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Estudios sociológicos

versión On-line ISSN 2448-6442versión impresa ISSN 0185-4186

Estud. sociol vol.41 no.123 Ciudad de México sep./dic. 2023  Epub 12-Feb-2024

https://doi.org/10.24201/es.2023v41n123.2399 

Reseñas

Conquista y pérdida de Yucatán: la arqueología estadounidense en el área maya y el Estado nacional mexicano, 1875-1940

José Luis Escalona Victoria1 
http://orcid.org/0000-0003-1783-0142

1Centro de Investigaciones y Estudios Superiores en Antropología Social, San Cristóbal de Las Casas, México joseluisescalona@prodigy.net.mx

Palacios, Guillermo. 2021. México: El Colegio de México, 322p.


Chichén Itzá ha sido motivo y a la vez producto de diversas historias contemporáneas, entre ellas las del turismo, el diseño de un simbolismo nacionalista, la escritura de narrativa histórica, la formación de la arqueología como ciencia (y de la ciencia antropológica en un sentido amplio), el uso burocrático de la ciencia y las conexiones globales implicadas en todo ello. Son historias no lineales sino de divergencias, de múltiples trayectorias abiertas y de disputas a veces enconadas. El libro de Guillermo Palacios, Conquista y pérdida de Yucatán, nos acerca a una parte de esos nodos de encuentros y desencuentros que se formaron en torno a las ruinas de unas edificaciones antiguas ubicadas en el centro de Yucatán, particularmente en un punto de este sitio: un cenote.

El libro abarca el último cuarto del siglo XIX y las cuatro primeras décadas del siglo XX, periodo en el que emergerían la arqueología y la etnología estadounidenses como disciplinas científicas, consolidando paulatinamente métodos y áreas prioritarias de excavación, aunque todavía influidas por formas no profesionales de exploración, de coleccionismo para museos y para acervos privados, de tráfico ilegal de piezas y especímenes y de experimentación de formas de financiamiento por medio de socios comerciales, que acaso fueron las primeras formas de filantropía empresarial, las casas y sociedades de antigüedades y los museos que buscaban crear e incrementar sus repertorios. La presencia en Yucatán, y en especial en Chichén Itzá, de personeros de museos y universidades de Nueva Inglaterra y de Chicago a fines del XIX y principios del XX, está enlazada con esos encuentros de múltiples intereses, al igual que la paulatina llegada de la Institución Carnegie (Washington, DC) y su largo proyecto en Chichén Itzá en los inicios del régimen de la Revolución mexicana, que representa un cambio histórico en diversos sentidos.

Los primeros impulsos por explorar el sitio están asociados a esa sobresaliente fascinación, que se extendió por varias instituciones en la segunda mitad del siglo XIX, causada por el conocimiento recién anunciado (por viajeros y exploradores) de múltiples rastros materiales de una antigua civilización, cuyos vestigios abarcaban una amplia región que iba desde Yucatán hasta Honduras. Esa excitación se extendió a diversos sitios de Europa y Estados Unidos, desde donde llegaron viajeros para visitar, explorar y en lo posible colectar muestras de esa civilización. Instituciones estadounidenses recién formadas en el siglo XIX, como el Instituto Smithsoniano en Washington DC, el Museo Peabody de Arqueología y Etnología de Cambridge, Massachusetts, el Museo Field Columbian de Chicago, Illinois, competían por la presencia y control de los sitios y acervos de la región con las relativamente más antiguas instituciones europeas ubicadas en Hamburgo, Berlín, Londres, Viena y París. El libro muestra cómo las instituciones estadounidenses, a veces contratando a exploradores europeos que ya estaban en esa zona (como el austriaco Teoberto Maler) tomaron paulatinamente el control de la arqueología en la región. El libro se concentra en particular en el sitio llamado Chichén Itzá.

Un aspecto fundamental de este proceso de dominio arqueológico estadounidense fue la presencia y colaboración de un controvertido personaje, el señor Edward H. Thompson. Arqueólogo amateur, empresario, traficante de antigüedades y cónsul de los Estados Unidos en Progreso, Yucatán, Thompson tendría un papel fundamental en el establecimiento de la arqueología de las instituciones de Nueva Inglaterra en Yucatán y en especial en el sitio de Chichén. Thompson vivía con su familia en Yucatán, hablaba español y con el tiempo adquirió varias propiedades, una quinta en la capital y al menos un par de haciendas, una de ellas dedicada a la producción de caña de azúcar y la otra a actividades de agricultura y ganadería, pero sobre todo de exploración arqueológica, pues dentro de sus linderos se encontraban las ruinas de Chichén. Thompson, que tuvo ingresos como cónsul estadounidense (cargo que le fue retirado por un tiempo y que perdería hacia la segunda década del siglo XX) proyectaba adquirir maquinaria para sacar la caña más eficientemente y con ello hacer rentable esa actividad, así como para invertir en su verdadero proyecto de vida: la exploración de Chichén. Para ello hacía constantes llamados a socios, inversionistas o instituciones para que le apoyaran con fondos, a cambio de compartir las propiedades, las empresas, los proyectos o las piezas resultantes de la exploración. De esta manera, se encuentra con las instituciones de arqueología estadounidenses interesadas en el conocimiento más detallado de esa civilización de la que Chichén formaba parte.

