Introducción
Cronon (2003: XV), en un trabajo clásico sobre la historia ecológica de Nueva Inglaterra, define esta disciplina como una historia que va más allá de las instituciones del ser humano para llegar a los ecosistemas naturales que proveen parte del contexto a las mismas.1 A partir de esa premisa, analiza los cambios que se producen a lo largo del tiempo, motivados en gran medida por las transformaciones provocadas por el ser humano. En su caso, se encarga del proceso colonial en Nueva Inglaterra, pero para nuestra área de interés (el virreinato de Nueva España) hay investigaciones que han abordado de manera similar su historia. Entre otros trabajos, el de Elinor G. K. Melville (1990 y 1994) sobre el valle de Mezquital es un referente, ya que abrió una vía no explorada de manera tan patente hasta ese momento para este espacio. Su obra buscó ver el impacto que tuvo sobre el medioambiente la introducción del ganado ovino en una región con tendencia a la sequía como es el valle del Mezquital.
El acercamiento a los ecosistemas, a los paisajes o al medioambiente (según la perspectiva que se tome) del pasado es difícil debido a la propia complejidad de las fuentes, pero también por el planteamiento teórico del que parte el historiador. Cronon (2003: 3-15) reflexiona sobre algunos de los problemas que se presentan, como el de los nombres de las especies en los textos antiguos. También destaca que las descripciones presentes en las fuentes siempre han estado muy mediatizadas por los intereses particulares. Así, los primeros colonos, por ejemplo, buscaban destacar las bondades de determinados lugares para asentarse en ellos. Estos problemas están presentes en cualquier área que se quiera estudiar desde esta perspectiva, como muestra el trabajo de Melville para Nueva España, por ejemplo.
Entre las fuentes disponibles para acercanos a la historia ambiental del virreinato de la Nueva España encontramos un abundante conjunto de mapas que se confeccionaron durante tres siglos por muy diversos motivos (Endfield 2001: 7). Estos documentos cartográficos se han empleado para trabajos de muy diverso tipo, desde la tenencia de la tierra a los patrones de asentamiento, pasando por investigaciones sobre la representación del espacio. Asimismo, debemos destacar que, de todos los mapas que se confeccionaron durante el Virreinato, han recibido un particular interés aquellos que surgieron del contacto entre dos maneras de representar el espacio: la indígena y la europea. Éstos se han nombrado de diversas maneras: hispanoindígenas, pictográficos o mapas-códice, entre otros.2 En muchos casos consideramos que es difícil afirmar si su autor era o no indígena, ya que no sería extraño que los mismos españoles incorporasen elementos de la tradición autóctona, sobre todo cuando copiaban o partían de documentos previos.3 Sin embargo, otros autores tienen más clara esta posible identificación (Endfield 2001; Mundy 1996 y 1998). Lo más importante para el presente artículo es que todos estos mapas se convierten en una herramienta de gran utilidad para acercarnos al paisaje de una determinada zona en el pasado, aunque, al igual que ocurre con los mapas actuales, no debemos tomarlos como una ventana que nos muestra una realidad;4 por el contrario, respondían a intereses particulares o requerimientos en su confección. Además, contienen omisiones, exageraciones y otros elementos, lo que implica un trabajo minucioso de crítica de fuentes.
En este trabajo presentamos un acercamiento preliminar a las fuentes cartográficas coloniales que se han conservado en el Archivo General de la Nación (AGN) pertenecientes a una región concreta del centro de México. De todas ellas, nos limitamos a las de carácter hispanoindígena con el fin de reflejar ese componente del contacto cultural. Cabe señalar, sin embargo, que la información recogida a priori no nos muestra nada particular respecto a otros mapas coetáneos sin este calificativo. Asimismo, son mapas con un bajo grado de exhaustividad debido a que se elaboraron únicamente con la finalidad de solicitar mercedes. Es por ello que el análisis de uno solo no es suficiente para acercarnos al paisaje de la región. Así, el objetivo de este artículo es presentar su contexto de elaboración general, los elementos que recogen y las posibilidades de reconstrucción de un mapa histórico hipotético de la región con dichos datos. Sin embargo, antes de entrar en los documentos, debemos dar unas pautas generales que nos permitan acercarnos al contexto general al que nos vamos a referir.
