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Estudios sociológicos

versión On-line ISSN 2448-6442versión impresa ISSN 0185-4186

Estud. sociol vol.39 no.115 Ciudad de México ene./abr. 2021  Epub 06-Sep-2021

https://doi.org/10.24201/es.2021v39n115.2124 

Notas de investigación

Palma de aceite y acoplamientos marginales en la Lacandona

Oil Palm and Marginal Coupling in the Lacandon Jungle

Ingreet Juliet Cano Castellanos1 
http://orcid.org/0000-0003-2070-1800

1Centro de Estudios Sociológicos, El Colegio de México, Ciudad de México, México, icano@colmex.mx


Resumen:

En la presente nota se reflexiona sobre datos recabados con 91 productores de palma de aceite en el sureste de la Lacandona. Primero se distinguen los horizontes teóricos para abordar la heterogeneidad cultural de la población, las relaciones capitalistas, antes y durante la acogida del monocultivo, y la incertidumbre local frente a su impacto ambiental. Además se plantean las nociones anclaje y acoplamiento para estudiar la internalización de este sistema productivo como un proceso relacional, pero también como proceso económico, cultural y político. Con base en ello, se discute la configuración cultural y política en la zona, los acoplamientos de las economías domésticas y las relaciones de poder local y regional, en tanto que son aspectos que afinan la comprensión de la posición ocupada y asignada a los campesinados en el actual impulso del capitalismo agrario.

Palabras clave: palma de aceite; relaciones capitalistas; campesinados; economía doméstica; marginalización

Abstract:

This note analyzes data collected from 91 oil palm producers in the southeast of the Lacandon jungle. It begins by establishing the theoretical horizons for examining the cultural heterogeneity of the population, capitalist relations, before and during the incorporation of monoculture, and local uncertainty regarding its environmental impact. In addition, the notions of anchoring and coupling are proposed to study the internalization of this productive system as a relational but also as an economic, cultural and political process. Consequently, the cultural and political configuration in the area, the couplings at the level of domestic economies and local and regional power relations are discussed as aspects that enhance the understanding of the position occupied and assigned to the peasantry during the current momentum of agrarian capitalism.

Keywords: oil palm; capitalist relations; peasants; domestic economy; marginalization

La presente nota reflexiona sobre datos recabados en la región de Marqués de Comillas, sureste de la Selva Lacandona, con productores de palma de aceite de cuatro ejidos de la zona Fronteriza Sur.

En un principio, esta investigación buscaba caracterizar la articulación de pequeños productores con este sistema productivo y determinar su potencial de conflictividad socioambiental en este territorio. Sin embargo, al tener en cuenta la información obtenida en 91 entrevistas semiestructuradas, la observación participante durante tres temporadas de campo, entre mayo de 2019 y febrero de 2020, y las modalidades de acaparamiento de la materia prima por parte de dos empresas privadas desde 2016, se estimó conveniente preguntarse cómo y hasta qué punto el campesinado de la región podrá mantenerse articulado a esta actividad económica. El trabajo de campo permitió, asimismo, entender que la conflictividad socioambiental era aún incipiente debido a que el monocultivo había mejorado los ingresos monetarios de productores y población en general, porque no se percibía una amenaza de despojo agrario por parte de las empresas y porque no eran claros los impactos ambientales de la palma de aceite.

Sin embargo, resulta evidente que la instalación de las empresas reconfigura las relaciones de poder en el territorio, lo que puede suscitar conflictos, por lo que es preciso seguir trabajando en campo la incertidumbre local frente a los efectos ambientales del monocultivo. De acuerdo con lo anterior, en el proceso de sistematización y análisis de la información ha resultado relevante evidenciar la imbricación entre aspectos económicos, culturales y políticos que intervienen en los desiguales reacomodamientos de los actores sociales frente a los cambios que se suscitan. Por otra parte, ha sido fundamental adentrarse en los procesos objetivos y subjetivos (Li, 2014; León, 2015) de incorporación de este monocultivo en la vida cotidiana de las familias.

Esta nota presenta en principio un panorama general del terreno y la población de estudio, y precisa los elementos empíricos que abrieron los horizontes de distintas discusiones teóricas, con los que se avanza en la investigación. Posteriormente, se ofrecen tres conjuntos de datos que evidencian las particularidades del caso de estudio y permiten contextualizar el proceso analítico hasta ahora alcanzado. Finalmente, se brindan algunas conclusiones sobre los hallazgos y se precisan los aspectos que quedan abiertos para subsecuentes etapas de exploración.

Referente empírico y horizontes teóricos

Las casi 200 mil hectáreas de la región de Marqués de Comillas, ubicadas entre los ríos Lacantún y Usumacinta y la línea fronteriza con Guatemala, fueron abiertas en 1963 a la colonización mediante la formación de asentamientos ejidales, y desde 1978, fecha de creación de la Reserva de la Biósfera Montes Azules (Rebima), el área fue designada como zona de amortiguamiento ecológico. Con su ocupación definitiva, los entornos de selva dieron paso a una combinación de selvas secundarias, extensos pastizales para la ganadería vacuna, milpas y cultivos comerciales de maíz, chile y hule.

