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Inter disciplina

versão On-line ISSN 2448-5705versão impressa ISSN 2395-969X

Inter disciplina vol.9 no.24 Ciudad de México Mai./Ago. 2021  Epub 25-Jun-2021

https://doi.org/10.22201/ceiich.24485705e.2021.24.78456 

Dossier

Las misiones de la ciencia: territorios, experticia y gubernamentalidad

The missions of science: territories, expertise and governmentality

Siobhan Guerrero McManus* 

*Centro de Investigaciones Interdisciplinarias en Ciencias y Humanidades-UNAM. Correo electrónico: siobhanfgm@gmail.com


Resumen

El presente texto ofrece una reflexión historiográfica que acompaña al resto de las historias comparadas presentadas en este número. Su objetivo fundamental es mostrar la fecundidad de las elecciones metodológicas que subyacen a esta empresa colectiva. Para ello, haré ver cómo los trabajos que integran este número permiten superar la oposición entre historia conceptual e historia social. Asimismo, estos trabajos nos permiten reflexionar acerca de cómo evolucionan términos como mision de tal suerte que sus cambios semánticos no necesariamente implican rupturas absolutas en las lógicas o dinámicas sociales que nombra. Finalmente, se ofrece una reflexión que permite hacer ver las conexiones entre una historia de la ciencia como herramienta misional/colonizadora y la creación de experticias que a un mismo tiempo territorializan un saber y un espacio físico.

Palabras clave: Misión; historiografía; historia conceptual; deconstrucción; gubernamentalidad

Abstract

This text offers an historiographic reflection that has been developed in dialogue with the rest of comparative histories presented in this issue. Its main objective is to show the fecundity of the methodological choices that underlie this collective enterprise. To do this, I will show how the works that make up this dossier allow us to overcome the opposition between conceptual history and social history. Likewise, these texts allow us to reflect on how terms such as “mission” evolve in such a way that their semantic changes do not necessarily imply absolute ruptures in the social logics or dynamics that they name. Finally, a reflection is offered that help us to see the connections between a history of science conceived as a missionary or colonizing tool, on the one hand, and the creation of expertise that at the same time territorialize knowledge and physical space, on the other.

Keywords: Mission; historiography; conceptual history; deconstruction; governmentality

A la historia como disciplina la han acompañado a lo largo de su propia maduración diversos debates que le han ido dando forma a nivel metodológico, narrativo e, incluso, metafísico. Esto último al postularse ciertas formas en las cuales se sugiere que opera la causalidad de lo histórico en tanto hilo de eventos más o menos contingentes. En concreto, algunos de estos debates versan acerca de cuál es la mejor forma de hacer historia o, para ponerlo en palabras menos cargadas, cuáles son los diversos puntos ciegos de las distintas formas de hacer historia. Otros más, por ejemplo, interrogan acerca de la necesidad de incluir elementos presuntamente contextuales para comprender los devenires históricos de las disciplinas científicas.

En el presente texto quisiera concentrarme en tres debates diferentes pero que son, sin duda, importantes para valorar el ejercicio historiográfico que subyace a este esfuerzo colectivo por emplear el término misión como nodo articulador con el fin de elaborar una serie de historias comparadas de la ciencia que, sin embargo, ocurren a diferente tiempo y en muy diversos contextos. El elemento unificador es, desde luego, la existencia misma del término misión pero, como espero hacer ver a lo largo de este ensayo, dicha presencia entraña también una serie de dinámicas que nos permitirán comprender las relaciones entre ciencia, experticia y gubernamentalidad.

El primero de estos debates consiste en el archiconocido desencuentro entre la historia conceptual y la historia social, un debate que es imposible de evadir cuando precisamente se lleva a cabo un esfuerzo historiográfico en el cual hemos terminado por oscilar entre un término y lo que este denota, entre cómo evolucionó un término y las prácticas sociales subyacentes al mismo. Esto con el objetivo de ir construyendo un conjunto de historias donde el término nos ha servido para ganar acceso epistémico ante un conjunto de prácticas que, sin embargo, no siempre se nombran explícitamente como misiones.

Un segundo debate igualmente importante remite a la existencia de una controversia acerca de si el término mision es de hecho adecuado para ganar acceso epistémico a un conjunto de continuidades y discontinuidades en las prácticas científicas de tal modo que permita trazar un recorrido que empieza con una ciencia enclavada en contextos religiosos, pastorales y coloniales; que ha venido a decantarse en un largo siglo XX en un conjunto de saberes secularizados, globalizados y vinculados a la modernidad y la construcción del Estado. El riesgo que subyace a esta controversia es que el término mision esté figurando aquí de manera polisémica -algo que se detallará más adelante- y, si fuese el caso, entonces cabría preguntarse en qué sentido son comparables estas historias si en ellas coinciden términos homónimos que no guardan entre sí continuidad alguna.

