SciELO - Scientific Electronic Library Online

 
 número30Desarrollo mediático. Una aproximación conceptual crítica índice de autoresíndice de materiabúsqueda de artículos
Home Pagelista alfabética de revistas  

Servicios Personalizados

Revista

Articulo

Indicadores

Links relacionados

  • No hay artículos similaresSimilares en SciELO

Compartir


Revista mexicana de opinión pública

versión On-line ISSN 2448-4911versión impresa ISSN 1870-7300

Rev. mex. opinión pública  no.30 Ciudad de México ene./jun. 2021  Epub 21-Abr-2021

 

Memoria de la opinión pública

La encuesta de opinión pública como instrumento desideologizador1

The Public Opinion Survey As a De-Ideologizing Instrument

Ignacio Martín-Baró1 

1Filósofo, teólogo, psicólogo y maestro en ciencias sociales y psicología social, fundador del Instituto Universitario de Opinión Pública (IUDOP). Fue asesinado, junto a otros sacerdotes, una trabajadora y la hija menor de ésta, en 1989, durante el episodio conocido como Mártires de la UCA.


Resumen

Una guerra civil plantea a los científicos sociales problemas que reclaman una solución inmediata, pero también otros, menos urgentes, aunque quizá más básicos. Entre estos se encuentra el ocultamiento ideologizado de la realidad a la población, que potencia su alienación, al separar la vivencia cotidiana de su correspondiente objetivación, su conciencia experiencial de su necesaria formalización. El uso sistemático y dialéctico de las encuestas de opinión pública puede ayudar a desmontar la mentira del discurso oficial y abrir conciencia colectiva a nuevas alternativas históricas. La propuesta se examina a la luz de encuestas desarrolladas en medio de la guerra civil salvadoreña, que muestran el desacuerdo entre el discurso público y la opinión real sobre temas tan graves como la intervención norteamericana, el papel de las elecciones y la opción por un diálogo de paz entre gobierno e insurgentes.

El psicólogo social en períodos de crisis

La gravedad de los conflictos que actualmente se viven en los países centroamericanos, particularmente en El Salvador y Nicaragua, plantea a los científicos sociales exigencias muy concretas frente a las cuales la falta de respuesta puede ser tan contraproducente como la respuesta errada. Por un lado, al científico se le exige situar sus análisis en el marco de la confrontación política e incluso asumir una posición personal frente a los mismos, lo cual le saca de sus tradicionales casillas de asepsia académica.2 Por otro lado, se plantean situaciones de tal gravedad, que la intervención profesional no puede aplazarse so pena de cargar con la responsabilidad de daños irreparables.

Quizás el caso más obvio es el de los combatientes, de uno y otro bando, que necesitan atención psicológica.3 Cinco años de guerra civil en El Salvador van generando ya un verdadero ejército de jóvenes traumatizados por las acciones bélicas u obligados a replantearse de nuevo su existencia desde un cuerpo lisiado, con amputaciones o paralizado a perpetuidad. La reincorporación del mutilado de guerra a la vida civil representa un problema no sólo individual, sino de orden comunitario; es la familia entera, el entorno colectivo el que tiene que reajustarse, a veces en forma radical, para dar acogida al inválido, para suplir sus deficiencias, para enfrentar sus trastornos. Todo ello requiere ayuda, una ayuda especializada para la cual la comunidad de psicólogos salvadoreños no se había capacitado.

Menos obvio, aunque no menos grave, es el problema de los desplazados y refugiados.4 Diversos estimados calculan que más de medio millón de salvadoreños se han visto obligados a abandonar su país a la búsqueda de supervivencia y no menos de otro medio millón -que crece día tras día- se encuentra alejado de su lugar de vida, tras haber tenido que abandonar casa y propiedades, azotadas por la violencia bélica. Ya se encuentren en asentamientos y refugios o dispersos entre otra población, los desplazados necesitan una inmediata ayuda material y una urgente intervención psicosocial: rotas violentamente sus raíces sociales, tras el proceso de huida (con frecuencia, un inhumano viacrucis), carecen de todo tipo de recursos, así como de un empleo u ocupación que les permita conseguirlos. Más aún, dado su origen campesino, las más de las veces se encuentran poco capacitados para confrontar las escasas oportunidades que les abre su nuevo medio, ya de por sí saturado por la miseria y el desempleo. Una situación como la de los desplazados salvadoreños reclama una inmediata atención de organización comunitaria y de promoción de reasentamientos colectivos, para la cual tampoco estaba suficientemente preparado el psicólogo salvadoreño. Todo ello se agrava por el hecho de que trabajar con esta población o con la de combatientes representa, en la práctica, un involucramiento político, un “colorearse”, que suele arrastrar peligros para la propia vida.