Por otra parte, en el contexto de las demandas de autonomía derivadas del levantamiento zapatista de 1994, la región fue dividida, en 1999, en los municipios Marqués de Comillas y Benemérito de las Américas (Harvey, 2011), pese a que sus poblaciones no estaban asociadas a este movimiento. Independientemente de ello, dicha división ocasionó que los ejidos más próximos a la Rebima estuvieran más expuestos a las políticas federales de conservación ecológica (Cano, 2018), mientras que aquellos más cercanos a la línea fronteriza experimentaran una mayor transformación de sus entornos a través de la ganadería y otros monocultivos.

En este marco de intenso y extenso cambio ecológico, en 2006 se establecieron las primeras plantaciones de palma de aceite debido al interés regional por este cultivo, al considerarlo vía de desarrollo económico y medio de recuperación de coberturas forestales (Cano, 2014). Este argumento local coincidió con aquellas iniciativas que dieron lugar al primer programa gubernamental de biocombustibles en Chiapas (Castellanos, & Jansen, 2017). Esto redundó, entre 2009 y 2013, en la promoción del monocultivo en la región, y dio a las poblaciones ejidales acceso gratuito a las plantas. De modo que, hacia 2010, se habían establecido 1 100 ha entre ejidatarios del municipio de Marqués Comillas y 3 450 ha en Benemérito de las Américas (Cano, 2014).

Desde entonces, la acogida de la palma en la zona fronteriza sur, es decir entre los ejidos colindantes con el municipio de Ixcán, Guatemala, fue notoria. Además de caracterizarse por haber sido fundados tardíamente, entre 1984 y 1988, estos ejidos son reconocidos por ocupar algunas de las tierras menos fértiles de la región, dada la distancia que los separa de las vegas de los ríos Lacantún y Usumacinta (Cano, 2020). Hasta la fecha, estos ejidos se distinguen por reunir familias mestizas e indígenas de Chiapas y de diferentes estados del país; mientras que los ejidos cercanos a la Rebima reúnen a la mayor parte de la población no chiapaneca, y aquellos formados en el centro de la región concentran a la mayoría de la “gente indígena” de Chiapas (Cano, 2018).

Mapa 1 Zonas en la región de Marqués de Comillas 

La marcada heterogeneidad cultural de la región y la de la zona Fronteriza Sur atraviesa todos sus procesos socioambientales, de modo que un primer problema teórico concierne a la perspectiva cultural con la que se aborda esta diversidad. Más aún cuando recientes investigaciones sobre la expansión de la palma del lado guatemalteco (Alonso, 2015; Grandia, 2020) abordan este proceso económico y asumen una clara oposición entre “ladinos”, quienes dominan las dinámicas capitalistas, y los indígenas, que forman parte de las poblaciones despojadas. En el caso de Marqués de Comillas, las perspectivas que operan mediante la diferenciación “mestizo-indígena” no facilitan el análisis, puesto que las diferencias culturales no coinciden exactamente con las diferencias económicas y políticas. Además, esta oposición tampoco permite entender cuál es el peso de las diferencias culturales en la internalización de relaciones capitalistas en lugares específicos (Roseberry, 1998; Li, 2014).

Por ello, resulta más adecuado hablar de producción cultural (Lomnitz, 1992). Esto implica atender la circulación de signos y significados en torno al ser campesino, ch’ol, ejidatario, jornalero, un verdadero palmero o un productor ocasional. Asimismo, supone evidenciar los espacios de mestizaje o contextos donde distintos referentes culturales configuran procesos comunicativos e interaccionales simultáneamente sincréticos y contradictorios. Pero también implica seguir prácticas de coherencia cultural o acciones comunicativas que buscan restaurar la congruencia imaginada de ciertas identidades colectivas. Estos aspectos permiten comprender la diversidad en la integración de la palma de aceite a las economías domésticas, así como sus implicaciones, de acuerdo con las relaciones de poder inter e intraejidales.

Comprender las diferencias económicas, por otra parte, requiere reconocer que éstas se producen entre familias que comparten una identidad étnica o cultural, así como entre familias con identidades culturales más o menos contrastantes. Adicionalmente, supone atender la profundidad generacional de la diferenciación económica, de acuerdo con las relaciones capitalistas en las que han entrado los hogares, incluso antes de su desplazamiento a la selva. Enfatizar estas ideas es preciso, dada la tendencia contemporánea a englobar a las poblaciones rurales por sus características culturales o por su principal orientación productiva. Como bien ha señalado Li (2010), esta tendencia limita una comprensión cuidadosa, localizada (Crehan, 1997) y desnaturalizada (Hart, 2006) del capitalismo agrario y de las diversas, cambiantes y desiguales formas de despojo en los mundos rurales contemporáneos. En este sentido, las entrevistas 1 dan una idea de la diferenciación socioeconómica en y entre los ejidos seleccionados.

Sin embargo, una lectura más detallada y dinámica de las prácticas de los hogares indígenas y mestizos requería un seguimiento etnográfico. Y aquí se ha retomado la perspectiva de Narotzky, & Smith (2006), quienes apuestan por balancear el estudio de los aspectos económicos y de las relaciones de poder entre géneros y generaciones con una lectura de la particular sensibilidad a través de la cual los miembros de los hogares interpretan el mundo social [y ambiental ] que viven. La atención a esta sensibilidad interpretativa, asociada por estos autores al concepto “estructura de sentimiento” de Raymond Williams (2001), permite entender las trayectorias de los hogares y de sus miembros en relación con los procesos locales, regionales y globales en los que están inmersos (Smith, 1989).

