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Estudios sociológicos

versão On-line ISSN 2448-6442versão impressa ISSN 0185-4186

Estud. sociol vol.38 no.113 Ciudad de México Mai./Ago. 2020  Epub 04-Set-2020

https://doi.org/10.24201/es.2020v38n112.1781 

Reseñas

Live and Let Live. Diversity, Conflict and Community in an Integrated Neighborhood. Evelyn M. Perry. Chapell Hill, NC: The University of North Carolina Press, 2017, 232 pp.

Mónica Eugenia Moreno Rubioa 

aFacultad de Filosofía, Universidad Autónoma de Querétaro. Querétaro, México. monica.moreno.rubio@gmail.com

Live and Let Live. Diversity, Conflict and Community in an Integrated Neighborhood. Evelyn, M. Perry; Hill, Chapell. NC: The University of North Carolina Press, 2017. 232p.


Desde Hobbes hasta Elster, una de las preguntas centrales de la sociología tiene que ver con develar el surgimiento, desarrollo o cambio del orden social. Evelyn Perry somete a discusión prenociones de los científicos sociales sobre los supuestos efectos de la interacción en comunidades heterogéneas y pone el énfasis en dos polos: 1) crean oportunidades, fomentan la tolerancia y tienden puentes, y 2) son semillero de discordia y conflicto. Para problematizar sobre este aparente dualismo teórico, la obra de Perry presenta los resultados de una investigación etnográfica realizada durante tres años en un vecindario denominado Riverwest, ubicado en la ciudad de Milwaukee, Wisconsin, EUA. Centra su análisis en las habilidades de sus habitantes para la negociación de las diferencias debido a que dicho lugar es considerado integracionista en un entorno citadino con problemas de segregación. De este modo, su investigación analiza las características únicas de diversidad racial y socioeconómicas del vecindario inserto en un entorno con tendencias homogeneizantes.

El orden social local, que conserva una relativa estabilidad entre los miembros del vecindario, no se explica en términos de pasividad; existen diversas organizaciones que trabajan para impulsar ciertos cambios y enfrentar, desafiantes, las prenociones sobre cómo deben ser las buenas comunidades. Las preguntas centrales de la autora se alejan de los efectos de la diversidad para indagar cómo se realiza y vive la integración. Mediante entrevistas da a conocer cómo los residentes de Riverwest viven la diversidad, los enfoques para entenderla y los sentidos que le dan.

En el primer capítulo se discute la integración como un problema de investigación, haciendo hincapié en la tradición sociológica de analizar los efectos de la integración, y se dejan de lado las formas en que la integración se logra. Igualmente, señala que mucho se ha investigado sobre los beneficios de la integración para reducir las inequidades en las comunidades de Estados Unidos. En este punto se despliega una discusión teórica importante sobre las tensiones que genera la heterogeneidad misma, ya que, si bien puede ser un motor para tender puentes entre grupos diferenciados de personas −sea por raza o nivel socioeconómico− y tener acceso a beneficios, también se generan antipatía y discordia. A sabiendas de estas tensiones en las comunidades heterogéneas, la autora disecciona la manera como subsiste la comunidad a pesar de las diferencias y cómo logra estabilidad, aun cuando la diversidad se incrementa.

La descripción de Riverwest se desarrolla en el segundo capítulo. Ubicado entre dos vecindarios radicalmente distintos: uno, de mayoría afroamericana y con altos índices de pobreza y criminalidad; otro, que aloja a blancos de clase media. Riverwest es considerado un barrio amortiguador integracionista. A través de mapas y cuadros nos da una idea de la estructura territorial y composición racial del vecindario. Se observa que, con 93% de blancos en 1970, en el transcurso de las décadas la composición varió con el aumento de afroamericanos y latinos, mientras la población blanca fue en descenso. En 2010 se incrementa ligeramente la proporción de blancos al tiempo que baja la de afroamericanos y latinos, y quedan 63, 20 y 12%, respectivamente.

El mapeo nos ayuda a entender el territorio en estudio, donde la investigadora identifica el lugar más importante para las interacciones entre los residentes: el face block, que es la sección de una manzana donde las casas dan hacia la calle; esa parte está entre calles que se intersectan. La configuración estructural del vecindario permite que, gracias a tal organización, los residentes se observen entre sí y estén al pendiente de lo que sucede afuera. De esta manera, los vecinos observan irregularidades y las resuelven.