El valle de Matlatzinco
Esta región geográfica, conocida hoy día como valle de Toluca, se denominó en la época colonial como valle/ provincia de Matalcingo o Matlatzinco (Gerhard 1986: 179; García Castro 1999a: 118), entre otros nombres. Esta designación ha provocado cierta controversia y de alguna manera tampoco es una región claramente definida (Albores 2006). El nombre deriva de que los hablantes de matlantzinca fueron mayoría entre los pueblos otomianos de esta zona (Borejsza 2018: 74; García Castro 1999a: 46 y 142; Quezada 1996: 23). Por ello se hablaba de Matlatzinco en la documentación colonial al referirse a la cuenca alta del río Lerma. Por su parte, Albores (2006: 265) considera que el término “valle de Toluca” comenzó a introducirse en los inicios del Virreinato como sinónimo, sin embargo, en su opinión, pronto se aplicó a una zona más reducida que la ocupada por matlatzincas, en concreto “sobre las zonas central y septentrional del Matlatzinco, situadas en el alto Lerma mexiquense” (Albores 2006: 266).
En resumen, podemos considerar que Matlatzinco se ha aplicado para denominar diversas cosas como: un área lingüística, una entidad política (previa a la conquista de la Triple Alianza),5 una provincia tributaria de la Triple Alianza, un corregimiento/alcadía mayor en el Virreinato y una región geográfica. En este último caso, se le suele nombrar valle, pero no necesariamente. Asimismo, no todos se refieren al mismo espacio e incluso un mismo término se ha usado para superficies diferentes.
Para los efectos del presente trabajo, desde un punto de vista estrictamente geográfico podemos considerar que el valle de Matlatzinco o Toluca ocupa la zona central del antiguo Matlatzinco (Albores 2006: 268 y 271). Éste es uno de los dos valles semifríos del alto Lerma (García 1999: 24).6 Esta planicie se encuentra rodeada por la Sierra de San Andrés (al norte), el Nevado de Toluca o Xinantecatl y los montes de Ocuilan (al sur) los Montes de la Gavia y las estribaciones del Nevado (al occidente) y la Sierra de las Cruces (al oriente) (Figura 1). Dentro de ella, junto a diversas corrientes de agua de mayor o menor importancia, destacan al este el río Lerma y la laguna homónima (Albores 2006: 270).
En general, todo el alto Lerma ha sido valorado por la presencia de diversos recursos naturales, además del agua (Sugiura 2009: 94). Todavía hoy se considera como una región agrícola muy productiva, para algunos “la más productiva del Altiplano Central” (Rivas 2005: 19). Entre sus productos destacó en la época prehispánica sobre todo el maíz, el cual fue desplazado por el trigo en la Colonia (Menegus 1991: 22). Durante el Virreinato, también se introdujo como una actividad importante la ganadería, lo que provocó el abandono en algunas zonas de la agricultura (García 1999a; Menegus 1991); su desarrollo en la zona tuvo que ver con la presencia de buenos pastos que permitían el establecimiento de varias estancias de ganado mayor y menor (Suma de visitas 2013: 103, 106-107, 314 y 407). Por ello, fue elegida por los españoles para esta actividad, el propio Hernán Cortés fue el primero en iniciarla (Gerhard 1986: 181; Menegus 1991: 46).
Por otro lado, su ubicación fue importante en el pasado desde el punto de vista comercial, ya que se situaba en el paso de la ruta entre el centro de México y la zona occidental de Mesoamérica, en concreto Michoacán (Hernández 2005: 37-38). Además, era un punto clave en la ruta hacia las zonas mineras del sur (Garza y Fernández 2016).
Antecedentes prehispánicos del valle
La historia prehispánica de esta región se remonta muchos siglos antes de la conquista española, aunque, en palabras de Sugiura (2009), “el desarrollo social en este valle tuvo un ritmo más pausado comparado con otras regiones del Altiplano Central”. Esta investigadora fija los restos más antiguos de la zona alrededor del año 1500 aC. A pesar de ello, nuestro repaso se va a limitar únicamente al momento previo a la llegada de los españoles dados los intereses particulares del presente artículo.7
El valle de Matlatzinco estuvo poblado en el Posclásico por diversos grupos hablantes de alguna lengua otomangue (García 1999a: 46). Entre ellas, como señalamos, estaba el matlatzinca que daba nombre a la región, pero también había otomíes, mazahuas y nahuas. Según Quezada (1996: 37) y otros, los matlazincas se encontraban entre los pueblos que peregrinaron junto con los mexicas para establecerse en el área de los altiplanos centrales.