Desde esta perspectiva, el acercamiento a las vidas ejidales ayuda a evidenciar la movilización de condiciones culturales o étnicas para justificar y cuestionar racionalidades económicas de unos y otros, mientras que el acercamiento a las trayectorias de vida de 15 hogares extendidos ha facilitado la identificación de algunas variantes de economías domésticas, las cuales denotan las distintas formas de acogida de la palma de aceite, así como las desiguales implicaciones de esta orientación productiva y las diferenciadas perspectivas en cuanto a la continuidad de la actividad en los hogares de esta zona. Adicionalmente, este acercamiento ha servido para llenar de contenido dos nociones eje en esta investigación: anclaje y acoplamientos.

En la literatura sobre extractivismo se retoma la noción “enclave” (Gudynas, 2013; Martínez Alier, & Walter, 2016); sin embargo, no es precisa para este caso, pues las plantaciones de palma de aceite no son parte de inversiones externas que acaparen tierras y proletaricen a las poblaciones rurales. Se trata, en cambio, de un anclaje o una internalización del sistema productivo, gracias a los acoplamientos entre los heterogéneos modos de vida del campesinado y la versatilidad del monocultivo para ser trabajado, también, a pequeña y mediana escala. En los últimos cuatro años, con el establecimiento de 2 500 ha de plantaciones de propiedad de una de las empresas privadas, este anclaje va aproximándose más a la lógica del enclave; sin embargo, el dominio y la fuerza irruptora de dichas empresas en el territorio y las poblaciones aún es restringido. La noción acoplamiento, por otra parte, señala el carácter relacional de la internalización del sistema productivo, antes y después del establecimiento de las empresas privadas, de modo que permite tomar distancia de aquellos análisis que oponen el capitalismo y las economías morales de los campesinados (Alonso, 2015). Esta noción, además, explora las actuales vulnerabilidades locales frente a los dispositivos empresariales implantados para reorganizar, controlar y estabilizar la cadena de suministro.

Dichas vulnerabilidades aluden a las marginalidades económicas, ecológicas y geopolíticas de las poblaciones y los entornos en esta región fronteriza. Por ello, otro horizonte teórico relevante es el que relaciona la marginalización con la degradación. Ambos conceptos, entrelazados a través de una crítica materialista de las nociones de margen y adaptación, manejadas respectivamente en la economía neoclásica y en la ecología humana, buscan realzar la simultaneidad entre el creciente empobrecimiento de agrupaciones humanas y la degradación de entornos en determinadas circunstancias de articulación económica capitalista (Robbins 2012; Watts 2013, 1983). Sin embargo, no se trata aquí de dar por sentado que la palma de aceite es el único motor de la degradación de los entornos, o el desencadenante de la marginalización de las poblaciones, sino de encontrar los elementos que el caso ofrece para pensar la relación entre ambos aspectos.

A partir de este esbozo condensado de cuestiones teóricas, es posible ampliar la reflexión al presentar tres conjuntos de datos que se complementan mutuamente.

Configuración cultural y política en la zona Fronteriza Sur

En esta zona se encuentran nueve ejidos y entre ellos sobresalen Grajales, Nuevo Veracruz, Nuevo Orizaba y Loma Linda, por reunir un mayor número de micro y pequeños productores: aproximadamente 120, de los cuales 91 fueron entrevistados en este estudio.

Cuadro 1 Cuatro ejidos en la Fronteriza Sur* 

Ejido

Procedencia y lenguas habladas por población fundadora

Población 2010

Procedencia población mayoritaria al 2020 y lenguas habladas por parte de ella

Loma Linda

Chiapas (ch'ol)

250

Chiapas (ch'ol)

Nuevo Orizaba

Veracruz, Tabasco, Chiapas

971

Chiapas (ch'ol, tseltal)

Nuevo Veracruz

Veracruz, Tabasco, Guerrero, Chiapas

786

Chiapas (tseltal)

Grajales

Oaxaca (chinanteco), Veracruz, Tabasco

368

Chiapas y Oaxaca (tsotsil, tseltal, chinanteco)

La llegada de más personas procedentes de localidades mestizas e indígenas de Chiapas es notoria después de 1994, lo cual coincide con el efecto del levantamiento zapatistaen una mayor movilidad con fines agrarios en todo el estado. No obstante, el acceso a tierras en la región se ha dado mediante compra y venta de parcelas ejidales, facilitadas tras la amplia acogida del Programa de Certificación de Derechos Parcelarios (Procede) (Cano, 2020). Fuente: Elaboración propia con base en trabajo de campo y Censo de Población y Vivienda 2010

Si se tiene en cuenta la composición de sus poblaciones fundadoras y aquellas que son mayoría en la actualidad, es posible decir que entre estos ejidos se reproduce la ocupación espacial que ubica a mestizos e indígenas en localidades diferentes, aunque también se encuentran espacios de mestizaje. En Grajales confluyen familias chiapanecas mestizas, chinantecas y tseltales, y en Loma Linda dominan hablantes del ch’ol. En el primero las condiciones indígena o mestiza no expresan relaciones jerárquicas entre sí, y en el segundo la particularidad étnica marca fuertemente la cotidianeidad. Por el contrario, en Nuevo Veracruz y Nuevo Orizaba, donde cohabitan familias mestizas de Chiapas y Veracruz, junto con indígenas de Chiapas, la condición mestiza de la mayoría de la población se expresa con superioridad, subordinando a las minorías tseltales, ch’oles y tsotsiles. Loma Linda, cabe precisar, también es un espacio expuesto a corrientes de mestizaje, alimentadas por la adopción de prácticas evangélicas, así como por ideales de progreso económico expresados en la apropiación intensiva y extensiva de entornos.

