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Revista interdisciplinaria de estudios de género de El Colegio de México

On-line version ISSN 2395-9185

Rev. interdiscip. estud. género Col. Méx. vol.7  Ciudad de México  2021  Epub Sep 13, 2021

https://doi.org/10.24201/reg.v7i1.551 

Dossier Potencias locales y regionales de lo queer/cuir en América Latina

¿Sociología cuir en México? Apuntes sobre las tensiones conceptuales para los estudios sociológicos de la sexualidad

Queer [Cuir] Sociology in Mexico? Thoughts About Conceptual Tensions in Sociological Studies on Sexuality

César Torres Cruz1  * 
http://orcid.org/0000-0003-3752-1005

Hortensia Moreno Esparza1 
http://orcid.org/0000-0002-0905-6743

1Centro de Investigaciones y Estudios de Género, Universidad Nacional Autónoma de México, Ciudad de México, México. email: cesar_torres@cieg.unam.mx, hortensia_moreno@cieg.unam.mx


Resumen

Desde el año 2000, la irrupción de la queer theory en América Latina ha generado complejos debates teóricos. Uno de los más álgidos se ha dado en la sociología, donde la sexualidad ha sido un tema de análisis (escueto) desde la década de 1970. El objetivo de este artículo es analizar los preceptos conceptuales de los estudios sociológicos y cuir de las sexualidades en México, a partir de la revisión de algunas investigaciones emblemáticas sobre las sexualidades no hegemónicas. Con este trabajo sugerimos que un feminismo sociológico-cuir puede dar cuenta, mediante un diálogo interdisciplinario tenso y situado, de diversos mecanismos de poder que delimitan la sexualidad en México, así como las complejas posibilidades de resignificación de mandatos heteronormativos.

Palabras clave: sexualidad; sociología, teoría cuir; estudios de género

Abstract

Since the start of the twenty-first century, queer theory’s emergence in Latin America has triggered complex theoretical debates, particularly in the field of sociology where sexuality has been the subject of (limited) analysis since the 1970s. By reviewing some of the most important research into sexuality’s social aspects, this article seeks to analyze the conceptual precepts of sociological and cuir studies on sexuality in Mexico. The paper also proposes that a sociological-queer feminism can reveal-in a tense and situated interdisciplinary dialogue-various power mechanisms that shape sexuality in Mexico, as well as the complex possibilities of resignifying heteronormative mandates.

Keywords: sexuality; sociology; cuir theory; gender studies

Introducción: de la queer theory a la teoría cuir

Desde la publicación de la Historia de la Sexualidad. La voluntad de saber (2011 [1976]), de Michel Foucault, la sexualidad se convirtió en tema relevante para la comprensión sociológica del cuerpo y de las prácticas corporales. La introducción de la idea de un dispositivo disciplinario de control corporal, mediante la clasificación de “perversas” a las prácticas sexuales cuyo fin no es la procreación, representa un hito en este campo. Casi dos décadas después, a partir de la movilización de grupos de la disidencia sexual y de lucha contra el sida, en Estados Unidos surgió lo que se ha denominado movimiento Queer; y en la academia emergió la queer theory a partir del llamado de atención de Teresa de Lauretis para: “construir otro horizonte discursivo, otra forma de pensar lo sexual” (2010, p. 23)

1. Si bien no existe un consenso sobre el enfoque queer -pues no se trata de una propuesta teórica unificada, sino de maneras de interpretar conceptos como género, sexo y sexualidad; además, esta palabra evoca nociones como la de “raro” y otros apelativos que se han usado para insultar a personas no heterosexuales-, de acuerdo con Annamarie Jagose, este aporte teórico se enfoca “en los desajustes entre sexo, género y deseo […]; lo queer localiza y explota las incoherencias en estos tres términos que establece la heterosexualidad” (1996, p. 3). Una de las contribuciones más interesantes de la teoría queer, de acuerdo con Guillermo Núñez, es “la problematización del vínculo género-deseo, sus ambigüedades inherentes, sus contradicciones, así como también su diversidad” (2007, p. 147). Arlene Stein y Kenneth Plummer sintetizan los aportes de la queer theory como:

1) una conceptualización de la sexualidad que ve el poder sexual encarnado en diferentes niveles de la vida social, expresado discursivamente y reforzado mediante límites y divisiones binarias; 2) una problematización de las categorías sexuales y de género, así como de las identidades […]; 3) un rechazo de estrategias de derechos civiles en favor de prácticas de carnaval, transgresión y parodia que deconstruyen, descentralizan, re-visitan y proponen políticas anti-asimilacionistas; 4) la intención de realizar lecturas “queer” para develar el carácter [hetero]centrado de áreas que normalmente no hubieran sido vistas como dominios de la sexualidad (1994, pp. 181-182).

En los últimos años, un elemento relevante del enfoque queer se relaciona con las críticas que ha recibido respecto de los límites de sus campos de acción. Por ejemplo, en Estados Unidos, de acuerdo con Leticia Sabsay “la queer of color, y la queer of color critique han develado la estructura colonial y blanca de la queer theory hegemónica” (2014, p. 54). Esta autora indica que dichas críticas utilizan una mirada interseccional para visibilizar el papel de la etnia, la cultura y la sexualidad y, reclamar el nombre queer en una recuperación de los ideales que originaron este particular activismo social. Susana López (2008) agrega que, por debajo de los planteamientos queer, existe una lógica neoliberal e individualista, donde el uso de la categoría clase social es muy limitado; sus planteamientos no liberan a los individuos, sino que generan diferentes prácticas que restringen al sujeto en función de sus circunstancias y contexto socioeconómico.

Otras críticas (Halperin, 2003; Sullivan, 2004) aluden a las maneras en que una fracción de la academia estadounidense utilizó la esencia de los movimientos sociales queer para crear marcos teóricos universalistas que parten de las realidades anglófonas. Además de que, en el contexto universitario, ha sido difícil evitar los procesos de credencialización propios de la academia, sin dejar de lado la dimensión crítica promovida por el activismo queer (Vidarte, 2005).

A pesar de todas las críticas, es innegable que lo queer provee un aporte potente para la deconstrucción de las sexualidades, un espacio de teorización compleja determinado por su ubicación geohistórica en el norte global (Falconí, Castellanos y Viteri, 2014). Estas críticas empujan, de acuerdo con David Eng, Jack Halberstam y José Esteban Muñoz, a la creación de “un campo de estudios queer renovado, el cual insistiría en consideraciones más incluyentes y llamaría la atención sobre las crisis de fin de siglo que han configurado relaciones históricas entre economías políticas, geopolíticas de la guerra y el terror, y manifestaciones de jerarquías sexuales, raciales y de género” (2005, p. 1).

