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Estudios sociológicos

versión On-line ISSN 2448-6442versión impresa ISSN 0185-4186

Estud. sociol vol.38 no.113 Ciudad de México may./ago. 2020  Epub 04-Sep-2020

https://doi.org/10.24201/es.2020v38n113.1719 

Artículos

Afiliación, estructura y rivalidades de pandillas juveniles en Belo Horizonte, Brasil

Membership, Structure and Rivalries of Youth Gangs in Belo Horizonte, Brazil

Rafael Lacerda Silveira Rochaa 

Corinne Davis Rodriguesb 

Traducción:

Suzanne Stephens

1Investigador del Instituto Sou da Paz, Investigador del Centro para el Estudio del Delito y la Seguridad Pública Universidad Federal de Minas Gerais São Paulo, Brasil, rafael.rocha@crisp.ufmg.br

2Departamento de Sociología de la Universidad Federal de Minas Gerais (UFMG), Belo Horizonte, Brasil, cdavisrodrigues@gmail.com


Resumen:

En este artículo se examinan las relaciones de rivalidad violenta entre pandillas juveniles de la ciudad de Belo Horizonte, Brasil. A partir de un extenso trabajo de campo, los autores discuten cómo se estructuran y renuevan las rivalidades entre las pandillas a lo largo de décadas. Mediante este examen a fondo del papel de la rivalidad en la determinación de la estructura y la pertenencia a estas pandillas, los autores exploran la forma en que las características observadas pueden contribuir a la literatura internacional sobre pandillas juveniles.

Palabras clave: pandillas; Brasil; rivalidad entre pandillas; estructura de las pandillas; violencia

Abstract:

This article examines the relationships of violent rivalry among youth gangs in the city of Belo Horizonte, Brazil. Based on extensive fieldwork on multiple gangs, the authors discuss how gang rivalries are structured and renewed over decades. Through this in-depth examination of the role of rivalry in determining the structure and membership in these gangs, the authors discuss how the characteristics observed can contribute to the existing international literature on youth gangs.

Keywords: gangs; Brazil; gang rivalry; gang structure; violence

En este artículo1 se pretende analizar las relaciones de rivalidad violenta entre pandillas juveniles de la ciudad de Belo Horizonte, Brasil, con dos objetivos principales: discutir cómo se estructuran estas rivalidades de grupo y cómo se renuevan a lo largo de décadas y, a menudo, perduran más tiempo que sus participantes; y examinar, a través del análisis de estas rivalidades, la manera en que las pandillas brasileñas comparten algunas de las características presentadas en la extensa literatura sobre pandillas de Centroamérica y EUA.

El concepto de pandilla se debate ampliamente en criminología y sin haber llegado a un consenso. Sin embargo, la mayoría de los autores reconoce que las múltiples configuraciones de los fenómenos vinculados a ese concepto entrañan las siguientes características: una composición principalmente de jóvenes, un conjunto de reglas y normas adoptadas por sus miembros, una identidad de grupo, una fuerte asociación a un territorio determinado y la participación en actividades ilegales y a menudo peligrosas. En este marco conceptual del debate académico sobre las pandillas, en diversas ciudades brasileñas hay diversos grupos de jóvenes involucrados en actividades violentas. No obstante, en este artículo se procura debatir sus características en Belo Horizonte, a través de la perspectiva de la literatura sobre pandillas, a fin de evaluar en qué medida es posible generalizar las conclusiones de esos estudios al fenómeno de las pandillas juveniles en Brasil.

El artículo se divide en tres secciones: 1) una breve reseña de la literatura sobre pandillas de Centroamérica y EUA; 2) una discusión de las diferentes formas que toman los grupos juveniles violentos en Brasil, conocidos como pandillas, galeras y facções, y 3) la presentación de las pandillas investigadas en la ciudad de Belo Horizonte, sus principales características y cómo se comparan con las maras y pandillas de Honduras, Nicaragua, Guatemala y El Salvador, y las pandillas norteamericanas.

Metodología

Los datos utilizados en este artículo se recabaron durante el trabajo de campo mediante métodos de observación y entrevistas en profundidad con miembros de pandillas en la favela de Santa Lucía, un barrio con una de las tasas de homicidio más altas de Belo Horizonte, la sexta ciudad más grande de Brasil (Beato Filho; Assunção; Silva et al., 2001). Estos métodos de recopilación de datos permitieron a los autores no sólo escuchar directamente de los miembros de las pandillas sus definiciones del grupo, sus rivalidades y guerras, sino también registrar cómo operan esas definiciones en la vida cotidiana de dichas pandillas y sus miembros. Los datos complementarios sobre pandillas de otras zonas de la ciudad, así como de otras partes de Brasil, se obtuvieron de estudios publicados anteriormente y se señalan en el artículo.

La entrada a Santa Lucía y el contacto con sus pandillas sucedieron incluso antes de la investigación en que se basa esta investigación. En el periodo comprendido entre 2008 y 2011, uno de los autores trabajó diariamente en la favela coordinando y ejecutando las acciones del Programa de Control de Homicidios ¡Permanezca Vivo!, una política pública de seguridad dependiente de la Secretaría de Defensa Social del estado de Minas Gerais, cuyo público objetivo son los jóvenes entre 12 y 24 años, que a menudo son miembros de pandillas o están involucrados en dinámicas violentas entre comunidades. En esos tres años no sólo se pudo conocer a fondo la dinámica de las rivalidades y conflictos entre las pandillas del barrio, sino, sobre todo, mantener un diálogo y acercamiento con los jóvenes miembros de estos grupos, lo que resultó esencial para la posterior investigación.

Así, durante un semestre de 2012, fue posible, gracias a estas conexiones previamente establecidas, acompañar a los miembros de tres pandillas rivales de Santa Lucía en su vida cotidiana, así como realizar entrevistas en profundidad con algunos de ellos. Se hizo un seguimiento diario de cada grupo durante unos dos meses, y se realizó un total de 14 entrevistas en profundidad con los miembros de las tres pandillas. Se seleccionaron estas bandas y sus miembros porque tuvieron una participación central en las guerras y conflictos ocurridos en el barrio, y también por la confianza que los investigadores establecieron previamente con estos miembros. Estas entrevistas se hicieron en el territorio de las propias pandillas, generalmente en la calle o en los bares del barrio, se llevaron a cabo de acuerdo con la disponibilidad y el interés de los miembros, y dieron lugar a narraciones sobre el proceso de entrada del joven en la pandilla y su participación en las guerras contra grupos rivales en el mismo barrio.

Estructura, membresía y rivalidades: el paradigma de la literatura centroamericana y norteamericana sobre pandillas

Aunque la investigación pionera de la Escuela de Chicago sobre pandillas tiene casi un siglo de antigüedad, no hay consenso en la literatura producida desde entonces respecto a las características necesarias para considerar a un grupo de individuos como una pandilla. Sin embargo, gran parte de los autores y las conceptualizaciones reconocen algunos elementos y rasgos como esenciales para los grupos conocidos, de manera vaga, como pandillas. Éstos son: una composición mayoritaria de miembros jóvenes, un conjunto de reglas y normas (formales o informales) aceptadas por sus miembros, la adopción de una identidad de grupo, principalmente a través de elementos simbólicos y estéticos, una fuerte asociación con un territorio específico y la participación en prácticas ilegales y frecuentemente violentas.2

Nos interesa especialmente examinar el fenómeno de la pandilla juvenil en relación con tres elementos clave: el proceso de ingreso y afiliación; su estructura y organización, y, por último, el papel de los conflictos entre rivales en la constitución y el mantenimiento de estos grupos. Por lo tanto, discutiremos algunos de los principales hallazgos sobre estos procesos en las pandillas de Centroamérica y EUA.

En general, el ingreso a las pandillas se caracteriza por rituales que formalizan el proceso de pertenencia. El momento de transición que separa la identidad pública del individuo antes y después de su entrada y el estatus de pertenencia están claramente delineados por la participación en estos rituales. A menudo, este proceso implica violencia física del grupo contra los recién iniciados, de tal manera que aumenta la solidaridad entre los miembros al involucrarlos en un ritual colectivo y resalta la importancia de la violencia para el grupo (Decker, 1996, pp. 254-255).