El tercer capítulo aborda aspectos culturales. Ciertamente, la estructura territorial del vecindario facilita la interacción y la observación entre vecinos, pero también tenemos la fuerte variable de las interpretaciones y percepciones que se tienen sobre él, lo que da forma a la manera en que actúan los residentes. Estas interpretaciones dividen a los residentes en dos grupos principales de enfoque, descubiertos por la autora mediante entrevistas abiertas: quienes lo ven desde el enfoque denominado “la diversidad es nuestra fuerza” y quienes lo ven como “el vecindario tiene potencial”. El primero observa cualquier intento de gentrificación como una seria amenaza para el tradicional carácter integrativo del vecindario; el segundo defiende que es necesario atraer a nuevos propietarios y negocios que inviertan en el lugar para aumentar su valor.

Quienes se inclinan por la gentrificación sostienen que la bandera de la diversidad es una coartada o pretexto para evitar el mejoramiento y desarrollo; de hecho, los intentos por llevar a cabo los planes municipales con dichos fines para el vecindario se combaten ferozmente. Un detalle que refuerza continuamente la postura de la diversidad es el continuo señalamiento que se hace en contra del lugar, lo cual genera conductas de defensa hacia su forma de organizarse. Su entendimiento sobre qué es y qué debería ser la comunidad está encadenado a un sistema de valores que orienta la organización para negociar las diferencias, pero también lleva a criticar y oponerse a cualesquiera nuevos residentes que muestren un nivel socioeconómico superior, ya que simbolizan una inminente gentrificación.

El control social es otro tema central en esta obra y se aborda en el cuarto capítulo. Se tratan aquellos mecanismos formales e informales de control, con énfasis en cómo estos últimos han sido desarrollados en Riverwest. Aunque diversos estudios cuantitativos señalan que a mayor diversidad, tensión y desventaja, hay menor cooperación, interacción, confianza y cohesión social, lo cierto es que la comunidad de dicho lugar sabe organizarse para controlar el desorden. El control formal consiste en llamar a la policía, y el informal en tratar personalmente con quien cometa alguna clase de transgresión sin tener que involucrar a las fuerzas del orden. En este sentido, los problemas graves tienden a unir a la gente para alcanzar una solución “porque el ‘código vive y deja vivir’ se pone primeramente en práctica a nivel de manzana, y los vínculos sociales influyen en cómo los residentes manejan las diferencias” (p. 69). Este manejo informal comienza con el rumor de banqueta y fluctúa entre confrontar al transgresor e ignorar −o a veces resignificar− la falta cometida, como es el caso del grafiti que puede dividir a la comunidad entre quienes lo ven como una expresión de arte urbano y quienes lo ven como un delito.

Aquellos que son pioneros del lugar tienden a defender a la comunidad para conservar su diversidad, mientras que los recién llegados adoptan el enfoque del mejoramiento del vecindario para potencializar su valor. Son los primeros quienes recurren a mecanismos informales de control social; los segundos preferirían acudir a la policía. Sin embargo, mediante la negociación, los recién llegados tienden a adaptarse al mecanismo informal. La autora establece una conexión causal entre la habilidad del vecindario de lograr objetivos colectivos que depende de la versión de buena comunidad que se tenga.

Desde ahí, la autora se pregunta cómo disciernen entre lo diferente y el franco desorden. El quinto y sexto capítulos abordan este problema. La percepción sobre qué es desorden y qué es diversidad depende de diversas variables, como el contexto de los habitantes, qué consideran como amenazante y qué no, la composición racial de la manzana y qué entienden por seguridad y orden, lo cual influye la percepción de seguridad, aun cuando el desorden no sea visible o ni siquiera real. Aborda conductas que son susceptibles de ser criminalizadas en otras comunidades, pero que en el vecindario tienden a tolerarse; una de ellas es la ingesta de bebidas alcohólicas en la calle. Aparentemente, mientras no se moleste a los demás, no hay mayor problema si dicha actividad se lleva a cabo, a pesar de ser considerada un delito por aquellos que sostienen el enfoque de que el vecindario “tiene potencial”. La excesiva tolerancia que muestran los partidarios de la “diversidad es nuestra fuerza” es severamente criticada por los primeros.

