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Estudios sociológicos

versión On-line ISSN 2448-6442versión impresa ISSN 0185-4186

Estud. sociol vol.36 no.107 Ciudad de México may./ago. 2018

https://doi.org/10.24201/es.2018v36n107.1592 

Reseñas

Victoria Gessaghi, La educación de la clase alta argentina: entre la herencia y el mérito

Analía Goldentul* 

* Instituto de Estudios de América Latina y el Caribe (IEALC/Conicet), Argentina. Correo electrónico: agoldentul@yahoo.com.ar.

Gessaghi, Victoria. La educación de la clase alta argentina: entre la herencia y el mérito. Buenos Aires: Siglo XXI, 2016. 270p.


La educación de la clase alta argentina, de Victoria Gessaghi, me volvió una lectora entusiasta. Ello se explica, en primer lugar, por la elección de un tema original que aparece en un terreno vacante en los estudios sobre la clase alta argentina, a saber, su vínculo con la educación. Mientras abundan referencias sobre el modo en que los sectores subalternos se insertan en la trama educativa, los sentidos y usos que adquiere el sistema educativo para las familias tradicionales de la Argentina era, hasta hoy, un tópico poco explorado. Una segunda causa estriba en la forma en que la autora, doctora en Antropología Social por la Universidad de Buenos Aires e investigadora del Conicet, construye metodológica y epistemológicamente su objeto de estudio. Resultado de un prolífico trabajo de campo que combina observación participante y la realización de más de sesenta entrevistas a miembros de “familias tradicionales”, Gessaghi ofrece un relato etnográfico que desafía los cánones tradicionales de la escritura académica: se incluye en el relato, potenciando el “yo” del investigador sin que ello haga mermar la objetividad o espesura de sus ideas. De este modo, acompaña el contenido de las entrevistas con anécdotas del campo, visibiliza de manera continua las dinámicas de poder que se establecen entre ella y los sujetos entrevistados, y explicita las emociones, sentimientos y sensaciones ambivalentes -de rechazo y empatía- que sobre ella generan algunos miembros de la clase alta.

Si ésta no es simplemente otra etnografía más, se debe también al modo en que es formulado el problema de investigación. Gessaghi no se lanza a observar simplemente “lo que hay” en el terreno para inducir de allí las categorías de análisis, sino que toma como punto de partida premisas sociohistóricas que terminan por conferirle gran densidad histórica y conceptual a su pregunta-problema: en el marco de un Estado-nación con una tradición educativa pública y gratuita y una matriz cultural igualitaria, antielitista y “plebeya” que cuestiona las jerarquías preestablecidas, “¿qué sentidos y usos adquieren la escuela y la escolarización para estas familias?”, “¿de qué manera los sujetos encaran la exigencia moderna de construir “desigualdades justas?”, “¿cómo producen y reproducen sus posiciones de privilegio en una sociedad en la que, durante gran parte del siglo XX, la igualdad prevaleció como demanda creciente?”, “¿qué hace la educación por la clase alta?”

Respecto de la estructura del libro, consta de una introducción, seis capítulos y reflexiones finales. En el primer capítulo -“El trabajo de formación de la clase alta”- la autora explora y deconstruye a la “clase alta” como categoría nativa. El énfasis no está puesto en dilucidar el lugar objetivo que ocupan los entrevistados en la estructura de clases, sino en indagar el modo en que construyen, reelaboran y negocian los criterios de pertenencia, las fronteras de clase y los fundamentos que legitiman sus posiciones de privilegio. Contrariamente a un sentido inmediato que asocia clase alta con fortuna o capital económico, los entrevistados buscan diferenciarse de los “nuevos ricos” por la portación de ciertos atributos específicos: el apellido, primer indicador de que se está “adentro”, liga la trayectoria familiar con el proceso de construcción de la nación y da cuenta de la “antigüedad” del grupo familiar en el país; la propiedad de la tierra, que también remite a sentidos históricos precisos: “la Argentina, granero del mundo”, la “oligarquía”, el “campo” y las élites terratenientes de principios del siglo XX; y la constitución de un cuerpo apto, visible en la postura corporal, la sobriedad y parquedad en el habla, el control de las emociones, la vestimenta y sencillez en los gustos.

