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Revista interdisciplinaria de estudios de género de El Colegio de México

versión On-line ISSN 2395-9185

Rev. interdiscip. estud. género Col. Méx. vol.1 no.1 Ciudad de México ene./jun. 2015  Epub 24-Feb-2021

https://doi.org/10.24201/eg.v1i1.20 

Artículos

Las niñas buenas no gritan: anorexia y desafíos a la feminidad en jóvenes mujeres de León, Guanajuato

Good girls don’t shout: anorexia and challenges to femininity in young women in Leon, Guanajuato.

Julia Hernández Gutiérrez1 

1Es licenciada en sociología por la Universidad de Guanajuato y maestra en ciencias sociales por la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales (FLACSO), sede México. Actualmente se desempeña como investigadora independiente realizando diagnósticos para el sector privado; es, además, docente en la Universidad Franciscana de México.


Resumen

Desde un cruce entre los estudios de juventud y género, se sugiere una interpretación de la anorexia nerviosa relacionada particularmente con la vida y experiencias de las mujeres jóvenes que sufren de este trastorno de la alimentación, teniendo en cuenta su edad, así como las demandas de género que experimentan. Se cuestiona que las jóvenes con anorexia se ajusten dócil y silenciosamente ―como es “propio de su género”― a los requerimientos sociales y de su entorno inmediato, relacionados con el apego a cierto ideal estético y al mantenimiento de una actitud propia de una “señorita”. En este artículo se propone, por el contrario, que la anorexia puede implicar formas de resistir a las exigencias del entorno, lo que muestra la ironía de las fachadas y la rabia que puede haber en un cuerpo, aparentemente, delicado. El presente trabajo se funda en una investigación realizada en León, Guanajuato.

Palabras clave: Anorexia; Feminidad; Jóvenes; Mujeres jóvenes

Abstract

Parting from youth studies as well as a gender approach, we suggest an interpretation of anorexia nervosa related particularly with life and experiences of young women who suffer from this eating disorder, given their age and considering gender demands related with girls. Based on the consideration from above, our aim is to discover if young women living with anorexia are docile and silently indeed ―as it is “proper of their gender”― and if they really attend to the claim of being skinny and “good girls”. In this article, we propose that, on the contrary, anorexia could be related with certain ways to resist the exigencies from their environment, which may demonstrate the irony of facades and the anger that could be retained in their pretended delicate body. This paper is based in a research conducted in León, Guanajuato.

Key words: Anorexia; Femininity; Young people; Girls

Introducción

Controlar, disciplinar y dominar son hábitos utilizados para decidir minuciosamente cuánta cantidad de comida debe ingerirse por quien vive con anorexia nerviosa; pero, en general, una actitud controladora es recurrente en muchas de sus actividades cotidianas, sin que ésta se limite a la alimentación. Varios aspectos relacionados con la anorexia se experimentan como un conflicto a muerte entre la sujeción y el desacato, como una fuerte disputa contra uno/a mismo/a y contra las personas que rodean al afectado/a. Este artículo se concentrará, precisamente, en dichas tensiones; se explorará de manera particular la relación entre anorexia y ciertas exigencias de feminidad dirigidas a las mujeres jóvenes del medio urbano mexicano. Se observa que, si bien hay elementos que sugieren un intento desesperado de las jóvenes del estudio por ser la “niña buena” que ellas y sus allegados esperan que sean, también hay momentos en que la fachada de la chica “perfecta” estalla, en que algunas de ellas deciden gritar (tanto real como metafóricamente) y oponerse de forma abierta a diversas maneras de control.

Se mostrará que la representación de la “niña buena” es recurrente en el discurso de las jóvenes anoréxicas que se entrevistaron y que ellas han experimentado una fuerte tensión entre asumir este ideal y oponerse a él. La presión por asemejarse a dicho ideal, tan presente en los relatos recabados, lleva a entender por qué tiene tanta resonancia la frase “nadie dijo que fuera fácil llegar a ser una princesa”1 expandida en los sitios web que promueven la anorexia o la bulimia.

Este trabajo se origina de una tesis en sociología sobre las representaciones y los usos corporales en jóvenes con anorexia y bulimia, llevada a cabo en 2009 en la ciudad de León, Guanajuato. En aquella investigación se exploró únicamente la relación juventud-cuerpo para el caso de dos trastornos alimentarios que, según especialistas, “se habían vuelto más visibles en la ciudad” a partir de la segunda mitad de los años noventa.2 Esta estimación coincide con lo que ha ocurrido en el ámbito nacional, en donde dichos trastornos se consideran a la alza, no necesariamente por un aumento real ―que es difícil de medir― sino por una mayor presencia en los medios de comunicación, en programas públicos de salud y en campañas escolares. La preocupación por dichos trastornos ha aumentado en las últimas décadas tanto en México como en las sociedades occidentales en general (Lester, 2007: 371).

Para este artículo se observó la necesidad de otorgarle a aquella investigación una mirada de género, sin despegarse del énfasis original dado a los estudios de juventud. Es por ello que este trabajo presenta una relectura de los datos colectados para aquella tesis, pero profundizando únicamente en la experiencia de las informantes mujeres, y sólo de aquellas que viven, o han vivido, con anorexia nerviosa.3

Se parte del hecho de que la anorexia nerviosa tiene mayor prevalencia en mujeres jóvenes respecto a otros grupos poblacionales (Gracia Arnaiz, 2014: 89). Me enfocaré en algunas experiencias de las jóvenes anoréxicas contadas en sus propias palabras y las analizaré a la luz de dos elementos que las identifican entre sí, mismos que no deberían de obviarse: ser mujer y ser joven. Parto, también, de una concepción sociocultural de los trastornos alimentarios, es decir, de una comprensión de los mismos distinta a la proporcionada por la medicina o la psicología; de esta manera, busco distanciarme de la consideración que califica a la anorexia como algo “anormal”. No es el objetivo de este trabajo problematizar la concepción de la anorexia como “trastorno”, es decir, como patología, y no es intención tampoco la de profundizar en la comprensión de las causas que la originan. Me refiero a la anorexia, más bien, como una “condición” particular con la que viven las entrevistadas y busco comprender la relación que ésta tiene con el hecho de ser mujer joven de acuerdo con las expectativas que en el contexto mexicano urbano se tienen hacia este grupo poblacional.4

Propongo que algunas de las características de la anorexia que la literatura menciona (véase Crispo, Figueroa y Guelar, 2001; Serrato, 2000; Tinat, 2005 y 2010; Toro, 2003), así como del relato de las entrevistadas, remiten a una representación ideal de la mujer joven en la sociedad mexicana actual (particularmente de una muchacha de clase media o alta y de entornos urbanos). A diferencia de los varones de su edad, se espera de ellas una actitud más dócil, disciplinada y recatada (Martínez Lozano, 2010). Las fuertes y frecuentes alusiones a la imagen de “niña bien portada” que están presentes en el relato de todas las informantes, así como las constantes y enérgicas críticas a la misma, representaron una vía sugerente de análisis: las “niñas buenas”, se supone, no deben gritar ni ser rebeldes; no obstante, en el caso estudiado, las jóvenes entrevistadas muestran particulares formas de resistencia ante aquello que perciben como una imposición. Planteo, pues, que las “niñas buenas” sí gritan.5

En la siguiente sección realizo un cruce teórico entre los conceptos de juventud y de género. Concretamente, me enfoco en aquello que se espera y se permite para los varones jóvenes, a diferencia de lo que ocurre con las mujeres jóvenes. De esta manera intentaré delimitar algunas de las características de lo que se podría denominar “culturas juveniles de género”, considerando la importancia que los estudios sobre jóvenes han otorgado a las identidades juveniles condensadas en agrupaciones o “culturas” de pares (Feixa, 2008; Reguillo, 2012; Valenzuela Arce, 2009). En este sentido, es necesario tomar en cuenta que las investigaciones sobre jóvenes tienen una deuda de género pendiente por saldar: son escasos los trabajos que distinguen las prácticas específicas de hombres y mujeres jóvenes, y muchas veces dichos estudios involucran únicamente a los varones (Reguillo, 2012: 70). Este trabajo pretende ser un aporte para comprender la manera en que las jóvenes experimentan su condición juvenil y de género bajo la perspectiva de la anorexia nerviosa, un trastorno experimentado en una proporción más alta por mujeres que por varones, y por jóvenes más que por ningún otro grupo de edad.

A continuación presento los elementos teóricos que sustentan la propuesta y, posteriormente, expongo la estrategia metodológica de la investigación. Después, al analizar los resultados, muestro que las jóvenes con anorexia pueden tener maneras específicas de llevar al límite o de transgredir abiertamente las exigencias de género y de edad que su entorno les asigna.

