Introducción
El estudio de los patrones de incorporación de los migrantes a las ciudades ocupó un lugar preponderante en la investigación sociodemográfica en México, al menos hasta la década de los años setenta. La creciente industrialización y urbanización inherente al modelo de desarrollo de “industrialización por sustitución de importaciones (ISI)”, explicó el éxodo masivo de habitantes de áreas rurales hacia las principales ciudades del país, particularmente a la Ciudad de México, que fue capaz de generar el empleo requerido para acomodar la creciente oferta de fuerza de trabajo.
Sin embargo, para la década de los ochenta el panorama cambió a raíz de la profunda crisis económica experimentada por el país. Pero a diferencia de décadas pasadas en las que se hicieron importantes estudios orientados a profundizar en el conocimiento de la migración hacia las ciudades, durante este periodo pocos fueron los trabajos dedicados a indagar sobre las nuevas características de la migración interna hacia las grandes áreas urbanas en México, las formas emergentes de inserción en la actividad económica de los migrantes en los lugares de destino y las situaciones que experimentan los migrantes en su nuevo entorno, que en ocasiones no son más que un intento fallido por escapar de la pobreza extrema en sus lugares de origen (Partida, 2010).
En ese sentido, el presente trabajo busca contribuir a renovar el interés por el estudio de las consecuencias de la migración interna a las grandes áreas urbanas del país, en particular a la Ciudad de México, a partir de la recuperación del enfoque retrospectivo de historias de vida, inaugurada por los estudios clásicos de la década de los sesenta y setenta (Balán, Browning y Jelín, 1973; Muñoz, Oliveira y Stern, 1977; Contreras Suárez, 1978; Arroyo y Winnie, 1979), pero con datos más actualizados, a partir de la información proporcionada por la Encuesta sobre Desigualdad y Movilidad Social en la Ciudad de México (EDESMOV).2 Más específicamente, el propósito de este trabajo es analizar los determinantes y patrones de inserción laboral de los migrantes a la Ciudad de México, con el fin de evaluar hasta qué punto la migración a la mayor aglomeración urbana del país sigue representando una alternativa de logro ocupacional (tal como lo fue durante el periodo de sustitución de importaciones), o bien representa un paso a condiciones de desventaja y marginación permanente.
La exposición del trabajo quedó organizada en cinco secciones además de la introducción y el anexo. En la primer parte, se reflexiona sobre los vínculos entre la migración interna, cambios económicos y los factores determinantes del logro ocupacional. En la segunda se hace la presentación de los datos y variables de análisis. En la tercera se muestran las estadísticas descriptivas por sexo para dar cuenta de algunas de las consecuencias propiciadas por la migración en las formas de inserción social de los sujetos en la Ciudad de México. En la cuarta aparte, para el análisis de los determinantes del logro ocupacional se recurrió a los modelos de regresión donde la variable dependiente será la ocupación del individuo a los 30 años. Primero, se presentan modelos bivariados de regresión logística ordenada por cohorte y sexo para valorar la probabilidad de que un individuo obtenga una ocupación de mayor estatus que otro individuo en el tiempo. Posteriormente, se utilizan modelos de regresión logística multivariados para ver si el efecto de la migración persiste una vez controladas otras características socioeconómicas de las personas, principalmente aquellas relacionadas al origen social. Finalmente, se presentan algunas reflexiones finales.
Migración interna y ocupación
En un balance de la bibliografía internacional sobre la relación entre migración y trabajo de los años setenta, Standing destaca, además de la atención conferida al tema del periodo analizado, la coexistencia de tres hipótesis opuestas acerca de los procesos de inserción o adaptación de los migrantes al mercado de trabajo. La primera, que los migrantes al llegar a las ciudades formaban un contingente nuevo de oferta de trabajo que no siempre es absorbido por la estructura ocupacional o que se inserta en ocupaciones de baja productividad y bajos salarios.3 La segunda, que los migrantes entran en un entorno inferior pero al tomar en cuenta la edad, sexo y la calificación educativa, son ascendentemente móviles, de modo que los perfiles ocupacionales de los migrantes y no migrantes eran esencialmente similares. La tercera, que los migrantes entran en todos o en la mayoría de los estratos de la fuerza de trabajo y que la segmentación del mercado de trabajo y la estratificación de la fuerza de trabajo no están restringidas a la absorción y movilidad de los migrantes (Standing, 1983: 253).
En el caso de los estudios en México, al revisar los documentos sobre el tema éstos parecen corroborar más la primera hipótesis. De acuerdo con Muñoz, Oliveira y Stern (1977), el hecho de ser migrante no “explicaba” por sí mismo el que una persona ocupara una posición marginal. No obstante, reconocían que era probable que los migrantes debido a ciertos factores individuales y contextuales tuvieran una mayor propensión a contar con dichos atributos y en consecuencia a ocupar posiciones marginales. Por tanto, para estos autores la existencia de ocupaciones marginales era una resultante de las características específicas de la estructura social, y la posibilidad de que fueran unas personas y no otras quienes las ocuparan, dependía en parte de una serie de atributos individuales que no se encontraban en el vacío, sino que también obedecían a las características estructurales del país.4
En otro trabajo, Balán y Jelín (1973) señalaron que los migrantes como grupo presentaron niveles inferiores a los nativos en términos de indicadores de estratificación tales como educación, ocupación, ingreso y vivienda. Un alto porcentaje de los migrantes provenía de comunidades rurales y dados los conocidos desniveles de desarrollo en México entre áreas rurales y urbanas, no era de extrañarse que los migrantes en conjunto se concentraran en mayor proporción que los nativos en los niveles inferiores. Pero cuando consideraron los orígenes de los migrantes (el tamaño junto con la ubicación en la estratificación de la comunidad de la cual provenían),5 así como la edad al migrar y el tiempo de residencia en la ciudad, el panorama fue distinto.
