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Estudios sociológicos

versão On-line ISSN 2448-6442versão impressa ISSN 0185-4186

Estud. sociol vol.34 no.101 Ciudad de México Mai./Ago. 2016

 

Reseñas

María Luisa Tarrés Barraza, Laura B. Montes de Oca Barrera y Diana A. Silva Londoño (coordinadoras), Arenas de conflicto y experiencias colectivas. Horizontes utópicos y dominación

Sergio Tamayo* 

*Universidad Autónoma Metropolitana Unidad Azcapotzalco. sergiotamayo1@prodigy.net.mx

Tarrés Barraza, María Luisa; Montes de Oca Barrera, Laura B.; Silva Londoño, Diana A.. Arenas de conflicto y experiencias colectivas. Horizontes utópicos y dominación. México: El Colegio de México, 2014. 527p.


Para que mis comentarios den una visión sintética e integral desde el principio, habría que decir que el libro colectivo coordinado por María Luisa Tarrés Barraza , Laura B. Montes de Oca Barrera y Diana A. Silva Londoño, Arenas de conflicto y experiencias colectivas. Horizontes utópicos y dominación, trata nuevas formas de pensar la dinámica de los movimientos sociales. Está escrito por investigadoras e investigadores jóvenes, la mayoría con doctorados en ciencias sociales, especializados en sociología por El Colegio de México, y ubicados profesionalmente en distintos centros de investigación o en estancias posdoctorales. Es un libro de excelente factura, resultado de una discusión surgida y sugerida en los seminarios organizados por María Luisa Tarrés en el Centro de Estudios Sociológicos. Su lectura me atrapó desde el inicio a pesar de que había imaginado erróneamente que iba a tratar de temas abordados con planteamientos clásicos. Por un lado, aquellos desarrollados por la teoría de la Movilización de Recursos, creada desde los confines de las universidades estadounidenses, principalmente Columbia University y Cornell University al noreste y Stanford University al suroeste del país; por otro lado, de la conocida teoría de los Nuevos Movimientos Sociales, originada desde instituciones europeas principalmente de Francia, Italia y Alemania.

Si bien todos los capítulos que lo integran parten de la crítica de estas teorías, unos con más detalle que otros, la reflexión teórica y metodológica de las y los autores rompe con líneas rectas y fronteras rígidas de estos campos hegemónicos para explicar los movimientos sociales.

Partir de un referente teórico y filtrarlo por la crítica permite, en primer lugar, darse cuenta de las distintas referencias, presuposiciones y apropiaciones que diversos autores tienen y elaboran con respecto a un campo teórico más o menos definido. Se vuelve una obra didáctica para el lector porque se abordan múltiples problemáticas y metodologías a partir de un cuerpo común. Pero el libro, además de plantearse reflexionar sobre las encrucijadas teórico-metodológicas, es rico en problemas empíricos. Repasemos: movimiento indígena en Bolivia de Carmen Rea; autogestión de trabajadores en Argentina de María Amalia Gracia; el movimiento de liberación homosexual en México de Sofía Argüello; movilizaciones agrarias en Michoacán de Enrique Guerra; el movimiento urbano popular de Martín Paladino y de Edison Hurtado; las organizaciones de comerciantes ambulantes de Diana Silva; movilizaciones campesinas del Pacto Ribereño de Mario Alberto Velázquez, movimiento ecologista anti-corporativo y el contra-movimiento empresarial de Laura Montes de Oca; las movilizaciones por el agua de Leonardo Garavito, y las acciones colectivas contra la minería canadiense de David Madrigal.

