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Estudios sociológicos

versión On-line ISSN 2448-6442versión impresa ISSN 0185-4186

Estud. sociol vol.34 no.101 Ciudad de México may./ago. 2016

 

Artículos

Empleo, desempleo e identidades de los trabajadores despedidos del sistema siderúrgico mexicano

Employment, unemployment and identities of the Mexican steel workers made redundant system

Eleocadio Martínez Silva*  ** 

*Universidad Autónoma de Nuevo León. eleocadio14@gmail.com


Resumen

Han pasado poco más de veinte años de que se inició la reestructuración y modernización de la industria nacional. De este proceso miles de trabajadores perdieron su trabajo y con bajas posibilidades de retornar al sector industrial del cual fueron despedidos. A veinte años de los despidos en este ensayo se reflexiona acerca del empleo y desempleo e identidades de la cohorte de trabajadores que fueron despedidos del sistema siderúrgico nacional. La reflexión se hace a través de una investigación comparativa de tres casos emblemáticos de despido: Fundidora de Monterrey (1986), Altos Hornos de México (1991-1992) y Siderúrgica Lázaro Cárdenas “Las Truchas” (1991-1992).

En el ensayo se reflexiona acerca del empleo, desempleo e identidades de los “ex trabajadores” a partir de una sociología desde América Latina: una mirada que se cuestione el significado del despido y desempleo en la región. Que reflexione acerca de la crisis y cambio en las identidades obreras cuando se pierde el empleo en un contexto regional en donde el obrero industrial tiene una corta historia. Una mirada sociológica que permita reflexionar sobre el significado de la reestructuración y modernización industrial en la gran empresa de América Latina.

La relevancia sociológica del estudio se debe a que amplía el entendimiento social de las personas que están envueltas en procesos de cambio en un ambiente social que está alterando la vida cotidiana y afectando los aspectos más personales de las experiencias individuales.

Palabras clave: reestructuración industrial; empleo; desempleo e identidades obreras

Abstract

It has been more than twenty years since Mexican industry began its road to restructuring and modernization process. In this time, thousands of workers lost their jobs and indeed had very little chances to return to some related industrial job. After twenty years of this event of massive firing, in this essay it is presented a reflection about employment, unemployment and identities about a worker cohort who were dismissed from iron and steel industry. In this sense, a comparative research was done with three emblematical cases in Mexico: Fundidora de Monterrey (1986), Altos Hornos de México (1991-1992) and Siderúrgica Lázaro Cárdenas “Las Truchas” (1991-1992).

As long as industrial worker is out of work sooner than later in the context of Latin American economies, the proposal is taking a sociological perspective according to this geographical area. So it will be some crucial concepts: the meaning of firing and unemployment, identity crisis and alteration, and the meaning of restructuring and modernization in the typical big enterprise of Latin America, like are the three cases in this essay.

The sociological significance from this study is the comprehension enhancement about people who is involved in social alteration process; how is affected their everyday lives and the very more personal issues about their individual experiences.

Key words: industrial restructuring; employment; unemployment and worker identity

Introducción

El cierre, la privatización y la flexibilidad laboral en la empresa estatal anunciaron, como escribió Francisco Zapata, nuevas formas de organización del trabajo que cuestionaron la significación que el trabajo había tenido en las vidas de miles de trabajadores de la industria estatal, así como la ética con la que se habían socializado amplias mayorías sociales. De esta inflexión en el mundo del trabajo surgieron nuevas categorías de trabajadores: los sobrevivientes de los procesos de modernización y los despedidos. Trabajadores que han estado realizando enormes esfuerzos por mantener una cultura e identidad obrera en medio de procesos sociales, culturales e institucionales generados por los cambios en la estructura industrial y ocupacional del país, así como por la racionalidad organizativa de las empresas.

En el presente estudio se reflexiona sociológicamente acerca del empleo, desempleo y las identidades de los trabajadores despedidos en la liquidación de Fundidora de Monterrey en 1986 y por la modernización y privatización de Altos Hornos de México (AHMSA) y la Siderúrgica Lázaro Cárdenas “Las Truchas” (SICARTSA) entre 1991 y 1992.

El despido de los trabajadores de la empresa estatal no solamente es relevante porque dejó sin empleo a miles de trabajadores y sin posibilidades de retorno al trabajo industrial, también lo es, siguiendo a Delich (1999), a que es socialmente significativo debido a que anunció el punto de inflexión de un modelo de organización de la sociedad y consiguientemente un modelo de explicación de la misma.

La industria estatal sentó las bases para la configuración económica y social de México impulsando el modelo de desarrollo económico de México vigente en la mayor parte del siglo XX. Fue el motor que consolidó el modelo de desarrollo económico basado en la sustitución de importaciones que predominó en el país hasta finales de la década de 1970. La relevancia social de la industria estatal se debe, entre otros aspectos, a que desencadenó procesos de “igualación” social a través de un mercado de trabajo que propiciaba seguridad social, estabilidad en el empleo y salarios por encima de la media del proletariado nacional sirviendo de referencia en las aspiraciones obreras.

Detonó la formación de un sector del proletariado nacional ligado a un conjunto de intercambios sociales que le permitieron tener una importante integración social. Trabajadores que con logros sindicales, económicos, políticos y sociales, en un contexto de Estado Social, construyeron una identidad social.

Este modo de sociedad entró en crisis en los inicios de la década de 1980 con el advenimiento de la política económica neoliberal impulsada por el Estado mexicano, en concordancia con lo dispuesto por los organismos financieros internacionales. Al igual que en el resto de América Latina, en México se implementaron una serie de medidas tendientes a transformar el modelo de desarrollo imperante. Una de las medidas consistió en la privatización de la empresa pública. Las consecuencias inmediatas del cambio de rumbo se reflejaron en la liquidación de la Fundidora de Monterrey (mayo 1986), los procesos de reestructuración de empresas como Minera de Cananea (1989), AHMSA (1990-91), SICARTSA (1990-91), el cierre de la refinería petrolera de Azcapotzalco (1991) y la liquidación de Luz y Fuerza del Centro (2009).

Como consecuencia de estos procesos miles de personas fueron empujadas a un desempleo de larga y corta duración, otros tantos arrojados al subempleo, empleos vulnerables y precarios. Teniendo un profundo efecto en la vida de los individuos y de sus familias: pérdida de estatus, degradación social, desarticulación familiar, destrucción (transformación) de identidades individuales y colectivas; así como el agregado de nuevas formas de desigualdades que alimentan fuertes malestares en las sociedades. Sin embargo, de estos procesos surgieron novedosas experiencias de resistencia de los ex trabajadores por mantener una cultura e identidad obreras.