La gravedad y urgencia de estos problemas parecerían volver insignificante cualquier otra tarea que pudiera acometer el psicólogo social. Y, sin embargo, la situación de crisis plantea problemas de fondo, de los que mutilados y desplazados, como víctimas de la guerra, no son sino síntoma y consecuencia. En este sentido, la intervención urgente no elimina la necesidad de atender a aquellos elementos que, desde las propias raíces de la organización social, vician las posibilidades de una convivencia humanizadora, justificando la dominación y potenciando la alienación colectiva que están en la base de la actual guerra civil.

Quizás uno de los problemas más graves que confronta un pueblo como el de El Salvador sea el de carecer de algo así como un espejo social que le permita mirarse a sí mismo, reconocerse en lo que es conociendo su realidad, tomar conciencia sobre su propia identidad en la medida en que va construyendo su mundo. Este “espejo social” no puede identificarse sin más con los medios de comunicación masiva, así como el proceso de conscientización no puede reducirse a un simple estar informado. La alienación colectiva se asienta en los mecanismos de poder de las estructuras macrosociales, pero involucra también los esquemas cognoscitivos que son parte de las estructuras psicológicas individuales.5 Así, las personas no sólo se ven privadas del producto de su quehacer o forzadas a aceptar una definición de lo que personalmente son y socialmente hacen; las mismas personas carecen de esquemas adecuados para mirarse a sí mismas y para interpretar el sentido de su existencia como individuos y como comunidad.

Ciertamente, la guerra civil salvadoreña ha supuesto una agravación de la mentira colectiva, es decir, del ocultamiento de la realidad y de la distorsión sistemática de los acontecimientos por parte del poder establecido, que ha agudizado la esquizofrenia de la población entre lo que vive cotidianamente y la definición social del objeto de su vivencia.6 Sin embargo, esa mentira social en lo que tiene de determinante no es nueva, sino que es parte del ordenamiento estructural del país. La mentira social constituye la elaboración ideológica de la realidad en forma tal que sea compatible con los intereses de la clase dominante y se fijen así los límites en que se puede mover la conciencia colectiva (los máximos de conciencia social posibles en cada situación). En el caso concreto de El Salvador, esto ha supuesto al menos tres aspectos: a) el ocultamiento sistemático de los problemas más graves del país; b) la distorsión sobre los intereses y fuerzas sociales en juego, y c) la asimilación de un discurso enajenador sobre la propia identidad, personal y social.

El problema no estriba en la credibilidad o falta de credibilidad del discurso oficial; obviamente, el salvadoreño cae bien en la cuenta de que lo que se dice no corresponde a lo que él vive, de que hay una inadecuación entre las realidades en cuanto experiencia y las “realidades” en cuanto discurso, aun cuando respecto a todos aquellos ámbitos en los que no tiene una experiencia personal no pueda tomar más postura que la de la ignorancia o el recelo. El problema estriba en que al salvadoreño se le impide un saber reflejo sobre sí mismo y su circunstancia, bloqueándole así la construcción de una identidad realista, personal y colectiva, que haga posible su crecimiento y progreso. Mal pueden superarse los problemas cuando quedan remitidos a la voluntad de Dios y a las exigencias de la naturaleza humana (fatalismo), cuando son atribuidos a las peculiaridades comportamentales de los dirigentes (psicologismo personalista) o cuando son lisa y llanamente negados (desatención selectiva). En buena medida, el funcionamiento puramente formal de los esquemas democráticos contribuye a ritualizar, cuando no a sacralizar, la mentira social: se realizan votaciones en las que el control real del poder no se pone en juego; se multiplican los partidos políticos que representan modalidades parciales de los mismos intereses sociales; se establece un debate parlamentario cuya existencia misma presupone haber dado ya una respuesta a aquellos problemas que habría que resolver.

Los medios de comunicación masiva, como parcialmente ha intuido la UNESCO, son, por lo general, instrumentos dóciles de los intereses dominantes. En El Salvador, por ejemplo, hay cuatro canales comerciales de televisión, pero los cuatro pertenecen mayoritariamente a un mismo dueño; se genera así la ilusión de diversidad y de pluralismo, aun cuando los cuatro se saturan con las mismas series enlatadas7 de Starsky y Hutcht o Dallas, las mismas telenovelas de Ligia Elena o La Fiera, los mismos programas especiales de Miss Mundo o Julio Iglesias. En el mejor de los casos, que suele ser el de algunas emisoras de radio, los programas noticiosos se conforman con ofrecer un reflejo parcial y superficial de lo que ocurre, y sólo rara vez proporcionan elementos que permitan lograr una interpretación de los hechos distinta a la del discurso oficial. Para estos contados casos, las instancias en el poder disponen de un eficaz mecanismo de control consistente en calificar al responsable como “desinformador”, lo que puede ponerlo en muy serios problemas.

