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Estudios sociales. Revista de alimentación contemporánea y desarrollo regional

versión On-line ISSN 2395-9169

Estud. soc. Rev. aliment. contemp. desarro. reg. vol.31 no.58 Hermosillo jul./dic. 2021  Epub 22-Ago-2022

https://doi.org/10.24836/es.v31i58.1137 

Artículos

Prácticas alimentarias y vida cotidiana de mujeres en Tuxtla Gutiérrez: caso Banco de Alimentos de México

Food practices and daily life of women in Tuxtla Gutierrez: The Banco de Alimentos de Mexico’s case

Guadalupe Mena Gutiérrez-Hernández* 
http://orcid.org/0000-0003-2853-7494

Luis Ernesto Cruz-Ocaña** 
http://orcid.org/0000-0003-0668-4741

*Estudiante de doctorado en Estudios Regionales. Universidad Autónoma de Chiapas, México.

**Universidad Autónoma de Chiapas. México. Calle Canarios s/n Fracc. Buenos Aires. Delegación Terán, Tuxtla Gutiérrez, Chiapas; México. C. P. 29050. Tel. (961) 6151101 y 6154246 Ext. 21.


Resumen

Objetivo:

Analizar la configuración cotidiana de las prácticas alimentarias de mujeres madres de familia en condición de vulnerabilidad en Tuxtla Gutiérrez, Chiapas, como respuesta local en su relación con el Banco de Alimentos de México.

Metodología:

Con un enfoque cualitativo se realizaron talleres (participativos y de capacitación) y entrevistas (semiestructuradas y a profundidad) con mujeres madres de familia calificadas con índices de marginación y pobreza extrema, para indagar sobre sus prácticas alimentarias en su relación con el Banco de Alimentos de México.

Resultados:

Las mujeres expresaron las formas en las cuales perciben sus problemas cotidianos relacionados con la alimentación, así como las prácticas alimentarias que se forman como nuevos hábitos para conservar el acceso a cierto tipo de alimentos y mitigar así el hambre y la inseguridad alimentaria.

Limitaciones:

Se describen los obstáculos y dificultades que hubo durante el desarrollo de la investigación.

Conclusiones:

En materia de las tácticas alimentarias, las mujeres madres de familia de Tuxtla Gutiérrez, en condición de vulnerabilidad con marginación y pobreza, recurren al consumo de las despensas del Banco de Alimentos de México porque es la vía de acceso a ciertos alimentos de los que pueden hacer uso para consumo o para intercambiarlos por otros productos a través de la reventa. Las prácticas aquí encontradas forman parte de una serie de tácticas elaboradas a partir de la inaccesibilidad de los alimentos.

Palabras clave: alimentación contemporánea; prácticas alimentarias; vulnerabilidad; régimen alimentario; sistema alimentario; hábitos alimentarios; seguridad alimentaria

Abstract

Objective:

To analyze the daily configuration of the eating practices of women mothers of families in vulnerable conditions in Tuxtla Gutiérrez, Chiapas as a local response in its relationship with the Food Bank of Mexico.

Methodology:

With a qualitative approach, workshops (participatory and training) and interviews (semi-structured and in-depth) were carried out with women mothers qualified with indices of marginalization and extreme poverty, to inquire about their eating practices in their relationship with the Bank. of Foods of Mexico.

Results:

The women expressed the ways in which they perceive their daily problems related to food, as well as the food practices that are formed as new habits to preserve access to certain types of food and thus mitigate hunger and food insecurity.

Limitations:

The obstacles and difficulties that existed during the development of the research are described.

Conclusions:

In terms of food tactics, women mothers of the Tuxtla Gutiérrez family, in a vulnerable condition with marginalization and poverty, resort to consumption of the pantries of the Food Bank of Mexico because it is the way of access to certain foods of the They can be used for consumption or to exchange for other products through resale. The practices found here are part of a series of tactics developed from the inaccessibility of food.

Keywords: contemporary food; food practices; vulnerability; food regime; food system; eating habits; food security

Introducción

El presente artículo muestra los modos en que las madres de familia en condición de vulnerabilidad conforman sus prácticas alimentarias en la ciudad de Tuxtla Gutiérrez, Chiapas, México. Esto es debido a los cambios profundos ocurridos en el sistema alimentario mexicano, mismos que se encuentran en relación directa con el desarrollo de los diversos regímenes alimentarios a escala mundial (McMichael, 2015).

Existe un cada vez más amplio y hegemónico proceso de occidentalización de la dieta (Cabrera, Hernández, Zizumbo y Arriaga, 2019), junto con una tendencia a resistir a dichos procesos a través de tácticas que definen un sentido distinto al relacionarse con los alimentos y la manera de consumirlos (De Certeau, 2000). Los resultados de diversas investigaciones mueven a pensar que la complejidad del fenómeno alimenticio sigue reproduciéndose en paralelo a esas prácticas minoritarias (Ayora, 2008; Entrena-Durán, 2008; Vizcarra, 2008). Sin embargo, es necesario considerar cada contexto histórico para mostrar cómo la occidentalización de la dieta se articuló y se sedimentó en otros procesos que terminaron por controlar no solo el diseño de los alimentos, sino también por establecer las condiciones de la propia alimentación, los cuerpos y la vida misma. Pero en la revisión de cada contexto aludido se ha dejado al margen la reflexión sobre la influencia de la mujer en los procesos de alimentación humana, así como las desigualdades vividas al interior de las comunidades en torno a la preparación de los alimentos (Ochoa, 2013; Pérez Gil-Romo y Díez-Urdanivia, 2007).

