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Estudios sociológicos

versión On-line ISSN 2448-6442versión impresa ISSN 0185-4186

Estud. sociol vol.36 no.107 Ciudad de México may./ago. 2018

https://doi.org/10.24201/es.2018v36n107.1589 

Reseñas

Paulina Aroch Fugellie, Promesas irrealizadas: el sujeto del discurso poscolonial y la nueva división internacional del trabajo

Mario González Castañeda* 

* Universidad Autónoma Metropolitana-Unidad Cuajimalpa, México. Correo electrónico: mario.gonzalez.castaneda@gmail.com.

Aroch Fugellie, Paulina. Promesas irrealizadas: el sujeto del discurso poscolonial y la nueva división internacional del trabajo. México: UNAM, 2015. 201p.


La teoría poscolonial ha generado en las ciencias sociales y las humanidades innumerables expectativas analíticas y metodológicas desde su aparición a principios de la década de 1980. Detractores y críticos, igualmente, han acompañado su desarrollo epistémico. Y no es para menos, el propio término “poscolonial” -aparentemente autodefinido- ha adquirido un carácter inusitadamente polisémico en razón de la ansiedad metódica generada entre cierto número de especialistas y académicos del “Sur global”, vislumbrándose una alternativa al etnocentrismo disciplinar. Asimismo, se le ha provisto de propiedades para legitimar discursos, conferencias, estudios y libros. Sin embargo, al ser explorada, es posible notar sus alcances y límites; de ahí que propuestas y promesas supuestamente planteadas por la teoría poscolonial resulten irrealizadas (Shohat, 1992; McClintock, 1992). Remarco el supuesto, pues debe precisarse que las promesas fueron autogeneradas por quienes han aplicado (o intentado aplicar) el enfoque a sus trabajos y no por los propios teóricos poscoloniales.

Paulina Aroch Fugellie logra articular, en Promesas irrealizadas: el sujeto del discurso poscolonial y la nueva división internacional del trabajo, no sólo una explicación a dichos planteamientos, sino también situar críticamente la relevancia metodológica de la teoría. La autora inicia su empresa intelectual despejando dudas sobre la teoría poscolonial. La desmarca claramente de los estudios subalternos: la teoría poscolonial “se refiere a una empresa intelectual interdisciplinaria en las humanidades [sic] que investiga el legado cultural del colonialismo” (p. 13). Asimismo, explora sus rupturas y continuidades en el presente, mientras que el colonialismo representa al colectivo de historiadores, predominantemente indios, agrupados en un acto de protesta y contestación a las formas historiográficas “tradicionales” de la década de 1980 que excluían a campesinos, mujeres y obreros, es decir, grupos subalternos1 (Dube, 1999). Sin lugar a dudas, ésa es una de las primeras confusiones. El segundo equívoco está representado por los denominados “autores o teóricos poscoloniales”. Edward Said y Frantz Fanon, sin duda, son los precursores de este enfoque. Sin embargo, se les asocia erróneamente con autores subalternos, como Gyanendra Pandey, David Arnold, Gayatri Spivak, Homi K. Bhabha. La autora observa que la teoría poscolonial se nutre de dichos autores subalternos, pero es erróneo etiquetarla como tal.

La tercera confusión radica en los supuestos de la teoría poscolonial. Los procesos de descolonización iniciados tras el final de la Segunda Guerra Mundial y su posterior radicalización en la década de 1970, son los prolegómenos de este enfoque, es decir, todas las formas de dominación: física, simbólica, epistémica, particularmente aquellas vinculadas con la autoridad política. De hecho, Orientalismo, de Edward Said, y Los condenados de la tierra, de Frantz Fanon (1963), analizan la dominación angloeuropea en contextos y periodos específicos, así como el ejercicio de la autoridad y el poder, haciendo especial énfasis en la violencia epistémica2 y física. Ambos muestran cómo los distintos procesos y mecanismos articulados por los Estados coloniales les permitieron controlar el poder y negociar la historia a fin de justificar su presencia en una supuesta misión civilizadora o pedagógica. La recuperación de la soberanía y la (re)construcción del Estado-nación son, por tanto, los epicentros de los movimientos de descolonización. Deseo detenerme en el Estado, en razón de la mención y elaboración de la autora, aunque advierto que el tema no es abordado en profundidad a lo largo del libro. Aroch Fugellie señala: “En la crítica poscolonial, el énfasis está en deconstruir el Estado-nación y en exponer su arbitrariedad. Sin embargo, un número de teóricos poscoloniales sí critica la asunción de que Estados-naciones tercermundistas están simplemente reproduciendo modelos occidentales” (p. 16). Considero que observar estos procesos como simple mimetización resulta poco productivo analíticamente. La conformación del Estado debe observarse y estudiarse como un proceso histórico-cultural cotidiano y sin acuñación geográfica (Scott, 1985; Corrigan & Sayer, 1985; Das & Poole, 1991; Hansen & Stepputat, 2001).