Los migrantes de origen urbano, criados en ciudades medias y grandes, tenían características socioeconómicas similares o superiores a las de los nativos. Aquellos que se criaron en comunidades rurales o pequeños pueblos presentaron niveles educativos, ocupacionales, de ingreso y vivienda más bajos que los migrantes urbanos y nativos. Sin embargo, Balán y Jelín reconocen que aun suponiendo que los migrantes rurales tuvieran orígenes promedio más bajos que los nativos de las ciudades de destino, no es axiomático que las probabilidades de ascenso sean más bajas. En efecto, los migrantes rurales confrontaban difíciles condiciones socioeconómicas al arribar a la ciudad, pero el dinamismo económico y sus propios esfuerzos en la autogeneración de oportunidades les ofrecían posibilidades reales de integración económica, a tal grado que las tasas observadas de logro ocupacional eran similares para los migrantes rurales y los nativos de las ciudades (Balán, Browning y Jelín, 1973).
Hallazgos como éstos fueron frecuentemente reportados en la literatura contemporánea. Estudios como el de Contreras Suárez (1974), para la Ciudad de México, resume en esencia tal conclusión:
Las diferencias en las probabilidades de movilidad entre nativos y migrantes son muy pequeñas, lo que quiere decir que ambos compiten ventajosamente en el mercado ocupacional [...] Pero si la posición ocupacional inicial es la más baja, entonces los nativos muestran probabilidades mayores de ascenso que los migrantes, mismas que se acentúan, conforme al periodo biográfico considerado más avanzado. (Contreras Suárez, 1974: 298)
Sin pretender hacer una revisión bibliográfica exhaustiva sobre el tema y sus principales hallazgos, más bien fijándose en los estudios que de alguna manera se referían al objeto de estudio de este trabajo, lo hasta aquí referido resume a buenas cuentas una parte de la realidad que estudiaron los analistas de los estudios comparativos de la mano de obra migrante y nativa de la época.
Sin embargo, el panorama cambió sustancialmente a partir de los años ochenta, cuando el interés de los investigadores se trasladó a otros temas.6 Además, las grandes ciudades del país, incluida la Ciudad de México, se vieron fuertemente afectadas por la crisis y la reestructuración económica, al pasar de ser el principal centro receptor de población, a fuente de corrientes migratorias hacia otros destinos y, más aún, entidad expulsora de población, principalmente desde su núcleo central. En este último punto, será necesario detenerse un momento para precisar algunos de esos cambios económicos y su vínculo con la migración interna.
La migración a la Ciudad de México
México ha experimentado profundos cambios en distintas esferas de la vida nacional desde la primera mitad del siglo pasado. Entre las grandes transformaciones ocurridas en México destaca el acelerado crecimiento de las ciudades, que fue particularmente intenso a partir de 1940 y se asoció con el alto y sostenido crecimiento económico que experimentó el país desde aquellos años.7 Este acelerado crecimiento se debió en buena medida a la migración rural-urbana que provocó la redistribución de la población en el espacio y su concentración en las ciudades del país, siendo la capital del país la que captó el mayor número de inmigrantes,8 convirtiéndose desde 1940 en un fuerte polo de atracción de población rural empobrecida, como resultado en parte, de la ISI que se consolidó durante las décadas de los cincuenta y sesenta conformando la etapa del desarrollo “estabilizador” o crecimiento con estabilidad en los precios y en la balanza de pagos (García Guzmán, 1988; Romer, 2009; Corona y Luque, 1992).
Las políticas del gobierno que estimularon la industrialización9 llevaron a la centralización de los recursos en los centros urbanos, atrayendo constantemente a personas de regiones rurales. Se crearon oportunidades de empleo rápidamente en las grandes ciudades, sobre todo en la Ciudad de México que durante la década de los cuarenta alcanzó tasas medias anuales de 7% y 7.6% para hombres y mujeres, brindando estímulos a las migraciones internas. Esta oferta de empleos sufrió un descenso considerable en los decenios posteriores de 1950, 4.9% y 5% y en el de 1960, 3.2% y 3.3% (Contreras Suárez, 1974). En consecuencia, los migrantes comenzaron a incorporarse al sector servicios que fue responsable de generar 30.2% de los nuevos empleos en los años cuarenta, 33.2% en la década de los cincuenta, y de 55.5% en los sesenta (Contreras Suárez, 1972).10 Pero fue en el sector informal urbano, es decir, en el empleo no contractual y de bajos ingresos -principalmente por cuenta propia- donde la mayoría de los migrantes rurales se ocuparon durante los años cincuenta y sesenta (Arizpe, 1975).
Si bien en la década de 1940 los importantes flujos migratorios hacia la capital respondían a una atracción real que se reflejaba en las oportunidades de empleo y mejor salario, en los decenios posteriores la intensificación de la migración ocurrió al margen de la demanda de mano de obra y reflejó básicamente el desempleo y el subempleo en la agricultura, resultado de una profunda crisis que atravesaba el sector (Muñoz, Oliveira y Stern, 1977: 131). En efecto, se observó una intensificación del flujo migratorio en las décadas de 1960 y 1970 a pesar de la constante disminución de las oportunidades de empleo.
