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Revista interdisciplinaria de estudios de género de El Colegio de México

versão On-line ISSN 2395-9185

Rev. interdiscip. estud. género Col. Méx. vol.4  Ciudad de México  2018  Epub 08-Out-2018

https://doi.org/10.24201/eg.v4i0.240 

Artículos

El trabajo de alimentar: proceso alimentario entre trabajadores y trabajadoras agrícolas migrantes en Miguel Alemán, Sonora

The work of feeding: the food process among migrant agricultural workers in Miguel Aleman, Sonora

María del Carmen Arellano Gálvez1  * 

Guadalupe del Carmen Alvarez Gordillo2 

Esperanza Tuñón Pablos3 

Laura Huicochea Gómez4 

1 El Colegio de la Frontera Sur, San Cristóbal de Las Casas, México, email: mcarellano@ecosur.edu.mx

2 El Colegio de la Frontera Sur, San Cristóbal de Las Casas, México, email: galvarez@ecosur.mx

3 El Colegio de la Frontera Sur, San Cristóbal de Las Casas, México, email: etunon@ecosur.mx

4 El Colegio de la Frontera Sur, Campeche, México, email: lhuicochea@ecosur.mx


Resumen:

El artículo analiza desde la perspectiva de género las prácticas del proceso alimentario entre migrantes pendulares y asentados en Miguel Alemán, Sonora. A partir de observaciones y entrevistas a profundidad a 21 migrantes, analizamos la relación entre el tipo de migración, estado civil, edad y tiempo de residencia en el lugar de destino. Para migrantes asentados, la participación de los hombres se relaciona con procesos de enfermedad y embarazo de las mujeres, mientras que los migrantes pendulares solos contratan servicios de comida, a pesar de que los más jóvenes saben cocinar. Concluimos que la participación de hombres en la alimentación es un cambio temporal, a nivel de prácticas y no cuestiona de fondo las normas hegemónicas de género.

Palabras clave: género; alimentación; migración; trabajo agrícola; división social del trabajo

Abstract:

The article analyzes from the perspective of gender the practices of the feeding process between pendular and settled migrants in Miguel Alemán, Sonora. Based on observations and in-depth interviews with 21 migrants, we analyzed the relationship between the type of migration, marital status, age and length of residence in the destination. For settled migrants, the participation of men is related to the processes of illness and pregnancy of women, while permanent migrants contract food services, even though younger men know how to cook. We conclude that the participation of men in food is a temporary change, a level of practices and do not question the hegemonic norms of gender.

Key words: gender; feeding; migration; agricultural work; social division of labour

Introducción

El objetivo del artículo es analizar desde la perspectiva de género las prácticas del proceso alimentario entre migrantes pendulares y asentados en el poblado Miguel Alemán, Sonora. Esto permite visibilizar los cambios en las prácticas de alimentación relacionadas con la organización social de grupos humanos migrantes internos de zonas rurales a localidades formadas alrededor de campos de agricultura extensiva en el noroeste de México. La agroindustria requiere de gran cantidad de mano de obra temporal sujeta a largas y extenuantes jornadas que merman su calidad de vida y la salud (Aranda y Castro, 2016; Ortega, Castañeda y Sariego, 2007).

Estos procesos estructurales de mercado afectan la producción mundial de alimentos, dirigida a ciertos grupos sociales que consumen productos de alta calidad, mientras que los trabajadores y trabajadoras agrícolas son tratados como mercancías (Mintz, 1999). Las poblacionales vulnerables como mujeres, indígenas, migrantes y pobres, constituyen una gran parte de las y los trabajadores agrícolas alrededor del mundo, entre quienes se reportan altos índices de inseguridad alimentaria (FAO, 2017), situación que también se vive en México (Castañeda, 2017; Manjarrez, Tarango y Hernández, 2015; Rosales, Ortega, De Zapien, Paniagua, Zapien, Ingram y Aranda et al 2012).

Comprendemos la alimentación como un proceso indispensable para la reproducción biológica y social, relacionada con elementos políticos, económicos, ecológicos y socioculturales. Ésta incluye prácticas para disponer de insumos, por medio del trabajo asalariado, de la producción para el autoconsumo y/o del intercambio de alimentos, la organización de los menús, horarios, la limpieza de utensilios y la distribución de los alimentos (Contreras, 2008; Hintze, 1997; Mintz, 1999; Para, Visión y Piña, 2013). La alimentación desde una perspectiva macro implica situar a los actores frente a un mercado globalizado que busca homogenizar los patrones alimentarios, así como analizar las negociaciones y prácticas entre los actores intersectadas por las desigualdades económicas, de género, etnia y edad, que les ubica en distintas posiciones de poder.

Para esta investigación etnográfica se realizaron observaciones de campo y entrevistas a migrantes internos pendulares y asentados procedentes del sur-sureste de México que se insertaron en la agroindustria en la región noroeste, conocida como Ruta del Pacífico, integrada por Sinaloa, Sonora, Baja California y Baja California Sur (Grammont y Lara, 2004). El estudio se realizó en el poblado Miguel Alemán (ver mapa 1), perteneciente al municipio de Hermosillo, Sonora. ´

Elaborado por Emmanuel Valencia Barrera, Laboratorio Laboratorio de Análisis de Información Geográfica y Estadística de El Colegio de La Frontera Sur 

A partir de 1980 el Poblado pasó de ser una zona de ejidatarios y productores locales, a una comunidad semi rural (Pérez, 2014). Alrededor de la comunidad se encuentran más de 200 campos agrícolas pertenecientes al distrito de riego 051 Costa de Hermosillo, donde más del 98% de pozos para el riego por bombeo son privados. Esta zona agrícola altamente tecnificada genera el 53.7% de las exportaciones en el estado, que se destinan a la Unión Europea, Canadá, Asia y algunos países de Suramérica. El trabajo agrícola intensivo durante todo el año, posibilita que el 30% de los jornales en el estado se contraten en esta área (Villa y Bracamonte, 2013).

Durante el ciclo agrícola 2013-2014 se reportó una superficie cultivada de 46 493 hectáreas, cuyo valor de cosecha fue mayor a los 4 mil millones y medio de pesos. Los cultivos con mayor valor de cosecha son la vid de mesa, el nogal y los cítricos que se producen casi todo el año, mientras que en primavera-verano la calabaza, la sandía y el melón son los de mayor valor. Durante el otoño-invierno se siembra garbanzo, trigo, cártamo y otros forrajes, sin embargo, su valor es significativamente menor comparado con frutas y hortalizas (CONAGUA, 2015).