Hacia la mitad del siglo XV, este valle fue conquistado por la Triple Alianza,8 durante un proceso que se ha interpretado como una continuación de la guerra tepaneca tras la derrota de Azcapotzalco, ya que suponía pasar a controlar sus antiguos dominios (Carrasco 1996: 96; Códice Mendoza 1992: f. 10r; Hernández 2011: 613; Quezada 1996: 45-51; Pérez-Rocha y Tena, 2000: 349; Sahagún 2006: Lib. VIII, Cap. 1, 431). Sin embargo, se debe señalar que, más allá de ese aspecto estratégico, en la conquista de esta región había intereses económicos (Hernández 2011: 616). Prueba de ello sería el peso que tuvo la recolección del tributo en la zona. Según la Matrícula de tributos (1997: lám. 13),9 la región de Toluca debía pagar tres trojes de maíz y frijol, lo que la colocaba como la segunda provincia que más entregaba en este rubro, después de la de Chalco (Matrícula de tributos 1997: lám. 21).
Paralelamente, esta expansión de la Triple Alianza hacia el Matlatzinco abrió un proceso de “intensa actividad militar en el Occidente” (Carrasco 1996: 359), que llevó al enfrentamiento con los purépechas. Así, la zona era crucial “por su situación estratégica para defender el avance que realizaban por el occidente los michuaque, quienes también se encontraban en un proceso de conquista y expansión de dominios tributarios” (Hernández 2005: 38). Además, la producción agrícola permitió el aprovisionamiento de las tropas de la Triple Alianza (Hernández 2005: 40 y 2011: 616).
Sin embargo, la conquista del valle provocó, según R. García Castro (1999a: 68), la huida de los matlatzincas sobrevivientes hacia otras zonas, principalmente Michoacán. A raíz de ello, a la llegada de los españoles no quedaban demasiados matlatzincas en la zona, donde predominaban otomíes y mazahuas, junto a nahuas (Gerhard 1986: 179).
El contexto colonial
Tras la conquista de la Nueva España, Hernán Cortés se quedó con el control de varios lugares en la zona entre los que estaban: Toluca, Metepec, Tlacotepec, Zinacantepec, Calimaya, Tepemaxalco y Teotenango (García 2004: 75).10 Antes de partir a las Hibueras, “asignó temporalmente muchas de estas encomiendas a ciertos personajes y hombres de su confianza para pagar deudas o servicios prestados” (García 2004: 75). A partir de entonces el control de Cortés se limitó a Toluca y su zona de influencia que se integró dentro del Marquesado del Valle (García 1969).
De manera paralela, a partir de la década de 1530 comenzaron a instalarse diversos magistrados en la región. Peter Gerhard (1986: 180) señala que posiblemente los primeros magistrados en el valle de Matlatzinco fueron nombrados por el propio Hernán Cortés. Sin embargo, debemos destacar que desde esta década se establecieron varios corregimientos en lugares donde las encomiendas quedaron vacantes.11 Así, la Segunda Audiencia alrededor de 1534 ya había nombrado corregidores para Xiquipilco-Metepec y Tepemaxalco (Gerhard 1986: 180). Esta institución desde 1550 tenía ya jurisdicción sobre los pueblos encomendados (García 1999a: 138). El título de este magistrado para la región era el de “alcalde mayor del valle de Matalcingo (o Toluca) y corregidor de Istlaguaca” (Gerhard 1986: 181).
García Castro (1999a: 99) considera que en la zona del valle de Matlatzinco, al igual que en otras, los conquistadores optaron por dos estrategias respecto a los pueblos de indios y su gobierno: bien restablecer el poder a los señores otomianos, reconstruyendo territorialmente sus señoríos, o por el contrario, reconocer a los de origen mexica.