A partir de la primera década del siglo XXI, los aportes de la queer theory llegaron a espacios académicos y activistas de América Latina, donde se empezó a hablar de “teoría cuir” para resaltar el ejercicio epistemológico desviado de la traducción conceptual que conlleva incorporar, de manera crítica, el enfoque queer a investigaciones e intervenciones sociales sobre la sexualidad, las cuales ya poseen una historia consolidada en la región desde disciplinas como la antropología y los estudios de género. Incorporar dichos aportes supone varios señalamientos críticos, pues la sociología ya había propuesto, aunque no de manera tan visible, el análisis de la sexualidad en tanto producto de la vida social.

A partir de la revisión de algunas investigaciones sobre sexualidades no hegemónicas, el objetivo de este artículo es analizar los preceptos conceptuales de los estudios de las sexualidades en la sociología y el enfoque cuir en México. Sugerimos que un feminismo sociológico-cuir puede dar cuenta, mediante un diálogo teórico interdisciplinario tenso y situado, de diversos mecanismos de poder que delimitan la sexualidad en México, así como de las posibilidades que abren para la resignificación de mandatos heteronormativos.

Este texto se divide en tres partes: en la primera contextualizamos los aportes de la teoría cuir (reinterpretación/traducción de la queer theory); en la segunda, describimos el análisis sociológico de la sexualidad. En la tercera parte, presentamos unas breves conclusiones donde exploramos algunas pistas para integrar elementos de las teorías feministas al análisis del género y la sexualidad a través de lo que denominamos feminismo sociológico-cuir de la sexualidad.

Traducciones, debates y desplazamientos del pensamiento queer hacia el sur global

A inicios de este siglo, varias personas jóvenes en México y otros países de Latinoamérica -la mayoría estudiantes de posgrado y/o investigadoras/es que apenas se habían incorporado a una institución universitaria- atestiguaron con asombro la irrupción de la queer theory en los estudios feministas y de género. Esta novedosa perspectiva abría la posibilidad de romper con los marcos binarios de la sexualidad y el género, además de aplicar conceptos sofisticados del posestructuralismo y sus reinterpretaciones anglófonas. Leer en un idioma distinto al castellano y conocer algunas nociones de los estudios culturales y la filosofía, les daban a los investigadores de este nuevo campo un toque de esnobismo que permitía hablar de sujetos no binarios y fluidos. Se hacía cada vez más evidente que este enfoque, aunque interesante, mantenía el toque de elitismo propio de la academia, es decir, para posicionarse en una perspectiva queer (o, mejor dicho, cuir) era necesario cierto capital cultural y al menos haber leído textos de Judith Butler y Michel Foucault. En el mundo del activismo también surgieron ideas novedosas, pero se manifestaba cada vez más el elemento aspiracional que implica la creación de teoría y práctica queer/cuir. Sujetos excéntricos -fuera de la academia- no participaban en estos discursos.

A pesar de que el enfoque queer puede tener diferentes connotaciones, en contextos no anglófonos, este término y sus posibles significados (para el mundo hispanoparlante: raro, extraño, torcido, anómalo) parecieran no evocar aspectos de la cotidianidad. Algunos textos (Moreno, 1997; Córdoba, 2005; Viteri, 2008; Epps, 2008; Viteri, Serrano, 2011; Arboleda, 2011 y Rivas, 2011) coinciden en que “queer” es un término de difícil traducción al español; se trata de un concepto generado en una cultura diferente de la latinoamericana y no existe un término que nos acerque de manera inmediata al sentido que en inglés evoca. Bolívar Echeverría se pregunta si el español americano “dispone de un lugar adecuado para lo que queremos decir con queer” (1997, p. 7); el “vacío” lingüístico que impide encontrar un equivalente capaz de traducir el adjetivo queer indica que:

La vía de reflexión y problematización del mundo de la vida por la que ha pasado la historia moderna de la cultura hispano-católica y, por lo tanto, la perspectiva desde la que ha debido mirar el hecho conflictivo de la sexualidad occidental judeo-cristiana, le han hecho percibir y plantear de una manera diferente aquello que parecería ser el “mismo” fenómeno que a la cultura puritana anglo-sajona se le presenta como queernes […] “raro”, “invertido”, o lo que sea, no es sin más la traducción de “queer” porque en la vida de los de habla inglesa “queer” significa otra cosa que “raro”, “invertido”, o lo que sea, en la vida de los de habla española (Echeverría, 1997, pp. 7-8).

De acuerdo con Rivas (2011), el acto de enunciación del término queer en espacios lingüísticos de habla hispana implica una descontextualización sobre todo por la pérdida del contexto performativo. Para Epps (2008), la complejidad va más allá de encontrar una traducción “adecuada” o una palabra que se asemeje a lo “raro o torcido”, por lo que corremos el riesgo de silenciar historias en las que ese término remite a experiencias cercanas2.

Esto ha contribuido a que en contextos hispanohablantes lo queer haya desatado en la academia polémicas que han polarizado opiniones: por un lado, hay quienes cultivan su uso (Moreno, 1997, 2016; Núñez, 2007; Fonseca y Quintero, 2009; Viteri, Serrano y Vidal-Ortiz, 2011; Parrini y Brito, 2014; Valencia, 2015; y List, 2016)3. Del otro lado están quienes (como Viteri, 2008; Rivas, 2011; Gargallo, s/a; Mogrovejo, s/a; Falconí, 2014, y Espinosa, 2014) creen que su adaptación a nuestros contextos corresponde con mandatos colonialistas donde el imperio estadounidense universaliza sus conceptualizaciones e impone sus corpus teóricos como “los más relevantes” y actuales, para generar así relaciones ambivalentes de poder-saber, donde lo queer se convierte en la punta de lanza de análisis de las sexualidades no hegemónicas4.