Nuevo Orizaba se distingue entre los ejidos y en toda la región por ser un nodo de intercambios “ilegales” de mercancías agropecuarias y narcóticos entre México y Guatemala, lo cual contribuye a la reproducción del imaginario del mestizo “abusado” que saca provecho de cualquier situación o de una condición marginal. Aunque dicho imaginario excluye a la “gente indígena”, en la práctica ello ha provocado que ch’oles, tseltales y tsotsiles demuestren que su condición indígena no les impone restricciones. Transitar el paso fronterizo para adquirir mercancías a mejor precio que en los comercios mestizos del lado mexicano es una de las maneras como irrumpen la producción cultural dominante.

De cualquier modo, debe precisarse que Nuevo Orizaba no eclipsa las dinámicas culturales de los otros ejidos. En cambio, es su posición económica la que genera una relación centro-periferia, reforzada por su posición política, debido a que, desde la década de 1980, la federación estableció allí instalaciones militares y de comunicaciones y transportes, de tal suerte que las relaciones de todos los ejidos, con el estado y el mercado, se orientaron hacia Nuevo Orizaba. Esta tendencia persiste en la actualidad, aunque cambios administrativos y de comunicación vial y tecnológica estrechan las conexiones de las poblaciones mestizas e indígenas con el resto de Chiapas y con Guatemala.

En la década de 1980, las relaciones organizativas interejidales estuvieron marcadas por la afiliación de los ejidos a la Unión de Ejidos de la Fronteriza Sur (UEFS). Sin embargo, éstos ocuparon una posición periférica, dada la distancia (más de 50 kilómetros) que los separa de Benemérito de las Américas, principal ejido acaparador de la ayuda gubernamental, antes y después de creado el municipio que lleva este mismo nombre (Harvey, 2011). Pese a ello, particularmente en la década de 1990, la Fronteriza Sur se posicionó en el conjunto regional a través de las plantaciones de hule, establecidas con apoyos del extinto Fideicomiso para la Investigación, Cultivo y Comercialización del Hule Natural (Fidehule) (Mariaca, 2002). Sin embargo, la inserción de este monocultivo no llevó a la consolidación de una organización interejidal. Contrario a lo que pasó entre 2005 y 2009, cuando la idea de sembrar palma de aceite se expandió en toda la región y redundó en la constitución de la Sociedad de Productores Rurales (SPR) Fronteriza del Sur, la cual reunió a los productores de los ejidos aquí analizados. Al anclarse en Nuevo Orizaba, este proceso organizativo nuevamente reprodujo la relación centro-periferia entre los ejidos y provocó una reactualización de las formas de producción cultural. Por ejemplo, fortaleció el imaginario del mestizo, no sólo “abusado”, sino “arriesgado” al “entrarle” a un cultivo totalmente desconocido por la mayoría.

Acoplamientos de las economías domésticas

El amplio y numeroso espectro de productores de palma en la Fronteriza Sur se explica, entre otras cosas, por la instalación de un vivero gubernamental en Nuevo Orizaba en 2009. Planeado para abarcar más de 3 mil ha, en unos meses las plántulas allí propagadas se establecieron en toda la frontera sur.

Cuadro 2 Productores de palma en cuatro ejidos de la Fronteriza Sur 

Segmentos por tamaño de la plantación

Ejidos de mayor a menor participación por rango

Número de productores

30 a 50 has

Nuevo Veracruz

Nuevo Orizaba

4

1

10 a 20 has

Nuevo Orizaba

Nuevo Veracruz

Grajales

Loma Linda

21

7

6

3

5 a 9 has

Nuevo Veracruz

Loma Linda

Grajales

Orizaba

14

10

8

4

1 a 4 has

Loma Linda

Nuevo Orizaba

Nuevo Veracruz

Grajales

8

2

2

1

Total de entrevistados

91

Fuente: Elaboración propia con base en trabajo de campo.