Los “chicos malos”

Tanto en Latinoamérica como en otras partes del mundo es recurrente la representación de los jóvenes como personas problemáticas, es decir, se los muestra como rebeldes, agresivos, trastornados y con necesidad de corrección. Contra dicha representación se posicionan, sin embargo, diversos autores. Michel Fize propone, por ejemplo, que la llamada “crisis” por la que pasan los jóvenes, la que se considera “propia de la edad”, es el resultado de una tensión entre la capacidad de pensar y la incapacidad de decidir. De acuerdo con Fize, la crisis en la adolescencia es una invención social que intenta disfrazar la dominación de los adultos sobre los jóvenes y los obstáculos que existen para que éstos se integren a la sociedad (2004: 9).6

Al respecto, Feixa (2008: 51) explica que la idea de juventud apareció en la segunda mitad del siglo XX en las sociedades occidentales, distinguiéndose de la adolescencia para referirse, más bien, a individuos activos en la esfera pública y no a individuos pasivos, controlados o bajo tutela. A partir de entonces fue posible entender al joven no sólo como “problema”, sino como un sujeto capaz de cuestionar y transformar su entorno, lo que rompió con la idea de que la juventud era una mera reproductora de roles y pautas de las generaciones anteriores.

La visión de los jóvenes como “problema” se puede observar en la recepción negativa que han tenido, desde su aparición en el espacio público, las “culturas juveniles”, las cuales han sido representadas por los medios de comunicación como una amenaza. A partir de la segunda mitad del siglo pasado, rockeros, rastas, hippies, skinheads y otros, comenzaron a ser emblema de la juventud-problema en Europa occidental. Estos grupos de jóvenes fueron considerados como desestabilizadores de la moral tradicional y como una molestia para el orden político (Furlong y Cartmel, 2001: 108). En México, fue a partir de los años ochenta cuando las culturas juveniles emergieron con fuerza, a las que se sumaron otras agrupaciones como los chavos banda y los cholos, por ejemplo (Medina, 2009: 250).

Otro elemento que alimenta la definición del joven “problema” es su vinculación con la delincuencia, la drogadicción, los embarazos no deseados, la deserción escolar y las pandillas (Krauskopf, 2000b: 122). En el imaginario latinoamericano, según Reguillo (2001: 9), prima la idea de que los jóvenes son “así”, y poco se vinculan sus acciones con las condiciones de marginalidad en las que viven muchos de ellos. La exclusión que experimentan puede asimilarse como una cuestión identitaria en algunas agrupaciones juveniles, por lo que buscan formas de “visibilización aterrante” (Krauskopf, 2000a: 166) para mostrarse en la sociedad y obtener poder y reconocimiento, recurriendo a acciones más o menos provocadoras. Vemos, pues, que estos jóvenes terminan por adoptar formas específicas tanto del uso de la voz como de su manera de manifestarse.

En esta misma línea, Alfredo Nateras (2010) expresa que en Latinoamérica la mayoría de los jóvenes se sitúa al borde de la exclusión social, es decir, con escasas posibilidades de insertarse en el sistema educativo y en el mercado laboral, esto es, de acceder a un sistema de salud, de tener tiempo libre y de contar con una vivienda digna. Además, el entorno en el que vive la juventud en México, por ejemplo, se ha vuelto cada vez más violento e inseguro. Estas situaciones hacen que los jóvenes experimenten “dolor social”, es decir, que perciban un ánimo colectivo pesimista, a lo que varios reaccionan por medio de diversas expresiones corporales que pueden interpretarse, desde un punto de vista adultocéntrico, como divergentes (2010: 226).

Siendo así, los jóvenes pueden ser proclives a ejercer violencia (real o simbólica) contra sí mismos, contra las autoridades, contra otros ciudadanos o incluso contra sus pares. Lo que debe rescatarse para este trabajo, sin embargo, es que las mujeres jóvenes, aunque puedan encontrarse inmersas en el mismo ambiente de tensión y exclusión, manifiestan una menor agresión, o, en todo caso, ésta no se expresa de forma pública. Como dice Nateras (2010: 245), son los “machines” quienes más tienden a reaccionar de maneras socialmente hostiles y agresivas. Por otra parte, los usos violentos o riesgosos del cuerpo manifiestan la dificultad para hablar y debatir de los jóvenes respecto a las situaciones que viven; por ello el cuerpo se convierte en la válvula de escape ante diversas presiones experimentadas, especialmente, por los varones.

Asumiendo el riesgo de dar una conclusión simplista, planteo que la representación imperante sobre “la juventud” en las sociedades occidentales actuales (incluyendo a México) tiende más a encarnar a un varón joven que a una muchacha, especialmente si nos referimos a los jóvenes “rebeldes”. El joven violento o el joven activo políticamente, es decir, aquel que se hace más visible en los espacios públicos, es casi siempre varón.7 Bajo esta tesis, las mujeres jóvenes, con la misma escasez de espacios para hacerse escuchar, optarían por formas de manifestación menos violentas y expuestas; en síntesis, por expresiones más privadas e íntimas.

De lo anterior se desprende que la representación de “niña buena”, como se verá, aluda a restricciones impuestas por la familia para comportarse de manera discreta y decorosa, así como a la obligación de contener ciertos deseos e impulsos, tanto en el espacio público como en el privado. Esto, por consecuencia, sugeriría que las “salidas” que ellas encuentran fuesen menos disruptivas y evidentes. Veremos, a continuación, si esto es así.

Las chicas… ¿buenas?

Pocos trabajos en México profundizan sobre las jóvenes, particularmente respecto a la relación entre su condición de género y la cuestión etaria. Maritza Urteaga, sin embargo, realizó un estudio sobre las chicas que participan en culturas juveniles relacionadas con la música punk en la ciudad de México y en el área metropolitana. Ella observa que en las agrupaciones juveniles las muchachas tienden a reproducir la subordinación femenina, y que las pocas jóvenes que se involucran en bandas o pandillas suelen jugar un papel marginal, pasivo y secundario respecto al de los varones (1996: 101). Aquellas que comienzan a utilizar vestimenta de estilo punk, así como una apariencia desaliñada en general, son criticadas por su familia y por quienes las rodean, y son presionadas para que se comporten como “señoritas”.

Partiendo de esto último, y apegándome también a lo que la literatura anglosajona propone sobre las mujeres jóvenes (girlhood studies), se puede decir que algunas de las características de una “niña buena”, tanto en México como en otros países, son: control sobre su sexualidad (autocontrol y control externo) y sobrevaloración de la virginidad; exigencia por asumir una preferencia heterosexual; tendencia a participar más en el ámbito doméstico que en el público; obligación de erradicar ciertos impulsos “salvajes” propios de la etapa infantil; y adquisición de una actitud dócil, silenciosa y pasiva.8 Entre otros elementos, se verá que es el cuerpo el que se ve sometido a mayores controles para cumplir con estas exigencias, aunque no exclusivamente.

Respecto al control sobre la sexualidad, Griffin (2004: 33) señala que una “chica mala” será quien exprese abiertamente sus deseos sexuales; o bien, que mediante otras formas, como el uso de cierto tipo de indumentaria, sugiera que se encuentra sexualmente disponible. Sin embargo, como lo consignó ese mismo estudio, la industria cultural británica comenzó a explotar la imagen de la muchacha “rebelde”, y fue entonces que empezaron a emerger grupos musicales, tendencias de moda y programas de televisión que promovían una imagen de mujer “moderna” y liberada de las limitaciones de género, como si la desigualdad hubiera quedado atrás para siempre. Esto sólo ha sido así en apariencia, pues, según esta autora, en la sociedad se continúa orillando a que las jóvenes acaten, en mayor o menor medida, una actitud dócil y pasiva.

Urteaga (1996: 103) señala, por su parte, que en los barrios urbanos populares de la ciudad de México y sus alrededores, las jovencitas aún vírgenes son el “trofeo” más preciado y vigilado del lugar, y que el único destino que cada una de ellas deberá cumplir es el de ser la esposa, amante o compañera de algún varón admitido por la comunidad. La virginidad es, pues, lo más valioso que una muchacha posee, por lo que al salir de la casa y relacionarse con los “chavos banda” corre el riesgo, en opinión de su familia, de perder ese “tesoro” y de no poder “otorgárselo” a un hombre que lo merezca.

Otro elemento infaltable en la definición ideal de una “buena” muchacha es su preferencia heterosexual. Griffin (2004: 36) resalta el hecho de que, al dirigirse específicamente al sector de las jovencitas, el mercado explota frecuentemente el supuesto interés que todas ellas tienen por conseguir novio. En sintonía con lo que expone sobre Gran Bretaña, si pudiéramos hablar de que existe una única “cultura juvenil de mujeres”, y si el mercado intentara aprovecharse de esto, el elemento principal que congregaría a las chicas cuando se reúnen sería el interés por obtener una determinada apariencia estética (orientada hacia la seducción) y el deseo de tener una pareja heterosexual. Entonces, las mujeres jóvenes tendrían pocas cosas en común fuera de su interés por los chicos y por hablar de ellos.

