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Estudios sociológicos

versión On-line ISSN 2448-6442versión impresa ISSN 0185-4186

Estud. sociol vol.37 no.110 Ciudad de México may./ago. 2019

https://doi.org/10.24201/es.2019v37n110.1636 

Artículos

Entrevistas narrativas y grupos de discusión en el estudio de la violencia de pareja

Narrative Interviews and Discussion Groups in the Study of Couple Violence

Carolina Agoff1 

Cristina Herrera2 

1Centro Regional de Investigaciones Multidisciplinarias, UNAM México agoff@correo.crim.unam.mx

2El Colegio de México México cherrera@colmex.mx


Resumen

Este artículo presenta una reflexión metodológica basada en investigación empírica sobre el tema de la violencia de género desde el enfoque cualitativo. Expone las características y los alcances de dos técnicas de producción y análisis de datos -la entrevista narrativa y el grupo de discusión- a la luz de dos investigaciones recientes sobre violencia de pareja en México. Ambas perspectivas de análisis son procedimientos metodológicos reconstructivos que se rigen por el principio de la apertura para que los propios individuos estructuren sus experiencias y significados de acuerdo con sus propios criterios de relevancia. El artículo ilustra el modo en que desde la lógica inductiva la investigación cualitativa puede alcanzar resultados generalizables y de ese modo trascender la perspectiva subjetiva y la singularidad del caso único en la definición de categorías y en la formación de tipos.

Palabras clave: metodología cualitativa; entrevista narrativa; grupo de discusión; violencia de género

Abstract

This article presents a methodological reflection based on empirical research on the subject of gender violence from the qualitative approach. It exposes the characteristics and scope of two data production and analysis techniques -the narrative interview and the discussion group- in the light of two recent research projects about couple violence in Mexico. Both perspectives of analysis are reconstructive methodological procedures that are governed by the principle of openness, so that individuals themselves structure their experiences and meanings according to their own criteria of relevance. The article illustrates the way in which generalizable results can be achieved by qualitative research using an inductive logic and, in that way, transcend the subjective perspective and the singularity of the single case, defining categories and creating types.

Key words: qualitative methodology; narrative interview; discussion group; gender violence

El objeto y su método

La investigación social cualitativa permite analizar la perspectiva subjetiva y la singularidad del caso único, pero además ofrece diferentes formas de trascender el caso individual en la forma de categorías y de formación de tipos para entender fenómenos sociales complejos.

Durante el periodo de la posguerra y después del auge de la Escuela de Chicago en la década de 1980, la investigación empírica en las ciencias sociales se desarrolló bajo la influencia de Parsons y Merton en torno a los estudios cuantitativos y al análisis de variables macrosociológicas (Weller y Pfaff, 2013). Con el renacimiento de la tradición hermenéutica,1 la investigación cualitativa fue ganando legitimidad en el ámbito académico y se distinguió fundamentalmente por la comprensión de sentido (en la forma de una interpretación o una reconstrucción) y por la capacidad de alcanzar, desde la lógica inductiva, enunciados generalizables sobre las características y cualidades de vivencias y experiencias, tipos sociales, procesos, estructuras, etc. (en su forma más elaborada a través de la construcción de tipos ideales). Entre las fortalezas del también llamado paradigma interpretativo (Wilson, 1970) podemos mencionar el acceso a la especificidad de la experiencia de los individuos y grupos, entendiendo por experiencia la vivencia significada socialmente y que nos orienta en la comprensión de la creciente complejidad y pluralidad de la vida social. Otra ventaja fundamental de esta tradición es la capacidad de captar el carácter procesual o temporal de la interacción humana en contextos particulares. También cabe destacar la dimensión relacional o de interdependencia de la vida social, de la que puede dar cuenta la perspectiva cualitativa.

La superación de la disputa por el carácter de cientificidad entre la metodología cuantitativa y la cualitativa y la apertura a pensar en su integración en la forma de métodos mixtos y, sobre todo, en la adecuación del método al interés del conocimiento, representa un paso importante en el proceso de evolución de las ciencias sociales. El abandono de la querella por los métodos supone no desdeñar ninguno de los que en algún momento fueron concebidos como antagónicos, con vistas a arrojar luz sobre los problemas del conocimiento que se busca resolver a través de una heurística metodológica que oriente cualquier empresa científica enfocada al objeto. Se trata de un camino de selección creativa y síntesis de múltiples elementos de generación de conocimiento o, como diría Mills (1961), de artesanía intelectual e intuición que permite superar las limitaciones propias de cada método.

Resulta indudable que la justificación del método elegido debe contemplar los requerimientos de una fundamentación epistemológica y teórica ajustada al interés del conocimiento, y no sólo empírica o meramente metodológica. Ahora bien, ¿cuáles son los riesgos de una débil reflexión sobre el método? De manera resumida, existe el problema de la reificación de las metodologías cuantitativas, por un lado, y el del subjetivismo de las cualitativas, por el otro. En relación con la reificación de la ciencia, Mead (1938) anota que ésta resulta de concebir los objetos científicos como independientes de los individuos que los perciben y del dualismo que opone objetos perceptuales (correspondientes al mundo de la experiencia inmediata) y objetos científicos. La reificación supone la preeminencia de los objetos científicos, aunque la experiencia perceptual sea primaria y el análisis reflexivo surja de ella y la presuponga.

El riesgo del subjetivismo es que se pretenda agotar la investigación en la perspectiva subjetiva de los individuos estudiados. Si las ciencias sociales tienen como propósito fundamental reconstruir la sociogénesis de la realidad social, de los espacios sociales de experiencia y de las visiones del mundo, estos objetivos de conocimiento no pueden nutrirse únicamente de los relatos de los actores sociales deben ponerse en relación con el contexto histórico y social específico que moldea y se ve moldeado por la praxis humana.

Una parte considerable del paradigma interpretativo es el análisis del mundo de la vida, esto es, el examen del sentido subjetivo de las experiencias fruto de la construcción de las personas en procesos de intersubjetividad en la vida cotidiana. Aquí la discusión epistemológica gira alrededor de la constitución de sentido: dado que los objetos sociales y culturales están cargados de sentido (a diferencia de los sucesos naturales), la reconstrucción de sentido adquiere la forma de un aparente pleonasmo (Hitzler, 2002). Las construcciones de las ciencias sociales son, entonces, construcciones de segundo grado (Schütz, 1974) o, como señala Giddens (1984), fruto de una doble hermenéutica.

Así, la investigación empírica de naturaleza cualitativa no debe agotarse en la interpretación del sentido inmanente (o de sentido común) que puede abrir el camino a una crítica justificada de subjetivismo. En los dos tipos de sentido -inmanente y sociogenético- se cristaliza la diferencia entre la comprensión intuitiva y la interpretación científica o explicación teórica.

