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Revista interdisciplinaria de estudios de género de El Colegio de México

versión On-line ISSN 2395-9185

Rev. interdiscip. estud. género Col. Méx. vol.6  Ciudad de México  2020  Epub 07-Feb-2022

https://doi.org/10.24201/reg.v6i1.608 

Artículos

Subjetividad animalista: una mirada desde los Estudios sobre Varones.Masculinidades veganas o lo abyecto del ser varón antiespecista1

Animalist Subjectivity: A Perspective from Men’s Studies. Vegan Masculinities, or the Queerness of Anti-Speciesist Men

Juan José Ponce León1 
http://orcid.org/0000-0002-9588-7390

1Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales (FLACSO) sede Ecuador. Instituto Latinoamericano de Estudios Crítico Animales (ILECA), Quito, Ecuador. Email: juan.ponce.leon.psicologo@gmail.com


Resumen

El objetivo del presente artículo es analizar cómo se configuran las subjetividades de las masculinidades veganas. Las unidades de análisis son varones antiespecistas, vinculados a procesos de acción colectiva en el Ecuador. A través de la metodología cualitativa, se realizan entrevistas en profundidad a los actores y analizan fotos de archivo de un colectivo que utiliza la performance como repertorio de protesta. Las conclusiones permiten situar las masculinidades veganas, por un lado, en un lugar marginal y de subordinación frente al proyecto de género imperante, en la medida de lo abyecto o queer del devenir varón antiespecista, basado en la expresión del cuidado de la alteridad animal; por otro lado, ciertas prácticas político-corporales parecen reafirmar la heteronorma.

Palabras clave: subjetivación; masculinidades disidentes; veganismos; queer

Abstract

This sets out to analyze the shaping of masculine vegan subjectivities. The analysis is based on anti-speciesist men connected to collective actions in Ecuador. Through a qualitative methodology, we analyze archive photos of a collective that uses performance as a means of as well as in-depth interviews with the actors. The conclusions enable us to consider vegan masculinities as being marginal and subordinate to the prevailing gender project in regard to the abjectness or queerness of anti-speciesist males’ condition, based on attention paid to animal alterity; another finding is that certain political body practices seem to reaffirm the heteronorm.

Keywords: subjectivation; dissident masculinities; veganisms; queer

Introducción

No comer animales es “cosa de chicas”

El proyecto de género2 imperante del ser varón, entre el virilismo, la agresividad, y con ello, la insensibilidad, se ha constituido con base en imaginarios, discursos y prácticas relativas a la dominación, cosificación y devoración del otro (Adams, 2016[1990]). A través del despliegue del poder masculino sobre la alteridad, animales no humanos, mujeres, masculinidades disidentes y naturaleza, se reafirma la virilidad y la potencia. La dilatación de dicho poder contiene violencia, agresividad y se enmarca en un ethos hiperracional y autocentrado. Hay poca cabida para la dimensión afectiva, en especial la sensibilidad. La racionalidad de la masculinidad dominante desplaza la empatía, compasión y cuidado del otro.

En ese sentido, Carol Adams en su libro La política sexual de la carne (2016[1990]) describe las conexiones entre la dominación masculina y la opresión animal. Se expone la construcción de la masculinidad hegemónica y heteronormada vinculada al consumo de animales: “La política sexual de la carne es también suponer que los hombres necesitan carne, que tienen derecho a la carne, que comer carne es una actividad masculina asociada a la virilidad” (Adams, 2016 [1990], p. 29). La comida que excluye animales muertos de los platos, siguiendo a Adams, es “comida de chicas”: en tanto débil, frágil, sentimental e irracional. A través del concepto de carno-falogocentrismo y virilidad carnívora, el filósofo de la deconstrucción Derrida, según González (2016), describe cómo el sujeto genuino de occidente se expresa en un varón que come carne, lo que despliega una lógica sacrificial fundamentalmente masculina contra los vivientes animalizados o “subhumanos”. Entonces, el proyecto civilizatorio de occidente, entiéndase por humanismo antropocéntrico, responde también a la masculinidad hegemónica. De esta manera, las conexiones entre la opresión animal y la dominación masculina: especismo antropocéntrico3 y sexismo/machismo4, son ideologías que re/producen la dominación de un grupo sobre otro. Estos dos elementos interactúan, se complementan y refuerzan mutuamente.

Según Reggio (2018) el caso del veganismo masculino podría desafiar en paralelo la norma heterosexual y el especismo-antropocéntrico. En torno a la subjetividad del ser “varón vegano” se generan discursos homofóbicos y misóginos:

Este entrelazado de vegefobia y homofobia parece deberse principalmente al potencial de desestabilización de la masculinidad hegemónica que el veganismo posee como una tecnología del yo capaz de desafiar simultáneamente dos privilegios, el de las especies y el de género (Reggio, 2018, p. 237).

Es decir, los discursos y prácticas en torno al veganismo interpelan permanentemente el símbolo patriarcal del “macho5 carnívoro” que “recibe alimento gracias al trabajo doméstico femenino” (Reggio, 2018, p. 238). Las respuestas defensivas frente a dicha interpelación se traducen en instrumentos de marginación que operan bajo lógicas de ridiculización, minimización, sarcasmo y hostilidad frente al rechazo de ciertos varones al consumo de animales y sus derivados. En las prácticas veganas podrían encontrarse elementos profundamente subversivos de los varones frente al sistema heteropatriarcal y especista.

Si no comer animales es “cosa de chicas”, el presente artículo tiene como objetivo responder a la pregunta analítica: ¿Cómo se configura la subjetividad de masculinidades veganas, en colectivos antiespecistas de Quito, que utilizan la performance como táctica de protesta para interpelar el orden especista? Esta investigación se inscribe en el campo de los Estudios Críticos Animales (ECA). El marco teórico de este artículo está compuesto, por un lado, por literatura especializada sobre la construcción social de las masculinidades o los estudios sobre varones, principalmente el trabajo de Connell (1997, 1995) en relación con su concepto de masculinidad hegemónica y el género como estructura de la práctica social; por otro lado, la noción de violencia simbólica de Bourdieu (2000) en torno a la polaridad dominación masculina y sumisión femenina; y finalmente, los estudios sobre masculinidades disidentes (Halberstan, 2008; Mass Grau, 2016). Por otra parte, de los estudios sobre la configuración del sujeto ético-político del último Foucault se utilizará la categoría del cuidado de sí o épiméleia/cura sui (Foucault, 1994, p. 33) como práctica de la libertad, y configuración de un ethos o forma de dirigirse a uno mismo. Esta articulación analítica permitirá abordar la configuración de la subjetividad de las masculinidades veganas cisgénero6.