Frente a este ambiente de mentira social, surge la necesidad de una tarea de desideologización conscientizadora a la que el psicólogo social puede y debe dar su aporte. Se trata de introducir en el ámbito de la conciencia colectiva elementos y esquemas que permitan desmontar el discurso ideológico dominante y poner así en marcha los dinamismos de un proceso desalienador. Esta tarea resulta todavía más urgente en momentos de crisis como el que vive El Salvador, donde el horizonte que se abra a la conciencia de los diversos grupos sociales puede resultar fundamental para las opciones que se vayan tomando y la dirección que adopte el proceso. En esta perspectiva, creemos que la encuesta de opinión pública puede jugar un papel no por humilde menos significativo, como instrumento (uno entre otros) que contribuya al proceso de formación de una nueva identidad colectiva.

La encuesta de opinión pública

Mientras la encuesta de opinión pública es ampliamente utilizada en sociología,8 su uso en psicología social es más bien ocasional y secundario. A juzgar por la ausencia de este tipo de método en los artículos publicados por las revistas más prestigiosas del área, se diría que la psicología social imperante no considera la encuesta de opinión pública como un método “científico”, “serio” o, en cualquier caso, útil. Es posible que el conocimiento obtenido a través de este tipo de instrumento pueda parecer poco riguroso a quienes están habituados al experimento de laboratorio; es posible también que algunos piensen que la información lograda a través de las encuestas de opinión pública es demasiado superficial y transitoria como para fundamentar algún tipo de conocimiento importante sobre los procesos psicosociales. Hay incluso quienes parecerían sentirse ofendidos en su “pudor científico” de que se les pueda comparar con los Gallup o Harris, o que se pueda situar sus estudios a la altura de un informe del New York Times o la CBS.

Sin embargo, es posible que la razón de fondo para la escasa utilización de la encuesta en psicología social haya que buscarla en razones distintas a su presunta falta de rigor científico; de hecho, no hay grandes diferencias entre las encuestas muestrales y las aplicaciones de cuestionarios actitudinales o de otro tipo, tal como lo practica masivamente la psicología social. Más bien creemos que la falta de uso de la encuesta hay que vincularla a dos características dominantes en los principales modelos psicosociales: su individualismo y su falta de sentido histórico.9 Parecería que la conciencia colectiva, en cuanto fenómeno transindividual, no es valorado suficientemente por las teorías dominantes en psicología social, como no lo son las necesarias formas concretas que los procesos psicosociales van adquiriendo en cada situación y circunstancias históricas.

Nosotros pensamos que la encuesta de opinión pública puede constituir un importante instrumento desideologizador y que, así como en la actualidad es utilizada por los grandes consorcios comerciales y políticos para propiciar el mercadeo de sus productos o para estimular el apoyo a candidatos de todo tipo y a las políticas más diversas, debería ser utilizada para impulsar la toma de conciencia popular. En una situación como la de El Salvador, y quizás en situaciones más o menos similares en otros países latinoamericanos, la utilización sistemática de la encuesta puede constituir un instrumento privilegiado para desmontar el discurso enajenador de los sectores sociales dominantes y para permitir a las organizaciones y grupos populares entablar un diálogo constructivo con la conciencia comunitaria, en la búsqueda de una nueva identidad colectiva.

Podría objetarse que, frente a los graves problemas que la guerra civil está ocasionando a la población salvadoreña, dedicarse a compulsar la opinión pública constituye una verdadera frivolidad. Sin embargo, este juicio debe revertirse si se considera el papel que la conciencia colectiva puede jugar en el mantenimiento o finalización de las hostilidades bélicas y, sobre todo, en el mantenimiento o finalización de todas aquellas condiciones sociales que conforman un ordenamiento social injusto y que están en la raíz de la guerra civil. La importancia que los sectores dominantes conceden al control de los medios de comunicación masiva y el dinero que se invierte en propaganda confirman cotidianamente la importancia de los factores subjetivos en la determinación de los procesos sociales de un país.

Ahora bien, para que la encuesta de opinión pública pueda contribuir a desmontar el discurso justificador del ordenamiento social opresivo y de la guerra represiva, y ayude a la población a confrontar su realidad, debe reunir una serie de condiciones. Podemos señalar cuatro que nuestra propia experiencia nos ha mostrado ser esenciales: a) sistematicidad; b) representatividad; c) totalizadora, y d) dialéctica.