Aunque compartimos la preocupación por la potencia homogeneizadora dominante de la academia anglosajona, conviene recordar que la teoría queer tiene sus raíces en movimientos políticos de liberación (Chinn, 2010); la llamada cultura queer aparece en la intersección y el trabajo conjunto de diversas identidades y posiciones sociales para producir “una estrategia que desafía en ocasiones el orden establecido” (Sáez, 2004, p. 31); se trata de colectivos de mujeres lesbianas, chicanas, negras, latinas, desempleadas, es decir, personas a quienes les atañe de manera muy directa el proceso de colonización. Este primer empuje visibiliza, además de posicionamientos sexuales diversos y complejos, la forma en que el género, la raza/etnia y la clase social -y más adelante, la capacidad corporal- constituyen elementos a tomar en cuenta en las luchas políticas (Sáez, 2004). Escuchamos aquí llamados de atención fundamentales hacia los centros de poder tanto del movimiento feminista (dominado por mujeres blancas y heterosexuales) como del movimiento gay (dominado por varones blancos).

Se trata por tanto de un movimiento post-identitario: “queer” no es una identidad más en el folklore multicultural, sino una posición de crítica atenta a los procesos de exclusión y de marginalización que genera toda ficción identitaria. El movimiento “queer” no es un movimiento de homosexuales ni de gays, sino de disidentes de género y sexuales que resisten frente a las normas que impone la sociedad heterosexual dominante, atento también a los procesos de normalización y de exclusión internos a la cultura gay (Preciado, 2013, s/p).

Para McKenna y Kessler (2006) la apropiación del insulto desafía la sexualidad dicotómica, asume que los heterosexuales pueden ser queer y que los homosexuales no son necesariamente queer, no sentirse homosexual no significa que alguien deba sentirse hetero o bisexual. Como afirma Duque Acosta (2010), el movimiento queer es post-feminista, post-gay y post-lésbico: critica la identidad sexual estática en que se funda el sujeto unitario homosexual (gay-lesbiana) y combate la normalización y homogenización del sector LGTBIQ.

Aunque reconocemos los riesgos de retomar marcos teóricos de otros países sin mediación crítica, concordamos con Paco Vidarte en que:

Si lo queer se considera en origen un fenómeno estadounidense, ha de hacerse siempre la salvedad de que su matriz filosófica y académica es genuinamente continental, europea, puramente francesa. De modo que cuando se hable de la retraducción problemática de lo queer a espacios geopolíticos distintos del estadounidense ha de tenerse en cuenta que lo queer en buena medida es fruto a su vez de la re-traducción del posestructuralismo al contexto norteamericano y que la filosofía francesa, en un fenómeno de reflujo y amplificación cual cante ida y vuelta, regresa a Europa ya queerizada (2005, p. 83).

Abogar por un purismo local sería inoperante en tiempos complejos de tránsito global de ideas. Como indica Carlos Figari es ingenuo pensar que un concepto tiene por sí mismo la capacidad de instalarse en la reflexión teórica latinoamericana de manera acrítica. Resulta más apropiado “hablar de la multiplicidad de formas en que ha sido leída dicha propuesta […]; no solo discutir autores norteamericanos y europeos, sino también realizar críticas entre nosotrxs” (2014, pp. 72-73). En América Latina “los estudios sobre sexualidades e identidades de género no heteronormativas tienen su propia y larga historia pero que no se institucionalizaron de la misma forma [que los estudios queer en Estados Unidos]” (Viteri, Serrano y Vidal, 2011, p. 51)5.

Ante tal complejidad, nos sumamos a la propuesta -iniciada por autoras como Valencia, 2015; Lanuza y Carrasco, 2015- de utilizar el término cuir (en tanto pronunciación anómala de la palabra queer) para desmarcarnos de la queer theory producida en Estados Unidos y, sobre todo, para criticarla, enriquecerla y cuestionar sus alcances y limitaciones en contextos no angloparlantes. Como dice Felipe Rivas: “la escritura de la palabra queer como cuir, hace alusión en Latinoamérica al modo en que suena ese término, a su presencia fonética en nuestras hablas castellanas” (2011, p. 59).

Lo cuir no representa una oportunidad de diálogo con lo queer dadas las dificultades para establecer ese tipo de intercambio entre el norte y sur (véase Viteri, Serrano y Vidal, 2011, o Valencia, 2015). Tampoco creemos que exista un desplazamiento de la queer theory hacia el sur de manera horizontal; más bien mantenemos la sospecha de la colonialidad y las relaciones poder-saber que la acompañan. Retomar tal aporte puede ser visto como punto de partida, mas no de llegada, para la comprensión sociocultural de las sexualidades.

Podemos entonces entender lo cuir como una posibilidad de confrontación crítica hacia lo queer desde el sur global. Esta categoría no se apropia ni se recicla, sino que se interpela; se aprovechan ciertos elementos para la comprensión del género y la sexualidad en la producción de conocimiento, como resultado de una serie de traducciones, adaptaciones y resignificaciones conceptuales:

resentimos lo queer en América Latina. Es decir, volvemos a sentir desde los cuerpos la compleja productividad queer en la híbrida América Latina y resentimos desde la molestia y cierto enojo que no existan vinculaciones teórico-conceptuales y políticas queer, donde dialoguen sexualidad, etnia, clase social y situación poscolonial de varios contextos geográficos (Falconí, Castellanos y Viteri, 2014, pp. 12-13).

Es el momento de aprovechar este devenir cuir para cuestionar la blanquitud y colonialidad queer. Podemos utilizar este espacio ambivalente de teorización y lucha política, reconocer las relaciones de poder y tejer puentes con otras realidades de precarización; posicionar las realidades sureñas como productoras de conocimiento, pero, sobre todo, reformular nuestras realidades y sexualidades raras, torcidas, abyectas; porque, si algo debemos rescatar de los aportes iniciales de la queer theory es el carácter flexible que resiste a la normalización y estandarización académica (Warner, 1993; Halperin, 1995; Jagose, 1996; Butler, 2006, 2007). Es esta capacidad de fluidez y contingencia lo que nos da la oportunidad de utilizar la crítica como elemento de uniones y reformulaciones conceptuales.

Ahora bien, el enfoque queer/cuir no es el primero ni el único en teorizar la sexualidad. De hecho, antes de su aparición, las ciencias sociales y las humanidades ya tenían una agenda amplia sobre el tema (donde destacan los estudios de género feministas). La sociología es una de las disciplinas científicas que ya habían pensado la dimensión social de la sexualidad.