Estos temas empíricos están explicados a través de la crítica teórica que he señalado, y el esfuerzo de disponer otras formas teóricas y metodológicas que inesperadamente abren un abanico de posibilidades nuevas para comprender la sociología de los movimientos sociales. Felicito este esfuerzo, porque la calidad y el rigor en el análisis de cada uno de los trabajos no demerita ninguno. Es un libro equilibrado en este sentido. Los once artículos y una lúcida nota introductoria de María Luisa Tarrés están divididos en cuatro partes que destacan temas generales. Así tenemos capítulos que abordan la construcción de las identidades colectivas; otros referidos a la representación política y las estrategias de negociación; la tercera parte se refiere al papel de las élites en la contención política; y, finalmente, las movilizaciones en relación con la desregulación capitalista y situaciones de riesgo.

Se retoman de manera original nociones de Foucault y Bourdieu que se antoja discutir. El concepto de discurso, de relaciones de poder y de gubernamentalidad de Foucault, y la performatividad, que puede asociarse, así me parece, al concepto de performance político de Charles Tilly, que le permite a la categoría foucaultiana una posibilidad mayor de crítica y transformación, y no sólo de reproducción de las relaciones de dominación. Ocurre lo mismo con la aplicación de los conceptos bourdianos de habitus y campo, o los de espacio social y capital cultural, sin hundir el análisis en la rigidización del propio concepto de movimiento social en la que recientemente algunos autores brasileños tienden a caer.

Muchos clásicos de la acción colectiva que debatieron con otros autores de la sociología en general, la filosofía y la política, pueden reconocerse en estas páginas por las posibilidades de explicación de la acción colectiva.

Para iniciar el recorrido, Carmen Rea vincula los cambios estructurales, los procesos políticos y las dimensiones simbólicas e identitarias para acercarse al movimiento indígena boliviano. Una postura crítica a la Estructura de Oportunidades Políticas la lleva a contraponer la idea de subjetividad de Foucault y la noción de política de Ranciére en tanto ese momento de distorsión del orden establecido acuñado culturalmente como “natural”.

A propósito de las fábricas recuperadas en Argentina, María Amalia Gracia rescata el Estado naciente de Francesco Alberoni que constituye, en una analogía con el Ranciére de Rea, ese periodo de transición que identifica a un movimiento como transgresor de la institucionalidad. Y a Barrington Moore, quien considera el principio de la decisión de actuar juntos como fundamental, basado en la identificación colectiva del agravio moral y de lo considerado socialmente injusto.

Sofía Argüello contrasta dos conceptos relacionales pero no iguales: identidad e identificación. Me gustó su arrojo para entrar al debate a partir de la consideración de Rogers Brubaker sobre este último término. Reconozco que no había asociado el tema con este autor, a pesar de que para explicar yo mismo a la ciudadanía como identidad colectiva retomé, entre otros, sus estudios sobre nacionalismo y social closure. No podré ahora profundizar en esta discusión que me apasiona, entre identificación e identidad. Sólo diré que además de una explicación estratégica, como la podría entender Charles Tilly, podemos pensarla en tanto presuposición cultural como la de Alberto Melucci, por ejemplo. No obstante, lo que es realmente destacable aquí, como el trabajo de Sofía muestra, es el atrevimiento a romper los límites de algunas teorías y aventurarse a pensar de otra manera.

Enrique Guerra realiza un acercamiento histórico a las movilizaciones agrarias en Michoacán en la época de la Revolución, y me agradó la búsqueda ecléctica de autores y perspectivas, debatiendo con Michel Crozier, Theda Skocpol, Charles Tilly, Anthony Giddens y Alberto Melucci, entre otros. El eclecticismo es una postura epistemológica criticada por su abigarramiento pero debe discutirse, me parece, en términos de lo que plantea Jeffrey Alexander sobre la necesidad de posicionarse efectivamente en torno al pluralismo teórico, que permita un acercamiento holístico a los problemas sociales. La pregunta es: ¿cómo lograr este pluralismo evitando la mescolanza de términos y conceptos que nos lleva a una desestructuración discursiva? La respuesta es pasar el análisis por la crítica.