Las características específicas de nuestro objeto de estudio -la violencia de pareja desde la perspectiva de las propias afectadas- demandan una reflexión epistemológica que no puede obviarse: una de las características más relevantes de nuestro objeto es la de ser considerado en muchos análisis como uno de los pocos tipos de violencia que resulta invisible para las propias víctimas, aspecto conocido como naturalización y normalización del fenómeno.

En este artículo ilustramos los alcances de dos métodos cualitativos de producción de datos para el estudio de la violencia de pareja. A través de la descripción de dos investigaciones sobre el tema realizadas en distintos momentos en México y cuyo objetivo general fue conocer los modos de significar la experiencia de violencia de las propias afectadas, nos proponemos exponer de manera comparativa las dimensiones de la experiencia que se manifiestan en las entrevistas narrativas, por un lado, y en los grupos de discusión, por otro.

El análisis obtenido a partir de los dos métodos mencionados de producción de datos nos permite observar la idoneidad de cada procedimiento según las dimensiones del problema de la violencia de pareja que nos propusimos analizar: historia de violencia, trayectorias de búsqueda de ayuda y modos de resistencia a la violencia de pareja, para el caso de las entrevistas individuales, y el análisis de las orientaciones valorativas y normativas asociadas a la violencia de pareja, en el caso de los grupos de discusión. Al mismo tiempo, el análisis que tales métodos pone en perspectiva tesis como la mencionada sobre la naturalización o normalización de la violencia al enfocarse en la experiencia situada que recupera y trasciende los conceptos teóricos.

Naturaleza y propósito de dos estudios sobre violencia de pareja

Con el fin de ilustrar los alcances y las bondades de cada método cualitativo de producción de datos, hicimos una comparación entre dos proyectos de investigación con mujeres víctimas de violencia de pareja realizados en México en distintos momentos. El primero se efectuó entre mayo y noviembre de 2003,2 momento en el que empezaba a hacerse visible en el espacio público el problema de la violencia contra las mujeres, y se basó en entrevistas narrativas a fin de que las mismas mujeres organizaran, a partir de una pregunta estímulo, la narración de su experiencia de acuerdo con sus propios criterios temáticos de relevancia.

Se construyó asimismo una guía abierta de temas para explorar algún aspecto particular que no hubiera surgido espontáneamente durante la entrevista narrativa. Los puntos de esta guía incluían la historia familiar y de pareja de la mujer -con énfasis en la violencia-; tipos de violencia que sufría o había sufrido; sus percepciones sobre causas y motivos de la misma; la trayectoria seguida para buscar salidas al problema; sus experiencias con diferentes instancias formales, así como con sus redes informales de apoyo, y los elementos clave de empoderamiento que se pudieran observar, especialmente en el caso de aquellas que fueron capaces de resolver el problema de manera satisfactoria.

En el marco del muestreo intencional (Patton, 1990) se buscó conformar una selección ilustrativa de mujeres que hubieran sufrido violencia por parte de su pareja y se encontraran ya fuera de ella, y de mujeres que estuvieran sufriendo maltrato al momento del estudio, con el objetivo de identificar -entre otros- los recursos utilizados para dar solución al problema. Asimismo, se procuró que las informantes correspondieran -por su nivel socioeconómico- a sectores de bajos recursos, sin establecer en principio ningún criterio de edad. La muestra abarcó los estados de Quintana Roo, Coahuila y la Ciudad de México, por ser entidades de alta prevalencia de violencia de acuerdo con la Encuesta Nacional sobre Violencia contra las Mujeres 2003 (Herrera, Agoff y Rajsbaum, 2003). Se llevó a cabo un total de 26 entrevistas con mujeres entre 23 y 72 años en las tres entidades señaladas.

El segundo estudio fue una investigación empírica que se llevó a cabo en el año 20083 y que utilizó como herramienta de producción de datos el grupo de discusión. El contexto fue la promulgación de la Ley de Acceso a una Vida Libre de Violencia (Diario Oficial de la Federación, 2007) y las numerosas campañas públicas de visibilización y sensibilización de la problemática. La muestra estuvo compuesta por mujeres víctimas de violencia de pareja en la Ciudad de México con un perfil socioeconómico similar al de las participantes en el estudio anterior. Se desarrolló un instrumento metodológico para indagar y contrastar la información brindada por mujeres víctimas de violencia según grupo etario (20-29 años, 30-39 años, 40 y más) y según vivencias de violencia doméstica (en el pasado y actualmente). Se organizaron seis grupos de discusión en los que intervino un total de 72 mujeres con un guión de preguntas que cubría los siguientes temas:

  1. La violencia como experiencia normalizada en la resolución de conflictos.

  2. Tolerancia y tipos de violencia.

  3. Presencia, tipo y calidad de las redes sociales.

  4. Normas y valores que justifican la violencia y aquellos que la condenan.

  5. Autonomía y empoderamiento.

  6. Justicia y reparación.

En ambas investigaciones se obtuvo un consentimiento informado y se trabajó en condiciones de privacidad y confidencialidad. Además, se proporcionó a las participantes un directorio con instituciones de atención de la violencia de pareja.

Aspectos teórico-metodológicos del enfoque narrativo

La entrevista narrativa es una forma particular de la entrevista en profundidad (Riessman, 1993; Flick, 1998, Schütze, 2010; Appel, 2005) que resulta idónea para reconstruir procesos subjetivos que se desarrollan en el tiempo. Una diferencia importante entre la entrevista narrativa y la entrevista en profundidad o la entrevista es que no posee un guión de preguntas establecido de antemano y por lo tanto no se preocupa como aquéllas, por determinar tres aspectos fundamentales de la interacción entre el entrevistador y su sujeto de investigación: 1) la selección de los temas; 2) el orden de las preguntas, y 3) el lenguaje utilizado. En la entrevista narrativa, la participación del entrevistador es mínima, y especialmente se deja hablar a la entrevistada sobre su experiencia con sus propias palabras. Éstas son una vía privilegiada de acceso a procesos subjetivos de significación que a su vez se nutren de discursos sociales, normas y valores culturales. El relato de vida se dirige a otro. Por ello la calidad de la escucha es clave y ésta debe prevalecer sobre lo “sabido”.

El relato de vida es el resultado de esta forma peculiar de entrevista, en la que un investigador pide a una persona que le cuente toda o parte de su experiencia vivida. La narración es la forma más elemental de la comunicación humana, y resulta por ello el modo más “natural o genuino” de dar cuenta de la experiencia. Solicitar a los sujetos de una investigación nos cuenten algo a través de una pregunta-estímulo (en nuestro caso y a modo de ejemplo: ¿quiere contarme sobre el problema de la violencia con su marido?) nos permite acercarnos de manera similar a la experiencia vivida cotidiana y a los modos de comprensión que de ella tienen los sujetos. Las historias particulares son relatos de experiencias y de saberes prácticos.