Thompson se convertiría por cierto tiempo en asociado de museos que, de esa manera, apoyaban así sus exploraciones en el sitio, incluso llegó a asesorar a los responsables de una sala de México en la feria mundial de Chicago de 1893, en donde se presentarían réplicas de un sitio de Yucatán (Labná), las primeras muestras de esa civilización al mundo en tales escenarios. Además, Thompson facilitaría los trabajos de exploración de personas enviadas por aquellas instituciones. Esas labores que se hacían para colecciones de museos, incluían también la manufactura de reproducciones del sitio y sus monumentos mediante diversas técnicas, como la producción de mapas y planos, dibujos, imágenes y fotografías, así como moldes rígidos para hacer réplicas destinadas a distintos museos y coleccionistas. No obstante, una parte del trabajo incluía también la colección de piezas. Todo este esfuerzo, realizado por Thompson con cierta irregularidad debido a sus múltiples ocupaciones, implicaba desencuentros con otros exploradores e instituciones, además de disputas legales con las autoridades mexicanas.

La legislación sobre las antigüedades mexicanas había dado pasos significativos en las últimas décadas del siglo XIX, gracias a la aprobación de nuevas leyes que establecían la potestad del Estado mexicano sobre diversos objetos, entre ellos las ruinas de antiguas edificaciones ubicadas en territorio nacional. La exploración de los sitios debía ser autorizada y vigilada por el Estado mexicano por conducto de una cadena de funcionarios que incluía observadores in situ que reportaban cualquier afectación en las ruinas. Fueron justamente acontecimientos como los que ocurrían en sitios de Yucatán y estados aledaños (la exploración de edificios, la extracción de objetos y su traslado a museos del extranjero sin aviso a las autoridades mexicanas) los que fortalecieron gradualmente las medidas de supervisión y control. No obstante, la era de Thompson en Chichén sería una de formación y experimentación en esa materia.

Por un lado, al final de esta historia, en el periodo posterior a la Revolución mexicana y en el breve lapso de socialismo en Yucatán en los años veinte del siglo XX, se presentaron demandas contra el señor Thompson por la exploración no autorizada del sitio y por la extracción y tráfico de piezas sin el conocimiento ni autorización de las autoridades mexicanas. Muchas de las piezas que habían ido a colecciones en el extranjero fueron finalmente regresadas años más tarde. Poco después, la hacienda pasaría a manos de empresarios yucatecos, junto con los planes que Thompson ya había imaginado: una carretera, hoteles y restaurantes para viajeros; planes que anticipaban al auge del turismo en torno a las ruinas. El sitio finalmente también se volvería zona arqueológica bajo control del gobierno mexicano. Al final de la historia que refiere el libro de Palacios y su relato de desencuentros por el dominio de Chichén Itzá, el gobierno mexicano hizo convenios con una nueva institución, la Carnegie, para hacer trabajos de arqueología bajo la supervisión de autoridades de México y sin sacar del lugar ninguna pieza. No obstante, antes de llegar a esos nuevos acuerdos, Thompson había diseñado todo un “sistema” para hacer exploración y traficar piezas arqueológicas entre los intersticios de la vigilancia gubernamental y a pesar de los temores de los socios financiadores.

Entre finales del siglo XIX y las primeras dos décadas del siglo XX, Thompson centró sus esfuerzos en hacer viable la exploración arqueoló­gica en Chichén para trasladar conocimiento y objetos a museos en Nueva Inglaterra, en especial al Museo Peabody de Harvard. Consiguió instalar incluso una draga para sacar objetos del cenote que está próximo a las principales edificaciones del sitio, y estableció una serie de reglas para que sólo él supiera lo que salía de esas búsquedas; enviaba piezas a sus socios en Estados Unidos en maletas de doble fondo o por otros medios, lo que supuso aprovechar sus propios viajes o los de conocidos, así como sus conexiones y privilegios como cónsul estadounidense en aduanas. De esta forma, lograba evadir o coludirse con los funcionarios mexicanos que debían supervisar sus trabajos en el sitio; enviaba las piezas y los reportes de las mismas por separado, para mantener el control sobre la información acerca del proceso. Todo ello identifica a Thompson con su proceso o sistema, el cual había ideado sobre la marcha y que era resultado a la vez de su conocimiento y habilidad personal. Era justamente todo lo anterior, lo que ofrecía al negociar con sus financiadores para la obtención de nuevos fondos (al parecer siempre estuvo en apuros, pagando préstamos e hipotecas vencidas sobre sus propiedades). Al final, como ya se indicó, surgirían otros métodos de trabajo arqueológico, otros socios y otras formas de establecer convenios entre instituciones estadounideses y el gobierno de México, una década después de la Revolución mexicana.