Continuando con los presupuestos, la teoría poscolonial también centra sus esfuerzos epistémicos en el sujeto poscolonial y de ahí la cuarta confusión. ¿Quién es el sujeto poscolonial? ¿Dónde habita? ¿A quién o quiénes se les puede denominar como tal? La respuesta podría ser: aquellos ubicados en los países recién descolonizados; sin embargo, se excluiría a América Latina. Por tanto, la autora considera que “la ‘otredad’ de un espacio dado respecto de Occidente es el criterio privilegiado para definir [el sujeto] poscolonial, más que algo intrínseco al propio territorio” (p. 18). La propuesta es práctica para los fines de este libro. Personalmente, le propongo al lector reflexionar y discutir la supuesta autodefinición de “Occidente”: ¿acaso Estados Unidos, Australia y Japón pueden ser considerados parte de ese “Occidente”? ¿Cuál sería el criterio para definir y limitar no sólo a Occidente, sino también a Oriente? (Chakrabarty, 2000).

Ahora bien, esta síntesis de la teoría poscolonial y de las inquietudes producidas permite notar por qué ha generado importantes cuestionamientos. En ese sentido, parece un menester un tanto complicado agruparlas; sin embargo, la autora acierta al plantear una clasificación práctica: la tradición autocrítica y la crítica materialista. El criterio empleado para esta propuesta está en función del lenguaje como categoría fundacional: “[l]as categorías fundacionales sitúan al autor ideológicamente” (p. 23). Ése es el caso de la segunda tradición, mientras que la tradición autocrítica es propiamente aquella constitutiva de la teoría poscolonial. Citando a Robert Young, Aroch Fugellie describe la iniciación por la cual atraviesan los pensadores de esta tradición: se seleccionan tres autores y su trabajo más representativo y, acto seguido, se critican los textos; de ahí la denominación de esta tradición. La descripción de ese evento y de este libro en sí mismos son la narración de la iniciación experimentada por la autora. En su caso, los pensadores seleccionados fueron Spivak, Anthony Appiah y el citado Robert Young. Cabe notar que debido al interés de la autora por analizar el discurso en el marco de la autoridad política se incluye a dos jefes de Estado: Salvador Allende de Chile y Julius Nyerere de Tanzania.

El objetivo de la primera parte del libro es estudiar quién es el sujeto poscolonial y dónde se sitúa lo poscolonial a partir del discurso. La primera interrogante es fundamental en el proceso de generación de conocimiento del corpus de la teoría poscolonial y, al mismo tiempo, representa un doble reto intelectual, pues no sólo busca indagar en el objeto de estudio -en tanto entidad-, sino también en quién o quiénes escriben en torno al sujeto poscolonial. Frecuentemente, al analizar y escribir acerca del sujeto poscolonial, quien lo hace adquiere el estatus de lo estudiado, es decir, el académico también es sujeto poscolonial. Un historiador, politólogo o sociólogo “tercermundista” está obligado a incluir y citar a los “clásicos” (angloeuropeos) en sus respectivos ámbitos disciplinares. Sin embargo, su par “occidental” no está obligado a explorar la literatura especializada fuera de su región: “los teóricos occidentales canónicos se citan sin reparo o problema alguno”, señala Aroch Fugellie, es decir, “que el texto teórico se asume transparente, con autoría y autoridad, como un todo coherente y autónomo que produce significado innovador, un significado capaz de trascender su particular sitio de producción” (p. 30). Esta tensión inherente es explorada e ilustrada exitosamente por la autora. Y lo hace a partir de situar lo poscolonial, es decir, cómo se estudia: mediante la deconstrucción del discurso situado en contextos históricos y políticos específicos.

Considero que atestiguamos un periodo de retos intelectuales, pleno de neologismos, resignificación de categorías de estudio y de agrupación de regiones y países en términos económicos: BRICS (Brasil, Rusia, India, China, Sudáfrica), MINTA (México, Indonesia, Nigeria, Turquía, Australia). Del mismo modo, se emplea intermitentemente “países en vías de desarrollo o subdesarrollados”, “países del Sur” o simplemente “Sur global” para referirse a países fuera del ámbito de la Unión Europea, Estados Unidos, Japón y Canadá. “Sur” y “Sur global”, particularmente, han tratado de ser introducidos en el vocabulario de organismos internacionales y en las academias; sin embargo, su propia caracterización es problemática. Organizar el mundo económica y políticamente en un esquema vertical conlleva a una jerarquización explícita: Norte rico, industrializado, avanzado, desarrollado; versus Sur pobre, poco o nada industrializado, poco desarrollado. Sur global es, incluso, más problemático. Unifica y homogeniza experiencias y procesos económicos y políticos. ¿Acaso se puede equiparar el desarrollo político y económico de Chile y Egipto? ¿Corresponde ubicar a China en ese Sur global, aunque su desempeño financiero y comercial no corresponda a los parámetros establecidos?

