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Revista interdisciplinaria de estudios de género de El Colegio de México

versión On-line ISSN 2395-9185

Rev. interdiscip. estud. género Col. Méx. vol.4  Ciudad de México  2018  Epub 03-Sep-2018

https://doi.org/10.24201/eg.v4i0.271 

Artículo

Buscar identidad, encontrar género. Algunas anotaciones en torno a Los topos

Search identity, find gender. Some annotations around Los topos

Silvana Mercedes Casali1 

1Instituto de Estudios Comunicacionales en Medios, Cultura y Poder Aníbal Ford (INESCO), Facultad de Periodismo y Comunicación Social (UNLP), La Plata, Argentina, email: silvana.m.casali@gmail.com


Resumen:

La ficción escrita puede ser el espacio en donde la sociedad moldea las preguntas de su tiempo. Una de las inquietudes de la Argentina de los últimos años ha sido la (re)construcción de la memoria del pasado setentista, especialmente desde la óptica de la generación nacida durante el terrorismo estatal. Un caso significativo de ello es la novela Los topos, de Félix Bruzzone, la cual aborda la cotidianeidad de un hijo de padres desaparecidos y deriva en el estallido de las normas familiares y de género. De esta forma, mediante un análisis de contenido y atendiendo al aporte teórico-conceptual de Judith Butler en Deshacer el género, ensayaremos puentes entre ambas obras, considerando tanto las maneras en que el género atraviesa la constitución de la identidad en Los topos como la potencialidad política de una dimensión que nos convoca a reconocer otras inteligibilidades sociales y a imaginar otros mundos posibles.

Palabras clave: ficción; género; identidad; Los topos

Abstract:

Written fiction can be the space where society molds the questions of its time. One of the concerns of Argentina in recent years has been the (re) construction of the memory of the seventies past, especially from the perspective of the generation born during state terrorism. A significant case of this is the novel Los topos, by Félix Bruzzone, which deals with the daily life of a child of disappeared parents and leads to the outbreak of family and gender norms. In this way, through a content analysis and taking into account the theoretical-conceptual contribution of Judith Butler in Undo the genre, we will rehearse bridges between both works, considering both the ways in which gender crosses the constitution of identity in Topos and the potential politics of a dimension that calls us to recognize other social intelligibilities and to imagine other possible worlds.

Key words: fiction; genre; identity; Los topos

Introducción

Según la crítica especializada -con diferencias de criterios de selección mínimos que no creemos valga la pena señalar- existen cuatro etapas en la literatura producida a partir de la última dictadura cívico militar en Argentina.

La primera corresponde a la escrita durante el terrorismo estatal, motivo por el cual es necesariamente elíptica. Uno de los ejemplos más citados es Respiración artificial, de Ricardo Piglia (2006 [1980]). La segunda es la literatura de testimonio, es decir, la de aquellos que padecieron el horror y necesitan reponer con la verdad las distorsiones y omisiones del discurso estatal represivo. Ejemplos de esta etapa son el informe Nunca más (2010 [1984]), realizado por la Comisión Nacional sobre la Desaparición de Personas (Conadep) y publicado en 1984 y Recuerdo de la muerte, del militante Miguel Bonasso (2010 [1984]). La tercera etapa es la de los testigos observadores, aquellos que fueron niños/as durante la dictadura y ahora, situados/as en un umbral literario -a medio camino entre la realidad y la ficción- recuerdan lo que pasó construyendo ese tiempo pasado con agregados de imaginación, es decir, permitiéndose cierta “libertad” literaria frente a la necesaria referencialidad que la etapa anterior exigía para con la realidad. Aquí podemos mencionar La casa de los conejos, de Laura Alcoba (2008).

Finalmente, la cuarta etapa es la de aquellos que nacieron durante el terrorismo de Estado y por lo tanto no tienen recuerdos personales sobre la represión. Estos escritores y escritoras dan un paso más: aunque por momentos sus cuentos y novelas parecieran querer reponer con la ficción aquello que sucedió y que ha sido negado por el Estado (¿dónde están los cuerpos desaparecidos?, por nombrar un ejemplo), en otros momentos rompen los límites del realismo y del costumbrismo y juegan con la fantasía, el absurdo e incluso con un trato distanciado y frío hacia el pasado. La primera novela de Félix Bruzzone pertenece a esta etapa, y podemos leerla como el producto de un integrante de la generación de posmemoria1 (Hirsch, 2008). Lejos de tener una mirada nostálgica o heroica respecto a la generación anterior, la narrativa de Bruzzone se posiciona de manera extrañada, irónica e incluso crítica, de reproche a los padres “por todos sus años de ausencia” (Bruzzone, 2008, p. 71)

Si, como afirma Judith Butler, la teoría “es una actividad que no está restringida al ámbito académico” y que se da cada vez “que emerge un conflicto sobre los valores, las prioridades o el lenguaje” (Butler, 2006, p. 249) es válido pensar la teoría de género a partir del universo de un texto de ficción y viceversa. Proponemos analizar la novela Los topos teniendo en cuenta los umbrales y las zonas fronterizas, donde no se puede delimitar a ciencia cierta “dónde empieza y dónde termina lo biológico, lo psíquico, lo discursivo y lo social” (Butler, 2006, p. 262) en la constitución de la personalidad del protagonista y de sus vínculos con el resto de los personajes.