Entre 1940 y 1970,11 la Ciudad de México había recibido aproximadamente a 50% de los migrantes de todo el país, hecho que, aunado a un crecimiento natural elevado de la población que vivía en la ciudad capital, llevó a que ésta mostrara una de las tasas de crecimiento más elevadas en el mundo, superior a 5% anual durante las tres décadas.12 En 1970, más de la tercera parte de los ocho millones de habitantes con los que contaba la ciudad eran inmigrantes (Muñoz, Oliveira y Stern, 1977: 115). Este sólo hecho da cuenta de la importancia del fenómeno migratorio en 1970, que se advertía aún más si se tomaba en cuenta que alrededor de 54 por ciento de la Población Económicamente Activa (PEA) masculina de 21 a 60 años estaba constituida por fuerza de trabajo inmigrante (Muñoz, Oliveira, y Stern, 1977). Esta masa de trabajadores logró integrarse en mayor medida al sector secundario -en las industrias que fabrican bienes de producción- que en otras ramas del sector terciario, incluidos los servicios personales que tuvieron un peso importante en la demanda de mano de obra (Muñoz, Oliveira y Stern, 1977).
Si bien hasta la década de 1970 los migrantes tuvieron la posibilidad de integrarse al mercado de trabajo en ocupaciones con cierta seguridad laboral, los inmigrantes de las décadas posteriores, sobre todo de origen rural, cuya experiencia se limitaba de manera predominante a la agricultura, quedaron más afectados por la pobreza (marginalidad urbana). Su integración al sector manufacturero implicó salarios más bajos mientras que muchos otros no lograron integrarse, lo que los orilló al subempleo (o desempleo) disfrazado con remuneraciones por debajo del salario mínimo establecido (Muñoz, Oliveira y Stern, 1977: 129).
Sin embargo, ya desde principios de los años setenta comenzó un cambio sustancial en el desarrollo económico de México que condujo a un periodo de estancamiento con inflación.13 La disminución en el crecimiento de la economía en esos primeros años desembocó en la recesión y devaluación de finales de 1976 con una evidente ruptura del modelo de desarrollo mexicano.14 La recesión duró poco, pronto se descubrieron reservas de petróleo que liberaron a la economía de las restricciones financieras externas. Sin embargo, las expectativas del gobierno de obtener mayores ingresos por el petróleo estimularon un mayor gasto incrementando, con el tiempo, el déficit público que, aunado a un peso sobrevaluado, provocaron un desequilibrio en la balanza de pagos (Ruiz Chiappeto, 1999).15 Este periodo fue seguido por otro en el que se profundizó y amplió la crisis ya entrados los ochenta.16
Lo anterior marcó una nueva etapa del crecimiento de la Ciudad de México, como consecuencia del nuevo esquema económico de mayor apertura a la competencia externa, que se manifestó en el descenso de su ritmo de crecimiento que pasó de 3.9% entre 1970 y 1980 a 2% para el periodo 1980-1990. En esencia, esta disminución fue resultado de la convergencia de dos factores: por un lado la disminución de las tasas brutas que pasaron de 34 nacimientos por mil entre 1970 y 1980 a los 25 nacimientos por mil entre 1980 y 1990 (Camposortega Cruz, 1992).17
Por otro lado y quizá el cambio más importante, la modificación de su comportamiento histórico de ser el principal centro receptor de población del país, en la década de los ochenta, se convierte en el principal expulsor de población (Corona, Chávez y Gutiérrez, 1999). Los datos censales indicaron que durante el quinquenio de 1975-1980 la Ciudad de México alcanzó un saldo neto migratorio positivo cercano a las 105 mil personas, lo cual implicó una tasa media de migración neta del orden de 0.7%. En contraste, para el quinquenio 1985-1990 la situación fue diferente, la inmigración disminuyó, en tanto que la emigración casi duplicó su magnitud,18 tornando negativa a la tasa de migración neta con un valor cercano a -1.9% (Camposortega Cruz, 1992).19 Para el primer lustro de los noventa,20 los datos del Conteo de 1995 mostraron una relativa recuperación de su balance migratorio, que fue confirmada por el XII Censo General de Población y Vivienda que reveló que la Ciudad de México recuperaba su balance migratorio para llegar prácticamente a cero en el periodo 1995-2000,21 tendencia que ha continuado hasta el quinquenio más reciente de 2005-2010, según datos censales.22
Uno de los principales aspectos que muestran los cambios ocurridos en la migración de los años ochenta y noventa, es que el origen geográfico de los migrantes ha variado poco, lo que ha cambiado es la importancia relativa de cada una de las entidades de origen.23 De igual forma las características sociodemográficas de la población inmigrante en la Ciudad de México han experimentado pocos cambios. Continuó llegando población con bajos niveles de escolaridad, que se ubicó principalmente en el sector terciario, en el trabajo informal o en el empleo doméstico. Una diferencia importante de los años noventa con la década anterior, es el cambio de predominio femenino por el masculino.24 Respecto de la estructura por edad, los inmigrantes menores de 15 años representaron 20% de la población que llegó en el quinquenio 1990-1995, mientras que la población de 15 a 34 años de edad representó 61%. Esto significó que aproximadamente 80% de la población inmigrante tenía menos de 35 años, lo que sugería una migración predominantemente laboral (Corona, Chávez y Gutiérrez, 1999).
Otro aspecto que vale la pena destacar en lo que se refiere a la condición de actividad de la población migrante, es que 57% de los inmigrantes declaró trabajar. Entre la población inmigrante ocupada en la Ciudad de México destacó la proporción de empleados u obreros que representaba 77%, en cambio 13.5% eran trabajadores por cuenta propia y sólo 2.1% eran patrones o empresarios. Además de estas características, las principales ramas de actividad en las que se ocupaban eran la industria con 33% (de este porcentaje la mitad eran peones y operarios de maquinaria no especializada), los servicios (en especial los domésticos, 19%) y las actividades comerciales (18%) (Corona, Chávez y Gutiérrez, 1999). El conjunto de estos elementos muestra que la migración de la población a la Ciudad de México es una expresión del reacomodo de los habitantes de medianos o pocos recursos en busca de mejores condiciones de vida. Sin embargo, habrá que explorar la validez de este planteamiento a la luz de las condiciones críticas que hoy enfrenta la economía de la ciudad y el país.