  1. Ante todo, el encuestamiento de la opinión pública debe hacerse en forma sistemática. Esto quiere decir que, para el fin perseguido, muy poco se gana con realizar encuestas esporádicas y puntuales. El “espejo social” es útil e incluso válido, es decir, históricamente correcto, cuando capta a la conciencia colectiva en su evolución a través de un período de tiempo. De otro modo, es difícil establecer la transitoriedad o carácter puramente circunstancial de un estado de opinión o de una actitud colectiva.10 En todo caso, el camino hacia una nueva identidad requiere el reflejo periódico de los cambios logrados y el impacto sobre la conciencia de la praxis colectiva.

  2. Las encuestas de opinión pública deben intentar ser representativas de toda la población o, en su defecto, especificar qué sectores reflejan. El solo enunciado de esta característica puede resultar superfluo y aun ofensivo para cualquiera que tenga una mediana formación académica. Sin embargo, no está de más subrayar este punto dada la particular composición social de poblaciones como la de El Salvador u otros países latinoamericanos. Con demasiada frecuencia, las encuestas de opinión se limitan a los sectores medios urbanos, olvidándose que la mayoría de la población centroamericana es campesina y que, aun dentro de las ciudades, el sector mayoritario está constituido, por lo general, por los sectores proletarios y marginales. Claro está que el encuestamiento de estos sectores es mucho más difícil, ya que ni tienen teléfono, ni asisten a centros educativos, son analfabetas y, con frecuencia, la estructura formal de los cuestionarios los confunde o inhibe. Por todo ello, la necesidad de la representatividad no hay que asumirla como obvia, sino, por el contrario, estar muy conscientes del fuerte sesgo pequeño-burgués y urbano de la mayor parte de nuestros conocimientos psicosociales.

  3. Las encuestas deben intentar lograr una totalización de sentido. De otro modo, se corre el peligro de convertirlas en un mero reflejo superficial de estados de opinión circunstanciales, más o menos homogéneos, más o menos favorables a las necesidades de quienes tienen el poder, pero puramente factuales. La totalización de sentido significa que la encuesta debe poner de manifiesto tanto las configuraciones actitudinales, relacionando unas opiniones con otras y no dejándolas aisladas, como las posibles raíces sociales de esas actitudes y opiniones. Entonces cada opinión y actitud específicas adquieren su verdadero sentido, como concreciones históricas o mediaciones coyunturales de procesos determinados estructuralmente. Entre paréntesis, sólo así, en nuestra opinión, se estará haciendo verdadera psicología social.

  4. Finalmente, aunque no sea lo menos importante, hay que encontrar caminos para que los resultados de las encuestas de opinión pública reviertan a la población. Este es un problema complejo dado el control sobre los medios de comunicación que se ejerce desde el poder. Pero, de otra manera, el conocimiento adquirido constituiría un elemento más de poder manipulado en contra de los intereses populares, tal como ocurre con las encuestas desarrolladas tanto por las empresas comerciales como por los partidos políticos. Es necesario que la población pueda enfrentar su propia imagen, pueda ver objetivadas su propia opinión y actitudes. Sólo entonces le será posible examinar con ojos más críticos el contraste entre lo que vive, lo que piensa y lo que el discurso dominante establece y, a partir de ahí, asumir una nueva postura, de continuidad o ruptura, frente a su propio pensar y frente a los acontecimientos.

Intentaremos mostrar con unos ejemplos concretos de nuestro trabajo actual en El Salvador algunas de las posibilidades y problemas que las encuestas de opinión pública ofrecen como instrumento desideologizador en un período de crisis social.

La opinión pública en El Salvador

Hemos escogido tres problemas que, durante estos años de guerra civil, han figurado entre los temas más candentes y sobre los cuales más esfuerzo se ha hecho por moldear la opinión pública, nacional e internacional, y por mostrar el apoyo de la población salvadoreña a una u otra postura: la intervención norteamericana, el papel de las elecciones, y el diálogo-negociación entre el gobierno y las fuerzas insurgentes del FMLN/FDR (Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional y Frente Democrático Revolucionario). En cada una de estas áreas, consistentemente se ha insistido en que había en El Salvador una opinión pública homogénea (sólo discrepaban unos pocos, “malos salvadoreños”), coherente con la versión oficial, y que era esa opinión la que sustentaba las decisiones políticas y militares que se iban tomando.