La presencia mayoritaria de productores de Loma Linda en los segmentos de menor número de hectáreas se comprende mejor al tener en cuenta que en el ejido las parcelas ejidales generalmente alcanzan las 10 ha. Las plantaciones menores de 5 ha son más recientes y su talla limitada se explica porque pertenecen a hijos de ejidatarios, de 20 a 29 años, quienes recientemente han formado sus propias familias. La mayor presencia de productores de Nuevo Orizaba en el segmento de 10 a 20 hectáreas está asociada al acceso más próximo a las plantas del vivero, pero también a que allí las parcelas ejidales son de 20 ha. Inicialmente la mayoría usó sólo la mitad de la parcela, pero paulatinamente varios ampliaron sus plantaciones. En este proceso, por lo general, se abandonó la ganadería y, en algunos casos, adicionalmente, se establecieron plantaciones de hule. En Nuevo Veracruz la complementación entre hule y palma, en parcelas ejidales de 20 ha por ejidatario, es generalizada y activa, ya que actualmente ambas plantaciones se cosechan. La mayoría de los productores suele destinar la misma cantidad de tierra, entre 5 y 9 ha, a ambos tipos de plantación; aunque también aquí se encuentran las plantaciones de palma más extensas (30 a 50 ha), lo cual está relacionado con un mercado local de tierras más activo. En Grajales, también en parcelas de 20 ha por ejidatario, se complementan estas plantaciones, aunque las de hule son más antiguas y extensas, lo que indica mayor experiencia en la producción y comercialización del látex. Aquí, dedicar la mayor parte de las tierras a la palma de aceite muestra el interés en adoptar una actividad que genere ingresos monetarios en menor tiempo.

Entre los entrevistados es posible distinguir tres variantes de economías domésticas. De un lado, un total de cinco productores pertenecen a hogares especializados que dedican gran parte de sus tierras a la palma de aceite, abarcando de 10 a 50 ha. Por otro lado, 13 productores constituyen hogares precariamente pluriactivos, los cuales utilizan menos de 5 ha para la palma y venden su mano de obra agrícola o sus servicios de albañilería, mecánica o montería en la región. En medio de estas dos variantes, un total de 73 productores, cuyas plantaciones tienen entre 6 y 20 ha, conforman los hogares que complementan el hule y la palma en sus economías.. Entre éstos resaltan tres modalidades de trabajo: la complementación de mediana escala, con plantaciones de hule y palma de 40 o menos hectáreas; la escalonada, que implica el trabajo por etapas y turnos, procurando acomodarse a la edad a la que se hacen productivas ambas ambas plantaciones (al tercer año la palma y al séptimo el hule), y la intergeneracional, donde en un mismo hogar la palma se suma al hule con el objetivo de soportar los gastos de la formación de nuevos núcleos familiares entre la generación de los hijos. Si bien en todos los hogares la mano de obra familiar es fundamental, también lo son los trabajadores externos, en muchos casos provenientes de Guatemala. Éstos se articulan permanentemente en los hogares especializados y en aquellos que complementan hule y palma a mediana escala, y sólo de manera temporal, en el resto de los hogares.

Este sucinto recuento de la acogida de la palma no destaca las diferencias culturales, puesto que es la condición agraria, es decir la calidad de ejidatarios, el principal determinante de las posibilidades de los hogares indígenas y mestizos desde la colonización hasta el presente. En ella se condensan las posibilidades de acceso a tierras y a apoyos gubernamentales. Por otra parte, las desigualdades agrarias no necesariamente están relacionadas con diferencias étnicas, pero sí están fuertemente determinadas por las capacidades de gestión económica y política de los grupos ejidales en la zona y en la región. En este sentido, Loma Linda y Grajales son ejidos con menores alcances, mientras que Nuevo Orizaba y Nuevo Veracruz suelen sostener una relación de competencia por los financiamientos gubernamentales y las oportunidades de negocios. En este contexto, y mientras estuvo el vivero en la zona, las familias indígenas que habitan en los ejidos mestizados estuvieron mejor posicionadas para acoger la palma de aceite dentro de sus economías domésticas. Ahora bien, aunque la precariedad pluriactiva está más presente entre los hogares en Loma Linda y se asocia a una mayor densidad demográfica, ello no quiere decir que no se encuentren hogares mestizos en estas mismas circunstancias en el resto de los ejidos. En ambos casos, e independientemente de su condición cultural, la acogida de la palma de aceite se experimentó como si se tratara de una “tabla de salvación”, particularmente cuando la vida en los ejidos empezó a ser dinamizada por los ingresos monetarios obtenidos durante las primeras cosechas.

De hecho, esta expresión metafórica condensó el sentir del conjunto de los productores de palma en la zona, puesto que el monocultivo, además de rentable, resultó muy efectivo para lidiar con la generalizada pobreza de los suelos. Es decir, a diferencia de la ganadería y el maíz, la palma fue capaz de “levantarse” y “echar” racimos quincenalmente durante varios años, sin requerir inversión en insumos químicos. Adicionalmente, se compaginó bien con el hule, porque entraba en etapa de producción más rápido y podía cosecharse durante las lluvias, cuando no es posible extraer el látex de dichos árboles. Estos razonamientos dejan ver que el sentir del que se habla se estructura en estrecha interacción con el entorno biofísico y expresa claramente la marginalización socioambiental a la que han estado sujetos los hogares, al encontrarse orillados a establecerse y permanecer en estas tierras.