Descriptivos
El análisis que se presenta a continuación mostrará de manera descriptiva la incorporación a la estructura económica de nativos y migrantes en la Ciudad de México considerando el tipo de ocupación, la posición y la rama de actividad en la que los trabajadores son absorbidos a los 30 años de edad por sexo.25
El cuadro 1 muestra que entre los migrantes varones existen algunas diferencias según su situación migratoria y su origen rural o urbano. Por ejemplo, la participación de los migrantes varones en las actividades manuales es mayor dependiendo del origen rural o urbano, particularmente en las ocupaciones manuales bajas. En contraste, entre los nativos y los hijos de migrantes nacidos y/o socializados en la Ciudad de México para 2009 no se identifican diferencias significativas en la estructura ocupacional, no obstante llama la atención la mayor participación relativa de los migrantes de segunda generación en las actividades no manuales altas e intermedias (31%) y una menor participación relativa en las ocupaciones manuales altas (28%). Lo que sugiere que los hijos de migrantes nacidos y/o socializados en la Ciudad de México podrían competir incluso ventajosamente frente a los nativos en el mercado ocupacional de la ciudad.
Fuente: elaboración propia con base en datos de la Encuesta sobre Desigualdad y Movilidad Social en la Zona Metropolitana de la Ciudad de México 2009.
Respecto a la presencia de población migrante en las ocupaciones no manuales se presentan también algunas diferencias, en tanto que los nativos y segunda generación de migrantes se ubican en proporciones que van de 25% y 31% en las actividades no manuales altas e intermedias, respectivamente. Los migrantes de primera generación logran una representación menor en tales ocupaciones, en comparación con los primeros, 10% para los urbanos y 16% para los rurales.26
Las diferencias entre los varones asociadas a su situación migratoria y su origen rural o urbano se mantienen cuando se toma en cuenta la rama de actividad, aunque la mayoría se ubica en los servicios técnicos, profesionales, personales y sociales, producto del proceso de expansión, modernización y diversificación del sector terciario (Oliveira, Ariza y Eternod, 2001). Los migrantes con origen rural o urbano presentan algunas diferencias, por ejemplo los de origen urbano le dan menos peso a este tipo de servicios (18.7%) y más a la manufactura (28.5%), el comercio (21%) y la construcción (15%). En contraste los de origen rural se concentran en mayor medida en los servicios técnicos, profesionales, personales y sociales (46%), y la manufactura (27%). Los nativos y migrantes de segunda generación no presentan diferencias estadísticamente significativas en todas las ramas de actividad, lo que sugiere que las posibilidades de insertarse en alguna de las ramas de actividad son similares entre nativos y migrantes de segunda generación.
Respecto de la posición ocupacional no se evidencian diferencias estadísticamente significativas. No obstante llama la atención la mayor concentración en la posición de empleados u obreros de una empresa privada, independientemente de la situación migratoria o del origen rural o urbano, en parte debido al proceso de asalarización de la mano de obra por el que ha atravesado el país en las últimas décadas (Oliveira y Mora, 2010).
En el caso de la migración femenina, de la cual se conoce muy poco, los trabajos de los setenta hicieron importantes contribuciones al conocimiento de la magnitud y características de las migraciones de mujeres.27 Por ejemplo, evidenciaron que desde los años treinta existía un predominio de la migración femenina frente a la masculina en las corrientes que se dirigían a las zonas urbanas, en particular a la Ciudad de México (Oliveira, 1984). Esta selectividad era especialmente marcada en el grupo de edad de 10 a 19 años (Muñoz, Oliveira y Stern, 1977).
De hecho, la migración hacia la Ciudad de México fue señalada por los estudios de la época como la corriente de predominio femenino más marcado y la que se analizó con mayor detalle. Por ejemplo, para 1970 más de 40% de la población femenina económicamente activa de la Ciudad de México era inmigrante y provenía principalmente de áreas rurales y en menor medida de zonas urbanas,28 su inserción laboral se concentraba en ocupaciones manuales no obreras, principalmente en los servicios domésticos y en el comercio ambulante (Leff, 1974; Arizpe, 1975). A diferencia, las mujeres nativas participaban más en los sectores de empleo que pertenecían a los estratos medios (García, Muñoz y Oliveira, 1979).
Aunque las migraciones femeninas y su inserción en los mercados de trabajo han sido poco analizadas, en años recientes nuestra estimación muestra que para 2009 la mitad de las mujeres nativas, dos quintos de la segunda generación y un quinto de las inmigrantes urbanas, se ocupaban en actividades no manuales (profesionales, técnicas y administrativas), mientras que entre las inmigrantes rurales más de 70% eran trabajadoras manuales. Estos resultados sugieren que las mujeres migrantes, particularmente las de origen rural, están menos representadas que las nativas en las ocupaciones no manuales, hipótesis que ya había sido analizada por los estudios de los setenta (García, Muñoz y Oliveira, 1979).
Al analizar la distribución por rama de actividad económica nuestros resultados sugieren, como en el caso de los hombres, una concentración fuerte de mujeres en los servicios técnicos, profesionales, personales y sociales, producto del proceso de expansión, modernización y diversificación de este sector. Llama la atención la mayor concentración de las migrantes de primera generación en los servicios técnicos, profesionales, personales y sociales, con cerca de 66% independientemente de su origen rural o urbano.29 Lo anterior podría estar sugiriendo el acceso complementario de mujeres migrantes urbanas que trabajan en el servicio doméstico y en el cuidado de ancianos y menores, nicho que había sido cubierto por las migrantes rurales con menos educación. Por último, respecto de la posición ocupacional, en general las diferencias son muy pequeñas para ser significativas tanto estadísticamente como desde un punto de vista analítico.