Y es que en esta novela perteneciente a la cuarta etapa, los límites entre realidad y ficción2 parecen ser difusos. Esto, lejos de representar un problema, nos invita a observar con detenimiento qué es lo que sucede en el umbral donde el “mundo de mentira” parece decirnos algo verdadero sobre nuestra sociedad, señalando sus potencialidades y sus desconciertos. Ya veremos con Butler que pensar el género (también) implica tener en cuenta desde los alcances del sistema democrático hasta la capacidad de radicalizar lo que consideramos humano, que no es más que extender los límites normalizados.

Crisis identitaria, crisis de género

El narrador protagonista no nos dice cuál es su nombre: sólo sabemos que es hijo de desaparecidos, que fue criado por sus abuelos maternos, que es posible que tenga un hermano nacido en cautiverio y luego apropiado, y que no milita en Hijos e hijas por la Identidad y la Justicia contra el Olvido y el Silencio (HIJOS)3 ni en ninguna organización de derechos humanos. Lo que podemos inferir, debido a su recurrencia, es que toda su vida gira en torno al amor. Primero se enamora de Romina, militante de HIJOS pese a no tener familiares desaparecidos, quien intentará infructuosamente sumarlo a la causa.

Luego se enamora de Maira, una travesti que se prostituye, cuya actividad encubierta parece ser matar represores (y, como si fuera poco, podría resultar ser su hermano nacido en cautiverio). Maira desaparecerá misteriosamente. En el medio, el narrador conoce a Mariano, a quien lo une un sentimiento fraternal. “Con Romina había sido amor juvenil, con Maira amor desesperado y ahora, con Mariano, amor fraternal” (Bruzzone, 2008, p. 93). Más tarde, en Bariloche, se producirá el enamoramiento hacia el Alemán, un hombre violento, torturador (y hasta posible desaparecedor) de travestis. Tras cada vínculo amoroso la identidad del narrador deviene múltiple, condición misma de la capacidad de agencia del protagonista (Butler, 2006). Mientras busca (a Maira, a su hermano, a sí mismo) se siente “un intruso en la vida de todos”. Su rol en la sociedad varía (es albañil, es repostero, es travesti) pero “nunca es del todo fiel a la verdad” (Bruzzone, 2008, p. 132).

Si pensáramos que estamos ante un ejercicio de autoficción (Alberca, 2008) -y, conociendo la biografía del autor, contamos con motivos suficientes-, bien podríamos asegurar que lo que le sucede al narrador le ha sucedido a Félix Bruzzone. Sin embargo, el rumbo que toma la novela en su segunda etapa -donde se manifiesta más visiblemente eso que algunos autores han llamado crisis de representación realista- hace tambalear nuestra creencia. De todas formas, ¿qué sentido tendría verificar que lo que se narra manifiesta una correspondencia con la realidad? La literatura prescinde de esas exigencias.

Como señalamos, el mundo del protagonista gira en torno al amor y al deseo (radicalmente condicionado mas no determinado) que, como indica Butler (2006), es siempre deseo de reconocimiento. El deseo del narrador parece estar en el encuentro de su identidad, y quizá los vínculos amorosos que establece en el camino -y que a un mismo tiempo pierde- sean la manera más adecuada que encuentra para accionarlo. Cada pérdida construye un narrador más heterogéneo dado que cada una puede parecer:

algo temporal, pero puede ser que en esta experiencia nos sea revelado algo sobre nosotros mismos, algo que delinea los lazos que tenemos con los otros, que nos muestra que estas relaciones constituyen nuestro sentido del yo, que componen quiénes somos y que, cuando las perdemos, perdemos nuestro ser en un sentido fundamental: no sabemos quiénes somos ni lo que hacemos (Butler, 2006, p. 37).