El texto de Martín Paladino es similar en este sentido. Rescata las teorías de la elección racional, de las identidades colectivas y del espacio social de Alberto Melucci, Jon Elster, y Pierre Bourdieu respectivamente. Me atrajo la discusión que el autor hace respecto al individualismo ontológico y el individualismo metodológico. Creo -a pesar de que coincido con las críticas generales al Rational Choice- que especialmente para movimientos con objetivos materiales muy definidos -como el movimiento sindical o el movimiento urbano popular-, la relación medios y fines, como la de costo-beneficio en la decisión de la gente para participar, es manifiesta. El asunto es que la participación de la gente puede transformarse en compromiso, y obtener en el proceso otro nivel de conciencia distinto al pragmatismo inicial, como el propio James Jasper propone en su crítica a la elección racional, o los trabajos sobre las consecuencias biográficas del activismo de Doug McAdam.

Diana Silva visibiliza las articulaciones encubiertas del clientelismo en las organizaciones de comerciantes. La categoría de “episodio de la contienda”, que rescata de los trabajos de Tarrow, Tilly y McAdam, es fundamental para delimitar metodológicamente el campo de conflicto y las formas de acción cuando los actores interactúan entre sí y con sus oponentes.

Edison Hurtado trabaja empíricamente en colonias del sur de la Ciudad de México. Sus referentes vienen de la sociología urbana: Alejandro Portes, Bryan Roberts, Jorge Durand, Emilio Duhau, David Harvey y Manuel Castells. Identifiqué, por experiencia propia quizás, las formas paradójicas de representación política que se reproducen en las organizaciones sociales. La perspectiva me parece interesante al asociar actores, escenarios y tiempos que permite comprender formas específicas de clientelismo y acción colectiva. Una manera original de plantear la relación entre política y movimiento.

El capítulo de Mario Alberto Velázquez es una excelente investigación sobre las atribuciones del Estado en el marco de un conflicto social y las atribuciones de los actores políticos sobre la Estructura de Oportunidad Política y las movilizaciones sociales. Se trata de un análisis difícil de realizar -como lo han advertido Charles Tilly y Olivier Fillieule- debido a los problemas de accesibilidad de las fuentes policiacas y al tema de la secrecía, que se convierten en una complicación metodológica real. No obstante, la posibilidad de acceder a las fuentes de la Dirección Federal de Seguridad, así como de la Dirección General de Investigaciones Políticas y Sociales de la Secretaría de Gobernación permitió escrudiñar el tema en este capítulo tan bien logrado.

El trabajo de Laura Montes me pareció especialmente bueno, precisamente por la mirada desde uno de los actores que conforman el campo de los adversarios en un conflicto social. Pensar la acción empresarial como actor en un conflicto, como lo ha señalado Michel Offerlé, es poco común en los estudios de los movimientos sociales. Particularmente interesante es la utilización de la categoría del lobbying social diferenciándola del lobbying político.

El capítulo de Leonardo Garavito es un análisis de redes sociales bien realizado. De igual modo, el papel relevante del contexto social y político me pareció importante en términos metodológicos, así como el debate teórico que recrea con Alain Touraine, Klaus Eder y Ulrich Beck.

Finalmente, David Madrigal se posiciona, como Garavito, en la teoría de la modernidad reflexiva de Beck para probar los planteamientos sobre la sociedad del riesgo. Esta idea, en el sentido de que la reflexividad sobre los riesgos implica un convencimiento discursivo y por lo tanto un análisis crítico del discurso, se hace metodológicamente fundamental. Lo considero un acercamiento novedoso.

Para ultimar mis comentarios quisiera plantear algunas reflexiones que me provocó en conjunto la lectura de esta obra.