La metodología de investigación fue de corte cualitativo a través del análisis de archivo del colectivo antiespecista y anarquista Activistas por la Defensa y Liberación Animal (ADLA). En particular, se analizan fotografías en donde se utiliza la performance, entendida como la apropiación e irrupción del espacio público a través del cuerpo, para denunciar la explotación animal. En adición, se analizan entrevistas en profundidad realizadas a varones veganos antiespecistas, vinculados a procesos de acción colectiva animalista. La elección se realizó bajo el método bola de nieve (snowball sampling) (Bertaux, 2005). Los criterios de inclusión fueron: militantes veganos/as de tendencia reformista y abolicionista, con largo y corto tiempo de participación, así como veganos/as no activos políticamente7. Las entrevistas se realizaron entre el año 2019 y 2020, a doce mujeres y nueve varones, el rango de edad fue entre 25 y 62 años. La duración de cada entrevista fue de entre dos y cuatro horas. Para la redacción de este artículo se analizaron los datos de las entrevistas de las personas que se identificaron como varones. Los entrevistados ocupan un lugar heterogéneo en la estructura social, aunque la mayoría de ellos son profesionales de clase media, otros están insertos en relaciones sociales precarizadas y provienen de sectores empobrecidos del Ecuador.

El presente artículo está dividido en tres apartados. En el primero, se trabaja la categoría de masculinidad hegemónica de Connell (1997) en relación con la posición de subordinación y marginalidad de los varones veganos. En el segundo, se problematiza la construcción del ser varón antiespecista, partiendo de la hipótesis de su situación marginal respecto al orden normativo del género. En ese apartado, se presenta una explicación sobre lo marica de las prácticas veganas masculinas. En el tercero, se problematizan las prácticas político-corporales de las masculinidades veganas en relación con la heteronorma. Finalmente, se esbozan conclusiones y preguntas abiertas en torno a las masculinidades veganas como proyecto en permanente edificación, frente a la masculinidad hegemónica.

Masculinidades hegemónicas, marginación y subordinación de varones veganos

Es necesario estudiar el “ser varón” en el marco de “una estructura mayor” (Connell, 1997, p. 1). Es decir, dar cuenta de esa estructura y, por tanto, analizar cómo se ubican las masculinidades en ella. Para ello Connell utiliza la categoría del “género como una estructura de práctica social (…) está inevitablemente estructurado con otras estructuras sociales (…) el género intersecta -mejor dicho, interactúa- con la raza y la clase” (1997, p. 10). Esto quiere decir que la concepción estructural del género también remite a la intersección en torno a otras estructuras sociales como: la clase, la raza y la especie. Según Connell (1997), para entender al género es preciso ir más allá de él, y, al contrario, no se pueden entender las demás lógicas de dominación sin aludir al género.

A partir del modelo de estructura de género (Connell, 1997), en el que se inscribe la construcción del “ser varón”, se entiende la dimensión estructural e histórica de los proyectos de género. En primer lugar, las relaciones de poder que visibilizan la subordinación de las mujeres y la dominación de los varones. En segundo lugar, las relaciones de producción en torno a la división sexual del trabajo o lo que Connell (1997) denomina “discriminación salarial” o “el carácter de género del capital”. Finalmente, la cathexis relativa al deseo sexual inscrito en un orden de género. Las prácticas de género, el ser y parecer varón, están ancladas a estructuras de género y, por tanto, a arreglos económicos, órdenes simbólicos y narrativas corporales.

Esta lectura de las masculinidades supone entender la heterogeneidad del “ser varón” articulada a proyectos de género, clase, raza y especie. Es decir, no es lo mismo un varón blanco, heterosexual, burgués y europeo, que un obrero, marica, latino, que no come carne. El relato de Luis C. (34 años), obrero de la construcción y militante del colectivo antiespecista Voces de la Tierra de Cuenca, proveniente de un sector empobrecido, es ilustrativo respecto a cómo las estructuras de género remiten a estructuras de especie, a la luz de los vínculos entre la violencia machista y el especismo.

Yo lo veo en esta sociedad, no sé, a veces sí creo que tienes que ser fuerte, pero es lo malo, no sé hasta qué punto puedas ser fuerte y de qué forma serlo, porque a veces te lleva al machismo de cómo tienes que ser, pero ¿dónde quedamos los que no queremos ser o no somos así? Un ejemplo, yo creo que por estas cuestiones elegí la liberación animal, por el hecho de todo este tipo de explotación, de ir cuestionando hasta donde tú y yo por ser hombres tenemos que mantener la casa, pegarles a mis hermanas, trabajar, ser el único responsable de esas cosas, no llorar, cargar un quintal de cemento. Por ser hombre tenía que hacer cosas que no quería hacer y no he querido hacer en la vida. Yo creo que esto con la lucha del veganismo, o la liberación animal más que todo es romper con eso, ¿por qué el ser animal tiene que ser explotado, despreciado? Yo siempre he sido bastante cuestionador y en estos casos desde pequeño porque crecí en esta sociedad donde me decía: ya estás llorando, pareces niña, los hombres no lloran, son tus hermanas, tienes que tú pegarles a tus hermanas o tus hermanas están para servirte, tantas cosas, y yo iba cuestionando esta norma porque veía, yo creo que cuando sufres mucho pueden pasar dos cosas: puedes ser un maldito con la sociedad o puede ser algo sensible (Comunicación personal, 2019).

La historia de Luis permite exponer el vínculo que se entabla entre una sociedad machista, la cual con base en los roles de género normativos dictamina cómo se debe ser y parecer varón, y las lógicas especistas que de una forma similar normalizan la explotación animal. Las relaciones de poder se exponen en: “son tus hermanas, tienes que tú pegarles a tus hermanas” o “tus hermanas están para servirte”. Se fundamenta la superioridad del varón sobre las mujeres, y frente a ello se despliegan formatos vinculares de subordinación y dominación. Las relaciones de producción aluden a: “tú y yo por ser hombres teníamos que mantener la casa, pegarles a mis hermanas, trabajar, ser el único responsable de esas cosas, no llorar, cargar un quintal de cemento”. Se marca una división sexual del trabajo que prefigura el “ser varón” en las sociedades capitalistas. La relación capital-trabajo se halla permeada de estructuras de género. Luego, la cathexis o configuración del deseo, se muestra en la incapacidad afectiva o disposición sensible frente al otro: “ya estás llorando, pareces niña”, “los hombres no lloran”, “puedes ser un maldito con la sociedad o puede ser algo sensible”. Todo lo descrito anteriormente permite al sujeto asociar el veganismo y la lucha por la liberación animal a un proceso subjetivante de cuestionamiento de la masculinidad dominante, agresiva e imposibilitada de cualquier expresión de sensibilidad: “Yo creo que esto con la lucha del veganismo, o la liberación animal más que todo es romper con eso, ¿por qué el ser animal tiene que ser explotado, despreciado?”. De esta manera, para el entrevistado, se entrelaza la estructura de género y la estructura de especie, a propósito de las prácticas cotidianas del sujeto, cuya configuración se presenta en forma de mandatos sociales atravesados por dichas estructuras, aunque ello no implique entablar una relación causal, lineal-mecanicista entre hacerse vegano y cuestionar los esquemas patriarcales.

Siguiendo a Connell, es importante “considerar las relaciones de género entre los hombres” (1997, p. 11). Por tanto, se define la masculinidad hegemónica como:

El tipo de masculinidad que ocupa una posición hegemónica en un modelo dado de relaciones de género, una posición siempre disputable (…) la configuración de práctica genérica que encarna la respuesta corrientemente aceptada al problema de la legitimidad del patriarcado, la que garantiza (o se toma para garantizar) la posición dominante de los hombres y la subordinación de las mujeres (1997, pp. 11-12).