El crecimiento de la comunidad se relaciona con el asentamiento de migrantes de Guerrero, Oaxaca, Veracruz, Chiapas y Puebla, algunos hablantes de lengua indígena por lo que se reconoce la multiculturalidad en este espacio geográfico. En 2016 se registraron 40 mil habitantes (IMPLAN Hermosillo, 2016) y en los últimos 10 años se han realizado gestiones para convertirlo en municipio, sin que a la fecha se haya logrado. Por los altos índices de marginación, el poblado fue incluido en 2013 entre las zonas prioritarias en el programa federal Cruzada contra el Hambre, en cuyo marco se puso en operación de un comedor comunitario (Gobierno de la República, 2013). Existen otros desayunadores y comedores de programas gubernamentales y de asociaciones para atender la inseguridad alimentaria de la población, a pesar de ubicarse en un estado con mayor índice de desarrollo humano, lo que deja ver las desigualdades entre e intra-estados.

En este contexto de migración y trabajo, nos preguntamos ¿cómo se organiza cotidianamente la alimentación entre las y los trabajadoras agrícolas asentados y pendulares? y ¿cuáles son las continuidades y cambios en las normas hegemónicas de género relacionadas con el proceso alimentario entre los dos tipos de migrantes? Asumimos que la migración define procesos diferenciados para los actores sociales, ya que el asentarse en el lugar de destino o mantener un movimiento pendular con la comunidad de origen, posibilita el acceso a ciertos recursos económicos, sociales y naturales. Migrar con el grupo doméstico o migrar solo/sola permea la vivencia de la alimentación cotidiana, ya que como refiere Faret (2010), los desplazamientos humanos llevan consigo discursos, prácticas, símbolos e identidades.

Antecedentes

La alimentación ha sido estudiada desde enfoques antropológicos, sociológicos, políticos, económicos, ecológicos y nutricionales coincidiendo en que es parte del trabajo doméstico realizado principalmente por las mujeres independientemente de la clase social y lugar de origen (Contreras y Gracia, 2005; Long, 2010; O’Connor, 2010). Desde la perspectiva de género1 se visibilizan las prácticas que las mujeres realizan para disponer de alimentos, así como cuestionar estas prácticas naturalizadas y atribuidas al género femenino (Beagan, Chapman, D´Sylva y Bassett 2008; Franco, 2013; Pérez y Gracia, 2013; Quiroga y Gago, 2014; Vizcarra, 2008). Desde esta perspectiva, investigadoras y activistas pusieron en la mesa de discusión las desigualdades en las relaciones de poder entre hombres y mujeres que posibilitan el acceso diferente a recursos, materiales y simbólicos. Partimos de reconocer que existen ciertas normas hegemónicas sobre ser mujer y ser hombre, con ello prácticas y discursos, incluyendo una división social y sexual del trabajo (Rubin, 1986; Bogino y Fernández, 2017). Sin embargo, las normas no son estáticas y se reconfiguran en ciertos momentos y espacios, mostrando la capacidad de agencia de las y los actores.

Brunet y Santamarina (2016) y Pautassi (2016), refieren la necesidad de visibilizar esta división sexual y social del trabajo para analizar los ámbitos de desigualdades y discriminación. Diversos estudios refieren la reproducción de la división sexual y social del trabajo asalariado y no asalariado en países desarrollados y en vías de desarrollo (Brunet y Santamaria, 2016; Hesmondhalgh y Baker, 2015; Hirschmann, 2016; Kleider, 2015; Platt y Polavieja, 2016; Withers y Biyanwila, 2014; Yavorsky, Kamp y Schoppe-Sullivan, 2015). La incorporación de las mujeres al trabajo asalariado implica mayores cargas de trabajo, tal como lo muestran las mediciones del uso del tiempo, ya que a la par del trabajo remunerado, continúan siendo las principales responsables del trabajo doméstico y de cuidados, incluyendo la alimentación (Eurostat Statitics Explained, 2017; Villamizar, 2011). En México, la Encuesta Nacional del Uso del Tiempo (ENUT, 2014) registra que los varones dedican al trabajo remunerado el doble del tiempo en comparación con las mujeres, pero ellas triplican el tiempo dedicado a las actividades no remuneradas del hogar, como cocinar, limpiar y lavar, actividades a las cuales menos tiempo dedican los hombres (INMUJERES e INEGI, 2015). García y De Oliveira (2011) refieren que a pesar de la incursión de las mujeres al trabajo asalariado, no se ha posibilitado una redistribución de cuidados y tareas domésticas. De acuerdo a Sorj (2014), es el distanciamiento masculino del trabajo doméstico lo que permite preservar las desigualdades de género en todas las clases sociales.

La organización social moderna ha posicionado a las mujeres en las esferas públicas y las ha puesto a competir en el mercado del trabajo sin contar con las condiciones necesarias para compartir las tareas domésticas, incluyendo la alimentación. Desde la economía feminista, se reitera que las actividades no asalariadas necesarias para la reproducción social no son valoradas en el sistema económico (Federici, 2013; Mies, 1998). Federici (2013) argumenta que la participación de las mujeres en el trabajo asalariado no ha cambiado las relaciones entre hombres y mujeres, y que ambos son explotados por un sistema que valora el trabajo asalariado, desvalorizando el trabajo de cuidados, crianza y alimentación. Así, la incursión de las mujeres al trabajo asalariado obedece a una lógica masculina que no concilia este trabajo con el doméstico (Macías y Parada, 2013), a la vez que expone a los hombres a mecanismos que comprometen su vida e integridad física (Izquierdo, 2004).

Analizar el trabajo de cuidados, incluida la alimentación como refiere Pautassi (2016), permite reconocer las prácticas necesarias para la reproducción humana, así como analizar la forma en que Estado, el mercado, la comunidad y los grupos domésticos se organizan. Visibilizar la tarea de preparar alimentos, limpiar utensilios y organizar continuamente esta actividad, es parte de la agenda feminista de cuidados para reinvidicar lo que las mujeres hacen y posicionarlas como productivas frente al modelo económico hegemónico (Izquierdo, 2004; Pérez, 2011). Asimismo, es necesario reconocer la carga mental que implica organizar esta tarea, sobre todo cuando los recursos son escasos, poniendo en marcha estrategias que demuestran la capacidad de agencia de los actores y particularmente de las mujeres, en contextos de vulnerabilidad y precariedad. Uno de estos contextos son las comunidades alrededor de los campos agrícolas donde se asientan temporal o definitivamente mujeres y hombres jornaleros agrícolas migrantes, como es el poblado con altos índices de marginación.

Arias (2013) analiza cómo los procesos migratorios, la crisis económica y los modos de empleo trastocan la organización y estrategias de los grupos domésticos de las zonas rurales del sur-sureste mexicano, que viven un deterioro del valor social del campesinado. La autora refiere que desde la perspectiva de género se permite visibilizar los conflictos y reconfiguraciones de género vinculadas con la movilidad humana. Por su parte, Salazar (2012) documenta la toma de decisiones de las mujeres migrantes en los espacios domésticos como expresiones de autonomía relacionadas con el uso de recursos económicos.