Sociología de la sexualidad

Aunque la sociología fue instaurada en la academia a finales del siglo XIX, el género y la sexualidad no fueron temas relevantes para esta disciplina -a pesar de los aportes de los feminismos-, sino hasta la segunda mitad del siglo XX. Incluso en nuestros días, la sexualidad se ubica en los márgenes de la disciplina (Stein y Plummer, 1994). De acuerdo con Steven Seidman, los primeros trabajos sociológicos que abordaron la sexualidad -como los de Ira Reis, 1960, 1964- “se centraron en el papel que juegan la religión, el género, la clase social, la raza y los valores sociales para delinear patrones sociales de prácticas [hetero]sexuales premaritales, maritales y extramaritales” (Seidman, 1996, p. 8). Mary McIntosh en 1968 fue la primera socióloga que investigó el rol social de los homosexuales en sociedades contemporáneas.

Con el auge del pragmatismo y del interaccionismo simbólico de la sociología de la Universidad de Chicago, que enfatizaron la construcción social de la vida cotidiana, emergieron algunos trabajos sobre prácticas e identidades no heterosexuales. Sobresalen estudios que utilizaron el enfoque de las etiquetas (Labeling approach) y de la desviación (Goffman, 1963; Becker, 2009 [1963]) para destacar las complejas maneras en que se construye la desviación en la interacción social, a partir de una jerarquización de los cuerpos y las prácticas que imponen parámetros culturales relacionados con la noción de “normalidad”. Howard Becker, en su análisis de personas señaladas como outsiders, encuentra que el establecimiento de normas sociales construye y etiqueta como “desviados” a quienes no se adhieren a la “normalidad”. Para este autor, los grupos sociales:

crean la desviación al establecer las normas cuya infracción constituye una desviación y al aplicar esas normas a personas en particular y etiquetarlas como marginales. [La desviación, desde su perspectiva] es una consecuencia de la aplicación de reglas y sanciones sobre el “infractor” a manos de terceros. Es desviado quien ha sido exitosamente etiquetado como tal, y el comportamiento desviado es el comportamiento que la gente etiqueta como tal (Becker, 2009 [1963], p. 28).

Para Becker (2009) una perspectiva sociológica relativista define la desviación como el fracaso a la hora de obedecer las normas grupales creadas por la sociedad. Desde esta perspectiva, la homosexualidad es un acto desviado porque así ha sido clasificada; el grado en que un acto se considera desviado depende también de quién lo comete y de quién se siente perjudicado por ese acto. Para que exista la desviación es necesario que un grupo marque las pautas sobre lo que es desviado y haya quienes incurran en estos actos asumiendo sus consecuencias. Quien vive como “desviado”, iniciará una carrera social en el momento en que realice un acto de inconformidad y comience a vivir en contra de las reglas establecidas.

Erving Goffman (1963) analizó la relación entre identidad e interacción que emerge a partir de etiquetas asignadas socialmente a las personas. En Estigma: la identidad deteriorada, describe cómo ciertos atributos, culturalmente indeseables, crean marcas o estigmas que repercuten en la relación de unas personas con otras; dichos atributos son incongruentes con nuestro estereotipo acerca del deber ser de determinado tipo de individuos. Un individuo es desacreditado cuando se reconoce su estigma y desacreditable cuando posee una diferencia que es susceptible de ser “descubierta” por otras personas. La homosexualidad, aunque es una categoría creada desde marcos médicos y legales, tiene implicaciones sociales entre quienes la asumen como rasgo identitario o son señalados por los demás en razón de su deseo erótico y sexual.

Kenneth Plummer (1975, 1989) es pionero en el análisis de la creación de etiquetas de desviación para homosexuales en el Reino Unido; fue clave en la aplicación de las teorías sociológicas de la desviación y del interaccionismo simbólico en la vida urbana homosexual; analizó cómo se aprende a vivir como homosexual, y vio que la discriminación y la segregación son creadas por el estigma atribuido a ciertas prácticas, pero también que éstas contribuyen a la conformación social identitaria. El tema de la homosexualidad tuvo algunos años de efervescencia en la sociología anglosajona, donde sobresalen interesantes apropiaciones de la teoría sociológica y estudios empíricos que dieron cuenta de la construcción social del homosexual en ciudades occidentales (Adam, 1996; Weeks, 1996).

La irrupción de los movimientos sociales globales del orgullo LGBTTTI en las décadas de 1960 y 1970, e incluso la consolidación de departamentos de estudios gays y lésbicos en universidades anglosajonas, influyeron en la sociología de las experiencias urbanas lésbicas y gays en espacios públicos -bares, lugares de encuentro sexual, asociaciones de la sociedad civil, etcétera- recuperados por estas identidades (Plummer, 1989; Stein y Plummer, 1994).

Laud Humphreys (2008), a mediados de la década de 1970, en Tearoom Trade. Impersonal Sex in Public Places, analizó cómo se configuraban las prácticas sexuales entre varones en un baño público de Estados Unidos. El libro fue muy polémico -el autor enfrentó cargos administrativos, acusado de haber espiado a sus interlocutores en lugares privados y de sacar a la luz detalles de sus vidas-; Humphreys dio cuenta de la relevancia sociológica de un orden de interacción muy particular, cuyo contexto implicaba clandestinidad y anonimato. Por su parte, Jefrey Weeks en 1985 usó los aportes del construccionismo social para analizar la sexualidad. Este autor dio cuenta de las maneras en que “fuerzas políticas, históricas y teóricas han creado significados sexuales” (1985, p. ix).

No es sino hasta la década de 1990 cuando encontramos, a nivel mundial, una “sociología de la sexualidad”. En Barcelona, Óscar Guasch llamó la atención sobre la falta de un área de especialización sobre sexualidad en la sociología “cuyo objeto de estudio sea el sexo en tanto actividad social, para definir qué es y qué no, qué espacios y tiempos tiene adjudicados, qué actores lo ejecutan, de qué modo lo hacen, sus razones y consecuencias sociales, etcétera” (1993, p. 106). Esta perspectiva contextualizaría de manera sociohistórica los escenarios donde se suscita la configuración de la sexualidad, y tomaría en cuenta su normatividad y las implicaciones que tiene para las personas. En Francia, Michel Bozon (2002) resaltó la necesidad de instaurar una “sociología de la sexualidad”, pero partió de un presupuesto heterocentrado que entiende las prácticas e identidades no hetero como “minoritarias”. Aunque estos trabajos intentaron impulsar su campo de estudios, la sociología de la sexualidad no ha logrado institucionalizarse de manera tan exitosa como lo han hecho la sociología del cuerpo o la sociología de las emociones. En muchos países anglófonos hay cursos de licenciatura y posgrado de sociología de la sexualidad, sin embargo, en México no existe ningún programa sobre el tema que forme parte del currículo universitario.