El proceso de occidentalización de la dieta, novedoso y sistemático, adquirió la forma de una estructura, es decir, una constante determinada, articulada tanto por empresas, discursos institucionales, discursos tecnocientíficos y comportamientos que cumplen con las metas del mercado que produce, reparte y comercializa los alimentos. En tales desarrollos sistemáticos de producción se generan alimentos con altas concentraciones calóricas que vulneran el cuerpo de sus consumidores, provocando obesidad y otras enfermedades no transmisibles (Gutiérrez et al., 2009; Rodríguez-Burelo, Ávalos-García y López-Ramón, 2014).

Las reglas de producción no siempre son las mismas. Comienzan los negocios alimentarios con algunos acuerdos, luego aumentan su capacidad de producción y establecen nuevos acuerdos con el Estado-nación en el que se encuentran ubicados, por lo que el consumo es el efecto y, después, la causa de que las reglas cambien (Levario, 2018).

El presente artículo está compuesto por los ejes de la problemática de la alimentación: los regímenes alimentarios, el sistema alimentario en México, la seguridad e inseguridad alimentaria, la vulnerabilidad en la vida cotidiana y el contexto de la investigación, así como los aspectos generales de la institución donde se realizó la investigación. Se describe la metodología utilizada, la cual consistió en talleres con distintos objetivos, entre los que se encuentran la reflexión sobre prácticas alimentarias, el desarrollo de menús saludables, así como la planeación del gasto familiar en los alimentos. Finalmente, se exponen los resultados a fin de observar la cotidianidad alimentaria de las mujeres madres de familia y sus hábitos cotidianos, así como las conclusiones del trabajo.

Problemática y contexto de la investigación

El artículo se desprende de un trabajo de investigación de corte cualitativo, inscrito dentro del campo de los Estudios Culturales, donde se realizaron, además de talleres formativo-participativos, entrevistas individuales para conocer más de cerca la construcción de las prácticas alimentarias y los procesos que viven cotidianamente las mujeres madres de familia afiliadas al Banco de Alimentos de México con sede en la ciudad de Tuxtla Gutiérrez, Chiapas, con el objetivo de conseguir sus alimentos.

Ejes de la problemática de la investigación

La alimentación requiere de una comprensión sostenida en al menos tres ejes donde se llevan a cabo las vicisitudes más trascendentes y que culminan, la mayoría de veces sin darnos cuenta, en la mesa de nuestras casas: 1) el sistema alimentario, 2) los regímenes alimentarios, y 3) la seguridad alimentaria y la vulnerabilidad. El primero, el sistema alimentario, ayuda a comprender la alimentación como un fenómeno sistemático que implica dinámicas y configuraciones específicas de sus elementos constitutivos, así como un conjunto diverso de factores que lo modifican, sea momentánea o permanentemente, de un modo parcial o total. En este sentido, son relevantes las instituciones que se dedican a instaurar discursos para una alimentación saludable, o bien, a señalar ciertas medidas de mantenimientos de ideas y prácticas alimentarias definidas por la ciencia. No obstante, los elementos y factores del sistema de alimentación son activados o practicados en el proceso de alimentación cotidiano (Aguilar, 2001).

El segundo, los regímenes alimentarios, nos mueve a comprender la apropiación que tuvo la industria y las grandes empresas en el mundo para lograr colocar en la cocina de nuestras casas determinados productos manufacturados, y a su vez, generar determinados estilos de vida de consumo fincados en complejas normas jurídicas que se ordenan a partir de los intereses de las grandes corporaciones. Un régimen obliga a pensar una estructura ligada al sistema alimentario, es decir, son formas legalmente instituidas en empresas estatales y empresas de iniciativa privada que definen el curso del abasto, producción y consumo de alimentos en el mundo.

El tercer eje, la seguridad y la vulnerabilidad alimentaria, a pesar de ser conceptos derivados de un organismo internacional como la FAO (2019), han servido para orientar el trabajo de la presente investigación. Si la seguridad no se consigue, por lo tanto, se vive en una forma de inseguridad. Este segundo término completa un binarismo que no se puede eludir, como si se dijera que no hay forma de escapar de uno o de otro. En el caso de la vulnerabilidad alimentaria de la vida cotidiana representa en nuestra investigación la condición general de las mujeres madres de familia. Este último concepto define la particularidad de nuestro objeto de estudio. Los ejes son los que configuran la problemática de nuestra investigación y que continuación desarrollamos.

Sistema alimentario

El sistema alimentario, como se mencionó antes, se refiere al aspecto más general de la alimentación, mismo que se actualiza en el proceso cotidiano de la alimentación. Dicho sistema

abarca el conjunto de relaciones socioeconómicas y técnico productivas que inciden de un modo directo en los procesos de producción primaria, transformación agroindustrial, acopio, distribución, comercialización y consumo de los productos alimentarios.