La crítica del libro se centra en dos grandes corrientes de los estudios de los movimientos sociales: la teoría de la Movilización de Recursos y los Nuevos Movimientos Sociales y nos motiva a preguntarnos: ¿cómo pensar el papel de la teoría en la construcción de conocimiento? ¿Se trata de elegir entre buenas y malas teorías? Gideon Sjoberg, autor de La ciudad preindustrial y A Case for the Case Study, dice que es posible comparar teorías a partir de la triangulación que se forma de supuestos teóricos y procedimientos lógicos. A partir de esa comparación, podríamos conocer los alcances y las aproximaciones metodológicas implicadas en cada una de las teorías existentes. Bryan Roberts, por su parte, plantea que no es necesario contraponer marcos teóricos de esa manera, ya que no habría ni buenas ni malas teorías en el campo de las ciencias sociales, sino más o menos útiles de acuerdo al problema de investigación. La teoría es una forma de explicar la realidad. Pero la realidad, cualquiera que ésta sea, es inabarcable. Las teorías explican una parte de ella y desde una manera de mirar particular. Lo importante, en efecto, es que para explicar un fenómeno social podríamos encontrarnos con limitaciones teóricas preexistentes, y la construcción de nuevos modelos resulta únicamente de esa búsqueda plural de teorías confrontada con nuestros propios casos empíricos.

Así, la teoría no se frena en un momento dado, se desarrolla continuamente a partir de su crítica, lo que puede venir de otros campos de conocimiento o de su propia tradición. La teoría de la Movilización de Recursos ya no se reduce a una región étnica como los Estados Unidos, también en Europa han surgido corrientes importantes que la han retomado como lo señalan los trabajos de Olivier Fillieule, Michel Offerlé y Héléne Combes. Dos perspectivas interesantes han evolucionado a partir de la necesaria síntesis teórica de Sidney Tarrow y Charles Tilly, quienes se han planteado superar el modelo estático de los movimientos sociales hacia un modelo más dinámico y natural: James Jasper y David Snow trazan nuevos mecanismos explicativos desde la teoría de las emociones y la vinculación entre marcos de alineamiento y campos de identidad colectiva, respectivamente, para pensar de otra manera la cultura de los movimientos sociales.

Destacar, por otro lado, los Nuevos Movimientos Sociales, teoría que surgió en los ochenta; después de más de treinta años, quizá nos obligue a decir que la historia ha rebasado su designación y nos enfrente con problemas para confrontarlos con experiencias empíricas específicas. Charles Tilly, James Petras, David Harvey, Gunder Frank y Marta Fuentes son algunos autores críticos del término “nuevo” de esta perspectiva teórica. Además, la paternidad de los nuevos movimientos no es exclusiva de Melucci, pues el propio Touraine se la pelea. En cambio, podemos decir que hoy esta nueva corriente tourainiana ha asumido parte de la crítica de los nuevos movimientos sociales, como en los casos de Michel Wieviorka y Geoffrey Pleyers, quienes hablan de una fase siguiente de movimientos globales y otra manera de construir el sujeto social.

Dicho lo anterior, me hizo falta una reflexión desde América Latina. Parece que tenemos -me incluyo como autocrítica- una obsesión por lo hecho en los países del primer mundo. Pero también en nuestra trinchera tenemos a teóricos latinoamericanos que han trabajado asuntos relevantes y nuevas formas de pensar los movimientos sociales como Boaventura de Sousa, Raúl Zibechi, Arturo Escobar, Sonia Álvarez, Evelina Dagnino o James Petras. Y autores mexicanos que no cito aquí para no alargarme ni para omitir alguno, pero que bien podríamos empezar a nombrar con la responsable de la publicación de este libro, María Luisa Tarrés. Entonces, valdría la pena redirigir nuestra mirada un poco más hacia el sur.

Finalmente, lo que sugiero con este breve comentario es que el libro resulta un extraordinario material teórico, metodológico y empírico que muestra la enorme fortaleza de las nuevas generaciones de investigadores(as). Los estudios de los movimientos sociales en México están de enhorabuena con esta publicación.

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