Actualmente, uno de los aportes más sugerentes de la sociología de la sexualidad lo ofrece Adam Isaiah Green (2013) con su teorización de los campos sexuales. De acuerdo con el autor, los cambios en la conformación masiva de las sociedades occidentales han vuelto cada vez más sofisticados los sistemas tradicionales de control de la sexualidad que dan pie a ofertas hiperespecializadas de mundos eróticos, marcadas por la clase social y por nociones específicas de masculinidad, etnia, nacionalidad y corporalidad.

Con una combinación del aporte de los campos y las disposiciones prácticas de Pierre Bourdieu -para hablar de la conformación estructural de mundo erótico- y el de Erving Goffman -sobre el papel de la interacción en estos contextos estructurados-, Green da cuenta de cómo se distribuye la oferta de socialización erótica y de esparcimiento gay en las ciudades de Nueva York y Toronto. Sobresale en esta teoría la postulación de una estructura social que delimita la oferta cultural, erótica y afectiva gay urbana a partir de la etnia, la clase social y la nacionalidad, al tiempo que en la interacción se reifica y, en algunos casos, se resignifica esa condición. Green ilustra la estratificación en estos escenarios y vuelve visibles las complejas negociaciones y manejos del self que hacen los sujetos en el campo sexual.

Si bien estos aportes sobre la sexualidad han sido muy relevantes, es necesario hacer notar los sesgos que persisten en estos estudios: la mayoría aborda sólo la homosexualidad urbana y han sido elaborados por varones blancos afiliados al movimiento gay, además de que trabajan y radican en el norte global.

En México, fue hasta 1994 cuando se publicó el ahora canónico texto Sexo entre varones. Poder y resistencia en el campo sexual, de Guillermo Núñez Noriega, quien, a través de una etnografía sobre el homoerotismo en Sonora, da cuenta de las complejidades de la representación de la sexualidad y las condiciones sociales en que emergen resistencias y resignificaciones de las normas sexo-genéricas6. Núñez realiza una brillante aplicación de las ideas de Pierre Bourdieu y analiza cómo se conforma el campo sexual y sus implicaciones en términos de habitus, prácticas sociales y prácticas corporales. La incorporación de las perspectivas de género y disidencia sexual permiten que la etnografía y las experiencias narradas por sus interlocutores iluminen las categorías sociológicas.

Un elemento bastante clarificador en este contexto es el de existencia sexual, definida como “una dimensión de la existencia de los individuos que involucra aspectos anatómico-fisiológicos, procesos psíquicos y conductas. Es una dimensión bio-psíquica-social del individuo, involucrada en la vivencia del placer y el deseo erótico” (Núñez, 1994, p. 35). Con este texto, Núñez analiza la representación de la existencia sexual hegemónica en Sonora mediante notas periodísticas y conversaciones informales con varones que mantienen experiencias homoeróticas.

En 2003, César González, asesorado por Kenneth Plummer en sus estudios de doctorado, publica Travestidos al desnudo. Homosexualidad, identidades y luchas territoriales en Colima. En este libro analiza -desde el interaccionismo simbólico y en continuidad con la sociología de la homosexualidad de Plummer- cómo se produce la noción de desviación o “anormalidad” en Colima y cómo se expresan rastros de agencia entre los afectados. El autor realiza un análisis muy minucioso de la construcción de las identidades gays y la manera en que el travestismo, las jergas locales y la interacción cotidiana producen rasgos identitarios.

En 2014, en su tesis de maestría, Andrés Álvarez analiza la interacción homoerótica en un cine porno en la Ciudad de México. A partir de una sugerente aplicación de nociones de Goffman y de Simmel sobre los marcos de sentido, el orden de la interacción y el contacto corporal, Álvarez da cuenta de cómo el espacio del cine contribuye a que se lleven a cabo prácticas sexuales entre varones, al tiempo que despeja algunas complejidades sociales puestas en juego in situ para observar o participar en encuentros homoeróticos. Percepción, experiencia, sentidos corporales y comportamiento sexual en la oscura clandestinidad y el jugueteo erótico que permite el cine son elementos fundamentales de esta investigación.

En 2018, Galindo y Torres, presentan una larga investigación sobre la configuración social de las “prácticas sexuales impersonales” -el metreo- en el último vagón del Metro de la Ciudad de México. Desde un acercamiento teórico que mezcla nociones provenientes de la sociología de la interacción de Erving Goffman, de la teoría de sistemas de Niklas Luhmann, del análisis de las disposiciones de Norbert Elias, del sentido práctico de Pierre Bourdieu, además del materialismo de la teoría del actor red de Bruno Latour, dan cuenta de la reducción social de la contingencia en el metreo y, mediante el uso de nociones feministas sobre la heterosexualización del espacio público y la matriz heterosexual, detallan de manera exhaustiva la construcción de tales prácticas homoeróticas. Uno de los alcances de este texto es el enfoque en las prácticas a partir de distintos operadores sociales reductores de la contingencia: comunicación (mediante las miradas), disposiciones prácticas (mediante esquemas de percepción y apreciación, así como prácticas corporales) y materialidad (corporal y de tecnología, como el uso de celulares) con los que se construye un orden interactivo no hetero.

Como podemos ver, en México se replica el patrón de los países del norte global de centrarse en investigaciones sociológicas de la sexualidad entre varones cis con prácticas homoeróticas. Sólo encontramos dos trabajos que abordan la experiencia de varones trans en la Ciudad de México: uno elaborado por Eleonora Garosi (2014) y otro por Ana Carvajal (2019); sobresale en ambos el análisis de los procesos de transición identitaria y corporales que realizan algunos de estos varones, así como de su redefinición de la sexualidad, en términos de relacionamiento con otras personas en vínculos afectivos y resignificación de su orientación sexual. Destacan las maneras en las que estos varones luchan por dejar atrás la feminidad y ser reconocidos como hombres. Ambos textos dan cuenta de las disputas sociales por el reconocimiento y la actuación de la masculinidad. No encontramos investigaciones publicadas que hagan sociología de la sexualidad de las mujeres.