El acercamiento etnográfico a los hogares que complementan plantaciones extractivas ofrece una perspectiva del acoplamiento contemporáneo de campesinados marginados a procesos capitalistas de talla global, aunque también evidencia la maniobrabilidad alcanzada por las familias mestizas e indígenas en medio de la precariedad. A diferencia de los especializados en la palma y los precariamente pluriactivos, estos productores manejan la incertidumbre y los riesgos frente al mercado y el ambiente a través de un doble juego, en el que reacomodar inversiones técnicas, tiempo y cantidad de trabajo familiar y externo es la tarea de cada día. Ahora bien, en las cotidianeidades ejidales la capacidad de crear márgenes de maniobra es valorada positivamente porque condensa el espíritu arriesgado del colono, aunque también se valora negativamente cuando un mejor acomodamiento de la economía doméstica de alguno se hace a costa de otros. De modo que, en situaciones de tensión, si se trata de una práctica desleal entre familias con un fuerte sentimiento de pertenencia étnica, suele cuestionarse y demandarse íntima o públicamente la coherencia cultural del señalado; mientras que en los espacios mestizados los cuestionamientos apelan a otros tipos de identidad colectiva, entre los que sobresale la identidad agraria.

Para terminar esta sección, debe precisarse que cuando los palmares se hicieron adultos, pero sobre todo cuando se instalaron las procesadoras privadas, las evaluaciones frente al sistema productivo fueron menos positivas y permitieron visibilizar que no todos tenían las mismas posibilidades de “sacar adelante” las plantaciones y, en consecuencia, a sus familias. De modo que la segunda etapa del anclaje también se acompañó de distintos reacomodamientos, entre los que vale la pena destacar la ampliación de las plantaciones en algunos de los hogares especializados; el abandono o venta de las plantaciones entre algunas familias precariamente pluriactivas, y una amplia propensión a trabajar los palmares sin invertir de más en tiempo, trabajo o fertilizantes, entre el amplio sector de productores que complementan la palma con el hule. Estos cambios, como se verá a continuación, permiten adentrarse en las relaciones de poder asociadas al sistema productivo en el que se ha centrado la mirada.

Del poder en las etapas de anclaje de la palma

Una descripción de las relaciones de producción que han tomado cuerpo con la acogida de la palma sobrepasa los límites de esta nota; sin embargo, es preciso resaltar que la rudeza del monocultivo impone el empleo de mano de obra masculina en las parcelas, aunque ello no significa empleo diario (Castellanos, Tobar, & López, 2019) ni que se supere la demanda de obreros empleados en el hule. Por otra parte, dicha rudeza también enfatiza la división del trabajo entre hombres y mujeres y entre adultos y niños, aunque aquello que corresponde a unas y otros varía entre familias y ejidos, dependiendo de cómo se concibe la complementación entre géneros y la educación de los infantes. Es en estos ámbitos donde las relaciones de poder se experimentan con mayor intimidad, aunque los efectos de la palma no son necesariamente muy distintos a los de otras actividades productivas. Por ello es preciso dirigir la atención a la esfera de comercialización de las cosechas, ya que en este plano se cristalizan las relaciones de poder entre hogares, ejidos y con distintos brokers (Wolf, 2001) que intermedian los eslabones de este sistema.

Debe reiterarse que las relaciones interejidales más institucionalizadas en la zona son las forjadas en torno a la palma, y ello concuerda con el estrecho vínculo de uno de los ejidatarios de Nuevo Orizaba con otros de las zonas Ribereña y Centro, quienes lideraron la incorporación de la región de Marqués de Comillas en el proyecto chiapaneco de biocombustibles. En ese contexto, en 2009 se crea la SPR Fronteriza del Sur, pensada inicialmente para administrar el vivero gubernamental, repartir las plántulas entre los ejidatarios y, posteriormente, para reunir las cosechas de los ejidos y entregarlas a la Asociación Rural de Interés Colectivo (ARIC) de palmicultores de la región, la cual se encargaba de vender la fruta a procesadoras privadas instaladas en Palenque o Guatemala. En esta etapa, el poder se concentró en la directiva de la SPR, presidida por el mencionado ejidatario. De ahí que los productores de Nuevo Orizaba, una vez más, quedaron mejor posicionados para acceder a información clave sobre la venta y pago de las cosechas, mientras que el presidente de la SPR amplió su poder de intermediario al convertirse en uno de los “fleteros” o transportadores de la fruta reunida en toda la zona.

Esta maniobrabilidad desarrollada y observada entre los productores de la Fronteriza fue motivo de comentarios, rumores y acusaciones, en particular debido al “robo” del dinero de una de las cosechas de la sociedad, en una situación difícil de verificar. Por ello, la SPR fue perdiendo legitimidad, aunque sin llegar a su completa disolución, lo cual devela cómo los productores de cada ejido se han posicionado en esta relación de poder. Aquellos de Nuevo Veracruz, Grajales y Loma Linda expresaron su descontento y pusieron en duda la utilidad de su asociación a la SPR. Los de Nuevo Orizaba reconocieron la astucia de su presidente, aunque sin acusarlo abiertamente como implicado en el mentado “robo”. Hacia 2014, para los productores descontentos, el acercamiento de los agentes de una de las empresas privadas a la zona y su búsqueda de productores interesados en “asociarse” con ella fue valorada como una oportunidad para salirse oficialmente de la Fronteriza Sur.