Este estudio examina los procesos sociales que desencadenaron la formación de los ex siderúrgicos. Se hace a través de un trabajo comparativo de tres procesos de despido. Investiga los mecanismos sociales que conformaron la identidad de los ex siderúrgicos, así como los componentes que perfilaron y diferenciaron las identidades laborales de esta cohorte de trabajadores. Para explorar estos procesos se examina la conformación de la identidad de los ex trabajadores en el contexto del pacto fordista que normó sus relaciones laborales. El significado que tuvo el despido en la desestructuración de la vida cotidiana de los trabajadores; los esfuerzos que realizaron por mantener una cultura e identidad obrera: unos a través del retorno al trabajo industrial, y otros fuera de él. Lo común en la experiencia de los “ex siderúrgicos” es que se entrelaza su pasado obrero, el presente vivenciado y las expectativas de futuro.

La relevancia sociológica del estudio se debe a que amplía el entendimiento social de las personas que están envueltas en procesos de cambio en un ambiente social que está alterando la vida cotidiana y afectando los aspectos más personales de las experiencias individuales. El valor heurístico de la investigación está relacionado con la particularidad del objeto de estudio en el sentido contextual y subjetivo-biográfico. En la medida en que las trayectorias de vida de los ex siderúrgicos son comprendidas por sus determinantes del contexto social, económico y cultural, y por las características individuales de quienes experimentan el suceso de despido (cultura, historia de vida, expectativas, recursos, entre otros).

En el análisis acerca de los ex siderúrgicos se privilegia una perspectiva sociológica desde la realidad latinoamericana: una mirada que se cuestiona sobre el significado del despido y el desempleo en la región, que reflexiona acerca de la crisis y cambio en las identidades obreras cuando se pierde el empleo en un contexto regional en el cual el obrero industrial tiene una corta historia. Una mirada sociológica que permite reflexionar acerca del significado de la reestructuración y modernización industriales en la gran empresa de América Latina.

En este reflexionar, Nadya Araujo (2002) se pregunta qué significa ser desempleado en América Latina y si ha cambiado el significado del desempleo en la región. Preguntas pertinentes ante los cambios que el empleo y desempleo han experimentado en la región en los recientes años debido a que las tasas de desempleo en América Latina se han incrementado notoriamente: la media regional ponderada pasó de 7.1% en 1990 a 11.4% en 2002; para 2011 se ubicó en 7.0%. El desempleo ha sido acompañado de una mayor precarización laboral: el empleo formal en América Latina representaba 52.2% en 1990 (OIT, 2006; 2012). En México el desempleo abierto ha aumentado manifiestamente. En 2009 la tasa de desempleo abierto llegó a 5.25% de la población económicamente activa (PEA) y en 2012 alcanzó 5.02%. En tanto, la subocupación en 2012 representó 8.88% de la PEA (INEGI, 2012).

Estas características del empleo y desempleo, y las interrogantes de Nadya Araujo, son centrales para reflexionar acerca de las respuestas de los siderúrgicos al despido y el desempleo, debido a que en muchos países de la región las fronteras entre el empleo y desempleo son muy permeables, al no ser este último institucionalmente reconocido por el Estado. Por ello un sector de los despedidos pasan frecuentemente del desempleo al subempleo. Esta porosidad se explica, en parte, por el rechazo de trabajadores a reconocerse como desempleados debido al estigma del desempleo, por lo que es pertinente reflexionar acerca de las formas de identificación que construyeron los despedidos del sistema siderúrgico al no identificarse como desempleados y sobre los marcos analíticos adecuados para su comprensión ya que los disponibles han sido construidos en otros contextos regionales. Por ejemplo, desde la realidad estadounidense se acuñó el concepto de corrosión del carácter para dar cuenta del impacto subjetivo del desempleo (Senett, 2002); desde la realidad francesa se reflexiona el desempleo como disociación o desafiliación, como la pérdida de lazos sociales (Castel, 1997); como proceso de descalificación social -la manera en la que los excluidos son descalificados o se les imponen calificaciones degradantes (Paugam, 1991)- de des-inserción social, es decir, el aislamiento y desvalorización a los que son sometidos los excluidos (De Gaujelac, 1991).

Estos marcos analíticos tienen que ver, como señala Didier Demazière (2006), con que en Europa quedar fuera del empleo formal es particularmente desastroso, porque un trabajo de este tipo garantiza un salario que alcanza para vivir de manera digna. Además del golpe a la economía de las familias, perder el empleo significa un deterioro de la autoestima y el debilitamiento de los vínculos sociales y familiares. El desempleo significa un drama ya que quienes lo experimentan se ven condenados a compartir la suerte de los excluidos de siempre: los inmigrantes y los millones de habitantes de los países subdesarrollados.

Desde México, como señaló Francisco Zapata (2009), el análisis del desempleo ha sido monopolizado por los economistas con un enfoque claramente cuantitativo, para el cual la pérdida de empleos, la informalización de los mercados de trabajo y la incapacidad de la economía para generar empleos, sólo reflejan una modernización de dichos mercados en términos de su flexibilización y adaptabilidad a la evolución de la economía. Es decir, una visión para la cual las decisiones económicas no impactan en la vida social, política y la subjetividad de los actores sociales.

Los supuestos anteriores son las que llevan a Nadya Araujo a plantear la necesidad de una sociología del empleo y desempleo desde América Latina, lo que significa asumir que el fenómeno varía en los espacios nacionales y, por lo tanto, la necesidad de construir y trabajar en una agenda de investigación que articule la dimensión normativa-institucional y biográfica-subjetiva desde nuestras realidades regionales.

Reflexionar desde la realidad mexicana acerca del significado otorgado por los ex siderúrgicos al despido y desempleo implica, como comentó Francisco Zapata, partir del hecho de que la existencia de un proletariado con poca experiencia industrial impidió generar identidades exclusivamente obreras por lo que, al perder el empleo, los obreros industriales del sector siderúrgico experimentaron una fragmentación en la que coexisten lo propio del mundo fabril con lo propio del mundo pre-fabril, que fue el lugar de su socialización primera. De ahí que una de las interrogantes que recorren esta obra es acerca de lo que pasa en el terreno de las identidades cuando las personas son despedidas en el contexto de la historia de la clase obrera mexicana.