No obstante, vale la pena destacar trabajos sobre otros aspectos de las feminidades. Uno de ellos es el estudio de Rosita Scerbo (2020) sobre arte visual autobiográfico de las artistas latinoamericanas Gabriela Liffschitz y Laura Aguilar. Desde la teoría queer, Scerbo nos conduce a “pensar lo impensable” mediante la interpretación de fotografías que desafían las prácticas sociales normalizadas al mostrar desnudos femeninos en ruptura con los cánones establecidos por la mirada masculina.

La sociología aún enfrenta retos importantes para dar cuenta por sí sola de la dimensión social de la producción de sexualidades en contextos urbanos. Es necesario posicionarse desde perspectivas teóricas que permitan analizar el ejercicio del poder en la construcción social de la sexualidad. Las lecturas sociales de los feminismos y los estudios queer/cuir son cruciales para analizar las complejidades de la sexualidad atravesadas por factores tales como la etnia, la clase social o la edad.

¿Sociología cuir? Breves conclusiones desde una tensión conceptual

Nuestra propuesta conceptual parte de una comprensión social de la sexualidad desde las siguientes directrices: i) en el nivel macro, las maneras en que la heteronormatividad produce performativamente sujetos dentro de marcos binarios; ii) en el nivel meso, desde una perspectiva relacional, los mecanismos mediante los cuales ciertas instituciones (como la medicina, la religión y la familia) generan discursivamente procesos de subjetivación a partir de estratificaciones por etnia, clase social, edad y capacidad corporal; y iii) en el nivel micro, las dinámicas con que los cuerpos en interacción social generan instancias de resignificación de los mandatos heterocentrados con las que los sujetos construyen nuevas interpretaciones de las prácticas y los placeres.

Aunque lo cuir provee un marco teórico interesante, es indispensable que su dimensión de género y feminista no se desdibuje7; se requiere introducir otras intersecciones y no olvidar al feminismo como punto de partida para la comprensión de las sexualidades que enfatice el papel del género y el [hetero]patriarcado. La riqueza teórica de este acercamiento radica en su crítica tanto al pensamiento académico sobre la homosexualidad como hacia la política dominante en las comunidades gay masculinas; entre sus principios fundamentales está la idea de Eve Kosofsky Sedwick de que cualquier análisis de la cultura occidental moderna requiere de una comprensión de la índole excluyente y regulativa de las categorías binarias de identidad. La teoría adquiere verdadera potencia cuando rechaza la idea de una identidad homosexual unitaria y ve la construcción de identidades sexuales alrededor de la oposición binaria hetero/homo estructurada jerárquicamente como algo inherentemente inestable (Roseneil, 2002). Este enfoque permite develar mecanismos de poder que repercuten en las prácticas y vidas de todas las personas, incluso de quienes se asumen como cis y heterosexuales, pues ellas también padecen las exigencias normativas de la feminidad y la masculinidad hegemónicas.

Sugerimos una sociología feminista de la sexualidad -o quizá, para mayor precisión, un feminismo sociológico-cuir de la sexualidad- que tome en cuenta, en su dimensión macro, su relación con el género, y al cuerpo como elemento productivo de análisis sociocultural. Aunque existen importantes investigaciones que retoman el género desde sus implicaciones sociales (Jackson, 1999), en muchos estudios sociológicos se sigue tomando la heterosexualidad como base de la sociedad (Stein y Plummer, 1994; Green, 2007; Miskolci, 2009). No toda la sociología asume una perspectiva feminista para entender a la sexualidad; mayoritariamente, se centra en una reinterpretación de autores clásicos, como Goffman, Bourdieu, Simmel y Elias, que no se hicieron preguntas teóricas desde los feminismos8.

Nuestra propuesta conceptual parte del feminismo queer de Judith Butler (2006, 2007, 2008, 2009) y su análisis de la heterosexualidad como matriz normativa de control corporal mediante marcos binarios, desde la dimensión performativa de producción de subjetividades y cuerpos sexualizados y generizados. De la sociología retomamos elementos conceptuales para extender estas categorías y comprender las configuraciones sexuales y corporales que forman parte del lenguaje, pero lo exceden. Nos guiamos, para la exploración de estos problemas, por ejemplo, en los trabajos de Sedgwick:

Eve Sedgwick tomó sexo/género y performatividad […] en su elaboración de la “performatividad queer”. Extendiendo los análisis de Austin y Derrida para acercarlos a las revisiones de Butler, Sedgwick exploró otros tipos de locuciones -el silencio, el secreto, la negación- y su relación con las estructuras concomitantes de vergüenza, paranoia y narcisismo que ensombrecen y apuntalan persistentemente la experiencia queer: incluso, y más especialmente, la experiencia queer de la heterosexualidad (Shannon Jackson, 2004, p. 183).

Aunque la queer theory y la sociología comparten la visión de “la sexualidad como una construcción social e histórica” (Miskolci, 2009, p. 151), sus corpus teóricos están en tensión constante respecto de la comprensión del sujeto y del self:

Aunque cada uno de estos acercamientos conceptuales inicia con un gesto deconstructivista, la queer theory está comprometida en la disolución del sujeto -mientras que la sociología quiere enfatizar los procesos de su construcción social-, lo cual tiene implicaciones profundas para el tipo de preguntas, métodos y construcción de teorías que se derivan de sus premisas epistemológicas (Green, 2007, p. 27).

Sin embargo, es en esta tensión donde existen más posibilidades de conexiones productivas entre marcos conceptuales para analizar el papel de la identidad y de los procesos de normalización de las prácticas y el cuerpo, y comprender la sexualidad y sus efectos en la vida de las personas. Del enfoque cuir retomamos su crítica al esencialismo biológico y su rechazo de las clasificaciones universales -como heterosexual y homosexual-, las cuales están sujetas a la norma y a las relaciones de poder impuestas por la heteronormatividad. Así, nos remitimos a la dimensión sociocultural de la sexualidad y el género, y sus variantes fuera de las jerarquizaciones que se inscriben dentro del [hetero]sexismo.