Se optase por una u otra, estas instituciones políticas quedaron bajo la esfera de un encomendero o de un corregidor de manera directa. Es decir, se reproduce el esquema general del centro de México ya expuesto por Gibson (2000: 35-62). De este modo, las autoridades indígenas se convirtieron en intermediarias en el sistema de tributo y repartimiento para las españolas. Así, éstas llegaban a ser objeto de las quejas ante el aumento en la presión. Asimismo, como indica García Castro (1999a: 107), el hecho de que los primeros gobernantes se ligasen con caciques, reconocidos o elegidos, fue un elemento de continuidad importante dentro de los pueblos.
Sin embargo, más allá de los cambios político-administrativos y las posibles continuidades, en este momento nos interesa sobre todo la transformación de la economía en la región. El proceso, de acuerdo con Prem (1992: 454-455), fue similar al que se dio en el valle de Puebla, aunque con un patrón de asentamiento diferente. Menegus (1991) analizó cómo se organizó la economía en este valle durante el primer siglo de la Colonia, a partir del movimiento de la mano de obra indígena. Respecto a la zona alrededor de Toluca, considera que se dedicó al cultivo del trigo y la ganadería (vacuna y porcina) (Menegus 1991: 22-24).
Según François Chevalier (1976: 12), la actividad que caracterizó a la Nueva España desde sus inicios fue la ganadería, debido a las cualidades físicas del territorio que predisponían a ello. En concreto, se refería a la ocupación de baja densidad, con algunas excepciones, a la disponibilidad de pastos y al proceso de colonización extensiva (Chevalier 1976: 36). Asimismo, el hecho de que no hubiese una explotación ganadera previa provocó una modificación muy profunda del paisaje mesoamericano. En el caso del valle de Matlatzinco, esta transformación fue bastante significativa debido no solo a la explotación ganadera en sí misma, sino también a los intentos por controlar los daños de ésta sobre los indígenas. Así, una de las medidas más significativas fue la construcción de la denominada cerca general a mediados del siglo XVI (Menegus 1991: 46-47).
De alguna manera los mapas que se confeccionaron por diversos motivos durante el Virreinato reflejan parte de las transformaciones que se fueron produciendo en la región. Además, muchos de ellos nos señalan qué zonas comenzaron a captar el interés para el desarrollo de determinadas actividades. Por ello, vamos a mostrar a través de algunos de ellos la información que nos ofrecen.
Los mapas hispanoindígenas del valle de Matlatzinco
Si bien los documentos de este tipo resguardados en el AGN no son abundantes para esta región, abarcan una gran parte del territorio y se confeccionaron en un periodo de tiempo bastante acotado. Respecto a esto último, el mapa más antiguo se realizó en 1578 y el más reciente en 1591, exceptuando uno de 1619.12 Esto permite utilizarlos para la reconstrucción del espacio geográfico del valle de Toluca en el último tercio del siglo XVI. Además, la posible intervención de un pintor indígena sirve a modo de hipótesis para considerar la visión que tuvo de su región. Este aspecto es en sí mismo controvertido ya que la presencia de algunos elementos del denominado estilo “indígena” no implica necesariamente que su autor tuviese tal adscripción cultural (véase supra).
Los mapas que hemos recogido para nuestra muestra son los siguientes:13
Almoloya (1578).14 Se elaboró a solicitud de Gonzalo de Salazar en 1578 para instalar una estancia de ganado mayor.15
Toluca (1588).16 Se confeccionó a petición de doña Gerónima de la Cerda Sotomayor en 1588 quien solicitaba cuatro caballerías de tierra.17
Toluca (1589).18 Acompaña la solicitud de cuatro caballerías de tierra para Rodrigo de Nava en 1589.19
Toluca (1591).20 Se realizó para la concesión de tres caballerías de tierra a Juan de Velasco en 1591.21
Zinacantepec (1579).22 Se confeccionó para la solicitud de merced de dos caballerías de tierra que hizo Juan de Mogollón en 1579 (véase Ruz 2016).23
Zinacantepec (1579).24 Se efectuó en 1579 para la concesión de dos caballerías de tierra a doña Guiomar de Molina (véase Ruz 2016).25
Zinacantepec (1611).26 Es una copia del mapa que se pintó en 1611 como parte de las diligencias para la concesión de una merced de cuatro caballerías de tierra a Juan de Sámano Medinilla (véase Ruz 2016).27
Como ya hemos indicado, el objetivo de este trabajo no es entrar al análisis profundo de estos documentos y sus expedientes, sino mostrar qué elementos contienen para reconstruir el espacio geográfico del valle de Matlatzinco a finales del siglo XVI y el uso que se daba al mismo.