Las variables más notables que explican las distintas formas de percibir el vecindario son la trayectoria de movilidad residencial, la adaptación conductual en entornos específicos y la heterogeneidad cultural −es decir, las diversas formas de interpretación y experimentación de la vida local−. En el capítulo séptimo, la autora examina cómo ver el vecindario desde el enfoque de la “diversidad es nuestra fuerza” puede lograr que un entorno desaliñado −una casa mal pintada, un muro con grafiti, un área de juegos sin mantenimiento− sea entendido como un espacio donde posiblemente se esté haciendo algo bueno. Y, por el contrario, pueden ver los grandes y modernos desarrollos habitacionales como una amenaza, vacíos y carentes de significado comunitario.

Para efectos de contraste entre enfoques, Perry presenta entrevistas realizadas a cinco habitantes del vecindario que provienen de entornos socioeconómicos distintos: ya sea con mayoría blanca, afroamericana o latina; con problemas de pobreza o una posición económicamente desahogada; que han sido o no habitantes de Riverwest desde su nacimiento o hasta por generaciones. Resaltan las diferencias en la forma de percibir el vecindario y cómo se entienden los valores que privan en ese lugar; ello depende, en gran parte, del tiempo de residencia y del contexto de la cuadra o manzana. En otras palabras, la variable de trayectoria de movilidad residencial desempeña un papel preponderante en la forma en que se percibe la diversidad del vecindario. Quienes han vivido ahí desde siempre absorben los valores propios de la comunidad y defienden su flexibilidad; quienes han llegado a vivir ahí a partir de entornos totalmente distintos tienen más resistencia a adoptar ese enfoque o utilizan la heterogeneidad como una herramienta que los más pequeños pueden aprovechar como aprendizaje sin que por eso experimenten la diversidad como forma de vida.

Para finalizar, el octavo capítulo presenta conclusiones que ayudan a entender cómo persiste la diversidad de Riverwest frente a un entorno segregado. Sostiene que, sin duda, la ubicación geográfica del lugar tiene influencia −actuar como amortiguador entre dos vecindarios radicalmente distintos−, pero también la cultura local tiene lo suyo. Ésta contiene varios elementos, como la flexibilidad con que se entiende la transgresión y asumir la responsabilidad de la vigilancia de la cuadra, al habilitar los mecanismos informales de control social.

Un aspecto teórico central consiste en que el conflicto no es visto como un efecto casi necesario y resultante de un entorno heterogéneo, sino como parte misma −acaso médula espinal− del orden social local. Esto nos lleva a cuestionar, como investigadores, nuestros parámetros establecidos sobre cómo debe ser una comunidad ideal. ¿Debe forzosamente apegarse al mainstream? En Riverwest, “la inestabilidad produce estabilidad” (p. 172). Apoyándose en las aportaciones de George Simmel, la autora sostiene que, primero, el conflicto construye o genera organización porque estimula la conducta cooperativa; segundo, los conflictos de pequeño o mediano impacto impiden la generación de aquéllos de gran alcance y, tercero, es en la tensión donde se pueden exteriorizar los disensos y las críticas. De manera esencial, el conflicto no se evade: se enfrenta. La construcción y experiencia de la diversidad van más allá de sus efectos, puesto que tanto el conflicto como el orden forman parte de ésta; por lo tanto, no se puede esperar que una comunidad diversa u homogénea genere mejores condiciones de vida de manera necesaria: en ambas se entrelazan tensiones, conflictos y capacidad de consenso.

Al cerrar el libro con un apéndice metodológico, Perry muestra absoluta seriedad en el trabajo de campo realizado. Consideramos que las aportaciones conceptuales, el trabajo empírico y haber puesto sobre la mesa la tensión teórica sobre los supuestos efectos de la diversidad al contrastarlos con la realidad, vuelven esta obra una referencia necesaria tanto para la sociología como para la antropología urbana y también para los estudios sobre orden social, tolerancia y diversidad comunitarias.

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