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Connotas. Revista de crítica y teoría literarias

versión On-line ISSN 2448-6019versión impresa ISSN 1870-6630

Connotas. Rev. crit. teór. lit.  no.20 Hermosillo ene./jun. 2020  Epub 15-Feb-2021

https://doi.org/10.36798/critlit.vi20.318 

Artículos

La vertiente realista y la memoria en dos cuentos sobre la guerrilla mexicana

The realistic facet and the memory in two stories about the Mexican guerrilla

Bisherú Bernal Medel1 
http://orcid.org/0000-0002-3947-9210

1Universidad Nacional Autónoma de México, Méxicobisharu@hotmail.com


Resumen:

Este trabajo inicia con un recorrido panorámico sobre las guerrillas de los años sesenta y setenta del siglo XX en México, uno de los episodios más difíciles de nuestra historia relativamente reciente que requiere ser incorporado a nuestro pasado social desde distintos ámbitos y con ejercicios como el presente. El objetivo en este espacio es analizar dos cuentos sobre el contexto referido desde la vertiente del realismo literario, para rescatar la memoria a través de la literatura, la cual se vuelve un instrumento clave al elaborar la revisión de acontecimientos traumáticos. De esta forma, se busca reivindicar con la escritura la lucha efectuada en esos oscuros tiempos del reciente pasado mexicano, en un intento por saldar al menos una pequeña parte de la inmensa deuda con las y los actores que ofrendaron su vida para crear la posibilidad de que las generaciones futuras vislumbraran un porvenir más luminoso.

Palabras clave: memoria; violencia; guerrilla mexicana; literatura sobre la guerrilla

Abstract:

This work begins with a panoramic review of the guerrillas of the sixties and seventies of the twentieth century in Mexico, one of the most difficult episodes of our relatively recent history, which needs to be examined from different fields, with exercises like this one, to be incorporated into our social past. The objective in this space is to analyze two stories about the context referred to from the perspective of literary realism, rescuing memory through literature, which becomes a key instrument when preparing the review of traumatic events. In this way, it is sought to claim with writing the struggle carried out in those dark times of the recent Mexican past, in an attempt to pay off at least a small part of the immense debt to the actors who offered their lives to create the possibility of that future generations would glimpse a brighter future.

Key words: memory; violence; mexican guerrilla; guerrilla literature

Existen dos grandes mitos: el de la literatura entendida como una actividad sobre lo irreal y el de la política como el reino de las acciones. Pero la literatura no es una sarta de mentiras. Es la representación de la realidad humana, moral, social y política de una época.

Carlos Montemayor, en entrevista con Gerardo Ochoa

En el presente artículo propongo analizar dos cuentos que retoman el episodio de las guerrillas mexicanas de las décadas sesenta y setenta del siglo XX, el cual ha sido ignorado por la historia oficial. En contraste, en los últimos años han surgido numerosos estudios que abordan con amplitud el tema, lo que no ocurría con anterioridad, pues era difícil conseguir información sobre lo acontecido en ese complejo contexto.1 Es recurrente observar una actitud casi generalizada de silencio ante eventos que guardan una relación directa con lo traumático o que intentan ser borrados o negados desde las cúpulas que tuvieron gran implicación y responsabilidad en ellos. En oposición a lo expuesto, resulta relevante enunciar distintas voces que ofrezcan diversas versiones de lo sucedido, en un intento por comprender esos sucesos irregulares llenos de horror, de los cuales no da cuenta la narrativa institucionalizada. En principio mostraré un somero contexto sociopolítico sobre las guerrillas. Luego el interés se centrará en el estudio de “El banquito de la foto del recuerdo” (2003) de Enrique González Ruiz (San Luis Potosí, 1944) y de “Soldado” (2005) de Roberto Ramírez Bravo (Guerrero, 1964); tomando en cuenta que dichos relatos se aproximan a las características del realismo literario. Por último, se concluirá al resaltar la fuerte intención memorística contenida en los textos.

Las guerrillas en México de las décadas sesenta y setenta no surgen de la nada, sino que tienen importantes antecedentes en algunos grupos surgidos en los años cincuenta que demandan derechos sociales, principalmente en el movimiento encabezado por Rubén Jaramillo en el estado de Morelos. Tanalís Padilla enfatiza el hecho de que fue mucho antes de 1968 cuando campesinos, maestros, ferrocarrileros y petroleros montaron grandes protestas contra los abusos de un gobierno cada día más rapaz. Aclara: “Aunque no estaban relacionados de manera orgánica, estos movimientos compartían una característica en común: luchaban por preservar las cláusulas sociales contenidas en la Constitución de 1917” (Padilla 19).

Posteriormente, la etapa de la guerrilla mexicana de los años sesenta, que continúa en los setenta, inicia con el convencimiento de muchas personas, en particular jóvenes, de que los cauces legales para la lucha social han sido clausurados de manera definitiva. Llegan a esta fatal conclusión a partir sobre todo de la masacre de 1968:2

La memoria del 68, reforzada por el halconazo de 1971, fue una razón poderosa que unida a la privación política, a la memoria de agravios, al sentimiento de injusticia, . . . convenció a muchos jóvenes de la justicia e inevitabilidad de la lucha armada como única forma de derrocar a un régimen autoritario, ilegítimo y caduco. Para los guerrilleros urbanos el poder del imaginario fue una fuerza tan poderosa como decisiva para optar por la vía armada. (Cabrera y Estrada 71)

Verónica Oikión se refiere al origen de los movimientos armados y completa la idea anterior al ampliar el marco contextual más allá de las fronteras mexicanas:

El entramado más profundo de estos procesos históricos es multifactorial y se asentó en un contexto internacional acicateado por los embates de la guerra fría y la puesta en marcha de experiencias guerrilleras -bajo la influencia del triunfo de la Revolución Cubana- en distintos países latinoamericanos sometidos a gobiernos autócratas y dictatoriales, así como por un clima interno asfixiante para la izquierda y de grandes contrastes impuestos por una oligarquía política y financiera en un régimen autoritario de partido único en donde la democracia no tuvo cabida. (256)