King, Dalipaj y Mai (2006) refieren la reproducción de roles de género durante los procesos migratorios y aunque hay cambios aparentes, estos son entre las distintas generaciones. Platt y Polavieja (2016) muestran que las actitudes sobre la división del trabajo formadas durante la socialización temprana tienen efectos significativos en los comportamientos y actitudes en la adultez. Vázquez (2015) refiere una flexibilización de los roles de género en las prácticas culinarias entre migrantes mexicanos que tienen negocios de comida en Estados Unidos como un traspaso del conocimiento doméstico al ámbito público, y agregaríamos, a la lógica de mercado.

En esta investigación se parte de analizar las relaciones de género intersectadas por procesos de desigualdad social, económica y étnica, vinculados con el trabajo flexible y la migración entre un grupo poblacional vulnerado en muchos de sus derechos humanos, como son los y las trabajadoras agrícolas. Nos interesa analizar procesos que trastocan práctica y/o ideológicamente las normas hegemónicas de género a través del proceso alimentario.

Metodología

Para conocer las prácticas durante el proceso alimentario partimos de la etnografía, método de investigación social que requiere de diversas fuentes de información para comprender la vida cotidiana de los actores y el sentido de los procesos sociales (Hammersley y Atkinson, 1994). Entre estas fuentes, utilizamos la entrevista ya que posibilita la expresión de opiniones a las que el investigador o la investigadora atiende y relaciona con los temas de su interés, tratando de llevar una conversación fluida y natural (Taylor y Bogdan, 1994; Valles, 2002). Para la entrevista a profundidad se usó una guía temática para comprender la cotidianidad desde el punto de vista del actor, donde la confianza es un elemento central para el diálogo. En esta se registra el lenguaje verbal y no verbal para la interpretación del dato (Robles, 2011).

Este trabajo deriva de una investigación titulada “Relaciones sociales y prácticas de alimentación de migrantes del sureste mexicano residentes en una comunidad agroindustrial de Sonora”, que fue aprobaba por el comité de ética de El Colegio de la Frontera Sur. Realizamos entrevistas a profundidad, entrevistas semiestructuradas con diversos actores (encargados y encargadas de tiendas de autoservicio, abarrotes, de fondas y de programas de alimentación), observación participante y no participante durante varios periodos entre enero de 2016 y enero de 2018. La observación incluyó el acompañamiento a las compras de los víveres, la preparación de alimentos, el recorrido en los camiones urbanos, estancia en las centrales de autobuses, puestos de comidas, visita a establecimientos trasnacionales y locales que expenden alimentos, así como a desayunadores y comedores gratuitos que dan servicio a niñas, niños y adultos mayores.

Reportamos datos empíricos de entrevistas a profundidad realizadas a mujeres y hombres originarios de estados del sur y sureste mexicano, con experiencia de trabajar o haber trabajado en campos agrícolas. Se solicitó el consentimiento informado de las/os participantes y se utilizaron pseudónimos para proteger su confidencialidad. Se reiteró el derecho a declinar la participación y/o a no responder. Algunas de las entrevistas fueron grabadas, de otras se tomaron notas durante su realización, todas se transcribieron. Las entrevistas y el diario de campo fueron codificados con el programa Nvivo 10.

Si bien la investigación no se realizó dentro de los campos agrícolas, las y los participantes se habían empleado al menos una vez como jornaleros. Algunos vivieron temporalmente en los campos y después se asentaron en el poblado Miguel Alemán. Los migrantes asentados fueron aquellos/as que tenían más de cuatro años de residencia y los migrantes pendulares aquellos que se desplazaban temporalmente por motivos laborales pero que no cambiaban su lugar de residencia formal (Chávez, 1999; Sedesol, 2010). Se realizaron 21 entrevistas a 10 migrantes asentados y 11 pendulares, provenientes de zonas rurales de estados del sur de México: Puebla (1), Oaxaca (2), Veracruz (4), Chiapas (7) y Guerrero (7). Once participantes eran mujeres y 10 hombres, y sus edades iban de los 18 a los 74 años (ver tabla 1).

Tabla 1 Perfil sociodemográfico de participantes en entrevistas. 

Tipo de migración Pseudónimo Edad Sexo Lugar de origen Estado Civil Lengua indígena Escolaridad
Migrantes asentados Isaura 52 F Veracruz Casada No Ninguna
Esperanza 73 F Chiapas Unión libre No Ninguna
Esteban 74 M Chiapas Unión libre No Ninguna
Celia 34 F Oaxaca Casada No Secundaria
Elena 40 F Chiapas Unión libre Maya Ninguna
Jorge 18 M Oaxaca Soltero Mixteco Secundaria inconclusa
Angelina 50 F Chiapas Unión libre No Ninguna
Mónica 24 F Guerrero Unión libre Nahua Preparatoria inconclusa
Arnoldo 50 M Guerrero Casado No Ninguna
Teresa 50 F Guerrero Casada No Ninguna
Migrantes pendulares Lucía 24 F Guerrero Unión libre No ND
José 30 M Guerrero Unión libre No ND
Isidro 30 M Guerrero Casado Nahua Ninguna
Eduardo 56 M Guerrero Divorciado No Preparatoria inconclusa
Sofía ND F Veracruz Unión libre No Ninguna
Bernardo ND M Veracruz Unión libre No ND
Luz 24 F Chiapas Unión libre No Preparatoria inconclusa
Alma 47 F Veracruz Casada No Ninguna
Juan 18 M Chiapas Soltero Zoque Preparatoria inconclusa
Anselmo 24 M Puebla Soltero No Primaria
Germán 25 M Chiapas Soltero Zoque Primaria

F: Femenino

M: Masculino

ND: No dato

Fuente: elaboración propia con datos de las entrevistas

Todas/os trabajaron o trabajaban en los campos agrícolas al momento del estudio y algunos/as se habían insertado en otras actividades productivas temporales, como la venta de comida y el cuidado de niños. Algunos contaban con casas propias, mientras que otros rentaban temporalmente en “cuarterías”, conjunto de habitaciones ubicadas en un terreno compartido (ver tabla 2).

Tabla 2 Características socioeconómicas de participantes en entrevistas. 