No se es parte de la clase alta en términos individuales, sino en función de la red familiar en que uno se haya inserto. Ello implica que la “familia tradicional”, como tal, debe ser revalidada de manera constante a través de prácticas simbólicas, económicas y recreativas. La narración de historias y anécdotas que alimentan una mística sobre el origen familiar, el ejercicio de una memoria genealógica que activa el recuerdo de las generaciones pasadas y el compartir un tiempo y espacio común de la vida cotidiana (los veraneos en estancias de campo, algún deporte o la administración de los campos y negocios) son actividades que hacen la armonía del grupo doméstico y que, en un sentido más amplio, mantienen el capital económico-familiar unido. Esta última aseveración de la autora nos invita a reflexionar sobre la articulación, siempre compleja, entre familia y capitalismo.

El capítulo dos -“Los circuitos educativos de la clase alta”- indaga el sistema de vínculos que se establece entre las familias tradicionales y las escuelas. Una de las tesituras más sugerentes que el lector encuentra en estas páginas es la afirmación de la escuela no meramente como espacio de reproducción, sino de formación y construcción de la clase alta. A través de criterios de selección social que varían según la institución, las escuelas eligen a sus estudiantes, educan en códigos y valores familiares e insertan a sus miembros en una comunidad social y moral, en una red de relaciones sociales que incluye tanto a hijos como a padres. Aun así, las trayectorias educativas que analiza Gessaghi evidencian que los sujetos pueden transitar a lo largo de su vida entre instituciones más o menos heterogéneas socialmente y que en ello incide la variable género. Mientras las mujeres, que cargan con el imperativo de mantener activas las relaciones familiares, suelen inscribirse en colegios tradicionales con formación católica; los hombres, futuros custodios del capital económico del grupo familiar, deben “salir de la burbuja” y asistir a colegios más abiertos, donde el contacto con otras clases y fracciones de la élite dominante les proveerá de recursos para desenvolverse con soltura en el mundo de los negocios.

Las expectativas y los significados que adquiere la educación para los miembros de la clase alta argentina constituyen el núcleo temático del tercer capítulo -“Sentidos de la educación para la clase alta”-. Mientras algunos le asignan a la universidad una finalidad meramente económica, la de obtener herramientas para continuar la empresa familiar, otros piensan la educación universitaria como un “pasatiempo” o “hobby”. En uno y otro casos, la elección de la carrera aparece escindida de la idea de “vocación” o “realización personal”. A la desnaturalización del vínculo entre estudio y vocación, le sigue otra disociación que desafía el sentido común: la relación entre distinción social y obtención de credenciales educativas. En el marco de una cultura atravesada por demandas de igualdad y por el acceso masivo a la educación, los sujetos entrevistados no suelen escoger las escuelas por su excelencia académica, ni mucho menos piensan en las credenciales educativas como un criterio de distinción social. De lo contrario, las instituciones escolares tienen para la clase alta la función de educar en valores, legitimar la buena educación moral y proveer espacios de socialización que certifican la dignidad social de sus alumnos.