Sobre la intervención norteamericana en la política salvadoreña, cada vez mayor y más avasalladora desde 1980, la versión oficial puede sintetizarse en dos puntos: a) no hay propiamente intervención norteamericana, sino una agresión extracontinental contra El Salvador y Centroamérica, de la que Cuba y Nicaragua son simples instrumentos; b) la ayuda norteamericana, tanto económica como militar, no puede ser considerada intervención, sino que es la respuesta legal a la agresión comunista, la necesaria defensa de la “seguridad nacional” de El Salvador y de los Estados Unidos. Esta versión ha sido, de una y otra manera, transmitida por todos los medios de comunicación y, sobre todo, esta visión ha estado como presupuesto de todo el planteamiento político de la confrontación, que ya no era así una “guerra civil”, sino una lucha contra la “subversión comunista”, impulsada desde Rusia, Cuba y Nicaragua (puede recordarse el vergonzante “Libro blanco” repartido por el gobierno norteamericano en 1981 y cuya falsedad pronto pusieron de manifiesto varios informes periodísticos).

Sin embargo, de acuerdo con los datos de diferentes encuestas, la vivencia de la población iba por otros caminos. En abril de 1981, apenas tres meses después del desencadenamiento formal de la guerra (la “ofensiva general” del FMLN comenzó en enero de 1981), entre una población de 750 estudiantes universitarios, 31.9 % consideraba que la principal dificultad para lograr una solución pacífica en el país la constituía su dependencia respecto a Estados Unidos. Más aún, 51.7 % de los mismos estudiantes consideraba, en aquel entonces, que la postura norteamericana ante el conflicto era “muy injusta”, mientras que sólo 25.1 % tildaba de esa manera la postura del FMLN. En mayo de 1983, poco después de un famoso discurso programático del señor Reagan hacia Centroamérica, en el que planteaba una especie de “guerra santa” contra el comunismo agresor, una encuesta entre 780 profesionales y estudiantes universitarios mostraba que 65.4 % no estaba de acuerdo con que Rusia, Cuba y Nicaragua fueran los responsables de la guerra, mientras que 81.4 % pensaba que era la Embajada norteamericana la que mandaba en el país. Para 69.1 % de los encuestados, Estados Unidos sólo perseguía “aplastar al movimiento revolucionario” y 55.4 % consideraba que eran los norteamericanos los que estaban impidiendo que tuvieran lugar unas negociaciones de paz. La opinión de estos sectores, ciertamente no representativos de toda la población, pero sí de ciertos “sectores medios”, no podía ser en realidad más discordante con la opinión oficial.

En 1982, y por presión norteamericana, la entonces Junta Revolucionaria de Gobierno convocó a elecciones para Asamblea Constituyente y, en 1984, se realizaron dos vueltas electorales para escoger Presidente de la República. La máquina propagandística norteamericana se encargó de airear por todo el mundo el carácter democrático de estos procesos electorales, a pesar de que en ninguno de ellos pudo participar la oposición, ni siquiera los grupos más moderados de la socialdemocracia. La versión oficial sobre las elecciones fue que se trataba de un esfuerzo por lograr la paz en el país, y alrededor de ese punto se articuló el esfuerzo propagandístico: “Tu voto, la solución”; “Vota por la paz; vota por ARENA” (ARENA es un partido de extrema derecha, con aires mitad machistas mitad fascistas, cuyos objetivos más claros eran la defensa de la propiedad privada y el apoyo para una victoria militar de la Fuerza Armada).

Frente a este planteamiento oficial, en una encuesta corrida el 9 de febrero de 1983 entre 1 754 estudiantes preuniversitarios, tan sólo 5.8 % creía que las elecciones podían poner término a la guerra, a pesar de que 55.9 % consideraba que las personas habían ido a votar principalmente movidas por un anhelo de paz. En la encuesta ya mencionada de mayo del mismo año entre profesionales y estudiantes, tan sólo 7.3 % consideraba que las elecciones podrían poner fin a la guerra y apenas 17.5 % creía que las elecciones serían libres. De hecho, sólo 15.4 % consideraba que el gobierno salido de las elecciones anteriores representaba la voluntad del pueblo. En febrero de 1984, en una encuesta con 1 588 estudiantes preuniversitarios, 82.2 % consideraba que en las elecciones de 1982 había habido fraude y 70.8 % pensaba que tampoco las elecciones presidenciales serían limpias. Y, aunque 71.1 % se manifestaba dispuesto a ir a votar, 66.1 % no creía que las elecciones fueran a ayudar en el logro de la paz. Finalmente, en una encuesta corrida a una muestra de 2 178 personas representativas de toda la población salvadoreña en marzo de 1984, pocos días antes de la elección presidencial, sólo 32 % esperaba alguna mejoría en la situación tras la votación y un porcentaje un poco menor, 28.5 %, pensaba que las elecciones serían útiles para conseguir la paz. Tomando en cuenta la intensidad de la propaganda oficial y el clima preelectoral de optimismo promovido por todos los medios, esta opinión pública reflejaba un claro escepticismo de la mayoría frente a las consecuencias de las elecciones.