Hay dos posturas epistemológicas diferentes sobre los relatos o las narraciones personales: una perspectiva objetivista que trata de encontrar el núcleo común a todas las experiencias de vida analizadas y que lo busca más en los hechos y en las prácticas que en la representación (hechos y prácticas normalmente vinculados a estructuras que determinan al sujeto), y una posición interpretativa que considera todo discurso autobiográfico como una reconstrucción subjetiva, que no necesariamente refleja fielmente la historia vivida. En ella hay una búsqueda intensiva de sentidos ocultos en el relato (sentidos nuevos, lapsus, etc.). También existe, en los estudios feministas enfocados en la narrativa, una división entre quienes privilegian “narrativas de opresión” y quienes se enfocan en las “micronarrativas marginales de las mujeres”, pero no hay mayor conexión entre las versiones estructural e interpretativa (McNay, 2000).

Para la primera posición, el relato de vida es una descripción aproximada de la historia realmente vivida y el objeto de estudio son las relaciones socio-estructurales más que las representaciones simbólicas (Bertaux y Bertaux-Wiame, 1981, 1987 y 1993), aunque también existe la versión que privilegia el momento de la sumisión al orden simbólico a través de la “encarnación de normas” sin una dimensión interpretativa (McNay, 2000). En la segunda posición, la interpretativa, los datos son vistos no como rasgos de un objeto que puede ser recuperado mediante los instrumentos adecuados, sino como forma de acceso a la vida social “desde dentro”, en su significado y aspectos subjetivos, y en su dimensión histórica. Para esta corriente, las experiencias de vida son las imágenes, los sentimientos, los deseos, los pensamientos y los significados acerca de la propia vida, los cuales se convierten en los intereses centrales del método biográfico (Denzin, 1990). Pero el relato de vida está influido por las convenciones culturales, la audiencia y el contexto social de quien narra. Hay, entonces, un inevitable desfase entre la realidad, la experiencia y la narrativa.

Nuestra manera de entender y analizar el relato que resulta de la entrevista narrativa recupera elementos de ambas posiciones, pues, por una parte busca comprender los significados subjetivos que las mujeres dan a sus vivencias de violencia, y, por la otra, asume que estos significados son a su vez construidos socialmente a partir de discursos normativos que reproducen un orden social determinado. Este orden articula de manera compleja jerarquías de género, clase y etnia, entre otras. Una visión de esta naturaleza permite evitar, por un lado, la sobredeterminación simbólica que subyace a ciertos modelos explicativos que reducen los sujetos a meros “objetos que ocupan posiciones en discursos”, y por otro, una visión voluntarista que ve al sujeto como una construcción permanente de sí mismo. Las estructuras narrativas median en la tensión entre estabilidad y cambio (McNay, 2000).

En este modelo analítico se trata de pasar de lo particular a lo general, sin anular los aspectos de agencia individual presentes incluso en las situaciones de mayor subordinación. Éste es un equilibrio difícil de mantener en el análisis, pues las narraciones suelen estar plagadas de elementos idiosincrásicos que singularizan y enriquecen la experiencia, al tiempo que muestran una y otra vez procesos y mecanismos sociales, formas recurrentes de actuar, sistemas de normas y valores que dan sentido a la experiencia y orientan las prácticas. La investigadora o el investigador deben ejercer una vigilancia epistemológica constante para evitar anular una experiencia única, subjetiva, en la búsqueda de patrones y procesos más amplios. Esto exige estar conscientes de que esos procesos sociales (por ejemplo, las condiciones sociales que facilitan trayectorias de salida de la violencia, como recursos y redes sociales) no corren por un camino paralelo al de los sistemas simbólicos mediante los cuales dichos procesos se comprenden y significan. Las diferentes posiciones en la jerarquía social (ser mujer, ama de casa, por ejemplo) están construidas por discursos sociales y relaciones de poder que sirven para reproducir jerarquías de género, clase, etnia, entre las más importantes. Estos discursos son los que autorizan o no a los sujetos a tomar determinados rumbos de acción y suelen reproducirse de modo no reflexivo hasta que no se produce una ruptura que obligue a cuestionarlos. Los más relevantes, en nuestro caso, son los sistemas que dictan las normas de género, matizados por discursos de clase y étnicos, estos últimos invisibilizados, pero no menos operantes en el contexto mexicano. Las transformaciones que se van generando en estos macroprocesos son producto de la agencia de diferentes actores que reproducen y al mismo tiempo cambian discursos y relaciones sociales. A su vez, esos actores están inmersos en condiciones históricas, culturales y biográficas previas, que es necesario comprender porque los llevan a experimentar de cierto modo las acciones que se estudian.

Partiendo del supuesto de que las lógicas que rigen el conjunto de un mundo social determinado se dan igualmente en cada uno de los microcosmos que lo componen, se trata de captar la lógica propia de tal o cual mundo social o categoría de situación a partir de los relatos biográficos de personas seleccionadas de forma intencional que representan esos mundos o situaciones. Debido a la diversidad de tipos de microcosmos, estudiar sólo uno de ellos podría llevar a generalizaciones abusivas. Es necesario por lo tanto ampliar el campo de observación y comparar. El análisis de categorías de situación permite captar mediante qué mecanismos y procesos los individuos se encuentran en una situación y cómo se adaptan a ella (Bertaux, 1993). Para generalizar en el estudio de la formación de trayectorias biográficas hay que reducir el campo de observación a un tipo particular de trayectoria o de contexto. Esta perspectiva se aplica a objetos sociales apropiadamente circunscritos y a quienes el acceso a los relatos de vida permite captar desde el interior y en su dimensión temporal.

La entrevista narrativa en el estudio de la violencia de pareja

La entrevista narrativa permite, en efecto, recuperar la dimensión temporal de todo proceso social y mostrar las diferentes maneras en que los sujetos actúan dentro de los marcos de acción establecidos por los sistemas sociales en que están inmersos. Las experiencias pueden ser problemáticas, rutinarias o rituales. Las problemáticas, son momentos de “revelación”, de darse cuenta, son las epifanías (Denzin, 1990). Estas experiencias marcan un antes y un después en la vida de las personas. El análisis narrativo, por lo tanto, privilegia el estudio de esos momentos que en la vida de las mujeres se convierten en puntos de inflexión en la vida de las mujeres y generan cambios de posición en una dinámica que reproduce y a la vez modifica esas prácticas sociales de aceptación o tolerancia de la violencia.

Gracias a dios que conocí a una persona, una señora ya grande, y ella me dijo: “No seas tonta, no te dejes, mira, ve -dice- pregunta el camión que tal parte tú quieres ir, que si va por ahí o pasa por ahí, y yo creo que más o menos tú sabes a dónde te vas a bajar”. Le digo: “No, pues sí”, y gracias a esa señora empecé -le digo- yo a salir y me decía: “No -dice-, pues siempre te dejan encerrada, aunque sea vete al parque, vete a dar la vuelta, que no te dejen encerrada y no te dejes”. Sí, porque gracias a esa señora, pues yo creo que fui abriendo los ojos, y ahorita pues la verdad sí ando. No sé leer, no sé, pues, ahora sí así escribir, pero sí, gracias a dios, he salido. (Mujer de 44 años, Ciudad de México.)