El primer conjunto que podemos distinguir en todos estos mapas es el de la geografía física. Al igual que en otros mapas de la época relativos a otras regiones, en estas representaciones apenas hay elementos de este tipo o fueron muy escuetos en su registro. Así, lo único que tenemos son algunos cerros y ríos. En cuanto a su representación se optó tanto por una manera tradicional “indígena” como por un estilo más europeo. Respecto a los primeros, tenemos cerros en forma acampanada (Figura 2) y ríos con espirales negras dentro. En los de estilo más europeo, encontramos cerros con una forma más cercana a la que se observa en la naturaleza y ríos en los que únicamente se coloreó de azul entre dos líneas negras o incluso sin ellas (Figura 3, compárese 3a con 3b, esta última más cercana a estilo “indígena”).
También nos encontramos con elementos que se refieren a explotaciones o viviendas aisladas. Éstas reciben diversos nombres en función de su tamaño: labor (Figura 6), estancia (Figura 7), casa (Figura 8) y heredad (Figura 9). Para representar estos elementos, independientemente de si eran de españoles o de indígenas, se entremezclaron los rasgos indígenas con los europeos. Así, vemos el uso de calli para pintar estancias, pero también casas europeas.
Lejos de estos elementos orográficos, lo más interesante de estos documentos es la información que recogen sobre la actividad humana en el espacio que representan. Dentro de este conjunto de elementos, en primer lugar podemos señalar los asentamientos de diversos tipos de población: para las grandes concentraciones fue común la representación de una iglesia (Figuras 4 y 5).28 En algunos se combinó con varios signos de calli (“casa”) a su alrededor para recalcar que era una concentración de población (Figura 4). Estos asentamientos correspondían tanto a cabeceras como a pueblos sujetos, para los cuales en algunos documentos se empleó un elemento distintivo. Por ejemplo, en los tres mapas de Toluca y sus alrededores la iglesia que representaba a Toluca era más grande que las de sus sujetos (Figura 5).
Fuera de estos elementos más o menos relacionados con construcciones para vivienda, aparecen otros vinculados con la explotación de la tierra. Uno de ellos es un molino situado en las cercanías de Zinacantepec (Figura 10). Para pintarlo se recurrió a un signo calli, muy similar al otro empleado en el mapa (Figura 8b). Por tanto, solo podemos identificar lo que es a partir de la información de la glosa.
Además de este molino, hay una construcción que fue de gran importancia en el valle y por ello aparece en casi todos los mapas del mismo: la cerca general. Ésta fue construida por orden del virrey Luis de Velasco para proteger las sementeras de los naturales.29 En este caso, el virrey decidió visitar la región y, tras hablar con los religiosos de la zona, ordenó la separación de tierras de indios y españoles mediante dicho cercado (Chevalier 1976: 134). Su construcción fue relativamente rápida ya que en 1555 estaba ya levantada y medía más de 10 leguas o 40 kilómetros (Chevalier 1976: 134; García 1999a: 220). García Castro (1999a: 220) realizó una reconstrucción de la que se encontraba alrededor del río Lerma y que dejaba un área de pastizales en las orillas del mismo. Esta cerca estaba construida con adobe, tal y como parece tratar de mostrarse en los mapas de los alrededores de Toluca (Figura 11).