El tercer tema, el del diálogo y negociación entre el gobierno y el FMLN/FDR, es posiblemente el más álgido. Desde 1981 hasta 1984 hablar de diálogo como medio de solución a la guerra representaba, en la práctica, identificarse con la postura de los insurgentes. Como anécdota personal, valga indicar que la última bomba puesta en la casa del autor de este artículo (la quinta en estallar en tres años), fue causada por defender públicamente la necesidad del diálogo. Sólo desde octubre de 1984, tras el primer encuentro entre representantes oficiales y representantes de los rebeldes, el diálogo dejó de ser una palabra tabú para convertirse en una opción política aceptable para el discurso oficial.

Pero mientras el diálogo y la negociación eran rechazados, alegando que dialogar era una táctica insurgente, además de que supondría una traición al voto popular, la población ha mostrado consistentemente su preferencia por el diálogo frente a la opción militar. Como muestra el Cuadro 1, esta preferencia ha sido constante. Podría decirse que la encuesta más representativa de la población, la de marzo de 1984, es la que presenta un porcentaje favorable al diálogo relativamente más bajo. Sin embargo, fue también la encuesta menos anónima (el encuestamiento se realizó en forma personal en los lugares de vivienda de cada persona), y en el momento en que defender la opción del diálogo resultaba más peligroso, pues podía ser interpretado como un rechazo a las elecciones.11 Obsérvese, por fin, que es esta encuesta la que ofrece una relación más elevada entre los partidarios del diálogo y los partidarios de una solución militar: por cada persona que considera que la mejor manera de terminar con la guerra es mediante una victoria militar hay más de cinco (exactamente, 5.3) que mantienen que la mejor solución es el diálogo entre las partes contendientes.

Cuadro 1 Opiniones sobre la mejor solución a la guerra 

Fecha de la encuesta Sector encuestado N A favor diálogo A favor militar Relación A/B
Abril 1981 Universitario 719 57.9 14.4 4.0
Marzo 1983 Preuniversitario 1 754 70.3 18.5 3.8
Mayo 1983 Profesores y universitarios 780 70.1 14.9 4.7
Febr. 1984 Preuniversitario 1 588 62.3 15.3 4.1
Marzo 1984 Población general 2 178 22.7 4.3 5.3

En los tres temas examinados, la intervención norteamericana, las elecciones y el diálogo, las encuestas de opinión pública muestran con claridad la mentira del discurso oficial en lo que pretende tener de políticamente representativo de la población. El contraste entre las opiniones atribuidas al pueblo y las opiniones que los diversos sectores encuestados han ido manteniendo pone de manifiesto el carácter ideológico y manipulador del discurso oficial. Reflejar este contraste ante la conciencia de los sectores involucrados ha sido una de las tareas que más ha permitido a las personas sentirse miembros de una colectividad con identidad propia, al confirmar que su experiencia y su actitud no eran excepcionales ni carentes de sentido. Por supuesto, la acción de revertir a la población su propia opinión no ha sido ni es, en modo alguno, fácil en un medio donde impera el terror represivo. Ante todo, se han utilizado los pocos medios de comunicación disponibles que, a pesar de su escasa circulación, llegaban a algunos centros neurálgicos de opinión; se ha tratado también de mantener un flujo continuo de información hacia otros medios informativos de mayor difusión, y más o menos independientes; por fin, se ha intentado utilizar la información lograda como material para la reflexión colectiva de diversos grupos, académicos, profesionales, religiosos o de cualquier otro tipo.

Es difícil calibrar el éxito que se haya podido lograr en la tarea de desideologización pretendida. Ciertamente, no todas las encuestas examinadas responden a las condiciones antes enunciadas, particularmente a las exigencias de representatividad y dialéctica. Difícilmente se podrían realizar encuestas en circunstancias en las que formular determinadas preguntas, y aun el simple hecho de preguntar, podría costar la propia vida. Con todo, hay indicios de que los datos conseguidos han sido un elemento de desazón para los responsables del discurso oficial, sobre todo para la maquinaria de propaganda norteamericana, tan deseosa de mantener una fachada de objetividad e imparcialidad. Hay también indicios de que los datos de las encuestas han servido como espejo de reflexión a algunos sectores de los insurgentes, a veces demasiado propensos a creer que las condiciones sociales objetivas se transforman inmediatamente en condiciones subjetivas (conciencia de clase). Finalmente, se sabe que esos resultados han servido a más de un grupo para encontrarse a sí mismo frente a determinados objetos de su experiencia a lo largo de la guerra y para asumir una postura más concorde con sus opciones personales y colectivas.