A lo largo de nuestras investigaciones con mujeres que viven violencia de pareja, hemos ido complejizando nuestra comprensión de la noción de agencia, para dejar de verla como sinónimo de autonomía y libertad para tomar decisiones conscientes (que es sólo una de sus dimensiones), e incluir en ella formas menos reflexivas de comportamiento que sin embargo suponen algún grado de resistencia a las dinámicas de poder naturalizadas, incluyendo la que puede asemejarse al concepto de habitus (Bourdieu, 2000), es decir, la más proclive a naturalizar la violencia.

Me agarraba y me apretaba y me decía: “Es que tú no me… tú me engañas”, y yo: “No, es que yo por qué te voy a engañar, digo, yo siento que tú eres mi esposo y yo tengo respeto y yo, este, este, es algo más, lo más importante que nos respetemos”. “No, no, que, tú para acá y... ‘pídeme perdón’”, me decía. Entonces yo decía: “¿Pues perdón de qué, o de qué...? Bueno, sí, perdóname”, pues total ya, total que me dejara, ¿verdad? (Mujer de 38 años, Saltillo.)

Así, vimos que a lo largo de los relatos era posible identificar en una misma entrevistada momentos de reproducción mecánica de relaciones de poder (que en el caso de la violencia de pareja suelen durar un tiempo más o menos prolongado), momentos de malestar oculto, prerreflexivo y momentos de decisión y acción autónoma. Éstos no siguen un orden lógico ni evolutivo, sino que se presentan (tanto en el relato como probablemente en la propia vivencia) como un constante ir y venir entre posiciones más activas o más pasivas, que en conjunto van produciendo una trayectoria de continuidades y cambios en los patrones de conducta. Estas trayectorias pueden eventualmente dar distintos resultados: desde la ruptura de la relación violenta hasta su transformación, pasando por formas de adaptación más o menos negociadas con el agresor.

Bueno, yo oía mucho los anuncios en el comercial de la violencia y los servicios que prestaba este centro, y yo dije: “No, voy a llamar, voy hacer una cita”, y de ahí fue de que empecé yo aquí, y me he entendido muy bien con la psicóloga y, afortunadamente ,la de lo legal, la licenciada, me ayudó mucho, dice: “Es que a usted nadie la puede obligar a estar donde no quiera”, ya... que me animaron a, a tomar una decisión que siempre la había pensado, en separarme de mi casa, dejarlo en todo, y siempre la…, cómo me voy a ir y dejar mi casa... ellas…, sin… uno con la enfermedad que tiene no sabe pensar, y ya con esa ayuda yo agradezco mucho a dios que me las haya puesto en el camino [ríe ]”. (Mujer de 42 años, Saltillo.)

Los procesos de involucramiento, vivencia y eventual alejamiento de relaciones violentas suelen ser largos y se componen de momentos en los que conviven elementos de victimización, pero también de agencia por parte de las mujeres. La entrevista narrativa permite reconstruir ese proceso, y puesto que la narración es retrospectiva facilita un proceso reflexivo en el que el sujeto identifica momentos de victimización, pasividad y captura en una relación de dominio, y también circunstancias que permitieron la acción autónoma con miras a resistir y eventualmente poner fin a la violencia.

Ahora sí estoy aprendiendo, estoy oyendo… porque yo vengo de un pueblo, pues ahora sí me inculcaron, pues ahora sí el hombre lo puede hacer y lo puede deshacer y uno de mujer pues tiene que… pues ahora sí que todo lo que diga el hombre que tiene que hacer uno, yo cuando vine aquí [a la ciudad ] pues ahora sí mi esposo desde que me trajo acá, ahorita me estoy dando cuenta que él sí me trató mal, me trató mal… (Mujer de 44 años, Ciudad de México.)

En muchos casos la entrevista es la primera ocasión que tienen las mujeres de dar significado a sus experiencias. Por eso la narración, que es una reflexión sobre lo acontecido, es una vía más directa a la experiencia que la respuesta a preguntas predeterminadas por el investigador. Se trata de dejar hablar, pero al mismo tiempo, de motivar una reflexión, que muchas veces debe comenzar de forma indirecta (“algunas mujeres que viven violencia, dicen que…” ¿esto le ha pasado?). Esto porque la entrevista supone una maniobra por la cual la mujer debe pasar de la experiencia al conocimiento de la misma, lo cual suele ser doloroso (Hydén, 2014).

Las mujeres de este estudio, sin embargo, fueron contactadas en su mayoría en centros de apoyo por lo que ya contaban con cierto grado de reflexión sobre el problema, o al menos comenzaban a reconocer que el abuso no era algo normal. Lo que se buscaba no era la historia “verdadera”, sino la que ellas pudieran construir a partir de los significados que le daban a lo ocurrido. En este esfuerzo narrativo, las mujeres establecían un primer distanciamiento de las normas y valores que antes daban por incuestionables y que son las que sostienen formas de tolerancia a la violencia (por ejemplo, que una mujer casada debe soportar el maltrato como parte del acuerdo matrimonial si no cumple con sus obligaciones, si no se ubica en un lugar subordinado respecto del marido, etcétera).

Siempre he sido de las personas que mira m’hija, este, vamos a avisarle a papá que vamos a salir y sí, vamos a pedirle permiso, o sea ,tomarlo mucho en cuenta a él, pero él no toma en cuenta esos detalles: tú haces lo que se te da tu gana, tú a veces, no, este, no es cierto, yo veo muchas, mmm, que yo siempre estuve tomándolo en cuenta para vivir un, un matrimonio tranquilo, y ahora que veo, ajá y que por todos los lados no, nunca le di gusto, nunca le di, eso que él quería este, pues, no, en realidad ahorita yo me pongo a ver qué hice, qué hago, que no encuentro el motivo por qué me agredía, no encuentro el motivo por qué, o sea una razones, que digamos justificadas para que él haya sido como es, no las… no las tiene, no las encuentro en mí, no puedo, no sé. (Mujer de 40 años, Coahuila.)

La narración reconstruye las acciones y el contexto de la forma más adecuada: revela el lugar, el tiempo, la motivación y el sistema simbólico de orientación del actor (Schütze, 1983; Bruner, 1987, Hydén, 2014).