Savenije (2007), en su investigación con grupos de El Salvador y Honduras, así como Rodgers (2007) en su trabajo sobre los pandilleros en Nicaragua, describen los rituales de iniciación que implican desafíos, como los combates cuerpo a cuerpo con miembros de mayor edad, la ejecución de robos u otros tipos de delitos, o la participación en enfrentamientos con pandillas rivales. Aunque puede emplearse como estrategia para excluir a los posibles candidatos que no sean lo suficientemente “duros” o valientes, el ritual también simboliza el momento de la aceptación del grupo y la confirmación de la identidad pública del futuro miembro. Como señala Vigil (1988), especialmente cuando se dirige a jóvenes que residen desde hace mucho tiempo en el mismo territorio, la violencia del rito puede tener un carácter más simbólico y basado en la actuación. A menudo se produce en calles y bares con espectadores públicos, y funge menos como proceso selectivo y más como una confirmación pública de la valentía del iniciado ante el grupo. Independientemente de la forma en que se realice este tipo de ceremonia, la presencia, por lo general constante, de un ritual de iniciación que se observa en las pandillas de Centroamérica y EUA es un indicador de que estos grupos poseen una gran cohesión y un estatus que, de alguna manera, se diferencia del resto de la comunidad, y de que sus miembros valoran esta imagen pública.

Otro punto central de debate en la literatura sobre pandillas es el nivel de organización de estos grupos. Las pandillas son, en su mayoría, fenómenos locales, pero a medida que envejecen, amplían sus territorios o se especializan en determinadas prácticas delictivas; la tendencia es que se organicen y estructuren más. Como señala Sánchez-Jankowski (1991), cada vez es más difícil que una pandilla se expanda, ya sea en cuanto al conjunto de miembros o a su dominio territorial, si no adopta un modelo que denomina “vertical/jerárquico”, en el que los representantes ocupan funciones bien definidas en una estructura de poder clara dentro del grupo, en una composición formalizada y racional que busca optimizar la realización y el alcance de los objetivos centrales de la pandilla.

Con el fin de incluir y comparar estas distintas formas de organización, Klein (1971) elaboró una tipología estructural de cinco formatos representativos de las pandillas norteamericanas, basada en datos de encuestas realizadas en 59 ciudades de Estados Unidos. Klein las categoriza de la siguiente manera:

  1. pandillas tradicionales presentes desde hace más de 20 años con un centenar o más de miembros y una fuerte relación con su barrio de origen;

  2. pandillas neotradicionales, similares a las tradicionales, pero que generalmente sólo existen desde hace diez años o menos y tienen 50 o menos miembros;

  3. pandillas comprimidas, caracterizadas por su tamaño reducido, en general con sólo docenas de miembros, pocos años de existencia y no necesariamente territoriales;

  4. pandillas colectivas, grupos que cuentan con 100 o más miembros, que existen desde hace más de una década y que generalmente poseen vínculos débiles entre sus miembros, con bajos niveles de territorialidad, y

  5. pandillas especializadas, grupos más pequeños con un máximo de 50 miembros, de baja territorialidad y con un objetivo más centrado en la comisión de delitos y en ganancias financieras que en los aspectos sociales del grupo.

En cuanto a las pandillas en países centroamericanos, el debate sobre la estructura y la organización tiene su punto de partida en la diferenciación entre las nociones de mara y pandilla. Como señala Rodgers (2017), las maras son grupos trasnacionales cuyas trayectorias y estructuras están vinculadas al flujo migratorio de refugiados de países centroamericanos, sobre todo de El Salvador, Honduras y Guatemala, y a las políticas de deportación de Estados Unidos. Las dos maras, la Dieciocho (M18) y la Salvatrucha (MS13), operan en estos países más allá de las fronteras nacionales, como una especie de red de pandillas y grupos locales, aunque sus células están poco organizadas en torno a objetivos comunes, y comparten sobre todo elementos históricos, simbólicos y de afirmación de la identidad (Seelke, 2008; Jütersonke; Muggah, y Rodgers, 2009).

Por otro lado, las pandillas propiamente dichas, presentes principalmente en Nicaragua y Costa Rica (donde también se les conoce como “chapulines”), están más localizadas y tienen lazos fuertes con sus barrios de origen. Tienen su origen en la década de 1940, durante los procesos de urbanización de estos países, pero sus estructuras y prácticas se vieron profundamente afectadas por la volatilidad de los contextos locales tras los conflictos políticos de la década de 1980. El regreso de los jóvenes combatientes a sus comunidades, cada vez más afectadas por la pobreza y la inseguridad, potenció la estructuración de las pandillas como grupos armados de protección vecinal (Jütersonke; Muggah, y Rodgers, 2009). En las décadas siguientes, las pandillas pasaron por varias transformaciones, especialmente respecto a sus prácticas delictivas (sobre todo, mayor vinculación con el tráfico de drogas) y su estructura, como lo demostró Rodgers (2017) en su estudio longitudinal de una pandilla nicaragüense. Sin embargo, estos grupos continúan con un tamaño reducido, fuertemente orientados a los conflictos violentos con los rivales y una estructura que puede ser considerada más orgánica e inestable que la de las maras.

Por último, otro elemento central para comprender las pandillas y compararlas en contextos distintos es la presencia de conflictos y rivalidades con grupos similares. Una parte significativa de éstos involucra la territorialidad, es decir, la defensa o la invasión del territorio de las pandillas, como un motivador principal. En un estudio sobre los delitos violentos cometidos por pandillas en Chicago, Block, y Block (1998) señalan que la mayoría de los delitos letales cometidos por pandillas se concentraban en las zonas en que las pandillas locales tenían una disputa territorial más grave, no en los barrios en que se respetaban más los límites territoriales o en que la actividad de las pandillas se centraba en el tráfico de drogas. La baja correlación entre tráfico de drogas y homicidios en los que participan miembros de pandillas en EUA también fue constatada por Klein, y Maxson (2006) y Maxson; Klein, y Sternheimer (2000).

La literatura sobre pandillas centroamericanas también describe un énfasis en los enfrentamientos territoriales que, a menudo, implican dinámicas de invasión y defensa de los barrios en los que se forman estas pandillas (Rivera, 2012). Las invasiones toman la forma de represalias basadas en los resultados de conflictos anteriores y pueden desarrollarse en un proceso algo ritualizado de escalada de intensidad en el que los primeros ataques ocurren con pistolas y armas improvisadas, pero pueden crecer hasta convertirse en tiroteos con armas de uso militar, como rifles AK-47 y granadas (Rodgers, 2006 y 2017).

Pandillas, galeras y comandos: el debate sobre la violencia y los grupos juveniles en Brasil

Debido a su amplio territorio y a la diversidad de contextos locales, no es realista hablar de un “modelo de pandilla brasileña”, es decir, una construcción teórica capaz de dar sentido a todas las manifestaciones del fenómeno de las pandillas y sus características en los centros urbanos del país. Precisamente por las distintas formas en que estos grupos están compuestos y operan, los investigadores brasileños en este campo han tratado de desarrollar y utilizar términos que reflejen las formaciones específicas en cada contexto local, especialmente galeras (bandas) y comandos en lugar del término más general de pandilla.

El caso de Río de Janeiro es central en esta constelación de grupos y prácticas criminales, precisamente porque ocupa un lugar destacado en los medios de comunicación y, por consiguiente, en el imaginario nacional. A partir de la década de 1990, el carácter espectacularmente violento de las acciones de los grupos juveniles de esa ciudad y su extenso control territorial, mezclado con fuertes disputas por el dominio de las favelas, transformaron el caso de Río de Janeiro -donde tres grandes comandos se pelean entre sí desde hace años para obtener el control territorial de gran parte de los barrios pobres de la ciudad- en una extraña configuración considerada por los medios de comunicación como el parámetro para evaluar y comprender el fenómeno de la delincuencia en el resto del país.

Si bien los comandos de Río de Janeiro encarnan a grandes rasgos las características típicas de las pandillas de Centroamérica y EUA, como la durabilidad, una identidad fuertemente asociada a la actividad delictiva y una orientación hacia el territorio, estos grupos también poseen características muy específicas que los distinguen de otras pandillas de la literatura sociológica de Brasil. Al recalcar estas diferencias, Zaluar (1997) destaca su organización racional en torno a la búsqueda de ganancias, enfocada en el tráfico de drogas y el robo de cargamentos, la alta especialización de tareas, la división jerárquica con un líder claramente definido y la presencia de un “espíritu guerrero” que no admite afrentas personales ni la invasión de su territorio (Zaluar, 1997, p. 47).