Sin embargo, la cerca no se limitaba a esta zona, sino que al parecer continuaba alrededor del valle corriendo hacia el este y después al sur hasta las faldas del Nevado de Toluca. Además, parece que hubo otras cercas en la zona como la que quedaba al este de la cabecera de Zinacantepec para proteger las sementeras (Figura 12).30 En algunas de estas representaciones se indicaba también la presencia de puertas, algunas de las cuales se cerraban con madera (Figura 13). El objetivo de estas cercas, como señala García Castro (1999a: 257, 294 y 2982) era separar las tierras agrícolas de las dedicadas a la ganadería, más que las de españoles y pueblos de indios. Sin embargo, esta división no fue tan tajante ya que por los expedientes de algunos mapas sabemos que hubo pastos dentro de la zona cercada. En concreto podemos señalar que las tierras que solicitaba Rodrigo de Nava situadas al oeste de la cerca,31 es decir en la zona protegida, todos los testigos señalaron que habían servido de pasto común.32
Las tierras representadas contienen referencias a estancias y labores, pero también a otro tipo de elementos. En algunos casos se recogieron referencias a sementeras indígenas, como en uno de los mapas de Zinacantepec (Figura 14); por otro, dado que muchos de estos documentos se hicieron con motivo de las diligencias para la concesión de una merced en casi todos se indicaba de manera aproximada dónde se encontraban las tierras que se pedían.
Finalmente, en estos mapas podemos ver los distintos caminos que atravesaban la región. La mayor parte de ellos se pintó mediante la convención de las huellas de pisadas humanas, pero destaca también el uso de herraduras en uno de estos mapas. En este caso, la glosa indica que se trata del camino que iba de México a Michoacán y por tanto era una vía importante en la región. Sin embargo, había otros caminos importantes (como los que iban hacia el sur) que no se destacaron de esta manera.
A modo de conclusión
Los mapas hispanoindígenas que hemos recopilado nos muestran diversos elementos que, a través de su análisis interno, junto con el de los expedientes y el trabajo de campo, nos permiten ir construyendo un gran mapa histórico de la región del valle de Toluca. Debemos tener en cuenta que estos mapas eran elaborados con motivo de un procedimiento administrativo o judicial, el cual nos señala un contexto particular. Esta circunstancia implica que la información no era exhaustiva, se ocultaban datos o contenían errores. La diversidad que encontramos es grande, pero está claro que estos mapas por sí solos no son una fuente del todo fiable. No obstante, los datos que aportan son de gran utilidad con apoyo de otra información.
Por el momento, nuestro proceso de estudio nos lleva a tratar de poner todos los elementos representados en estos documentos en un mapa histórico en el que sumamos el contenido de todos ellos (Figura 15). Esta hipótesis debe ser ahora corroborada por un lado con el trabajo de campo y por otro con más información de otras fuentes, como por ejemplo expedientes del mismo periodo. Ambas tareas suponen un desafío para la investigación. Por un lado, el problema al que nos enfrentamos en la reconstrucción es la dificultad para realizar el trabajo de campo ya que esta región casi toda ha sido urbanizada, al menos en el oriente del valle. Por el contrario, en la zona del oeste sí estamos recopilando información que nos va a permitir configurar una correlación entre este espacio y su historia. Asimismo, los expedientes que contienen estos mapas y otras fuentes nos permiten complementar el documento y avanzar hacia una historia ambiental del valle durante el Virreinato. Sin embargo, primero hay que ubicar muchos de esos lugares mencionados en la información alfabética.
Regresando a nuestra propuesta hipotética, en el mapa se pueden observar diversos aspectos como las zonas en las que se solicitaban algunas mercedes. Si bien algunas parece que no se llegaron a conceder, sí nos señalan hacia dónde se dirigía la presión por la tierra. Además, debemos tener en cuenta la diferencia entre las tierras solicitadas para agricultura y para las estancias de ganado las cuales estaban fuera de la zona cercada. Próximas a esa zona, el mapa de 1578 nos señalaba la presencia de otras estancias.33 Sin embargo, otros datos también nos hablan de la presencia de ganado, por ejemplo los pastos comunes al oriente de Toluca o la presencia de una cerca protegiendo las sementeras de Zinacantepec.
A partir de esta información representada en un mapa, podremos sin duda continuar avanzando para poder realizar un análisis de historia del paisaje y su transformación en el valle de Matlatzinco durante el Virreinato. Lo aquí presentado solo es una pequeña piedra en ese proceso. Dicha información, además, se deberá completar con el resultado del trabajo que los arqueólogos están realizando en la zona.