Así se inició la segunda etapa de anclaje del sistema productivo en este territorio, puesto que la empresa de capital chiapaneco y guatemalteco buscó vincularse con los productores de la zona impulsando la creación de SPR que reunieran productores de cada ejido. Por esa razón la SPR Fronteriza Sur se fragmentó y perdió su ventajosa posición, mientras surgían las sociedades Productores de Grajales, Palmicultores El Corazón de la Selva en Loma Linda y Palmeros Nueva Generación en Nuevo Veracruz. Esta jugada, interpretada con desconfianza particularmente en Nuevo Orizaba, condujo a que la totalidad de los productores de este ejido y algunos de los otros ejidos se mostraran “leales” con la primera sociedad de palmicultores en la zona, así como con la empresa de capital jalisciense, a la cual entregaban gran parte de las cosechas desde 2009, cuando ésta aún no instalaba su procesadora en Marqués de Comillas.

En esta etapa, es al interior de las SPR donde se aprecian algunas de las nuevas relaciones de poder.. De hecho, no faltan las tensiones, puesto que, en algunas, los que ocupan la directiva llegan a emplear el cargo para obtener ganancias personales y familiares, mientras que otras enfrentan la reticencia de algunos productores a la idea de forjar una perspectiva empresarial benéfica para todos los socios. También hay quienes, al ocupar cargos en las directivas y ocuparse de los centros de acopio, se han transformado en brokers con relaciones privilegiadas con las empresas; sin embargo, esta orientación oportunista suele acarrear consecuencias en el resto de los ámbitos de la vida ejidal. Por otra parte, los “fleteros”, histórica y mayoritariamente asentados en Nuevo Orizaba, han consolidado su posición de intermediarios, ya que devengan las ganancias del procedimiento más costoso de la fase extractiva, el cual es cubierto en porcentajes semejantes por las procesadoras y los productores. Finalmente, los “productores independientes”, así llamados por poseer las plantaciones más extensas y entregar sus cosechas sin la intermediación de las SPR, en determinadas coyunturas pueden actuar como brokers aliados de los otros productores y emplear su poder de influencia frente a las empresas.

El campo social configurado en esta etapa deja en evidencia que, para las SPR y, en consecuencia, para los hogares productores de palma de aceite, la apuesta por la mejoría económica está supeditada a la subordinación a las empresas. Aquí es importante entender que ello no se limita al acaparamiento de la materia prima, sino que abarca el propósito de las empresas de reorganizar y estabilizar la “cadena de suministro”. Para eso cuenta, sin duda, el estilo de producción (Mintz, 1996); es decir, los discursos y pautas organizativas a través de las cuales se moldea el proceso productivo y de la interacción con el medio biofísico. Ambos delinean la manera de concebir la economía de plantación, el trabajo, las relaciones de producción, la productividad y, recientemente, la sustentabilidad. En este sentido, es preciso decir que, en la Fronteriza Sur, el estilo productivo ha tomado cuerpo en el ámbito técnico, relativo a las pautas de manejo de suelos y plantaciones; en el propiamente extractivo, donde se establecen parámetros para la cosecha de la materia prima, y en el transaccional, donde se define el punto del trayecto donde la fruta adquiere su valor de cambio, sumado al costo de traslado, repartido entre las partes.

En principio, en ninguno de estos tres ámbitos los productores tienen poder de injerencia, ya que se trata de los términos de incorporación (McCarthy, 2010) implantados por las procesadoras a fin de maximizar rendimientos, pero obviando las diferencias y los límites que pueden tolerar los distintos tipos de productores. Por ello, la subordinación que se ha configurado en la zona puede describirse como una disposición ambigua entre los heterogéneos productores, porque, por un lado, está la intención de recuperar monetariamente los esfuerzos invertidos en los palmares y, por otro, el reconocimiento de las distintas dificultades que tiene cada uno para ponerse a la altura de las exigencias de las empresas. En este sentido, aunque el estilo productivo se despliega con fuerza, no supone la completa subordinación de los productores a las procesadoras.

De hecho, la conjunción de malestares individuales que se acumulan cotidianamente es susceptible de transformarse en manifestación colectiva de descontento a la menor alteración de los términos de incorporación que se reconocen, de entrada, desfavorables. Éste fue el escenario producido a mediados de 2019, cuando, concretamente, en la Fronteriza Sur se organizó un paro de productores asociados a ambas empresas, tras la caída del precio de la tonelada de fruta de 1 289 a 1 100 pesos mexicanos. Después del bloqueo de las actividades de las empresas por dos semanas, en los ejidos aquí abordados algunos expresan la intención de “acabar con la palma”, otros la de “buscarle por otro lado” para sobrevivir, mientras que los mejor posicionados vislumbran la desincorporación de los de baja productividad.

Conclusiones

Pensar la internalización de un sistema productivo capitalista de talla mundial a través de las nociones de anclaje y acoplamiento responde al llamado de Tania Li (2010, 2014) a analizar con más agudeza la complejidad del impulso del capitalismo agrario entrado el siglo XXI, así como el lugar ocupado y asignado a los campesinados y poblaciones excedentarias a estos ámbitos de acumulación económica. Si bien la expansión de la palma de aceite en distintas regiones se ha producido a través de la deforestación y el acaparamiento y despojo de tierras a poblaciones empobrecidas, es claro que, por razones sociales y ambientales, la expansión a través de pequeños productores ha ido ganando fuerza. Sin embargo, este cambio no puede explicarse concibiendo el sistema productivo como si se tratara de una entidad con voluntad propia y capacidad anticipada de dominación, sino como un proceso con distintas posibilidades de emerger, en función de las particularidades históricas y político-económicas de lugares específicos en una determinada franja biofísica del planeta.