Tales fueron algunas de las condiciones contextuales que favorecieron la aparición de núcleos guerrilleros. Volviendo al caso mexicano, el asalto al cuartel militar de Ciudad Madera, Chihuahua, es una parte fundamental en la historia de las guerrillas. Este acontecimiento es conocido como “el primer foco de insurrección ciudadano” (Castellanos 63) y estuvo encabezado por el profesor Arturo Gámiz. Se trata de la declaración de guerra3 por parte de un grupo de estudiantes normalistas, maestros y campesinos contra la fuerza aportada al cacicazgo desde el Estado de Chihuahua. El día del ataque guerrillero, 23 de septiembre de 1965, será retomado por la “guerrilla urbana con mayor presencia en México: la Liga Comunista 23 de Septiembre, creada ocho años después, en 1973” (Castellanos 65). El saldo oficial del fatídico combate es de diez heridos y seis muertos, mientras que la población asegura que hubo veinticinco muertos y treinta y cinco lesionados (Castellanos 65-80). La Liga se formó con personalidades pertenecientes a diferentes corrientes ideológicas: estudiantes de diversos niveles académicos provenientes de varios estados de la República, militantes de distintos grupos guerrilleros con un sinfín de variaciones formativas y de concepción de lucha, así como adeptos a una corriente religiosa proveniente de los jesuitas, quienes tuvieron una inclinación hacia el pensamiento marxista y una preocupación por la problemática social que imperaba en el México de esa época (Gamiño 148).

En las profundidades del MAR es el testimonio de Fernando Pineda Ochoa sobre “una de las organizaciones guerrilleras más importantes del país y al mismo tiempo menos conocida” (Montemayor cit. en Pineda Ochoa 16). El Movimiento de Acción Revolucionaria (MAR) surgió durante la estancia en la Universidad de los Pueblos Patricio Lumumba en Moscú, pero se consolida con el entrenamiento militar recibido en Pyonyang, Corea del Norte. Un aspecto novedoso que retoma este trabajo es la amplia participación del profesorado rural en diversos movimientos armados:

Un buen número de profesores rurales egresados de los 29 internados, distribuidos en toda la República, tuvieron una destacada participación -junto con otros combatientes- organizando y dirigiendo varias agrupaciones guerrilleras que fueron conformándose en la segunda mitad de la década de los sesentas. (Pineda Ochoa 162)

Numerosos especialistas han retomado esta historia todavía inconclusa, pues falta la reparación masiva de los daños causados, sobre todo de la gran pérdida de vidas, lo cual lleva a hablar de franco exterminio. Según estas voces, la intención inequívoca desde el núcleo del Estado fue la de terminar con todas las personas disidentes que habían sido orilladas a la clandestinidad y por tanto desplazadas del ámbito político. Una de ellas es la de Jacinto Rodríguez Munguía, quien retoma el Informe de la Fiscalía Especial para Movimientos Sociales y Políticos del Pasado (FEMOSSP), que fue impulsada en los primeros momentos del sexenio de Vicente Fox,4 sobre el que escribe:

Como no había ocurrido nunca antes, la versión no censurada del informe del gobierno federal sobre lo que pasó durante los años de la Guerra Sucia en Guerrero detalla las “armas” del ejército mexicano en su lucha contra la guerrilla: torturó en el Campo Militar Número 1, asesinó a mansalva, bombardeó comunidades, desapareció a cientos de campesinos, arrojó al mar cuerpos de hombres y mujeres aún con vida y “estranguló” a pueblos enteros para doblarlos y conseguir su colaboración. En síntesis, hubo un “plan de genocidio de Estado”. (“La masacre...”)

La Fiscalía fue creada el 27 de noviembre de 2001, pero según el politólogo Sergio Aguayo, hubo una negociación “de facto” para invalidar el castigo a los criminales responsables de tantas muertes:

En secreto, [Fox] negoció una amnistía de facto a los delincuentes del viejo régimen. Rubén Aguilar y Jorge Castañeda acompañaron a Fox en el gobierno y confirmaron que accedió a las exigencias del PRI: “Nada de comisiones de la verdad, persecuciones, investigaciones”, nada de meterse en “los terrenos de la corrupción y de acusaciones a funcionarios del pasado”. (157)

Así, la Fiscalía quedó como una caricatura burlesca que permitió el olvido institucional del plan de genocidio del que habla Munguía.

Escribir sobre la historia de la guerrilla en México es referirse de forma inevitable al despiadado aplastamiento del que fueron objeto quienes en ella participaron. La represión hacia aquellas personas que se levantaron en armas para luchar contra el autoritarismo ciego y sordo del gobierno fue brutal. Tanto en el ámbito urbano como en el rural la intención fue de aniquilamiento. Así lo afirman numerosos documentos que retoman lo acontecido en esas décadas, todavía en espera de la justicia necesaria para transitar hacia una real democracia. Si bien ha habido innegables avances, manifiestos en la creación de ciertas instancias para hacer más tangible la transparencia en el ejercicio del poder, dichos avances resultan insuficientes y la apreciación generalizada es que se requiere mayor voluntad política para avanzar hacia un bienestar verdaderamente amplio, que abarque a toda la ciudadanía. La historia advierte que solo el impulso colectivo de esa ciudadanía permitirá dar los pasos hacia una real transformación.

El Estado decidió violar sus propias reglas al ejercer un uso desmedido de la fuerza, comportándose de forma ilegal, sin respetar las normas que le exigen mantener el monopolio legítimo de la fuerza para salvaguardar a la ciudadanía. Lo anterior derivó, a través de la tristemente famosa Dirección Federal de Seguridad, en una intervención directa de esferas gubernamentales en la delincuencia organizada. Carlos Monsiváis describe con relación a esto lo siguiente:

La Brigada Blanca deja de existir en 1984 por las revelaciones que desata el asesinato del periodista Manuel Buendía. La DFS se desvanece en 1985 y su último director, José Antonio Zorrilla, es encarcelado como responsable del asesinato de Buendía. La impunidad conocida en la “guerra sucia” desemboca en el narcotráfico. (Scherer y Monsiváis 195)

Lo anterior está documentado en otros libros que retoman el tema.5 El terror desatado por el Estado ante el miedo de perder el poder derivó en su extralimitación jurídica, ya que en su lucha “antisubversiva” cometió un verdadero genocidio contra sus opositores de la izquierda radical y contra las bases de apoyo campesinas de la guerrilla (Cedillo 19). A pesar de la cruenta represión aplicada a estos movimientos, la historia de las guerrillas en México ha tenido una continuidad casi ininterrumpida. El paradigmático Ejército Zapatista de Liberación Nacional, desde su levantamiento en 1994 a la actualidad, permanece firme en su lucha por dignidad y justicia, inexistentes para ellas y ellos antes del alzamiento. El movimiento zapatista resiste desde sus territorios liberados a 24 años de su nacimiento público,6 a pesar de que la represión continúa en varias modalidades a través de la mal llamada guerra de “baja intensidad” (término eminentemente eufemístico): el asesinato selectivo de líderes, los despojos de tierras, las violaciones a mujeres y demás actos de los distintos grupos paramilitares que operan de forma cotidiana en la región.