De lo hasta aquí señalado podría deducirse que la migración interna hacia la Ciudad de México ha tenido un impacto diferenciado sobre su estructura ocupacional según se trate de flujos masculinos o femeninos. Aunque las migraciones femeninas y su inserción en los mercados de trabajo han sido poco analizadas en años recientes, existen indicios de que el tipo de mujeres que están inmigrando son relativamente menos jóvenes, de origen más urbano y tienen mayor escolaridad que en 1970. La inserción laboral es más diversificada y han aumentado las trabajadoras no manuales. Entre los empleos manuales de las inmigrantes ocupan un lugar destacado el servicio doméstico, el comercio y el trabajo en la industria del vestido (Oliveira, 1984; López, Izazola y Gómez de León, 1991; Corona y Rodríguez, 1991; Santiago Hernández, 2012).30
Finalmente, es importante señalar que este tipo de análisis es limitado pues no permite observar los efectos “brutos”31 de la situación migratoria sobre la inserción en el mercado de trabajo y el logro ocupacional, así como establecer en qué medida estos efectos son el resultado per se de la situación migratoria, o bien se originan en otras características sociodemográficas asociadas a la condición de migrante que ponen en desventaja a los migrantes en el mercado de trabajo. Por lo tanto, es evidente la necesidad de examinar en forma conjunta el efecto de la migración, los orígenes sociales y otras variables sobre el logro ocupacional, tratando de separar los efectos de la condición migratoria de otras variables, como son la ocupación y educación del padre, las cohortes de nacimiento, el logro educativo y el sexo. Esto se puede lograr mediante la aplicación de modelos de regresión, lo cual ocupará las siguientes secciones de este trabajo.
Determinantes del logro ocupacional
Previo al análisis de los determinantes del logro ocupacional, es importante mostrar las diferencias en la inserción ocupacional según la situación migratoria a través de las distintas cohortes de nacimiento.32 Esto permitirá obtener una idea general de los posibles efectos de la situación migratoria sobre el logro ocupacional a través del tiempo histórico, que enmarca una serie de transformaciones en el desarrollo urbano de la Ciudad de México y del país en general. En ese sentido el presente apartado procura estudiar las transformaciones estructurales del último tercio de siglo en intervalos de tiempo delimitados y su impacto sobre las oportunidades de ascenso ocupacional de cada una de las cohortes que se distinguen para efectos de análisis.
Los miembros de la cohorte más antigua (1950-1959) cumplieron 30 años de edad entre 1980 y 1989, es decir, durante la crisis de los años ochenta. La cohorte intermedia (1960-1970) alcanzó los 30 años de edad entre 1990 y 2000, esto es, en la fase inicial de instrumentación del modelo exportador. Finalmente, la cohorte más joven (1971-1979) cumplió los 30 años entre 2000 y 2009, durante la fase de consolidación del modelo económico. En otras palabras, la vivencia de cada cohorte refleja un periodo específico del cambio económico y social experimentado por el país y la propia Ciudad de México durante los últimos 30 años, por lo que los cambios entre cohortes muestran los efectos de estas transformaciones en el logro ocupacional.
Para el análisis de los determinantes del logro ocupacional se utilizan los modelos de regresión donde la variable dependiente será la ocupación del individuo a los 30 años de edad (la posición ocupacional estará medida por cinco categorías: No manual alta calificación, No manual baja calificación, Comercio, Manual alta calificación, Manual baja calificación) y la variable independiente será la situación migratoria para dar cuenta de los factores histórico-estructurales que influyen en el logro ocupacional. A continuación se presentarán los resultados de los modelos bivariados de regresión ordenada por cohorte y sexo.
Cambios por cohorte y sexo en el logro ocupacional de los migrantes
El Cuadro 2 muestra los resultados del modelo no ajustado que miden el efecto de la situación migratoria sobre el logro ocupacional para los varones en tres diferentes cohortes.33 En la primera cohorte de nacimiento 1950-1959 los migrantes tenían posibilidades de ascenso tan buenas o mejores que la de los nativos, lo cual seguía siendo consistente con los hallazgos encontrados en décadas pasados por los trabajos de Balán, Browning y Jelín (1973, 1977), y Muñoz, Oliveira y Stern (1977),34 que apuntaban que las diferencias en las probabilidades de movilidad entre nativos y migrantes eran muy pequeñas, es decir que ambos competían ventajosamente en el mercado ocupacional. Los momios de lograr un estatus ocupacional más alto en el caso de los migrantes de segunda generación, corroboran de hecho esta afirmación, que frente al nativo tenían el doble de momios de alcanzar una mejor ocupación. El resto de las categorías de migrantes no mostraron diferencias estadísticamente significativas.
Fuente: elaboración propia con base en datos de la Encuesta sobre Desigualdad y Movilidad Social en la Zona Metropolitana de la Ciudad de México 2009.
La tesis de que los varones migrantes no presentaban déficit de incorporación y que los canales de movilidad social eran parecidos a los de los nativos se pierde en la siguiente cohorte de nacimiento (1960-1970). Son los migrantes de segunda generación, particularmente quienes lo hacen de manera más abrupta. Lo anterior sugiere además de la pérdida de primacía de los migrantes de segunda generación, un proceso de diferenciación social fuerte entre migrantes y nativos. Particularmente, apunta hacia condiciones cada vez más desventajosas de incorporación al mercado de trabajo de la Ciudad de México por parte de los migrantes de primera generación rural. Habrá que recordar que los entrevistados de la cohorte intermedia (19601970) alcanzaron los 30 años de edad entre 1990 y 2000, esto es, en la fase inicial de instrumentación del modelo exportador y se vieron afectados por el efecto negativo de la “década perdida” de los ochenta que se caracterizó por una prolongada recesión entre 1982 y 1988. Así como por los resultados medianamente aceptables de las políticas de “ajuste estructural”. Si bien es cierto que la crisis de los ochenta afectó a la población en general, los migrantes, debido principalmente a sus diferencias de origen y en menor medida a las desventajas de inserción que enfrentaron ya en la Ciudad de México, es posible que se hayan visto particularmente afectados por condiciones cada vez más desventajosas.