Los grupos juveniles de Río son grandes con características organizativas complejas que permiten que estos comandos actúen como “confederaciones criminales”, bajo las cuales se reúnen grupos más pequeños con una actividad más territorializada, objetivos claramente delimitados, dominio territorial y una visión del mundo compartida. De esta manera, los tres grupos más grandes de Río de Janeiro, Comando Vermelho, Terceiro Comando y Amigos dos Amigos, están conceptualmente más cerca de las maras, pues actúan como redes delictivas de grupos (aunque más estructuradas que sus homólogos centroamericanos), en diferentes lugares de la ciudad, comparten prácticas, identidades y rivalidades comunes.

Lo que hace que el fenómeno de Río sea aún más interesante para los criminólogos brasileños es la forma en que los medios de comunicación, la opinión pública e incluso los agentes del sistema de justicia penal trasplantan constantemente elementos de la estructura de Río al análisis de la violencia urbana colectiva en otras ciudades, y ven grandes grupos, organizaciones con fines de lucro y jerarquías donde no necesariamente existen. Lo que falta en este debate, que utiliza las facciones de Río como medida comparativa, es la comprensión de que la formación de estos grupos tiene características históricas muy específicas, como un sistema penitenciario extremadamente violento, la participación sistemática de la policía en prácticas de corrupción y la popularización de la cocaína en la ciudad durante la década de 1980 ochenta (Leeds, 1998; Misse, 1999). Estos elementos actuaron conjuntamente y crearon un escenario que llevó a los grupos delictivos de Río a su unificación en tres grandes facciones, el dominio armado sobre el territorio y la especialización en el tráfico de drogas y, recientemente, el robo de cargamentos.

No obstante, a pesar del énfasis que se da a los grupos de Río en las imágenes populares, esta configuración es muy diferente de la que adoptan los jóvenes que participan en actividades violentas en la mayoría de las ciudades brasileñas. Al estudiar las fiestas de funk en Fortaleza, en la región nordeste de Brasil, Diógenes (1998) encontró grupos llamados galeras, constituidos por docenas de jóvenes “formalmente” desorganizados que se reunían en eventos culturales relacionados con el hip-hop, el funk y el tagging o grafiti. La actividad delictiva y los encuentros violentos con grupos de tipo similar eran frecuentes en lo cotidiano, pero no en su objetivo principal. Tales grupos actuaban más como grupos sociales en zonas pobres que con orientación al lucro o a la actividad criminal estrictamente violenta.

Estas galeras se estructuran principalmente como grupos socializadores, formados de manera espontánea y orgánica, sin líderes formales ni jerarquías bien definidas, aunque comparten con las bandas la característica del dominio territorial. Los miembros practican diversas actividades delictivas, no todas violentas, aunque la violencia se considera central por su dimensión simbólica. Según Diógenes, su objetivo es crear impacto a través del “teatro” de la violencia, un elemento ritual importante en los enfrentamientos con rivales, que nos parecen similares a lo que Rodgers (2006) llama “actuaciones con guión” en el proceso de intensificación de las guerras de pandillas nicaragüenses.

La descripción de Diógenes, en la que estos grupos que socializan se caracterizan por una fuerte identidad colectiva, pero carecen de una estructura jerárquica bien definida y de objetivos económicos claros, también se ha encontrado en investigaciones sobre grupos de jóvenes en el Distrito Federal realizados por Abramovay; Cunha; Calaf et al. (2010) y Andrade (2007). Los intereses, objetivos y motivaciones de los grupos estudiados en el Distrito Federal, así como sus prácticas delictivas son difusos y variados, pero los conflictos y rivalidades territoriales, presentes en el día a día, ponen de manifiesto el uso de la violencia contra el rival como medio para resaltar la identidad del grupo y defender su dominio espacial. Estos grupos, en su mayoría involucrados en el grafiti y el tagging, tienen cientos de miembros, poseen claras posiciones de liderazgo general, ocupadas por miembros fundadores o más antiguos de las pandillas que delegan tareas en miembros destacados de los grupos en sus barrios de origen. De esta manera, una pandilla puede tener cientos de miembros divididos entre varias zonas, o incluso dispersos en ciudades cercanas a Brasilia, capital del Distrito Federal, que adoptan el mismo nombre y las mismas etiquetas distintivas.

Este breve examen de los tres contextos de las pandillas en Brasil destaca algunos de los principales puntos de debate en la conceptualización de las pandillas y su estructura, especialmente en lo que se refiere a:

  1. organización formal y posiciones jerárquicas bien definidas, como las que se encuentran en Río de Janeiro, y en cierta medida en el Distrito Federal, pero que no existen en las galeras de Fortaleza;

  2. tamaño del grupo en número de miembros y tamaño del territorio en el que operan, de nuevo con las facciones de Río de Janeiro en un extremo del espectro, seguidas por las pandillas grandes del Distrito Federal, y

  3. objetivos definidos y una orientación racional hacia el lucro, donde nuevamente los grupos de Río de Janeiro se encuentran en un extremo, mientras que las galeras de Fortaleza y las pandillas del Distrito Federal están en el extremo opuesto.

Aunque es posible cierta aproximación a las pandillas de Centroamérica y EUA presentadas en la literatura, hay especificidades y características únicas del fenómeno en Brasil que quedan fuera de estos modelos. Los comandos de Río son similares en tamaño y longevidad a las pandillas tradicionales descritas por Klein (1971). Sin embargo, a diferencia de las pandillas tradicionales, estos grupos están claramente especializados en la práctica del tráfico de drogas callejero y son extremadamente territoriales, algo que impone a estos grupos una relación de expansión constante de su territorio, la principal forma de aumentar sus ganancias, traducida en conflictos armados por la ocupación de barrios pobres enteros de la ciudad. De esta manera, las facciones de Río se parecen más al modelo de las maras de El Salvador, Honduras y Guatemala, que actúan como grupos locales articulados en torno a una misma identidad y elementos simbólicos.

Por otra parte, las pandillas del Distrito Federal, con sus centenares de miembros y su funcionamiento en varios barrios, parecen las más cercanas a lo que Klein llama el “modelo clásico” de las pandillas tradicionales, o incluso las pandillas neotradicionales, mientras que las galeras de Fortaleza, con sus andanzas entre las fiestas de la ciudad y su estructura amorfa, se asemejan a lo que Klein clasifica como pandillas colectivas. Sin embargo, se diferencian de esta definición clásica por su relación con prácticas culturales como el hip-hop y el funk, y por la forma en que éstas afectan su estructura y sus relaciones con otros grupos similares.

Es evidente que las diferentes configuraciones de estas tres ciudades brasileñas, algunas de las cuales están separadas por más de 2 000 kilómetros, produjeron fenómenos de pandillas muy distintos. El crecimiento del mercado de cocaína entre la clase media y alta de Río de Janeiro en los años de 1970 y 1980 y su alta rentabilidad (Misse, 1999) tuvieron un efecto drástico en los grupos delictivos, que llegaron a organizarse en torno a la venta de esta droga y, en consecuencia, a establecer rutas internacionales con control territorial de las favelas de Río. En el contexto del Distrito Federal y Fortaleza surgieron grupos de jóvenes que, aunque estaban involucrados en prácticas violentas, se organizaron mucho más en torno a lazos de afecto, solidaridad y prácticas de una identidad común, en detrimento de una búsqueda estricta de lucro y del aumento de las ganancias materiales.