Tipo de migración Pseudónimo Tiempo de residir en el poblado GD* Trabajo asalariado Características de la vivienda
Migrantes asentados Isaura 20 años 11 Venta de lonches Casa propia. Construida con block
Esperanza 20 años 9 Venta de productos de traspatio Terreno en proceso de pago. 3 cuartos de adobe. Un cuarto con block y lámina aluminio
Esteban 20 años 9 Venta de botes de aluminio Terreno en proceso de pago. 3 cuartos de adobe. Un cuarto con block y lámina aluminio
Celia 14 años 5 Trabajadora agrícola y concesionaria de camioneta Casa propia. Block y techos con láminas de aluminio
Elena 7 años 4 Cuidado de menores en su hogar Terreno invadido. Dos cuartos de adobe y lámina de cartón
Jorge 4 años 6 Trabajador agrícola y ayudante de albañil Casa propia. Cuartos de block y techos de lámina de aluminio.
Angelina 12 años 8 Venta de comidas y trabajadora agrícola Casa propia. Cuartos de block y techos de lámina de aluminio
Mónica 5 años 4 Trabajadora agrícola Renta habitación en cuartería
Arnoldo 22 años 2 Comerciante Casa propia. Cuartos de block y techos de lámina de aluminio
Teresa 22 años 2 Trabajadora agrícola, Venta de lonches Casa propia. Cuartos de block y techos de lámina de aluminio
Migrantes pendulares Lucía 3 meses 5 Trabajadora agrícola Renta habitación en cuartería
José 3 meses 5 Trabajadora agrícola Renta habitación en cuartería
Isidro 3 meses 1 Trabajador agrícola Renta habitación en cuartería
Eduardo 6 meses 1 Trabajadora agrícola Velador Casa móvil ubicada en taller mecánico
Sofía 9 meses 2 Trabajadora agrícola Renta habitación en cuartería
Bernardo 9 meses 2 Trabajador agrícola Renta habitación en cuartería
Luz 1 año 8 Trabajadora agrícola Habitación de block prestada
Alma 3 años 3 Vendedora ambulante de aguas frescas Renta habitación en cuartería
Juan 5 meses 1 Trabajador agrícola Renta habitación en cuartería
Anselmo 2 años 1 Trabajador agrícola Renta habitación en cuartería
Germán 2 años 1 Ayudante en taquería Renta habitación en cuartería

*Número de integrantes de grupo doméstico al momento del trabajo de campo

Fuente: elaboración propia con datos de las entrevistas

Resultados

Los resultados se organizaron en cuatro apartados, considerando el tipo de migración de los y las participantes: migrantes asentados y migrantes pendulares en relación con la reproducción de las normas hegemónicas de género, así como aquellos indicios de cambio de estas normas.

“Se sufre un poco, no te atiendes igual”: normas hegemónicas de género y alimentación entre migrantes pendulares

En este apartado analizamos los testimonios de migrantes pendulares que indicaron una reproducción y persistencia de las normas hegemónicas de género relacionadas con el proceso alimentario, referidas a la organización de este trabajo en los lugares de origen y los de tránsito. La mayoría de los y las participantes provenían de localidades rurales del sureste mexicano, en las cuales se ha vivido un histórico proceso de descampenización desde la mitad del siglo XX (Rubio, 1987), cuya división sexual y social del trabajo es explicada por Isidro:

La mujer en Guerrero no trabaja, nosotros estamos más o menos acostumbrados a que siempre nosotros, desde nuestros padres, salen a trabajar ellos y ellas, las mujeres en la cocina y si tienen niños, los cuidan. Cuando viene para acá, te ayuda, a veces, un poco a trabajar (en el campo agrícola), casi no trabaja, están en la casa (Isidro, Guerrero).2

Este testimonio explica las normas hegemónicas de género en la reproducción social tanto en los lugares de origen como en los de asentamiento, visibilizando la diferente valoración social del trabajo doméstico y asalariado, al señalar que la mujer “casi no trabaja”. Esto es posibilitado por un sistema que valora el trabajo generador de ganancias monetarias, mientras que desvaloriza el trabajo doméstico y de cuidados, esenciales para la reproducción social (Federici, 2013; Mies, 1998), tanto en los contextos otrora basados en el autoconsumo como en los mercantilizados. A esto se suma la idea de “ayuda”, del salario de las mujeres a la economía doméstica, a pesar de que en ciertos periodos del trabajo agrícola se favorece la contratación de mujeres por el tipo de labor a realizar y son ellas las principales proveedoras (Calvario, 2014).

Los hombres que migran pendularmente solos o con otros hombres, ponen en práctica estrategias temporales para disponer y acceder a los alimentos, como comprar “lonches3 y/o convertirse en “abonados” de otras mujeres que generalmente provienen del sur de México, quienes “nos asistían; pagamos para comer” (José, Guerrero), mientras que Germán (Chiapas) narra la gestión de este servicio “si iba con un taxista, le decía a la esposa o al taxista, que me hiciera lonche, se lo iba a pagar, y si, con confianza, no quedaba mal, pagaba.

El saber culinario socialmente atribuido a las mujeres adquiere un valor económico en este contexto, un sentido de asistencia, comprendida como ayuda dada a cambio de retribución monetaria. Esta actividad significaba una triple jornada para las mujeres y una extensión de su rol como cuidadoras permanentes, mientras que los días de descanso desaparecen, ya que “trabajaba en el campo, tenía abonados, los fines de semana hacía tamales, comidas” (Alma, Veracruz).

Ser abonados significa ser una persona confiable por sus características personales y su estatus social, con quien se realiza un contrato, comúnmente informal, para la prestación de un servicio. En campo se observaron diversos acuerdos verbales para este servicio, que van desde “dice el Pancho que si mañana le puedes hacer el lonche” (Lauro, Veracruz), hasta recomendaciones de unos trabajadores a otros de este servicio: “yo le digo mis tías, te hacen con amor los tacos” (Anselmo, Puebla). Este testimonio muestra el vínculo entre los afectos y los alimentos, así como de las relaciones que se construyen frente a las nostalgias y la expresión de cuidado por parte de una mujer a través de la alimentación, mecanismo que reproduce las normativas hegemónicas de género. Sin embargo, algunas participantes refirieron la probabilidad de no recibir el pago semanal, debido a la movilidad constante de los trabajadores y a que es posible romper estos acuerdos verbales y con ello, estas relaciones de confianza.

Esta opción de empleo se posibilita por el número de hombres que migran solos o con otros hombres, y que buscan a cocineras con la sazón de sus lugares de origen, que de acuerdo con Vázquez (2015) es un conocimiento altamente valorado entre migrantes para conservar la identidad culinaria y el sentido de pertenencia. Por otro lado, migrantes pendulares que se movilizan en grupo y, en el cual hay una mujer, tienen otra experiencia, ya que ella se encarga de la alimentación, acentuándose la carga laboral. A pesar de que ellas generan ingresos, generalmente no se comparte esta tarea, por lo que la jornada empieza a las 3 ó 4 de la mañana para preparar los lonches que llevarán a los campos: “Me paro a las 4 de la mañana, eché la tortilla de él y como doy de comer a mi cuñado, les hago comida y los tacos. Sale más barato que comprar tortilla” (Lucía, Guerrero).