Estos debates son importantes para entender lo que hemos hecho en este esfuerzo colectivo ya que hemos intentado ofrecer al menos dos tipos diferentes de estudios de caso. Primero, están aquellos donde aparece el término de mision de forma explícita y en su sentido primario como una actividad vinculada a la religión, al menos en parte. Aquí dicho término aparece emplazado en el contexto colonial y pastoral propio de la Nueva España, en el caso del trabajo de Angélica Morales, o en el siglo XIX mexicano, en el caso del trabajo de Haydée García Bravo. En esta primera acepción casi que podríamos parafrasear a Foucault para sostener que el término mision denota un conjunto de prácticas encaminadas a gestar una gubernamentalidad1 en la cual la religión juega un papel central tanto en la construcción de los sujetos gobernados como en la lógica misma de cómo se les gobierna y del porqué cierta autoridad está precisamente autorizada y justificada para detentar el poder.

En clara oposición, había un segundo grupo de estudios de caso en el cual el término mision aparece ya desarraigado de este emplazamiento teológico-político. Para el siglo XX, dicho término de hecho aparece ya secularizado y asociado a dinámicas que tienen que ver con la ciencia laica, la instrucción, la educación, etc. No es que aquí no haya una gubernamentalidad interesada en confeccionar cierto tipo de sujetos políticos o cierto tipo de prácticas políticas y racionalidades; es claro que hay tales elementos pero estos ya no están arraigados en una lógica religiosa. Hay, eso sí, formas de gubernamentalidad mucho más vinculadas al nuevo desarrollismo2 y a la idea de la modernidad como horizonte a alcanzar. Esto se observa de manera por demás clara en los trabajos de Joel Vargas y la construcción de un saber sobre la nutrición y la raza en el México de comienzos del siglo XX. Asimismo, el trabajo de Gisela Mateos y Edna Suárez en torno a las prácticas de asistencia científica en la posguerra ilustra de igual manera las lógicas del ya mencionado desarrollismo.

Finalmente, el texto de Lev Jardón nos descoloca de los contextos coloniales más estudiados, al menos desde América Latina, y nos permite observar cómo en la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas se intersectaron los proyectos encaminados a construir una nación y un territorio al cual buscaba hacerse gobernable, por un lado, con saberes coloniales e incluso de alcance extraterritorial que buscaban erigir experticias alternativas a las de las ciencias occidentales creando en el proceso una apuesta salvífica que sería característica de las misiones, y que está profundamente conectada con la creación de lógicas coloniales.

Como espero que pueda verse, al tener estos dos grandes grupos de estudios de caso resulta claro que nuestro esfuerzo colectivo ha oscilado entre un foco dirigido al concepto mismo y otro a la práctica que este denota, lo que nos obliga a volver a pasar revista ante el viejo debate entre historia social e historial conceptual. Asimismo, los cambios en el término justifican la pregunta de si estamos ante un escenario de polisemia o ante algo más y, si esto fuera el caso, qué tipo de escenario sería este y qué tipo de desafíos historiográficos nos plantea.

En cualquier caso, nuestro afán por apostar por una historia que no colapse en las polaridades de la historia social o la conceptual, aunado al hecho de que buscamos rastrear las lógicas de diseminación de un término, nos han permitido abordar un tercer debate al interior de la historiografía de la ciencia que versa justamente acerca de si las lógicas internas de la ciencia son en mayor o menor grado autónomas e independientes o si, por el contrario, están coproducidas por la historia de los contextos políticos de las disciplinas. La apuesta de los trabajos colectivos aquí presentados es que la dimensión misional de la ciencia ayuda no solamente a comprender su funcionamiento en contextos coloniales y posneocoloniales, sino que también permite comprender el surgimiento de las dinámicas expertas que hoy caracterizan a la ciencia moderna. En cierto sentido, la territorialización de un dominio es un proceso que ocurre simultáneamente con la constitución de un saber/poder que permite tanto la gobernanza como la comprensión e intervención sobre ciertos fenómenos. Este último punto implicaría por tanto dejar de lado las dicotomías asociadas al debate entre internalistas y externalistas, pues ambas posturas presuponen que es posible hablar de un adentro y de un afuera, pero los estudios aquí presentados ponen en jaque justo esta idea.

Comienzo pues por presentar los primeros dos debates. Acto seguido elaboraré una reflexión que conecta ambos aspectos para posteriormente adentrarme en el punto acerca de la relación entre experticia, gubernamentalidad y la territorialización.

1. Historia conceptual vs. historia social

Un buen punto de partida para presentar este debate lo encontramos en la obra de Koselleck (2012) ya que este autor, influido en gran medida por el estructuralismo, ofrece precisamente el tipo de comparaciones entre la historia conceptual y la historia social que pueden ayudar a situar la relevancia de los trabajos aquí presentados. Esto es así precisamente porque algunos de nuestros textos apuestan por un énfasis en el término mision mientras que otros tantos, como ya he dicho, se concentran en lo que este denotó.