También es importante destacar los cambios en las configuraciones de los grupos delictivos brasileños en la última década, que se han producido principalmente con el surgimiento y el crecimiento del Primeiro Comando da Capital (PCC)3, una facción del estado de São Paulo que, desde 2016, compite a nivel nacional con el Comando Vermelho (CV) por el control de las rutas internacionales de drogas y armas en una parte importante de las fronteras brasileñas. Este enfrentamiento reciente entre las dos principales facciones delictivas nacionales tuvo efectos profundos en los barrios pobres de las ciudades alejadas de Río de Janeiro y São Paulo, como se ha descrito en el caso de Fortaleza, importante puerto marítimo para el flujo de drogas hacia Europa. En Fortaleza, desde 2016 las bandas y galeras locales se han afiliado cada vez más al CV o al PCC, actuando como apoyo armado en una especie de “guerra indirecta” entre estos grupos por el control de las afueras de la ciudad y de las rutas de tráfico internacional (Feltran, 2018; Manso, & Dias, 2018). Aunque estos cambios recientes en el contexto de la dinámica de los grupos delictivos en el noreste del Brasil no son el tema de este artículo (y sus implicaciones aún no se comprenden plenamente), es importante destacar los efectos de la expansión nacional de las facciones del sureste del país (CV y PCC) en la aparición de nuevas dinámicas delictivas y configuraciones de pandillas en otros estados brasileños.

Pandillas de Santa Lucía

El fenómeno de las pandillas en Belo Horizonte, capital del estado de Minas Gerais, es aún más disperso y desorganizado que en los contextos antes mencionados, aunque no menos letal. A diferencia de la configuración en Río de Janeiro o en el Distrito Federal, en Belo Horizonte la mayoría de las pandillas son muy pequeñas: hasta 15 miembros en una distribución territorial extremadamente fragmentada, donde es común que haya múltiples pandillas en el mismo barrio con rivalidades violentas entre ellas (Rocha, 2012; Zilli, 2004 y 2011). Las pandillas estudiadas en este artículo, en el barrio de Santa Lucía de la región centro-sur de la ciudad, se ajustan a este modelo.

La favela de Santa Lucía está situada en las afueras de una de las zonas más ricas de la ciudad de Belo Horizonte, resultado de ocupaciones irregulares que se remontan a la década de 1950. Según datos oficiales, Santa Lucía tiene alrededor de 15 mil habitantes, pero los líderes de la comunidad citan frecuentemente hasta 25 mil residentes en las viviendas amontonadas en sus calles y callejones. El barrio era considerado uno de los más violentos de la ciudad, principalmente por su elevada tasa de homicidios, motivo por el que fue seleccionado para la implementación de un centro del Programa de Control de Homicidios ¡Permanezca Vivo! Los autores establecieron lazos con varios miembros de las pandillas locales durante el periodo en que participaron profesionalmente en el programa (entre 2008 y 2011); en el año de recolección de datos (2012) se consideró que un total de diez pandillas estaban activas en el vecindario, aunque históricamente el número llegó a 14. Cabe señalar que Santa Lucía es un barrio relativamente pequeño, y el territorio de estas bandas suele estar compuesto por una calle y los callejones que la atraviesan.

Tamaño y composición de los grupos

Las diez bandas activas en el barrio de Santa Lucía participaron frecuentemente en rivalidades y ataques a rivales en 2012, periodo en que se recogieron los datos. La mayoría de estos grupos contaba con entre ocho y 12 miembros, aunque es difícil identificar el número exacto, dado que estas bandas estaban formadas por un núcleo central, que incluía a los individuos completamente insertados en la pandilla e identificados con sus alianzas y rivalidades, y diversos miembros alrededor de este núcleo involucrados con el grupo y sus actividades, pero que no eran fundamentales en su organización ni en sus relaciones con otros grupos.

Las pandillas en Santa Lucía (y en Belo Horizonte en general) pueden considerarse diminutas si se comparan con las gigantescas estructuras de las maras, las llamadas superpandillas en EUA, que funcionan bajo un tipo de sistema de franquicia en el que cientos de grupos locales están afiliados a estructuras más grandes que llegan a tener miles de miembros (Klein, y Maxson, 2006; Sánchez-Jankowski, 1991), las pandillas de tagging del Distrito Federal (Andrade, 2007; Abramovay et al., 2010) o los comandos en Río de Janeiro. Esta configuración de múltiples grupos con una cantidad reducida de miembros genera un efecto multiplicador de rivalidades y enfrentamientos violentos entre grupos que se posiciona como uno de los principales factores de la alta incidencia de homicidios en Belo Horizonte (Zilli, 2011). Una vez más, la configuración de las pandillas en Belo Horizonte se aproxima al modelo de las pandillas nicaragüenses, con entre 20 y 25 miembros, en su mayoría adolescentes y adultos jóvenes de sexo masculino (Rodgers, 2006; Rodgers, y Muggah, 2009).

Procesos de afiliación y entrada

Más allá del tamaño reducido de estos grupos, otra distinción entre las pandillas de Santa Lucía, otros grupos de la literatura sobre pandillas de Centroamérica y EUA, así como pandillas de otros lugares de Brasil, es la ausencia de un ritual de entrada. Como se ha mencionado, la literatura al respecto indica que es común que la entrada de nuevos miembros esté marcada por algún ritual, que a menudo implica que el inducido sea atacado por otros miembros del grupo (Moore; Vigil, y García, 1983; Decker, 1996; Rodgers, 2007). En algunas pandillas brasileñas también se encuentran rituales de este tipo. Abramovay et al. (2010) describe obligaciones y pruebas que los miembros de las bandas del Distrito Federal imponen a los inducidos, que suelen implicar el pago de “peajes” en forma de bebidas alcohólicas, ropa o zapatos de diseñador, así como agresiones físicas en las que el novato es atacado por varios miembros de la pandilla como medio para poner a prueba su valor, resistencia y entrega al grupo. Esta lógica de un momento de transición en que el joven pasa a formar parte de la pandilla y adopta su nombre, sus códigos y sus valores, que está presente en una parte considerable de las investigaciones sociológicas sobre estos grupos, no se halla en los grupos de Santa Lucía ni en las investigaciones de otras pandillas en Belo Horizonte (como Zilli, 2004 y 2011; Da Cruz, 2010). Por el contrario, la entrada en estos grupos es un proceso cotidiano eventual, o como preferimos categorizarlo, orgánico. Esta pauta de adhesión eventual permite que las posibilidades de asociación y participación en la pandilla sean más amplias que una simple categorización binaria de miembro/no miembro.

Por tanto, buscamos la identificación de un término nativo durante las entrevistas y el trabajo de campo con el que pudiéramos designar claramente a los miembros de la pandilla. Este intento fue descartado después de una conversación con los miembros, en la que preguntamos si uno de los jóvenes vinculados al grupo que había sido arrestado recientemente era de la pandilla o no. Lo que siguió fue una discusión en la que uno dijo que sí, y otro argumentó lo siguiente: “Es sólo un admirador; cuando las cosas se ponían feas, nos abandonaba”. Por la falta de una definición clara de la pertenencia entre los propios miembros -lo que demuestra el carácter desarticulado e informal de estos grupos-, optamos por clasificarlos en dos categorías principales: los primeros son miembros centrales, aquellos directamente involucrados en conflictos rivales violentos, que se insertan e identifican plenamente con la pandilla y asumen las consecuencias de sus guerras y alianzas. La segunda categoría son los miembros periféricos, jóvenes que mantienen relaciones cotidianas con el resto de la banda y comparten con ella no sólo el mismo espacio físico, sino también algunas de sus definiciones, prácticas, justificaciones y valores. Estos miembros periféricos no se vinculan a las relaciones violentas con las pandillas rivales. Los jóvenes de ambas categorías son miembros de pandillas, pero la forma en que cada uno interactúa con las relaciones de rivalidad de la pandilla determina si ocupa un lugar central o periférico en ella.

Debido a la dificultad que incluso los miembros tienen para definir la pertenencia o para localizar el momento exacto de su propia adhesión, junto con todas las características del grupo descritas hasta ahora, no hemos tratado de identificar un evento específico de inclusión en la pandilla, sino de operar con la premisa de una entrada gradual u orgánica en la que la inclusión no se basa en eventos o fechas específicas, sino en un proceso mediante el cual el joven que aspira a ser miembro y los miembros establecidos del grupo mantienen relaciones sociales que se interpretan desde el punto de vista de una posible entrada en la pandilla en un futuro próximo, y que pueden culminar en la participación o no del joven en ella.