Considero que el esquema centro/periferia puede ser menos problemático, aunque llega a tener una carga ideológica muy importante: el marxismo. La propuesta sistema-mundo de Immanuel Wallerstein (1974), si bien intenta desterrar jerarquías, no problematiza la dinámica y las relaciones en términos geopolíticos y geoepistémicos. Atrás ha quedado la división de primer/tercer mundo, la cual evidenciaba claramente atraso, además de ser una referencia geopolítica e ideológica. Asimismo, tal denominación estuvo asociada el desarrollismo: “proyecto que con frecuencia se describe como la contraparte tercermundista al modelo sociopolítico de Keynes” (p. 14). Este proyecto puede situarse entre las décadas de 1950 y 1970. La llegada de Margaret Thatcher y Ronald Reagan y la aplicación de medidas neoliberales pusieron fin al desarrollismo. Ante este escenario de orfandad identitaria o referencial valdría preguntarse por qué no reemplazar “tercer mundo” con Estados poscoloniales para referirse a los países en vías de desarrollo. Aroch Fugellie advierte un riesgo epistémico en ello: “[poscolonial] desplaza el énfasis de los factores económicos” (p. 15). Es decir, al referirnos a lo poscolonial, implícitamente obviamos las condiciones económicas y de desarrollo de aquellos países otrora colonias o bajo algún esquema semicolonial y, lo más importante, se niega el legado y las repercusiones del periodo colonial. Representa, igualmente, una suerte de mecanismo teleológico liberador para las antiguas metrópolis. Finalmente, establece una relación binaria con una peligrosa tendencia maniquea y monolítica.

En ese contexto, la autora propone revalorar el uso de la nueva división internacional del trabajo (NDIT). Entre los argumentos se pueden citar que no determina ni zonas ni entidades político-geográficas dadas. Permite evidenciar la producción de conocimiento y su relación con el sujeto, es decir, visibiliza la “división epistémica”: jerarquía internacional del conocimiento, concepto elaborado por Gayatri Spivak y Aníbal Quijano.3 Los procesos económicos y financieros globales de las pasadas tres décadas se han registrado con una velocidad inusitada y sus consecuencias han sido cada vez más funestas; sin embargo, han encontrado mecanismos políticos e intelectuales para desvanecerse.

Ahora bien, ¿qué es la NDIT?: “la división internacional del trabajo clásica describe los papeles diferenciados de los países desarrollados y en vías de desarrollo en la economía global durante la era del colonialismo y hasta los años sesenta” (p. 34). África, Asia y América Latina fueron catalogados como proveedores de materias primas y consumidores de mercancías y servicios, provistos por países industrializados. Este análisis marxista no es caduco, afirma la autora:

Yo sostengo que esta suposición es cuestionable, ya que más que una desaparición de la industria, ha habido una reubicación de ésta al otro lado de la división del trabajo. Mientras que los países del primer mundo hoy concentran el sector de los servicios, todavía dependen de la producción industrial del tercer mundo… (p. 35)

Es cierto, atestiguamos el desarrollo de nuevos países industrializados: China, Corea del Sur, Brasil, India. Pero también es cierto que otros países han incrementado significativamente el sector de los servicios, en particular India. Finalmente, recuperar la categoría de NDIT ofrece no sólo la posibilidad de abrir el debate y la discusión sobre el legado del colonialismo y sus nuevas formas, sino también la configuración de la división epistémica.

En suma, Paulina Aroch Fugellie aporta nuevos elementos al debate y la crítica de la teoría poscolonial, analizando continuidades, rupturas, tensiones e inestabilidades conceptuales.

Bibliografía

Chakrabarty, D. (2000). Provincializing Europe: postcolonial thought and historical difference. Princeton, NJ: Princeton University Press. [ Links ]

Corrigan, P. & Sayer, S. (1985). The great arch: English state formation as cultural revolution. Oxford, Reino Unido: Basil Blackwell. [ Links ]

Das, V. & Poole, D. (Eds.). (1991). Anthropology in the margins of the State. Santa Fe, NM: School of American Research Press. [ Links ]

Dube, S. (1999). Introducción. En S. Dube (Ed.), Pasados poscoloniales. México, D. F., México: El Colegio de México. [ Links ]

Fanon, F. (1963). The wretched of the earth. Nueva York, NY: Grove Press. [ Links ]

Hansen, T. B. & Stepputat, F. (Eds.). (2001). States of imagination: ethnographic exploration of the state. Durham, NC: Duke University. [ Links ]

McClintock, A. (1992). Angel of progress: pitfalls of the term “post-colonialism”. Social Text, (31/32), 84-98. [ Links ]

Scott, J. C. (1985). Weapons of the weak: everyday forms of peasant resistance. New Heaven, CT: Yale University. [ Links ]

Shohat, E. (1992). Notes on the “post-colonial”. Social Text, (31/32), 99-113. [ Links ]

Wallerstein, I. (1974). The modern world-system , vol. I. Nueva York, NY: Academic Press. [ Links ]

1El término no es una categoría creada por este colectivo, se retomó de los trabajos de Antonio Gramsci.

2Concepto desarrollado por Gayatri Spivak en fechas posteriores a la publicación de las obras referidas de Said y Fanon.

3La generación de conocimientos y saberes no es democrática, está supeditada a los lugares donde se produce y a sus autores.

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