En todo relato, el espacio y el tiempo (ahora, antes, después, arriba, abajo, adelante, atrás) ordenan la experiencia de modo cualitativo (tiempo interno). La cuantificación viene después (horas, minutos, años, meses) y permite coordinar los planes individuales. La transición entre el tiempo interior y este tiempo “cívico” (Schütze, 2010) se efectúa mediante los movimientos corporales (que implican espacio y tiempo y pueden medirse) y manifestaciones del flujo de la conciencia. Experimentamos la acción como sucesos en el tiempo interior y exterior simultáneamente, unificándolos en un solo flujo: el presente vivido. La interpretación consiste en explicar el significado que el informante da a sus proyectos, acciones, recuerdos y vivencias (lo que Alfred Schütz denomina construcciones de segundo grado).

Jovchelovitch y Bauer (2000) señalan que “al narrar, las personas recuerdan lo ocurrido, ponen la experiencia en una secuencia, encuentran explicaciones posibles a la misma y juegan con la cadena de eventos que da forma a la vida individual y social”. En la construcción del relato, las mujeres representaban aquellos aspectos del pasado que eran relevantes para la situación presente. La relevancia se define en términos de intenciones orientadas al futuro mediante las cuales ellas guiaban sus acciones presentes.

Así, a través de las narraciones también es posible reconstruir trayectorias y vivencias particulares que marcan elecciones o rumbos de acción y sus condiciones de posibilidad. Se trata de una trama compuesta por experiencias o pequeñas historias presentadas en una secuencia particular.

Es que José me pega muy feo, mamá, yo no quiero vivir con él. Dice: “Pues es tu cruz hija, te tienes que aguantar”. Entonces, al escuchar eso, dije: “Yo qué gano con irle a decir...” Entonces, por eso siempre me quedé callada de todo lo que mi pareja me hacía. O sea, yo solita, pues, me guardaba todo. (Mujer de 43 años, Ciudad de México.)

Toda narrativa tiene una trayectoria, un propósito y un/a narrador/a con agencia, intenciones, capacidad de autoactivación y autointerpretación, así como con recursos para negociar posiciones y también capacidad de manipular, desvirtuar y esconder. El relato, por lo tanto, también permite recuperar al sujeto. En el caso de las mujeres que viven o vivieron violencia de pareja, las habilita a convertirse en protagonistas de una historia y salir así de la posición e imagen que normalmente construyen los medios masivos sobre la mujer maltratada, como un objeto pasivo y como parte de un espectáculo morboso, que lejos de mover a la reflexión, reproduce estereotipos.

Entonces, en la mañana me paró que le fuera a calentar su leche. Le dije: “¿Sabes qué?, ya te dije, ya se acabó tu sirvienta, ahora sí se acabó, le digo, la sirvienta y la pendeja; tú lo has dicho, que soy una pendeja, que soy una india, que soy quién sabe qué, que soy una enterrada más que una papa, todo, le digo eso, pero ahorita sí ya, se acabó, le digo”. (Mujer de 38 años, Ciudad de México.)

La narración siempre refleja un diálogo con otros. Por ello, en el análisis, más que ubicar temas a lo largo de entrevistas, el investigador primero escucha las voces dentro de la misma narrativa (conexiones entre las distintas historias que se cuentan en una entrevista, estrategias narrativas para conciliar distintas posiciones de sujeto, por ejemplo, una orientada al logro personal y otra al grupo). Las narraciones de las mujeres muestran las voces de otros (el agresor, la familia, etc.) y a veces la de los discursos que promueven las instituciones y los grupos que defienden los derechos de las mujeres.

Le digo, es que no seas abusivo, le digo, a mi hija no le estés pegando, ella está chiquita, no entiende de que cállate, a esa edad no entiende nada, y ya me puse yo ahí, no, y no me le vuelves a pegar y por mi cuenta… que a mis hijas no me las tocara, sí, yo las defendí me hice una madre muy protegedora de mis hijas, a mí hazme lo que quieras, pero a mis hijas no me les pegues, no me las toques… y duré cuatro años con mis hijas así. (Mujer de 40 años, Saltillo.)

El análisis de la narrativa nos permite comprender la manera en que las mujeres se posicionan frente a la diversidad de discursos que las rodean sobre el problema que viven, y observar posibles cambios culturales de un periodo a otro y en un grupo determinado. Esto es posible gracias a la reconstrucción del contexto y de los discursos con los que la narración dialoga, tarea que parte de la premisa de que las relaciones sociales, entre ellas las de género, sólo son comprensibles en un marco sociohistórico de análisis que trascienda el punto de vista del sujeto. Este enfoque permite ver cambios y especificidades locales dentro de un patrón general de relaciones de dominación, y al mismo tiempo rupturas con ese patrón, por más sutiles que parezcan.

Características conceptuales y metodológicas del grupo de discusión

El sociólogo alemán Ralf Bohnsack, creador del método documental a partir de las contribuciones teóricas y metodológicas de Karl Mannheim, sostiene que, a través de los grupos de discusión, se recrean los espacios de experiencia en los que individuos o grupos constituyen sus modelos de orientación y sus habitus, delinean acciones y les atribuyen sentido (Bohnsack, 2001). Precisamente aquello que hace eco en un grupo de discusión no resulta fruto de la casualidad, sino que es producto de un proceso social de interacción y comunicación que se recrea en esta situación del grupo y que en términos de Mannheim (1980), se denomina experiencia conjuntiva (1980). El grupo de discusión como dispositivo teórico-metodológico permite acceder a la reconstrucción del decurso narrativo, interactivo y discursivo del intercambio grupal (Bohnsack, 2010: 33); este dispositivo ayuda a distinguir el análisis temático, por un lado y el análisis de la densidad interactiva y metafórica frente a determinados temas abordados en el grupo, por el otro.

Una diferencia importante del tipo de conocimiento que detentan de manera común los actores es entre el conocimiento reflexivo y teórico, y los conocimientos prácticos e incorporados. El papel del investigador es comprender, en la forma de una reconstrucción, lo que Mannheim (1980) definió como conocimiento ateórico de los sujetos de la investigación y George Herbert Mead (1938) como conciencia prerreflexiva. Se trata, en cualquier caso, de acceder primariamente a un conocimiento ligado a la experiencia inmediata o al ámbito de la acción en un mundo vivido como establecido. Este conocimiento tácito o ateórico es el que conduce la acción de los sujetos y conforma un tipo de estructura, “en la cual la orientación de las acciones es casi siempre independiente del sentido subjetivo, teniendo por lo tanto cierta objetividad en oposición a ella” (Bohnsack, 2010: 100). Bohnsack, Pfaff y Weller (2010) argumentan que esta estructura pertenece al conocimiento compartido por los sujetos. Es decir, un conocimiento que ellos poseen y no un conocimiento que el observador logró obtener. Con base en esa perspectiva, los investigadores que utilizan el método documental en sus interpretaciones no asumen la posición de que ellos saben más que los sujetos; parten de la perspectiva de que, en realidad, los sujetos ”no saben todo lo que saben” (Mannheim, 1964). En ese sentido, la tarea del investigador que parte de esa perspectiva es promover una explicación teórico-conceptual del conocimiento ateórico de los sujetos. En otras palabras, se trata de encontrar una manera de acceder al conocimiento implícito de los sujetos o grupo investigado, a fin de que pueda convertirlo en conocimiento explícito y teórico.