Por último, en la cohorte de nacimiento más reciente (1971-1979) el déficit de incorporación de los migrantes varones empeora, incluso entre los migrantes de primera generación urbanos que mostraron 66% menos posibilidades de alcanzar una mejor ocupación que los nativos. La situación entre los migrantes de primera generación rural es similar. Únicamente los migrantes de segunda generación no muestran diferencias estadísticamente significativas. Lo anterior sugiere que en la cohorte más reciente, en la fase de consolidación del modelo, la brecha en términos de logro ocupacional entre migrantes y nativos se amplió, posiblemente debido a que los migrantes se han beneficiado poco de las mejoras en los niveles de instrucción reportados en las últimas décadas en nuestro país (Solís, 2010; Giorguli y Arnaut, 2010).
En el caso de las mujeres,35 la historia es completamente distinta. De hecho el Cuadro 3 muestra que desde la cohorte más antigua (1950-1959) existía déficit de inserción. Lo anterior es consistente con lo evidenciado por García y coautores (1979), quienes ya habían dado cuenta del déficit de incorporación de las migrantes, al señalar que éstas presentaban una participación relativa más acentuada en ocupaciones manuales no obreras, principalmente en los servicios domésticos y el comercio ambulante. No obstante, aunque ya se sabía que las mujeres migrantes tenían una inserción más deficitaria que los varones, resulta interesante que esta nueva evidencia muestre que las diferencias de género en los patrones de incorporación y logro ocupacional no hayan desaparecido. El coeficiente de 0.53 de las migrantes de segunda generación urbanas de la cohorte (1950-1959) de hecho confirma que desde entonces había déficit de incorporación entre las mujeres. El déficit se agrava en el caso de las migrantes de primera generación rural cuyo coeficiente de (0.10) indica que esta generación presenta 90% menos oportunidades de alcanzar una mejor ocupación que las nativas. Únicamente las migrantes de primera generación urbana presentan un coeficiente no significativo.
Fuente: elaboración propia con base en datos de la Encuesta sobre Desigualdad y Movilidad Social en la Zona Metropolitana de la Ciudad de México 2009.
En la cohorte intermedia (1960-1970) se mantiene el déficit de incorporación en las migrantes de primera generación rurales y se suma el de las urbanas con coeficientes de (0.23) y (0.24), respectivamente, lo que da cuenta del gran efecto negativo originado por el cambio de modelo y la llamada “década perdida”.36 Es entre las migrantes de segunda generación que los momios de alcanzar una mejor ocupación respecto de las nativas se vuelve no significativo lo que indica que las otras categorías de migrantes absorben el efecto.
Finalmente, en la cohorte más reciente (1971-1979) los momios parecen indicar una leve reducción del efecto negativo (en términos de su inserción ocupacional). No obstante, no resulta suficiente para revertir el déficit. La razón de momios de (0.59) entre las migrantes de segunda generación así lo confirma, al evidenciar una menor posibilidad de alcanzar mejores ocupaciones que las nativas, sugiriendo que en la cohorte más reciente haber socializado en la Ciudad de México no proporciona ninguna ventaja sobre las nativas e incluso sobre el resto de las generaciones de migrantes. En contraste, en la cohorte intermedia (1971-1979) desaparece el efecto negativo entre las migrantes de primera generación urbana y rural, al volverse no significativos los momios de alcanzar una mejor ocupación. Es posible que lo anterior sea un efecto positivo del incremento universal del acceso a la educación pública, del que las mujeres se han visto más favorecidas en las últimas décadas, particularmente las rurales. Sin embargo, al no ser significativos los coeficientes no podemos confirmar lo anterior, lo que si podemos decir es que el avance en términos de cobertura educativa de las últimas décadas no ha sido suficiente para revertir el déficit de incorporación entre las mismas, quizá debido a la forma en que opera la división sexual del trabajo en los hogares, pues como señalan Oliveira y Mora (2010), el retiro de las mujeres del sistema escolar está acompañado de mayores responsabilidades en la realización de los quehaceres domésticos, cuidado de los hermanos y adultos mayores al interior de su familia.
De esta primera parte del análisis podemos concluir que durante las décadas que transcurrieron desde los estudios iniciales sobre migración e inserción laboral de los años setenta la situación ha cambiado en sentido opuesto para hombres y mujeres. Mientras que en el caso de los hombres se aprecia una mayor desigualdad en el logro ocupacional, que reduce las ventajas antes observadas para los migrantes de segunda generación y pone en situación de creciente desventaja a los de primera generación (y en mayor medida a aquellos con orígenes rurales), entre las mujeres se aprecia una tendencia a la igualación de logros (sin que el déficit de incorporación ocupacional desaparezca), con un punto de partida de gran déficit en la cohorte más antigua, particularmente para las migrantes rurales.
Infortunadamente, no es posible realizar un análisis multivariado específico por cohorte dadas las restricciones en el tamaño de la muestra, por lo que en la siguiente sección se apostó por otro análisis que permitiera establecer a partir del cálculo de medidas comparables entre sí, hasta qué punto los orígenes sociales, las capacidades individuales y el contexto influyen sobre el logro ocupacional de los distintos tipos de migrantes versus los nativos de la Ciudad de México.