La región de Marqués de Comillas y, en particular, la zona Fronteriza Sur, integran uno de esos lugares. Sin embargo, un acercamiento a la historia de este tardío frente de colonización de tierras de selva, así como a las trayectorias de hogares mestizos e indígenas que se establecieron allí, nos ofrece un panorama cuya particularidad no se ajusta fácilmente a las narrativas que tienden a concebir el capitalismo y los campesinados como entidades opuestas y en forzosa confrontación. Por el contrario, este caso de estudio nos invita a trascender la noción de “enclave”, no por considerarla equivocada, sino porque no se ajusta al reacomodamiento que experimenta en ciertos lugares el sistema productivo. En este sentido, el esfuerzo por pensar la experiencia de los pequeños productores a través de la noción de acoplamientos abre la posibilidad de explorar la articulación con el sistema como un proceso relacional, pero también como un proceso económico, a la vez que cultural y político.

Este posicionamiento no sólo ha implicado romper con perspectivas culturales esencialistas, sino cuidar el tipo de mirada histórico-cultural que se adopta al hacer etnografía de campesinados en relaciones capitalistas, antes y después de involucrarse en dinámicas extractivas en plena expansión en el siglo XXI. Asimismo, esta perspectiva ha permitido prestar atención a la sensibilidad interpretativa desde la cual los hogares indígenas y mestizos de la Fronteriza Sur evalúan su experiencia con una planta, un cultivo, una actividad productiva completamente desconocida para la mayoría hace diez años. Al respecto, es importante reconocer que el sentir de estas poblaciones se estructura a través de su vinculación con los circuitos mercantiles que ensambla la materia prima y en su interacción con los entornos biofísicos que han adecuado para forjar sus modos de vida.

Por otra parte, la perspectiva adoptada ha implicado ampliar el análisis de las relaciones de poder al considerar el anclaje del sistema productivo en dos etapas, de tal modo que son evidentes las diferentes posibilidades entre los hogares y entre los ejidos al acoger el monocultivo dentro de sus respectivas economías, pero también las distintas posiciones y dificultades que experimentan al entrar en una relación de subordinación respecto a las empresas privadas que acaparan la aceitosa fruta. Desde este enfoque, se han podido resaltar los procesos organizativos interejidales emprendidos con la expectativa de mejorar los ingresos monetarios de todos los hogares, así como la evolución de los posicionamientos frente a los necesarios e incómodos intermediarios en la etapa de libertad contractual. El análisis de la etapa que, por el contrario, ha moldeado la sujeción de los productores al estilo productivo de las empresas privadas, indudablemente lleva a reconocer la fuerza con la que las compañías buscan irrumpir y dominar territorios y poblaciones. Sin embargo, también ha significado poner en relieve las ambigüedades con las que se da la subordinación en los ejidos y en la zona, evitando leer esta relación de poder mediante la consabida y bidimensional dupla analítica dominación-resistencia.

Ahora bien, aunque en esta nota la exploración del caso a la luz de la relación entre degradación y marginalización ha sido tangencial, es posible decir que la información hasta ahora recabada permite seguir reflexionando en tres sentidos. En primer lugar, al considerar que la degradación de los entornos, reconocida por los habitantes locales en la pobreza de los suelos, está asociada a la decisión gubernamental de paliar demandas agrarias mediante la colonización de tierras de selva con suelos poco profundos. En segundo lugar, analizar la marginalización asociada al trabajo de la palma de aceite como la disposición de estas poblaciones a llevar más lejos los límites de entornos que reconocen degradados, a cambio de asegurar los ingresos monetarios de los que dependen sus economías. Y, por último, reconocer que la incertidumbre ambiental frente a la palma de aceite ocupa una posición marginal en la vida cotidiana de los ejidos, lo cual permite entender la ausencia de conflictos con contenido ambiental.

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1Con las entrevistas se recabó información sobre la condición agraria de los productores, la estructura de los hogares (extendidos y nucleares), las actividades productivas que han integrado las economías domésticas, las características de las plantaciones y del proceso productivo, y las relaciones con las empresas acaparadoras de la materia prima.

Recibido: 11 de Agosto de 2020; Aprobado: 10 de Diciembre de 2020

Acerca de la autora

Ingreet Juliet Cano Castellanos es doctora en ciencias sociales y antropología por el Centro de Investigaciones y Estudios Superiores en Antropología Social (CIESAS) y la Universidad de Paris Ouest Nanterre La Défense. Investigadora Nivel I dentro del Sistema Nacional de Investigadores. Sus investigaciones se ubican en los campos de la antropología política, la ecología política y los estudios socioambientales. Se ha especializado en el estudio de políticas de conservación de la biodiversidad y actualmente se orienta al estudio de procesos agroextractivos y conflictos socioterritoriales en México. Entre sus últimas publicaciones destacan el libro de autoría única titulado: De montaña a reserva forestal. Colonización, sentido de comunidad y conservación en la Selva Lacandona, publicado por el Instituto de Investigaciones Sociales de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) y el capítulo: El campo ambiental en Chiapas, dentro del libro Áreas naturales protegidas y derechos humanos, publicado por la Comisión Nacional de Derechos Humanos y el Programa Universitario de los Derechos Humanos de la UNAM.

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