En las expresiones verbalizadas el sentido inmanente abarca aquello que se comunica intencionalmente y en el caso de los grupos de discusión se trata de aquellos conocimientos expresados explícitamente en el diálogo de los participantes y que pueden ser aprehendidos por medio de la observación de primer orden (Luhmann, 1990). Este sentido inmanente resulta obvio para los participantes del grupo de discusión, que no ven la necesidad de explicitarlo, y muchas veces ni siquiera están en condiciones de hacerlo. Esta característica del conocimiento que se obtiene en los intercambios en un grupo es fundamental para caracterizar la especificidad del grupo como método de producción de datos empíricos. La explicación del conocimiento implícito -en el sentido del método documental- pasa a ser entonces tarea del intérprete social, y sólo será aprehendida a partir de una observación de segundo orden (op. cit.), que posibilita el acceso al saber tácito de los individuos.

Así, la interpretación documental presupone un cambio en la perspectiva de análisis frente al sentido común: se trata de una posición en la que el investigador, en vez de preguntar qué es la realidad social desde la perspectiva de los actores, indagará cómo éstos construyen dicha perspectiva. Esa postura implica analizar tanto la práctica de la acción, como del hablar, del representar y de argumentar.

El análisis documental tiene entonces como objetivo, entonces, descubrir la indexicalidad, es decir, aquello que remite a los contextos de enunciación o a los espacios sociales de experiencias comunes del grupo investigado (entendido como categoría social), la reconstrucción de sus visiones de mundo y de sus acciones prácticas. En este punto resulta crucial la diferenciación entre comprensión (Verstehen) e interpretación (Interpretieren): el sentido inmanente es aquel que se comprende sin más y, por tanto, no requiere de ninguna interpretación, esto es, puede ser comprendido sin una explicación entre aquellos que comparten el mismo espacio social de experiencias conjuntivas o grupales.

Mannheim (1980: 71-79) define el cambio de la pregunta por el qué a la pregunta por el cómo o de qué forma como postura sociogenética o funcional cuyo propósito es proporcionar la historia de las condiciones de la actualización y la realización del sentido inmanente o inmediato. Así, la explicación teórica del conocimiento ateórico presupone un trabajo de interpretación por parte del investigador que se realiza al diferenciar tres niveles de sentido: 1) el objetivo o inmanente, dado naturalmente; 2) el expresivo, que se transmite a través de las palabras o de las acciones (por ejemplo, como expresión de o como reacción a algo), y 3) el documental, es decir, como documento o registro de una acción práctica (Mannheim, 1964: 103-129).

El acceso al sentido documental implica desarrollar una vía de acceso a la “psique del otro” (Mannheim, 1980: 217) como también explorar el contexto social que posibilitará la comprensión de ese espacio social de experiencias conjuntivas o grupales y de sus respectivas orientaciones o representaciones colectivas. En otras palabras, el autor afirma que el sentido documental de una frase o de una expresión cultural está inmerso en un contexto específico y que, para entender su significado, se requiere develar ese contexto específico en el que se realiza el significado de determinadas expresiones y representaciones sociales. En este proceso, Mannheim destaca la importancia del análisis del lenguaje y del cambio de significados de las palabras como aspectos fundamentales para la comprensión de los cambios estructurales y transformaciones del medio social (Weller y Pfaff, 2010). En la propuesta del método documental, que consiste en la interpretación documental del lenguaje y del sentido de las acciones y prácticas cotidianas, subyace una concepción epistemológica y conceptual que va más allá de la teoría del individuo sobre su acción y sus intenciones, afirmando que es necesario trascender el nivel de análisis intuitivo o deductivo del objeto en cuestión.

El grupo de discusión con mujeres víctimas de violencia de pareja

El grupo de discusión permite acceder a las nociones de sentido común y a los significados compartidos sobre el problema de la violencia de pareja y por lo tanto constituye un acceso privilegiado a la construcción social de tema y a las relaciones sociales que lo reproducen o modifican. El grupo resulta una caja de resonancia de experiencias y valores compartidos que, como ecos, se complementan. Aquí también, como en la entrevista narrativa, se parte de una pregunta que estimula la narración de experiencias, pero el objetivo es producir una discusión o intercambio a su alrededor. Esto permite, entre otras cosas, acceder a los valores y normas compartidos que sostienen las relaciones de violencia de pareja y cuestionarlos.

Un ejemplo ilustrativo del sentido inmanente se observa en el fragmento que presentamos a continuación y hace referencia a la representación incuestionada y particular de pensar en su valía como mujeres.

M: No… y luego con dos hijos, ¿quién te va te va a querer? Nada más te van a usar, porque no sirves para nada, ¡no vales nada…!

T: ¡Imagínate otro canijo cómo me va a tratar con dos hijos! Porque desgraciadamente… como que uno, como mujer, si tiene hijos… pierde, ¿no?, Pierde valor… la verdad… [Varias asienten. ]

(Grupo de mujeres entre 20 y 30 con violencia en el pasado.)

Tanto el asentimiento grupal como el acto de completar la idea sin ponerla en duda muestran el sentido inmanente de “ser mujer” en el medio social en el que las participantes viven. La imposibilidad de cuestionar esas orientaciones valorativas que las convierten en mercancías devaluadas de un hombre refleja también las modalidades de la acción, que suponemos conmina a muchas mujeres a permanecer con el agresor. La separación que podría poner fin a la violencia vivida no es un decurso de acción accesible para todas, ya que prevalece la idea de que una mujer separada es un individuo devaluado socialmente y a merced del acoso sexual; “sólo te van a usar” hace referencia precisamente a la pérdida de decencia y reputación que supone ser una mujer separada y que las convierte en meros objetos sexuales. De aquí podría deducirse una orientación práctica guiada por la fuerza de la estigmatización de la mujer separada.

Eres alimento para los cuervos, ¿no? Cuando eres divorciada, como que dicen: “¡Ay!, pobrecita, siempre se la van a llevar -como se dice vulgarmente-, al colchón…” [risas ] es que oyes los comentarios de la gente que se divorcia y dices: “híjole…” [hablan al mismo tiempo ].

(Grupo de mujeres de 40 años y más con violencia actual.)

El análisis comparativo de estos dos grupos de mujeres, de diferente edad y condición (separadas unas; en convivencia con el agresor, las otras), permite aflorar el sentido documental, es decir, de la orientación práctica, de la dominación por vía del sentimiento, del incuestionado sentido de la valía de las mujeres y de las bases de su reputación sexual. El principio del “contraste en lo común” (Bohnsack, 2010: 38) permite documentar que a pesar de las diferencias de edad y condición de ambos grupos hay un sentido de la valía de las mujeres atado a su estatus naturalizado de madre-esposa; se trata de un modus operandi que proviene de un habitus colectivo (Mannheim, 1964: 109).