En ese sentido es que se reactualiza la vieja discusión acerca de qué es lo que tiene eficacia causal en la historia. Koselleck señalaba sobre este punto, en favor de la historia social, que era claro que los eventos históricos no ocurrían gracias a los conceptos, sino en función de todo lo que rodea a estos últimos y que podía ser concebido precisamente como parte de las prácticas sociales que dotaban de contenido a dichos conceptos. De allí que para rastrear los devenires históricos pareciera mucho más atinente el centrarse en la realidad social pues ha sido esta y no el cambio conceptual la que ha constituido el motor de las transformaciones bajo interés.

Hay que decir, empero, que Koselleck no está negando que los discursos puedan tener eficacia causal en un momento dado. De hecho, cita la orden de Hitler con la cual se invadió Polonia para precisamente ejemplificar cómo es que un discurso puede tener eficacia, pero esta eficacia es posible; según este autor, porque el lenguaje es parte de prácticas sociales mucho más complejas que no pueden, en ningún sentido, reducirse a un mero devenir conceptual como quizás habría sido posible bajo un modelo historiográfico de corte Hegeliano.

Aquí cabría añadir que otra fuerte limitación de la historia conceptual, también apuntalada por Koselleck, tiene que ver con la ya muy conocida crítica al equívoco de considerar que los discursos necesariamente reflejan las prácticas. Como es bien sabido, lo que se dice no necesariamente se corresponde con lo que se hace y de allí que uno de los riesgos de la historia conceptual sea precisamente el reificar algo que en cualquier caso ocurría solo a nivel de discurso como si la práctica cotidiana de aquel momento hubiese sido justamente así.

Sin embargo, el propio Koselleck reconocía por otro lado que estos elementos en favor de la historia social se confrontaban con dos fuertes limitaciones. Primero, que el acceso epistémico a los hechos históricos era irremediablemente conceptual pues estos solo podían comprenderse al categorizarse y colocarse dentro de marcos analíticos que les dieran sentido. Segundo y más importante, al realizar un abordaje diacrónico resulta claro que el discurso tiene una labor constrictiva incluso en el momento mismo en el cual se va desplegando un evento de tal suerte que este se ve significado, articulado y orientado en función de cómo es que se le va simbolizando.

Es en función de todo lo anterior que el propio Koselleck termina por ofrecer una posición mucho más reconciliadora al enfatizar los aspectos valiosos de una u otra forma de hacer historia. Sobre esto afirma:

La historia social y la historia conceptual poseen distintas velocidades de transformación y se basan en estructuras de repetición diferentes. Por eso la terminología científica de la historia social depende de la historia de los conceptos para cerciorarse de las experiencias almacenadas lingüísticamente. Y por eso la historia conceptual debe remitirse a los resultados de la historia social para no perder de vista el hecho de que la diferencia entre una realidad pasada y sus testimonios lingüísticos nunca puede convertirse en algo supuestamente idéntico (Koselleck 2012, 26).

Ahora bien, una vez señalado todo lo anterior es que podemos evidenciar la relevancia de estos debates para los textos ofrecidos en esta producción colectiva. En primer lugar, resulta claro que la elección del término mision se ha hecho precisamente atendiendo a uno de los puntos señalados anteriormente, que consiste en la capacidad constrictiva de un término para orientar y encaminar las acciones. En este sentido nos ha parecido que, al elegir este término, se han movilizado una serie de formas de orientar las prácticas científicas que, hipotetizamos, habrán de permanecer incluso cuando el término se seculariza y deja de tener una acepción pastoral.

Desde luego no pretendemos otorgarle a este término una suerte de eficacia causal en aislado; y los trabajos elaborados por los colegas no pretenden comprometerse con ninguna suerte de idealismo. La apuesta es en cualquier caso mucho menos ambiciosa y tiene justamente que ver con la capacidad de un concepto de proveer acceso epistémico a ese conjunto de prácticas que lo dotan de contenido y que le dan eficacia en un contexto específico.

2. Diseminación o polisemia

Ahora bien, al llegar a este segundo debate sería menester señalar el hecho de que hay controversias que pueden a una misma vez ser pensadas como propias de la historiografía o de la filosofía de la historia, es decir, controversias acerca de cómo escribir la historia y cómo interpretar las formas en las cuales se le ha escrito, por un lado, o controversias acerca de cómo de hecho se gesta la historia pensada ya no como escritura o testimonio sino como devenir.