Para el protagonista, la pregunta por la identidad pareciera estar en el pasado, porque el presente exige mirar hacia adelante o hacia atrás, y el futuro es incierto. Por eso decide volver a la casa donde habitó junto a sus abuelos -con ella también establece un vínculo amoroso- a la que encuentra deshabitada y abandonada: “Pensé que si alguien decidía vivir en ese lugar tendría que tirar la casa abajo o tomar medidas drásticas, todo estaba realmente muy mal” (Bruzzone, 2008, p. 38). De pronto se le ocurre ocupar la casa, arreglarla, volver: “Volver allá iba a significar la recuperación de muchas cosas, algo fundamental para seguir avanzando. Un paso hacia atrás que permitiría dar muchos hacia adelante” (Bruzzone, 2008, p. 39) ¿Qué es lo que podría recuperar de esa casa? ¿Seguir avanzando hacia dónde? La clave pareciera estar en el movimiento: el narrador nunca se detiene, el suyo es un nomadismo absoluto donde el deseo lo hace avanzar impulsivamente. Cuando pensábamos que la respuesta podía estar en ese pasado de infancia, el narrador se vuelve hacia el futuro:

A veces, ya en casa, me preguntaba si seguir a Maira no era una forma de evitar las averiguaciones sobre mi hermano. ¿Qué era primero, salvar el amor o el pasado? El amor era el futuro. El presente y el futuro. ¿Y el pasado? También, presente y futuro; pero la intensidad del pasado en el presente -y ni hablar en el futuro- era pequeña en comparación a la intensidad del amor. Ese era mi orden, entonces: primero amor. Y en todo caso: por qué no pensar sólo en dos términos, pasado y futuro, y olvidarse del presente, que casi siempre era malo. En ese caso, no había dudas: futuro, Maira, amor infinito, libertad, sociedad nueva, nuevo mundo (Bruzzone, 2008, p. 48).

Para el narrador, buscar su identidad no implica encontrar los restos de sus padres, o sólo confirmar la versión de su abuela acerca de un posible hermano nacido en cautiverio, sino también encontrarse con su (bi)sexualidad, descubrir su género, vestirse de mujer y enamorarse de un hombre. El género “se produce de una forma compleja a través de prácticas identificatorias y performativas, y […] no es tan claro o tan unívoco como a veces se nos hace creer” (Butler, 2006, p. 300). Por eso esa búsqueda es casi atolondrada, incierta, pero siempre con la dirección puesta en una verdad individual necesariamente colectiva: “hacia el hallazgo de mi verdad familiar y de todas las verdades posibles” (Bruzzone, 2008, p. 143). Lamentablemente para el narrador, al igual que sucede en la modernidad tardía con la fragmentación de la identidad (Hall y du Gay, 2003) esas verdades serán siempre fragmentarias, y quizá por esto mismo no podremos siquiera hablar de verdades, pues resultan escurridizas, incomprobables.

Lo destacable de esos vínculos amorosos -especialmente el que construye con Maira y luego con el Alemán- es la naturalidad con la que el protagonista los transita. Aparentemente puede correrse del proceso de normalización como si nada hubiera ocurrido: de un noviazgo heterosexual pasa a dormir con una travesti sin cuestionamientos (o al menos no los explicita); de repente sospecha que Maira puede ser su hermano y no lo invade un remordimiento atroz; más tarde se enamora del Alemán, torturador y posible desaparecedor de Maira, y hasta termina aceptando la convivencia junto a él. Y peor aún es que nosotros, lectores, también pareciéramos naturalizarlo. Se trata de lo que Paul B. Preciado, recuperando a Roland Barthes, ha recordado como “terrorismo textual” (Preciado, 2009, p. 137), es decir, un ejercicio que logra “intervenir socialmente” al “abrir un agujero en el lenguaje hegemónico” (Preciado, 2009, p. 138). ¿O qué otra cosa es enamorarse de un torturador -siendo Hijo de padres desaparecidos- sino un acto de terror que nos quita las palabras?

El reconocimiento

Sabemos que, lejos de ser definitiva, la construcción de la identidad es un proceso relacional, es decir, de reconocimiento. El yo, siempre posicionado fuera de sí, “busca y ofrece reconocimiento a otro […]; ‘nosotros’ que somos relacionales no existimos aparte de esas relaciones […] que siempre se refieren al legado histórico y al horizonte futuro” (Butler, 2006, p. 215). Cuando creíamos que el Otro a quien amar estaba en Romina, aparece Maira, y luego el Alemán y vuelta a empezar. Después de atravesar esos vínculos -esas pérdidas de sí - el protagonista no puede volver a ser el que era. “El precio del autoconocimiento será la pérdida de uno mismo, y el Otro plantea la posibilidad de obtener y socavar el autoconocimiento a la vez. No obstante, lo que resulta claro es que el yo nunca retorna a sí mismo sin el Otro, que su ‘relacionalidad’ se convierte en constitutiva de lo que el otro es” (Butler, 2006, p. 211). Bruzzone lo lleva al extremo.