Por otra parte, el Ejército Popular Revolucionario (EPR) se manifiesta públicamente el 28 de junio de 1996 en el evento luctuoso de la Masacre de Aguas Blancas, Guerrero, donde fueron asesinados 17 campesinos y muchos más quedaron heridos justo un año antes, el 28 de junio de 1995. La perpetradora de la matanza, se sabe, fue la policía municipal. Ese funesto día, que ha marcado el inicio de la violencia en la época reciente, un grupo de campesinos se dirigían en un camión de redilas a un evento para exigir la liberación de dos compañeros presos de la Organización Campesina de la Sierra del Sur (OCSS) cuando fueron atacados desde diversos frentes a balazos. Es importante recordar que, además del impacto mediático que significó la aparición del EPR en el evento de conmemoración justo al año de la matanza, hubo también un ataque militar de la guerrilla guerrerense en respuesta a la masacre de Aguas Blancas:

El 7 de julio de 1995 en el paraje de Ojo de Agua, entre los municipios de Cualac y Huamuxtitlán, una Brigada Campesina de Ajusticiamiento ejecutó una emboscada contra la policía como respuesta inmediata a la masacre: “concluimos que esto ya había llegado a su límite, que no había otro camino, que responder era urgente y necesario” [comunicado enviado a un periódico de la Ciudad de México]. Así, la guerrilla en Guerrero dejó de ser un secreto a voces. (Lofredo 51)

Según Carlos Montemayor, la aparición del EZLN acelera el proceso de aparición del EPR; y este nuevo brote de guerrillas en los años noventa obedece a las grandes deudas del Estado mexicano con las zonas más marginadas, como Chiapas y Guerrero. El especialista llama la atención sobre la real labor que debería realizar la Seguridad Nacional, que es analizar la violencia social para evitar la génesis de más grupos guerrilleros.7 Así, la guerrilla es vista como la fase final de la lucha social cuando no encuentra cauces legales para ver cumplidas sus demandas.

La literatura de la guerrilla

No se preserva el orden potenciando la impunidad, no se construye una sociedad mutilando la memoria histórica, no se trascienden los crímenes del pasado remitiendo al olvido de los nombres y las trayectorias de los criminales, aún pendientes de la sentencia justa.

Carlos Monsiváis, Los patriotas. De Tlatelolco a la guerra sucia.

Décadas después de la etapa inicial de silencio, cuando la realidad se volvió inexpresable, surgieron una serie de propuestas que buscaron traducir el episodio traumático de la represión contra las guerrillas por medio del lenguaje del arte. Uno de los medios para hacerlo fue la literatura.

Es sabido que la producción literaria de un periodo específico arroja luz sobre aspectos de la subjetividad y del imaginario político que el análisis de los procesos socioeconómicos y de la historia política de dicho periodo no alcanzan a iluminar en su totalidad (Cabrera y Estrada 38).8 Las obras escritas en torno a este acontecimiento invitan a reflexionar sobre un pasado todavía doloroso y en muchos casos vivo. Es imposible saber si un episodio como el referido puede o no ser asimilado, ya que depende de las subjetividades de las y los sobrevivientes. Sin embargo, es una realidad que, a través de diversas expresiones artísticas, en este caso la literatura, se logra repensar el fenómeno y alrededor de ese análisis se transforma el sentido de ese pasado, volviéndolo más asequible para la persona que reelabora el trauma.

José Enrique González Ruiz, nacido en San Luis Potosí en 1944, es abogado de profesión y doctor en Filosofía Política. Tiene una larga trayectoria académica. De 2007 a 2014 fue profesor investigador de la Universidad Autónoma de la Ciudad de México (UACM) y es reconocido también porque fue asesor jurídico de la Asociación de Familiares de Detenidos Desaparecidos y Víctimas de Violaciones a Derechos Humanos en México (AFADDEM - FE-DEFAM). En nombre de esta organización, presentó alrededor de ciento cincuenta denuncias penales contra el general Mario Arturo Acosta Chaparro. También fue abogado y rector de la Universidad Autónoma de Guerrero (UAG). Ahí le tocó conocer personalmente al entonces mayor y reclamarle la presentación con vida de algunos universitarios que habían sido desaparecidos por organismos policiacos (Madera). Por lo anterior, es también reconocido como un incansable defensor de los derechos humanos. Publicó el relato “El banquito de la foto del recuerdo” en 2003. Se desconoce si escribió más obras de corte literario.

Por su parte, Roberto Ramírez Bravo nació en Ometepec, Guerrero, en 1964, pero ha vivido desde pequeño en Acapulco. A partir de 1990 ha sido reportero de varios medios como El Sol de Acapulco, Milenio Guerrero y La Jornada Guerrero. Ha impartido clases de periodismo en la Universidad Autónoma de Guerrero y en la Universidad Loyola del Pacífico. En cuanto a su obra, la cual es mayoritariamente cuentística, ha publicado El viaje (1987), Sólo es real la niebla (1999), Hace tanto tiempo que salimos de casa (2005), la novela Las pausas concretas (2009), El nombre de la luna (2013) y Embrujo en el faro y otros relatos (2015). A continuación, demos paso al análisis de los relatos que abordan la dura temática planteada en este espacio.

“El banquito de la foto del recuerdo” (2003), de José Enrique González Ruiz, es una ficcionalización, conformada por varios capítulos, de la biografía no autorizada del siniestro militar Mario Arturo Acosta Chaparro, activo torturador y asesino durante la etapa en cuestión. En la trama, el personaje principal se llama Manuel Pedro Ávila Chaparro y se cuenta su paso por el ejército y la policía mexicanas a través de la voz narrativa que es omnisciente, ya que observa los hechos desde un lugar privilegiado y conoce los pensamientos del protagonista. El texto contiene numerosas alusiones a la realidad extratextual. Se cambian algunas referencias o nombres, pero siempre se deja entrever la relación inequívoca con los hechos históricos. Dado que el realismo literario no descansa sobre la veracidad de lo que se enuncia, sino sobre su verosimilitud (Beristáin 499), tanto este relato como el que analizaré más adelante, “Soldado”, se inscriben en la vertiente del realismo literario.