Connell describe patrones imperantes de las masculinidades en occidente: subordinación, complicidad, marginación, partiendo de la advertencia de que: “La hegemonía es una relación históricamente móvil” (Connell, 1997, p. 12). Las relaciones de género entre varones, al estar inscritas en estructuras de poder y dominación, suponen lógicas de subordinación (exclusión política y cultural; violencia legal y física, y discriminación económica) entre los mismos. La complicidad da cuenta del beneficio de los dividendos patriarcales o privilegios de género en torno al “ser varón”. Aunque la mayoría de los varones no encaje en el modelo normativo de masculinidad hegemónica, tienen una “relación de complicidad con el proyecto hegemónico” y obtienen beneficios o privilegios de ello (Connell, 1997, p. 14). La marginación es uno de los constructos teórico-analíticos más relevantes para comprender la construcción de las masculinidades en términos estructurales. El término alude a “las relaciones entre las masculinidades en las clases dominantes y subordinadas o en los grupos étnicos. La marginación es siempre relativa a una autorización de la masculinidad hegemónica del grupo dominante” (Connell, 1997, p. 15).

Al respecto, los varones veganos podrían ocupar un lugar ambiguo en la estructura de género en relación con sus prácticas sociales y corporales (Connell, 1997). Por ello, aunque su lugar simbólico y corporal no esté exento de las relaciones de poder y las relaciones de producción de la masculinidad hegemónica, sí se sitúa en un lugar de marginación. David P. (26 años), permacultor, cofundador de ADLA y militante del colectivo antiespecista Reacción Vegana de Guayaquil, comenta acerca de su lugar marginal respecto al proyecto de género imperante:

Te diré que me ha ido pésimo (…) por la ausencia de referentes de masculinidad en mi familia y en mi ámbito de proximidad, siempre he sido una persona que encaja muy poco en los cánones de masculinidad. Y además de eso después vegano, o sea, realmente apegándome a tu pregunta diría que me ha ido terrible, que ha sido una experiencia catastrófica de marginalidad. Definitivamente, yo vivo la masculinidad, no desde el privilegio, sino, quizá desde un margen blando, suave, sereno. Pero definitivamente desde un margen, porque estoy excluido de un set de privilegios bastante comunes para otros hombres.

La masculinidad vegana, definitivamente es alternativa. No puede plantearse desde la hegemonía, porque la compasión, la empatía, la sensibilidad, empezando por ahí, no son cualidades asignadas tradicional o históricamente a la masculinidad, sino, a la feminidad (Comunicación personal, 2019).

La marginalidad de las masculinidades veganas se presenta como una construcción política en la medida en que no logra encajar del todo en el proyecto hegemónico del “ser varón”, debido a las cualidades históricamente relegadas a la feminidad. Éstas configuran una heterología, en la medida del desarrollo de la compasión y empatía en cuya base se encuentra una ética del cuidado. Retomando a Foucault, el cuidado de sí o épiméleia/cura sui como práctica de la libertad, articula una lógica que despliega al sujeto hacia el otro, por fuera de sí mismo. El concepto se entiende como “una actitud general, a un determinado modo de enfrentarse al mundo, a un determinado modo de comportarse, de establecer relaciones con los otros” (1994, p. 33). Entonces, la subjetivación animalista, con base en el concepto de épiméleia, designa una relación con uno mismo, con los otros y con el mundo. El sujeto animalista asume el margen como un lugar legítimo para ser habitado. En ese mundo y en la relación de alteridad, el actor fundamental es el animal no humano.

Por tanto, esto sitúa a ciertos varones antiespecistas en un lugar de subordinación y antagonismo8. Asumir dichas cualidades y prácticas relacionales supone renunciar a ciertos dividendos patriarcales. Las políticas de complicidad del orden de género se ven en detrimento, dado el rechazo a ocupar el rol normativo de la masculinidad, en la medida en que se abandona el consumo de animales y, en consecuencia, su propia animalización. De ello se desprende que el ser “varón vegano” implique cierta renuncia a la complicidad patriarcal.

En la imagen 1, se observa el lugar de subalternidad que escenifica el varón, al situarse en el lugar del animal no humano. La somatización del dolor y el retraimiento de sí hacia un otro, junto con el paisaje de sangre desdibuja la arbitraria división humano-animal. El lugar de la opresión y dominación interespecie se comparte, y por ello, se establece una política de igualdad del sufrimiento vivo. Asumir el animalismo, en este caso, en términos performativos, supone desplazar el proyecto de género masculino, relativo a la dominación del humano por sobre el animal. El efecto que busca generar la teatralidad corpóreo-simbólica para el espectador interroga el lugar marginal de los animales, en el orden especista, y el activista; en el proceso de hacerlo, cuestiona el orden de género. Esta teatralidad coloca al varón vegano en un lugar de subordinación, similar al de la animalidad frente al supremacismo humanista, en tanto el lugar de lo animal en la estructura de género ocupa un espacio de subordinación y margen, sin que esto niegue las prácticas machistas y relaciones sexo-genéricas patriarcales que él pudiera desplegar. De hecho, la animalización del otro, por ejemplo, de las mujeres o de los cuerpos no binarios, es el justificativo programático para legitimar y naturalizar su opresión, como precarización de los cuerpos: esto es lo abyecto de la animalidad.

Fuente: ADLA

Imagen 1 Performance en contra de la experimentación animal (2014)  

Masculinidades disidentes: lo abyecto del ser varón antiespecista 9o lo marica10de las prácticas veganas masculinas

La categoría de escenario reproductivo permite desbiologizar el sexo, y entender los procesos históricos que conforman el cuerpo, la reproducción y la sexualidad. Dimensiones usualmente pensadas en términos de determinantes biológicos. Según Connell: “El nexo con el escenario reproductivo es social” (1997, p. 8). Las prácticas de género sitúan el ser varón en su despliegue específico inserto en una estructura, desde una perspectiva dinámica, estructural e histórica del género que se aleja de aquellas que presuponen las prácticas como componentes aislados y esenciales. Por tanto, cabría preguntarse: ¿cómo se configuran las prácticas de género de las masculinidades veganas?

Las relaciones de poder, de producción y deseo, en el modelo de Connell (1995), se articulan en torno a un “escenario reproductivo, definido por las estructuras corporales y por los procesos de reproducción humana” (Connell, 1997, p. 6). Cabe aclarar que, aunque el género como práctica necesariamente alude al cuerpo, no se reduce a él. Esta práctica social “responde a situaciones particulares y se genera dentro de estructuras definidas de relaciones sociales” (Connell, 1997, p. 6).

Leer el género como estructura de la práctica social implica estudiar la construcción de las masculinidades en sus aspectos concretos. Repensar el escenario reproductivo, en cuanto a las masculinidades veganas, supone reconocer que: “el proceso corporal, al insertarse en procesos sociales, se vuelve parte de la historia (tanto personal como colectiva) y un posible objetivo de la política” (Connell, 1995, p. 88). El veganismo en los varones actúa como un “(…) hecho corporal, un hecho que fractura la masculinidad hegemónica” (Connell, 1995, p. 91). Es decir, la experiencia de las masculinidades veganas no sólo es simbólica y material en cuanto a su dimensión ético-política, sino también corpórea y afectiva. Por ello, Connell (1995) plantea la necesidad de situar la agencia social de los propios cuerpos: “al generar y dar forma a la conducta social” (p. 93). A esto denomina: “las prácticas que se reflejan en el cuerpo y se derivan del mismo” (Connell, 1996, p. 95).