La respuesta a tal interrogante la enfrento a partir de la categoría social de “ex” obrero (Martínez, 2009), categoría que explica el proceso contradictorio de los obreros latinoamericanos que son expulsados del mundo del trabajo; proceso en el que unos hacen uso de algunos rasgos de su identidad obrera y otros la re-significan; unos logran establecer una nueva identidad y otros no; otros están envueltos en procesos de reforzamiento y/o resignificación de sus prácticas identitarias, tanto para resistencia como acomodamiento a la nueva realidad. En la nueva identidad incorporan vestigios y residuos de su pasado por lo que para estar integrados y ser individuos plenos incorporan su historia pasada dentro de su identidad actual.1

En el proceso de convertirse en ex obreros se presenta una relación de desajuste-ajuste, desidentificación-identificación que se traduce en conflictos relacionales. El desplazamiento social entraña una serie de conflictos afectivos, ideológicos y culturales, relacionales, políticos, que se cristalizan dentro de las relaciones del individuo, en su lugar y en su identidad. Los individuos se confrontan a la co-existencia de dos grupos sociales diferentes y opuestos a los que de una manera él pertenece, al uno y al otro, los cuales separa y recupera.

Reflexionar sociológicamente acerca de las identidades desde América Latina también implica tomar en consideración la característica que asumió en la región la modernización de la empresa como elemento causal que perfiló y diferenció las trayectorias identitarias de los despedidos. Implica asumir, como escribió Enrique de la Garza (2012), que la vía que tomó la reestructuración industrial en América Latina fue por la nueva gestión de la mano de obra basada en subcontratación y no tanto a principios socio-técnicos.

Es decir, como fundamento de la modernización de la gran empresa nacional, la reestructuración productiva en la empresa capitalista siempre fue ligada a factores tecnológicos, de organización interna del trabajo, de flexibilización laboral, de recalificación y de cultura del trabajo, lo que en su conjunto posibilitaría el crecimiento de la productividad. Por lo tanto, el centro de atención de los empresarios no era el entorno de la empresa sino su configuración sicotécnica. En los años recientes la atención empresarial en América Latina se transformó y se le dio relevancia al entorno de la empresa por medio de la subcontratación.

Este cambio se debió en gran parte al éxito industrial de Japón, construido sobre la base de que su gran empresa verticalmente integrada se transformó en un complejo sistema de subcontratación, cuyo fundamento son las redes de subcontratistas que son utilizadas como instrumento de cooperación vertical y horizontal entre empresas. Organizacionalmente se da una integración mediante contratos a largo plazo, compartiendo el peso del diseño de partes y componentes y la garantía de envío eficiente de productos libres de defectos. (Gereffi, 2001; Gereffi y Korzeniewicz, 1994).

Este nuevo modelo involucra un doble proceso, ya que favorece la concentración de capital y la creación de poderosas empresas globales e incorpora a un número mayor de pequeñas y más autónomas unidades productivas dentro de un complejo y muy flexible sistema de contratación (Gereffi, 2001; Gereffi y Korzeniewicz, 1994).

Una lectura limitada del éxito de la gran empresa japonesa por parte de las élites empresariales mexicanas, según Enrique de la Garza (2012), llevaría a enfrentar los problemas de la reestructuración industrial mediante la nueva forma de gestión de mano de obra basada en la subcontratación, ya no como una estrategia más junto a otras más importantes, sino como una de las principales para sostener en el futuro cercano la acumulación del capital en escala global.

El nuevo modelo de gestión de la mano de obra propició en un primer momento “liberar” mano de obra que no se consideraba esencial para la producción, como fue el caso del sistema siderúrgico mexicano, petrolero y eléctrico. En un segundo momento propició el retorno de un sector de esta misma mano de obra a través de la subcontratación, lo cual perfiló las trayectorias identitarias de los trabajadores despedidos, las cuales no han transcurrido en un vacío histórico, sino en condiciones estructurales e institucionales particulares que son el trasfondo que las determinan, por lo que metodológicamente el presente estudio se construye a partir de la perspectiva del curso de vida (Elder, 1985).

Las trayectorias obreras vistas desde el enfoque de los cursos de vida implican una acumulación de eventos y vivencias laborales que tienen como punto de partida la entrada a la fábrica y se complejiza a partir de múltiples eventos que las personas experimentan a lo largo de su vida obrera. Estas experiencias están permeadas por la edad, escolaridad, género y posición en la fábrica. La perspectiva de los cursos de vida posibilita la comprensión de las vidas de los obreros en sus contextos históricos, entrelazando diferentes tiempos: el individual, familiar, colectivo e histórico.

Si bien a los despedidos de FUMOSA, AHMSA y SICARTSA se les da un tratamiento homogéneo debido a que son una misma cohorte de trabajadores que compartieron una misma experiencia de trabajo y despido, formaron parte de un mismo sector de trabajadores que con luchas sindicales lograron construir una identidad colectiva y experimentaron un mismo evento de despido por los procesos de modernización y reconversión industrial. También se presta atención al componente heterogéneo en función a las particularidades históricas, económicas y sociales de sus experiencias.

Me aseguré que en la muestra estuvieran incluidos ex obreros de diferentes generaciones, diferente posición en el piso de fábrica, con diferente experiencia sindical -la mayoría de las entrevistas son con trabajadores que no tuvieron una participación activa en los grupos sindicales-; con diversa trayectoria generacional dentro de la fábrica y diferente escolaridad, así como con diferente trayectoria laboral fuera de la fábrica. El criterio de esta variabilidad de entrevistados -máxima variabilidad- se fundamenta en mis instrumentos conceptuales, que me exigen que estuvieran todos los actores involucrados.

El trabajo de campo se llevó en dos momentos: en 2006 se recolectó la información de los trabajadores despedidos de Fundidora de Monterrey (50 entrevistas). Las de los ex siderúrgicos de AHMSA y SICARTSA se realizaron entre 2011 y 2012 (35 entrevistas a ex siderúrgicos de AHMSA y 25 a ex trabajadores de SICARTSA).

Para el análisis de las entrevistas se construyeron familias de códigos para cada una de las dimensiones presentes en la investigación. Una vez construidas las familias de códigos se pasó a trabajar las entrevistas con el programa Atlas ti con lo que se agrupó la información significativa para el análisis.

1. Crisis de la industria siderúrgica nacional

La liquidación de Fundidora de Monterrey en 1986 marcó el inicio del tránsito de la industria acerera nacional a manos del capital privado y transnacional. Las paraestatales AHMSA y SICARTSA fueron privatizadas en 1991-1992. La primera fue adquirida por capital privado nacional del Grupo Acerero del Norte en 1992 y la segunda está en manos de capital indio del grupo MITTAL desde el 2006. Hojalata y Lámina de Monterrey (HYLSA), de origen privado nacional, fue vendida al grupo Techinit de capital italo-argentino en 2005.