Otra exigencia, como ya se mencionó, es la tendencia a confinar a las mujeres jóvenes en el espacio doméstico. Para Urteaga (1996), las chicas que han intentado participar en una banda juvenil son con frecuencia regresadas a sus casas a la fuerza; en contraste con sus pares masculinos, es notoria la dificultad que ellas encuentran para salir a pasear o ir a conciertos. Las jóvenes que viven con sus padres experimentan más claramente su condición de dependencia, además de que es a ellas a quienes se les asigna un mayor número de tareas domésticas (respecto a las de sus hermanos varones). Es de destacar el hecho de que, aun cuando logran salir de sus casas para pasar tiempo con los chicos, dentro de las agrupaciones juveniles han tendido a acatar nuevamente un rol de dependencia, siendo “mantenidas” económicamente por los varones de las bandas y mostrando sumisión ante sus novios (Urteaga, 1996: 105). En contraposición a esto, la autora se dedicó a profundizar en algunos casos en los que las mujeres se independizaron de las agrupaciones juveniles dominadas por varones, creando sus propios grupos musicales y haciendo círculos de reflexión sobre su papel de dominadas, tanto en su casa como con sus amigos varones. Además de esta salida, explícitamente contestataria, existen maneras que las mujeres jóvenes han encontrado para poder expresarse sin tener que huir del ámbito doméstico; es sugerente, al respecto, el descubrimiento de Violi (2008: 40) sobre que la mayoría de los blogs con contenido personal pertenecen a mujeres jóvenes.9

En el espacio público, por lo menos, se espera que las mujeres adopten una actitud recatada y alejada de aquellos impulsos “salvajes” o “naturales” que les eran permitidos en su infancia. Griffin (2004: 38) proporciona un elocuente ejemplo sobre una revista para jovencitas en Gran Bretaña, en donde se enseña a “aplacar” el cabello rebelde y a lucir una cabellera lacia y controlada. Dichas prácticas, tomando todas las reservas posibles en cuanto a su vigencia y validez en nuestro contexto, recuerdan la exposición sobre la infancia y el paso a la juventud que hace Simone de Beauvoir en El Segundo Sexo (2012, [1949]), misma que ilustra cómo antes de la juventud se permite, en cierta medida, que las niñas utilicen su cuerpo para realizar deportes, competencias y juegos audaces; con la llegada de la menstruación, y conforme su cuerpo cambia, ellas observan que deben asumir la “debilidad” que la sociedad les atribuye, así como cierta vergüenza por las transformaciones corporales que experimentan. Para la autora francesa, las jóvenes terminan por asumir la inactividad, además de su condición de alteridad y subordinación. Si bien esta explicación se originó en la Francia de los años cuarenta, es decir, en un contexto espacial y temporal distinto al que aquí se investiga, se verá más adelante que las entrevistas remiten a exigencias de feminidad similares.

Por otro lado, la docilidad y la pasividad se consideran “naturales” cuando se recrea un papel femenino en términos de Goffman (1991 [1976]). La publicidad que analiza este autor (fotografías en la que se ve a mujeres realizando diversas actividades) da cuenta de la resonancia que tuvo en la sociedad norteamericana de los años setenta la imagen de mujer sumisa, aniñada, dócil y pasiva, dispuesta siempre a servir y dejarse instruir por alguien más (frecuentemente varón y adulto). Aunque tales exigencias motiven en las jóvenes diferentes maneras de crítica y de sublevación, Martínez Lozano (2010) muestra que en la sociedad mexicana persiste aún el mismo libreto para las mujeres, quienes lo llevan a cabo con convicción o ironía.

De acuerdo con Mingo (2010), hay bastante evidencia en México sobre la limitación que las muchachas tienen para expresar sus opiniones, tanto en sus casas como en la escuela. Esto no es exclusivo de las jóvenes, sino que la voz de hombres y mujeres jóvenes es, por igual, silenciada en muchos ámbitos debido a la supuesta “inmadurez” que los vuelve incapaces de dar una opinión coherente y significativa (Feixa, 2003; Hernández Gutiérrez, 2012). No obstante, la exigencia de callar puede ser todavía mayor para las jóvenes. Desde hace un par de décadas, según Harris (2004), la psicología ha cuestionado la poca participación pública que se promueve de las jóvenes; y, si bien ha sido importante señalar este problema, no siempre se ha encontrado la solución correcta.10 Aunque para ella es indispensable promover el “uso de la voz” en las muchachas, también es necesario considerar que, al rehusarse a hablar en público o en clase, se podría estar manifestando una inconformidad o malestar, que a su vez, serían formas alternativas de expresión.

Aunado a estas formas de expresión, considero que para algunas mujeres ciertos malestares físicos y anímicos pueden ser una manera metafórica de gritar. Al respecto, McRobbie (2009: 96) menciona que actualmente hay una mayor prevalencia de padecimientos que vinculan la imagen corporal con la autoestima, los cuales son sufridos principalmente por mujeres jóvenes, y pone como ejemplos la anorexia, la bulimia y los daños provocados a sí mismas, tales como las heridas autoinfligidas, un excesivo consumo de alcohol ―que, en ocasiones, termina en casos de coma etílico―, el abuso de las drogas, el comportamiento suicida, la agresión, la depresión y el sentimiento de poca valía.

Irónicamente, la anorexia pudiera parecer un intento desesperado por cumplir la norma estética, además de que, como se verá, este trastorno involucra otros esfuerzos por apegarse a exigencias que, tanto por el contexto como por decisión propia, las propias afectadas se imponen. Así, las jóvenes con anorexia buscarían deslindarse de la etiqueta de “joven problema”, apegándose más bien, en apariencia, a la imagen de muchacha delgada, bella, delicada y “bien portada” que la sociedad celebra.

Anorexia y exigencias de feminidad

La anorexia nerviosa es un fenómeno complejo y multidimensional, por lo que en este artículo sólo lo describiré brevemente, enfocándome en la imagen corporal que se ansía (la silueta delgada), la cual se ajusta, aparentemente, a las características estéticas de la mujer actual que promueve y respalda la industria de la moda, la medicina y el orden de género imperante (Gracia Arnaiz, 2013; Tinat, 2010).11

Para definir a la anorexia nerviosa se parte del supuesto de que tiene su origen en la decisión libre de reducir la cantidad de comida a ingerir, o de llevar a cabo otras prácticas alimentarias específicas con el objetivo de bajar de peso y conseguir un cuerpo esbelto (Toro, 2003: 286). Esta premisa da pie a que surjan interpretaciones socioculturales sobre este trastorno, considerando que hay factores externos, y no del propio organismo, que pueden explicar que una persona adopte determinadas prácticas alimentarias.

Los trastornos del comportamiento alimentario son más frecuentes en el medio urbano de países desarrollados, afectando principalmente a mujeres jóvenes de clases medias y altas (Crispo, Figueroa y Guelar, 2001; Serrato, 2000; Toro, 2003). Sin embargo, el fenómeno se ha esparcido poco a poco.12

Las personas con anorexia nerviosa se caracterizan, aun antes de tener el trastorno, por tender al perfeccionismo y a la rigidez. Estas personas suelen ser estrictas consigo mismas y con frecuencia se trata de estudiantes sumamente dedicados y destacados, además de deportistas y modelos, sobre quienes se ejerce gran presión por mantener determinada figura y peso (Lester, 2007: 376; Toro, 2003: 8).

Desde las ciencias sociales, especialistas han buscado comprender el hecho de que la mayoría de los trastornos de la alimentación afecten a mujeres. McPhail Fanger (2004) ha abordado este problema de estudio a partir de la presión ejercida hacia la mujer para cumplir con ciertos estándares estéticos, exigencia que podría interpretarse incluso como violencia de género. Por su parte, Tinat (2005) ha considerado a la anorexia nerviosa como un problema de identidad de género, reflejado en la relación familiar y en el trato de la joven hacia su propio cuerpo, como resultado de los requerimientos (a veces contradictorios) del papel de la mujer en la actualidad. En este sentido, diversos estudios han mostrado que las mujeres con trastornos alimentarios se identifican mayormente con un rol femenino moderno, es decir, aquel que las conmina a ser emprendedoras, laboralmente activas, independientes y a ir más allá del papel tradicional de madre y esposa (Selvini Palazzoli et al., 1999: 213; Toro, 2003: 299).

