociales no cuestionaron en general la importancia causal de la financiación o patronazgo científico.

De hecho, hoy en día, quienes desde la historia de la ciencia, o también desde los Science and Technology Studies, abordan, por ejemplo, el papel de las grandes agencias financiadores, como la National Science Foundation (NSF) (Solovey, 2020), no se preguntan ya si el dinero tiene impacto, sino si el acceso al dinero podría haberse organizado de otro modo, por ejemplo mediante una National Social Science Foundation, que hubiera reducido la competencia entre las ciencias naturales y las sociales, en la cual éstas siempre llevan las de perder y, de hecho, pierden. (En Alemania, en los setenta, también se habló de crear una Max-Planck-Gesellschaft para las ciencias sociales y las humanidades, que se habría llamado ¡Max-Weber-Gesellschaft!).

Otro libro importante y reciente escrito por William Lynch (2020) trata in extenso la cuestión de qué otros arreglos institucionales para financiar las ciencias podrían otorgar más espacio para posiciones minoritarias -como lo fue durante años la de Katalin Karikó, una de las inventoras de las vacunas mRNA (Kolata 2021)-. La investigación sobre las organizaciones homólogas a la National Science Foundation en América Latina, como el Conicet argentino y el Conacyt mexicano (Feld, 2011; 2019), podrían apuntar en un mismo sentido. En suma, para estos y otros autores parece no haber ya dudas sobre el hecho de que la financiación importa (y mucho) para entender qué es lo que hacen los científicos, incluidos los sociales, al contrario de lo que pretendían Bulmer y Platt. Tal es precisamente el problema al que se abocan los artículos de este número especial.

Sobre las ideas que presentan los artículos de este número especial

Ciertas ideas que remiten a los debates reseñados más arriba aparecen una y otra vez en los artículos que conforman la presente compilación, aunque obviamente las mismas reciben un tratamiento más extenso en algunos de ellos. La primera de estas ideas es que el financiamiento externo importa en distintos sentidos: para la profesionalización de disciplinas que antes de que los donantes las endorsasen eran practicadas por individuos sin formación en la disciplina en cuestión y sin asociaciones profesionales, así como para la definición de una o varias teorías como pertenecientes a la disciplina y el delineamiento de los límites de la misma. Eso se aprecia nítidamente en el artículo de Ramón García y Eduardo Suprinyak sobre la economía en Brasil y en el de Álvaro Morcillo sobre las relaciones internacionales como una disciplina separada de la ciencia política en México en los primeros años sesenta.

La segunda idea fundamental es que los donantes favorecieron soluciones muy diferentes, según el momento y las circunstancias del país en que se hallaban, a pesar de que ellos tenían preferencias que no siempre pudieron realizar. Peter Mitchel y Juan Jesús Morales muestran cómo la Ford apoyó un modelo de think tank específico en Colombia en los años setenta, mientras que Pedro Blois relata cómo las dificultades en la Universidad de Buenos Aires llevaron a un donatario de la Rockefeller y la Ford a transferir su proyecto a una entidad privada, el Instituto Di Tella, una solución que los donantes habían querido evitar. Éstos pensaban que su dinero podría tener más repercusiones en las grandes universi­dades urbanas; y también fue sólo con resignación que descartaron, como muestra Morcillo, a la Universidad Nacional Autónoma de México como la sede de un programa de relaciones internacionales.

Tal como Janneth Aldana Cedeño explica, la búsqueda de soluciones a este problema fue una constante también para los financiadores católicos de la sociología colombiana, que osciló entre el activismo, el trabajo social y los programas de grados en organizaciones con rasgos de think tank. La tercera idea, estrechamente relacionada con la anterior, es que al igual que el arreglo institucional, la elección de donatarios en América Latina presentaba dificultades para los financiadores y las soluciones fueron, digamos, heterodoxas. Sólo esto explica la colaboración con un sociólogo marxista como José Nun, según relata Blois en su artículo, y que la brasileña Associação Nacional dos Centros de Pós-graduação em Economia, que administraba fondos de la Ford, incluyera a departamentos que empleaban economistas marxistas.

Una cuarta idea que los artículos del número especial transmiten es que, si bien el financiamiento siempre es importante, en el caso de las ciencias sociales América Latina tuvo una especial relevancia. Ello puede apreciarse, por poner sólo dos ejemplos, en el artículo de Álvaro Morcillo sobre el Centro de Estudios Sociales de El Colegio de México en los años cuarenta: como no había alternativa local al financiamiento de la Fundación Rockefeller, el rechazo de ésta significó el fin del centro. Por su parte, en su análisis cuantitativo sobre quién financia la investigación en que se basan los libros de ciencias sociales publicados en Argentina, Colombia y Perú en un cierto periodo de tiempo, Angélica Durán-Martínez, Jazmín Sierra y Richard Snyder muestran que en países como Perú la investigación en ciencias sociales se financia fundamentalmente desde el extranjero. Y ello no sin consecuencias: sin el contrapeso de la financiación local, los investigadores tienden a dejar de trabajar sobre el país donde están empleados.

En contrapartida, el predominio de la financiación local hace que la investigación sea más “provincial” y con una menor vocación comparativa con otros países, incluso de la región. Los efectos de la financiación foránea que estos autores detectan en su amplia indagación parecen inimaginables en otras regiones con más financiación local, y llaman la atención sobre el ascendiente que los donantes foráneos pueden alcanzar en campos menos consolidados. Estas cuatro ideas son situadas en el contexto más general de los problemas de financiación de las ciencias sociales en el comentario de Stephen Turner.

Referencias

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Acerca de los autores

Juan Pedro Blois es investigador del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (CONICET) y profesor de la Universidad Nacional de General Sarmiento (UNGS). Es doctor en ciencias sociales por la Universidad de Buenos Aires (UBA). Sus principales áreas de investigación comprenden la historia de la sociología en Argentina y América Latina, el desarrollo de las profesiones y los usos del saber experto.

Dos de sus últimas publicaciones son:

1. Blois, Juan Pedro (2022). The Self at Stake. Sociologists and Dirty Work in Argentina. The American Sociologist, 53, 63-90.

2. Blois, Juan Pedro (2020). Sociology in Argentina. A Long-Term Account. Basingstoke: Palgrave Macmillan.

Álvaro Morcillo Laiz (Madrid, 1975) es doctor en ciencia política por la Humboldt Universität zu Berlin de Alemania. Ha sido investigador en el Social Science Research Center Berlin (WZB) y en la Universidad Nacional autónoma de México así como investigador invitado en El Colegio de México y la Columbia University.

Entre sus publicaciones se encuentran:

1. Álvaro Morcillo, Laiz. Political Sociology and International Relations.” In Stephen Turner and William Outhwaite (eds.) Handbook of Political Sociology. London, SAGE, pp. 172-188, forthcoming in 2018.

2. Álvaro Morcillo, Laiz. Rationality and International Domination: Revisiting Max Weber”, International Political Sociology, 10(2), June 2016, pp. 168-184, with Klaus Schlichte

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