En el cuarto capítulo -“La educación de la clase alta. Apropiaciones y negociaciones dentro del sistema educativo argentino”- la autora articula diferentes tiempos de análisis -pasado y presente- con el objetivo de dar cuenta de aquellas dinámicas históricas que modelan las experiencias formativas de los entrevistados. Problematizando aquella conocida noción que postula a la escuela pública argentina como un lugar de encuentro de todas las clases sociales, Gessaghi sostiene que la aprobación en 1884 de la Ley 1420, de educación pública, laica y gratuita, no impidió ni frenó la creación de colegios católicos, varios de los cuales se constituyeron tempranamente como espacios privilegiados de formación para una clase alta que, ante la masificación del sistema escolar y la experiencia democratizadora de 1916, comenzaría a replegarse sobre sí misma. A su vez, la información que arrojan las entrevistas revela que la opción por ciertas escuelas no se ancla en su carácter público o privado, sino en la distinción entre formación laica y católica, por un lado, y entre colegios de “pobres” y “ricos”, por el otro. Ello nos habilita a desesencializar el presunto carácter “antiestatal” de la clase alta argentina, en la medida que sus miembros no se oponen a la escuela pública, sino al modo en que ésta se consagró históricamente, en Argentina, como espacio democrático, laico, masivo e igualador.

El quinto capítulo -“La clase alta, entre la herencia y el mérito”- ahonda en la particular articulación entre herencia, parentesco y meritocracia, en un contexto signado por el avance de nuevos modos de producción y subjetividad neoliberal. La antigüedad, el apellido, la pertenencia a una red familiar, son todas formas tradicionales de legitimación que en la actualidad deben conjugarse con la lógica moderna del esfuerzo individual y la ética del trabajo. El “hacerse desde abajo” y el profesionalizarse -en rubros mayormente ligados a la actividad agropecuaria- no se ata estrictamente a la obtención de credenciales educativas, sino al emprendimiento, a la generación de negocios y a la exigencia constante de “ser el mejor” en lo suyo. Así, los sujetos logran compatibilizar mérito y familia, construyendo una trayectoria individual y profesional “exitosa” que refrenda el “apellido”, confirma el virtuosismo del grupo familiar, al tiempo que invisibiliza la ventaja de contar con un capital económico y cultural heredado.

El carácter moral como signo de distinción es la temática del sexto y último capítulo -“La educación moral”-. El apellido, afirma Gessaghi, es una “marca relacional” que se sustenta en el reconocimiento de los demás y en la producción de sujetos moralmente superiores. Los miembros de la clase alta deben construir sus marcas de distinción en tensión con un imaginario igualitario que les impide cerrarse por completo, si no es a riesgo de quedar expuestos. El uso discreto del dinero, el pasar inadvertido, la solidaridad y el trato “igualitario” con el otro, son todas prácticas que “ennoblecen la riqueza”, desdibujan las distancias de clase y aproximan a las familias tradicionales a los sectores menos pudientes, en una sociedad donde las posiciones de privilegio deben ser producidas y negociadas en forma constante. En este marco, cobran relevancia las actividades de caridad que se ensayan en los colegios de élite, donde la ayuda al “prójimo” permite tramitar sin culpa la posición de privilegio, negando las condiciones sociohistóricas sobre las cuales descansa.

Tal como sugiere Gessaghi en las reflexiones finales, La educación de la clase alta argentina es un libro que arroja luz sobre el tema, pero que al mismo tiempo describe “lo conocido pero no dicho por quienes están en el poder” (p. 247). Su innovación temática, el modo de situar la problemática de la educación en un campo de relaciones más amplio, y la construcción de un relato etnográfico que articula diferentes tiempos de análisis, son todos elementos que dan como resultado un presente historizado y multidimensional de las familias tradicionales argentinas. Sin embargo, no se puede dejar de mencionar lo que considero desaciertos conceptuales de la autora, como la falta de precisión, definición y justificación en el uso del término “clase alta”. En el orden metodológico resulta llamativo que no explicite los criterios de selección de los entrevistados, la escasez de fuentes primarias (documentos, estadísticas) que complementen el material de las entrevistas, y la ausencia de “mini-hipótesis” que guíen la lectura y otorguen especificidad temática a cada capítulo. Finalmente, la ilación alborotada de las ideas con el material de las entrevistas sedimenta en un estilo narrativo que, por momentos, surfea en los límites de la investigación académica. Aun así, las críticas son también un modo de reconocer y elogiar un libro que, es de suponer, ya es referencia obligada en su campo de estudio.

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