La historia de la siderúrgica nacional, en los primeros años del siglo XX, inició con una importante intervención de un Estado liberal clásico, como lo fue el porfirista. El papel de este Estado fue fundamental en el fomento y estímulo, sin haber llegado a practicar un proteccionismo deliberado, para la creación de la primera siderúrgica integrada en América Latina en 1903: La Fundidora de Monterrey.

Con la puesta en operación de AHMSA, a inicios de 1940, se inaugura la participación del Estado en la economía con la modalidad de empresas paraestatales.2 Mientras tanto, en Monterrey, desde la iniciativa privada y con el amparo del Estado se responde al gran reto industrializador del estado mexicano poniendo en 1945 en operación Hojalata y Lámina (HYLSA). En 1952 en la ciudad de Veracruz se instaló Tubos de Acero de México, S. A. (TAMSA) para atender la demanda de tubos de la industria petrolera mexicana. La madurez de la siderúrgica mexicana llegó en la década de 1970 cuando la demanda de mayor producción de acero por la industria nacional propició que los liderazgos nacionales echaran andar un nuevo proyecto siderúrgico (SICARTSA) de gran dimensión en la ciudad de Lázaro Cárdenas, Michoacán (Toledo y Zapata, 1999).

Al inicio de la década de 1980 era cada vez más evidente la crisis de la industria siderúrgica en el mundo. La centralidad ocupada por el acero en el proceso de industrialización capitalista desde el siglo XIX pasó a segundo plano frente a la estrategia de desarrollo industrial basada en la informática y la automatización (Zapata, 1990). Lo anterior implicó un repensar acerca del papel del Estado en la industria siderúrgica en el contexto de una economía globalizada.

Con la liquidación FUMOSA, según reportes de SIDERMEX, quedaron sin empleo 12 600 trabajadores.3 En los casos de AHMSA y SICARTSA, la modernización implicó el despido de más de la mitad de sus plantas laborales. Según Salvador Corrales (2006) la modernización de AHMSA dejó sin empleo a alrededor de 12 mil trabajadores. La modernización y privatización de SICARTSA implicó la reducción de la planta de trabajadores a la mitad, de alrededor de 6 000 obreros de planta se redujo a poco menos de 3 000.4

2. Despido y empleo diferenciado en la siderúrgica

El despido y el retorno al empleo de los ex siderúrgicos fue diferenciado. Los ex fundidores de FUMOSA como cohorte no retornaron a la industria siderúrgica por la desaparición de la fábrica y porque el sector siderúrgico nacional estaba inmerso en un proceso de reducción de personal obrero debido a la política de subcontratación como forma de organización de la producción.

Una mayoría de los despedidos con amplias calificaciones en habilidades y conocimientos relativos al trabajo siderúrgico no ingresaron a la industria manufacturera debido a que sus destrezas no eran las requeridas en los procesos de producción del sector manufacturero. En términos generales la cohorte de trabajadores de Fundidora de Monterrey no retornó al trabajo industrial. Su retorno al empleo fue a través de trabajos en el sector informal de la economía.

En el caso de los despidos de AHMSA y SICARTSA un sector importante de los trabajadores despedidos retornaron a la siderúrgica bajo el esquema de subcontratación. Este retorno fue posible porque la fábrica no desapareció y por la institucionalización de la subcontratación en la industria siderúrgica en la década de 1990, lo que no había ocurrido cuando se liquidó Fundidora de Monterrey. La subcontratación como gestión de la mano de obra en la gran empresa mexicana también posibilitó que una parte significativa de esta cohorte de trabajadores re-ingresara al trabajo obrero en la industria manufacturera realizando tareas de mantenimiento, reparación y construcción.

El perfil profesional de los despedidos que retornaron al trabajo industrial en general y al siderúrgico en lo particular fueron los trabajadores con oficios de pailería, soldadura, tubería, mecánica y carpintería, lo cual fue posible debido a que la subcontratación en las grandes empresas nacionales y extranjeras se da en trabajos de mantenimiento, reparación y construcción. Otro grupo significativo de despedidos de AHMSA y SICARTSA no retornó al trabajo industrial debido a que la calificación adquirida en la siderúrgica no era demandada en la subcontratación, como fueron los obreros que no lograron la formación de un oficio.

La experiencia del despido y empleo en otros sectores industriales es muy parecida a la de los siderúrgicos. Desde la realidad nacional las experiencias de los petroleros despedidos por el cierre de la Refinería 18 de marzo en 1991, documentada por Margarita Estrada (1996), la de los trabajadores despedidos de la VW Puebla en los procesos de reestructuración de la empresa en 1992, descrita por Leticia Mapes (1994) y los despidos por la liquidación de la Compañía de Luz y Fuerza del Centro estudiada por Belmont (2013), Rojas (2013), y Victoria (2013), son semejantes a la de los ex fundidores de Monterrey. En las tres experiencias el despido significó no retornar al trabajo industrial, según se documentó en los estudios citados.

En el contexto sudamericano, desde Brasil se ha documentado que la pérdida del empleo en sectores de actividad productiva bajo intensa y sistemática reestructuración, como es el caso del sector siderúrgico, tiende a excluir a los trabajadores del sector en el cual estaban vinculados, obligando a un movimiento de migración a otro tipo de actividades, según documentan Cardoso, Comin y Guimaraes (2001).

La experiencia de los siderúrgicos despedidos muestra la vulnerabilidad que enfrentan los trabajadores de la empresa nacional cuando son despedidos y, sobre todo, cuando la fábrica desaparece. Unos enfrentan la vulnerabilidad en el espacio industrial y otros fuera de él. Lo común en las experiencias de despido en América Latina, por los procesos de reestructuración de las grandes empresas, es que dejó un legado enorme de desorganización de las trayectorias profesionales de los trabajadores despedidos. En el momento en que rompieron sus lazos con los antiguos empleadores también se rompió el vínculo con el mundo del trabajo registrado y mínimamente protegido.