Desde los años veinte del siglo pasado, la delgadez se ha impuesto como el ideal estético en el mundo occidental (Tinat, 2010). No me detendré aquí en exponer cómo el cuerpo esbelto se ha vuelto el patrón de la industria de la moda y de la cultura de masas, pero importa tener presente que, a la par de una mayor independencia alcanzada por las mujeres, se ha impuesto con más fuerza la atadura de la apariencia corporal. Más allá de los trastornos alimentarios, McRobbie (2010) elabora una descripción pertinente ―si bien circunscrita a los países desarrollados―, de lo que en la actualidad se exige a las mujeres jóvenes. De acuerdo con ella, mucha gente considera que la igualdad de género se ha alcanzado ya o, por lo menos, el Estado y el mercado ya han reconocido su importancia. Esto significa que, aparentemente, la lucha feminista puede descansar y que las mujeres jóvenes pueden beneficiarse de los logros obtenidos. No obstante, es en esta época cuando surge lo que McRobbie (2010: 120) llama una “mascarada posfeminista”, en donde las exigencias patriarcales se han hecho más sutiles. La exigencia estética hacia las mujeres actuales converge con la independencia femenina en tanto que, se dice, una no se debe arreglar para ser aprobada por los hombres, sino por las propias normas de la moda y la belleza; no obstante esto no es sino una fachada que demuestra que siguen vigentes las estructuras masculinas de poder.

A continuación se analizará cómo la anorexia, fincada en el discurso hegemónico sobre el cuidado a la salud y la procuración de una figura esbelta, se relaciona con ciertas prácticas y usos corporales que pudieran ser interpretados como intentos por llevar al límite (al grado de llegar a transgredir) las exigencias de feminidad dirigidas hacia las mujeres jóvenes de la sociedad actual. Se verá que en las jóvenes con anorexia de la ciudad de León, entrevistadas para esta investigación, existe una crítica y resistencia ante tales imperativos, por lo que asumirse como anoréxica también podría engendrar particulares formas de gritar y de rebelarse.

Metodología

Antes de abordar la metodología que se siguió para recolectar los datos, es necesario señalar que en este trabajo se utilizó el relato de jóvenes que se asumieron, ellas mismas, como anoréxicas, sin que necesariamente todas tuvieran un diagnóstico externo proporcionado por una autoridad médica. De las nueve informantes, dos nunca se habían acercado (al momento de la entrevista) a pedir ayuda especializada; y, por tanto, fueron ellas mismas quienes se “autodiagnosticaron” como anoréxicas, comparando sus prácticas alimentarias con las que realizaban otras personas (a quienes conocieron en persona o por internet).

Otras cuatro informantes, si bien buscaron ayuda con psicólogos o nutriólogos, no tuvieron un diagnóstico claro de anorexia nerviosa y, menos aún, un tratamiento específico para este padecimiento. Estas informantes coinciden en criticar el tipo de ayuda recibida, afirmando que no percibieron una mejoría; no obstante, visitar a los especialistas les confirmó que padecían algún problema u enfermedad, lo que las llevó a construir su propio diagnóstico y a autoasumirse, también, como anoréxicas.

Finalmente, tres informantes sí fueron diagnosticadas de manera más precisa, pues señalan que recibieron tratamiento por parte de especialistas con experiencia en tratar desórdenes alimentarios. Dos de ellas, incluso, fueron internadas en clínicas privadas especializadas en el tratamiento de la anorexia, para lo cual tuvieron que acudir a otras ciudades del país, ya que en León no existen tales establecimientos.

El haber encontrado a nuestras informantes en un contexto no siempre apegado a las instituciones de salud dio pie a que hablaran de dimensiones muy amplias de su vida y no únicamente de la relacionada con el trastorno. Siendo así, las jóvenes compartieron detalles acerca de cómo han vivido el hecho de ser jóvenes y de convertirse en mujeres, además de contarme de qué manera la anorexia impactaba en distintos ámbitos de su vida en aquel momento.

Es de destacar, también, que el encuentro con las informantes se realizó cuando cada una pasaba por una fase diferente del trastorno. Por ello, los resultados adquieren matices para quienes ya habían superado la anorexia y para quienes, por el contrario, iban iniciando en el trastorno y lo concebían como algo positivo (no todas estaban “sufriendo” la anorexia). Entre estos dos extremos, hubo también quienes estaban experimentando recaídas o crisis en las mismas semanas en las que se hicieron las entrevistas.

Se realizaron nueve entrevistas a profundidad semiestructuradas a mujeres jóvenes con anorexia, así como una historia de vida de una de ellas, quien padeció anorexia por más de una década. Tanto las entrevistas como la historia de vida se realizaron en 2009, y se trabajó con jóvenes de 14 a 25 años, habitantes de la ciudad de León, Guanajuato. Para la aplicación de las entrevistas se utilizó un muestreo de tipo “bola de nieve”, dado que no existe en dicha ciudad una institución especializada en el tratamiento de desórdenes alimentarios y, por tanto, era imposible captar a diferentes informantes en un mismo lugar. Se detectó a las primeras muchachas a través del contacto proporcionado por profesionales de la salud, especializados frecuentemente en el trabajo con jóvenes (psicólogos, nutriólogos y médicos). Además, se localizaron informantes por medio de páginas de internet que agrupan gente con trastornos alimentarios, de donde se identificó a habitantes de León. Casi todas las informantes conocían a otras jóvenes que también padecían anorexia; fue gracias a ellas que se encontró a nuevas personas para incluirlas en la investigación.

La entrevista a profundidad semiestructurada, así como la historia de vida, resultaron ser las técnicas más pertinentes debido a que se buscó obtener una descripción detallada de la propia experiencia de las jóvenes. Se descartó la técnica del grupo focal dado que, como ya se mencionó, hubiera resultado difícil congregar a todas las informantes al mismo tiempo y en el mismo lugar; además, el tema era demasiado íntimo para inducirlas a que lo compartieran con alguien más, aparte de la entrevistadora.

Las jóvenes entrevistadas pertenecen a la clase media y media alta; eso fue lo que ellas mismas opinaron cuando se les preguntó sobre su situación económica y esto se fue comprobando a lo largo de la entrevista. Si bien no fue mi intención limitar el estudio a estos sectores, el muestreo de “bola de nieve” me acercó únicamente a aquellas personas que tenían las posibilidades de pagar un tratamiento privado y/o de tener acceso a internet en sus casas, además de que todas estudiaban, o habían estudiado, en preparatorias o universidades privadas, lo que habla de un cierto nivel de ingresos.13 En la siguiente sección se presentará el análisis de los testimonios de estas jóvenes con anorexia. Se hará énfasis en los elementos que tratan sobre las formas de callar y de gritar (real o metafóricamente) relacionadas con la anorexia, así como en las diversas maneras en las que han experimentado el hecho de ser jóvenes y ser mujeres.

Resultados

Ser niña

Es necesario señalar que las jóvenes entrevistadas vivían por lo menos con uno de sus padres; y, de acuerdo con su relato, se observó que la experiencia con anorexia es inseparable de su condición y papel de “hijas”. El primer elemento a destacar con relación a este punto es la alusión frecuente de las informantes a cierta dependencia experimentada y representada en diferentes formas de subordinación y de conflicto por el hecho de crecer. Todas ellas, de alguna forma, se refieren a ello, como lo muestra el ejemplo siguiente sobre las relaciones con el sexo opuesto:

Era como muy raro, eran muchos choques en mí: por una parte era para verme más bonita y gustarle a los chavos, pero otra parte de mí decía: “en realidad no lo estás haciendo para verte más bonita y gustarle a los chavos, lo estás haciendo para todo lo contrario a eso: no verte atractiva y no gustarle a los chavos”, y no tener problema de decir: “es que tengo que hablarle a él porque me gusta, y no sé cómo. Mejor me veo como niña y no me va a hacer caso, y ya nomás me decepciono pero sigo con mi vida, cómoda en ese aspecto.” A final de cuentas, ahorita ya lo sé; después de analizarlo, ganaba la parte de: “quiero ser niña para no ser atractiva.” (Sorceress, 22 años, historia de vida)14

También es recurrente en las informantes aludir a la imagen de “niñas” (en el sentido de personas dependientes) cuando hablan de sí mismas y de su experiencia con la anorexia; enfatizan en ello, sobre todo, cuando relatan que antes del trastorno solían ser “buenas niñas” e “hijas ejemplares”. En otros casos, mencionan cómo sus padres eran quienes deseaban verlas todavía como “niñas”: delicadas, débiles y ávidas de protección. Tanto en sus usos corporales como en la manera de pensarse a sí mismas, se detectó cierta “infantilización” que no sólo habla de su condición transitoria (el cambio de niña a mujer joven) sino de un afán de dependencia esperado para el sexo femenino.15 Por un lado, todas expresan que quieren ser profesionistas exitosas en el futuro, aunque irónicamente este deseo de independencia aparece al mismo tiempo que su necesidad de tutela y de resistencia a asumir un papel de mujeres adultas y sexualmente activas.