El texto está compuesto por diez breves capítulos y abarca desde el ingreso de Ávila Chaparro a la milicia hasta el momento en que la represión aumenta a través de la tortura, los asesinatos y las desapariciones, cuando se realiza un uso sistematizado de la muerte. La sensación que deja la lectura del relato es impactante. Es visible el crecimiento paulatino de la violencia que no siempre se detalla, pero en ciertos episodios se exhibe casi como trofeo y hasta da lugar al desarrollo de un diálogo entre Ávila Chaparro y un torturador argentino, lo cual otorga una idea cercana de la atmósfera latinoamericana que también vive sus regionales y particulares episodios sangrientos en esa misma época.

Aunque la intención de la escritura realista es “ilustrar las características más significativas de una época” (Lukács 164), cabe recordar que esta postura no deja de ser una convención literaria y que el ejercicio de la objetividad responde a exigencias ficcionales surgidas del contexto general que permite dicha producción (Sosnowski 7). El crítico argentino citado profundiza la idea anterior al afirmar que:

Es así que esta convención del realismo postula un narrador que confía en su capacidad para describir mundos, que considera que su lenguaje está capacitado para describir lo observado y para intimar las características psicológicas de sus personajes, permitiendo, al mismo tiempo, comentarios que lo acercan al “lector”, integrándolo en el mundo que presenta. (Sosnowski 7)

Algunos de los rasgos mencionados por Sosnowski se aprecian en “El banquito…”, como la psicología del torturador, en este caso Ávila Chaparro:

Hay distintas motivaciones: para mí son importantes el dinero y el poder, pero más lo es la posibilidad de regir la vida humana. Uno se asemeja a los dioses cuando puede disponer de la existencia de alguien a quien tienes enfrente y que está totalmente sometido a tu voluntad. Nada hay comparable a la sensación de superioridad que te da el infligir sufrimiento a otro, incluso al grado de poder exterminarlo. Es muy bonito como usted se ha podido dar cuenta. (13)

La escalofriante confesión del protagonista lleva a la persona lectora a reflexionar sobre ese siniestro mundo que se intentó ocultar pero que a partir de numerosos testimonios emergió. La psicología del personaje masculino queda al descubierto y se evidencia el principal móvil: la sensación de poder absoluto, que abarca también la total impunidad de que gozaron los torturadores en la realidad extratextual.

La ilusión de verdad contenida en un relato, una de las características básicas del realismo, se observa partir de la mención de personajes provenientes de la realidad externa al cuento, como el secretario de la defensa nacional durante el gobierno de Gustavo Díaz Ordaz (1964-1970), Marcelino García Barragán, que es retomado en “El banquito…” como quien propuso a Ávila Chaparro para ir a tomar un curso para torturadores en Estados Unidos. Por otra parte, también se cita a Dan Mitrionne, el considerado “maestro de la tortura” de la CIA durante los años sesenta y principios de los setenta, quien practicó aberraciones inenarrables en diversos países de América Latina. Dentro de la trama, el protagonista recita palabras de ese siniestro personaje que ha interiorizado como letanías inseparables:

Nuestra civilización está amenazada por el comunismo internacional. Con el pretexto de acabar con las desigualdades y las injusticias que son connaturales a la humanidad, los agitadores quieren tomar el poder en el mundo para instaurar una dictadura planetaria. Nos ha correspondido la inmensa responsabilidad de hacer frente a esos peligrosos sujetos, para lo cual tenemos que utilizar métodos que se correspondan con sus perversas intenciones. (2)

Partamos del hecho de que el realismo se centra en un ámbito social que abarca capas más amplias y por tanto potencia una percepción de los fenómenos generales para acceder a “una comprensión racional de la situación de la sociedad del momento” (Sosnowski 7). De esta forma, a la voz narrativa le interesa exhibir el discurso manejado por los represores para justificar la criminalidad encubierta que los caracterizó. Así se ostentan los hábiles eufemismos con los que intentaron disfrazar actos innombrables e injustificables.

La serie de datos aportados por la voz narrativa sobre el exhaustivo entrenamiento del protagonista en el “combate contra la subversión” (tortura, estrategias para extraer información, su propia experiencia con las técnicas de sobrevivencia extrema) induce la “adhesión del destinatario” para que acepte algo como verdadero al percibirlo (Beristáin 499). Es decir, los datos, producto del referente real, le otorgan gran verosimilitud al relato; lo cual contribuye al pacto de “verdad lógica” (idem) que produce el texto.

Como recurso recurrente se utiliza la ironía. Esta figura retórica “. . . supone siempre una cierta autonomía afectiva y mental frente a la admiración desmedida, autonomía que le permite reírse de valores institucionalizados que son exaltados demagógicamente” (Domenella 79). Al inicio, la voz narrativa se burla del “privilegio” conseguido por Manuel Pedro: “Estudiar tácticas antiguerrilleras en Estados Unidos es el sueño de cualquier aspirante a salvador de la patria” (2). Poco más adelante se aprecia de nuevo la estrategia irónica, cuyo fin es posicionarse políticamente del lado de las y los guerrilleros: “Le enojaba el sólo pensar en los enemigos internos ¿A quién se le ocurría atentar contra las sagradas instituciones de la patria, representadas por su digno gobierno?” (3; énfasis mío). La ironía busca, de este modo, desvalorizar tanto el discurso como quien lo emite (Domenella 78).

La voz narrativa insiste en resaltar la mediocridad del personaje principal poniéndola de manifiesto en numerosas ocasiones:

Ávila Chaparro estuvo en el ejército sin hacer aspavientos durante varios años. Como que la disciplina era más dura de lo que pensaba y no le daban muchas ganas de matarse para hacer carrera. Por eso cuando se enteró de que podía participar en la contrainsurgencia pensó que había dado con su vocación. (1-2)

Se vuelve evidente el nulo esfuerzo en mostrar más habilidades que la de seguir una obediencia ciega hacia el Estado y por supuesto, contar con un alma criminal sin reparos a la hora de ejecutar los siniestros mandatos desde el lado oscuro del poder político.