En 1988 un estudio financiado por la Universidad Autónoma de Nuevo León arrojó que a dos años del despido en Fundidora de Monterrey sólo 51% de trabajadores cesados habían continuado trabajando. Del resto de trabajadores, 40.3% había buscado trabajo y no lo habían encontrado y 58% no había buscado trabajo. De los argumentos para no buscar trabajo, 43% señaló la edad, 11.4% indicó no creer que podía encontrar trabajo, 15.9% motivos de salud, 11.4% inseguridad en productividad, 6.8% argumentó no tener ánimo y a 4.5% la familia no se lo permitió. La mitad de los que sí trabajaron desertaron en un promedio de seis meses (Zapata, 1998).

En lo que respecta a la situación laboral de los ex siderúrgicos de AHMSA un estudio auspiciado en 1991 por el Programa de Desarrollo Integral de la Región Centro y Carbonífera de Coahuila informó que 11% de los despedidos emigró. De los que permanecieron en Monclova, 28.1% se encontraba inactivo (no trabaja ni busca trabajo). El 43% trabajaba por cuenta propia y 8.3% estaba desempleado (González, 2008: 315). Si bien no existe información disponible para el caso de los despedidos de SICARTSA, la información recabada durante el trabajo de campo concuerda con los datos observados con los ex trabajadores de FUMOSA y AHMSA.

Una mayoría de despedidos de esta cohorte pasaron a formar parte de la fracción descalificada e inestable de la clase obrera, algunos se ubicaron en empleos de baja calificación, como el de intendencia, taxistas, vendedores ambulantes; otros siguieron desarrollando sus calificaciones aprendidas en la fábrica, como trabajadores por cuenta propia; también hubo otros que entraron en un proceso de aprendizaje de calificaciones como albañiles, carpinteros, pintores, comerciantes.

La gran mayoría de los ex trabajadores realizaron el trabajo en diferentes grados de precariedad e inestabilidad, incluso entre quienes extendieron sus calificaciones aprendidas en la fábrica en pequeñas y medianas empresas, ya que el pasaje de una gran empresa a los espacios de taller redujo sus actividades, ocurriendo una cierta regresión en las calificaciones laborales. En este sentido, el hecho de haber continuado con el oficio no se tradujo en recuperación de la jerarquía perdida, impactando a la vez en una disolución de los oficios y especialidades formados en la fábrica.

Muchos de los ex trabajadores intentaron no caer en la “descalificación” buscando empleos en la gran empresa, sin embargo, la realidad de los problemas económicos impactó para que perdieran la esperanza de nuevos horizontes laborales teniendo que tomar empleos precarios y de baja calificación. Para evitar la exclusión social, los ex trabajadores ingresaron al trabajo informal y precario, pero este tipo de trabajo los llevó a un proceso de alejamiento del mundo obrero y por lo tanto del empleo protegido.

En tanto, el retorno al trabajo industrial en general y al siderúrgico en lo particular de un sector importante de ex siderúrgicos de AHMSA y SICARTSA implicó una continuidad con su trayectoria ocupacional a través del oficio. Las trayectorias ocupacionales de estos ex siderúrgicos derivaron en la ampliación de las calificaciones adquiridas en la siderúrgica: paileros, tuberos, soldadores, mecánicos, armadores, ampliaron el conocimiento del oficio debido a que los trabajos de construcción y reparación demandaban un extenso conocimiento del oficio.

Un sector de ex siderúrgicos obtiene salarios por encima de los 20 mil pesos mensuales, según el oficio y el circuito del mercado de trabajo, salario que les permite generar un ahorro con el cual resisten la pérdida de identidad ocupacional en las situaciones de inactividad de las empresas constructoras.

La gran mayoría de los ex trabajadores de FUMOSA, AHMSA y SICARTSA tienen frecuentes periodos de inactividad debido a la lógica del mercado de trabajo de la subcontratación. Esta inactividad no es registrada como desempleo por las estadísticas nacionales ya que los ex siderúrgicos siempre señalan estar buscando empleo. No se autorreconocen como desempleados por el orgullo profesional, mostrando un rechazo a realizar un trabajo que no tenga relación con el de los oficios. Ligado a ello, está la negativa a devaluar su trabajo cuando se les ofrecen salarios inferiores a los que ellos piensan que son justos o que han estado acostumbrados. Se prefiere esperar una buena oportunidad.

La reposición de la fuerza de trabajo en los ex siderúrgicos insertos en la subcontratación explica en parte el no autorreconocerse como desempleados. Dada la precariedad del trabajo que exige jornadas de 12 horas diarias, deciden pausar sus contratos con las empresas contratistas; ven la inactividad como un momento transitorio.

Este tiempo de desempleo de los ex siderúrgicos no es un tiempo muerto debido a que cotidianamente se está en la búsqueda de la mejor oportunidad de trabajo en función al mejor salario y mejores condiciones laborales dentro del mercado de trabajo de las empresas.5

Tampoco es un tiempo de ocio, ya que desempeñan una multitud de actividades en sus hogares y trámites para las pensiones. “Uno aprovecha estos momentos de no estar trabajando para arreglar cosas de la casa, para convivir con la familia, ver los asuntos de la jubilación”. (Entrevista a Julián, oficial soldador y ex siderúrgico.)

Esta realidad de los trabajadores despedidos y el aumento del desempleo han reavivado la discusión acerca de la marginalidad. En los debates latinoamericanos de los años setenta, Nun (1969) conceptualizaba esta realidad concibiendo que en la región había surgido una masa marginal supernumeraria. Retomando esta discusión, ahora señala que la exclusión laboral es menos importante que la precariedad laboral, por lo que la situación habla menos de exclusión social que de segmentación de los mercados de trabajo y de nuevas formas de retención y explotación de la mano de obra. De tal manera, si bien los desocupados son el componente más dramático y visible de los efectos del actual proceso de acumulación capitalista, no constituyen el único, dada la agudización de los procesos de marginación producto de los cambios en el régimen de acumulación basado en la industrialización por sustitución de importaciones (SI) y su reemplazo por otro basado en la valorización del capital financiero.

Esta explicación teórica de Nun acerca de dos circuitos de reproducción es bastante sugerente para explicar procesos globales pero puede tener implicaciones problemáticas para comprender procesos locales de empleo y desempleo ya que en cada país hay especificidades en los marcos sociales que hay que considerar. Como bien señala Nadya Araujo (2002: 117) “la introducción de nuevas categorías y formas de desempleo y/o el empleo tiene un origen en las reglas de representación, una construcción institucional y la introyección debe buscarse en cada caso, no ser tomado sólo como un epifenómeno de una cierta globalización o mundialización”. El empleo y desempleo de los trabajadores despedidos del sistema siderúrgico mexicano contribuye al propósito planteado por Araujo de comprender el fenómeno a partir de las realidades institucionales locales y subjetividades de los actores en los contextos culturales y sociales regionales.