Así, por ejemplo, la historia como disciplina puede verse de pronto sumida en las confrontaciones entre aquellos que defienden visiones rupturistas vs aquellos que defienden visiones continuistas. Ambas posturas pueden leerse a un nivel meramente escritural/metodológico o a un nivel ontológico en el cual ya no se estaría debatiendo acerca de un texto sino acerca de cómo acontece un evento. La elección entre uno y otro modelo puede por tanto depender de una serie de apuestas narrativas que quizás buscan mostrar qué ha cambiado o qué ha permanecido a lo largo de un periodo. Pero de igual forma, dicha elección puede atender a un compromiso ontológico por parte de quien escribe la historia al considerar que genuinamente ha habido, más allá del relato, una ruptura.

Esta posibilidad de dar una u otra lectura en torno a esta polaridad es quizás más analítica que fáctica y muy seguramente la inmensa mayoría de los historiadores no se decantarían ni por una lectura meramente narrativa/empirista ni por una apuesta con tal grado de compromiso ontológico. Sin embargo, lo que sería importante recuperar de este ejemplo es precisamente el carácter dual, a la vez metodológico y ontológico, de un debate que cruza a la historia como disciplina y que quizás ilustre, de manera ejemplar, muchos otros debates al interior de esta disciplina.

Menciono lo anterior porque al haber retomado el término de mision como nodo articulador de un esfuerzo colectivo para pensar a la ciencia en diversas épocas y en diversos contextos, muy pronto nos quedó claro que estábamos siendo llevados a uno de estos muchos debates que han atravesado la historia de la ciencia. Y es que casi inmediatamente se planteó la posibilidad de que el término mision funcionara de manera polisémica3 en los diversos contextos bajo estudio; si este era el caso, entonces estaríamos ante un término con dos o más significados radicalmente distintos y, más importante aún, conceptualmente independientes.

Enfatizo aquí el punto. Cuando un término es polisémico tiene distintos núcleos semánticos, distintas unidades semánticas, que no están entrelazadas entre sí. Un término de este tipo representa un riesgo para quien pretende ser un profesional de la historia; dicho riesgo quizás pueda ser explicado al compararlo con el albur que implicaría escribir una historia confundiendo términos homónimos. En el caso de dos términos que son homónimos estamos ante entidades lingüísticas que suenan igual pero que no solo tienen núcleos semánticos distintos sino una historia/etimología radicalmente distinta. Imaginemos el absurdo que resultaría si alguien interesado en escribir una historia conceptual que tomase a uno de tales términos homónimos como nodo articulador terminara, por error o falta de rigor, por confundir el término de interés precisamente con su homónimo. Ello daría lugar a la escritura de una historia que quedaría inmediatamente falseada por la historia lingüística de los términos y mostraría que el nodo conceptual elegido ha resultado no solo inútil sino contraproducente. Algo muy parecido podría ocurrir con un término genuinamente polisémico si de igual manera confundiéramos sus distintos núcleos semánticos dando lugar a una ficción que busca hilar históricamente lo que nunca estuvo conectado.

En este sentido, es que podríamos decir que uno de los mayores riesgos para toda historia conceptual lo constituye precisamente la posibilidad de que quiera hablarse de una realidad subyacente, que estaría en principio codificada en los conceptos empleados como nodos articuladores pero que ha sido tremendamente ficcionalizada al hermanar o conectar elementos totalmente independientes. Aquí es donde quizás queda por demás claro cómo una aparente discusión lingüística va a tener consecuencias ontológicas acerca de cómo se afirma que ha ocurrido cierta cadena de eventos.

En cualquier caso, este debate se entremezcló con el anteriormente señalado en la sección segunda de este texto y lo que quisiera ofrecer en lo que resta de este escrito es una suerte de reflexión historiográfica/filosófica que nos ayude a entender el porqué no estamos ante un escenario de polisemia sino de diseminación y cómo, al señalar esto último, podemos igualmente evadir los dualismos que subyacen a la controversia entre historia conceptual e historia social.

3. Lenguaje, prácticas y quiasmas

En la historia de la filosofía contemporánea pocos filósofos han resultado tan influyentes y a la vez tan amados y odiados como Jacques Derrida. Este autor es sin duda uno de los grandes nombres del postestructuralismo francés y muchas son las aportaciones que este autor nos ha legado. Pero para el contexto que ahora nos interesa hay un término que resultará fundamental para intentar articular una propuesta historiográfica que acompañe a los trabajos anteriormente mencionados, y que logre mostrar por qué al centrarnos en el término mision no hemos caído presa de las limitaciones de la historia conceptual ni tampoco hemos incurrido en el tremendo equívoco de edificar una historia polisémica.

El término en cuestión es “diseminación” y, si bien este ha llegado a recibir otros nombres (p. ej., la huella o la différance), en el presente ensayo retendremos el recién mencionado término “diseminación” por su conexión con el campo semántico del término “polisemia”. A diferencia de este último, la diseminación expresa la evolución histórica de un término y la sedimentación de diversas capas de significado dentro del mismo. Así, un término diseminado puede movilizar, cuando se le usa, las diversas capas ya mencionadas incluso si esto no es necesariamente la intención del hablante. De allí que, para Derrida (1978, 1982), el querer decir nunca determina a cabalidad lo que de facto se dice pues los significados menos obvios -o quizás más ancestrales- pueden hacerse parcialmente presentes de tal manera que el sentido mismo de una frase puede volverse, por ello mismo, mucho menos claro de lo esperado.

