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Inter disciplina

On-line version ISSN 2448-5705Print version ISSN 2395-969X

Inter disciplina vol.6 n.15 Ciudad de México May./Aug. 2018  Epub Feb 19, 2021

 

Reseñas

Economía solidaria: local y diversa

María Ivette Ayvar Acosta* 

* Doctorante en el doctorado de ciencias de la administración del posgrado de la Facultad de Contaduría y Administración de la Universidad Nacional Autónoma de México. Correo electrónico: ayvar.te@gmail.com

Collin Harguindeguy, Laura. Economía solidaria: local y diversa. Tlaxcala, México: El Colegio de Tlaxcala A. C., 2014. 200p.


EN ESTE NUEVO título de Laura Collin se presenta el reto mayúsculo de enfrentar la crisis del sistema social y económico en el que nos encontramos. En sus primeras páginas, queda evidenciada la urgencia de cuestionar el sistema capitalista y construir otros caminos que permitan generar necesarios cambios. El libro representa una notable contribución a la construcción de otra economía, otra manera producir, distribuir y consumir, que da esperanzas frente a la crisis económica actual y ofrece un camino hacia la construcción de la paz económica.

En efecto, cuando hablamos de paz, la mayoría del tiempo nos referimos al ámbito político o cultural, es decir, a la violencia de los conflictos que oponen grupos o pueblos adversarios en su disputa por el poder y los recursos. Sin embargo, esta visión dominante omite la dimensión económica de la paz, cuando entendemos más bien a esta última como un sinónimo posible para la satisfacción de las necesidades humanas y el libre desarrollo de las capacidades productivas y creativas del ser humano. El problema acá radica en los límites de un sistema económico dominante cuya acumulación sin fin de capital se sostiene en la explotación de la fuerza de trabajo y de la naturaleza, así como en la puesta en competencia de los agentes económicos entre sí para las ganancias de esta acumulación. En este marco, ¿cómo podemos hablar de paz? ¿Acaso no es necesario para ello pensar en otras formas de organizar nuestras economías, más pacíficas y menos violentas? Creemos que sí, por lo que los caminos de la economía social y solidaria, que presenta este libro, son parte integral de la construcción de la paz.

Para Collin, la crisis es un presupuesto en el que ella basa sus planteamientos y cuestiona en primer lugar si es posible otra economía. Para dar respuesta a su interrogante, recupera el olvidado significado de la economía como el arte de satisfacer las necesidades humanas y denuncia la naturalización de la economía en su sentido estrictamente capitalista, el cual separa artificialmente la economía de la sociedad y al trabajador del trabajo, así como permite la mercantilización de dichas necesidades, incluyendo el trabajo mismo. En este sentido, la autora explica por qué la teoría económica dominante se estructura con base en estas y otras falacias presentadas como premisas indiscutibles. Su obra se dedica a develar esas premisas y cuestionarlas. Por ejemplo, en la visión capitalista de la economía, se cree que existen medios escasos, recursos limitados para la satisfacción de una serie de fines diversos y de necesidades infinitas en la sociedad, lo que lleva a la necesidad de competencia por los recursos para su maximización. Entonces, los principios de la productividad, la eficacia, la competitividad y la explotación no solo son necesarios sino deseables y legítimos.

No obstante, la autora recuerda que dichos presupuestos únicamente son una forma de ver la economía y que se puede construir otra, en la cual se reconozca que vivimos en un planeta lleno de recursos abundantes y que como seres humanos tenemos necesidades finitas. A su vez, estos últimos dos planteamientos exigen desmenuzar dos cuestiones: en primer lugar, lo que entendemos por necesidades humanas y, en segundo, la existencia de la pobreza. Así, Collin desarrolla un apartado, bajo el polémico título de “¿Quién inventó a los pobres?”, en el que analiza la historia de las unidades domésticas del campo mexicano y su constitución, mediante la intervención de los programas sociales y las políticas de “desarrollo”, en entes dependientes del dinero para la satisfacción de sus necesidades, convirtiendo en pobres a quienes no lo eran y convenciéndolos de ello.

En este análisis, el dinero es presentado como un tipo de droga. Para ejemplificarlo, Collin realiza un análisis comparativo de la satisfacción de necesidades alimenticias, de salud, vivienda y educación en tres sistemas económicos: el de la economía doméstica, el de la economía industrial-mercantil y el de la economía neoliberal, cuestionando los tipos de necesidades que son consideradas desde la economía política y cuáles son negadas como tales. El resultado del análisis pone en evidencia las carencias de los sistemas dominantes para la evaluación de la pobreza y de sus indicadores, coincidiendo con los análisis de Julio Boltvinik, quien define cuatro grupos de necesidades: de sobrevivencia, cognitivas, emocionales y de crecimiento, todas igualmente básicas e indispensables en la vida de un ser humano. Así, Collin critica que las necesidades emocionales, de conocimiento y sentido están ausentes en los indicadores de la teoría económica dominante, y presenta un cuadro comparativo entre la satisfacción de las necesidades en una economía de mercado y en una economía solidaria, con el que la autora finalmente resalta que más que dinero, se requiere tiempo, dedicación, esfuerzo, interés y una red social que permita satisfacer todas las necesidades humanas. Con ello, se evidencia que al convertir las necesidades en negocio, se mercantiliza la vida y se crean necesidades falsas. A final de cuentas, lo que importa es el negocio, no la satisfacción, encontrando eco en la famosa frase de los “mercadólogos”: “Un cliente feliz no es rentable”.