En términos de los dividendos patriarcales (Connell, 1997), a los que las masculinidades veganas renuncian al involucrarse, tanto en el proceso de acción colectiva en defensa de los animales, como al asumir sus prácticas cotidianas, Gaarder plantea que:

La socialización de los roles de género impacta en la respuesta emocional. La masculinidad está vinculada con la fortaleza y la distancia emocional, mostrar compasión por los animales podría leerse como un signo de debilidad. Los hombres podrían estar menos motivados a involucrarse en el activismo por los animales por miedo a ser asociados a un movimiento estereotipado como “hiperemocional”, y compuesto por “corazones blandos” (…) por tanto, los hombres ven el activismo por los animales como un comportamiento no masculino, lo que los haría incapaces de alcanzar el gran costo de movilidad social. (Gaarder, 2011a, pp. 56-57) (Traducción propia).

En la imagen 2, se puede visualizar el lugar de este activista animalista en una performance de “carne humana”, donde se sitúa el varón antiespecista en un lugar de subordinación, al ocupar teatral y corporalmente el lugar de los animales no humanos. La cosificación y mercantilización de los cuerpos no humanos o animalizados se representa a través del cuerpo del activista. La prefiguración subjetiva de esta masculinidad vegana estaría mediada por la renuncia al estatus privilegiado de lo humano11, al situarse en el lugar de lo bestial, de la animalidad, de lo desechable y lo descartable. El retrotraimiento de sí que dirige su mirada hacia un otro, -“la épiméleia heautou es una determinada forma de atención, de mirada” (Foucault, 1994, p. 33)- supone, retomando a Gaarder (2011a), un alto costo en su movilidad social en cuanto al mandato de la masculinidad hegemónica. Es decir, la lógica del cuidado del otro, que se expresa en el acto performativo al buscar denunciar la objetivación del cuerpo animal, constituye al sujeto animalista como un varón que renuncia a un conjunto de privilegios patriarcales. Esta acción colectiva, a través del cuerpo, despliega al varón a la esfera de la masculinidad disidente. Esta disidencia está dada por la dimensión simbólica y representativa del acto, en tanto cuidado del otro.

Fuente: ADLA

Imagen 2 Bandejas de carne humana (2014) 

Al respecto, David plantea la relación entre el ethos animalista, -como las prácticas micropolíticas, que en este caso remiten a prácticas alimentarias que excluyen el uso y consumo de animales y sus derivados-, y la renuncia permanente a la masculinidad hegemónica, o al menos a algunos de los dividendos patriarcales que de ella emanan.

Más aún con el activismo, sacar a la luz y llevar a personas desde la sensibilidad y la empatía a estas preocupaciones por la alimentación y por demás aspectos domésticos de la vida cotidiana, sigue siendo algo tradicionalmente femenino, entonces como resultado, la masculinidad vegana es una masculinidad poco hegemónica. (…) Yo diría que más bien mi masculinidad vegana, no la he vivido tanto como inscrito en círculos o en ambientes veganos, ni tampoco feministas, sino, más bien en forma negativa, como negación de la masculinidad hegemónica y sus implicaciones con respecto a la carne y todo este relato que asocia la masculinidad con la ingesta de carne y con la violencia, también inscrita, con la producción de la carne. Ha sido un proceso más personal (Comunicación personal, 2019).

Las prácticas veganas masculinas subvierten la lógica machismo-marianismo, en donde los varones se sitúan en el espacio de lo público, y las mujeres son relegadas al espacio de lo privado. Esta masculinidad vegana vivenciada de forma negativa, respecto a lo hegemónico, reivindica como lugar de disputa el espacio de lo doméstico, la vida cotidiana y la preocupación por la alimentación, en relación con la “ingesta de carne” y su asociación con la violencia. La experiencia subjetivante, en este caso, se vive en un plano de orden personal y político que busca reivindicar para los varones veganos: 1) la politización de lo doméstico como un espacio legítimo; 2) la alimentación como una preocupación genuina. Tanto lo doméstico como la cuestión alimentaria han sido dimensiones feminizadas. En las subjetividades veganas esto se intenta desmontar a través de las prácticas concretas de los sujetos animalistas varones. Es decir, la renuncia a seguir participando directamente en la explotación animal, a través del consumo de los cuerpos y los derivados del trabajo de los animales no humanos12.

Dicha renuncia se asocia a un lugar de patologización, relativa a un discurso médico y nutricional que responde a la naturalización, normalización y virtud de lo necesario (Joy, 2013) respecto al consumo de cadáveres de animales. De una forma parecida, pero en ningún modo equivalente, respecto a la literatura sobre masculinidades disidentes, el “cuerpo equivocado (…) describe al cuerpo transexual en términos de un error de la naturaleza” (Halberstan, 2008, p. 167). El cuerpo del varón transmasculino sería una desviación de “lo natural”. Aunque dicho análisis sobre las masculinidades no normativas y los veganismos excede los límites de este artículo. Según Adams:

(…) la carne es un símbolo de dominación masculino (…) comiendo músculos de animales fuertes, nos haremos más fuertes. De acuerdo con la mitología de la cultura patriarcal la carne promueve la fuerza; los atributos de esa masculinidad se logran comiendo esos alimentos masculinos (2016 [1990], p. 108).

Más allá de la sospechosa pretensión universalizante de Adams, en el contexto moderno colonial de las sociedades latinoamericanas, los cuerpos masculinos que rechazan el privilegio de especie que supone el consumo de animales tenderán a ser patologizados. Las prácticas discursivas y normalizadoras del género en relación con el especismo pueden encajar en lo que Mass Grau (2016) denomina “violencia simbólica-cognitiva”. Quienes viven estas violencias son las personas que más se alejan de la masculinidad dominante.

A continuación, se revisará la dimensión transgresiva y patologizada de la acción colectiva de los varones veganos, y algunos elementos del proceso de subjetivación animalista. Para Foucault, la constitución del sujeto implica que “tiene que sustituir el no-sujeto por el estatuto de sujeto definido por la plenitud de la relación de uno para consigo mismo” (1994, p. 58). De este modo, el otro tiene que intervenir en dicho lugar de transformación. Por ello, la práctica de sí es social y política constitutiva del sujeto ético-político. Esta práctica supone que los demás animales representan, en la conformación del sujeto, el tránsito desde la negación de sí a la afirmación de sí como desplazamiento y vuelta sobre el sujeto, debido a la presencia del otro animal.

En las imágenes 3 y 4 vemos a activistas varones en una performance por la liberación animal. En la imagen 3, se encuentra a Roger P. militante del colectivo ADLA y fisicoculturista, teatralizando ser una gallina en una jaula batería. En la imagen 4 se encuentran principalmente activistas varones quienes asumen el lugar del toro. En los dos casos, se asume el rol del otro. La alteridad animal se sitúa como constitutiva de las masculinidades veganas, al colocarse en el lugar de los animales no humanos. El proceso teatralizado de autoanimalización de los varones veganos es un elemento medular en la subjetividad ética-política del animalismo. Es la negación político-ontológica del sí mismo, en tanto humano, y la afirmación del otro como animal. El retrotraimiento del sujeto implica un desplazamiento hacia la heterología.