Además de considerar el sistema alimentario como un flujo de valores, éste debe ser concebido también como un flujo de información que va desde los productores de insumos y medios de producción para la agricultura, hasta los consumidores y viceversa (León, Martínez, Spíndola y Schejtman, 2004, p. 52).

El sistema alimentario reúne características que tratan de delimitar una forma de relacionarnos con los alimentos a partir también de los recursos efectivamente disponibles en un contexto concreto. Pero establece, además, el marco político relacional en el cual están las reglas de acceso e interacción de los ciudadanos. El sistema alimentario permite evaluar el grado de coherencia del comportamiento de los agentes involucrados. La posibilidad de alcanzar dicha coherencia está en relación con la política de que disponga cada país. Para que un sistema alimentario funcione se necesita:

i) considerar de modo explícito las motivaciones de los agentes involucrados;

ii) detectar el grado de coherencia o contradicción de las políticas destinadas a incidir en su comportamiento;

iii) identificar los cuellos de botella a lo largo de la cadena, así como la capacidad potencial de algunos agentes de convertirse en núcleos de dinamización de los procesos productivos; y

iv) detectar la eficiencia del proceso de transmisión de información que incide en el "qué, cómo y dónde" se producen los alimentos (León et al., 2004, p. 52).

Lo enumerado significa que en un sistema alimentario existe, por un lado, una estructura de producción y distribución, además de una estructura de demanda y de consumo. Lo constituyen un conjunto heterogéneo de unidades de producción y distribución, tales como campesinos, empresas agrícolas con gran capital, microindustrias con grandes monopolios, oligopolios transnacionales, microcomercios, mercados, supermercados, restaurantes y venta de comida callejera, entre muchos otros agentes que integran también la estructura de demanda y consumo.

Uno de los problemas de los sistemas alimentarios es la integración entre sus diversos elementos, el énfasis que se dan a las políticas públicas y a las diversas instituciones que controlan y regulan una gran variedad de procesos que integran la cadena alimentaria; procesos que van desde la producción, la distribución, el consumo y la disponibilidad, hasta las condiciones de acceso para la población. Existen diversos fenómenos como la comida rápida que se integran con gran ímpetu gracias a los medios de comunicación que sirven como soporte y medio para el consumo masivo (Entrena-Durán y Jiménez-Díaz, 2013). Se ilustra así la desproporción y asimetría entre sus elementos. Otro problema es cómo se relacionan las empresas transnacionales con las políticas internas de los Estados-nación, ya que la tendencia ha sido vulnerar sus constituciones para poder instalar sus propios mecanismos de producción o distribución (Robinson, 2007).

La comprensión de los mecanismos de funcionamiento de los sistemas alimentarios se relaciona con la revisión de los cambios en los regímenes alimentarios. Dichos cambios han contribuido a diversas formas de hacer funcionar los sistemas, ya que, en cada momento, éstos han creado vías de comunicación y transporte para la distribución, mecanización en la producción o fragmentación en los usos del capital y las estructuras de producción actuales. De acuerdo con Pereira, Drimie, Maciejewski, Bon Tonissen y Biggs: “El papel que juegan los actores del sector privado en la configuración del sistema alimentario mundial se ha vuelto significativo durante el último siglo, especialmente a medida que las grandes corporaciones han consolidado los procesos en todo el sistema alimentario” (2020, s/p [traducción propia]).

Regímenes alimentarios

Según Philip McMichael (2015), el término “régimen alimentario” define un orden capitalista mundial gobernado por reglas que estructuran la producción y el consumo de alimentos a escala global, poniendo atención al desarrollo de las relaciones políticas y económicas, así como en sus tensiones. Tales reglas expresan formas históricas del ejercicio del poder, por lo que dichas expresiones no se han dado en todo momento de manera continua, sino en períodos marcados por los cambios en la economía delimitada a los Estados-nación y desdibujada en la globalización.

Para comprender por qué los procesos de alimentación cotidianos se dan en las situaciones encontradas resulta útil tener en cuenta a qué regímenes alimentarios responde el conjunto de normas y reglas que rigen dichos procesos. La vida cotidiana se encuentra inmersa en un régimen de vida que corresponde a los procesos económicos y políticos locales, así como a la tendencia de los mercados nacionales y transnacionales, resultando una combinación entre esa interacción para conseguir o disponer de los alimentos. La paradoja del régimen actual es que mientras las políticas neoliberales en términos de alimentación promueven a través de las instituciones el discurso binomial de la seguridad/inseguridad alimentaria, promoviendo la disponibilidad de los alimentos,1 la vulnerabilidad social en la que viven las familias en los sectores marginados hace que padezcan formas de inaccesibilidad.2

Tres tipos de regímenes alimentarios se distinguen en el paso de la historia: “El primer régimen se sitúa en el periodo de 1870 a 1930, en una hegemonía británica con una relación colonial-nacional, en la que se dio forma al “desarrollo” del siglo XX” (Cabrera et al., 2019, 430). En este régimen alimentario se llevó a cabo un consumo masivo de alimentos de importación tales como el azúcar, el té, el tabaco y otras bebidas estimulantes para el consumo de la clase obrera. En ese entonces, la Revolución industrial era el motor de estos procesos que fueron expandiéndose a lo largo y ancho del mundo. En el caso del primer régimen se corresponde con el carácter extensivo del Imperio británico.