Evidentemente los intercambios en un grupo no son sólo verbales. Incluyen además formas gestuales, expresión de emociones, risas y momentos en los que se habla al unísono. En todos los casos, se ve reflejado un acuerdo en torno al ámbito de lo que llamamos experiencias conjuntivas (grupales, compartidas) cargadas de un sentido inmanente, común a las participantes.

¿Sabes por qué uno lo oculta? Bueno, en mi caso para que no lo califiquen a uno de tonta, por ejemplo, mis amigas luego me platican casos de que “yo no sé por qué se deja que le peguen”, “¡qué tonta, qué zonza!” [se ríen y hablan varias ]. “¡Qué tonta!, no sé cómo se deja, ¡cómo aguanta!”. Entonces, a veces ésa es la pena de que digas: “Yo estoy viviendo el caso y yo soy entonces tonta”. Moderadora: ¿Comparten esta idea? [varias ]: ¡Si! (Grupo de mujeres de 30 a 39 años con violencia actual).

Es posible observar que persiste el modo de entender el sentido de dignidad y valía con un lenguaje acrítico acorde a un conjunto de orientaciones valorativas y normativas que las deja inermes frente a la violencia y a la culpabilización de quienes las consideran responsables de su propia violencia, el entendido de que ser víctima es ser tonta. La discusión permite aflorar el sentido compartido y, al mismo tiempo, cuestionarlo.

El fragmento a continuación ilustra la densidad metafórica del intercambio grupal y hace referencia a los efectos mucho más perniciosos de la violencia emocional en relación con la violencia física. La identificación de estos pasajes de gran intensidad interactiva y de descripción temática resultan fundamentales en la reconstrucción de los modelos de acción colectivos y de los espacios de experiencia (Bohnsack, 2010: 124).

E: Los golpes se te quitan, pero la humillación… el que te digan que eres una mediocre, el que eres una estúpida…

J: Todas esas palabras se te quedan

E: Ajá… se te quedan…

Mi: Porque te lo crees, yo creo que eso es… es que uno dice: “uno es tonta, uno es…” Te crees que eres tonta… [varias están de acuerdo ]. (Grupo de mujeres entre 30 y 40 años, violencia en el pasado).

Los efectos devastadores de la dominación masculina que devalúan a las mujeres a través de humillaciones verbales es aquí tema de una reflexión colectiva que logra reconstruir la diferencia entre golpe y humillación, y la distinción fundamental de que en la humillación está el poder de devaluación y menosprecio masculino hacia ellas (“te lo crees”).

A continuación, se observa un intercambio grupal de carácter sarcástico y, por tanto, reflexivo del conjunto de creencias de género que motiva la violencia de los hombres y que hace explícita la base en que se asienta el ejercicio de la violencia como creencias y prácticas que sostienen la desigualdad y la dominación:

A: Todavía muchos hombres creen que las mujeres somos el sexo débil…

C: … nos creen de su propiedad; también… “ya eres mía… pasas a ser un mueble, un…”

A: … “un objeto más…”

C: … “y yo hago de ti, lo que yo…”

Varias: … “quiera…” [Murmuran varias ]

G: Ellos hacen en la casa lo que quieren, ellos creen que, por tenerte en su casa, ya tú vas a estar ahí, que de ahí no te mueves…

C: Sí, creen que te dan un sueldo mísero y tienes que lavar, planchar y tienes que hacer como la “Bartola” [risas de varias ].

D: … Tienes que estar tapada como ellos dicen: “Y no te pongas esa blusa y no te pongas ese pantalón y no sé qué…”

G: … “¿Y adónde fuiste…?”

D: … Y no puedes traer nada abierto… [hablan varias ].

G: … Tú no puedes hacer nada y ellos todo…

C: … O te compraste un perfumito o algo… “¡ay!… ¿adónde vas?” o “¿con quién vas?”

D: … O “¿quién te lo compró?” [risas ].

G: …Sí, “¿quién te lo compró?” [se ríe ]. (Grupo de mujeres de 30 a 39 años con violencia en el pasado.)

Este fragmento de la discusión grupal es un buen ejemplo del modo en que las mujeres de un grupo se hacen eco del repertorio de normas y valores de género tradicionales que dan sustento a la violencia masculina. A través de esta caricaturización, ponen en duda y se burlan de ese conjunto de creencias en el que los hombres se amparan para justificar su violencia. Es un intercambio profundamente reflexivo y crítico que cuestiona las bases en las que se asienta la violencia masculina.

El contexto discursivo de ampliación de derechos para las mujeres que supuso la promulgación de la Ley Federal de Acceso de las Mujeres a una Vida Libre de Violencia y de las campañas de sensibilización que la acompañaron, permite aflorar nuevos sentimientos de confianza. Esa retórica de derechos que aparece en el espacio público, las provee de confianza para actuar con más libertad y seguridad.

D: Que aparte ya hay más información en todas partes, sobre todo en la tele ya te pasan mucho de agresión física, agresión verbal [varias asienten ], económica, “nosotros vamos a ayudarlas, acude a tal lado, no estás sola”.

L: … Hay más ayuda para la mujer…

C: … Y antes no sabías qué hacer…

D: … No, además de que tenían mucho miedo de dejar al marido por la situación económica, “no me va a pasar la pensión”… [varias murmuran ]. Ahora ya sabe uno que pase lo que pase, con las leyes nuevas tienen que pasar una pensión y esto da más confianza de hacer algo…

L: … Más seguridad…

C: … Más seguridad… exactamente…

D: Uno está más protegida que antes, antes no le hacía caso, ibas con los golpes y te decían: “no, pues es que tú lo provocaste” [murmuran todas ]…

L: … Hasta se reían… (Grupo de mujeres de 30 a 40 años con violencia en el pasado.)

En este grupo se observan nuevas actitudes y significados sobre la violencia de pareja y sus consecuencias que tienen origen en la promoción de nuevas leyes: frente a la sensación de indefensión del pasado, las mujeres mencionan sentimientos de mayor certidumbre, la expectativa de que se respete la obligación de la pensión alimenticia si están divorciadas, seguridad, confianza y protección. Aquí el sentido documental se obtiene de los elementos de indexicalidad (en este caso, elementos temporales que definen un antes y un después de las nuevas leyes) que nos da información del contexto para interpretar la génesis de nuevos significados y nuevas orientaciones.

Reflexiones finales

En ambos instrumentos de generación de datos -entrevista narrativa y grupo de discusión-, a través de una pregunta estímulo que genera una narración o un intercambio grupal, el investigador documenta si su pregunta de investigación encuentra un lugar en el mundo de la vida o en el sistema de relevancia de sus entrevistados (Bohnsak, 2010:20). Los criterios y dimensiones de juicio sobre la problemática que el investigador plantea a través de la pregunta quedan, una vez formulada ésta, del lado del entrevistado o del grupo.