Determinantes del logro ocupacional de los migrantes
Dado que son múltiples los factores que intervienen en el logro ocupacional de los migrantes, es necesario pasar a una explicación multidimensional que permita conocer el efecto de la condición migratoria controlado por otras características. Para ello se ajustaron siete modelos donde la variable dependiente continúa siendo la posición socio-ocupacional del individuo a los 30 años de edad. Como variables independientes se incluyen: la situación migratoria, la ocupación y la escolaridad del padre, la unión a los 30 años de edad, el número de hijos a los 30 años, la escolaridad de ego y la cohorte de nacimiento (véanse Cuadros 4 y 5).37
Fuente: elaboración propia con base en datos de la Encuesta sobre Desigualdad y Movilidad Social en la Zona Metropolitana de la Ciudad de México 2009.
Fuente: elaboración propia con base en datos de la Encuesta sobre Desigualdad y Movilidad Social en la Zona Metropolitana de la Ciudad de México 2009.
En el caso de los varones, el Cuadro 4 presenta los resultados de los modelos, controlando por cada una de las variables independientes en forma aditiva. El modelo 1 (no ajustado) muestra que al no controlar por ninguna otra variable, es decir considerando únicamente la situación migratoria, los momios de alcanzar una mejor ocupación entre los migrantes varones de primera generación, ya sean rurales o urbanos, son menores que el de los nativos. Una vez que se controla por ocupación del padre (modelo 2), los resultados sugieren que es menos probable obtener una mejor ocupación entre menos calificada haya sido la ocupación del padre. Al controlar por esta variable que nos indica la posición socioeconómica de la familia de origen, los momios de alcanzar una mejor ocupación son 1.27 veces mayores para los migrantes de segunda generación que para los nativos. Lo que sugiere, como se ha venido apuntando, que las diferencias en las probabilidades de movilidad entre nativos y migrantes de segunda generación son muy pequeñas o que ambos grupos compiten en circunstancias similares en el mercado ocupacional.
La educación del padre puede ser interpretada como una variable que mide el acceso al capital cultural a través de la familia de origen (modelo 3). Es decir, que a mayor escolaridad del padre se hace más probable alcanzar una mejor ocupación por parte de los hijos. Pero lo que es más relevante para los objetivos de este trabajo es que el efecto negativo en términos de logros ocupacionales que mantenía en rezago a los migrantes de primera generación, rural o urbano desaparece, al grado de perder significancia estadística.
La unión a los 30 años de edad (modelo 4) no reportó efectos significativos en la probabilidad de alcanzar una mejor ocupación. En cambio, el número de hijos a los 30 años (modelo 5) sí sugiere de manera significativa un efecto sobre las posibilidades de alcanzar una mejor ocupación. De hecho, ser migrantes de segunda generación ofrece 1.46 veces más posibilidades de alcanzar una mejor posición ocupacional que los nativos.
Ahora bien, llama la atención que aún controlando por escolaridad (modelo 6) y cohorte (modelo 7), los migrantes de segunda generación continúan siendo los más favorecidos. Lo anterior no significa que los orígenes sociales dejen de ser relevantes para el análisis, sino que por el contrario, éstos continúan jugando pero a través de la educación. Si se tratara de migración de mexicanos en Estados Unidos los resultados sugerirían claramente una historia de asimilación, de tal suerte que los migrantes varones de segunda generación de la Ciudad de México tendrían mayores posibilidades de alcanzar una ocupación igual o mejor a la de los nativos.
En el caso de los varones se puede desprender como corolario que el déficit en logro ocupacional de los migrantes de origen rural o urbano en el mercado de trabajo de la Ciudad de México no se asocia per se a su condición migratoria, sino que podría estar asociado a una posición desventajosa respecto a sus orígenes de clase, expresados tanto en la ocupación como en la escolaridad del padre. Tema que ya había sido analizado por Muñoz, Oliveira y Stern (1977),38 lo que sugiere que tanto en el pasado como recientemente, la desigualdad de oportunidades que sufren los hombres migrantes de primera generación rural o urbano no se produce por una discriminación asociada directamente a su situación migratoria, sino por características socioeconómicas desventajosas de su familia de origen que se asocian al origen migratorio “selectividad”. Una vez controladas estas características, las diferencias dejan de ser significativas. Más aún, si controlamos el efecto de la propia escolaridad del entrevistado, los coeficientes de los migrantes de primera generación rural o urbano se vuelven no significativos, lo cual sugiere que la totalidad de las diferencias entre migrantes de primera generación y nativos se deben a desventajas que ya traían consigo antes de migrar a la Ciudad de México y en menor medida a dificultades para insertarse una vez que llegan a la ciudad.
En el caso de las mujeres, los modelos ajustados y no ajustados se muestran en el Cuadro 5. Los resultados del modelo 1 sugieren que al no controlar por ninguna otra variable, es decir considerando únicamente su situación migratoria, ésta tiene un efecto fuerte y significativo sobre el logro ocupacional a los 30 años de edad. Este modelo sugiere que ser migrante hace menos probable alcanzar una mejor ocupación comparado con las nativas, particularmente entre las de origen rural. Respecto de la ocupación del padre (modelo 2) los resultados sugieren una ligera reducción en la brecha en logros entre nativas y migrantes, no obstante se mantiene el déficit de incorporación entre las mujeres migrantes. En cuanto a la educación del padre, tal como con los hombres el efecto de esta variable es sustancial (modelo 3). Sin duda, la mayor escolaridad del padre podría incrementar las probabilidades de alcanzar una mejor ocupación pero en el caso de las mujeres migrantes de origen rural las desventajas frente a las nativas se mantiene aun controlando el origen social. Los datos del modelo muestran que esto sólo es válido para las inmigrantes de origen rural, no para las migrantes de segunda generación ni para las migrantes de primera generación urbanas al tornarse no significativos sus valores.