Otros elementos que evocan la imagen de ser “niña” y, sobre todo, de la manera en que, durante la anorexia, las jóvenes han experimentado episodios de dependencia de adultos, están relacionados con la toma de decisiones escolares o laborales que, a algunas de ellas, los padres les han limitado. En general, este sentimiento de dependencia se vive de manera tensa, es decir, como una oposición entre el deseo de crecer y la necesidad de protección. Aunque en grados diferentes, todas las entrevistadas muestran la lucha que viven por la obtención de autonomía, pero en algunas esa lucha se manifiesta en forma de orgullo, de tomar, como ellas mismas dicen, “las riendas de [su] propia vida”, además de considerar como enseñanzas algunas de las experiencias vividas con la anorexia.

Para las que ya han superado el trastorno anoréxico, la relación con los demás se volvió más cercana, particularmente en el seno familiar, en donde se pasó de la sobreprotección a la comunicación de igual a igual. En otras palabras, algunas de las entrevistadas asumen que la anorexia las ayudó a madurar:

Rescato muchas cosas, una es que soy más sincera, acepto lo que a veces no puedo hacer y trato de mejorarlo, o sea, lo acepto; antes no había imposibles para mí, y ya no soy más exigente conmigo misma. Me dio madurez, me dio la experiencia de haber tenido que pasar por una serie de situaciones muy dolorosas, pero me hicieron acercarme más a mi familia, el ser como más juiciosa, o sea, ya distingo lo que está bien o lo que está mal, la gente ya no me puede envolver con un cuento […] Rescato, también, que no soy la súper hija que quizá mis papás quisieron hacer con todos sus hijos; también hizo que me conocieran mis papás como soy (Daniela, 25 años).

Aunque pueda parecer contradictorio, al mismo tiempo en que hablan de sí mismas como “niñas”, también se definen como “jóvenes”; es decir que se saben con cierta libertad y madurez, si bien no se consideran adultas todavía. Lo relevante de esta consideración de sí mismas como jóvenes, es que al señalar cómo es la juventud en general, evocan la imagen del joven “problema”, cuya representación tiende a ser “negativa”. Remiten, pues, a que los jóvenes son inmaduros, están “perdidos”, no tienen valores, son frívolos, irresponsables, “locos”, se hacen piercings y quieren romper las tradiciones adultas. Pero al expresar una crítica ante esta imagen, ellas sugieren que tienen una particular manera de ser jóvenes: ellas, se podría decir, se sienten diferentes porque son “buenas”, responsables, propositivas y no rebeldes. Ellas no son una joven “problema”.

Yo creo que [a los jóvenes] nos han de ver como que nos vale todo; así, por ejemplo, que somos irresponsables, inmaduros, que todo lo tomamos como un juego, pero no todos somos así. O sea, a lo mejor ya no es lo mismo ahorita que antes, como que los chavos eran más centrados y ahorita ya no; pero la mayoría, yo creo, no es como dicen. Yo me considero todo lo contrario a lo que dice mi mamá, o sea, sí soy responsable, sé tomar mis decisiones y sé arreglar mis problemas (Andyapple, 15 años).

Considerando la posición que toman respecto a la representación de los jóvenes que predomina en nuestra sociedad, se puede afirmar que ellas, efectivamente, se han asumido como “chicas buenas” durante gran parte de su vida, o bien, que perciben una fuerte exigencia de sus padres a cumplir con esta imagen. De cualquier manera, se verá que cada una se ha sentido, en el momento en que experimentó la anorexia, más “buena” y especial que cualquier joven “convencional”, aunque también más “mala” y transgresora de lo que jamás se imaginó ser.

Ser buena

Ser “niña buena”, como se expuso en apartados anteriores, tiene una fuerte vinculación con elementos de género, es decir, con aspectos que son actualmente exigidos por las sociedades occidentales para las mujeres que todavía no son adultas. Aunado a ello, se verá que las jóvenes mencionarán otro tipo de requerimientos vinculados con el hecho de que, todas ellas, hablan de sí mismas como “hijas” de alguien. En ese sentido, tener buenas calificaciones en la escuela, estar todo el tiempo de buen humor y mostrar un comportamiento respetuoso con sus padres son aspectos, también, indispensables. A continuación, dos ejemplos en donde se expone lo anterior:

Cuando estuve muy metida en la enfermedad o en el trastorno, casi no iba a ningún lado, de hecho en la mañana estudiaba y en la tarde trabajaba... Y, como el permiso que nos daban era salir al antro en sábado, y siempre fui como una buena niña, no tenía que pedir permiso nunca, mi permiso siempre estaba dado y, de hecho mi papá nos llevaba y mi papá nos recogía (Daniela, 25 años).

Mis papás me ven, en general, así como responsable, y como que sí tienen una idea bien de mí pero igual no está tan aterrizada. Y, por ejemplo, cuando empecé con este rollo, como que les tiré toda la imagen que tenían de mí: responsable, estudiosa, buenas calificaciones, niña bien. Con mi demás familia soy la niña que no toma, no fuma, no nada, [piensan que] me pongo a rezar el rosario yo creo, y nada qué ver conmigo (Plas, 19 años).

Algunas de ellas, además, sugieren que ser una “niña buena” tiene relación con ser “fresa”, es decir, conservadora y recatada, y con tener un estilo indumentario también “fresa”, apegado a los estándares de la moda actual. En síntesis, tener una actitud o apariencia transgresora y desordenada está en contraposición con lo que ellas tienen permitido ser:

Todos en mi casa sabíamos que seguía yo con la obsesión [alimentaria]. Te hablo del mes de mayo, cuando acababa casi de regresar de la clínica, porque, de hecho, cuando pasó lo del exnovio casado ése, bien rebeldota, me puse un piercing y me pinté el cabello de negro, como un cambio de etapa; pero el cabello negro simbolizó otra vez introducirme a la enfermedad (Sorceress, 22 años, historia de vida).

En el fragmento anterior vemos que la informante considera que ciertos cambios en su apariencia fueron transgresores, en contraste con lo que consideraría una apariencia correcta: no hacerse perforaciones ni pintarse el cabello de negro. Por otro lado, la alusión a haber tenido un novio casado ―y arrepentirse por ello, como cuenta en otros momentos― lleva a mencionar, ahora, el control sobre la sexualidad que algunas entrevistadas deben autoimponerse y que es vigilado, también, de manera externa:

Cuando entré a trabajar, me di cuenta de una juventud diferente a mi juventud, porque yo era una muchacha que se la pasaba en su casa, tenía horarios, tenía responsabilidades, tenía novio pero mi novio iba a mi casa y nada más ahí nos veíamos. Era todo mucho más sano, como más inocente... A veces yo veo a la juventud como si yo no fuera joven; veo a la juventud como muy falta de valores, como muy acelerada, sin consecuencias, tanto en la comida como en la cuestión de la sexualidad, o sea, “vive sin consecuencias” […] y yo creo que la juventud ahora vive así, vive sin consecuencias (Daniela, 25 años).

En otro aspecto, relacionado con el imperativo de sumisión de las “chicas buenas”, se observa que varias han tenido parejas con las que se han mostrado dóciles y excesivamente complacientes, como lo muestran las siguientes afirmaciones:

Mi segundo novio era un chavo bien parecido, y a él le importaba mucho el físico. Yo empecé a subir de peso; iba a cumplir 15 años, así que empecé con la emoción de los 15 años y subí de peso, de tanto estrés que yo misma me hice. Subí creo que 5 kilos y tuve violencia con mi novio, violencia física, violencia psicológica, era de que salíamos a una fiesta y yo tenía que estar en el rincón porque él me decía que le diera a él gracias de que yo lo tenía como novio a él, de que alguien se pudiera fijar en mí, porque yo era “nadie”. Textualmente, él me decía que era “caca”, que yo era “caca”, que jamás en la vida iba a poder salir adelante, que yo era lo peor; o sea, que él andaba conmigo nada más por un favor que estaba haciendo a la comunidad. Me golpeó, me llegó a golpear, me llegó a ofender enfrente de mucha gente, a decirme que estaba gorda, a dejarme sin aire. Me terminó y dije: “le voy a demostrar a este tipo que voy a bajar de peso, que puedo estar delgada”, y fue cuando empecé a vomitar (Lucy, 23 años).