El segundo Régimen alimentario “abarca de 1950 a 1970, con una hegemonía americana que se desarrolló con una relación nacional-transnacional donde la posguerra, la industrialización, la revolución verde y el impulso a empresas transnacionales fueron claves” (Cabrera et al., 2019, pp. 430-431). Corresponde a la intensiva actividad tecnológica aplicada en la agricultura por parte de Estados Unidos, pero su crisis comenzó en la década de 1970.

Mientras que el tercer régimen alimentario inicia a finales de la década de los años ochenta, y aún no termina, con la hegemonía corporativa/neoliberal3 (Cabrera et al., 2019). El tercer régimen coincide con la acumulación financiera del capital. De acuerdo con Castells (2000), en el período que va de 1970 a 1990 hubo una reestructuración económica y una transformación tecnológica que condujo a una reducción del empleo manufacturero en todos los países. En la misma línea se encuentran los datos aportados por Robinson (2007), quien asevera que el capital financiero se volvió hegemónico, el más móvil y el más desterritorializado. Se pasó de una acumulación nacional a una acumulación transnacional. Las fracciones transnacionales de las élites y clases capitalistas locales accedieron al poder en las décadas de 1980 y 1990.

Seguridad y vulnerabilidad alimentaria en la vida cotidiana: el discurso de la FAO

La seguridad alimentaria (SA) es un concepto propuesto por la Organización de las Naciones Unidas en 1974 como respuesta a la crisis alimentaria de esta década. De acuerdo con Schejtman (1988), los espectaculares incrementos de los precios agrícolas y el descenso de la relación entre reservas y consumo a niveles inéditos llevaron a calificar el período 1972-1974 como el de una “crisis de escasez”. Para volver a un equilibrio entre los niveles de oferta y demanda, la SA vino a sobreestimar el proceso de producción provocando una sobreoferta. Sin embargo, como señala Schejtman (1988), “una oferta agregada, por generosa y estable que sea, no basta para asegurar el acceso universal a los alimentos básicos a la población que carece de poder adquisitivo para adquirirlos” (p. 141). Esto constituye tan solo un esfuerzo en uno de los componentes de la seguridad alimentaria, manteniendo así su contrario, esto es, la inseguridad alimentaria. Levario (2018) relata la gestación del concepto de seguridad alimentaria de la siguiente manera:

En este contexto histórico fue organizada por la FAO, la Conferencia Mundial de la Alimentación de 1974, a la que asistieron delegados y observadores de 131 países. [...] En la Conferencia se reconoció que el problema de la alimentación era una responsabilidad común de todas las naciones y acordaron cooperar para poder alcanzar el objetivo de una seguridad alimentaria, (SA), la cual fue utilizada por primera vez a nivel internacional y definida como: La disponibilidad en todo momento de los suministros mundiales adecuados de alimentos básicos, principalmente cereales, a fin de evitar la escasez aguda de alimentos en caso de malas cosechas generalizadas o desastres nacionales, sostener una expansión constante de la producción y el consumo y reducir fluctuaciones de la producción y los precios4 (pp. 23-24).

El concepto de SA, en tanto elemento orientador de la FAO, ha operado como parte del proceso de occidentalización de las dietas en nuestro país de manera prescrita para una población. La invención de la ciencia alimentaria fue la respuesta a la invención de la inseguridad alimentaria como su opuesto. Podemos conjeturar hasta este momento que la SA es un presupuesto que promueve un trabajo activo alrededor de los procesos de alimentación: disponibilidad, acceso, consumo y utilización biológica. Y en cada uno de estos eslabones se puede resignificar la conceptualización que le dio origen. En otras palabras, pueden transformarse para proponer nuevos objetivos vinculados a los obstáculos que se presentan. La vulnerabilidad alimentaria está estrechamente vinculada a las condiciones que fundamentan la vulnerabilidad social, diríamos que son conceptos paralelos unidos por sus configuraciones. Así, Pizarro (2001) afirma que:

La vulnerabilidad social es el resultado de los impactos provocados por el patrón de desarrollo vigente pero también expresa la incapacidad de los grupos más débiles de la sociedad para enfrentarlos, neutralizarlos u obtener beneficios de ellos. Frecuentemente se identifica la condición de pobreza de la gente con vulnerabilidad. […] En efecto, si se comparan las condiciones de vida de los trabajadores urbanos con la de los campesinos de áreas remotas es probable que éstos, al basar su vida en la agricultura de subsistencia, se hayan visto menos afectados frente a los programas de ajuste estructural y a los golpes de naturaleza macroeconómica (p. 7).

El primer paralelo sería situar que mientras la vulnerabilidad social depende del patrón de desarrollo vigente, la vulnerabilidad alimentaria depende del desarrollo del régimen alimentario vigente. La pobreza está presente en ambos tipos, por lo que el enfoque alimentario tampoco depende directamente de la falta de ingresos, sino de condiciones más complejas que ya hemos mencionado. La forma en la que funciona el mercado, a través de su publicidad engañosa y la poca o nula cultura sobre las etiquetas nutricionales, se suma al deficiente desempeño de las instituciones públicas dedicadas a concientizar a los consumidores (Moreno y Luque, 2014). Eso provoca vulnerabilidad, ya que no solo se trata de indicar a través de sellos el bajo contenido calórico de excesos de grasas saturadas, sino en incidir en una reflexión sobre el hecho del consumo. Ciertos productos con esas características tienden a ser hiperconsumidos y favorecen la sensación de estar incluidos en el reparto de bienes de consumo.