Fuente: ADLA

Imagen 3 Performance antiespecista (2016) 

Fuente: ADLA

Imagen 4 Performance anti-taurino (2015) 

Ubicamos dos aspectos abyectos del varón vegano. Por un lado, su acción política performativa de la animalidad o la somatización de lo animal; por otro lado, sus prácticas cotidianas relativas al régimen alimenticio del veganismo. El varón que come vegetales pierde su virilidad, pero además es quien politiza la cuestión animal en espacios públicos, y asume la animalidad de la opresión, refuerza su situación de marginalidad y subordinación frente al proyecto de género imperante. La construcción de este tipo de masculinidad desde la negación reafirma el animalismo y rechaza el proyecto humanista, por tanto, el antropocentrismo y el especismo. Lo marica de los varones veganos opera en la medida en la que se aproxima a los estereotipos femeninos, relativos al cuidado del otro, la sensibilidad, la empatía y la compasión.

Es importante retomar a Fuller (1995) en torno a la polaridad marianismo-machismo. La estructura colonial y patriarcal articula un sistema genérico, cuya constitución binaria de los sexos se despliega con base en la lógica del “opuesto complementario”. Esta perspectiva implica entender el “ser varón” como sujeto de género (Figueroa, 2016). Es importante señalar dicho binario, en tanto las masculinidades veganas son situadas por el sistema patriarcal en el margen de “lo masculino”, e incluso de “lo humano”, y son arrojadas al espacio de lo femenino y lo animal. Este lugar limítrofe de las masculinidades veganas demanda explicitar su lugar ambiguo y contradictorio en el sistema sexo-género, pues al mismo tiempo que se colocan en el borde de lo hegemónico, re/producen prácticas machistas, e incluso escenarios de abuso sexual (Joy, 2018; Kemmerer, 2018). Al interior del movimiento ostentan lugares de privilegio y reconocimiento por el hecho de asumir prácticas veganas, en su sentido contrahegemónico o “alternativo”, que invisibiliza el amplio rol de las mujeres y las diversidades en el movimiento (Gaarder, 2011a; Wrenn, 2015), e incluso se puede hablar de una “política de género” al interior de los animalismos que despliega una marcada división sexual del trabajo (Gaarder, 2011b).

A continuación, el relato de David ilustra el vínculo del proyecto de género de la masculinidad, respecto a los opuestos complementarios: machismo-marianismo, dominación masculina, sumisión femenina, con base en las prácticas político-alimentarias veganas.

La responsabilidad con la propia alimentación, la conciencia de lo que se come, tampoco, porque siempre la comida ha sido perteneciente al ámbito de lo doméstico. ¿Quién se preocupa de lo que come, desde la comida? Quien cocina, quien compra la comida, quien cocina y quien la sirve; y tradicionalmente esas tareas han sido desempeñadas por mujeres, y ahora, aunque sean desempeñados por hombres, los hombres todavía no tenemos mucha conciencia de lo que hacemos, compramos por comprar, cocinamos por cocinar y comemos por comer, las mujeres sí. Entonces ser responsable o consciente de este proceso y sus implicaciones, es algo asignado históricamente a la feminidad también (Comunicación personal, 2019).

Lo abyecto del ser “varón antiespecista” radica tanto en la experiencia corporal, relativa a la autodeterminación y autonomía en torno a la alimentación, como en la dimensión simbólica de ocupar un lugar históricamente relegado y subordinado al plano de lo doméstico y lo femenino. Esta perspectiva permite dar cuenta de cómo la configuración de las masculinidades se ve atravesada por órdenes simbólicos y materiales de dominación que engloban, en este caso, el género y las prácticas alimentarias, vinculadas a estructuras de especie. Según Anzoátegui (2019) dichas estructuras de especie designarían un lugar específico a las dinámicas productivas del capital, las cuales explotan la capacidad procreadora de las hembras no humanas. Esto permitiría articular una relación directa entre la feminización de los animales y la animalización de las mujeres, o de forma puntual, lo que Adams (2016[1990]) llamó “proteína feminizada”. Esto ha dado lugar a feminismos animalistas (Anzoátegui, 2019), transfeminismos antiespecistas (González, 2019) y alianzas interespecie en clave feminista (Fernández Aguilera, 2019).

Conviene retomar a Foucault (1994), quien distingue en la dietética -“relación entre el cuidado y el régimen general de la existencia del cuerpo y del alma”- un aspecto nodal en el cuidado de sí (p. 49). En la dietética el lugar que habita el cuidado de uno mismo, a través de las prácticas de sí, es el propio cuerpo. El cuidado en las masculinidades veganas podría poner en tensión la relación entre el especismo y la norma heteropatriarcal (Fernández Aguilera, 2019), pues a través de éste surge “la experiencia de la alimentación y el descubrimiento de que el alimento corresponde al cuerpo de un animal al que se le ha dado muerte” (Anzoátegui, 2019, p. 45).

Las prácticas veganas masculinas politizan el lugar de lo doméstico, lo cotidiano y el cuidado, desde y por el cuerpo. Enfatizan el lugar político de la alimentación como un espacio de disputa de sentidos, en cuanto a la relación entre “lo femenino” y el cuidado, y la reproducción y la animalidad como una política de la vida, frente a la política de la muerte. La toma de conciencia de qué se come, de dónde viene lo que se come, de cómo se produjo, y de cómo se comercializó, forma parte de dichas prácticas. Lo marica de las masculinidades veganas se encuentra en una lógica subversiva de la cocina, referente a las prácticas de sí para gestionar la alimentación, lo doméstico y lo aparentemente privado. Las cocinas son políticas, y algunos varones veganos pertenecen a ellas. Las prácticas masculinas veganas politizan la corporalidad, en relación con la dietética foucaultiana como cuidado de sí, en interrelación ontológica con la alteridad animal. A continuación, se exploran las prácticas político-corporales de las masculinidades veganas.

Prácticas político-corporales: el borde entre la heteronormatividad y la marginalidad de las masculinidades veganas

Las prácticas corporales están inscritas en el ordenamiento de lo social. Desde una perspectiva foucaultiana, se ubican dos aproximaciones al cuerpo con base en las diferentes entradas analíticas a la noción de poder. Por un lado, un registro pesimista del poder, según Foucault implicaría que “los cuerpos se vuelven el objeto de las nuevas disciplinas y las nuevas tecnologías del poder los van controlando de a poco” (en Connell, 1995, p. 79). En la anatomopolítica el control y la producción de los cuerpos sucede a partir de prácticas disciplinarias. Por otro lado, con base en el giro ético del último Foucault, se plantea una relación constitutiva entre el poder y la libertad, o la resistencia. Del mismo modo que la sujeción disciplinaria, también los procesos de subjetivación tienen un sustrato corporal. Por tanto, la subjetivación animalista adquiere una forma de acuerpamiento (embodiment). Retomando a Foucault, “El sujeto de todas estas acciones corporales (…) sujeto de acción, en tanto que se sirve de su cuerpo, de sus instrumentos”, se designa con el concepto de chrésis como: “el sujeto en relación a lo que lo rodea, a los objetos con los que dispone, y también a aquellos otros con los cuales tiene relación, a su cuerpo mismo y, en fin, a uno mismo” (Foucault, 1994, pp. 47-48). Se busca desarrollar perspectivas de subjetivación corporales, esto implica reconocer que la producción y práctica corporal rebasan la biología y se insertan en procesos históricos, culturales y políticos: “tanto la experiencia como la práctica poseen una dimensión irreductiblemente corporal” (Connell, 1995, p. 81).