Para algunos hombres que migran solos el proceso cotidiano de comer se vive como un sufrimiento relacionado con no disponer de alimentos y no contar con el trabajo de las mujeres en su preparación. Se reproduce un discurso que las sitúa en el espacio doméstico como una actividad esperada y deseada, una solución a las necesidades de alimentación de los demás: “Como sufre uno pa acá, pero ya me voy a traer a la familia… Aquí no cocino, ya que venga mi esposa, me va a cocinar ella” (Isidro, Guerrero).

Estos testimonios indican la reproducción de las normas hegemónicas de género, que se expresa en el “me va a cocinar ella”, o en “se sufre un poco, no te atiendes igual” (Juan, Chiapas), que por un lado se refiere al consumo de comida sin sabor, por otro significa no contar con el trabajo que las mujeres realizan en sus lugares de origen, quienes atienden y cuidan, ya que “quisiera estar con mi viejita, aunque sea frijolitos siempre tenía” (Lauro, Veracruz).

Se reitera la carencia de alimentos como sufrimiento para referir emociones vinculadas a la comida analizadas como nostalgia alimentaria (Pérez y Alcaraz, 2007; Vázquez, 2015; Tuñón y Martínez, s.f.), y que están ligadas a las relaciones sociales que se pierden, a la expresión de cuidado y atención brindada por las mujeres. Los hombres que migran solos reconocen la tarea de las mujeres en la alimentación, mientras que la ruptura de las relaciones sociales que rebasan el acto de comer se vive como sufrimiento, tristeza y falta de adaptación al contexto de migración. Algunos reproducen las normas hegemónicas de género al buscar los servicios de otras mujeres para disponer de alimentos, convirtiéndose en “abonados”. La tarea de alimentar a otros es mercantilizada en un contexto al cual se viene “a sufrir” (Juan, Chiapas), sufrimiento que es distinto para ellos y ellas, ya que para las mujeres significa mayor trabajo, ya que “llegamos y hacemos lo que traemos del súper, guisamos rápido pa venir a comer… Aquí estamos sufriendo mucho por la comida” (Sofía, Veracruz).

“Hacíamos de dos”: indicios de cambio en las normas hegemónicas de género y alimentación entre migrantes pendulares

En las entrevistas y observaciones de campo encontramos testimonios que indican cambios en las prácticas de alimentación en las que participan los hombres. Aunque en el imaginario social la alimentación es una actividad atribuida a las mujeres, existen espacios y momentos en los que los hombres se involucran más allá de proveer económicamente, como refiere Isidro:

Allá [en Estados Unidos] aprendemos igual que la mujer aquí, haz de cuenta que hacíamos de dos, trabajábamos, cocinábamos y allá venden comida pero es más caro… Aprendimos porque aquí nunca habíamos cocinado, haz de cuenta que otro que se había ido, ahí te enseñan: “mira cómo se prepara, prepárate comida, porque también te va a tocar” y pues ni modo, te acercas, ves cómo lo prepara. Ahí se enseña uno, igual te levantas temprano, te haces [de comer]. Muchos cambios, muy diferente en cada parte a las que llega uno (Isidro, Guerrero).

Estos cambios se relacionan con procesos históricos de migración de hombres solos hacia Estados Unidos, que como Hondagenaou (1994) refiere, favorecieron algunas transiciones de género relacionadas con la alimentación. Además otras condiciones estructurales que posibilitan o imposibilitan la participación masculina en el proceso alimentario (como el alto costo de los alimentos preparados en el mercado estadounidense), que propicia se socialice el saber culinario entre los hombres, dando lugar a una organización social y doméstica distinta a la del lugar de origen. La experiencia de migración internacional muestra la participación de los hombres en el proceso alimentario y las negociaciones respecto al trabajo asalariado de la mujer, como Eduardo relata “yo le dije que no trabajara para que hiciera la comida, pero (ella) quiso trabajar” (Guerrero), así como conocimientos y prácticas nuevas (como aprender a cocinar), “a veces cocino, porque sé cocinar… [pero] me da tristeza, me pongo triste. Muchos que vienen en parejas se hacen de comer…, mejor ando comprando la comida” (Eduardo, Guerrero).

La vivencia de la comida se vincula con las relaciones sociales que se trastocan al migrar solo y al sentimiento de tristeza y soledad que se concretiza en un proceso como el comer, y a pesar de saber cocinar, la nostalgia se vive como parte del proceso alimentario en un contexto sociocultural distinto.

Por otro lado, las jornadas de las mujeres migrantes pendulares se duplican o triplican ya que son las responsables del cuidado de los hijos, la limpieza del hogar, además de diseñar estrategias de ahorro en condiciones de precariedad, lo que se complejiza cuando no se consolidan redes sociales de apoyo al movilizarse constantemente. Cuando hay niños o niñas pequeñas que migran, la participación económica de las mujeres se diversifica insertándose en actividades como la venta ambulante de alimentos y bebidas: “Trabajo vendiendo tepache… Como aquí no hay guarderías en los campos, mejor aquí estoy viendo al niño y en la tarde se va a la escuela… Como a las 5 nos vamos a la casa, a hacer comida, cena, o si mi marido llega antes, él la prepara” (Alma, Veracruz). Alma nos relata en su cotidianidad cómo enlaza el trabajo, la crianza y la alimentación, ya que las precarias redes sociales de apoyo y la ausencia de prestaciones de cuidados en los campos agrícolas, dificultan su inserción a este trabajo.

Los tres migrantes pendulares más jóvenes (de 18, 24 y 25 años) que migran solos y no cuentan con pareja ni en el lugar de origen ni de tránsito, también han aprendido a cocinar. Los tres provienen de familias conformadas por varios hijos varones y una hermana menor y aunque refieren que sus madres eran las responsables de la alimentación, les enseñaron desde temprana edad, ya que ellas salían a trabajar fuera del hogar. Germán (Chiapas) comenta: “te enseña tu mamá o tu papá, mi papá también sabía cocinar”. El trabajo asalariado fuera del hogar por parte de la madre se relaciona con la participación en la alimentación desde temprana edad entre los tres entrevistados más jóvenes. Sin embargo, sus prácticas transitan desde encargarse ellos mismos de su alimentación y la de otros compañeros con quienes migran y/o viven los lugares de tránsito, hasta comer dentro de los campos, o bien, ser abonados de algunas mujeres.

Las experiencias antes narradas nos muestran el abanico de posibilidades de participación masculina en el proceso alimentario, relacionado con la migración en solitario, con otros hombres o bien, cuando una mujer es parte de la movilidad. De acuerdo a Pizarro (2010) y Vázquez (2015) y la migración se relaciona con nuevas configuraciones en la participación de los hombres en la preparación de alimentos, sin embargo, se conservan los valores e ideologías de género tradicionales, aun entre los más jóvenes.