Los valores de una sociedad son los que guían las acciones de sus miembros. De allí la urgencia de conceder valor a lo que realmente vale, y quitárselo a aquello que es impuesto como imagen de felicidad. Cuestionar a qué le concedemos valor es lo que puede permitir el cambio de nuestras acciones, pero también cuestionar la forma de producir y la razón por la que se produce, ya sea para hacer dinero o para satisfacer necesidades.

Laura Collin denuncia las tendencias de una producción cada vez más robotizada, que migra hacia los lugares donde las condiciones laborales son las más cercanas a la esclavitud, quedando el papel de trabajador relegado por el de consumidor. Hoy el “ejército industrial de reserva” (Marx) tiende a superar al número de trabajadores activos. Se busca hacer más con menos, pero sobre todo, con menos mano de obra, que además sea cada vez más productiva (“competitiva”), para la generación de un flujo creciente de mercancías que requiere ser consumido de forma convulsiva. Por eso, el arquetipo de la sociedad actual es el consumidor consumista, adicto a las compras, habitante de los centros comerciales, mientras que otra economía implicaría valorizar, más que al dinero el buen vivir, más que a las mercancías las relaciones sociales, más que al consumismo la creatividad, la sociabilidad y la convivialidad.

Es así como el libro nos lleva a dos caminos posibles: la reproducción ampliada del capital, de un lado, y la lógica reproductiva de la vida, del otro. Ambos caminos son divergentes. En el primero, se busca producir y vender mercancías, ser más productivo, explotar la fuerza del trabajo vivo y la naturaleza para alimentar la carrera sin fin de la competencia por la acumu lación, siguiendo la sentencia de Viviane Forrester: “Para creer que algo puede crecer indefinidamente, hay que estar loco o ser economista.” En el segundo camino, se busca la satisfacción de necesidades, la cooperación, el don, la reciprocidad, la autonomía y la auto gestión. A la ideología del crecimiento infinito se opone la del decrecimiento y la reproducción ampliada de la vida. Se requiere producir en función de las necesidades, solamente, y generar unos excedentes para el intercambio con regiones lejanas, para festejos o como reservas para malos tiempos.

Según la autora, el fin y la función principal de la economía es satisfacer las necesidades humanas de manera integral, mediante formas de producción socialmente sostenibles y ecológicamente sustentables, sin comprometer las necesidades de las generaciones futuras, donde el producto del trabajo humano sea orientado a proveer valores de uso, educación, salud, ocio y demás actividades culturales y artísticas, en una relación equilibrada con los ciclos de los ecosistemas. En la economía solidaria que nos presenta el libro, también hay un mercado, pero ya no como reino del más fuerte, de la “competencia pura y perfecta”, sino rescatando su función como espacio de intercambio y generador de relaciones sociales, y recuperando la lógica de la autoproducción y del “prosumidor”, con base en mercados locales con monedas sociales que permitan fortalecer la comunidad y construir la paz.

En el ámbito de esta economía alternativa, Laura Collin analiza tres campos: la economía social, la economía popular y la economía solidaria. En el primero de ellos, las cooperativas representan la principal forma de organización económica, en calidad de “tercer sector” que no busca reemplazar al sistema capitalista sino hacerlo más accesible para quienes han sido excluidos, tanto del campo del Estado como del mundo de las empresas. En el segundo campo, el de la economía popular, los agentes económicos se esfuerzan por sobrevivir dentro de la economía capitalista, mediante estrategias como en el caso del comercio informal y ambulante, reproduciendo a menor escala la lógica general de la ganancia. Por su lado, el tercer campo de la economía solidaria es el único, según la autora, que encierra un potencial transformador para la construcción de un sistema económico alternativo, garante de paz, abundancia y sustentabilidad.

En la construcción de alternativas a la economía capitalista, Laura Collin coloca la economía solidaria como un elemento fundamental para cambiar el mundo y crear un nuevo sujeto social. Las prácticas prefigurativas como espacios de construcción de subjetividad son necesarias para crear nuevas ideas, para cambiar de valores. En este punto, la autora nos propone tres pasos para invertir la lógica capitalista: el primero consiste en recuperar la capacidad productiva y limitar las necesidades que requieren dinero, vía el autoconsumo. El segundo paso es el intercambio recíproco de productos, mediante redes de intercambio en mercados locales. El tercer paso es limitar las compras lejanas sobre productos no disponibles en la zona geográfica cercana, pues la consigna básica podría ser: producir más, comprar menos y consumir mejor.

En resumen, encontramos en este creativo libro conceptos necesarios para reflexionar, cuestionar y cambiar nuestras prácticas, como agentes económicos, por otras que nos acerquen a otra economía, basada en la autogestión, la autoproducción, la reciprocidad, la cooperación, el trueque, el don, lo local, lo artesanal, lo orgánico, la autosatisfacción de necesidades, el trabajo no enajenado o la economía circular, entre otras ideas, todas sustentadas en prácticas emergentes que la autora conoce y presenta, que hoy en día se constituyen como partes indispensable desde la economía para la construcción de la paz.

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