3. Los ex siderúrgicos, ¿una cultura obrera que se niega a morir?

La cultura de trabajo (relaciones laborales y prácticas de trabajo) construida en la fábrica marcó la relación que los ex trabajadores mantuvieron en lo laboral fuera de la siderúrgica. El Yo siderúrgico, el que conoce la Ley Federal del Trabajo, el que no se deja avasallar por la política unilateral de la empresa, el que conoce el mundo de la política laboral, se convirtió en una práctica cultural de resistencia y acomodamiento.

Los ex siderúrgicos continúan manteniendo cierto acervo de saber que otorga legitimidad a ciertas prácticas sociales arraigadas históricamente con las cuales se renuevan las pertenencias a los grupos, generando vínculos de solidaridad e identidad. Este saber tiene que ver con la formas de relacionarse con compañeros de trabajo o patrones. Por ejemplo, como ex siderúrgicos, muchos de ellos siguen expresando una resistencia a las formas de control y dominación a través del ausentismo, o la rotación de empleo a empleo. Se resisten a ser arrollados por las relaciones de trabajo unilaterales y los salarios paupérrimos. De esta manera, como ex siderúrgicos comenzaron, desde hace veinte años, a reescribir otro capítulo de su historia en la búsqueda de nuevas expresiones de su identidad social.

La persistencia de esta comunidad es reforzada desde fuera de la misma comunidad de ex siderúrgicos. Desde los cronistas, se siguen narrando historias sobre la comunidad obrera de ex siderúrgicos, como es el caso de la presente investigación. Las narraciones sirven, como dice Hannah Arendt (1998), para hallar y generar el sentido de la existencia individual y colectiva, para morar en el mundo y sentirnos en él en casa. La narración ilumina las vidas, devela el mundo tal y como es, y funda relaciones entre los hombres. Por lo tanto, “la identidad del actor depende, además, del relato que se cuenta sobre su propia vida” (Estrada, 2003: 206).

El barrio, como se verá más adelante, siguió siendo esencial para la continuidad de una comunidad obrera, como articulador de relaciones de proximidad, la perpetuación de la memoria de la vida como ex siderúrgicos, de apoyo en situaciones de privación económica y de información para conseguir empleo.

La persistencia de estos espacios extra-fabriles posibilita que los ex siderúrgicos que desempeñaron cargos sindicales mantuvieron una continuidad identitaria, buscaron seguir conservando un liderazgo y activismo entre sus ex compañeros a través de la organización de proyectos colectivos, ya sea laboral o político, en la vida cotidiana asumiendo ciertas prácticas comunes en su vida en la fábrica, por ejemplo, prácticas paternalistas de pagar las bebidas en las cantina, hacer préstamos, ayudar a conseguir empleo.

Los fundidores de Monterrey: cómo seguir siendo obreros cuando la fábrica desaparece

Con el cierre de la fábrica los ex fundidores perdieron su referente identitario: el trabajo. Se pasó de ser un sujeto social “pleno” -en la medida en que se formaba parte de un sector relevante de la vida social-, a un actor social subordinado arrojado a la vulnerabilidad y desafiliación en un contexto de crisis económica e industrial. Es decir, se presentó un cambio importante en la estructura de la vida cotidiana de los obreros, por lo que su identidad se vio trastocada.

Ante esta realidad me pregunto cómo se mantiene una identidad obrera cuando la fábrica desaparece. Encontrar una respuesta a este tipo de interrogantes no es nada fácil ya que no depende únicamente de la construcción del investigador, sino que implica la repetida inmersión en la información y el regreso al trabajo de campo a recopilar más datos, proceso que me llevó a detectar tres aspectos fundamentales para responder a tal interrogante: El surgimiento de grupos de asociaciones de “ex siderúrgicos” a partir del despido, tanto en el caso de los despedidos de FUMOSA como en los de AHMSA y SICARTSA; la auto-identificación como “ex obreros” para enfrentar el desempleo y el subempleo y la permanencia del barrio como forma de organización económica y social.

Las asociaciones de ex obreros son formas de acción social novedosas para enfrentar el desempleo, jubilación y pensión. Estas asociaciones sustituyeron al sindicato en la acción política y social de algunos colectivos de los despedidos, lo cual propició, como afirmó Francisco Zapata, que las relaciones patrón-cliente cambiaran de sentido porque el patrón ya no fue el empresario o el administrador de empresas sino el líder social, que interactúa con las autoridades municipales o con las compañías de agua, luz y gas.

El otro plano de defensa de una identidad ante el cierre de la fábrica y el despido es la auto-identificación como ex trabajadores. Pueden estar realizando cualquier tipo de trabajo o estar desempleados pero anteponen su pasado obrero como su identidad de trabajo. Esta auto-identificación me lleva a interrogarme si es una respuesta identitaria que tiene que ver con el hecho de que la condición del desempleo o subempleo es un estigma en un contexto regional como el noreste industrial de México; ¿es una respuesta política de los actores frente a un entramado institucional que no reconoce como sujetos de una política social a los desempleados?; ¿es una respuesta identitaria desde los sujetos para atenuar el despido y desempleo?

Como bien afirma Nadya Araujo, en América Latina desde los actores se han estado construyendo nuevas formas de identificación subjetiva y política, como es el caso de los “Sin Techo”, los “Sin Tierra” o “Los Piqueteros”.

En México, un ejemplo emblemático de identificación de obreros despedidos es el de los electricistas que en 1999 (el decreto de liquidación se publicó el 10 de octubre de 2009) fueron cesados al decretarse la liquidación de la Compañía de Luz y Fuerza del Centro. En este proceso de liquidación miles de trabajadores que no aceptaron la liquidación construyeron un gran movimiento autodenominado “La Resistencia”, movimiento que si bien ha estado dirigido a recuperar al trabajo electricista, ha sido políticamente útil para enfrentar el despido y desempleo, así como para reconstruir una identidad de trabajadores electricistas fuera del ámbito de la fábrica (Belmont, 2013; Rojas, 2013; Victoria, 2013). En todos los casos descritos el despido no deterioró los lazos de identidad y solidaridad obreras.