“Las mujeres no trabajan, los hombres si trabajan género y alimentación entre migrantes asentada/os

Como mencionamos antes, la mayoría de las y los participantes en nuestro estudio provienen de zonas rurales del sur y sureste mexicano, que a mitad del siglo XX empezaron a vivir un proceso de transformación en los modos de producción y de organización comunitaria, pero que al migrar y asentarse en una comunidad rural basada en la agricultura extensiva, provocó también cambios en diversos aspectos de la vida cotidiana, incluyendo la alimentación:

Allá mi mamá hacía la comida y yo las tortillas... mi papá se iba ya tarde a trabajar, y yo iba después con la comida. Aquí te tienes que levantar temprano, nos vamos juntos [su pareja y ella], te tienes que levantar y tortear [hacer tortillas]…, tienes que desayunar en la mañana, al medio día, porque trabajas mucho, te da hambre (Mónica, Guerrero).

El trabajo intensivo en los campos agrícolas trastoca las prácticas de alimentación y para las mujeres implica insertarse al trabajo asalariado a la par de la crianza y alimentación, lo que se traduce en mayor inversión de tiempo, además de la inversión monetaria para pagar con su sueldo el cuidado de los hijos. Como señalan Izquierdo (2004) y Pérez (2011) en las sociedades actuales, los cuidados se precarizan y se viven como asunto privado de las mujeres.

Por otro lado, al igual que los estudios de Aguirre (2013), Marroni (2000), Oxfam (2011), Rodríguez (2015) y Vázquez (2014), también encontramos prácticas de cultivo de traspatio y de cría de animales que generalmente las realizan mujeres, tarea que en los lugares de origen eran compartidas, o al menos, socialmente atribuidas al hombre, como expresión de la división sexual del trabajo. Jorge (Oaxaca) relata: “Allá no hay trabajo, por eso nos vinimos, los hombres van de cacería, siembran frijol, maíz y con eso comen y aquí no se puede sembrar. Mi mamá en el verano siembra tomate, chile, ella siempre tiene allá atrás en el patio” (Jorge, Oaxaca).

Entre las mujeres encontramos cierta valoración social del uso del tiempo al decir, por ejemplo: “yo soy la que va a comprar mandado, porque ellos no tienen tiempo… yo soy la de todo” (Isaura, Veracruz). Esta valoración se circunscribe a la posibilidad de generar ingresos económicos dentro del mercado formal y socialmente valorado. Los cuerpos mismos adquieren un valor para el capital, dado por la capacidad de producir bienes de consumo, mientras que los trabajos que permiten la reproducción social de la mano de obra a través de la crianza y los cuidados (incluida la alimentación) son invisibilizados pese a que el sistema se nutre de este trabajo no pagado (Federici, 2013; Mies, 1998). Esta valoración se socializa desde el nacimiento y se resume en testimonios como el siguiente: “las mujeres no trabajan, los hombres si trabajan” (Mónica, Guerrero).

En el caso de la alimentación se naturaliza esta actividad como femenina, lo que Jorge (Oaxaca) expresa claramente: “A veces nosotros cocinamos, pero no sabemos muy bien, nomás así, pero ellas son las que cocinan”. Se naturaliza el cocinar como un saber propio del género femenino, como una actividad “fácil” de realizar y que forma parte de las justificaciones racionales de la división sexual y social del trabajo (Beagan et al., 2008), como una actividad deseada y esperada, realizada eficazmente por las mujeres (Brunet y Santamaria, 2016). Al respecto, Arnoldo (Guerrero) refiere: “Antes cocinaba, pero a ella le gusta hacer comida, sí sé, pero ella la hace.

De esta manera, la reproducción social de los grupos domésticos y de las normas hegemónicas de género se articulan con las condiciones materiales de vida de las y los migrantes y se expresan tanto en el trabajo asalariado como en el trabajo de cuidados y en el diseño de estrategias de ahorro en condiciones de precariedad. La narrativa de Angelina (Chiapas) muestra cómo la mayor carga laboral, invisible para otros, se traslada al propio cuerpo: “Ahí trabajaba en el campo X, pero [ahora] me veo más vieja [muestra una fotografía suya], acaba mucho estar pensando en la comida, me envejecí.

La carga no es sólo física ni se expresa en el acto de cocinar, ya que el proceso alimentario incluye actividades como la supervisión de existencias, organización del menú, tiempos de comida, la planificación de compras en contextos de precariedad económica y complejas prácticas para el autoconsumo ante las difíciles condiciones ambientales, de suelo, acceso al agua y de tierra para cultivar. Cabe señalar que muchas de estas actividades son más invisibles que el mero acto de cocinar, traspasan el espacio físico de las cocinas y se relacionan con el mercado global de los alimentos y la lógica del trabajo flexible y precario. Aunque las y los migrantes acceden a alimentos por medio del dinero, la tarea física y mental de la alimentación se reproduce como una tarea femenina, que subordina aún más su posición al aumentar su carga laboral en el espacio doméstico y extradoméstico. Lo anterior se muestra en testimonios como el de Julio (Chiapas), ante el hecho de estar entre varias mujeres preparando tamales en la cocina, con su significado simbólico como lugar femenino: “aquí hay puras mujeres, ¿qué voy a hacer yo?

“No le quedaba de otra”: indicios de cambio entre migrantes asentados

En este apartado los datos empíricos se analizan como indicios de cambio en la participación de los hombres en el proceso alimentario e indican procesos de socialización temprana y otros procesos necesarios frente al contexto. Una de las entrevistadas refiere que sus hijos participan en la preparación de alimentos como actividad colectiva: “entre todos, cuando no tengo tiempo yo, lo hace mi esposo, lo hace mi hija y el niño está chiquito, pero ahí va aprendiendo” (Celia, Oaxaca). Esta “falta de tiempo” está marcada por la incursión de Celia al trabajo agrícola, así como por el embarazo, parto y puerperio, cuando el resto de los integrantes tienen una participación más activa. El reconocimiento del trabajo doméstico como una actividad de 24 horas, de distintas fases y relaciones dentro y fuera de la cocina, se significa en la vida de las mujeres como una oportunidad de valorar su trabajo en la reproducción social:

Yo trabajo aquí en la casa, no voy a trabajar al campo, pero yo trabajo aquí…, les digo a mis hijos: “aunque ustedes no lo quieran ver, yo trabajo más que ustedes, ustedes llegan del trabajo, se bañan, se sientan a ver la tele o a estar con el celular, y yo no, yo hasta la hora que me voy a acostar, yo sigo haciendo negocio.” Todos los días… Como atiendo abonados, es cansado, tiene una que madrugar, hacer la comida, las tortillas (Isaura, Veracruz).

Isaura, al igual que Alma y Teresa han ofrecido el servicio de alimentación, como una estrategia frente a las dificultades para trabajar como jornaleras debido al trabajo de cuidados y crianza de los hijos, nietos y nietas. Las hijas de Isaura y Angelina también participan de esta actividad económica, lo que implica intercambio de saberes, llegar a acuerdos, procesar las tensiones y definir mecanismos para asegurar el pago de este servicio, aunque en el imaginario no tenga la misma valoración social que el trabajo fuera de hogar.