La construcción de la voz enemiga desde el punto de vista del narrador/a es de una gran lucidez, pues retrata de manera fiel y concreta el pensamiento represor, como se observa cuando Manuel Pedro detalla la estrategia a seguir para terminar con la subversión:

Intensificar la cacería. Ya tenemos en nuestros hoteles de lujo a decenas de individuos relacionados con las llamadas reformas universitarias, magisterio democrático, sindicatos independientes, comunidades de base organizadas conforme a la teología de la liberación, colonias proletarias y agrupaciones campesinas. Vamos a mantenerlos desaparecidos para que sus congéneres se llenen de terror y no se les ocurra seguirles los pasos. (9-10)

La descripción se asemeja de forma contundente a las estrategias del mundo extratextual para hacer perdurar el miedo y la parálisis colectiva, siendo la desaparición de personas el clímax de tal método represivo.

Es sabido que el escritor realista ha sido visto como “el literato consciente de su medio, aquél que desea registrar lo más fielmente posible aquello que transcurre ante sus ojos” (Sosnowski 7). El relato en cuestión ofrece un ejemplo de lo anterior referido al ejército mexicano, el cual tiene un lado ominoso que contrasta con el sentido de heroicidad absoluta proporcionado por los distintos gobiernos que han buscado su protección en las últimas décadas. El irónico narrador de “El banquito…” exhibe la labor de espionaje extremo que la institución castrense ha ejecutado:

[Ávila Chaparro] Siempre se interesó por el área de inteligencia del ejército. Ahí se enteró de la forma como se organiza la defensa nacional, llevando un riguroso seguimiento de las actividades de políticos, empresarios, gobernantes, curas, artistas y, sobre todo, líderes obreros, campesinos, estudiantes y maestros de todos los niveles. Estos últimos le caían como patada de mula en la boca del estómago, porque a pesar de que vivían del gobierno, lo señalaban siempre como injusto y servidor del capital. (3)

Partiendo de que el realismo “desenmascara inexorablemente la realidad social de una época” (Lukács 142), vemos en la obra analizada esta fuerte intención, cuando la voz narrativa compendia lo acontecido durante aquellos oscuros años en una corta frase: “La guerra sucia no distinguió edad, sexo o condición social: barrió con todo lo que consideró peligroso para el status [quo]” (11). Además, el escritor deja de ser solo un observador de la realidad para describirla, se incluye en el movimiento social que trata de combatir las injusticias sociales referidas, como señala el teórico citado:

Poco importa en qué movimiento popular el escritor singular encuentra el objetivo de su adhesión . . . [por lo regular] se arraiga en movimientos que tienden a la emancipación del pueblo, y por ello combate en lo profundo de su alma. La consecuencia cultural y artística de esta adhesión es que los escritores superan su aislamiento, su función de simples observadores, consecuencia del actual estado de desarrollo de la sociedad capitalista. (Lukács 28)

Impacta la vigencia de las palabras del teórico húngaro, a pesar de haber sido escritas hace algunas décadas. González Ruiz, como ya se vio en la breve semblanza biográfica ofrecida, gran parte de su vida ha sido defensor de los derechos humanos, incluso al estar en riesgo por señalar en los momentos de mayor represión al torturador que denuncia en esta biografía no autorizada en forma de relato.

En el cuento se aprecia de forma evidente la intención de ridiculizar al protagonista y, por la magia extensiva de la labor literaria, al conocido torturador y asesino Mario Arturo Acosta Chaparro. Se podría decir que se trata de una venganza desde la escritura, sublimada, pues al no haber cauces legales cumplimentados para una justicia verdadera, ante la corrupción desbordada que ha significado la institución militar y la policial, se busca al menos descargar el enojo y la frustración acumulada de décadas enteras a través del ejercicio literario.

Termino el breve análisis con el último capítulo, titulado “El banquito y la espada justiciera”. Este trata de los grandes recursos con que contó el torturador Ávila Chaparro para realizar las tareas encomendadas por el Estado, entre los que se contaron un centro de tortura en Pie de la Cuesta, Acapulco; y la disposición de varios vehículos aéreos para arrojar a las y los guerrilleros al mar. El realismo contenido en el relato en cuestión alcanza gran verosimilitud en este breve y significativo apartado. Si consideramos que la obra establece una realidad autónoma, distinta de la realidad objetiva, y que esa realidad se constituye a sí misma, pero también mantiene, en diversos grados, una relación con el mundo, porque consigna datos provenientes de una cultura dada y de sus circunstancias empíricas, aunque los reorganiza atendiendo otras consideraciones (Beristáin 499-500), resulta evidente que la realidad autónoma creada en “El banquito…” tiene una amplia correspondencia con lo acontecido en el mundo extratextual, como se aprecia en la siguiente cita:

Ávila Chaparro bautizó su pistola como “La Espada Justiciera”, comparándola con la de Hernán Cortés, que tantos indios atravesó y descuartizó. . . . con esa arma, el mayor hizo saltar los sesos de alrededor de 200 personas, según declaró en juicio un testigo protegido por la justicia nortea-mericana. Esto, cuando el sistema malagradecido encarceló al ya general Ávila Chaparro, por sus nexos con el narcotraficante conocido como “El Señor de los Cielos”. (González Ruiz 22)

La historia extraliteraria fue constatada por numerosos testigos, uno de los cuales declara lo sucedido:

Quirós Hermosillo y Acosta escogían a los detenidos y los sentaban en una silla para sacarles “la foto del recuerdo”. Luego les disparaban en la nuca con una pistola calibre .380 a la que Quirós nombró “la espada justiciera”. Los cadáveres eran metidos en bolsas de lona que se subían a un avión Arava del entonces Escuadrón 301 para lanzarlos al mar durante vuelos exprofeso. Según Gustavo Tarín Chávez, Acosta Chaparro ejecutó personalmente a unas 200 personas, “por supuesto con la autorización del general Quirós Hermosillo”. (Díaz)

La representación de lo acontecido en “El banquito de la foto del recuerdo” guarda un vínculo muy cercano con la realidad histórica. Si bien el aspecto estético se deja un tanto de lado, el valor del relato se centra en el invaluable aporte memorístico, elemento primordial de nuestro lenguaje, que se convierte en un testimonio valiosísimo que desplaza al silencio y el olvido impuestos desde la postura oficial.

La escritura como huella memorística en el ámbito rural

Con la línea amarilla llegaron los armados verdes y la gente se volvió hosca y desconfiada. La palabra desaparecido ramificó sus letras.