Reflexiones finales

A pesar de sus limitaciones, los datos de nuestras encuestas ponen de manifiesto la mentira del discurso oficial que, por todos los medios, se intenta imponer a la población salvadoreña como si se tratara de su propia opinión y de su propia valoración de la realidad. Ello prueba que las encuestas de opinión pública constituyen un instrumento potencial de desideologización y, como tales, pueden contribuir, en alguna medida, a los procesos de desalienación social al permitir una concordancia entre lo que se vive y lo que se ve, lo que se siente como experiencia personal y lo que se percibe como experiencia colectiva. Las encuestas de opinión pública hacen posible así que la conciencia vivencial de las personas y grupos sobre la realidad pueda encontrar su necesaria formalización, sin que en el proceso se vacíe de sentido.

Es claro que la realización y utilización de las encuestas de opinión pública involucran un problema de poder: la elaboración de una versión de la realidad, la determinación formalizadora de lo que es o no es realidad en una circunstancia y sociedad concretas, está fundamentalmente en las manos de quienes detentan el poder social. Ahora bien, el poder no es una cosa que se tenga o no se tenga sin más, sino la fuerza que emerge como diferencial de recursos en las diversas relaciones humanas;12 en este sentido, es algo dinámico y pluriforme. Cualquier orden social tiene sus puntos fuertes y sus lados débiles y, en el caso de países como El Salvador, uno de los puntos más frágiles lo constituyen los mecanismos de control ideológico.

La importancia que pueden tener las encuestas de opinión pública en momentos de crisis social se aprecia al valorar el impacto que tenían las homilías de Monseñor Romero, el asesinado arzobispo de San Salvador, simplemente por poner al desnudo los hechos más significativos de cada semana y formular en público lo que las personas vivenciaban día a día. En la voz de Monseñor Romero el pueblo salvadoreño encontraba la formalización de su experiencia, la objetivación de su conciencia, y ello le permitía afirmar su postura de condena y oposición al régimen represivo.

Las encuestas de opinión pública pueden ser una manera de devolver la voz a los pueblos oprimidos,13 un instrumento que, al reflejar con verdad y sentido la experiencia popular, abra la conciencia al sentido de una nueva verdad histórica por construir. No sería poco servicio a nuestros pueblos que los psicólogos sociales iniciáramos institutos de opinión pública, por modestos que tuvieran que ser en sus comienzos, que los ayudaran a formalizar su experiencia, a objetivar la conciencia de su situación de opresión desmontando los discursos oficiales, y abriendo así vías para la construcción de alternativas históricas más justas y humanas.

Referencias

GLEN, Norval D. y FRISBIE, W. Parker, “Trend Studies with Survey Sample and Census Data”, Annual Review of Sociology, núm. 3, Annual Reviews, Nueva York, EE. UU., 1977, pp. 79-104. [ Links ]

MARTÍN-BARÓ, Ignacio, Acción e ideología. Psicología social desde Centroamércia, Universidad Centroamericana José Simeón Cañas (UCA), San Salvador, El Salvador, 1983. [ Links ]

MARTÍN-BARÓ, Ignacio, Psicología social, Universidad Centroamericana José Simeón Cañas (UCA), San Salvador, El Salvador , 1984. [ Links ]

MARTÍN-BARÓ, Ignacio, “Un psicólogo social ante la guerra civil en El Salvador”, Revista de la Asociación Latinoamericana de Psicología Social, núm. 2, Asociación Latinoamericana de Psicología Social, D. F., México, 1982, pp. 91-111. [ Links ]

MARTÍN-BARÓ, Ignacio y ORELLANA, Víctor Antonio, “La necesidad de votar. Actitudes del pueblo salvadoreño ante el proceso electoral de 1984”, Estudios Centroamericanos, núms. 426-427, Universidad Centroamericana José Simeón Cañas (UCA), San Salvador, El Salvador , 1984, pp. 253-264. [ Links ]

MATTELART, Armand, La comunicación masiva en el proceso de liberación, Siglo XXI, Buenos Aires, Argentina, 1973. [ Links ]

MONTERO, Maritza, Ideología, alienación e identidad nacional, Ediciones de la Biblioteca, Caracas, Venezuela, 1984. [ Links ]

SPIELBERGER, Charles D., SARASON, Irwin G. y MILGRAM, Norman A. (eds.), Stress and Anxiety, vol. 8, Hemisphere, Washington, D. C., EE. UU., 1982. [ Links ]