Posicionar el trabajo de la alimentación como Isaura refiere, es parte de un proceso subjetivo de reconocimiento y valoración de esta actividad frente a las asalariadas fuera del hogar, lo cual también es reconocido por algunos varones como Esteban (Chiapas), quien dice que Esperanza “trabaja mucho, hace la comida en la mañana”. Por otro lado, las condiciones contextuales, como es la labor agrícola intensiva se relaciona con la participación de varones en actividades más allá de proveer económicamente:

Él me ayuda a cocinar, cuando trabajo él me ayuda, y ahorita que tengo la dieta [días de posparto]. Igual una se cansa, y si una les ayuda, ellos también que ayuden. Hay mujeres que dicen que van a trabajar y llegan, y el hombre se acuesta muy tranquilo, y ellas haciendo todo, yo así no trabajo (Celia, Oaxaca).

El discurso de Celia reproduce la idea de que su ingreso es “ayuda”, al tiempo que otorga una valoración social al trabajo asalariado y al trabajo doméstico, al señalar que ambos son productivos. Salazar (2012) refiere cómo el proceso migratorio y de trabajo agrícola de las mujeres transforma las relaciones de género, sobre todo en la toma de decisiones sobre el uso de los recursos económicos, mismos que se configuran como espacios de construcción de autonomía de las mujeres. A esto sumamos que los procesos de salud/enfermedad/atención y los momentos de atención a embarazos, posibilitan la participación de los hombres en la alimentación. Al respecto, Isaura menciona: “Mi esposo si me ve que andamos [su hija y ella] apuradas en la cocina, es el que me ayuda o a veces, que si me llego a enfermar, que si ve que no me puedo levantar, es cuando se pone a ayudar” (Isaura, Veracruz).

Estas “ayudas”, aunque se traten de prácticas temporales y acotadas a momentos y situaciones, son indicios de la participación de los hombres en actividades socialmente atribuidas a las mujeres, a pesar de que lo hagan como única alternativa frente a la atención a los embarazos, como Elena refiere: “Yo me encargo de las tres comidas pues a él no le gusta cocinar... Apenas cuando yo no estoy o estoy enferma, como cuando tuve a los niños, pues él sí se guisaba, no le quedaba de otra” (Elena, Chiapas).

La participación de los hombres asentados en el proceso alimentario se da en última instancia cuando las mujeres enferman o paren a sus hijos, lo cual muestra las dificultades para que las normas hegemónicas de género se transformen de fondo, a pesar de observarse cambios aparentes, voluntarios o forzados como única alternativa entre los hombres que cocinan “cuando están solitos nomás” (Esperanza, Chiapas). Si bien la misma informante señala que “si hay uno que le gusta guisar y hace una buena comida”, la expresión “le gusta”, implica un posicionamiento distinto a cuando se vive como una “ayuda”, aunque en ambos casos, la participación está mediada por la enfermedad o por la ausencia de la mujer responsable de la alimentación.

Cabe señalar que algunos hombres asentados, además de las actividades de limpieza y preparación de alimentos, participan en las compras en establecimientos públicos, espacio socialmente vinculado a las mujeres. Tal es el caso de Celia (Oaxaca), quien expresa: “Para ir al mandado (las compras de alimentos), vamos los dos, uno agarra una cosa, otro agarra otra... Igual los dos.” La experiencia biográfica de Celia permite comprender procesos relacionados con la migración, que dan lugar a negociaciones en el espacio doméstico, pero que no son compartidas por todas las participantes en nuestro estudio.

Discusión y conclusiones

Los datos empíricos nos permiten analizar procesos estructurales compartidos y relacionados con las normas hegemónicas de género y el proceso alimentario. El análisis muestra las posibilidades de resignificar las normas hegemónicas de género en relación con el tipo de migración (pendular o asentada), entre quienes migran solos y quienes migran con el grupo doméstico. Si bien estas resignificaciones no implican un cambio en el ámbito ideológico de las normativas de género, si posibilitan ciertas prácticas de acuerdo a los contextos y ciclo de los grupos domésticos.

En los testimonios de las y los trabajadores, así como la observación de la vida cotidiana constatamos las dobles y triples jornadas de las mujeres, que se comprueba en mediciones de los usos del tiempo (ENUT, 2014) y en las múltiples actividades que realizan en el espacio público y privado. A partir del dato cualitativo reconocemos que estas prácticas se viven como un cuidado constante, un cansancio invisible y no reconocido. No es nuestro objetivo revictimizar a las mujeres, sino posicionarlas como agentes, hacer visible el trabajo que realizan para mostrar la diversidad de prácticas, tensiones, ajustes y negociaciones relacionadas con la alimentación en contextos de migración y precariedad y como esto se expresa en algunas resignificaciones y reacomodos de las normativas de género.

Aunque en este trabajo no realizamos mediciones del tiempo, recuperamos a través de testimonios y de la observación en campo las distintas actividades asalariadas que realizan las mujeres fuera y dentro del espacio doméstico (como jornaleras, vendiendo comidas y productos de traspatio, cuidando de niños), como no asalariadas, incluida la alimentación, algunas de las cuales se realizan a la par. Continúan siendo ellas quienes realizan la mayor parte de las actividades vinculadas con el proceso alimentario y, aunque registramos algunos cambios, consideramos que éstos no cuestionan de fondo las normas hegemónicas de género. Al contrario, la alimentación se mercantiliza en condiciones de inseguridad para las mujeres que invierten trabajo, tiempo y dinero en la preparación de los lonches y comidas, que por un lado les permite diversificar la actividad asalariada, pero por otro las expone a abusos cuando algunos jornaleros no cubren el pago, expresión de una desvalorización de esta actividad en el mercado y que puede analizarse como señalan Izquierdo (2004) y Pérez (2011) como una extensión de la tarea de cuidar, entendida en este caso, como un servicio en contextos precarios y de movilidad humana.

Los datos empíricos muestran las prácticas de algunos hombres al involucrarse en actividades socialmente asignadas a las mujeres, sin embargo, las normas de género no se ven trastocadas, o son cambios aparentes como King et al. (2006) reportan. Concordamos con Salazar (2012) quien argumenta que las dinámicas de género entre migrantes se flexibilizan e indican un cambio de prácticas concretas.

Encontramos que la migración temporal de hombres solos posibilita aprender ciertas actividades del proceso alimentario que no realizaban en sus lugares de origen, como organizar menús y aprender a cocinar, una práctica estratégica y temporal que se deja cuando retornan. Sin embargo, cuando migran pendularmente con mujeres, su vivencia reproduce las normas de género, al ser ellas las encargadas de la alimentación a la vez que trabajan en los campos. Son ellas quienes tienen menos recursos materiales (como utensilios de cocina) y sociales al no contar con redes en los lugares de tránsito, por lo que la tarea de alimentar se complejiza en estas condiciones.