Estos resultados sugieren que buena parte de las diferencias en logros ocupacionales entre nativas y migrantes de origen rural se explican por los orígenes sociales más desfavorecidos de estas últimas. Sin embargo, un hecho que llama la atención es la persistencia de la brecha en logros para las migrantes rurales, que incluso después de controlar por las variables de origen social (modelo 3) y características sociodemográficas (modelos 4 y 5), mantienen diferencias significativas. Los momios de 0.63 así lo confirman, donde el tema de los hijos tiene un gran efecto sobre el logro ocupacional de las mujeres de primera generación rural.
Cuando controlamos por escolaridad (modelo 6) y cohorte (modelo 7), todos los coeficientes asociados a la condición migratoria se tornan no estadísticamente significativos, lo que sugiere que las desventajas en el proceso de logro ocupacional no están asociadas a la situación migratoria, sino a otros factores individuales como la educación.
Por último, los datos del cuadro 5 sugieren que las desventajas de las mujeres migrantes frente a las nativas de alcanzar una mejor ocupación a los 30 años se mantienen particularmente en el caso de las inmigrantes de origen rural, aun controlando por el origen social. Sin embargo esto no se verifica en el caso de las migrantes de segunda generación ni las de origen urbano cuyos momios dejan de ser significativos a partir del modelo 3 y hasta el 5. A partir del modelo 6 la migración deja de ser significativa, lo que sugiere que la migración per se no es el factor que explica el distinto logro ocupacional de los inmigrantes respecto de los nativos.
Consideraciones finales
Este trabajo dejó en evidencia que el tema de los patrones de incorporación de los migrantes a las ciudades ocupó un lugar importante en la investigación sociodemográfica en México durante los años sesenta y setenta. Los procesos de urbanización e industrialización acelerada que experimentó nuestro país durante la llamada “sustitución de importaciones”, implicaron el éxodo masivo de habitantes de áreas rurales hacia las principales ciudades del país. El principal escenario de esta inmigración masiva fueron las tres grandes áreas metropolitanas, principalmente la Ciudad de México. En aquellos años, los migrantes rurales confrontaban difíciles condiciones socioeconómicas al arribar a la ciudad, pero el dinamismo económico y sus propios esfuerzos en la autocreación de oportunidades de vivienda y trabajo les ofrecía posibilidades reales de integración económica y movilidad social ascendente a tal grado que las tasas observadas de movilidad social ascendente eran similares para los migrantes rurales y los nativos de las ciudades (Balán, Browning y Jelín, 1973).
La hipótesis de integración económica “exitosa”, implícita en las investigaciones de aquella época, sugirió que durante el auge de la sustitución de importaciones los migrantes y sus hijos no sufrían desventajas en términos de sus logros educativos y ocupacionales o, al menos, que eran capaces de sobreponerse a ellas en etapas posteriores del curso de vida.
Sin embargo, a partir de los años ochenta ocurrieron dos cosas. Primero, el interés de los investigadores se trasladó a otros temas. Las investigaciones se enfocaron en la migración internacional hacia Estados Unidos. Los estudios de estratificación social simplemente desaparecieron del mapa. Segundo, a partir de los años ochenta las grandes ciudades del país, incluida la Ciudad de México, se vieron fuertemente afectadas por la crisis y la reestructuración económica. Este periodo ha estado caracterizado por un mercado de trabajo menos dinámico, por el crecimiento del sector informal, mayor competencia por el espacio urbano y una creciente vulnerabilidad de los pequeños y medianos productores ante la apertura comercial a las importaciones. En este escenario, el entorno urbano de la Ciudad de México pudo haberse vuelto más hostil para la integración económica y social de los migrantes rurales (Roberts, 2004).
La pregunta obligada detrás de este trabajo fue si estas transformaciones estructurales se han reflejado en desventajas en términos de los resultados ocupacionales de los migrantes a la Ciudad de México. Parecería, según nuestras estimaciones, que el déficit de logro ocupacional de los migrantes frente a los nativos de la Ciudad de México se explica, en el caso de los hombres, enteramente por sus orígenes sociales desventajosos. En otras palabras, a los migrantes de primera generación les va mal no por el hecho de ser migrantes sino porque cuentan con menos recursos económicos, culturales y de capital social en sus familias de origen para capitalizar sus esfuerzos en un desempeño ocupacional similar o superior al de los nativos. De manera interesante, este resultado no es el mismo para las mujeres migrantes particularmente las de origen rural, que incluso una vez que se toma en cuenta su origen social mantienen sus desventajas frente a las mujeres nativas de la Ciudad de México.39
Por último, el presente trabajo dejó entrever la necesidad de realizar mayores esfuerzos para vislumbrar los mecanismos que fomentan la desigualdad de oportunidades entre los hijos de los inmigrantes y sus padres tanto en otras ciudades como en el ámbito nacional. En ese sentido, los efectos de la situación migratoria en el cambio estructural y la movilidad socioocupacional deben ser valorados en futuras investigaciones, a la luz de metodologías más avanzadas, apoyados en marcos analíticos como el de los estudios de estratificación y logro ocupacional, que nos permitieran realizar aportaciones importantes y originales al tema de estudio. A pesar de las restricciones que el tamaño de la muestra representó, pensamos que los resultados que se mostraron en esta investigación son interesantes y novedosos por sí mismos, en el sentido de que en los estudios que se revisaron en este trabajo evidenciaron que se conoce muy poco acerca de la migración femenina a la Ciudad de México y mucho menos sobre la distinción según situación migratoria a partir de las generaciones de migrantes, lo cual también constituye un avance teórico-metodológico sustancial para el análisis de los procesos intergeneracionales de incorporación social.