Más todavía, el término “diseminación” pretende poner en jaque a la oposición diacrónico vs sincrónico que mencionamos anteriormente y que resultaba tan cara al estructuralismo saussureano. Para este autor un signo tenía dos elementos, el significante o imagen otacústica mental y el significado o la idea que acompaña a dicho significante y que está presente ante la conciencia. Asimismo, Saussure reconocía que más allá de esta relación interna a los elementos del signo lingüístico, había una segunda relación que se entablaba entre los diversos signos y que de una u otra forma los interdefinía: el valor o las relaciones de mutua oposición entre los signos y que acotan lo que los signos no significan. Esta última relación era estrictamente sincrónica y resulta fundamental para comprender por qué el estructuralismo recibía este nombre ya que justamente las relaciones de valor entre los signos configuran estructuras.

Para Derrida, sin embargo, la diseminación implica colapsar la distinción sincrónico vs diacrónico; así también las relaciones internas y externas del signo lingüístico ya que son las relaciones históricas de oposición entre los signos; los usos anteriores, los que de facto van configurando y reconfigurando el valor de un signo, son estas, y solamente estas relaciones históricas de oposición, la famosa diferencia diferida que constituye a la diseminación, las que determinan el significado de un término y no así alguna suerte de imagen mental que se pueda tener con independencia.

Para poner un ejemplo, en vez de suponer que el signo “pato” tiene asociado el significante pato -el sonido de la palabra al pronunciarse- y a la vez un significado constituido por una representación mental de un pato, y que además viene definido por las relaciones de oposición con palabras como “ganso”, “cisne”, “paloma”, etc. En vez de suponer todo aquello podríamos señalar que en ese esfuerzo hay una redundancia en la forma en la cual se construye el sentido de un signo pues se le delimita negativamente por medio del valor y se le determina positivamente por medio de la relación entre el significado y el significante. Pero esta redundancia resulta sospechosa si tenemos en cuenta que de facto aprendemos lo que es un pato al confrontar numerosos usos de la palabra “pato” y numerosos casos en los cuales se nos señala que algo no es un pato; así, pareciera que los usos anteriores delimitan negativamente el alcance del término y van acotando su sentido. Si esto es así, entonces las relaciones del valor nunca son puramente sincrónicas y de hecho el significado de un término se va construyendo históricamente a través de sus usos anafóricos o previos que van justamente acotando aquello que un pato es.

Por último, el término diseminación pretende colapsar de igual manera una distinción que, si bien no es idéntica a la que subyace a la oposición entre historia social e historia conceptual, sí que resulta cercana. Esto es así porque Derrida señala que la diseminación, huella o différance no atiende a algo meramente empírico, es decir, no atiende a simples diferencias en el mundo, diferencias entre los objetos, que el lenguaje iría recuperando. Por el contrario, la historicidad de los conceptos, el hecho de que vayan difiriendo en el tiempo y entre sí, es fundamental para comprender cómo los conceptos ofrecen marcos conceptuales históricamente cambiantes que van estructurando la experiencia de los sujetos que los emplean. En ese sentido es que la diseminación implica tanto la historicidad como la capacidad de constituir la experiencia que usualmente se les atribuye a los marcos lingüísticos.

Pero esto no ocurre de maneras trascendentales, en el sentido Kantiano, es decir, esta capacidad constitucional no proviene de un conjunto de categorías transhistóricas y que estén situadas, por decirlo de alguna manera, más allá de la experiencia. Estas categorías emergen de las prácticas mismas, de la forma en la cual el sujeto se involucra y se embebe en el mundo; pero dicho mundo tiene diferencias propias, diferencias con las cuales se confronta el sujeto y que va hilvanando con su lenguaje, de tal suerte que los términos lingüísticos mismos tienen un anclaje en las interacciones con el mundo. Eso permite sostener que el término “diseminación” no refiere ni a algo meramente empírico ni puramente trascendental sino a una forma de ir construyendo conceptos en la praxis misma, conceptos que no se confrontan especularmente con el mundo, sino que están entretejidos en este al actuar guiándose por diferencias (lingüísticas) que permiten rastrear diferencias (en el mundo). A esto es justamente a lo que llamaremos una comprensión quiasmática del lenguaje o de este como quiasma.