En la dimensión de análisis meso, consideramos central describir las prácticas discursivas de las instituciones en procesos de subjetivación permeados -entre otros factores- por la etnia, la clase social, la edad y la capacidad corporal. Concordamos con Stephen Valocchi en que es necesario buscar los vínculos entre la sociología y lo cuir para complementar el aporte de la primera, que ha dejado de lado las complejidades implícitas en el vínculo sexo-género-deseo y en el ejercicio del poder dentro de la formación identitaria, mientras que “el análisis de la interacción nutre lo queer [cuir] al ilustrar las maneras en que las subjetividades son restringidas o reconstruidas y cómo se relacionan con las prácticas de la vida cotidiana, poniendo el énfasis en los procesos de construcción de sus significados” (2005, pp. 766-767; véase también Seidman, 1994, 1996)9.

Entendemos la sociología, en el sentido que le da Stevi Jackson, como “una manera de pensar desde un conjunto finito de teorías y datos, que implica cuestionar los arreglos sociales existentes y percatarse de que son productos de la historia y conllevan un entendimiento del moldeamiento social, de la vida personal y de la experiencia” (1999). Así, nos referimos a un feminismo sociológico desde un enfoque cuir para enfatizar un diálogo tenso entre estas corrientes de pensamiento, y debatimos con quienes, desde lo queer, han intentado analizar la sexualidad desligándose de los feminismos. Para Janice McLaughlin, Diane Richardson y Mark Casey (2006), las supuestas disputas entre lo queer y el feminismo son inapropiadas, por lo que proponen:

a) Ni lo queer ni el feminismo ven la sexualidad como asunto privado, destino, o elección individual, sino como un elemento de relevancia pública; b) comparten su crítica respecto al papel privilegiado de la heterosexualidad; c) la teoría queer, el debate posmoderno y el posestructuralismo han otorgado a la teoría social un reconocimiento de validez para explorar los patrones de la construcción identitaria de manera cotidiana bajo relaciones de poder (Richardson, McLaughlin y Casey, 2006, p. 7-9).

La sociología tiene méritos en esta unión conceptual pues, aunque lo queer/cuir ofrece muchas líneas analíticas para la comprensión de la sexualidad, desde la fluidez y el ejercicio del poder que forman parte del binarismo de género, es cierto que a este enfoque conceptual “le falta tomar en cuenta estructuras y prácticas sociales de la vida cotidiana” (Stevi Jackson, 2006, p. 56).

Esta interlocución conceptual nos permite entender, a nivel micro, la dimensión performativa de la sexualidad, pero también la dimensión social de la interacción social en el proceso de dar sentido a la sexualidad, al género y al cuerpo10. Como indican Molly Moloney y Sarah Fenstermaker acerca de las coincidencias entre la visión butleriana sobre la performatividad del género y la sociología de la interacción que examina cómo se hace el género (doing gender):

Hay una co-implicación de lo “micro” y de lo “macro” en ambos marcos, y las dos teorías hablan en estos dos niveles (a la vez que problematizan la mera distinción implicada en los términos). Y, ciertamente, existe la necesidad de elaboración posterior y articulación más precisa en ambas teorías de las fronteras del “discurso” y de la “interacción”. Ambos modelos […] tienen necesidad de expansión y refinamiento subsecuentes mediante análisis y aplicaciones empíricas (Moloney y Fenstermaker, 2002, pp. 202, 203, 204).

Esta imbricación sociológico-feminista-cuir requiere una comprensión interseccional de las vidas de las personas que participan en investigaciones sociológicas, etnográficas y en el campo de los estudios de género, pues “Hacer una apuesta por los feminismos queer requiere atender a cómo las diferentes opresiones están articuladas, a cómo el racismo, el clasismo, el heterosexismo, se (re) producen violentamente en nuestra cotidianeidad, y evitar la salida fácil de fijar a priori una exclusión primaria” (Bargueiras, García y Romero, 2005, p. 24). Recordemos que, a diferencia de los aportes de la queer theory en el norte global, en el sur la mayoría de los trabajos cuir proviene de investigaciones etnográficas11. Proponemos que un feminismo sociológico-cuir debe tomar en cuenta las complejidades derivadas de las intersecciones de la sexualidad con el género, la nacionalidad, la clase social, la etnia, la edad, la capacidad corporal, etcétera, en tanto dimensiones de desigualdad que se traslapan (Viveros, 2016).

Estas aproximaciones pretenden abonar a una reflexión conceptual fructífera en estudios de género, teorías feministas y sociológicas de la sexualidad. Aunque en América Latina en general, y en particular en México, los estudios sociales de la sexualidad han luchado contra la adversidad académica, han demostrado su enorme potencial para dar cuenta de desigualdades de género, así como de procesos complejos de estratificación y de complejas redes de resignificación de mandatos heteronormativos. Desde la periferia, estos estudios han sacado del clóset ciertos cánones académicos que consideran que la sexualidad no es un tema relevante.

No es posible agotar nuestra propuesta conceptual en este texto. Nos conformamos, por el momento, con este esbozo de las bases conceptuales que apuntarían a una construcción teórica de largo aliento. Queda pendiente, para futuros trabajos, analizar en detalle algunos elementos para la comprensión del sujeto desde el enfoque cuir -que aboga por su destitución- y sociológico -que apela por resaltar los matices de su construcción-. Las brechas entre las dimensiones macro, meso y micro de los factores sociales de la sexualidad, es decir, los intersticios de la determinación y la resignificación social requieren mayor tiempo de elaboración. Asimismo, es complicado encontrar caminos factibles para hacer operativas las dimensiones interseccionales de la desigualdad. Reconocer cuál es el peso específico de la etnia, el género, la orientación del deseo o la edad en una configuración social determinada es un reto importante. Es urgente develar ciertas injusticias epistémicas en mucha de la investigación social o humanística que pasa por alto a la sexualidad y su relación con el género. El feminismo sociológico-cuir aquí propuesto ofrece una alternativa conceptual y epistemológica para contribuir a ello.

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1Años después, esa misma autora se desmarcó de algunos usos de este aporte teórico, pues en su opinión: “lo queer desembocó en una estrategia que forma parte de la industria publicitaria y actualmente es un producto mercantil estadounidense” (de Lauretis, cit. en Jagose, 1996, p. 129). Las traducciones son nuestras.

2Para entender el alcance del contenido injurioso y performativo de la palabra queer puede ayudar la referencia a términos coloquiales mexicanos como “puto”, “joto”, “marica”, “lencha” o “tortillera”.