Cuando empecé a andar con el otro chico, como a los tres meses fue nuestra “primera vez” y no la disfruté tampoco. O sea, fue diferente [que con su primer novio] porque no me sentí una cosa, o sea, ahí sí sentí que le era importante a él, pero no la disfruté, fue como inmenso dolor. Y yo pensaba: “entonces, ¿la mujer tiene qué fingir siempre para esto?” Dije: “bueno, fue por la primera vez, a ver la siguiente.” Pero había algo en mí como de culpa, eran las cuestiones de que en mi familia eran mucho de: “hasta que te cases [puedes tener relaciones sexuales], y trata de pasar desapercibida.” Entonces sí eran como muchos choques porque aun estando ahí, en ese momento, yo pensaba en eso y no me concentraba para nada y no me gustaba, y lo hacía nada más por darle gusto a él, mucho tiempo. Yo creo que, de los tres años que duramos, no sé cuántas veces pasó eso, pero las veces que llegué como a disfrutarle fueron como dos o tres veces (Sorceress, 22 años, historia de vida).

Con relación a sus parejas, según estos ejemplos, las informantes se han puesto en un papel de sumisión. Respecto al cuidado de la apariencia exigido para las mujeres, todas ellas la han experimentado aunque con una visión crítica al respecto. Para todas, la apariencia física es importante porque, según lo afirman ellas mismas, para bien o para mal la sociedad juzga duramente a la gente que no cumple con los ideales estéticos. El hecho de vivir en un mundo en donde la apariencia física es altamente valorada es lamentado por varias de las informantes, aunque ellas mismas se hayan apegado a las reglas y, en gran medida, hayan asumido dichos ideales. Cabe recordar que la apariencia física delgada se asocia también con un buen desempeño del papel de mujer y con el sueño de ser atractiva para los hombres.

Sí, fui más aceptada [cuando tenía anorexia] y me hice más segura que cuando estaba muy gorda. Entonces sí hay como más peso en mi palabra, hay más vista en mi persona, entonces sí cambia. Sentía que los demás decían que Daniela era wow”, pues sí había compañeras de trabajo de mi hermana, o amigas de mi hermana, que anhelaban un poco el tener la vida que yo tenía, por ejemplo, al hombre que quisieras contigo. Era altanera, me volví de repente así (Daniela, 25 años).

Es interesante observar cómo, al comienzo de la anorexia, el entorno inmediato de muchas de ellas alabó sus primeras decisiones de ponerse a dieta. Familiares y gente cercana alentaron a las jóvenes a trabajar en su figura e, incluso, algunos fueron duramente críticos con el cuerpo que tenían antes de vivir con el trastorno. Por tanto, se concluye que el ser “niña buena” parece ir de la mano con la adquisición de un régimen alimentario y con un rígido control corporal para moldear la figura.

En principio, cuando empecé [con anorexia], estaba en natación (hace como cinco años). Estaba en el equipo y la verdad nunca me había percatado que era la más gordita, hasta que mi entrenador me decía: “como que tú necesitas entrenar más en el gimnasio.” Yo estaba en 62 kilos y me decía que bajara […], y bajé esa vez. Lo más que llegué a bajar fue a 44, o sea, hacía mil ejercicio y no llegaba a mi casa a comer, era de que en la mañana no me comía lo que me mandaban o pedía dinero, y no comía hasta la noche que mi mamá me veía (y mentía). Y así mi entrenador me quería más y yo estaba feliz porque me quería; ya no era yo de la que se burlaban más... Mi mamá, la verdad, nunca me dijo nada de que bajé; mi papá era el que decía: “qué bien, ya estás muy delgada.” (Princesa Treviana, 18 años)

Se considera entonces que las jóvenes tienen una definición más o menos clara de lo que es ser “buena”, es decir, una muchacha “ideal” para sus padres y para el entorno en el que viven. En muchas ocasiones han acatado este ideal, pero en otras han llevado todo esto al límite, tratando de lograr lo que muchas de ellas mencionan como “perfección”.16 En ese momento, ya no se trata solamente de ser “buena” para los demás, sino que se vuelve autoexigencia llevada a la exageración. Es entonces cuando varias de ellas han cruzado la barrera de la delgadez “sana” y han puesto en riesgo su salud. Sin embargo, la pretendida “perfección” va mucho más allá de conseguir una figura esbelta; en el momento en que experimentaron la anorexia, muchas de ellas se exigieron mucho más que bajar de peso.

Por más flaca que estuve nunca se me marcó la columna y siempre quise la columna marcada. Es que te vas poniendo como metas; primero quería 50 kilos; y luego, 48; y luego, 45, y lo conseguí. Mi meta máxima fue 38, y midiendo 1.65 ya mejor me hubiera metido un balazo en la boca. Con “las princesas” que he platicado siempre es típico lo de ser perfectas, pero nunca vas a alcanzar la perfección porque siempre vas a querer más (Lilith, 19 años).

Siempre he dicho que yo soy un poco diferente al común denominador, y en ese entonces yo era la diferencia andando, porque aparte yo creía que era la que tenía el problema más grande del mundo. Decía: “es que yo sufro demasiado, nadie está sufriendo como yo.” Por lo mismo, yo decía que no existía la perfección, pero yo quería probar que sí existía, y por eso me exigía demasiado, demasiado: “soy buena hija, buena estudiante y estoy desnutrida, y aun así soy más que ustedes, soy mejor que ustedes. Ustedes, sanos, son unos idiotas; y yo, desnutrida, soy mejor.” (Sorceress, 22 años, historia de vida)

En el discurso de las informantes sobresalió la presión que sentían y/o se autoimponían por ser “perfectas” y, por ello, “diferentes”. En este sentido, en comparación con los jóvenes marginados en México y Latinoamérica, según estudios que se presentaron al inicio (véase Krauskopf, 2000a; Nateras, 2010; Reguillo, 2001), los trastornos alimentarios podrían representar una alternativa de manifestación de quienes, al contrario, permanecen en la mira de la sociedad entera y de su propia familia, siendo observado su cuerpo, evaluado su desempeño escolar y esperadas grandes cosas de ellas para mejorar el rumbo del país, por ejemplo.17 Una representación del cuerpo como algo que sirve para aparentar lo que la sociedad, los padres o el círculo de amigos quieren, está presente en el relato de todas las informantes. Si la tristeza, miedos o frustraciones invaden la vida de estas jóvenes, el cuerpo puede servir como un disfraz para expresar bienestar ante los demás.

Después de haber analizado el significado de ser “buena”, y de cómo este ideal puede ser puesto al límite, se percibe que, si bien todas las entrevistadas han logrado ciertas “metas” respecto al peso, y han mantenido la imagen de “hija perfecta” que piensan que deben conseguir, varias de ellas terminan sintiéndose infelices. La autoexigencia por la “perfección”, como se mencionó, pudiera llevar a construir una fachada que oculta el verdadero sentimiento que las aqueja, verbalizado por algunas de ellas como un “infierno interior”. En determinado momento, varias de las informantes sugirieron que la anorexia las llevó a callar lo que ellas realmente eran y a omitir sus verdaderos sentimientos. Callar, de todos modos, es una actitud que se mantiene acorde con la imagen de “niña buena”, discreta y silenciosa, por lo que algunas han renunciado a su voz para gritar por dentro, teniendo verdaderas maneras de revolución interna e íntima, auténticas formas de desacato.

Hay momentos en los que me siento más triste de lo normal, o hay veces que me siento feliz; por ejemplo, en estos días, he estado bien. Al principio que empiezas a hacer eso te sientes increíble, súper bien, que ya te deshiciste de todo; pero cuando pasa más el tiempo, si te sientes mal y vomitas, te sientes peor después de vomitar, empiezas a llorar. Te llegan muchos sentimientos de ver a las demás personas que son felices tal y como son, y tú siempre tratando de aparentar estar feliz... Y, como siempre, de aparentar que te sientes bien. Más que nada, no es que me odie por mi cuerpo, sino que odio todo lo que me hago, eso de cortarme o vomitar (Andyapple, 15 años).

Ser mala

En determinados momentos, todas las informantes se han sentido realmente transgresoras, ya sea de su cuerpo, de las reglas familiares y/o de las expectativas sociales. En general, han sentido que el precio que han tenido que pagar por mantener una fachada ha sido muy alto; no obstante, varias de ellas opinan que ha sido tarde para detenerse. Es decir, para ellas, aquello que pudo comenzar como un juego se les comenzó a salir de las manos. Es entonces cuando algunas (quienes estaban en momentos más avanzados del trastorno o quienes estaban por superarlo) comienzan a hacerse conscientes de que la “niña buena” no existe, no es real, y es cuando empiezan a asumirse como “malas” en vez de “buenas”.