El proceso orgánico de ingreso a estas pandillas generalmente inicia durante la niñez, al punto que mientras los niños juegan en las calles del barrio y siguen los movimientos de la pandilla en este territorio compartido, llegan a familiarizarse con sus miembros, prácticas e historias. A partir de entonces, algunos estrecharán sus lazos con el grupo, lo que puede suceder por relaciones familiares con uno o más miembros, ausencia continua de supervisión de los adultos, abandono de la escuela y actividades recreativas o sociales con los miembros. Éstas no son las únicas razones, y tampoco son mutuamente excluyentes, pero se corresponden con los elementos más comunes encontrados entre niños y jóvenes muy identificados con las pandillas estudiadas en Santa Lucía. Sin embargo, lo fundamental no es el contacto con los miembros, porque todos los residentes del territorio en que opera la pandilla tienen relaciones con ellos de alguna manera, sino que la relación en algún momento se convierte en elemento central de la socialización de algunos de esos jóvenes.

Si bien la mayoría de los adolescentes de los territorios adoptados por las pandillas tiene contacto frecuente con los miembros de las pandillas y sus actividades, para algunos este contacto será más constante y significativo. Al acercarse a la pandilla, la tendencia es que los jóvenes pasen cada vez más tiempo con sus miembros, aunque inicialmente sólo lo pasen en los mismos lugares que ellos. Un determinado joven aún no forma parte del grupo, pero a medida que su admiración por éste aumenta, mayor es su voluntad de ser reconocido por los miembros de la pandilla, y es probable que empiece a insertarse en la vida cotidiana del grupo de varias maneras. Es común en estos vecindarios que los niños adviertan de la llegada de coches de policía o hagan pequeñas tareas en establecimientos comerciales locales para los miembros de las pandillas, como comprar comida, bebidas o cigarrillos, y eventualmente obtengan a cambio pequeñas cantidades de dinero en efectivo o cumplidos de los miembros. No es raro que los niños y adolescentes escuchen historias de pandilleros sobre ataques a pandillas rivales y conflictos con la policía y las transmitan a otros, generalmente tomando el papel de protagonistas en su narración. Ya no es una narración sobre el conflicto de una pandilla con otra, sino el conflicto de nuestra pandilla con sus rivales.

Por lo tanto, con base en las observaciones realizadas y los relatos de los miembros de las pandillas, desarrollamos un modelo procesal de ingreso y pertenencia a una pandilla, que comienza con las relaciones cotidianas que todos los residentes de un barrio comparten con la pandilla local, y posiblemente culmina con la participación como miembro central del grupo, cuando la asociación con la pandilla se convierte en uno de los elementos fundamentales para el individuo y su identidad pública.

En una primera etapa, el joven residente del mismo territorio, también ocupado por una pandilla en el barrio de Santa Lucía, tiene contacto con sus códigos, sus valores y sus prácticas y las justificaciones de sus acciones, al igual que el resto de los residentes de esa localidad. El joven puede asistir a la misma escuela o pasar mucho tiempo con sus hermanos y primos pandilleros; no es raro que tenga lazos familiares con uno o más miembros del grupo. Es probable que, con el tiempo, frecuente asados y celebraciones en la calle donde los miembros de la pandilla también están presentes, y participe en alguna actividad local bajo la supervisión de éstos, como partidos de futbol callejero, jugar a las cartas o volar cometas.

Asimismo, es probable que en algún momento presencie las prácticas ilegales del grupo, como el tráfico de drogas y los asaltos, y que escuche sus historias sobre enfrentamientos con pandillas rivales. Con frecuencia es testigo de los conflictos armados que se producen. Es importante señalar que estas actividades son relativamente rutinarias para los habitantes de esos territorios, y los niños y jóvenes que pueden formar parte del grupo no son una excepción. A medida que el joven crece, es posible que estas relaciones con la pandilla y sus miembros se mantengan estables, y aunque puede seguir siendo amigo de los individuos que se han asociado a la pandilla, sus valores, prácticas y justificaciones, es decir, el modo de vida adoptado por sus miembros, no tiene gran atracción e influencia sobre él. Esta primera etapa la comparten casi todos los jóvenes locales y representa una vinculación con los miembros de las pandillas y sus actividades, aunque principalmente sustentada por la lógica de pertenencia a un mismo territorio y las relaciones de vecindad.

También es posible, sin embargo, conforme crezca, normalmente entre los 12 y 15 años, este joven se acerque aún más al grupo, fortaleciendo los lazos con sus miembros, pasando más tiempo con ellos, escuchando historias sobre el grupo y sus actos, y entrando, en efecto, en la segunda etapa de implicación con la pandilla. Es común, entonces, que al joven se le relacione estrechamente con la pandilla, tanto por la policía como por su familia y los grupos rivales, justamente porque pasa largos ratos con otros miembros en las esquinas de las calles. Ésta sería la segunda fase, en la que el joven se identifica con el grupo, comparte algunos de sus entornos y valores, y eventualmente participa de manera periférica en algunas actividades como el robo, el hurto y el tráfico de drogas. Una de las características de esta etapa de participación, en la que el individuo se identifica con la pandilla, pero aún no ha tenido un papel activo en las guerras con grupos rivales, es la posibilidad de circulación, en especial en las afueras del territorio de la pandilla. El adolescente puede seguir asistiendo a la escuela y participar en otras actividades, pero también usar la posibilidad de movimiento para cometer robos y asaltos en la región, cuyos productos suelen negociarse con los pandilleros mayores. Uno de los jóvenes entrevistados, China, de 15 años, describe cómo se dio su participación en la pandilla de la calle Nueve antes de que se involucrara en sus relaciones de rivalidad, y cómo comenzó a dar el siguiente paso de la participación con la pandilla:

Iba a la escuela nocturna, junto con Kesley, y después de clase, como todos los días a las diez, salíamos de la escuela y hacíamos “trabajos”, como robar un celular allí en la avenida y cosas así. Luego se lo vendíamos a Kico [el líder de la pandilla] aquí en la calle. Pero después de un tiempo los tipos [de las bandas rivales] empezaron a perseguirnos, sólo porque éramos de aquí, se pusieron celosos, así que conseguí un arma, no me iban a atrapar desprevenido, no podía estar desarmado, y los tipos todos cuadrados [armados].

Como indican las palabras de China, el paso a la tercera y última etapa de participación en la pandilla consiste en involucrarse en relaciones de rivalidad con otros grupos del mismo territorio del barrio, o como lo llaman los miembros, “su entrada a las guerras”. En este momento participa en conflictos armados en los que amenaza con matar o morir en nombre de la pandilla y su vinculación con el grupo es total. La posesión de armas de fuego se convierte en necesidad, tanto para defenderse de grupos rivales en una posición similar como para atacarlos. Su posibilidad de circulación se reduce enormemente, ya que cualquier excursión fuera del territorio de la pandilla supone el riesgo de un encuentro violento con los rivales. Así, la asociación de los jóvenes con el territorio se hace profunda. En sus propias palabras: “están atrapados allí”, varados en sus propias calles y callejones que conforman el territorio de la banda.

Precisamente debido a este riesgo de circulación, el joven miembro se retira de cualquier otra relación recurrente con grupos y actividades fuera del territorio de la pandilla. Abandonan la escuela, el trabajo, las amistades y su participación casi religiosa en los partidos de futbol en el parque local de Santa Lucía, y las posibilidades de movimiento territorial las dictan las relaciones que mantenga el pandillero.

Al comparar el proceso orgánico de entrada encontrado en las pandillas estudiadas en Belo Horizonte con la literatura sobre Centroamérica y EUA, e incluso otras ciudades brasileñas, podemos decir que la primera etapa descrita, la aproximación a la pandilla y sus miembros, se produce en todos estos contextos de manera uniforme debido a las relaciones de vecindad y la coexistencia con la pandilla local y sus miembros. La diferencia entre las pandillas estudiadas aquí con las retratadas en otros contextos se produce en lo que llamamos la segunda etapa, con la participación irregular y dispersa en las actividades delictivas de la pandilla, que puede intensificarse y tener un efecto de mayor identificación con la pandilla local o disminuir en ciertos momentos debido a los vínculos con otros grupos comunitarios, laborales, etc. En la visión clásica de la entrada en la pandilla a través de un ritual de iniciación, los grupos son menos permeables a esta posible participación, y no se puede aceptar la posición de un miembro que no participa plenamente en las actividades del grupo.