Por su parte, las/os migrantes asentados relatan el proceso de adaptación a la alimentación y los reacomodos que hacen en su vida cotidiana en relación con los momentos intensos de trabajo agrícola, la crianza y los procesos de salud/enfermedad/atención y los embarazos, cuando se da la participación de los hombres en la alimentación. Esta práctica desdibuja temporalmente las normas hegemónicas de género, implica para las mujeres la posibilidad de cuidarse y un posicionamiento de reivindicación de la tarea alimentaria, mientras los varones lo viven como única opción para cubrir su alimentación. Calvario (2014) refiere que los trabajadores agrícolas incursionan en algunas tareas domésticas debido a que en ciertos momentos se favorece la contratación de mujeres, aunque esto no impide que en otros momentos los hombres se expongan a ciertos riesgos laborales para cumplir su tarea de proveedor económico.

Una de las diferencias importantes que encontramos en los testimonios y experiencias en torno al proceso alimentario de las y los informantes se refiere al tiempo de asentamiento y/o de haber migrado, por lo cual en los grupos domésticos extensos asentados con mayor tiempo, las mujeres son las encargadas de gran parte de las actividades del proceso alimentario, mientras los otros trabajan en la agroindustria. Las mujeres asentadas son quienes refieren una mayor diversificación de las actividades económicas aparte del trabajo agrícola, cuyos ingresos se emplean principalmente en la compra de alimentos. Sin embargo, esto se dificulta para las adultas mayores quienes ven reducidas las oportunidades de trabajar fuera del hogar, y continúan cuidando y alimentando a los y las nietas sin recibir una remuneración.

En los grupos domésticos con menor tiempo de asentamiento, con hijos en edad escolar y en los cuales tanto padre como madre trabajan, los hombres participan en algunas actividades del proceso alimentario como las compras, lavar platos y preparar comida ante situaciones de enfermedad o de embarazos. Destaca que la incursión de los hombres está relacionada con procesos temporales y contextuales, pero ideológicamente no se modifican las normas hegemónicas de género.

Por otro lado, concluimos que las expresiones de nostalgia alimentaria incluyen además de una añoranza por los alimentos, el recuerdo de las relaciones sociales y las expresiones de cuidado vinculadas a la comida, que tenían en su familia y comunidad, mismas que se vivencian de forma diferenciada por género. Mientras que las mujeres ponen en práctica diversas estrategias para acceder y preparar alimentos socioculturalmente significativos (que incluyen traer, encargar y/o buscar productos del sur y sembrar en el traspatio), los hombres buscan quién cubra esa necesidad, a través de la remembranza de los sazones, convirtiéndose en abonados de las mujeres. Analizar esta nostalgia desde la perspectiva de género permite dar cuenta de las añoranzas de las relaciones que se pierden y/o se transforman al migrar, muchas de las cuales están vinculadas con la alimentación y el invisible trabajo de cuidados que las mujeres realizan.

Por último, concluimos que analizar la toma de decisiones en los espacios domésticos nos permite reconocer las posibilidades de ejercer la autonomía entre mujeres migrantes, cuestionar las normas hegemónicas de género tanto en las comunidades de origen como en las de tránsito y asentamiento, reconociendo su papel activo en el trabajo asalariado y no asalariado, incluyendo diversas prácticas del proceso alimentario que traspasan el espacio doméstico. Los datos etnográficos nos invitan a reflexionar sobre la necesidad de posicionar en la agenda feminista actual, los múltiples trabajos no asalariados de las mujeres como parte de la ética de cuidados y equidad en la esfera privada. Si bien se trata de procesos microsociales, se relacionan con la necesidad de politizar y democratizar la vida doméstica, en la que se incluye la alimentación.

Agradecimientos

Se agradece al Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología (CONACYT) por el apoyo para la realización de estudios de posgrado y de esta investigación.

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**CÓMO CITAR ESTE TRABAJO: Arellano, M. C., Alvarez, G., Tuñón, E., y Huicochea, L. (2018). El trabajo de alimentar: proceso alimentario entre trabajadores y trabajadoras agrícolas migrantes en Miguel Alemán, Sonora. Revista Interdisciplinaria de Estudios de Género de El Colegio de México, 4, 8 de octubre de 2018, e240, http://dx.doi.org/10.24201/eg.v4i0.240

1Reconocemos que los enfoques teóricos de género actuales rebasan el análisis de las identidades masculinas y femeninas como un binomio, y que existen expresiones diversas de las identidades de género. Sin embargo, aquí nos referiremos a las relaciones de poder y subordinación entre hombres y mujeres para analizar el proceso alimentario (Butler, 2007; Scott, 1996).

2En cada testimonio se indica el pseudónimo y el lugar de origen del o la participante.

3Consisten en tacos de tortillas de harina de trigo con frijoles bayos y algunos guisos con papas, chorizo, salchichas y jamón de bajo costo. Generalmente son 10 tacos que se consumen en dos tiempos: la mañana como desayuno y al medio día como comida. El precio va de los 300 a 350 pesos a la semana y algunas incluyen café soluble para el desayuno. Otras dan el servicio de cena en sus casas por 450 a la semana. Las preparaciones que realizan se ajustan a los ingredientes disponibles física y económicamente, algunas conservan el uso de tortilla de harina de maíz para los tacos o bien, combinan harina de trigo y de maíz.

Recibido: Marzo de 2018; Aprobado: Septiembre de 2018

* Autora para correspondencia: María del Carmen Arellano Gálvez, email: mcarellano@ecosur.edu.mx

María del Carmen Arellano Gálvez es candidata a doctora en ecología y desarrollo sustentable en El Colegio de la Frontera Sur. Es maestra en ciencias sociales por El Colegio de Sonora. Sus áreas de interés son violencia contra las mujeres, salud, migración, trabajo agrícola.

Guadalupe del Carmen Alvarez Gordillo es doctora en ciencias biológicas y de la salud por la Universidad Autónoma Metropolitana. Sus áreas de interés son estudios socioculturales en salud y enfermedades crónicas, participación comunitaria y gestión del riesgo de desastres.

Esperanza Tuñón Pablos es doctora en sociología por la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la Universidad Nacional Autónoma de México. Sus áreas de interés son género, sexualidad, salud reproductiva, migración, política social y participación social y comunitaria.

Laura Huicochea Gómez es doctora en antropología por el Instituto de Investigaciones Antropológicas y la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Nacional Autónoma de México. Sus áreas de interés son interculturalidad en salud en contextos de inequidad social, salud femenina, alimentación y el uso de recursos naturales.

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