Connell (1995) plantea “la imposibilidad de escapar del cuerpo”. Existe una masculinización de la dimensión corpórea: “la competencia y las jerarquías entre los hombres, la exclusión o dominación de las mujeres. Estas relaciones sociales de género se realizan y simbolizan en los desempeños corporales” (Connell, 1995, p. 85). Cuando el desempeño corporal no alcanza el mandato de la masculinidad hegemónica, el género, se debilita. Por ejemplo, las prácticas veganas en cuanto a los regímenes dietéticos, según la heteronorma y el especismo-antropocéntrico, ponen en duda el “ser varón” en lo relativo al desempeño corporal. Retomando a Halberstan (2008), existen cuerpos correctos, y, por tanto, cuerpos equivocados. “El hombre vegano es acusado (…) de ser menos viril o menos potente desde el punto de vista sexual o de ser homosexual” (Reggio, 2018, p. 239). La patologización del veganismo se asocia, en el caso de las masculinidades, a la falta de potencia o a lo “poco hetero”.

Según Connell (1995), en respuesta al debilitamiento de las prácticas corporales del “ser varón” existen, al menos, tres posibilidades: 1) se radicaliza el esfuerzo para lograr el estándar normativo; 2) se redefine la masculinidad y en paralelo se reafirman otros aspectos masculinos como: la independencia y el control; 3) se cuestiona abiertamente la masculinidad hegemónica y se asumen políticas contrasexistas.

La respuesta predominante frente a los cuerpos veganos masculinos oscila entre la ridiculización y el desprecio cercano al odio (Reggio, 2018). Frente a esto, se ubica una respuesta contradictoria de ciertos varones animalistas, la cual, en vez de interpelar el orden heteronormativo de la masculinidad, la reafirma. Es decir, la enfatización del “macho vegano” en virtud de “mejores condiciones de salud sexual, la mayor resistencia, la mayor destreza física” (Reggio, 2018, p. 241). Algunas respuestas cisgénero animalistas, pretenden elaborar un discurso normalizador y conciliador entre las prácticas veganas y la masculinidad hegemónica13. Carlos R. (33 años), estudiante universitario y militante del colectivo eco-marxista Natura Insurrecta es claro respecto al vínculo entre la masculinidad vegana y la necesidad de reafirmar la fuerza y agresividad como varón.

Es como que siempre nos decían: ustedes veganos, no pueden “poguear”, les van a tumbar en el pogo. Yo siempre he sido flaco, pero en esas épocas yo me acuerdo de que íbamos al gym para demostrar que dábamos y nos dábamos de quiños en el pogo, y bueno, esas lógicas masculinas que hay en el hardcore (…) Pero le hacíamos para defender el vegan straight edge desde los puños (Comunicación personal, 2019).

Este relato permite constatar la necesidad de los varones veganos de reafirmar la fortaleza y agresividad frente a los varones insertos en el sistema carnista14 y especista. El trabajo corporal, retomando a Wacquant (2016), la acumulación de cierto capital corporal es un elemento legitimador del hacerse varón y asumir prácticas veganas. Por ello, las prácticas político-corporales de las masculinidades veganas son una forma de resistencia al discurso normativo del carnismo y el especismo, que pretende patologizar la dieta vegetariana estricta. El problema de dicha respuesta es que termina por reafirmar los esquemas de belleza occidentales y heteronormados, por tanto, refuerza las cualidades patriarcales del “ser varón”. En consecuencia, esta conciliación ficticia entre la masculinidad hegemónica y los veganismos no permite interrogar de forma estructural las prácticas y discursos machistas, en ocasiones las re/produce al interior de la heterogeneidad de los animalismos.

De una forma similar, en la imagen 5 se pueden visualizar dos cuerpos semidesnudos de varones veganos, en una acción colectiva de protesta en un supermercado que vende animales muertos o “cárnicos”. El primero, al lado izquierdo de la imagen, presenta el cuerpo como fortaleza y vigor. El segundo, al lado derecho de la imagen, al contrario, se acerca a la “feminización” de la construcción corpórea del varón que no come animales, esto es: débil, enfermo, pálido y escuálido. En los dos casos, hay un proceso teatral que busca transitar entre lo humano y lo animal.

Fuente: ADLA

Imagen 5 Irrupción en el Megamaxi (2015) 

El activista del lado izquierdo de la imagen, Roger, en una de las entrevistas, plantea la tensión permanente entre el veganismo y el fisicoculturismo, como un dispositivo de disputa del orden especista que asocia la feminidad a la alimentación con base en vegetales, y la masculinidad dominante ligada al consumo de animales; esto plantea el binario: varón-fuerte mujer-débil. Este dispositivo se trastoca al quitar la alimentación de animales del régimen dietético de los varones, lo que implica un proceso simbólico-corporal y perceptivo de feminización de los varones veganos. El trabajo corporal y político de este activista consiste en subvertir dicha asociación: consumo de carne igual a virilidad.

Quizá mi experiencia sí ha sido frustrante porque en algún momento dije tengo que ser un activista, hago pesas, soy vegano entonces debería “tuquearme”, debería ser un tipo gigante y así voy a tener mucho más alcance, como lo hacen tantos veganos fisicoculturistas “powerlifters y strongmans”, y yo quería hacer eso, yo dije esto es lo mío (Comunicación personal, 2019).

Retomando a Connell (1995) se podría plantear que, en algunos casos, la subjetividad de las masculinidades veganas, en su lógica procesal, móvil y heterogénea gira en torno a los discursos estéticos del proyecto de género hegemónico que, en el intento de validar el veganismo como práctica ética y dietética, termina por reforzar los esquemas y estereotipos normativos de belleza y salud. En el caso del anterior entrevistado su práctica corporal adquiere una dimensión política que pretende subvertir la noción del veganismo asociado a “lo débil” o a “lo enfermo”, con el objetivo de “tener mucho más alcance”. Esta relación designa el concepto de chrésis, en la medida en la que el sujeto se vale del cuerpo y, por tanto, éste se vuelve agente de subjetivación, en tanto instrumento y recipiente.

El concepto de violencia simbólica de Bourdieu (2000) permite entender no sólo cómo se producen las prácticas de género, sino también cómo las apariencias de lo natural se internalizan y se convierten en arbitrios culturales. Esto supone una adhesión dóxica o un efecto de coherencia entre las estructuras cognitivas y las estructuras sociales lo que explica cómo los dominados obedecen: “Los dominados aplican a las relaciones de dominación unas categorías construidas desde el punto de vista de los dominadores” (Bourdieu, 2000, p. 50). A propósito del acuerdo dóxico, Roger intenta interpelar la conexión semiológica y estética entre fuerza y consumo de carne:

(…) aquellos veganos strongman ya han desmitificado completamente el tema del carnismo como algo necesario para ser fuerte, ninguna relación. Entonces, quizá sí es uno de los puntos importantes para trabajar, porque, además, aquella gente que se dedica a la hipertrofia y también al powerlifting consumen una cantidad de cárnicos y sus derivados abrumadora. Están convencidos de que tiene que ser de origen animal, una persona de ellas puede estar consumiendo el doble de lo que consume un carnista ordinario. Y no es ni por gula, es por vanidad, algunos lo que creen, es que, es por deporte e ignorancia (Comunicación personal, 2019).