Ahora bien, todo esto viene al caso precisamente para proporcionar un marco analítico que permita retomar las dos controversias antes mencionadas. Comencemos pues con el punto más evidente. El término mision no tiene porque ser declarado polisémico solo porque el sentido de una misión en el siglo XVI es distinto del sentido secularizado del siglo XX. Por el contrario, podemos suponer que lo que hemos observado es precisamente un proceso de diseminación histórica en el cual el significado ha ido experimentando derivas, pero sin que los sentidos originales se pierdan del todo. Así, sería posible suponer que dichos significados se han sedimentado y se movilizan inadvertidamente cuando la noción de misión se emplea incluso en un sentido secular.

Más todavía, podríamos suponer que de facto hay tanto una connotación religiosa oculta cuando se emplea el término de mision ya laicizado como una aspiración gubernamental donde se sigue fabricando un sujeto a través de prácticas de autoconocimiento que favorecen una cosmovisión cuyas consecuencias son cosmopolíticas4, es decir, no solo avanzan una ontología específica -sea esta cristiana o científica- sino que vehiculan de igual manera un orden político asociado a dicha ontología y que legitima ciertas prácticas cognitivas asentando así la mutua coproducción entre saber y poder.

Y en este mismo sentido es que se puede elaborar una historia que no sea puramente conceptual ni puramente social al emplear un concepto diseminado para denotar un conjunto de prácticas históricas cambiantes que pueden incluso permanecer cuando el término en sí ha dejado de usarse. Pero, precisamente por el carácter no trascendental/no empírico del concepto de diseminación, podemos comprender cómo un término como misión pudo estructurar un conjunto de prácticas cognitivas y producir como legado, incluso cuando ya no se le emplea más, este arreglo o estructura concreta en la cual la ciencia opera de maneras coloniales, pastorales e incluso teocráticas al instituir un sistema de poder/saber que requiere un compromiso único con una cosmopolítica.

En cualquier caso, por estas mismas razones es que podemos afirmar que el emplear al término mision como nodo articulador para ganar acceso epistémico a un conjunto de prácticas no implicó ni tiene por qué implicar un compromiso con un modelo de historia conceptual incapaz de ir más allá del discurso. Y es que, al abandonar justamente cualquier pretensión representacionalista del lenguaje, la forma de comprender al término de mision o a cualquier otro término no tiene por qué pasar ni por el equívoco de creer que el lenguaje es un espejo de las prácticas ni tampoco por el equívoco de considerarlo un epifenómeno. El término mision, sostengo, funge así un rol constitutivo que orienta una serie de prácticas sin determinarlas y de allí que provea en cualquier caso de un punto de inicio para inquirir cómo funcionaba la ciencia, pero sin suponer que toda articulación práctica de la misma ocurrió siempre de un modo ya fijado por este término.

En función de esto es que quizás podríamos suponer que el término mision fungió como una suerte de metáfora fundante5 pero no solo de las formas de comprender cómo operaron y han operado las ciencias sino también de cómo los propios científicos han ido estructurando su quehacer científico como una práctica que provee de conocimiento, que ilumina, que da luz, con todos los significados ya sedimentados que estarían detrás de esta figura. Como metáfora fundante, esta instituye una suerte de terra nullius caracterizada por un no saber, una ignorancia, que debe ser corregido para acercar a los que allí moran al conocimiento, pero también al poder salvífico del mismo, un poder de salvación que irá transmutándose de un sentido espiritual a un sentido político que va ir instituyendo un sujeto gobernable al que eventualmente se le promete una salvación terrena a través del desarrollismo.

Como metáfora fundamente su papel no se queda allí ya que de igual manera estructura una dimensión cartográfica asociada a la práctica científica al mapear no solo aquellos sitios que se han declarado ignotos/ignaros sino al señalar itinerarios y rutas que permitirán construir caminos que vehiculen racionalidades que no solo conforman prácticas cognitivas sino también prácticas de sí que instituyen sujetos gobernables.

Este acto, hay que decirlo, de ser portador de conocimiento, de saber, con todo y su promesa salvífica genera asimismo un efecto ideológico que realza las dimensiones teológicas/epistémicas pero que oculta las dimensiones teocráticas/coloniales/gubernamentales. Los propios sujetos que ejecutan la tarea, los misioneros, pueden estar cegados ante este segundo grupo de atributos propios de estas prácticas. Esto, desde luego, no tendría que resultar sorprendente ya que es bien sabido que el contenido y forma de un saber o un argumento no necesariamente determina su función social y pocas veces hay claridad, desde una visión emic o desde la primera persona que realiza la práctica, en este caso el punto de vista del misionero, acerca de este hecho.

Finalmente, para ir cerrando esta sección, quisiera simplemente reiterar un punto ya hecho. Si el término mision parece haber jugado el papel de metáfora fundante, entonces su desaparición ocurre únicamente en el nivel del discurso, pero las prácticas así estructuradas, incluso al haber experimentado ciertos cambios, continúan todavía atravesadas por esta visión salvífica del conocimiento, esta lógica cartográfica de la zona ignota/de los ignaros a los que debe llevarse la luz/el desarrollo y, de paso, incorporarlos dentro de nuestras propias lógicas cosmopolíticas.