STEIN, Barry N., “The Refugee Experience: Defining the Parameters of a Field of Study”, International Migration Review, vol. 15, núm. 1-2, Center for Migration Studies of New York, Nueva York, EE. UU., 1981, pp. 320-330. [ Links ]

SUDMAN, Seymur, “Sample Surveys”, Annual Review of Sociology, núm. 2, Annual Reviews, Nueva York, EE. UU. , 1976, pp. 107-120. [ Links ]

TAJFEL, Henri, Grupos humanos y categorías sociales, traducción de Carmen Huici, Herder, Barcelona, España, 1984. [ Links ]

ZÚÑIGA, Ricardo B., “La sociedad en experimentación y la reforma social radical”, en MARTÍN-BARÓ, Ignacio (comp.), Problemas de psicología social en América Latina, Universidad Centroamericana José Simeón Cañas (UCA), San Salvador, El Salvador , 1976. [ Links ]

1Agradecemos a la Colección Digital Ignacio Martín-Baró y a Rodolfo Cardenal, S. J., por permitir la publicación de este artículo, cuyo original apareció en la Revista de Psicología de El Salvador, vol. 9, núm. 35, Universidad Centroamericana José Simeón Cañas (UCA), San Salvador, El Salvador, 1990, pp. 9-22. Trascripción realizada por Yara Silva. La RMOP solamente realizó modificaciones mínimas al texto para ajustar a sus criterios el aparato crítico del texto original de Ignacio Martín-Baró.

2Ver Ricardo B. Zúñiga, “La sociedad en experimentación y la reforma social radical”, en Ignacio Martín-Baró (comp.), Problemas de psicología social en América Latina, Universidad Centroamericana ‘José Simeón Cañas’, San Salvador, El Salvador, 1976, pp. 21-51.

3Ver Charles D. Spielberger, Irwin G. Sarason y Norman A. Milgram (eds.), Stress and Anxiety, vol. 8, Hemisphere, Washington, D. C., EE. UU., 1982.

4 Barry N. Stein, “The Refugee Experience: Defining the Parameters of a Field of Study”, International Migration Review, vol. 15, núm. 1-2, Center for Migration Studies of New York, Nueva York, EE. UU., 1981, pp. 320-330.

5Ver Maritza Montero, Ideología, alienación e identidad nacional, Ediciones de la Biblioteca, Caracas, Venezuela, 1984.

6Ver Ignacio Martín-Baró, “Un psicólogo social ante la guerra civil en El Salvador”, Revista de la Asociación Latinoamericana de Psicología Social, núm. 2, Asociación Latinoamericana de Psicología Social, D. F., México, 1982, pp. 91-111.

7Nota de Equipo Editorial.- En El Salvador el concepto de “enlatado” se refiere a una serie de TV que, por no ser de producción reciente, se vende a la televisora a menor precio ante la certidumbre de su escaso valor comercial, en comparación con aquél de series más nuevas. En México, en cambio, el término “enlatada” hace referencia a aquella producción que ha sido prácticamente guardada en un armario para propositivamente evitar su exhibición o por no ser los suficientemente comercial.

8 Seymur Sudman, “Sample Surveys”, Annual Review of Sociology, núm. 2, Annual Reviews, Nueva York, EE. UU., 1976, pp. 107-120.

9 Henri Tajfel, Grupos humanos y categorías sociales, traducción de Carmen Huici, Herder, Barcelona, España, 1984; Ignacio Martín-Baró, Acción e ideología. Psicología social desde Centroamércia, Universidad Centroamericana José Simeón Cañas (UCA), El Salvador, San Salvador, 1983.

10Ver Norval D. Glenn y W. Parker Frisbie, “Trend Studies with Survey Sample and Census Data”, Annual Review of Sociology, núm. 3, Annual Reviews, Nueva York, EE. UU., 1977, pp. 79-104.

11Ver Ignacio Martín-Baro y Víctor Antonio Orellana, “La necesidad de votar. Actitudes del pueblo salvadoreño ante el proceso electoral de 1984”, Estudios Centroamericanos, año 39, núms. 426-427, Universidad Centroamericana José Simeón Cañas (UCA), San Salvador, El Salvador, 1984, pp. 253-264.

12 Ignacio Martín-Baró, Psicología social, Universidad Centroamericana José Simeón Cañas (UCA), San Salvador, El Salvador, 1984.

13 Armand Mattelart, La comunicación masiva en el proceso de liberación, Siglo XXI, Buenos Aires, Argentina, 1973.

Creative Commons License Este es un artículo publicado en acceso abierto bajo una licencia Creative Commons