Ahora bien, Roger enfatiza la necesidad de desmitificar el consumo abrumador de animales en relación con la hipertrofia muscular. El mensaje subyacente es que las prácticas político-corporales de un activista culturista vegano consisten en desmontar el mito de la fuerza en relación con el consumo de carne del sistema carnista: “No soy nada débil y no soy nada enfermizo. Creo que es más que suficiente eso para desmitificar cualquier conexión de la falsa masculinidad y el carnismo” (Comunicación personal, 2019). La acción colectiva del sujeto ético-político del animalismo requiere unas prácticas político-corporales para interpelar los esquemas estético-corpóreos del sistema especista. La complejidad y heterogeneidad de la expresión de dicha masculinidad marginal es que, en ocasiones, reafirma los mismos esquemas. En este punto, conviene mencionar el desarrollo teórico-práctico de los feminismos antiespecistas gordos, que interpelan estas perspectivas normativas de los veganismos (Alvarez, 2014).

Se da un proceso de transformación o, dicho de otra manera, de ortopedización de los cuerpos para producir las disposiciones de sumisión pertinentes, que articulan la relación dominación masculina, sumisión femenina. Se tiene “un mundo físico simbólicamente estructurado atravesado por las estructuras de dominación” (Bourdieu, 2000, p. 55). En este caso, se suplanta el discurso estético-corpóreo de la masculinidad hegemónica hacia el ideal del “macho vegano”. Aquel varón que puede ser fuerte y viril sin comer animales, en antagonismo con los varones “afeminados” que se niegan a comer animales, sino “sólo vegetales” y que, por tanto, son débiles. El cuerpo se muestra como un lugar de disputa ideológica. Se entiende la lógica política de lo corporal, es decir el encuerpamiento de la experiencia de subjetivación política.

¿Son los sujetos varones veganos otras formas político-ontológicas de masculinidades alternas a las hegemónicas?

Las relaciones entre las masculinidades son ambiguas, ambivalentes y contradictorias, debido a la concepción del género y a la construcción de las masculinidades en términos de estructuras relacionales. Los varones antiespecistas están condicionados por estructuras de dominación y, al mismo tiempo, por prácticas de libertad o contra conductas que los ponen entre la hegemonía y la marginalidad del ser “varón vegano”. En cuanto a la marginalidad, esto remite a la disputa simbólica por los imaginarios relativos a la sensibilidad, la empatía y la compasión.

La sensibilidad animal es antagónica con la masculinidad hegemónica. El rechazo a la violencia y a la crueldad en contra de la alteridad animal permite cuestionar los cimientos de la masculinidad imperante. Además, dicha relación de respeto y cuidado con el otro no se limita a los animales, sino que se extiende a los animales humanos. La siguiente transcripción de Luis ejemplifica la propuesta del género, de Connell (1995), como estructura de la práctica social, indisociable de otras configuraciones.

Mi padre fue asesinado, mis hermanas fueron violentamente golpeadas por alguno de sus esposos, mi hermana tuvo un hijo a los doce años cuando era una niña y es de una violación, y tú no puedes hacer nada frente a esas cosas, de lo que vives en la miseria, donde no puedes comer tus tres comidas diarias, no puedes ir al colegio porque está lejos, no puedes pagar. Pero al mismo tiempo la sensibilidad que te abre, te abre de no hacer esas cosas, entonces yo era full relacionado con el veganismo más que todo. En el veganismo inclusive sientes compasión de los animales (…) se va relacionando con todo esto el machismo. Poder ahora abrazar a un animal antes me daba vergüenza, darles de comer a los perros en la calle, pero ahora no, me bajo, los puedo abrazar, los puedo sentir, los puedo llorar, puedo ser el débil de la casa y puedo ser lo que quiera ser y no me avergüenza. Con esto del veganismo puedo amar, puedo ser el débil y no me preocupa serlo, soy lo que soy, creo que eso también me ha llevado un poco más allá de la lucha de liberación animal (Comunicación personal, 2019).

El veganismo como práctica y la liberación animal como horizonte político, funcionan, en el caso de Luis, a modo de dispositivo de prácticas corporales y político-afectivas que permiten la vulnerabilidad y la figuración de una masculinidad blanda, en el sentido de contrahegemónica. La sensibilidad y la posibilidad de amar, mostrarse vulnerable, llorar, demostrar afecto son actos profundamente irreverentes frente al proyecto de género imperante. El veganismo, en este caso, se muestra como un antídoto subjetivante frente a episodios sistemáticos de observación de la violencia interpersonal, al interior de la familia de origen, y violencia estructural relativa a las condiciones materiales de existencia. El caso de Luis es particularmente atípico en dos sentidos: 1) el sentido común de los sujetos veganos se asocia a profesionales de clase media, él es obrero y pertenece a un sector popular; 2) la exposición gradual a la violencia, en estos cuerpos precarizados agudizados por la clase, tiende a reproducirla. Luis se sale de este esquema.

Las prácticas veganas, relativas al horizonte ético-político del antiespecismo, se presentan como la búsqueda permanente del sujeto de ser con el otro y, en este proceso, aproximarse a la alteridad animal junto a la animalización del sujeto, lo que conlleva una ruptura y tensión permanente. Una de las características del cuidado de sí foucaultiano remite al potencial alquímico del sujeto a través de la relación: “la épiméleia designa también un determinado modo de actuar (…) a través de la cual uno se hace cargo de sí mismo, se modifica, se purifica, se transforma o se transfigura” (Foucault, 1994, p. 33).

La subjetivación en su aspecto más concreto remite a las prácticas del sujeto. El ethos del varón animalista insiste en la noción de parresia, la cual consigna al decir verdadero, o a la tensión permanente respecto de la coherencia a propósito de la obligatoriedad del cuidado sobre los demás animales, práctica que en algunos casos se extiende hacia los animales humanos. A continuación, Luis insiste en la relación entre el respeto y el cuidado hacia los animales humanos y no humanos.

Cuando era niño de ley cazábamos, a los hombres nos tocaba cazar y al cazador generalmente le daban la cabeza y esas cosas. Íbamos a matar pájaros, yo decía: quiero jugar otra cosa como las cogidas y ya te veían diferente, vas rompiendo con todas esas burlas. Yo en el monte no me di cuenta de eso al comienzo porque no estaba en estas cosas. Matar loros (…) a veces para alimentarse o para diversión, pero yo no, yo no estaba para eso, si me gustaba coger los pájaros y verlos, sentirlos, pero no matarlos, aunque unas veces lo he hecho inconscientemente, ya vas rompiendo eso por esto de los animales, y creo que sin respeto a los animales muchas veces ya irrespetan a las personas y todo eso (Comunicación personal, 2019).