Aunque partes de esta historia son conocidas, el libro está basado en consultas a diversas fuentes localizadas en aquellas instituciones estadounidenses implicadas en esos acontecimientos, lo que permite al autor entrar en detalles y elementos poco conocidos. El análisis deja ver, por ejemplo, aspectos de la actuación de ciertos personajes de la época, no mencionados en esta reseña por ser muchos, y las opiniones y rumores que circulaban a cada momento, lo cual influyó en ciertas decisiones y en el curso mismo de los acontecimientos. Además, se pueden leer en el libro muchos otros elementos de las formas de operación arqueológica de la época, de las burocracias financiadoras, de aquellas que vigilaban a los arqueólogos, de las que controlaban el tráfico de las piezas: todas viñetas apenas de otras muchas historias potenciales que requieren una excavación más a fondo sin duda, pero que están presentes en este libro. Igualmente, hay una historia conceptual explícita en esta obra, la de la formación del “área maya” (que aparece incluso en el subtítulo), un aspecto que, en lo personal, me parece muy relevante.

Todo parece indicar, como señala Palacios, que el “área maya” (que aparece en todo el libro así, entrecomillada) es resultado de esa fascinación por la serie de monumentos, objetos y edificaciones en los suelos de la región, y que surge como parte de la competencia entre instituciones de las metrópolis europeas, las del este de Estados Unidos y del emergente Estado mexicano. Casi se podría decir que la idea misma de los mayas como una civilización antigua ubicada en esa región adquirió forma durante el periodo reseñado y bajo tales condiciones.

La denominación y delimitación del área es un aspecto que aparecerá también en otras historias confluyentes, por ejemplo, la del descubrimiento de los llamados códices y de otras fuentes coloniales extraviadas u ocultas en bibliotecas y colecciones en diversas partes de Europa y de Centro y Norteamérica, así como las primeras descripciones geográficas, naturalistas y etnológicas realizadas por viajeros y exploradores, entre ellos algunos alemanes ligados a las familias de los nuevos empresarios del café en Guatemala; o los primeros esfuerzos por armar mapas lingüísticos y colecciones de antigüedades para el naciente museo nacional en México. Todos esos procesos se dieron simultáneamente y en combinación, y no es extraño que los personajes de esas historias se encuentren y confronten en algunos momentos, o formen parte de más de una de tales historias, hasta dar forma a un amplio campo epistemológico trasatlántico del que surgió la noción del “área maya”. Se trata de un tema que seguramente nos llevará a nuevas exploraciones y reconsideraciones del conocimiento ya producido y divulgado ampliamente, con preguntas formuladas desde una especie de antropología e historia de los conceptos, relativos al cono­cimiento actual de esa civilización y su historia.

Asimismo, se abre otra serie de preguntas relativas a las consecuencias o efectos de esa historia de la producción contemporánea del “área maya”, efectos que ya se estudian en otras obras que analizan, por ejemplo, la fascinación por el desciframiento de los glifos mayas, la presencia de la arqueología en la región o incluso algunos trabajos que abordan el turismo o el arte ligados a lo maya. No obstante, faltan muchas otras exploraciones en la zona todavía, que reconsideren esos mismos temas, pero también, por ejemplo, el trabajo etnográfico y etnológico realizado por especialistas de distintas generaciones y orígenes académicos, entre ellos los de las instituciones locales, o la museografía local y su presencia en la misma zona, entre otros residuos y efectos de la formación del “área maya”.

En mi lectura, el libro de Palacios es una fascinante exploración del cenote de Chichén de la que salen, además de la historia de la conquista y pérdida de la arqueología estadounidense de la que nos habla el autor, varios objetos que nos llaman a explorar otras trayectorias y aspectos de esa historia. Al final, y desde la misma perspectiva de una historia conceptual, o más bien de una antropología de la antropología (una especie de análisis de la vida social de las personas y cosas -fuentes, tecnologías, instrumentos, recintos- implicadas en la disciplina y sus productos) el sitio arqueológico que hoy llamamos Chichén Itzá ilustra parte de un conjunto de cosas que resultan muy interesantes para repensar nuestra historia del presente.

Acerca del autor de la reseña

José Luis Escalona Victoria es investigador del Centro de Investigaciones y Estudios Superiores en Antropología Social. Es doctor en Antropología Social por la Universidad de Manchester, Inglaterra. Sus temas de interés son la antropología del poder (estudios de contradicciones y jerarquías; Estado y burocracias; trabajo, mercados y mercancías) y la antropología de la antropología (con el proyecto: la manufactura contemporánea de los mayas).

Dos publicaciones recientes:

1. Escalona Victoria, José Luis (2018). Encapsulated History. Evon Vogt and the Anthropological Making of the Maya. En López Caballero, Paula, & Acevedo-Rodrigo, Ariadna (eds.), B­­eyond Alterity. Destabilizing the Indigenous Other in Mexico, University of Arizona Press.

2. Escalona Victoria, José Luis (2017). La manufactura de los mayas. Los orígenes de una epistemología del presente. En Agudo, Alejandro; Estrada, Marco, & Marianne Braig (eds.), Estatalidades y soberanías disputadas. La reorganización contemporánea de lo político en América Latina. El Colegio de México, Lateinamerika-Institut, Freie Universität Berlin.

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