Como señaló Mintz (2003) en su investigación sobre la comida y la libertad, el acceder a ciertos productos se asocia a la idea y el sentimiento de libertad, libertad de elegir. En sus propias palabras, “no tiene nada de misterioso ver juntas la comida y la libertad” (p. 59). De la misma forma, Mintz había señalado algo más ligado a la idea de una “alienación” en su trabajo sobre la relación de la dulzura y el poder: los que producen esos alimentos son ellos y, aun así, no percibían como suyo ese trabajo, este se convertía en “golosinas proletarias baratas gracias al esfuerzo individual, la sacarosa era uno de los opios del pueblo y su consumo constituía una demostración simbólica de que el sistema que la había producido tenía éxito” (1996, p. 224). No solo el sabor dulce era en sí mismo atractivo al gusto, sino el acceder a él constituía una relación cercana al poder.

Existe la posibilidad de frenar un poco la vulnerabilidad que se va conformando en espacios habitados por la marginalidad y la pobreza, ello debido al contacto que se puede llegar a exhibir con una consciencia alimentaria que constituye un saber sobre los derechos y las obligaciones existentes sobre la alimentación y las formas de ampliar las fuentes de alimentación saludable. Pero esa posibilidad es limitada, el imponente mercado erigido desde los medios de comunicación sigue dando golpes, segundo a segundo, en esa misma consciencia. Se persiste en el deseo de mantener una pasividad de la consciencia sin poner a trabajar la reflexividad crítica de lo que se consume.

Contexto de la investigación

El Banco de Alimentos de México es una Organización de la Sociedad Civil (OSC) sin fines de lucro, apartidista, compuesta por 53 Bancos de Alimentos en todo el país. La asociación es un modelo que nace en Estados Unidos y está disperso en muchos países del mundo. Su objetivo principal es el rescate de alimentos a lo largo de la cadena de valor que es parte del proceso de la alimentación, con el fin de llevarlo a las familias, comunidades o instituciones que necesiten mejorar la alimentación. Están conformados por un cuerpo administrativo, voluntarios, colaboradores y empresas aliadas que son las que, a través de ciertas normas, donan los alimentos que luego serán divididos en despensas que se venden a un bajo costo. La misión es “combatir el hambre y mejorar la alimentación de la población vulnerable en México”. En Chiapas, está orientada a la población vulnerable del centro del estado. Hay en Tuxtla Gutiérrez 2,188 familias beneficiarias, pero no todas pertenecen al mismo municipio, sino que contempla a otros 16 municipios cercanos a la capital. Entre ellos se encuentran Chiapa de Corzo, Suchiapa, Berriozábal, Cintalapa, Bochil, Copainalá, San Cristóbal, Tapilula, Jaltenango, Ocozocoautla, Ocotepec, Coapilla, Villaflores, Mitontic y Ocozocoautla.

Solo en Tuxtla Gutiérrez se cubren 4,347 beneficiarios,5 que comprenden familias, aunque también se atienden comedores comunitarios (algunos instalados en las iglesias de las colonias), albergues de niños, albergues de ancianos, casos especiales de familias con integrantes con discapacidad y voluntarios. El ingreso al programa de beneficios del Banco de Alimentos se puede hacer de dos maneras: como beneficiarios o como voluntarios. Ambas deben cumplir con la entrega de cierta documentación y el filtro fundamental: la visita domiciliaria para que se registren las características de colonias marginadas. La diferencia consiste en que los beneficiarios deben de formar parte de grupos de colonos, requieren ser cinco familias inscritas de la misma colonia y cumplir con la documentación. En el caso del voluntariado, se requiere la misma documentación y visita domiciliaria, pero no es necesario juntar cinco familias.

Los alimentos se obtienen a través de donaciones y acopio donde participan, principalmente, empresas alimentarias y empresarios productores locales. Otra forma es la colecta de solidaridad de la propia sociedad, es decir, la realización de colectas en ciertas colonias o establecimientos (negocios), donde acuden las personas de la sociedad civil a dejar alimentos para armar las despensas para las familias. Los grupos de familias afiliadas llegan cada quince días para recibir un paquete alimentario armado con los alimentos que, en ese momento, se tengan en existencia a partir de las donaciones. Tiene un costo de doscientos pesos y aparte pueden hacer compras de productos de higiene personal o básicos domésticos como: pasta dental, shampoo, jabón de cuerpo y manos, jabón de ropa, cloro, limpiadores de piso y superficies. Se cuenta con una pequeña farmacia, ya que en ocasiones se donan medicamentos o fórmulas lácteas para bebés, además de área de tortillería. En ocasiones, las empresas donan productos electrodomésticos y de electrónica, entre otros6. Las actividades del voluntariado consisten en lo siguiente: armado de despensas, ordenar los productos por fecha de caducidad, limpieza de bodega o áreas de armado, atender área de tortillería o despacho de los paquetes alimentarios o área de productos de limpieza a las personas que acuden esos días.

