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Anales de antropología

versión On-line ISSN 2448-6221versión impresa ISSN 0185-1225

An. antropol. vol.54 no.2 Ciudad de México jul./dic. 2020  Epub 29-Nov-2021

https://doi.org/10.22201/iia.24486221e.2020.2.76278 

Editorial

Editorial

Annick Daneels


Este segundo volumen de 2020, que sale en medio del confinamiento por la pandemia del COVID 19, en su peor momento en América, nos presenta nueve artículos misceláneos: tres de arqueología, dos de etnografía, uno de lingüística, uno de etnomusicología y dos de antropología física, además de una nota y cinco reseñas de libro. Abarca así toda la gama de los campos de conocimiento de la disciplina antropológica. Si bien la mayoría toca casos de México, un artículo aborda un tema de Sudamérica y otro un análisis a nivel de América Latina. Tres reseñas por su parte analizan dos libros que tienen visos continentales: la deformación cefálica y la ritualidad y cosmovisión en América, y uno de nivel global, sobre la relación entre genética, alimentación y cultura. Así, el ámbito de este volumen es muy amplio.

Más que resumir los contenidos de estas contribuciones, deseo reflexionar sobre temas transversales que abordan varios de ellos: el aislamiento y la comunicación. Dos artículos estudian grupos indígenas designados como aislados, el huave, de la costa Pacífica de Guerrero, por sus características lingüísticas, y los añú de Venezuela, por su genética (ellos son de la familia lingüística arawak que es la más extendida de América del Sur). Así, aunque cuando se habla de aislamiento en antropología, generalmente se refiere a las lenguas, en este caso se pone en relieve que también puede ser por la genética de la población. Un tercer artículo, éste sobre los sistemas de cargos entre los yaquis (yoemem, de lengua uto-azteca) toca una situación similar desde la etnografía, demostrando cómo los cargos entre este grupo norteño de México no se pueden interpretar desde los modelos clásicos de la antropología derivados del estudio de grupos indígenas del centro y sur de México, aún si derivan de grupos de lenguas uto-aztecas. Esto pone a reflexionar sobre los factores que conducen a ciertos grupos a desarrollar características únicas, lingüísticas, genéticas, sociales, propias de su comunidad. En todos los casos analizados, está presente una fuerte consciencia de identidad, que lleva al grupo a establecer límites entre él y “los otros”. Estas fronteras están siendo atacadas por condiciones económicas y políticas, como lo muestra el artículo sobre la inserción de artesanas indígenas wichí y qom del norte de Argentina en una lógica comercial de ventas y control de calidad. Así también se muestra en el artículo sobre la antropometría histórica de los rarámuri de Chihuahua, que compara los grupos rurales con los urbanizados. Por otro lado, hay fronteras que se reivindican; este es el caso del libro reseñado, donde el autor, un p’úhrepecha emigrado a Estados Unidos, reclama el regreso a los valores éticos y morales tradicionales (el p’úhrepecha es otra de las lenguas aisladas de México). Así, desde la pluralidad de abordajes que se reflejan en el presente volumen, queda claro que la consciencia identitaria es importante pero no suficiente, y que los factores que ayudan a definirla, en algunos casos hasta convertir a los miembros de un grupo en “aislados”, son diversos y deben analizarse cuando menos desde la interdisciplina antropológica, incluso integrando otras disciplinas, como la ecología, la sociología, la medicina, etc.

Ello me lleva al otro tema que atraviesa varias contribuciones, que es la comunicación. La forma en la que un grupo de personas se comunica establece fronteras que llegan hasta donde hay inteligibilidad de los mensajes circulados. Así, la forma de comunicación puede ampliar redes de interacción, pero también limitarlas severamente (regresamos así al tema del aislamiento). Dos artículos abordan la comunicación de manera directa: el estudio lingüístico sobre la forma en la que el chichimeco expresa las relaciones entre la persona y las entidades de su entorno (otras personas, animales, cosas) y el segundo sobre la comunicación no-verbal entre los huaves, por medio de mensajes sonoros, mediante instrumentos musicales, gritos y silbidos, rigurosamente estructurados y jerarquizados. Esta reflexión sobre la comunicación atañe también a los añú de Venezuela, quienes, si bien hablan un idioma de una familia muy extensa, en su región se encuentran circundados por grupos de hablantes de familias lingüísticas distintas, lo que favoreció su desarrollo aislado. El aspecto de la comunicación está igualmente implícito en los dos artículos de arqueología. Uno de estos analiza cómo la traza urbana de Chinkultic controló el flujo de peregrinos al sitio y los llevaba por una secuencia de etapas de, se podría decir, experiencia religiosa a través de espacios construidos y vistas naturales de cuerpos de agua y sierra, otra forma de comunicación no-verbal. En el otro artículo, el análisis de la iconografía de una escultura que representa un aro de juego de pelota lleva al investigador a reflexionar sobre su origen local (entre grupos otomangues) o foráneo (nahuas del Centro de México). La comunicación se relaciona también, pero de manera opuesta, con lo presentado en los libros reseñados sobre la deformación cefálica y sobre los rituales y cosmovisión en los grupos indígenas de América; allí se muestra cómo ciertos conceptos y fundamentos de identidad y de cosmovisión existen en grupos lingüística, genética y espacialmente muy separados, y pueden ser entendidos por las distintas sociedades que los comparten.

Por último, otro aspecto transversal que caracteriza este volumen es la presencia mayoritaria de grupos del norte y occidente de México: se habla de ellos en no menos de cinco de los nueve artículos y en varios de los libros reseñados, posiblemente un récord para la revista. Varios grupos indígenas han sido, de manera específica, objeto de una larga tradición de estudio antropológico, casi continua: los rarámuri (o tarahumara), los yoemem (o yaquis), los p’uhrépechas (o tarascos) y, en menor medida, los chichimecas (jonaces), parte de la familia otomangue (a no confundir con los chichimecas de Xólotl, generalmente asociados a grupos de la familia uto-azteca). Pero aquí se presentan también evidencias arqueológicas e históricas acerca de los grupos que habitaban la costa de Sinaloa, al sur del área yaqui, durante el Posclásico y hasta la Conquista, reportando la existencia de provincias autónomas, algunas de cuales hablaban nahua, otras idiomas que los españoles no entendieron. Por otra parte, de manera sorprendente e inesperada, los añú de Venezuela resultan ser, como grupo genético, más cercanos a los mestizos urbanos de la ciudad de Zacatecas, fenómeno que los investigadores relacionan con el sustrato amerindio de la región.

Por lo tanto, este volumen tiene sorpresas e información que llevan a reflexionar sobre nuestro quehacer antropológico. En lo personal, no dudo que los temas transversales que me llamaron la atención en la lectura me fueron inspirados por el aislamiento (físico) y la comunicación (virtual) que caracterizan estos tiempos de pandemia. Seguro que serán objeto de estudio antropológico en un futuro cercano.

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