La figura identitaria del “ex” obrero ha sido políticamente útil para un sector de ex siderúrgicos que no lograron reinsertarse en el empleo estable. Esta figura ha sido eficaz para negociar apoyos sociales ante diferentes instancias de gobierno, lo cual ha sido posible por el reconocimiento de otros actores de la identidad del “ex” obrero o “reajustos”. De tal manera que el autorreconocimiento y reconocimiento identitario no solamente tiene que ver en el ámbito de lo político, sino que también ha funcionado como mecanismo social para enfrentar los problemas de la vida diaria. Autorreconocerse y ser reconocidos como “ex” obreros les ha permitido a los ex siderúrgicos darle continuidad a su origen ocupacional y social. Desde los ex siderúrgicos para los cuales no había posibilidad de retorno al empleo y la ocupación, a la identidad como “ex” obrero se convirtió en una forma de resistencia: “Estoy trabajando de comerciante, pero soy un ‘ex’ obrero”; “No tengo trabajo, pero soy un ‘ex’ obrero”.

Otro de los factores sociales que explican la conservación de una identidad de los despedidos fue la permanencia de los barrios obreros y los enclaves, espacios que posibilitaron el mantenimiento de las relaciones sociales de los ex obreros y con ello la continuidad de una cultura e identidad obreras que aminoraron el impacto de los estragos del desempleo y la subocupación entre los ex obreros.

En el entendido de que el enclave y el barrio son espacios de socialización para la continuidad de formas de pensar, de sentir, de ver la vida, significaron para los trabajadores despedidos conservar muchas de sus costumbres. En el enclave y barrio, las asociaciones de ex obreros, de jubilados y pensionados, clubes deportivos, organizaciones populares y asociaciones civiles sustituyeron al sindicato en la acción política y social de algunos colectivos de ex siderúrgicos.

En los “ex electricistas” de la Compañía de Luz y Fuerza del Centro la permanencia del sindicato (Sindicato Mexicano de Electricistas) ha sido un factor relevante para conservar la identidad y cohesión de los ex trabajadores electricistas. El sindicato es el espacio social en el cual los despedidos se articulan para recuperar su fuente de trabajo (Belmont, 2013; Rojas, 2013; Victoria, 2013).

Los “ex siderúrgicos” de AHMSA y SICARTSA: cómo reproducir una identidad obrera en la precariedad laboral

Dada la característica del retorno al trabajo industrial de los ex siderúrgicos me cuestiono acerca de la identidad del obrero ex siderúrgico: cómo experimentan el retorno al trabajo industrial bajo las condiciones laborales propias de la subcontratación y cómo se identifican y se les identifica en el espacio siderúrgico. Retorno al trabajo que generó nuevas formas de sociabilidad que (re)configuraron la identificación de los ex siderúrgicos. Estos nuevos espacios de sociabilidad son las empresas constructoras, el espacio fabril y las plazas públicas y en general los enclaves de Monclova y Lázaro Cárdenas.

Debido a que la reinserción al trabajo siderúrgico significó una continuidad en el oficio, el despido no significó la pérdida de la identidad ocupacional. Sin embargo, a estos trabajadores no se les define, ni se autodefinen como siderúrgicos/mineros, debido a que no son trabajadores de las empresas siderúrgicas sino de las empresas contratistas.

Además de los vínculos con el trabajo siderúrgico, los ex siderúrgicos establecen relaciones con el sindicato minero. Las secciones sindicales reciben una cuota por hora-hombre que labora en las empresas contratistas. En función de este vínculo, el sindicato se abroga el derecho de su defensa cuando se presentan abusos por parte del contratista. La acción sindical puede llegar a exigir a la empresa siderúrgica la cancelación del contrato con la empresa constructora.

Como identidad genérica los obreros de las constructoras comparten una identidad común en cuanto a un nosotros. Se identifican por el hecho de tener un mejor conocimiento del trabajo de oficio que los obreros sindicalizados, de realizar el trabajo de mayor calidad, por su fortaleza física debido a las largas jornadas de trabajo y malas condiciones climáticas. Como identidad concreta, en el grupo de trabajadores de las empresas constructoras se construyen diferencias. Los ex siderúrgicos son etiquetados por los trabajadores de las constructoras (los que siempre han trabajado en ese mercado laboral) como menos expertos en el trabajo de oficio. Lo anterior se adjudica en función de una supuesta mala formación laboral de los siderúrgicos.

El ellos es definido por los ex siderúrgicos en función de los trabajadores de planta de la siderúrgica. Ellos son los trabajadores que no realizan trabajos agotadores y penosos, los que gozan de un empleo estable, los que tienen un sindicato que los protege. También el ellos es definido por los ex siderúrgicos con respecto a las empresas constructoras, las cuales ofrecen trabajos precarios, que los explotan, que los “rentan” a otras empresas como si fueran “máquinas”.

En los ex siderúrgicos se presentó un desprendimiento de la identidad del obrero siderúrgico y la construcción de una nueva. Se da un proceso de desidentificación, como señala Helen Fuchs (1998), a través del desplazamiento de redes de amistad. Los amigos ya no son sus ex compañeros sindicalizados, sino los de las compañías subcontratistas. En términos de De Gaulejac (1991) es un proceso de desplazamiento social, una dialéctica entre reproducción y cambio, ya que en todo desplazamiento de trayectorias se produce una distancia entre las posiciones objetivas y las subjetivas que los desplazamientos producen, introduciendo una distancia entre el lugar y las relaciones en el lugar. Esta distancia es un espacio libre donde el individuo puede trabajar en un ajuste-desajuste, identificación-desidentificación, territorialización-desterritorialización, idealización-desidealización. Por lo tanto, el desplazamiento social entraña una serie de conflictos afectivos, ideológicos, culturales, relacionales y políticos que se cristalizan en las relaciones del individuo en su lugar y su identidad.

Conclusión

La dinámica del actual desempleo en México no es un suceso coyuntural, sino que se inició desde principios de la década de 1980. El desempleo dejó de ser visto por las élites económicas y políticas como un indicador de desintegración social para convertirlo en un simple síntoma de desaceleración económica. Está la idea según la cual el desempleo y la falta de oferta de trabajo no son fenómenos anómalos sino que forman parte estructural del modelo económico.

Tal visión acerca del desempleo ya definió en parte la acción del Estado y de los empresarios en los procesos de despido y desempleo en México. En un número importante de países en América Latina existe una política de asalariar el desempleo (seguro de desempleo); en otros impera una política de indemnización al despido. Se parte de que la indemnización servirá para que el trabajador enfrente el despido y logre reinsertarse en el mercado de trabajo.