Metodología

El estudio es de tipo cualitativo-descriptivo en el cual participaron 57 madres de familia inscritas como beneficiarias en el Banco de Alimentos. La población fue dividida entre los participantes de cuatro talleres y las participantes de entrevistas individuales. Las participantes de los talleres fueron 41 mujeres y las entrevistadas fueron 16. En los talleres había tanto beneficiarias (madres de familia y mujeres sin ser madres) como voluntarias, mientras que en las entrevistas sólo se consideró como criterio de inclusión el ser voluntarias, madres y con la disposición para participar. El rango de edad de las mujeres y madres de familia estuvo entre los 29 y los 68 años de edad.

Las mujeres entrevistadas indicaron, en todos los casos, que eran amas de casa, además de eso, algunas se dedicaban al trabajo doméstico en otras casas, trabajadoras municipales en el área de inspección de limpia y aseo público, pepenadoras de cartón y metal, comerciantes de ropa de paca. Las familias estaban compuestas con un mínimo de 2 integrantes y un máximo de 7. Había 3 divorciadas, 2 separadas, 5 en unión libre y 2 casadas. En 4 familias había integrantes con diabetes y en otra más con una incapacidad. En el caso de las entrevistas estuvieron guiadas y orientadas por algunos temas que respondían a los temas más comentados en los talleres formando temas y después categorías de análisis, como fue el caso de la accesibilidad. Los temas vinculados a las categorías fueron, por ejemplo, el de los ingresos.

Otra cuestión relacionada con los temas encontrados fue el de la “disposición” realizado de lo obtenido en el Banco de Alimento, ya que no todas las madres de familia hacían uso de consumo directo, sino que revendían los productos. Además, en los talleres se trató el tema de la elaboración de los alimentos. Una consecuencia del primer taller de autodiagnóstico fue la propuesta de realizar otro taller de participación para conocer otros tipos de menús. Durante las entrevistas este tema se volvió también una subcategoría de la accesibilidad, ya que implicaba conseguir otros alimentos para elaborar las comidas en casa. En este sentido, las subcategorías fueron ubicadas dentro del marco teórico proporcionado por la noción de “táctica” de Michel De Certeau. Por lo tanto, las entrevistas fueron divididas en dos: semiestructuradas (9) y a profundidad (6) (con temas guía más específicos).

Algunas de las preguntas realizadas en las primeras entrevistas fueron: ¿Considera que tiene dificultades para llevar a cabo su alimentación y por qué? ¿A qué dificultades se enfrenta a la hora de conseguir sus alimentos? ¿Compra todos sus alimentos o alguno es obtenido a través de la siembra? ¿Dónde elige sus alimentos para comprarlos y consumirlos? ¿Qué es para usted comer saludable? ¿Qué alimentos prefiere para el consumo de su familia? Para el caso de las entrevistas a profundidad preguntamos: ¿Cómo aprendió usted a cocinar sus alimentos? ¿Qué cambios percibe en sus alimentos de ahora en comparación a sus alimentos cuando era niña? ¿Qué piensa de los alimentos industrializados, los consume? ¿Qué piensa de comer en casa con su familia y de comer en la calle? ¿Cómo considera que influye comer mientras ven la televisión? ¿Por qué decidió usted ser voluntaria del Banco de Alimentos? ¿Qué piensa de las dificultades que tiene para conseguir sus alimentos?

Los talleres fueron de autodiagnóstico (1), participativos (2) y de capacitación (1). Fueron dos poblaciones distintas. La primera estuvo conformada por 22 participantes (taller de autodiagnóstico y de capacitación) y la segunda por 19 participantes. Tanto los talleres como las entrevistas fueron realizados en el período del 09 de octubre de 2019 al 18 de marzo de 2020 en la explanada del Banco de Alimentos donde comúnmente se realizan también otras actividades. En torno a la pertinencia de los métodos utilizados se convino de esa manera para, en un primer momento, conocer a las beneficiarias y establecer una relación que permitiera, posteriormente, conocer cuestiones más específicas.

En el Banco de Alimentos se tuvieron algunas dificultades en lo que se refiere al acceso a la información propia de la institución, pero se logró acceder a una investigación previa sobre los Bancos de Alimentos (Calderón, 2019), aunque su perspectiva fue descriptiva y alejada de nuestros marcos teóricos. Se realizaron, además de las entrevistas a las mujeres madres de familia, dos entrevistas al personal del Banco. En la primera solo se pudo preguntar parte de algunos temas y fue interrumpida por disposición del entrevistado; mientras que en la segunda ocasión se completaron los temas y preguntas, pero no se contestaron varias otras preguntas, como el caso del nombre de las empresas que donaban al Banco de Alimentos7 y respecto del beneficio que las empresas obtenían al donar.

Resultados

Se divide la presentación de los resultados en tres partes. En la primera exponemos el proceso cotidiano de alimentación donde mostramos las problemáticas que viven las mujeres madres de familia y la vulnerabilidad diaria que atraviesan. La segunda parte desarrollará la forma en que se dan las prácticas alimentarias constituidas por una serie de hábitos conscientes e inconscientes que se despliegan a través de tácticas y estrategias. Por último, se plantean algunas de las limitaciones que se presentaron durante la investigación, además de otras intenciones de conocimiento que no lograron concretarse.