Territorialidad y estructura

La relación entre pertenecer a la banda y vivir en su territorio es crucial para que alguien se convierta en miembro de las pandillas de Santa Lucía. Estos grupos sólo tienen miembros que viven en la calle que da nombre a la pandilla o en los alrededores, y por lo general tienen entre 15 y 29 años. Los miembros más antiguos mantienen una posición de liderazgo, aunque informal, sobre los más nuevos. También son comunes las relaciones familiares en una composición que incluye hermanos, primos y parientes políticos, puede explicarse por la fuerte vinculación del grupo y sus miembros con el territorio: todos nacieron y se criaron en ese mismo entorno y, en cierta medida, participan juntos en relaciones de rivalidad con otros grupos locales que, a menudo, existían antes de que se unieran a la banda.

En cuanto a las prácticas delictivas, aunque la mayoría de estos grupos están vinculados al narcotráfico, también hay una diversificación en las actividades, como robos y asaltos. La expansión de su territorio -y por lo tanto de los puntos estratégicos y la venta de drogas, que aparece como factor central en los conflictos entre facciones en Río de Janeiro— no es la principal justificación de los enfrentamientos entre las pandillas de Belo Horizonte. En cambio, estos grupos están anclados en sus territorios y amplían sus zonas de operación mediante alianzas con otras pandillas, no mediante el dominio armado de estos territorios.

El tamaño extremadamente pequeño de las pandillas de la favela de Santa Lucía es en sí mismo una indicación de su muy bajo nivel de organización. Las estructuras más grandes, como los comandos de Río de Janeiro o las maras salvadoreñas, sólo pueden actuar de manera efectiva si tienen una jerarquía al menos mínimamente definida. Los grupos más pequeños, formados sin el propósito exclusivo de cometer delitos, tienden a establecer una estructura más flexible sin trabajos ni funciones bien definidos, lo cual ha sido confirmado en estudios anteriores con pandillas en Belo Horizonte (Zilli, 2011; Rocha, 2015), que apuntan a la muy mala organización de estos pequeños grupos con 20 o incluso menos miembros.

Otro elemento que permite evaluar el nivel de organización de las pandillas estudiadas es el liderazgo, especialmente la claridad con que se ocupa este rol y los criterios para hacerlo. En estas pandillas, un miembro mayor del grupo ocupa el papel de líder en una lógica opuesta presentada por Sánchez-Jankowski (1991) para los grupos altamente jerárquicos en los que el líder suele ser el que tiene mayor capacidad para conducir las acciones y los ingresos del grupo, como una especie de director o coordinador de las acciones colectivas. Entre las pandillas estudiadas, los líderes o jefes no son los más capaces o dispuestos a hacer uso de la fuerza física y la violencia para imponer su voluntad, sino los que pertenecen a generaciones anteriores y han acumulado una larga historia dentro de esos grupos; por lo tanto, la mayoría de sus miembros consideran que las pandillas están formadas principalmente por lazos de amistad y relaciones familiares, más que como una organización dedicada a actividades delictivas.

Las generaciones dentro de la pandilla también han sido un elemento constante en los relatos de los miembros, en una línea de tiempo en cuanto a qué grupo adoptó el nombre de la pandilla durante cierto periodo. Lo que caracterizará principalmente la adjudicación de un miembro en cierta generación es el momento en que se involucró en las actividades y rivalidades del grupo, como señala Ramón, en ese momento de 29 años, líder de una de las pandillas:

Yo era de la primera generación, empecé a principios de los noventa, más o menos. De esa gente casi no queda nadie, el resto murió o se fue del barrio para salvarse... Hay algunos que se casaron y decidieron mantenerse tranquilos, así que para estar en paz con la señora tuvieron que irse, ¿sabes? Luego hubo una segunda generación, con tipos como Tiaguim, Ronaldo, Carlos, estos que conocías [en 2008] tenían unos 14, 15 años; estaban empezando a involucrarse. Ahora tenemos a estos chicos aquí, todos jóvenes, de 13, 14, que están dispuestos y se unen a nosotros.

Las generaciones son un elemento importante para entender la organización y las relaciones sociales dentro de estas pandillas. En varias ocasiones durante el trabajo de campo, los miembros más jóvenes nos dijeron que sería interesante si pudiéramos entrevistar a “los miembros más viejos” o a la “primera generación”, porque dijeron que estos tipos tenían “más historias que contar”. Cuando preguntamos qué tipo de historias serían, los más jóvenes dijeron que a menudo eran historias sobre el comienzo de las guerras en el barrio y cómo surgieron algunas de las rivalidades. Son los miembros más antiguos los que experimentaron el inicio de algunas de estas rivalidades y, en cierta medida, los que mantienen la relevancia de las justificaciones de estas rivalidades ante el grupo. Ellos presentan estas historias y las repiten para los más jóvenes, así como las historias sobre los miembros muertos, los ataques exitosos contra los rivales y todo un marco de relatos que insertan a los miembros de las generaciones posteriores en una larga cadena de conflictos heredados de los miembros de generaciones anteriores. El líder de la pandilla, que suele pertenecer a las primeras generaciones, es el que tiene el mayor poder sobre la dirección del grupo y sus relaciones con otras pandillas del mismo territorio, y el que domina la tradición y la historia del grupo.

Las guerras como forma de relación

Las “guerras” entre las pandillas de Belo Horizonte pueden caracterizarse como relaciones a largo plazo de rivalidad violenta, en las que las partes buscan mutuamente la eliminación del otro basándose en justificaciones morales. Estos procesos son duraderos, ya que una guerra entre dos o más grupos persiste no sólo por un momento o un tiroteo. Incluso después de la eventual eliminación del rival, es probable que se inicie un proceso de venganza y que, finalmente, la guerra sea asumida por un compañero o un familiar del fallecido. Las agresiones constitutivas de tales rivalidades se mantienen en procesos cíclicos, ataques y represalias, por la reciprocidad entre grupos, y se sostienen durante años o incluso décadas.

Estos procesos tuvieron un comienzo: una disputa que llevó al asesinato y comenzó la fase de agresión mutua. Al escuchar a los diferentes miembros de estas pandillas hablar del principio de las guerras entre los grupos, se encontraron versiones distintas y fragmentadas, casi todas con peleas que podrían considerarse triviales, pero que eran suficientes para motivar ataques, asesinatos y el establecimiento de relaciones de conflicto con otros grupos. En Santa Lucía, las guerras persistieron durante periodos a menudo más prolongados que la vida de sus participantes iniciales, no debido a una causa fundamental extremadamente fuerte, sino como un principio poderoso capaz de movilizar no sólo a la generación que presenció el conflicto inicial, sino también a los futuros miembros para que arriesguen sus vidas en el conflicto. La historia belicosa de Santa Lucía se perpetúa por la estructura de los grupos, la forma en que el conflicto que involucra a uno de los miembros es adoptado por el grupo entero, como una muerte o agresión que a menudo arrastra a otros participantes. Los conflictos individuales se convierten rápidamente en conflictos grupales a medida que los involucrados acceden a sus redes de aliados y socios, y después de los primeros ataques y asesinatos entre grupos se pone en marcha la rueda de la venganza y la represalia que se convierte en un proceso grupal.

En este proceso, dos características valoradas como positivas por los miembros son la disposición a “correr atrás”, es decir, a responder a una agresión sufrida por un miembro o el grupo, y la llamada “consideración” de los miembros, noción que se aproxima al respeto, pero que tiene elementos de reciprocidad y solidaridad en el reparto de los bienes y de las ventajas adquiridas.

Estos valores tienen una especie de efecto doble: por un lado, definen la posición del grupo en la guerra, por la necesidad de responder a los ataques y a las agresiones de los rivales, y por otro, crean una cohesión en la propia pandilla, asegurando que se puede confiar en los demás miembros, y que incluso después de la muerte el grupo seguirá siendo leal y buscará venganza contra los asesinos de su pandillero. Pedro, de 19 años, miembro central de la pandilla Campos, describe este proceso que une la agresión recíproca y la solidaridad:

El problema es que esto nunca acaba, las guerras se heredan y por eso nunca terminan. El año pasado estaba en la calle, justo ahí cerca de la cabina telefónica, y de repente un tipo que estaba más arriba en la colina salió de la nada disparándome, ¡realmente disparando! Pero él estaba lejos, así que corrí aquí dentro del bar, y el tipo vino tras de mí disparando, ¡disparó contra todo el bar! Se quedó sin balas y salió corriendo. Tampoco tenía mi arma, así que no fui tras él en ese momento. ¡Disparó 16 balas y no le dio a nada! Hasta ese día no estaba en guerra con el tipo. Su guerra era con Dudu, que murió hace unos meses; usted lo conocía, ¿verdad? Así que, como sabía que yo era amigo de Dudu, no quería desperdiciar el viaje. No estaba en guerra con el tipo, pero después de eso, ¿qué iba a hacer? Tenía que ir tras él, ¿verdad? Si lo encuentro, se acabó, no lo voy a olvidar... ¿entiende? Esto es lo que causa las guerras, pasan de uno a otro; los amigos asumen las guerras. Si soy tu amigo, y alguien te hace daño, tengo que hacerle daño a él también, ¿verdad?