4. Territorialización y gubernamentalidad

En este punto vale la pena conectar lo dicho al final de la sección anterior con una historia de la experticia y de la creación misma de campos del conocimiento. Para ello quisiera traer a colación el concepto territorialización originalmente empleado por Deleuze y Guattari (2001). Este concepto resulta pertinente porque emplea una obvia metáfora cartográfica para hablar de cómo el pensamiento se organiza de ciertas formas, adquiere ciertas dinámicas en función de cómo se le va estructurando e hilando. Así, por ejemplo, el plano de inmanencia de un filósofo como Kant, es decir, el contexto desde el cual piensa da lugar a una forma de organizar el conocimiento que le es propia. Esta observación podría resultar trivial, si no fuera porque lo que aquí se sugiere es que la territorialización de un dominio de fenómenos o de un campo de preguntas ha venido, y suele venir, de la mano de un proceso de territorialización del mundo que implica la construcción de un sistema de saber que es a un mismo tiempo un sistema de poder que permite hacer gobernable una sección del mundo -muy en el sentido de Foucault (2005)-.

En ese sentido esta correlación entre la territorialización del saber y la territorialización asociada a la creación de racionalidades enfocadas en hacer gobernable un territorio presentado como terra nullius, permite sugerir que la historia de la experticia propia de las ciencias no puede hacerse inteligible como si nuestro objeto de indagación fuera únicamente la creación de jerarquías de prestigio y dominio sobre un tema. Este enfoque resultaría insatisfactorio porque dejaría sin analizar cómo es que se evaluó en un primer momento la eficacia, viabilidad o corrección de ciertos conocimientos.

Una posible respuesta sugerida por los trabajos aquí señalados consiste precisamente en la imbricación entre gubernamentalidad, experticia y territorialización. Ello por dos razones; primero, porque la experticia se vería validada por su eficacia interventiva al territorializar no únicamente un saber sino también un territorio en el sentido original del término. Adicionalmente, dichos expertos contaban con el apoyo de un aparato de Estado que apoyaba y validaba sus pretensiones de experticia, aunque cabría hacer notar que el saber no es reductible al poder conferido por un Estado ya que la eficacia del saber coproduce esa misma validación. En cualquier caso, esto nos lleva a una segunda razón para enfatizar la imbricación ya señalada. A saber, el proceso de territorialización de un saber y de un territorio también implicó que los saberes anteriores, así como las lógicas de gobierno anteriores, fueron desterritorializadas por sí mismas, es decir, sus formas de organizar y estructurar tanto el mundo como el pensamiento fueron puestas en jaque e incluso invalidadas y desestructuradas, lo cual resultó fundamental para comprender los procesos de colonización y neocolonización que subalternizaron en diversas formas a diversos agentes pero que comparten entre sí este afán de gestar posiciones que están epistémica y políticamente subordinadas a las lógicas de quien coloniza.

Lo interesante por supuesto es que el término misión permite hacer ver cómo esta imbricación ha operado a lo largo de los siglos y cómo tanto su diseminación como su alejamiento de un contexto teológico no ha implicado ni se ha traducido en la ruptura de esta profunda relación entre hacer gobernable un territorio, construir experticia, territorializar un saber y desterritorializar las formas previas sobre las cuales se construye todo un nuevo mundo.

En ese sentido es que esta imbricación, rastreada en todos los trabajos del presente dosier, permite entender cómo las ciencias en su faceta misional han ido elaborando cosmopolíticas a través de los procesos señalados en los apartados anteriores. De ser así, la estrategia seguida por estos trabajos muestra la fecundidad de apostar por una historia que no pretende caer ni en la historia puramente conceptual ni en la historia puramente social. Y que tampoco pretende crear semejanzas triviales rastreando palabras que puedan ser meramente homónimas. La apuesta ha sido mostrar, cómo en la dimensión diseminada del concepto misión se esconde sin embargo una profunda continuidad histórica.

5. Conclusión

En este texto he esbozado una propuesta historiográfica que pretende aclarar algunas de las posibles preguntas en torno a este esfuerzo colectivo por pensar la historia de la ciencia a través del término mision. Como he dicho, en un primer momento parecería que esto nos acerca a una historia conceptual por demás clásica, con todos sus desafíos y potencialidades. Asimismo, esto también nos obliga a pensar si los cambios en el concepto mision reflejan una ruptura semiótica radical que habría dado lugar a una situación de polisemia en la que no habrían ocurrido continuidades semánticas entre el viejo y el nuevo sentido del término.

Con respecto a lo primero, habría resultado quizás sorprendente emprender un esfuerzo historiográfico comparativo anclado en la historia conceptual cuando algunos de los estudios de caso aquí mencionados simplemente no recuperan al término incluso si las prácticas mismas evidencian una continuidad.