Jesús Bartolo Bello López, “No es el viento el que disfrazado viene”

Al escribir sobre la guerrilla del entorno rural, me centraré en el estado de Guerrero por tratarse de un lugar que padeció la represión en sus modalidades más cruentas9 y cuya historia está vinculada a diversos métodos de lucha y a una constante reivindicación de quienes padecieron la violencia de manera directa. Numerosas luchadoras/es sociales provienen de este Estado donde la tortura, las desapariciones y demás formas represivas arrasaron personas y familias enteras durante el periodo estudiado. Tal vez a esto se deba que es la entidad que más ha reivindicado la memoria a partir de distintas manifestaciones. La inclusión del caso Rosendo Radilla, campesino y cantante de corridos desaparecido el 25 de agosto de 1974, en la Corte Interamericana de Derechos Humanos donde la resolución condena al Estado mexicano por las múltiples violaciones y abusos cometidos; así como la creación de la Comisión de la Verdad del Estado de Guerrero (2012), son solo dos episodios importantes que dan constancia de ello.

Hay una amplia obra sobre el periodo estudiado, pues las generaciones posteriores se han dedicado a ejercer la memoria por medio de la creación artística para evitar la dolorosa repetición de acontecimientos traumáticos.10 La intención es contar la historia borrada y reivindicar a sus seres queridos para que sean integrados en la conciencia nacional.

Una de las propuestas fundamentales del realismo literario es la “emancipación del hombre” (Pañeda 382). Por tanto, en sus obras representativas buscó atacar las injusticias sociales de manera directa, los privilegios y el sistema de explotación. Los escritores realistas buscaban el bienestar de los marginados, que el gobierno corrigiera los abusos, leyes más humanas e igualitarias y mayores posibilidades de desarrollo y ascenso social (Pañeda 382). En este sentido, la institución castrense mexicana ha sido fuertemente cuestionada por su larga participación en diversos actos represivos contra la población civil en las últimas décadas;11 en particular en las de los años sesenta y setenta, cuando el Estado sometió de formas por demás cruentas a las guerrillas. En tal contexto se inserta el siguiente relato.

“Soldado”,12 cuento de Roberto Ramírez Bravo, narra la confesión de un militar, a modo de monólogo, dirigida a un sacerdote. Esta inicia con la declaración de un crimen, el asesinato de un hombre al que tortura durante días, y culmina en la locura del confesor. La voz narrativa aumenta de manera progresiva la tensión del relato, con lo cual logra la intensidad necesaria para mantener la atención de la persona lectora.

Lukács afirma que “[l]os escritores realistas parten siempre de los mayores y más actuales problemas de la vida del pueblo: su phatos artístico es alimentado siempre por los padecimientos más dolorosos del pueblo; éste determina también qué y cómo ven en sus visiones poéticas” (20-21). El motivo dentro de la trama es “un indio”, el cual es asesinado por el soldado protagonista. El contexto dentro del cual ocurre tal crimen es descrito así por la voz narrativa: “Dejamos varias rancherías incendiadas a nuestro paso, varios cadáveres sembrados. Las órdenes eran claras: ‘cácenlos, mátenlos’, nos gritaba el general desde adentro de nuestras cabezas. Y así lo hicimos” (170).13 La descripción minuciosa del momento brutal en que el soldado irrumpe en la vida del “indio” impacta por su crudeza:

Lo encontramos en una casita de barro, sentado en la mitad de aquel cuarto oloroso a tierra. No habló ni cuando le rompimos los dientes, o cuando se los rompí yo solo, porque aunque lo cuento en plural, nadie me acompañó en aquel hallazgo. Estaba sentado en el suelo, con las rodillas dobladas, rodeadas por sus manos toscas. Vestía de blanco y parecía un pájaro a punto de alzar el vuelo, quizás una paloma asustada. Era un viejo, indudablemente, pero no podría saberse si tenía cien o quinientos años. (170)

La edad indescifrable del anciano evoca el misticismo indigenista particular de ciertas regiones del México rural. Por otra parte, la paz abandona para siempre el entorno casi bucólico descrito al irrumpir la “crueldad y frialdad del gran realismo” (Lukács 180).

El uso de la primera persona del singular y la narración intradiegética refuerzan la verosimilitud de la historia, rasgo indispensable ya enunciado del realismo literario. El protagonista describe en un inicio cómo una emboscada guerrillera los atacó, asesinando a ocho militares e hiriendo a varios más. A partir de ahí, su superior les dio la orden a los sobrevivientes de ir a cazar a los armados. La consigna era violar mujeres, asesinar niñas/os y ancianos/as y someter a cualquier persona que pudiera dar datos para cumplir la orden. Aparece entonces un primer elemento sobrenatural:

cuando llegábamos a un pueblo lo encontrábamos vacío, algunas veces sólo con los ancianos y los enfermos, otras veces sólo veíamos a los chivos y a las iguanas trepándose en las piedras, o eso parecían en la oscuridad, y quizás no eran sino los mismos indios huyendo de nosotros. (169)

La ambigüedad descrita impide saber con certeza lo ocurrido; lo incierto aparece dando lugar a cierto ambiente onírico o a visiones, mediante la conversión (desde ciertas tradiciones ancestrales) de indígenas a animales y viceversa, los naguales. Pero el realismo retoma el papel protagónico un poco más adelante, con la descripción del asesinato del “indio” por parte del soldado, que es de una violencia impactante:

Sólo me miraba. Sus ojos eran inexpresivos, pero terribles por la ausencia de rencor que había en ellos, terribles porque aunque lo pateara y aunque le pegara con mi arma no dejaba de mirarme, terribles porque callaban lo que hubieran querido gritarme. Sus ojos me taladraban, padre, era aquella visión un grito pesado porque no se oía, pero entraba por mis cuencas, estallaba en mi cerebro y desnudaba lo poco que me quedaba de emociones, arrojándome al miedo, arrojándome a una maldita condenación sin sentido. Le pegué hasta cansarme, y cuando sentí su mirada fría le descerrajé un balazo entre las cejas para callar ese delirio, pero los ojos de plato del muerto seguían mirándome. Entonces grité: ¡Ya cállate, ya cállate! (170)

El protagonista asesina a su víctima porque no puede soportar su mirada, motivo que lo va llevando a una locura definitiva. Hay un desarrollo interesante en este personaje durante el que va adquiriendo cierta conciencia sobre su responsabilidad directa en el asesinato; pues al principio actúa como cualquier “soldado”, es decir, alguien que cumple órdenes sin cuestionamiento ético alguno, pero poco a poco coloca en tela de juicio su propio accionar por medio de esa mirada que lo persigue sin tregua, que no lo deja descansar. La tensión del relato aumenta debido a la actitud inexplicable del protagonista, quien pierde la razón: “Entonces me revolqué por aquel piso de tierra roja y mis compañeros pensaron que deliraba debido a la herida en el dedo. Y yo gritaba, y me arrancaba los cabellos y no podía apagar esos ojos que estaban adentro de mí, padre. Por eso lo maté” (170-1). La propia conciencia del protagonista se ve reflejada en la mirada del “indio” asesinado, por eso es imposible que olvide sus ojos, porque una parte de su propio ser es la que le grita la infamia cometida, la que le quita la paz.