Esta reciprocidad de la agresión se expresa entre los miembros de las pandillas a través de la importancia de la postura de correr atrás, la actitud de demostrar que todas las agresiones, amenazas u ofensas tendrán una respuesta igual o mayor. Por lo tanto, el acto de contraatacar a un asalto se considera al mismo tiempo una forma de rescatar la fachada compartida por la banda y un medio de reforzar la solidaridad y la pertenencia al grupo. La historia contada por Felipe, un miembro de 17 años de la pandilla de la calle Nueve, muestra esta dinámica en funcionamiento con un asesinato y un intento de asesinato que reciben como respuesta el doble homicidio de miembros de la pandilla rival:

Entonces, Joca murió y, un mes después, mi hermano salió de la cárcel, ¿verdad? Y eran como compañeros, en realidad. Mi hermano estaba tranquilo, acababa de salir, se estaba divirtiendo, ¿sabes? Luego vinieron los tipos, vino un menor, y el hijo de un idiota disparó una tonelada de balas aquí abajo. Mira la puerta de la tienda y puedes ver que está toda llena de disparos. Así que una bala le dio a la camisa de mi hermano, sólo la rozó... Tiagão ya había recibido una bala hace tiempo y estaba nervioso, queriendo vengarse, ¿cierto? Así que él y mi hermano fueron tras él, subieron la colina y agarraron al tipo en medio de la calle Chaves y le metieron una bala en la cabeza. Luego vinieron y rodearon a otro tipo que los buscaba y lo mataron abajo. Acabaron con los dos el mismo día. Es una locura, ¿verdad? Estábamos en la parte baja, y ellos vinieron aquí tras nosotros. Como ves, subimos con los dos.

La actitud de reciprocidad en respuesta a la agresión sufrida por el grupo busca no sólo contraatacar e igualar el número de estos abusos y muertes en ambos lados del conflicto, sino también que el último asalto sea causado por el propio grupo, no por el rival. Existe, pues, una desigualdad constante en esta relación dinámica, en la que un grupo está siempre corriendo atrás, buscando un contragolpe, especialmente si se considera que la parte agraviada es la víctima del último asalto. Ésta es una justificación moral poderosa entre los miembros de la pandilla para mantener en marcha la guerra: la posición de haber sido ofendido o agredido por un grupo rival desencadena posturas de “correr atrás” y “consideración” con los socios, reforzando así sus compromisos internos de solidaridad, cohesión y valor, voluntad y respeto a los demás. De esta manera, un grupo siempre se sentirá desacreditado y agraviado como resultado de una agresión recientemente sufrida. Se trata de una interacción dinámica que se basa mucho más en las declaraciones y acciones posteriores de estos jóvenes que en las motivaciones iniciales de las guerras.

Como resultado, una de las bases para sostener las relaciones de rivalidad violenta entre las pandillas es la justificación moral dentro de cada grupo. Así, cada pandilla atribuye varias características negativas a sus rivales y, al mismo tiempo, enfatiza la rectitud moral de su propia pandilla. Uno de los puntos de análisis más interesantes de las justificaciones presentadas por las pandillas para la guerra con los rivales es que no son similares, sino idénticas, y se utilizan en las narrativas de todos los grupos al referirse a lo que motiva los intentos de exterminio de sus oponentes. Las narraciones recurrentes de los pandilleros refuerzan la noción de que, para los encuestados, las guerras no se libran entre iguales, sino contra “ladrones” que son “celosos” y cometen muchos actos de “cobardía”. En cuanto a los miembros del propio grupo, se les describe como “hombres honrados”, capaces de confesar sus errores y reconocer las reglas y cuando se les falta al respeto. Esto es evidente en las palabras de Saulo, un miembro de 15 años de la pandilla de la calle Campos, al comparar la visión de su grupo, una pandilla aliada y una rival:

Investigador: ¿Y cómo es tu relación con los chicos de la [calle] São Cristovão?

Saulo: Todos somos amigos, realmente compañeros, a veces hacen una parrillada y nos invitan, luego hacemos un baile y los invitamos también... Son relajados, no se meten con nadie, no como los tipos de la [calle] Nueve, que vienen aquí a crear problemas, sólo saben de matar, sólo hablan de matar.

Investigador: ¿Pero ustedes no bajan también a la Nueve a disparar a veces?

Saulo: Sí, vamos, pero tiene que ver que sólo vamos cuando ellos han venido aquí primero. Queremos estar tranquilos, divertirnos allí en el bar, quien quiera poner las cosas [drogas] para vender en la calle, puede ponerlas, no es un problema porque no nos gusta pelear, este asunto de matar, disparar... Pero esos tipos de la Nueve vienen aquí, disparan muchas balas, no les importa si hay niños en la calle, si un residente está llegando a su casa del trabajo… y eso no podemos aceptarlo, es demasiada falta de respeto. Entonces, vamos tras ellos para que vean que no pueden actuar de esta manera. Pero si dependiera de nosotros, nos mantendríamos tranquilos, no habría esta guerra.

Los miembros de la pandilla aliada son descritos con los mismos atributos que el encuestado asocia con su propio grupo, especialmente que son tranquilos y no se meten con nadie sin razón. Sin embargo, los rivales de la pandilla de la calle Nueve son descritos como individuos que sólo “piensan en matar”, que no toman en cuenta la presencia de niños y residentes en la calle durante sus ataques y que son “de gatillo fácil” y “sueltos”. Según Saulo, este comportamiento de los rivales no puede ser aceptado, lo que explica por qué el pandillero entrevistado optó por la venganza para “demostrar que no pueden hacerlo, no es correcto”.

En esta narrativa, sostenida por ambos grupos, están en lo correcto según su propia lógica, y están en guerra con rivales que no respetan los mismos valores. Estas justificaciones son el resultado de una lectura de las relaciones de rivalidad desde la perspectiva del propio grupo, en la que la guerra se cuenta a través del discurso de las pandillas, donde no sólo son los protagonistas, sino también personas con una moralidad superior con la que se comparan todos los demás participantes en las guerras. La facilidad con la que las pandillas califican a los rivales como equivocados, sueltos, celosos o cobardes es lo opuesto a entender que, en realidad, tienen un punto de vista similar, aunque en la dirección opuesta.

La producción de este discurso, al seleccionar arbitrariamente ciertos episodios con los que construir una narración de superioridad moral del propio grupo, y al mismo tiempo poner de relieve los defectos de carácter de los rivales, es una constante entre las pandillas estudiadas y crea un terreno propicio para las justificaciones de las rivalidades y los asesinatos que de ellas se derivan. A través de esta narración de superioridad moral de su propia pandilla en relación con los rivales, los miembros se colocan en una posición de injusticia en la que, aunque tenían razón, fueron víctimas de la conducta y los valores corruptos de los rivales. La única manera que los pandilleros de Santa Lucía consideran para poner fin a esta situación, dado el contexto en el que viven, es la represalia, “correr atrás”, la reciprocidad violenta a través de la cual se señalan los errores de conducta del enemigo y sus consecuencias potencialmente letales, así como reforzar la cohesión interna y la supuesta superioridad moral del propio grupo.

Las pandillas de Belo Horizonte son interesantes como caso comparativo por la forma en que se diferencian de otras manifestaciones del fenómeno en Brasil y, en cierta medida, son más similares en algunas características a las pandillas estudiadas en la literatura centroamericana. Respecto a la pertenencia y el ingreso de los miembros a las pandillas de Santa Lucía, el proceso de ingreso orgánico apunta a la centralidad de la forma de vida y la socialización de estos grupos, así como a su bajo nivel de organización, ya que es difícil incluso definir quiénes son realmente miembros de cada pandilla, y a cierto enturbiamiento de la división entre los jóvenes que habitan el territorio de una determinada pandilla y sus miembros y entre los miembros y los miembros activos.