Sin embargo, esta política de indemnización es muy desigual entre los trabajadores debido a la fuerte polarización salarial existente en el mundo obrero y a un mercado de trabajo polarizado entre la parte asalariada y la no asalariada. Por un lado, está un sector asalariado mayoritario ubicado en los niveles salariales más bajos, que al experimentar el despido lo hace con una indemnización muy exigua, lo que impacta en la calidad de su reinserción laboral. Estos trabajadores tienen altas probabilidades de caer en empleos de menor calificación y por lo tanto derivar en situaciones de pobreza.

Por otro lado, está un sector minoritario de trabajadores asalariados ubicados en la gran empresa nacional y privada. El despido en este sector es enfrentado en condiciones mucho más ventajosas que la mayoría de los trabajadores. El monto de indemnización, como se ha mostrado en el caso de los ex siderúrgicos, permite sobrevivir por una larga temporada, lo que posibilita una mayor probabilidad de continuidad de la trayectoria laboral y, por lo mismo, no caer en situación de pobreza.

¿Asalariar el desempleo?

¿Qué aprendizaje nos deja la experiencia de despido y desempleo de los ex siderúrgicos para la propuesta de asalariar el desempleo en México? Asalariar el desempleo, aunque importante para que los trabajadores en su conjunto enfrenten favorablemente una situación de despido, no debe de ser visto como la salida a la crisis del empleo en México y a la integración de los trabajadores que son despedidos.

La experiencia de los ex siderúrgicos muestra la importancia que el trabajo tiene en la integración social y subjetividades de los trabajadores. El perder el empleo fue experimentado por amplios sectores como una tragedia y, por lo mismo, realizan enormes esfuerzos por mantener una cultura e identidad obrera aun en el desempleo y subempleo.

Las experiencias del seguro de desempleo en América Latina no han solucionado el problema del empleo. En Argentina, Brasil, Chile, Ecuador, Uruguay y República Bolivariana de Venezuela disponen de un seguro de desempleo que opera sobre bases contributivas y relaciones de trabajo formales. Según la Organización Internacional del Trabajo (OIT), por lo general “la duración de los beneficios es limitada, los montos de los mismos son bajos y protegen a quienes enfrentan un desempleo cíclico o el que se deriva de imperfecciones de información en el mercado de trabajo. La cobertura está limitada por el grado de informalidad de las economías y por la alta rotación en el empleo que en muchos casos impide que los trabajadores cumplan con los requisitos mínimos ” (Notas sobre la crisis, OIT, 2012).

Sin embargo, la experiencia de los ex siderúrgicos no agota la pluralidad de experiencias del despido y desempleo en los trabajadores mexicanos. Los ex siderúrgicos son un grupo que experimentó las bondades del Estado Social y del Paternalismo empresarial. Trabajadores que estaban vinculados a la idea tradicional de empleo, es decir a la sociedad salarial como señala Robert Castel (2004). Lo que implica la necesidad de nuevas investigaciones que incorporen un mayor conocimiento acerca de los significados que le otorgan al desempleo los diversos grupos profesionales, de género y etarios, como aquellos individuos y grupos que nunca han experimentado las bondades del Estado benefactor.

Ante la crisis del empleo, Robert Castel propone que el Estado establezca límites al mercado y con ello recobrar las garantías de los derechos del estatuto de empleo a la persona del trabajador. Propone proteger las trayectorias profesionales, ya que de este modo “se restablecería una continuidad de los derechos a través de la discontinuidad de las trayectorias profesionales, lo que incluiría también los periodos de interrupción del trabajo y desempleo, pero también interrupciones del trabajo para la formación o por razones personales o familiares” (Castel, 2004).

Otros autores, como Beck (2004) y Rifkin (2004) proponen, ante la crisis del Estado benefactor, que las organizaciones de la sociedad civil ocupen a los desempleados y a los subempleados; además agregan la necesidad de disminuir las jornadas de trabajo. Lo que en el fondo significa una paulatina sustitución del trabajo como generador de sentido y significados sociales, además de preservar los vínculos sociales.

En esta misma dirección, para Reygadas (2008), la alternativa más racional al problema del empleo no es la de asalariar el desempleo sino la disminución de la jornada de trabajo, junto con políticas públicas de promoción al empleo, ya que de otra manera como sociedad se tendría que pagar altos costos por la gran cantidad de recursos que se necesitarán para implementar el seguro del desempleo, programas asistenciales, como una serie de situaciones relacionadas con el desempleo, v.g., el desánimo en la población joven, estrés, conflictos familiares, criminalidad e inseguridad.

Por qué no se implementan estas políticas de promoción del empleo si parecen tan convincentes, se cuestiona Reygadas. Lo que ocurre, argumenta, es que lo que puede ser racional para unos resulta poco convincente para otros, por lo que nadie quiere sacrificar sus ventajas a corto plazo en aras de una solución a esa naturaleza.

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1La idea de “ex” se origina en los trabajos de Fuchs Ebaugh (1998) y de De Gaulejac (2005), que problematizan el proceso de cambio de adscripción de roles en el contexto de las transformaciones de la vida personal, de la vida económica y de las estructuras sociales que induce el desempleo u otros eventos en la vida de las personas.

2AHMSA fue administrada de manera privada no obstante que el estado mexicano tenía en su poder la mayor parte de las acciones.

3Entre empleos directos e indirectos perdidos algunos estudios señalan que se sacrificaron 200 mil empleos. Véase Hiernaux y Bass (1989).

4Información proporcionada por la dirigencia seccional del sindicato minero.

5El día inicia con la interacción con ex siderúrgicos en una céntrica plaza pública. Es el espacio donde se informan sobre los empleos que se están ofreciendo en el mercado y sobre experiencias de trabajo en las diversas constructoras.

Recibido: Agosto de 2013; Revisado: Diciembre de 2013

**Correspondencia: Avenida Universidad s/n/colonia Ciudad Universitaria/ San Nicolás de los Garza/Nuevo León/correo electrónico: eleocadio14@ gmail.com

Eleocadio Martínez.

Es sociólogo y doctor en ciencia social con especialidad en sociología por El Colegio de México. Profesor-investigador de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Autónoma de Nuevo León. Sus áreas de interés son procesos histórico-culturales y cultura del trabajo en Nuevo León. De sus publicaciones recientes citamos “Convertirse en ex obreros. La experiencia de los ex fundidores de Monterrey”, Estudios Sociológicos, vol. XXVII, núm. 81, septiembre-diciembre, 2009, pp. 837-859; Convertirse en ex obreros. Cambios y continuidades en las identidades de los trabajadores de Fundidora Monterrey, Monterrey, Facultad de Filosofía y Letras-UANL, 2009.

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