3Destaca el trabajo de Guillermo Núñez (2001), uno de los pioneros en adaptar nociones de la teoría queer al análisis de la heteronormatividad como imposición de la norma sexual en México, así como la complejidad sociocultural que implican las vivencias del homoerotismo. A través de una crítica a la comprensión androcéntrica y patriarcal de la antropología hacia las prácticas homoeróticas en México mediante el “modelo dominante de comprensión del homoerotismo entre varones en México” (MCDH), se ha gestado en la literatura científica una dicotomización de la vivencia homoerótica en activo-pasivo, penetrador-penetrado, hombre-joto, dominante-dominado, que invisibilizan diversos aspectos del poder masculino implícitos en el homoerotismo. En la misma línea argumentativa, Mauricio List (2009) ha analizado la conducta erótica de varones con prácticas homoeróticas del centro del país. Sayak Valencia (2010) ha analizado —desde el transfeminismo y a partir del caso de Tijuana, en una reinterpretación de la economía en los espacios fronterizos— la construcción de la violencia, el capitalismo y el patriarcado.

4Por ejemplo, Francesca Gargallo (s/a) indica que no hay un movimiento queer latinoamericano, por las contradicciones propias de la relación de las clases altas (pos)coloniales con sus lenguas. Norma Mogrovejo (s/a) agrega que la pretensión de replicar automáticamente las experiencias organizativas y las reflexiones teóricas de lo queer en un contexto latinoamericano ha traído problemas de dependencia organizativa y de pensamiento. Paola Arboleda (2011) dice que la producción angloparlante queer ignora las secuelas de los regímenes dictatoriales en países como Chile y Argentina, las peculiaridades del comunismo cubano o los trastornos creados en México y Puerto Rico como efecto directo de la cercanía geográfica con Estados Unidos.

5Ejemplos de cómo las relaciones poder-saber han posicionado a la queer theory —blanca— como un elemento de vanguardia se pueden ver en el hecho, indicado por Felipe Rivas (2011), de que antes del éxito de este aporte, Nelly Richard en Chile ya había publicado textos con reflexiones similares. En el mismo sentido, Paola Arboleda (2011) describe las obras artísticas, intelectuales y activistas del chileno Pedro Lemebel, del argentino Néstor Perlongher y del cubano Reinaldo Arenas, quienes, para ella, son casos emblemáticos de cómo se pueden articular ideas filosóficas posestructuralistas con activismos que rechazan clasificaciones esencialistas, fuera de marcos binarios; nociones todas ellas también proclamadas desde la queer theory. En México se hablaba desde finales de la década de 1990 de la resignificación disruptiva de la norma heterosexual que realizan les muxes en el estado de Oaxaca (Miano, 2002).

6Guillermo Núñez indica que existe un modelo hegemónico de masculinidad que privilegia elementos culturales —como la fuerza, la seguridad y la rudeza— relacionados con el prestigio de los varones para crear la trilogía macho-masculino-heterosexual (1994, p. 57). Este autor extendió dicho análisis en 2007 en el libro Masculinidad e intimidad: identidad, sexualidad y sida.

7Recordemos que, para algunas autoras, enfocarse en lo queer significó la posibilidad de crear un aporte conceptual propio sobre la sexualidad que no tendría relación con el género (Warner, 1993). Dichas posturas olvidan que fueron interpretaciones feministas las que reformularon las ideas de Foucault sobre la sexualidad (de Lauretis, 2000; Butler, 2007, 2008; Sedgwick, 1999, 2003) y develaron sus fuertes sesgos de género. Es decir, éstas añadieron el papel del género como detonador de significados de lo femenino y lo masculino que impactan en el dispositivo de sexualidad.

8Como indica Richard Miskolci (2009), una sociología de la sexualidad que rompa la naturalización de la heterosexualidad de las teorías sociológicas, en general, implicaría un trabajo fuerte de readaptación e interpretación de los clásicos de esta disciplina. El reto en la sociología es repensar muchos de sus conceptos.

9Vale la pena reconocer que hay investigaciones sociológicas que no parten de una postura esencialista y cuyos argumentos se parecen mucho a lo que, años después, la queer theory puso de moda, sobre todo lo relacionado con la actuación y la producción del género en la vida cotidiana y con la fluidez del deseo sexual (para ejemplos desde este tipo de sociología véase Kessler y McKenna, 1978; Hochschild, 1979; West y Zimmerman, 1987; Stein y Plummer, 1994; Jackson, 1999; Brickell, 2003; Garfinkel, 2006).

10Hemos desarrollado más ampliamente estas ideas en Moreno y Torres (2018, 2019) donde mostramos algunos ejemplos en los que las dimensiones macro, meso y micro operan en escenarios específicos.

11Por cuestiones de espacio, en este texto será imposible dar ejemplos concretos de aplicaciones de esta propuesta de feminismo sociológico-cuir, aunque esta iniciativa ya se ha trabajado, al menos, por Guillermo Núñez (2007). Para un acercamiento al análisis de la experiencia de parejas serodiscordantes (es decir, integradas por una persona vive con VIH y la otra no), donde la afectividad surge como la fuerza corporal que permite la resignificación de mandatos de género y biomédicos en las personas implicadas, véase Torres, 2014, 2019.

CÓMO CITAR: Torres, César y Moreno, Hortensia. (2021). ¿Sociología cuir en México? Apuntes sobre las tensiones conceptuales para los estudios sociológicos de la sexualidad. Revista Interdisciplinaria de Estudios de Género de El Colegio de México, 7, e551. doi: http://dx.doi.org/10.24201/reg.v7i1.551

Recibido: 19 de Noviembre de 2019; Aprobado: 09 de Septiembre de 2020; Publicado: 26 de Julio de 2021

*Autor para Correspondencia

César Torres Cruz

Es investigador asociado C de Tiempo Completo del Centro de Investigaciones y Estudios de Género (CIEG) de la UNAM. Doctor en Ciencias Políticas y Sociales, campo disciplinario Sociología, por la UNAM. Forma parte del Sistema Nacional de Investigadores (SNI) del CONACYT. Líneas de investigación: género, salud y sexualidad.

Hortensia Moreno Esparza

Es investigadora del Centro de Investigaciones y Estudios de Género (CIEG) de la UNAM y directora de la revista Debate Feminista de la misma institución. Doctora en Ciencias Sociales, con especialidad en Mujer y Relaciones de Género, por la Universidad Autónoma Metropolitana-Xochimilco. Forma parte del Sistema Nacional de Investigadores (SNI) del CONACYT. Líneas de investigación: género, sexualidad, literatura, cuerpo, deporte y educación superior.

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