Por último, las relaciones de rivalidad entre las pandillas en Santa Lucía no están guiadas por disputas sobre los puntos de venta de drogas u otros conflictos relacionados con el tráfico ilegal de drogas como en Río de Janeiro, pero tampoco están estructuradas sobre peleas relacionadas con el grafiti, como sucede con las pandillas del Distrito Federal, ni tienen que ver con la dinámica de las fiestas funk, como en Fortaleza. Como se ha mostrado, las rivalidades entre pandillas en Belo Horizonte son esenciales para su estructuración y renovación, y se producen motivadas por cuestiones relacionadas con la territorialidad, el mantenimiento de la identidad de grupo y la producción de un discurso moral sobre la inferioridad de los rivales. En este sentido, las pandillas de Santa Lucía se parecen más a las nicaragüenses y a las norteamericanas más pequeñas, en las que la territorialidad y la identidad del grupo parecen responder mucho más a la dinámica de los asesinatos y los enfrentamientos violentos entre pandillas que a las disputas derivadas del tráfico de drogas u otras motivaciones.

Conclusión

En este artículo se presenta brevemente la multiplicidad del fenómeno de las pandillas en cuatro contextos brasileños: Río de Janeiro, el Distrito Federal, Fortaleza y Belo Horizonte, cómo se diferencian y de qué manera se relacionan con la literatura centroamericana y norteamericana sobre pandillas. Este esfuerzo por comparar grupos entre las cuatro localidades estudiadas demostró que las pandillas y los grupos violentos de jóvenes de Belo Horizonte tienen diferencias significativas en cuanto a los procesos de ingreso de sus miembros, las estructuras organizacionales y dinámicas y los patrones de choques violentos con los rivales respecto a los que se encuentran en grupos de otras ciudades brasileñas.

En cuanto a la entrada de los miembros en las pandillas, encontramos un proceso gradual sin que haya un tiempo específico del ritual de iniciación que marque el ingreso del individuo. En las pandillas de Belo Horizonte, la incorporación al grupo se produce por la residencia en el territorio de la pandilla y la vinculación a largo plazo con sus miembros, así como por la implicación gradual en sus prácticas y relaciones de rivalidad. La ausencia de rituales de iniciación, o incluso de un consenso sobre cuántos y quiénes son miembros de las pandillas también indica el alto nivel de desorganización de esos grupos, que además difiere de gran parte de la literatura brasileña y general sobre las pandillas. Asimismo, las pandillas de Belo Horizonte, a diferencia de las de otros contextos presentados en este documento, son extremadamente pequeñas y tienen bajos niveles de especialización criminal (sobre todo se asemejan a las pandillas de Nicaragua y Costa Rica).

Sin embargo, es en lo que respecta a la centralidad y el funcionamiento de las rivalidades de las pandillas donde más se diferencian de otras, galeras o comandos brasileños. Los choques violentos y a menudo letales entre grupos no están motivados principalmente por el tráfico de drogas, la expansión del territorio ni la dinámica de los bailes de funk o el grafiti, como ocurre respectivamente en Río de Janeiro, Fortaleza y el Distrito Federal. En Belo Horizonte, las guerras organizan y estructuran todas las relaciones de los grupos y son una dinámica esencial para el proceso de pertenencia a la pandilla y su mantenimiento, ya que es a través de los enfrentamientos violentos con los rivales como se refuerza la solidaridad entre los integrantes, así como los valores de “correr atrás” y “consideración” para los miembros. Además, debido a la fragmentación de los barrios de Belo Horizonte en varias pandillas locales, la participación de los jóvenes en las rivalidades no sólo refuerza su compromiso con los demás miembros del grupo, sino que, al limitar su movilidad debido a las dimensiones de las guerras territoriales, también reduce sus opciones de actividades, sean delictivas o no.

A su vez, si la forma de violencia practicada por las pandillas en Belo Horizonte difiere ampliamente de la de los grupos que se encuentran en otras ciudades de Brasil, en esta importante característica los grupos son más parecidos a las pandillas más pequeñas referidas en la literatura centroamericana y norteamericana, es decir, en la centralidad de las rivalidades para las pandillas y su motivación. En el caso de las pandillas de Belo Horizonte, la dinámica de guerra de estos grupos es similar a la que se discute en la literatura internacional, y permite comparaciones del significado de la territorialidad, la identidad de grupo y la dinámica de la oposición violenta a los rivales en ambos contextos.

Nuestros resultados muestran que el reducido tamaño de las pandillas de Belo Horizonte, así como la profunda relación de éstas con sus territorios exiguos, permite la multiplicación y fragmentación de los conflictos entre grupos rivales dentro de un mismo barrio, y aumenta la posibilidad de encuentros con resultados letales. Por otro lado, en concordancia con la literatura general sobre pandillas, vemos claramente cómo las rivalidades, en el caso de las pandillas estudiadas, no sólo organizan la estructura y las actividades de estos grupos, sino que también son centrales para determinar la imagen y el significado de la pandilla para sus miembros.

En este sentido, esperamos que nuestra investigación contribuya al esfuerzo de identificar y comparar las principales características de las pandillas y los grupos violentos de jóvenes en diferentes contextos, y sugerimos que un mayor énfasis en el rol de las rivalidades en los estudios sobre pandillas, tanto en el contexto brasileño como en la literatura internacional, puede contribuir a análisis y explicaciones más sólidos sobre los procesos de ingreso, la estructura y la organización de las pandillas y proporcionar una clave para comprender cómo estos grupos perduran y se reproducen durante décadas.

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1Los autores desean reconocer las valiosas sugerencias recibidas en una versión preliminar de esta obra presentada en la sesión Estructuras de pandillas, rivalidades y cultura celebrada en la Reunión de la Sociedad Americana de Criminología (American Society of Criminology, ASC) en 2015, así como las enriquecedoras contribuciones realizadas por dos revisores anónimos de Estudios Sociológicos.

2Véase, por ejemplo, la conceptualización fundamental de Frederic Thrasher (1963), o incluso los conceptos de pandilla ampliamente utilizados por Whyte (1943), Klein (1971), Klein, y Maxson (2006), Miller (1980), Sánchez-Jankowski (1991), Short (1996) y Moore (1998).

3Una versión más completa del auge del grupo Primeiro Comando da Capital, su expansión nacional y su enfrentamiento con el Comando Vermelho se puede encontrar en Feltran (2018) y en Manso, & Dias (2018).

Traducción del inglés de Suzanne Stephens

Recibido: 21 de Marzo de 2018; Aprobado: 08 de Agosto de 2019

Acerca de los autores

Rafael Lacerda Silveira Rocha es becario posdoctoral en el Centro de Estudios de Criminalidad y Seguridad Pública (CRISP) de la Universidad Federal de Minas Gerais (UFMG) e investigador del Instituto Sou da Paz, São Paulo, Brasil. Tiene un doctorado en sociología por la Universidad Federal de Minas Gerais (UFMG).

Sus principales intereses de investigación son los campos de la sociología urbana, la criminología y la sociología de la moralidad. Recientemente ha participado en proyectos de investigación sobre los sistemas de prisión para adultos y de detención de menores en Brasil, el espacio urbano, la segregación, la delincuencia y las percepciones de seguridad y los programas de prevención de la delincuencia. Su investigación específica se ha centrado en el fenómeno de las pandillas juveniles, el homicidio juvenil y las justificaciones morales del asesinato.

Corinne Davis Rodrigues es profesora adjunta del Departamento de Sociología de la Universidad Federal de Minas Gerais (UFMG) en Belo Horizonte, Brasil, y directora del Centro de Estudios Urbanos (CEURB) de la Universidad Federal de Minas Gerais. Sus principales áreas de investigación son el crimen urbano y las percepciones de seguridad en Brasil, con publicaciones en Latin American Politics and Society, The Annals of the American Academy of Political and Social Science, y Estudios Sociológicos. Sus investigaciones actuales se centran en la comprensión de las configuraciones espaciales y sociales de la diversidad racial y étnica y sus efectos en la delincuencia y las percepciones de seguridad en Belo Horizonte y Houston.

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