Butler (2006) señala que sólo ocasionalmente tomamos la forma de una díada, por lo que podemos deducir que en verdad lo interesante no es la díada, es decir, los vínculos pasajeros del narrador con esos Otros, sino lo Otro de esos vínculos, lo que está más allá de toda triangulación sexual. Lo importante, como mencionamos, es ese legado histórico, ese horizonte futuro. “Vivimos de forma más o menos implícita con nociones de la realidad heredadas, con explicaciones ontológicas implícitas que determinan qué tipos de cuerpos y de sexualidades serán considerados reales y verdaderos, y cuáles no” (Butler, 2006, p. 303). Lo cierto es que el sólo hecho de ir más allá de las normas como entendemos al sexo y al género es reconocer el carácter cultural de nuestras miradas sobre el mundo; por más que como sujetos intentemos construir un relato coherente de nuestras vidas, el género nos recuerda que dicha construcción es múltiple, arbitraria y contingente: que nada está dado de una vez y para siempre. Y es que “el origen es tan performativo como la copia” (Butler, 2006, p. 296) y por eso, cuando el protagonista cambia de amores y de género con tal vértigo, advertimos que eso no es tan absurdo: sí lo es creer que hay algo naturalmente dado, concluyente.

En definitiva, lo que nos hace humanos varía socialmente. “Si deseo de una cierta manera, ¿seré capaz de vivir? ¿Habrá un lugar para mi vida y será reconocible para los demás, de los cuales dependo para mi existencia social?” (Butler, 2006, p. 15) En Los topos todas estas preguntas estallan: ¿cuánto puede haber de reconocible en la vida que el protagonista desea construir junto a Maira, que además de ser su amante mata-policías podría ser también su hermano nacido en cautiverio? Al volver la sospecha una certeza, la propuesta se redobla: se imagina viviendo con ella en el sur del país; entonces habrá que viajar y construir una casa que, no sin perturbarnos como lectores, el narrador llama una “cárcel de amor”.

Un único ambiente, además del baño y la cocina, y un entrepiso donde dormir abrazado a mi medio hermano (…) Si éramos hermanos nos arrepentiríamos de lo que habíamos hecho y seríamos inseparables (…) podríamos compartir un mismo hogar para siempre, siempre juntos y siempre pidiendo perdón por nuestro amor equivocado. Hasta podríamos construir muchas cabañas y alquilarlas o venderlas como cabañas de tiempo compartido. Nosotros las cuidaríamos -ella limpiaría, yo haría las refacciones- y hasta podríamos, según la afluencia de turistas, cambiar de casa una y otra vez para dejar en cada cabaña señales de nuestro amor. (Bruzzone, 2008, p. 72)

Su amor erótico se transforma en amor fraternal, su deseo está puesto ahora en cuidar de su hermano, en vivir la infancia negada, esa “dependencia necesaria que nunca dejamos totalmente atrás” (Butler, 2006, p. 44). Quiere que su hermano se entregue a él para ser cuidado, y más adelante podrán ser cuidados por el Alemán, como si el protagonista hubiera tomado nota del imperativo de Butler acerca de “expandir nuestra noción de parentesco más allá del marco heterosexual” (Butler, 2006, p. 47).

Si a la pregunta sobre la relación amorosa con Maira hemos respondido negativamente, nos espera un interrogante aún más difícil: ¿cuánto puede haber de reconocible en la vida que el protagonista desea construir junto al Alemán? Por la personalidad de este último, nuestra respuesta deberá evaluar no sólo el concepto hegeliano de reconocimiento, sino el de supervivencia, sabiendo que ella “no es suficiente, aunque no le puede acontecer nada más a un sujeto si no hay supervivencia” (Butler, 2006, p. 276).

Lo que resta es aprender a sobrevivir y “abrazar la destrucción y la rearticulación de lo humano en aras de un mundo más amplio y, en último término, menos violento, sin saber de antemano cuál será la forma precisa que toma y tomará nuestra humanidad” (Butler, 2006, p. 60). De acuerdo, pero ¿qué hacer cuando esa humanidad implica que el protagonista, siendo Hijo, forme pareja con el Alemán, un torturador y posible desaparecedor de Maira? Como lectores ya miramos con temor el plan de venganza del protagonista. Luego, cuando el plan cae y lo que el narrador siente por el Alemán es amor (aún después de sufrir por él una violenta golpiza, aún después de descubrir que en su tráiler guarda fotos de él vestido de boxeador y de travestis asesinados), lo que deseamos es que escape, porque ¿cuánto falta para ser la siguiente víctima? ¿Acaso estemos obviando que en la vulnerabilidad que sufre el protagonista hay erotización? ¿En el hecho de no saber qué sucederá o en presentir que su vida corre riesgo? “Siempre hay una dimensión de nosotros mismos y de nuestra relación con otros que no podemos conocer […] nos impulsa lo que no conocemos y no podemos conocer, y esta ‘pulsión’ (Trieb) es precisamente lo que no es ni exclusivamente biológico ni cultural, sino siempre el lugar de su densa convergencia” (Butler, 2006, p. 32). Otra vez, Bruzzone lleva esa dimensión a un abismo: la vulnerabilidad social del cuerpo de su protagonista es extrema. Y, sin embargo, el narrador es consciente sólo en fugaces momentos de la violencia que sobre él ejerce su agresor: “yo necesito mantenimientos especiales por todo lo que vos me hiciste. ¿Eso lo pensás muy seguido? A veces, es algo importante. Sí, claro” (Bruzzone, 2008, p. 183)