Proceso cotidiano de alimentación

De manera preponderante, han sido las mujeres, las madres de familia, las que han sostenido el trabajo alimentario dentro de las familias, no solo en el hecho más conocido de cocinar los alimentos, sino también de buscarlos e ir por ellos, incluso trabajar para conseguirlos. Las mujeres han sido responsables mayoritarias, entonces, de la alimentación y, con ello, de la salud y la nutrición familiar. Esto constituye una diferencia estructural y sistemática que pone en desigualdad a las mujeres. Tal como lo indica Vizcarra:

Para entender las desigualdades sociales entre los hombres y las mujeres se debe partir del hecho de que se trata de un proceso histórico y complejo de relaciones sociales, basado en la creencia de que las diferenciaciones sexuales, donde lo femenino es inferior a lo masculino, justifican y legitiman relaciones de dominación y privilegios de unos (hombres) sobre otras (mujeres) en todos los referentes sociales: simbólicos, materiales, jurídicos, morales y éticos. Todos ellos apuntalan normatividades que construyen el orden social, las que a su vez justifican ampliamente la distribución inequitativa de las riquezas y del poder (2008, p. 143).

La libertad de elegir lo que se come, cómo se come y cada cuánto se come es fundamental para sentirse seguros. Una madre de familia indicaba que, en lo que se refiere a lo económico, “la nutrición no está bien formada. En relación a la [parte] económica no ganamos bien, algunos a lo mucho unos 3,000 al mes podríamos ganar, o 400 pesos semanales. La economía, al estar deteriorada, la alimentación también” (Participante 1, Taller 1).

Según Skély y Ortega, “la población de menores recursos tiende a gastar una mayor proporción de su ingreso en alimentos, por lo que los incrementos pueden afectar negativamente su bienestar de manera más que proporcional”, mientras que más adelante agregan que “de acuerdo con estudios dis ponibles que examinan las causas del aumento generalizado de precios, los incrementos se deben a la dinámica de los mercados internacionales y no forzosamente a políticas o decisiones tomadas en países individuales como México” (2014, pp. 84-85). De ahí que el proceso cotidiano de alimentación de las mujeres madres de familia se encuentra ampliamente articulado con el sistema de alimentación y el régimen alimentario predominantes.

El conocimiento básico del que parten las familias en condición de vulnerabilidad se refiere a que para comer mejor se necesitan mayores ingresos. Sobre esto, señalan Pérez y Díez-Urdanivia que:

el conocimiento sobre cómo el acto de comer dentro de las familias, y el proceso alimentario -decisión, provisión o adquisición, preparación y distribución de alimentos- adquieren relevancia desde un punto de vista social y si éstos, además de marcar diferencias sexuales, tiene una significación genérica (2007, p. 451).

De esto se infiere que tanto la decisión, la provisión, la adquisición, la preparación y la distribución de los alimentos en el hogar, en las familias, tiene una significación claramente generizada. Esto se nota en el hecho de que dentro del Banco de Alimentos únicamente se tienen contempladas a las mujeres madres de familia. En palabras de otra madre de familia:

Pues lo económico nos pega mucho, porque no hay empleo y pues no hay dinero para comprar la comida, y si hay, no pagan bien. En ocasiones agarramos trabajos por agarrar, porque nos pagan 50 pesos más que en otros lados, y por eso estamos con el apoyo del Banco (Participante 6, Taller 1).

En este relato de precariedad observamos la difícil decisión de tener que sustituir un trabajo por otro con la única finalidad de aumentar un poco más el poder adquisitivo necesario para proveer de los alimentos necesarios a la familia. Cuando se dan los contados casos de la presencia de algunos hombres en el Banco de Alimentos es solamente porque, en ese momento, la madre de familia no puede asistir o tiene algún trabajo eventual que le impide llegar en los días asignados. Ante esto, Pérez y Díez-Urdanivia (2007) se preguntan:

¿por qué no comenzar a investigar, reflexionar, buscar explicaciones, orientar, capacitar y educar, bajo la premisa de que la experiencia de las mujeres es fundamental para comprender qué sucede con ellas, con sus prácticas alimentarias, con las de sus parejas y sus familias y, por consiguiente, tener elementos para cambiar su situación si es que debe cambiarse? (p. 451).

Insistimos en que, dentro del trabajo doméstico, el proceso alimentario es el más básico porque está relacionado con una de las necesidades humanas fundamentales: hay que estar bien comidos antes de cualquier otra actividad y no es posible trabajar si no hemos comido bien. ¿Qué quiere decir “comer bien” para cada familia determinada? La respuesta no es clara porque responde a cada caso, pero el caso común aquí es que el dinero no alcanza para sobrellevar dicho proceso:

todo lo que sea bueno nos gustaría poder comprarlo para nuestra familia y comer bien. […] pues no sé si es bueno, porque sale más barato un refresco o un Tang8 a algunas frutas para hacer agua con sabor. El limón y la naranja que salía barato antes, ahora sale caro; ahorita un Tang sale a 5 pesos y el refresco quizá si lo compramos en la tienda no sale barato pero aquí en el banco sí9, y ya no usas agua ni tiempo, ya está hecho. Y más si es coquita10, más sabroso, [risas] (Participante 6, Taller 1).