Hacia el final del relato, el soldado abandona la milicia y se vuelve una visión errante que solo desea que se acerque su final. Ya nada parece importarle:

Hace tres días, o un mes, o un año, no sé bien, dejé el servicio militar. Ya no puedo matar números, no puedo crear otras estadísticas. Ahora sólo busco escaparme de aquel indio que no me dijo una palabra, que no violó a mi mujer ni asesinó a mis hermanos, pero que me persigue desde adentro, que murió de mi mano, ese a quien convertí en fantasma. Perdóneme, padre, he pecado. O no me perdone, quizá no vale la pena, porque no hay escapatoria. ¿Sirve de algo intentar huir? (171)

La violencia es reforzada por la ausencia de motivos reales para llevar a cabo el asesinato. El militar no se perdona que el hombre no le haya causado algún mal, no soporta pensar en que era inocente y él a cambio lo asesinó. En contraparte, el torturado no lo observa con rencor, ni con odio, lo que hace que esa peculiar mirada, tal vez de azoro o francamente inexpresiva, vaya apoderándose de su con ciencia, que ya no puede sino pensar en ella, en esa inefable mirada, y también en su acción deleznable. Pero el hombre al que asesinó ni siquiera fue capaz de odiarlo y esa idea simplemente no la puede soportar, por eso la única salida que encuentra es la locura.

El desenlace verdadero del cuento es todavía más inquietante, la “vuelta de tuerca” que ofrece la voz narrativa en palabras provenientes del protagonista otorga al relato un nivel deslumbrante:

En la puerta de la iglesia él sigue sentado. Lo miro desde aquí, lo huelo, lo siento. Está esperando levantar el vuelo, está esperándome. Y yo tengo miedo. ¿Quién me ayudará en este funeral, padre? ¿Quién detendrá mi pánico en este cortejo fúnebre con su olor de flores de difunto por aquel soldado que murió hace tres días, o un mes, o un año, no sé bien? El indio está sentado, y al muerto le lloran sus hijos sin que él lo sepa, pues no oye los ruidos, ni siente el viento correr, ni tampoco la asfixia de su féretro. Sólo es un soldado muerto, simple y felizmente muerto. Y yo aquí padre, tengo miedo. Porque nadie me mira, porque nadie tropieza con mi cuerpo ni se topa con mi mirada. (171)

Es decir, el soldado ya no es tal, sino que está muerto y es su fantasma quien realiza el monólogo, tal vez por esa razón nunca recibe respuesta del sacerdote. Esa conciencia del soldado, que se vuelve un motivo en el relato, se queda flotando en el limbo, sin descanso posible; lo que hace que sienta envidia por la tranquilidad aparente del cuerpo del soldado muerto que yace en el féretro.

Baste esta breve mirada al panorama literario del duro episodio de las guerrillas en México para apreciar la gran carga simbólica que todavía representa este importante suceso, el cual tiene una deuda significativa con la memoria y la justicia, elementos imprescindibles para trascender esta experiencia pendiente. En los cuentos analizados se ha podido observar que el gran realismo y el humanismo popular constituyen, en palabras de Lukács, “una unidad orgánica que aborda los problemas fundamentales del pueblo de su época, como la inexorable representación de la verdadera esencia de la realidad” (21-22). He ahí el invaluable peso de la escritura en la construcción social de la memoria.

El Estado enfrentó de la peor forma la etapa en cuestión y cabe reflexionar sobre si las consecuencias de esa decisión están aún palpables en el contexto social y político devastado que vivimos en la actualidad. Por otra parte, la impunidad imperante ha significado el componente esencial para que el episodio de la guerrilla resuene con gran vigencia pues, a pesar de las distancias históricas, dicha impunidad sirve como vínculo innegable entre el pasado y el presente; por lo que se puede hablar de un pasado que no pasa. El carácter cíclico de la historia se personifica en el aquí y el ahora, con sus evidentes especificidades.

La intención de olvido que se intentó imponer al cooptar a casi toda la prensa de la época, con sus raras y honrosas excepciones, trató de negar lo acontecido y hacer que prevaleciera a toda costa la versión oficial de la inexistencia de las guerrillas.14 Pero esa intención de olvido y negación ha cambiado, al menos en algunos sectores, pues numerosos familiares de las personas desaparecidas han llevado a cabo una larga y penosa lucha en búsqueda de justicia. Además, a pesar de que el Estado sigue empeñado en negar su responsabilidad con sus constantes omisiones -la cual es a su vez una estrategia para evadir las necesarias reparaciones de los daños-, la batalla continúa y se extiende hacia otros sectores de la sociedad; a lo que ha contribuido sin duda el boom de memoria sobre este episodio, a partir sobre todo de la escritura de testimonios, cuentos, novelas, reportajes, libros periodísticos y académicos que de manera relevante están reelaborando esas memorias diversas, necesarias para la creación de un proceso que pueda dar cuenta de distintas versiones de lo acontecido. La literatura se vuelve entonces, también, ese gran instrumento cuyo fin es integrarse a los debates sociales orientados hacia una real transformación de realidades tangibles.

“El banquito de la foto del recuerdo” y “Soldado” son textos que nos invitan a la revisión del pasado, enriqueciendo con su dolorosa pero necesaria evocación temática el debate ineludible que como integrantes de esta sociedad debemos a quienes padecieron la violencia y muerte en aquella época. Dichos relatos abonan sin duda a la transmisión memorística, que en palabras de Pilar Calveiro

[n]o sólo es posible, sino que está ocurriendo de manera constante. El interés por la transmisión conlleva el cuestionamiento por las propias explicaciones y la consideración de otras formas de entender lo vivido, que permite al sobreviviente ser parte activa del procesamiento social y no su lastre. (84)

Es así que tanto González Ruiz como Ramírez Bravo, los autores, contribuyen a reivindicar esa memoria de quienes dieron su vida para cimentar parte del bienestar civil actual, dado que esas luchas han constituido las libertades de expresión y acción que ahora poseemos como ciudadanía. La exigencia de restituir la memoria social es un hecho palpable que abona a la esperanza de un futuro distinto, la cual se resiste al silencio, a la violencia y a la muerte que embarga a la realidad mexicana actual.