Neodesaparecidos o ciudadanía en suspenso

Una vez convenido que una de las preguntas de Los topos es por la identidad, nos encontramos ante la pregunta por el género de forma amplia, es decir, más allá de la diferencia sexual. Cuestionar nuestra identidad de género es poner en tensión nuestra humanidad, nuestra habitabilidad; es preguntarnos por los derechos humanos y por la materialidad de nuestras subjetividades. Ir más allá de la diferencia sexual es querer pensar nuestra “forma de ser un cuerpo en el mundo” (Butler, 2006, p. 250)

Si hace más de veinte años el género se aplicaba para señalar la discriminación hacia las mujeres, ahora el género significa prácticas con “diferentes cargas sociales y promesas” (Butler, 2006, p. 20). ¿Cuál era el horizonte de expectativas en este sentido, siendo un Hijo en la Argentina de los 90? Por lo que leemos, el imaginario social de ese colectivo era de lucha, de combate, de resignificación de la impunidad posibilitando -por utilizar los términos de Butler- la capacidad de ejercitar la agencia. En Los topos, un militante de HIJOS le reconoce al protagonista que en la organización conocen el accionar ilegal que ejerce Maira, su justicia por mano propia, pero la dejan actuar de todas maneras. Sin embargo, el límite es la institucionalidad, pues aunque en la informalidad reconocen que es una justiciera -“la información de ese tipo de hijos […] era muy valiosa” (Bruzzone, 2008, p. 60)-, discursivamente es políticamente incorrecto asumir las acciones terroristas que ella lleva a cabo en soledad.

En este sentido, pareciera que la vida de Maira no vale:

A nivel del discurso algunas vidas no se consideran en absoluto vidas, no pueden ser humanizadas; no encajan en el marco dominante de lo humano, y su deshumanización ocurre primero en este nivel. Este nivel luego da lugar a la violencia física, que, en cierto sentido, transmite el mensaje de la deshumanización que ya está funcionando en nuestra cultura (Butler, 2006, p. 45).

¿Son el amor y la pérdida de Maira menos verdaderos que el amor y la pérdida de Romina? Butler acudiría a la cuestión saber/poder foucaultiana. Sin embargo, si aún así la respuesta es positiva, es porque el ser posible de ciertas vidas, su habitabilidad -como las de Maira- están en riesgo y las normas, desconcertadas, pueden “mostrar su inestabilidad y abrirse a la resignificación” (Butler, 2006, p. 49). Siguiendo el razonamiento de Butler, Maira podría ser un “todavía no sujeto”, pues vive “en una zona de ciudadanía en suspenso” (Butler, 2006, pp. 157-277): no tiene derecho a que nadie la llore ni sienta el luto. Y, sin embargo, el hecho de estar oprimida (por la policía, por sujetos como el Alemán), significa que, aunque en un mínimo nivel, existe.

Lo que queda en el narrador cuando ella desaparece es la melancolía, “la alternativa suprimida y ambivalente al duelo” (Butler, 2006, p. 227). La solución será incorporar a Maira mediante la identificación, al punto de sentir que ha logrado realizar el sueño de ella: “ahora sé que vine a hacer lo que vos no pudiste, a ser feliz junto al hombre que iba a ser tuyo pero que ahora me tocó a mí” (Bruzzone, 2008, p. 154)

Hablar de Maira, de su desaparición, y hablar de la relación que un hijo de desaparecidos puede entablar con un torturador y posible asesino/desaparecedor es reconocer la complejidad de la condición humana. Poner en palabras esas escenas y darles un orden discursivo implica, como comunidad, acordar los límites de lo inteligible, de lo que puede reconocerse porque se vuelve decible. Y esto es sinónimo de sumergirse en lo político. Ante la pregunta retórica de Butler (2006) acerca de cómo pensar la política sin considerar estos lugares irrepresentables, la respuesta, tal como la autora señala, es que sólo una política que incorpore una comprensión crítica escapará del dogmatismo y será autorreflexiva.

Lo político, entonces, contiene a la supervivencia, pues se trata de crear un mundo vivible para aquellos que piensan su género y su deseo de forma no normativa. Esto es lo que exige una comprensión amplia del género, que emerge como una “cuestión política”, como una “categoría histórica” que no existe por fuera de un marco cultural y, por lo tanto, “está abierto a su continua reforma” (Butler, 2006, p. 25). Aquí Butler nos recuerda a Kate Millett, quien escribió sobre la necesidad de “considerar la relación que existe entre los sexos desde un punto de vista político” (Millett, 1995 [1969], p. 67), entendiendo al sexo como categoría social y a la política como el “conjunto de relaciones y compromisos estructurados de acuerdo con el poder, en virtud de los cuales un grupo de personas queda bajo el control de otro grupo” (Millett, 1995, p. 68). El cuerpo de Maira, el de Romina, el del Alemán y el del protagonista son cuerpos públicos, que implican, parafraseando a Butler, “mortalidad, vulnerabilidad, agencia”. Las escenas que esos cuerpos configuran son sociales: en ellas se juegan dimensiones políticas, éticas, profundamente humanas.