Con respecto a lo segundo, habría resultado inútil emprender tal esfuerzo comparado si tal ruptura semiótica radical hubiese ocurrido pues, si así hubiese sido, no habría habido ninguna semejanza o continuidad, algo que claramente queda falseado ya que, a pesar de los cambios en el sentido del término, hay también importantes continuidades que han ido quedando sedimentadas y que se movilizan incluso en los sentidos más modernos del término.

Empero, como he intentado mostrar, al pensar al término mision como un término diseminado que opera como una metáfora fundante resulta posible salir airosos de ambos desafíos ya que no tenemos que comprometernos con un modelo de historia conceptual que implique una radical desconexión con la práctica -y en este caso hemos intentado mostrar cómo incluso desde Koselleck está ya presente la intuición de que los conceptos no son solamente reflejos del mundo sino que lo estructuran- de tal suerte que resulte imposible oscilar entre un término y las prácticas por él referidas.

De igual manera, gracias a esta apuesta es que podemos declarar que los cambios semánticos observados se caracterizan mejor como una instancia de diseminación y no tanto como un caso de polisemia. Aceptada esta idea, habría claramente un elemento de continuidad que subyace a tal diseminación y que versa acerca de la imbricación entre la historia de la experticia y la historia de la creación de territorios gobernables, historias que se intersectan precisamente en la forma en la cual territorializan ambas dimensiones.

En cualquier caso, esta reflexión historiográfica/filosófica persigue acompañar a los estudios antes mencionados y su objetivo es evidenciar la reflexión colectiva que en su momento se emprendió para pensar, más allá de cada ejemplar, la lógica que subyacía a este esfuerzo colectivo que, como espero que pueda verse, ha intentado hacer coincidir herramientas de la historia conceptual y de la historia social mostrando cómo es posible tomar a un término como nodo articulador sin que ello implique referir únicamente al discurso en detrimento de la praxis.

Referencias:

Deleuze, Gilles y Guattari, Félix. 2001. ¿Qué es la filosofía? Barcelona: Anagrama. [ Links ]

Derrida, Jacques. 1978. De la gramatología. México: Siglo XXI. [ Links ]

Derrida, Jacques. 1982. Margins of philosophy. Chicago: University of Chicago Press. [ Links ]

Escobar, Arturo. 2007. La invención del Tercer Mundo: construcción y deconstrucción del desarrollo. Caracas: Fundación Editorial El Perro y la Rana. [ Links ]

Foucault, Michel. 2005. La voluntad de saber. Madrid: Siglo XXI. [ Links ]

Koselleck, Reinhart. 2012. Historias de conceptos. Estudios sobre semántica y pragmática del lenguaje político y social. Madrid: Editorial Trotta. [ Links ]

Lemke, T. 2015. Foucault, governmentality, and critique. Nueva York: Routledge. [ Links ]

Stengers, Isabelle. 2010. Cosmopolitics I. Minneápolis: The University of Minnesota Press, [ Links ]

Recursos de Internet:

Hills, D. 2017. Metaphor. The Stanford Encyclopedia of Philosophy, Edward N. Zalta (ed.). Disponible en < https://plato.stanford.edu/archives/fall2017/entries/metaphor/ > consulta: 12 de agosto de 2019. [ Links ]

Morales, Adriana. 2019. Polisemia. Significados.com. Disponible en < https://www.significados.com/polisemia/ > consulta: 12 de agosto de 2019. [ Links ]

1No busco ser del todo fiel al recuento del propio Foucault y mi uso, más bien laxo, tiene su inspiración en Lemke (2015).

2Sobre el concepto de desarrollo véase Escobar (2007).

3Una definición mínima de este término puede leerse en Morales (2019).

4Tomo el término de Stengers (2010) aunque no pretendo ceñirme de manera estricta al sentido que en esa obra se le da.

5Sobre los diversos roles de las metáforas en las ciencias véase Hills (2017).

Recibido: 17 de Febrero de 2020; Aprobado: 04 de Septiembre de 2020

Siobhan Guerrero McManus

Siobhan estudió biología en la Facultad de Ciencias de la UNAM y es maestra y doctora en Filosofía de la Ciencia también por la UNAM. Actualmente es Investigadora Titular A del CEIICH. Asimismo, es parte del Consejo Consultivo Honorario de la Rectoría General de la Universidad Autónoma Metropo litana (UAM); integrante del Comité editorial de la revista Debate feminista y de la Asamblea General del Instituto de Liderazgo Simone de Beauvoir. Sus áreas de especialidad son (i) los estudios de género y ciencia, (ii) la filosofía de la biología, (iii) el transfeminismo y, (iv) la filosofía del sujeto. Es Nivel I del Sistema Nacional de Investigadores. En 2018 fue galardonada con el premio Distinción Universidad Nacional para Jóvenes Académicos.

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