Pues sí, me mostró que puedo llegar a ser muy malvada, o sea, sí me sentía muy malvada porque lo que hacía era pura maldad hacia mí misma y porque me aprovechaba de la preocupación de los demás. A mí la anorexia me hizo ver como malvada y muy vulnerable, o sea, a la vez que era malvada realmente estaba temblando de miedo (Sorceress, 22 años, historia de vida).

Me sentía como dos personas, porque yo era muy vacía por dentro, pero la apariencia que daba era de una niña feliz, que tenía lo que muchas quisieran tener y como que todo estaba bien. Pero, cuando llegaba a mi casa, era como un cuento de Cenicienta: cuando estás en el baile y estás con el vestido, y eres, “wow”, lo mejor, pero regresas y no eres nada más que lo que era Cenicienta. Yo regresaba a mi casa y me sentía sola; las amigas me jalaban porque [decían] “no puede faltar Daniela porque Daniela atrae”, pero siempre había un interés en ellas. Me empiezo a sentir como vacía..., me sentía… triste no, como decepcionada de la gente, como vacía. Sentía soledad, creo (Daniela, 25 años).

Al ir avanzando la historia que me contaban, en el relato de las informantes de repente se observaba una abrupta ruptura con el ideal de “niña buena” y con la fachada que habían intentado mantener durante mucho tiempo (ellas y sus familias). Quien solía ser recatada y conservadora en el aspecto sexual, posteriormente comienza a mantener relaciones con un hombre casado; cuando otra se exigía moderación y ser “bien portada” ante sus padres, empezó a tener enfrentamientos con ellos y a abusar del alcohol. Por otro lado, cuando toda la gente las consideraba como personas tranquilas y calladas, varias de ellas empezaron a sacar “su otro yo” y a volverse agresivas, como lo mencionan en los siguientes ejemplos:

Cuando me obligaban a comer me volvía más agresiva. Todos pensaban que era “un pan de Dios”; pero, cuando me obligaban a comer, era de decir: “¡No me lo quiero comer porque no quiero!”; como que te sale tu otro yo (Itzya, 14 años).

No me importaba si hacía sentir mal a la gente […] Con mis papás hubo un momento en que sí fue como muy agresiva mi actitud. O sea, yo, de repente, lo peor que pude hacer es decir que iba a la tienda y me fui, y no regresé en toda la noche, eso fue lo más agresivo que hice […] Había ocasiones que no me dejaban salir y yo me salía, o me tardaba más de la cuenta, o llegaba borracha a la casa y me empecé a descarar... y realmente no soy así (Daniela, 25 años).

Es el infierno, lo juro, te vuelve una persona egoísta porque no te importa qué le estás haciendo a los demás, no te importa ver a tu jefe triste, mandar a la verga a tus amigos, a tu familia. Neta, no se lo recomiendo a nadie (Lilith, 19 años).

No se puede afirmar que la anorexia lo propicie, pero es evidente que las jóvenes buscaron diferentes maneras de hablar o, más bien, de gritar durante la experiencia con el trastorno, pues ellas mismas catalogan sus acciones como intentos desesperados por “sacar” aquello que sentían y por manifestar una posición autónoma frente a los demás. Difiere la manera que cada familia tiene de comunicarse: algunas posibilitan mayor interacción entre sus miembros y otras prohíben que sus miembros se expresen con honestidad; no obstante, todas las entrevistadas manifestaron haber tenido, a partir de la anorexia, un cambio en sus habituales formas de comunicarse con sus padres y hermanos, aunque algunas empezaron a usar maneras más violentas que otras.

En mi cuerpo tengo varias cicatrices: tengo de que me corté las venas, tengo de la vez que me tomé pastillas y me tuvieron que hacer lavado de estómago por la nariz; tengo golpes que me daba yo. Cuando me miraba al espejo era golpearme, golpearme hasta sangrar, con las manos, con lo que veía, aventarme el espejo, romperlo con la cabeza, romperlo con las manos...Tengo de estos que se ven [se señala las yemas de los dedos] de tanto nervio que me da de quererme hacer daño. Me hice mucho, mucho daño; golpes, sí, hubo mucha violencia tanto psicológica, conmigo misma, como física, y también a mi familia, porque había gente que quería ayudarme a parar de mis crisis y [a quienes] llegaba a golpear. En mi casa no hay espejos, de tanto que los rompí, de tantos que deshice, no hay espejos; yo no puedo tener en mi casa cuchillos, en mi casa no hay cuchillos, cuchillos nada más para comer carne y de los que no tienen casi filo […] Me ponía yo mal y lo primero que hacían era golpearme, en vez de tranquilizarme hacían que yo peor me pusiera; yo los atacaba, mordía, no recuerdo bien lo que hacía... llegué a herir (Lucy, 23 años).

Otras maneras de resistencia pueden ser, como en el ejemplo que precede, las autolesiones. De alguna manera, todas las entrevistadas se han provocado dolor a sí mismas o han tenido prácticas corporales que atentan contra el ideal de salud y estética imperantes. Desde el hecho de hacer ejercicio al punto de desmayarse, hasta los cortes en la piel y los intentos de suicidio, de alguna manera todas se han causado daño físico a sí mismas. Y quienes se han hecho cortes en la piel, por ejemplo, consideran que ha sido una forma de descarga o una vía efectiva para castigarse a sí mismas por haber fallado en su intento de controlar su peso, o simplemente por sentirse inconformes con su figura.18 Siendo así, las prácticas autolesivas de estas jóvenes difieren de la representación sociocultural del cuerpo de las sociedades occidentales, misma que lleva a los individuos a evadir el riesgo y el sufrimiento físico (Le Breton, 1995; Pedraza, 1999).

Me cortaba mucho y era simbólica; por ejemplo, la primera vez que mi mamá se fue de la casa, en mi cumpleaños número 14, me compró unos broches para el pelo y los rompí y con eso me corté. Después me corté con un angelito que me dio un chavo, y se rompió un día y con los cristales me corté. Me cortaba en los antebrazos y lo hacía en el momento. Mucho tiempo tomé somníferos, sabía que con una pastilla era suficiente y me tomaba dos. Soy una persona que siempre estoy [en] extremos: o muy bien o muy mal; puntos medios me cuestan trabajo (Lilith, 19 años).

Se puede ver, así, que al momento de experimentar la anorexia las jóvenes han realizado acciones que jamás hubieran pensado hacer, mismas que les provocaban miedo o vergüenza y, no obstante, se atrevían a llevarlas a cabo: se volvieron “malas”, tal y como ellas mismas lo expresan. Sin embargo, algunas reconocen que esta revelación de sí mismas, este cambio de actitud que pudo ser negativo, también las llevó a atreverse a hablar en ciertas situaciones, a callar sólo cuando fuere necesario, y a gritar si no quedaba otra opción. Quienes ya han superado el trastorno mencionan, por ejemplo, que no se arrepienten de nada, pues tanto de lo “bueno” como de lo “malo” pudieron constituir la imagen de mujeres jóvenes (ya no de niñas) que ahora tienen.

Reflexiones finales

Con la anorexia nerviosa como eje, en este trabajo se hizo un cruce entre el hecho de ser joven y las exigencias de feminidad que imperan en sociedades como la mexicana, bajo el entendido de que no es lo mismo ser hombre joven que mujer joven. Se buscó resaltar el hecho de que si bien hay imperativos de género que en mayor o menor medida pueden ubicar a todas las mujeres en posiciones de subordinación, dicha condición se experimenta de manera distinta según la edad que se tenga y las circunstancias personales que se vivan. En las jóvenes leonesas entrevistadas destacó el hecho de que todas vivieron, al experimentar la anorexia, cierta condición de dependencia, de sumisión y de limitación del uso de la voz ―al ser, por ejemplo, hijas obedientes o novias complacientes―, lo que en gran medida se apega a la representación de lo “femenino” y, en particular, de lo “femenino joven”. A diferencia de otras muchachas, sin embargo, la forma en la que ellas manejaron las exigencias de feminidad se relacionó con el trastorno alimentario vivido. Al relatar cómo era su vida con anorexia, las informantes sugerían una fuerte vinculación de su trastorno con el hecho de ser mujeres jóvenes, es decir, con lo que implica estar en una condición transitoria (entre niña y adulta) para el género femenino.