Pero la pregunta no es sólo por el comportamiento de la sociedad o de la organización de derechos humanos hacia Maira, sino específicamente por el Estado, y más aún, por alcanzar su reconocimiento. ¿Quién desea el deseo del Estado? ¿Qué colectivo? (Butler, 2006). Al actuar por fuera de la ley, Maira se niega a aspirar a ese reconocimiento. El narrador lo intenta: se acerca a la organización para denunciar a Maira, para ver si es reconocida, pero huye rápidamente. Esa ilegitimidad nos señala que nuestra “coherencia social” es tal si y sólo si el Estado la reconoce. Se trata, en efecto, de “un arma de doble filo” (Butler, 2006, p. 170)

Ante la negación por parte del Estado, lo que resta es el vínculo personal. El protagonista, no muy convencido con la versión de que Maira es una “matapolicías”, decide ir a buscarla, volver con ella.

Mientras buscaba a Maira, además, empecé a sentir la necesidad de confirmar u olvidar para siempre la versión de Lela sobre mi supuesto hermano nacido en cautiverio, como si las dos búsquedas tuvieran algo en común, como si fueran parte de una misma cosa o como si fueran, en realidad, lo mismo (Bruzzone, 2008, p. 41).

Pero Maira desaparece. A la desaparición de sus padres, a la desaparición física de su abuela, a la desaparición sentimental de Romina, se suma Maira. El narrador la menciona como “neodesaparecida” o “postdesaparecida” porque su condición de travesti es la reactualización de lo Otro en los años 70, lo que para el discurso ficticio del Estado4 había que exterminar. En esa época, desear el deseo del Estado estaba clausurado por el terror.

Esa reactualización de la lucha setentista también se ve en el deseo de formar un nuevo tipo de familia, una especie de red de comunidad frente al estilo de vida del parentesco tradicional:

el Alemán que nos cuida, porque nosotras somos las vírgenes que venimos de lejos con mensajes de paz y amor para todos los hombres que buscan la verdad en nosotras, las hermanas de la verdad o las hermanas verdaderas. Lo que Maira quería, lo que quería mamá, y papá a su manera, mundo nuevo, nuevo mundo, hombre nuevo (Bruzzone, 2008, p. 185).

La fantasía vive en el margen

Según Hall (2010) la fantasía es uno de los aspectos de la estereotipación que remite tanto a lo que es percibido como “real” como a su significado velado que, como no se puede mostrar, se infiere. Como todo estereotipo, la fantasía es una práctica significante que divide y se inscribe en la base de toda dimensión sexual. A través de estrategias, sería posible desafiar e incluso transformar el régimen de las representaciones dominantes. En ese mismo sentido subversivo se inscribe Butler al entender a la fantasía como la acción de “tomar el cuerpo como punto de partida para una articulación que no esté siempre constreñida por el cuerpo tal como es” (Butler, 2006, p. 50). En efecto, la fantasía permitiría no sólo imaginar un futuro más allá de la norma, sino transformar la norma misma. En Los topos la fantasía es lo posible, es imaginar el encuentro con un hermano desaparecido que es también el amor neo-desaparecido, “constituyendo así su exterior constitutivo” (Butler, 2006, p. 51)

Lo que nace en el protagonista como una fantasía -trasvestirse para seducir al Alemán y vengarse- va más allá de la norma cultural (y legal, si decidiera acabar con su vida) y se hace cuerpo. Así como comprendemos junto a Juan José Saer (2014) que la ficción no es lo opuesto a la verdad, Butler nos señala que la fantasía no es lo opuesto a la realidad. Para alcanzar sus fines, el narrador empuja los límites de la realidad y arriba a un universo de travestis que ya existía, pero oculto, subterráneo, de “topos”, y que, lejos de ser territorio de mentira, su contenido de verdad nos obliga a mirar con nuevos ojos el mundo que nos rodea.

En la fantasía, el género del protagonista se interroga y se va deshaciendo, porque efectivamente sexualidad y género son “maneras de ser desposeído, maneras de ser para otro o, de hecho, en virtud de otro” (Butler, 2006, p. 38). Cuanto más se deshace, más se aleja de la norma y más se acerca a los márgenes. Podríamos decir que Los topos es una novela de los márgenes: desaparecidos de tiempo pasado, neo-desaparecidos en democracia, mundo subterráneo trans-vestido, relaciones de pareja-paternales violentas.