Este relato ilustra la tensión entre la heteronormatividad y la marginalidad que es constitutiva del varón vegano. La capacidad de sentir y además el deseo de explicitar lo sensible supone una vuelta permanente del sujeto, en relación con sus prácticas y cuidados de sí y con el otro. Lo sitúa en un lugar cercano al margen de la heteronormatividad, en el sentido de lo que se espera del varón heteronormado. Ahora bien, al regresar a la pregunta: ¿la sensibilidad animal de los varones veganos podría ser la posibilidad ontológica y política para otras formas de masculinidades? se puede decir que, según Gaard (2014), es necesario remplazar la ética de lo despiadado, relativa a los valores dominantes de la masculinidad (racionalidad, poder, control, egoísmo, competitividad y virilidad), por una ética del cuidado de uno mismo, de los demás animales y de la tierra, que englobe el amor, el compañerismo, la compasión, la reciprocidad, el cooperativismo y la consideración por las vidas humanas y no humanas. Esto hace eco con el hecho contingente de una construcción en proceso de las masculinidades veganas alternas que no refuercen la heteronorma, sino que cuestionen tanto el binarismo de especie como de género, estas masculinidades adquieren un potencial de edificación en tanto procesos subjetivantes propios.

En esta reflexión final, conviene mencionar una frase del colectivo Feminista Antiespecista de base en Quito, Ecuador: “lo vegano no te quita lo macho”. Si bien las masculinidades veganas rompen con la configuración normativa de las masculinidades hegemónicas, en la medida en la que se comprende a los varones como sujetos de género insertos en estructuras patriarcales, sería ingenuo plantear abiertamente que lo queer de las masculinidades veganas los coloca en un lugar antipatriarcal o los exime de estar gobernados por actitudes y prácticas machistas. La construcción de las masculinidades veganas puede tomar cierta dirección hacia lugares comunes y cómodos que refuerzan el sistema patriarcal y al mismo tiempo resignifican el veganismo desde el punto de vista del privilegio masculino, ésta es la figura del “macho vegano”. Aun así, como esta investigación muestra, en las masculinidades veganas sí se encuentran elementos sustantivos en torno a la construcción de otra forma de ser varón, una forma menos humana, y más animal, en el sentido de la sensibilidad, la empatía y la compasión por el otro.

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1Este artículo es fruto de la investigación empírica realizada para la obtención del título de Magíster en Sociología Política (2018-2020) por la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales sede Ecuador.

2Esta acepción alude a la condición hegemónica, normalizante y disciplinaria del género.

3Entendemos por especismo-antropocéntrico a las prácticas y discursos que reproducen la dominación y desigualdad interespecie. Éstas se operacionalizan en arreglos institucionales que legitiman la discriminación, individual y estructural, de los demás animales por el simple hecho de no pertenecer a la especie privilegiada. La discriminación acentúa y radicaliza su condición de opresión, explotación y dominación. Para una definición amplia de especismo ver Ponce y Proaño (2020).

4Una definición general de machismo se encuentra en Stevens (1973, p. 90), “el culto a la virilidad (…) las principales características de este culto son una exagerada agresividad e intransigencia en las relaciones interpersonales de hombre a hombre y arrogancia y agresión sexual en las relaciones entre hombres y mujeres” (en Gutmann, 2000, p. 319) (Las cursivas son mías). Se prefiere utilizar el término coloquial “machismo” en vez de “sexismo”, debido a su contenido de significantes, espacial y contextualmente situado en la región.

5El varón en tanto “macho” se define así: “el hombre como joven irresponsable, no domesticado, romántico y donjuán que descuida y desprecia cualquier tipo de obligación doméstica, especialmente aquellas que convienen a la vida diaria del hogar” (De Hoyos y De Hoyos, 1966, p. 104; en Fuller, 1995, p. 244) (Las cursivas son mías). Esta acepción cobra relevancia en cuanto se asocia, en oposición al machismo, al marianismo como el lugar de las mujeres relativo a la feminidad como el espacio de lo doméstico, lo sagrado y la cocina.

6Este artículo delimita su análisis a las masculinidades cisgénero, es decir a aquellos varones que tienen correspondencia entre su sexo biológico y su identidad de género. Esto excluye a las masculinidades no normativas como los varones trans o las masculinidades lésbicas.

7Personas aisladas de procesos organizativos.

8No todas las masculinidades veganas podrían situarse en ese lugar, dado que la construcción social de los varones está condicionada por una estructura de clase. Por ejemplo, un varón profesional del norte con prácticas veganas ocupará un lugar diferente en las relaciones societales respecto a un varón vegano precarizado del sur.

9No se “es” varón, sino que se “hace” o deviene. La subjetividad se entiende como un proceso inacabado.

10En este contexto, “lo marica” se usa como la expresión de las luchas de las diversidades sexo-genéricas o cuerpos en tránsito que buscan descolonizar o pensar/vivir lo queer desde los márgenes del Sur, por ejemplo, el Movimiento Maricas Bolivia (ver: https://maricasbolivia.wordpress.com/). En este artículo dicha alusión hace referencia a los varones considerados “afeminados” por la heteronorma y el especismo.

11Es importante señalar la estructura de clase, en el modelo de Connell (1997), pues, una persona de los países llamados del “tercer mundo”, como el caso de Ecuador, no tendrá los mismos privilegios en el sentido identitario y de clase que alguien queer y vegano del primer mundo.

12Para profundizar la relación capital, trabajo y animales no humanos en el modo de producción capitalista, ver Ponce (2019).

13Las ONG mainstream asocian a la dieta vegana con una manera de curar la impotencia sexual o disfunción eréctil y la eyaculación precoz (PETA, 2010). De esta manera se muestra a los varones veganos como más potentes sexualmente y, por tanto, viriles. También vinculan la alimentación vegana al alto rendimiento físico (PETA Latino, 2019).

14Para revisar sobre el carnismo ver Joy (2013). Se define como una ideología que naturaliza, normaliza y plantea como necesaria la instrumentalización, explotación y cosificación animal.

CÓMO CITAR: Ponce, Juan José. (2020). Subjetividad animalista: una mirada desde los Estudios sobre Varones. Masculinidades veganas o lo abyecto del ser varón antiespecista. Revista Interdisciplinaria de Estudios de Género de El Colegio de México, 6, e608. doi: http://dx.doi.org/10.24201/reg.v6i1.608

Recibido: 14 de Febrero de 2020; Aprobado: 31 de Octubre de 2020; Publicado: 14 de Diciembre de 2020

Sobre el autor

Psicólogo clínico por la Universidad San Francisco de Quito. Magíster en sociología política por la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales sede Ecuador. Su agenda de investigación se centra en estudiar la relación entre las emociones, las subjetividades y lo político. Integrante del Comité Editorial de la Revista Latinoamericana de Estudios Críticos Animales (RLECA). Miembro del Instituto Latinoamericano de Estudios Críticos Animales (ILECA). Su trabajo teórico-político se ha concentrado en torno a los estudios críticos animales, el giro no humano y la cuestión animal(ista) en los movimientos sociales. Sus aportes principales se han enfocado en la descolonización de los veganismos, el desarrollo de un animalismo crítico desde y para el Sur, en clave de un veganismo popular, y el estudio de los movimientos animalistas antiespecistas en el Ecuador y en la región. Coautor del libro Reflexiones animalistas desde el Sur (2020).

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