Ambas perspectivas de análisis son procedimientos metodológicos reconstructivos que se rigen por el principio de la apertura, para que los propios sujetos estructuren sus experiencias y significados de acuerdo con sus propios criterios. A modo de ejemplo, el significado o representación del origen de la violencia de pareja puede contener características de un acervo de conocimiento a la mano o lo que llamamos sentido inmanente: Hay mucho machismo, sí, la mentalidad de los hombres es de que todavía las mujeres como que no valen, no valemos lo mismo que ellos”. Pero también puede contener elementos indexicales, es decir, que sólo adquieren sentido en un contexto particular y que remiten a una percepción subjetiva de la razón de la violencia: Cuando se molestaba o discutía con sus hermanas, se venía y se desquitaba conmigo”.

Un relato que posee elementos indexicales nos aporta, entre otros, sucesos concretos en tiempo y espacio. Las narraciones constituyen como ninguna otra forma de la entrevista una secuencia particular de declaraciones indexicales ya que los individuos narran su experiencia personal contando los eventos particulares, esto es, dando el contexto, la cadena de acciones de los involucrados y una evaluación del resultado. El relato de una situación concreta nos brinda las coordenadas espacio-temporales en la forma del contexto, el origen particular de un conflicto, las reacciones de ambos en la interacción y las orientaciones y normas implícitas. Todos ellos resultan los componentes elementales de una historia.

Las construcciones biográficas que se obtienen a través de las entrevistas narrativas resultan siempre de la influencia particular de los modelos normativos de vida estandarizados (formas de familia, trabajo, educación, etc.), conocidos también como modelos de desarrollo institucionalizados o de la estructura objetiva en la trayectoria de vida individual. Por supuesto que la biografía no debe ser considerada sólo individual, pues la generación y posición social de pertenencia de los sujetos, sus mundos de vida y construcciones de sentido influyen en el modo en que construyen sus trayectorias vitales. Lo importante aquí es considerar el aspecto de heteronomía del objeto, es decir su carácter singular, a diferencia de los grupos de discusión, donde lo que se analiza es la conjunción o los espacios de experiencias compartidas. Los grupos actualizan un contexto comunicativo en el que se ponen de manifiesto sus símbolos, su lenguaje, metáforas, imágenes típicas de su mundo de la vida. Los pasajes del intercambio grupal que poseen una densidad interactiva y metafórica alta resultan cruciales en el trabajo de la interpretación documental o interpretación sociogenética, que busca explicar las visiones del mundo y los modelos colectivos de la acción. Estos pasajes densos con datos sobre el contexto o medio social de los entrevistados en tanto categoría social contienen el modus operandi que orienta la acción práctica de los individuos. Los grupos de discusión nos permiten acceder a los significados típicos de acuerdo con la pertenencia generacional, de género, de clase, etc. que se forman no del acuerdo racional, sino de la conjunción de los espacios de experiencias comunes.

El análisis de los datos construidos a partir de ambos tipos de dispositivos permite obtener una visión más completa de la interacción entre agencia y estructura, reflexividad y habitus, experiencia “auténtica” y distorsión ideológica, en la comprensión de un fenómeno como la violencia de pareja, sus significados y las formas de acción que éstos habilitan u obstruyen. La visión narrativa, como se señaló, permite acceder a la subjetividad de mujeres que no son ni objetos pasivos de la dominación masculina ni agentes libres que “eligen” la violencia o bien “deciden” emanciparse.

Algunos aspectos éticos que son propios de la investigación sobre temas emocionalmente “sensibles” para los sujetos, y en particular cuando se realiza mediante métodos narrativos y dialógicos, merecen ser mencionados. Como señala Hydén (2005), no hay demasiada diferencia entre la entrevista terapéutica y una entrevista de investigación en la que se intenta escuchar la forma en que la mujer tiene de significar y narrar la violencia. La única diferencia, apunta, es que en la entrevista de investigación no hay un compromiso para cambiar las cosas, aunque con frecuencia esto ocurra. La narración es una de las formas más importantes que tienen los sujetos para construir una identidad.

Cuando la invitación a participar en un estudio es clara, honesta y voluntaria, los sujetos se colocan como protagonistas de la historia y no como objetos pasivos, lo cual resulta más bien liberador. En las narraciones y en el diálogo con otras mujeres, las participantes muchas veces descubren que consciente o inconscientemente fueron capaces de tomar acciones. Como en toda investigación, no solamente es necesario asegurarse de que los entrevistados sepan claramente qué asuntos se van a tratar en las conversaciones, sino que participen o dejen de participar de forma libre y voluntaria. Más importante aún es el tipo de escucha y de intercambio comunicacional decisivos para garantizar que, lejos de causar un daño, la entrevista narrativa y la discusión grupal generen alguna forma de restitución subjetiva en las personas participantes. Esto se constata cuando las mujeres, al terminar las discusiones y entrevistas, agradecen haber podido compartir sus experiencias y, en muchos casos, resignificarlas.

A través de los relatos, en los que las mujeres hacen una síntesis de los elementos heterogéneos de su experiencia, se comprueba que reproducen, y al mismo tiempo utilizan discursos y nociones habituales para probar su capacidad de hacer o pensar algo diferente. Muchas veces, más que adaptarse pasivamente o cuestionar abiertamente el sistema, “invierten” en identidades hegemónicas que pueden resultar opresivas, pero también estratégicas, como es el caso de la maternidad, que muchas veces les da el valor necesario para cuestionar distintas formas de violencia.

La persistencia de narrativas de amor romántico, reproducción, matrimonio y fidelidad, aun cuando la realidad las revele obsoletas (y las mujeres de algún modo lo sepan), no sólo obedece a una necesidad estratégica, sino también a su carácter enraizado, tanto en prácticas institucionales históricas como en disposiciones personales. Son importantes para la construcción y el mantenimiento de identidades más o menos coherentes (McNay, 2000).

Sin embargo, las discusiones grupales muestran también un distanciamiento de estas nociones. Ello les permite a las participantes una autocomprensión y, potencialmente, una acción autónoma respecto a lo aprendido. A lo largo de nuestras investigaciones hemos observado que las mujeres nunca reproducen pasivamente la dominación, por más crítica que sea su situación, sino que actúan de forma más o menos estratégica, dependiendo de las circunstancias que las rodean. Entre ellas, destacan los recursos materiales y simbólicos a su alcance para enfrentar la violencia de formas más o menos abiertas (Herrera y Agoff, 2018).

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1Su origen se remonta a W. Dilthey (1944) en el periodo decimonónico del desarrollo de las ciencias sociales.

2Los resultados de esta investigación se encuentran en Agoff, Rajsbaum y Herrera (2006).

3El conjunto completo de los hallazgos se encuentra en Herrera, Agoff y Rajsbaum, (2003)..

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