La historia alcanza un punto donde se hace difícil la huida de esos márgenes. Una posible salida parece estar en que el protagonista le confiese al Alemán sus antiguos planes de venganza o, al menos, la necesidad de encontrar a Maira. Lo que Michel Foucault (2014 [1976]) advierte que será una forma de control, para Butler (2006) puede ser la solución, pues “la forma confesional actúa como un bálsamo” (Butler, 2006, p. 234). Interesante es ver que, desde el momento de la confesión acerca de su deseo de buscar a Maira, el protagonista pareciera detenerse. “Su habla se convierte en la vida presente del cuerpo y, aunque ese acto se convierta en más real al ser hablado, en el momento en que se habla extrañamente se convierte también en pasado, completado, se acaba” (Butler, 2006, p. 235). El habla es acción, sí, pero en cuanto pone en palabras su deseo de encontrar a Maira, lo que sigue es quedarse sentado junto al lago, mirando al otro lado de la orilla.

También en la zona marginal está lo que el narrador sabe de sus padres desaparecidos. Y, si atendiéramos al carácter performativo del habla -pues “hacer pública la propia acción en el lenguaje es completarla” (Butler, 2006, p. 237)-, esa marginalidad podría ser desandada tras una confesión de algún sobreviviente. Sin embargo, esa confesión no llega y, aunque lo hiciera, sería fragmentaria, incomprobable. Esto es algo constante en la narrativa de Bruzzone5. El protagonista siempre está a la espera de que los sobrevivientes revelen algo que ayude a completar sus ausencias. En Los topos, la única mención a su madre es acerca del hipotético destino de su cadáver: “lo más probable es que la mía también forme parte de algo, del río, del mar, de alguna fosa común” (Bruzzone, 2008, p. 88). En un momento pareciera que el padre de Mariano, que siempre está por llegar, puede contarle algo al narrador de su madre, pero tampoco sucede: “Mariano llegó y dijo que teníamos que irnos cuanto antes, que su padre estaba por llegar. ¿Pero no era que él iba a poder hablarme de mamá?, dije” (Bruzzone, 2008, p. 95) “Casi todas eran personas devastadas. […] Había una ex compañera de secundaria de mamá que estaba directamente loca” (Bruzzone, 2008, p. 42).

Nunca puede ir más allá, por eso su madre pertenece a esa zona de marginalidad: no es posible poner en relato su trayectoria ni sus últimos días. Mucho menos el destino del padre, de quien nunca se habla en su casa (y si se hace es para denostarlo), doblemente marginado en su condición de “topo”.

La verdad no llega nunca. Hasta las pesadillas del narrador son alegorías de esa eterna espera: un vehículo con “ruedas sin fin que pueden avanzar sobre cualquier superficie” (Bruzzone, 2008, p.76) aplana todo discurso a su paso. A bordo de ese vehículo van “varios mimos”. Sabemos que una de las características del mimo es su mutismo: ergo, la verdad está por debajo de las ruedas, aplanada por los discursos oficiales (el discurso de ficción que mantuvo el Estado dictatorial) y, de encontrarla, es imposible comunicarla. La misma cualidad de incomunicable le sucede al protagonista con su amigo Mariano: “Por más que hablara, mis palabras no decían demasiado. Piedras preciosas, sí, pero falsas. La gente, en un primer momento, nunca me entiende. Me expreso mal. Y después tampoco, sólo fingen entender” (Bruzzone, 2008, p. 90). Lo que anida en los márgenes permanece allí por su cualidad de incomunicable. No hay “bálsamo” porque no hay confesión posible, no hay acción porque no hay habla.

Reflexiones finales

Si Judith Butler plantea que es necesario salirnos de los moldes que nos esperan ni bien llegamos al mundo, Los topos asume y redobla la apuesta. Nos incomoda cuando descubrimos que el protagonista podría haber tenido relaciones sexuales con su hermano, y nos extraña aún más cuando no lo notamos escandalizado. No es que se distancia de las normas de lo “humanamente inteligible”, esas que nos rigen y que incorporamos al vivir en sociedad, sino que directamente las subvierte, transformándolas. Para esa tarea se sirve de la fantasía que, como vimos, lo ayuda a empujar los límites de lo concebible, excediendo lo real, incorporando otro mundo y obligándonos -lentamente- a naturalizarlo.

El protagonista, en su búsqueda identitaria de múltiples dimensiones, nos demuestra la imposibilidad de reducirnos a una sola historia con mayúsculas, por más que los discursos, a veces, se hagan cuerpo: “Una astilla que al principio duele porque no se puede sacar pero que al final, sin infecciones, sin pus, pasa a formar parte de uno y ya no duele ni molesta porque eso es lo que uno es, un hombre con astilla” (Bruzzone, 2008, p. 118). Esos discursos que nos moldean conforme avanza el tiempo son narrativas culturales que nos señalan, como dirá Butler, la contingencia de la vida.