Lejos de afirmar que el ser mujeres jóvenes sea un elemento detonante de la anorexia nerviosa, este trabajo pretendió ahondar en esta intersección específica entre género y edad, misma que comparte la mayoría de las personas que experimentan la anorexia en el mundo (Gracia Arnaiz, 2014: 89). Así como Krauskopf (2000a) habla de la “visibilización aterrante”, aquella a la que recurren algunos jóvenes marginados para hacerse escuchar y volverse visibles en una sociedad que los excluye, considero que, de acuerdo con los resultados obtenidos, la anorexia (particularmente ciertas prácticas corporales y actitudes desarrolladas en el momento en el que se experimenta) puede ser el desafío a una “inclusión exagerada” que algunas muchachas pueden percibir. A diferencia de los jóvenes marginados, a ellas (por ser mujeres jóvenes) su familia y su entorno sí les tienen preparado un destino, aunque se trate de uno que les permita poca libertad; más que inclusión, podríamos hablar de reclusión, de la obligación a apegarse estrictamente a una forma de vida y a una imagen determinada, pero con la certeza de que haciéndolo ya tienen un lugar ganado, por lo menos en el espacio doméstico y entre su gente más cercana. Ante sus padres y sus allegados, cuentan con la promesa/exigencia de ser “la niña de sus ojos”.19

No obstante, como desafío a lo expuesto en el párrafo anterior, es mediante la anorexia que estas jóvenes han sobreactuado su papel de “niñas buenas” y de “chicas perfectas”, optando, también, por intentos de lo que podríamos llamar “invisibilización desesperada”. Estando tan expuestas a imágenes mediáticas y a anuncios publicitarios de mujeres que pesan no más de 50 kilos, ellas buscan ser más esbeltas todavía. Sin embargo, en vez de lucirse o de presumir la figura que consiguen con su dieta extrema, frecuentemente ocultan su cuerpo bajo prendas holgadas. Y, en un contexto (familiar y social) que les otorga poca voz y poder de decisión, responden con gritos silenciosos, con fuertes e internos diálogos consigo mismas, llenando libretas con pensamientos que nadie leerá y causándose heridas que ocultan bajo sus calcetines. Aunado a lo anterior, con su actitud han logrado llamar la atención de los demás, cuestionando la fachada de hijas intachables que ante sus padres mantuvieron y poniendo en duda, asimismo, la imagen de familias admirables que sus allegados buscaban sostener.

Los jóvenes activos y desafiantes que los estudios de juventud han retratado, desde las investigaciones pioneras sobre “culturas juveniles” hechas por la Escuela de Birmingham, han sido casi siempre varones. Gracias a sus aportes, la idea de jóvenes “rebeldes” y de jóvenes “inmaduros”, procedente del discurso psicológico y médico, se examinó y se debatió; se comenzó a entender a los jóvenes como agentes participativos, más allá de la dependencia a la que sus antecesores querían someterlos. Desde entonces se sabe que los jóvenes varones “gritan” de distintas maneras, los estudios sobre juventud han dado cuenta de sus voces y de sus llamados, de sus subversiones y desacatos. Las muchachas, sin embargo, también “gritan”, como lo evidencian estos casos de anorexia. Probablemente no sea casualidad que sean justamente jóvenes quienes más la experimenten, y muchas más las mujeres que los hombres.

Siendo así, aunque en apariencia las jóvenes con anorexia pudieran estar de acuerdo con las reglas y con el ideal corporal actual, y aunque asistan al colegio, suelan sacar buenas calificaciones y se esfuercen por ser el orgullo de sus padres, maestros y entrenadores, también estas jóvenes perciben cierto malestar al ver que, por su edad y por su sexo, tienden a ser acalladas. También ellas, así como los jóvenes varones de otros contextos sociales, económicos y familiares, tienen maneras de resistir y hacerse escuchar.

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1 Esa frase es mencionada en cientos de páginas que agrupan a gente con trastornos alimentarios, páginas que también hablan de “Ana y Mía”. La figura de “Ana” es el personaje imaginario con el que se identifican las mujeres con anorexia, mientras que el nombre de “Mía” se asocia a la imagen que representa a las que tienen bulimia. A veces, a dichos personajes se les denomina “las princesas”; y algunas informantes, además, se refieren a otras chicas con trastornos alimentarios como “princesas”. Es de destacar que, en este trabajo, no se estudiará a las comunidades virtuales de gente que vive con anorexia; sin embargo es importante señalar de dónde viene la frecuente alusión de varias informantes a “ser princesas”.

2Se realizaron entrevistas con la nutrióloga Ana Olivia Caballero y con la psicoterapeuta Ana María Chávez, ambas reconocidas en León por su manejo de los trastornos alimentarios. La nutrióloga comentó que, al momento de hacer la investigación, recibía entre uno y dos pacientes nuevos al mes con anorexia o bulimia; la psicoterapeuta, por su parte, recibía a la semana a un promedio de tres personas nuevas con estos padecimientos.

3Por razones de espacio, no trataré aquí el caso de las jóvenes entrevistadas con bulimia; tampoco me detendré en profundizar sobre lo que experimentan los varones, ni en las diferencias entre sus vivencias y aquellas de las mujeres.

4A fin de aligerar la lectura, las palabras trastorno o enfermedad se utilizarán sin comillas. Debe tenerse presente, sin embargo, mi reserva al respecto de considerar a la anorexia como una cuestión patológica.

5Más adelante se explica lo que se entiende por “niña buena”.

6Parto de una visión de la juventud desde la sociología y de la antropología, considerando sólo algunos elementos del concepto de adolescencia proveniente de otras disciplinas.

7Sin que se explicite, esto puede sobreentenderse en gran parte de los estudios sobre “culturas juveniles”. Véase, por ejemplo, el trabajo clásico de Clarke et. al (2008 [1975]).

8Tales elementos fueron extraídos del trabajo de Griffin (2004), Harris (2004) y Urteaga (1996), aunque la agrupación de todos ellos, a modo de “lista”, es mía.

9Los blogs que estudió Violi (2008) no tienen contenido feminista y sus autoras no problematizan sobre su posición de mujeres; simplemente son espacios que han adoptado para expresar sentimientos o vivencias. Es importante señalar que una de las jóvenes que entrevisté tuvo un blog, mismo que le sirvió para escribir relatos y poemas sobre su vida con anorexia.

10Esta autora ha estudiado, sobre todo, el caso australiano.

11Asumo, junto con Gracia Arnaiz (2014), que la anorexia no puede reducirse al deseo por ser delgado(a).

12Véase, por ejemplo, Tinat (2005; 2008), sobre la presencia de casos de anorexia en la ciudad de México y en localidades rurales de México.

13Soy consciente de que esta posición socioeconómica podría contribuir a explicar algunos de los resultados que se expondrán posteriormente, además de que pudieran relacionarse con una manera particular de representar a una “niña buena”.

14Los nombres de las informantes han sido modificados; se le pidió a cada una que eligiera su propio pseudónimo.

15Sobre la idea de “infantilización”, me apego a la definición de Carles Feixa (2003: 25) sobre “infantilización social”, misma que alude a la postergación que la sociedad impone a los jóvenes respecto a la adquisición de ciertas responsabilidades, aun cuando sean perfectamente capaces de asumirlas a su edad.

16Lo que ellas entienden por perfección, en mi interpretación, alude sobre todo al ser “buenas hijas”, “buenas estudiantes”, al estar delgadas y ser disciplinadas en distintos aspectos de su vida. Llama la atención que casi todas ellas utilizan esta palabra en las entrevistas, aunque lo hacen, la mayoría de las veces, en tono irónico: saben, pues, que la búsqueda desesperada por la “perfección” se parecía, más bien, a la “autodestrucción”.

17Aquí se toma en cuenta que las jóvenes entrevistadas provienen de un nivel económico relativamente privilegiado y que no pertenecen, por tanto, al grupo que los estudios sobre juventud llamarían “excluidas”.

18En este sentido, concuerdo con lo expuesto por Casadó Marín (2011: 174) respecto a las autolesiones como válvula de escape, como forma de obtener algún tipo de relajación o como sanción por no haber cumplido con ciertas autoexigencias.

19Se recuerda aquí la interpretación que hace Urteaga (1996:103) sobre las muchachas como “trofeo” y como lo más valioso que puede poseer un barrio o comunidad determinada, pensando particularmente en las jóvenes vírgenes.

Recibido: 16 de Mayo de 2014; Aprobado: 09 de Diciembre de 2014

Julia Hernández Gutiérrez

Es licenciada en sociología por la Universidad de Guanajuato y maestra en ciencias sociales por la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales (FLACSO), sede México. Actualmente se desempeña como investigadora independiente realizando diagnósticos para el sector privado; es, además, docente en la Universidad Franciscana de México.

Sus intereses de investigación son el cuerpo, la alimentación, los estudios de la juventud, la participación ciudadana y las relaciones entre lo público y lo privado. Obtuvo el primer lugar del “Primer Concurso Estatal de Tesis Juvenil 2014”, del Instituto de la Juventud Guanajuatense, con el trabajo titulado “Más allá de la obediencia y de la irreverencia: jóvenes y esfera pública en León, Guanajuato”.

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