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1Judith Solís Téllez opina que, por ejemplo, en Guerrero la herida por la represión del pasado se ha comenzado a expresar literariamente alrededor de treinta años después de 1967, cuando Lucio Cabañas dejó de ser profesor y se convirtió en guerrillero. Ubica el año 2000 como el despertar de cierto auge literario sobre el tema (2016).

2Miguel Nazar Haro, represor paradigmático de la época, reconoce haber indagado sobre esto: “Después de los hechos del 2 de octubre de 1968, nosotros investigamos en diferentes universidades del país quiénes abandonaron sus estudios y el motivo por el que lo hicieron. Entrevistamos a sus familias para conocer la razón, concluyendo que los mismos familiares fueron notificados por sus hijos que dejarían sus estudios para irse a luchar contra el sistema” (cit. en Torres 32-33).

3El término guerra se ha cuestionado en el caso mexicano. Según Adela Cedillo, el conflicto armado “no desembocó en una guerra convencional entre dos ejércitos. A diferencia de otros ejércitos latinoamericanos, el mexicano nunca habló de una guerra interna, si acaso empleó la vaga fórmula de ‘lucha contra la subversión’” (87). La asimetría entre los bandos enfrentados es evidente.

4“El método que utilizó la FEMOSPP para dar a conocer su informe es por sí mismo una estrategia para el olvido. Ocurre en un contexto donde no hay impacto ni efecto mediático. El hecho mismo de que se presentara públicamente tendría implicaciones simbólicas a las que ni el gobierno de Vicente Fox ni la fiscalía quisieron apostar. Una cosa es que se publique en una página de internet, y otra que el Estado mexicano, en este caso representado por el todavía presidente Vicente Fox, asuma que hubo una época en que las instituciones del Estado se equivocaron. Una cosa es que haya un documento oficial, y otra muy diferente, que oficialmente se acepten los contenidos” (Rodríguez Munguía, “Lo que se eliminó...”). El Informe fue publicado en una página de internet el 18 de noviembre de 2005.

5Tomás Tenorio Galindo ofrece el siguiente testimonio en el libro de Miguel Ángel Granados Chapa, Buendía. El primer asesinato de la narcopolítica en México: “Paradar una idea de las dimensiones que alcanzó la corrupción y las relaciones de la DFS con el narcotráfico, [se cita] al comandante Juventino Prado, quien dijo que él personalmente solía entregar a Zorrilla ‘unos tres o cuatro millones de pesos mensuales’ provenientes ‘de los asuntos que se veían en la Brigada’. Esos ‘asuntos’ eran casos de secuestro y tráfico de drogas, precisó el comandante, quien obedecía órdenes de manejarlos ‘de la mejor manera’. . . . los demás comandantes de la DFS entregaban igualmente a Zorrilla portafolios con dinero . . . ” (212-3).

6Me refiero al momento en que se dan a conocer al mundo, pues se sabe que la fecha real de su creación fue el 17 de noviembre de 1983, en ese entonces eran llamadas Fuerzas de Liberación Nacional. Es por eso también la mención sobre las guerrillas ininterrumpidas en la historia reciente de México, pues si las de los años sesenta y setenta se dan por “terminadas” desde el Estado, y a principios de los años ochenta existe la que se convertiría en el EZLN, esto demuestra que prácticamente no ha dejado de existir esta forma de lucha.

7Cf. Mendoza, Carlos. EPR. Retorno a las armas. Documental, dirigido por Mendoza, Canal Seis de Julio, 1996. y EPR de cerca. Documental, distribuido por Canal Seis de Julio, 1997.

8Las investigadoras citadas profundizan la idea al afirmar que “El texto literario es una fuente fragmentada, pero rica y plena de matices, para la comprensión de una época, para la recuperación de la experiencia, la conservación de la memoria o la figuración de proyectos y alternativas, tareas relevantes de las ciencias sociales” (Cabrera y Estrada 39).

9Ana María Cárabe afirma que “El 40% de las desapariciones forzadas registradas ante la CNDH se dio en ese estado y ante la actitud represiva del gobierno los conflictos se radicalizaron tanto ideológicamente como en sus métodos, que desembocaron en la actividad de dos grupos guerrilleros” (“El corrido...” 16).

10Algunas de las obras más representativas son: La fórmula, Si tienes miedo (novela con apéndice) y Gallo Rojo de Juan Miguel de Mora; El infierno de todos tan temido de Luis Carrión Beltrán; La revolución invisible de Alejandro Íñigo; Guerra y sueño de Salvador Mendiola; ¿Por qué no dijiste todo?, La patria celestial y El de ayer es Él de Salvador Castañeda; Guerra en el Paraíso, Las armas del alba y La fuga de Carlos Montemayor; Veinte de cobre. Memoria de la clandestinidad de Fritz Glockner y Septiembre de Francisco Pérez Arce (Solís Téllez, “La temática de la guerrilla en la obra…” 112).

11Cf. Pérez, Ana Lilia. Verdugos. Asesinatos brutales y otras historias secretas de militares. Grijalbo, 2016. y Rea, Daniela y Pablo Ferri. La tropa. Por qué mata un soldado. Aguilar, 2019.

12Publicado por primera vez en Semanario La Palabra, en el año 2000.

13El artículo de Judith Solís Téllez “La temática de la guerrilla en la obra narrativa y poética de cuatro escritores guerrerenses…” (2015) contiene una “Antología mínima” que incluye el cuento “Soldado”. Todas las citas corresponden a esa edición. Me fue imposible conseguir la publicación original.

14A la guerrilla no se le reconoció como tal, se le enclaustró en la categoría de delincuentes y terroristas. Su manifestación como actor social pasó desapercibida para una gran parte de la población mexicana. Si no había guerrilleros tampoco podían existir excesos contra ellos: hubo, en consecuencia, una especie de programación del olvido, pues al no haber noticias sobre los actos de represión, estos, en los hechos, no existieron. Ese manejo de la situación, al paso del tiempo, es el manejo de la relación memoria-olvido, olvido que posibilita la garantía de la impunidad: lo que no se sabe o no se recuerda no ocurrió, no tuvo lugar en el pensamiento de la sociedad y, por tanto, no se puede condenar (Mendoza García).

Recibido: 29 de Septiembre de 2019; Aprobado: 18 de Febrero de 2020

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