La novela de Bruzzone es la narración de los efectos, de las consecuencias -políticas, sociales, culturales y también psicológicas- de la dictadura cívico militar. Esos efectos anidan no sólo en el imaginario colectivo, sino también en los cuerpos de sus protagonistas que, en un nomadismo absoluto, conscientes o no de que sus identidades han estallado, necesitan correr los límites más allá de lo posible.

En ese corrimiento de fronteras está el deseo de (sobre)vivir y la certeza de que puede transformarse lo que parece estar escrito, trascender el destino como “clave ordenadora mucho más potente que el deseo” (Butler, 2006, p. 127). Suponiendo que el deseo es autónomo, la pregunta, en ciencias sociales, pareciera ser siempre la misma: ¿destino o agencia?

Quizá preguntarse por aquel implique suponer la capacidad transformadora de la otra: “siempre, de alguna forma, uno encuentra lo que busca, no hay que pensar si el destino sí o el destino no porque eso siempre es perder el tiempo” dice Mariano. Y el narrador también piensa para sí que “en lo profundo las cosas siempre habían conservado la misma dirección, como si mi vida hubiera sido una serie de accidentes que apenas daban una idea de lo que realmente sucedía” (Bruzzone, 2008, pp. 106-107). Sin embargo, el protagonista se mueve, actúa, improvisa, se transforma y cuestiona su género: se va deshaciendo en cada experiencia de encuentro con un Otro. Es un sujeto deseante que “está abierto a su continua reforma” (Butler, 2006, p. 25). Si el destino está escrito, aún si así nuestro narrador lo manifiesta, no pareciera interferir demasiado en su capacidad de agencia: intenta cambiarlo de todas formas, viajar, buscar a Maira, buscar a Romina una vez más, dar otra oportunidad al Alemán. Como vimos, esta última escena interviene explícitamente en el lenguaje hegemónico. Parafraseando a Preciado (2009) podríamos decir que, del mismo modo en que hubo un tiempo “en el que aún no existía ningún lenguaje exterior al relato heterosexual” (Preciado, 2009, p. 138), en Argentina hubo un tiempo en el que no existían relatos exteriores al discurso oficial y políticamente correcto (esperable) de hijos de desaparecidos.

En definitiva, la (de)construcción del género es un continuo volver a empezar, ejercicio infructuoso si se realiza en soledad, justamente porque supone estar volcado hacia un otro: siempre estamos construyendo la misma pared para notar, a destiempo, que el Otro ha quedado por fuera, del lado de allá, y entonces hay que tirarla abajo y volver a empezar.

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1Si bien reconocemos la importancia del concepto propuesto por Hirsch (especialmente en lo que respecta al carácter imaginativo y creativo de todo ejercicio de posmemoria), es imprescindible atender a las críticas que éste ha recibido. Además de la advertencia de Beatriz Sarlo (2005) sobre la cualidad mediada y fragmentada de toda memoria, nos interesa señalar la diferencia que encuentra Noa Vaisman (2018) entre los sobrevivientes del Holocausto y el caso argentino. Mientras en el primero sí hubo cohabitación de generaciones y transmisión en primera persona de lo sucedido, en el contexto argentino posterior a las desapariciones (con su carácter ambiguo, situado en un umbral entre la vida y la muerte) no hubo relatos directos y, cuando los hubo, no circularon con libertad.

2 Juan José Saer (2014) entiende que ‘‘la ficción no solicita ser creída en tanto que verdad, sino en tanto que ficción. Es la condición primera de su existencia, porque sólo siendo aceptada en tanto que tal, se comprenderá que la ficción no es la exposición novelada de tal o cual ideología, sino un tratamiento específico del mundo, inseparable de lo que trata’’ (Saer, 2014, p. 5).

3Organización de derechos humanos conformada en Argentina en 1995, con el fin de “luchar por el Juicio y Castigo a los genocidas y la restitución de la identidad de nuestras hermanas y hermanos apropiados, y para reivindicar la lucha de las y los 30.000 detenidos-desaparecidos, entre otras causas”. Véase: http://www.hijos-capital.org.ar/2017/08/10/hijos-capital/

4En Tres propuestas para el próximo milenio (y cinco dificultades), el escritor argentino Ricardo Piglia (2001) aborda la tensión entre la literatura y el Estado, afirmando que este último también “construye ficciones” y “manipula ciertas historias”.

5Algo que también sucede en el cuento “Otras fotos de mamá”, del libro 76. Un clásico más dos nuevos cuentos (2014).

Recibido: Mayo de 2018; Aprobado: Agosto de 2018

Silvana Mercedes Casali es doctoranda en comunicación por la Universidad Nacional de La Plata, licenciada y profesora en Comunicación Social por la Facultad de Periodismo y Comunicación Social de la misma universidad.

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