Las experiencias que tuvieron al definir sus problemas con relación a la alimentación muestran parte de la vulnerabilidad en la que viven, desde sus trabajos precarios hasta los modos en que sortean el modo de conseguirlos en un lugar o en otro dependiendo del día de oferta. Del mismo modo se deja entrever en algunos casos cierta nostalgia de algún momento anterior cuando tuvieron la oportunidad de aprender de sus parientes cercanos modos sencillos de alimentarse:

Hasta para quitar el empacho con cosas naturales enseñaban las abuelitas, con pura hierbita y cosas naturales se preparaba pues, o para tener más leche cuando se daba de amamantar a los hijos, si sabemos algunas cosas, en cómo ayudan algunas hierbas, sobre todo. Yo me sé varios remedios (Participante 4, Taller 2).

Algunas de las experiencias alimentarias de las mujeres nos indican las razones por las cuales se acercan al Banco de Alimentos: “aquí en el banco sí que es más barato el refresco porque comprar al precio que es sería mucho gasto. Es algo que no podría comprar al precio que es” (Participante 1, Taller 4). Para otras personas resulta también la oportunidad de sacar un poco de dinero extra vendiéndolo, “para mí resulta negocio comprarlo aquí y venderlo al precio de tienda en mi colonia. Sí que gasta bastante dinero la gente en refresco” (Participante 3, Taller 4). La utilidad de pensar en ese dinero que se gasta, creó la posibilidad de mirar cosas que pueden ayudar a algo dentro del hogar; por ejemplo, una señora indicó: “con ese dinero [usado] en refresco, ya podría comprar fácil unas dos láminas para mi casita” (Participante 4, Taller 4). Pero no pueden elegir lo que venga en la despensa, ésta no siempre trae lo mismo, pero casi siempre trae refrescos, un producto que se desplaza fácilmente porque la gente lo consume en su vida diaria. Decía una señora: “aquí en el banco uno no elige que no venga el refresco en la despensa, paga uno doscientos pesos y pues lo que donen, y siempre viene el refresquito la verdad” (Participante 6, Taller 4).

Prácticas alimentarias

Las prácticas alimentarias, mismas que forman parte del proceso de alimentación cotidiano, están definidas y orientadas, en este caso, a partir de la interacción de las mujeres con el Banco de Alimentos. Las prácticas comienzan a partir del momento en que se desean conseguir los alimentos, las opciones que tienen resultan “normales” de acuerdo con lo que se les proporciona en el Banco de Alimentos. Pero lo más notorio es que dichas prácticas están constituidas por hábitos cuya característica es su movimiento irreflexivo en el acto de consumo:

Se come de acuerdo a gustos (niños y adultos por comida dañina y chatarra, sabrita y pizza). Comemos mucha sal, dulce y grasa (nos gusta comer fritito). Gusto por los refrescos (sabemos que, hace mal, pero es rico la Coca-Cola, y aquí dan mucho refresco).11 No todos comen lo mismo, por gusto o por enfermedad (hago dos diferentes comidas porque no les gusta de lo que yo, como tengo diabetes12) (Entrevista 1, 24 de febrero de 2020).

Aquí el gusto variado de los niños es una posible constante en todas las familias, pero la vulnerabilidad provocada por la pobreza y la marginación hacen de este elemento uno bastante problemático. Lo que comenta la mujer aludida sobre la sal, lo dulce, la grasa y lo frito constituye también un hábito de consumo en distintas modalidades, distintos hábitos que se corresponden con lo que produce mayormente el mercado (de ahí que el análisis del régimen alimentario hegemónico sea relevante) y se reproduce a través de la publicidad constantemente presentada a través de los medios de comunicación masivos (Gómez-Benito y Lozano, 2014). Aún en estos contextos, la televisión y la telefonía celular (con conexión limitada a Internet en la mayoría de los casos) forma parte de la vida cotidiana.

Lo mencionado en torno al uso que se hace de los refrescos fue lo más presente tanto en los talleres como en las entrevistas, la mayoría se deshace de ellos mediante la venta informal de las bebidas con el fin de sacar algo más de dinero para la compra de otros productos, aunque con ello se continúe incentivando su consumo. Además de la venta de refrescos, existen otras tácticas13 empleadas por las mujeres, tal como la compra en los mercados, muchos de ellos ubicados en la parte central de la ciudad, con aquellos que se dedican al ambulantaje o la venta informal:14

[…] siempre hay ambulantes [en el centro], o se ponen en otras calles, la cosa es comprar más barato para que alcance. Porque dentro del mercado si se nos hace más difícil comprarlo […] Pues aquí en el Banco, porque así en las tiendas de autoservicios de plano no, nunca compro ahí, porque ahí es muy caro (Entrevista 2, 26 de febrero de 2020).

Estas tácticas les permiten alcanzar el objetivo final: adquirir la totalidad de productos necesarios para la alimentación cotidiana de la familia entera. Pero se logra de diversos modos, a través de formas de previsión que implican buscar primero en un lugar luego en otro, depende enteramente de lo que se encuentre disponible. Otra entrevistada manifestó lo siguiente:

le busco de todos lados, donde esté barato, aquí en el Banco principalmente, en la central de abastos, en el Súper cuando hay promoción.15 Ahí le va uno buscando, le pido a mi mamá que cuide de mi hijo cuando salgo a comprar porque en ocasiones tardo, por lo mismo [que] busco en todos lados buen precio. […] Todos los compro. No tengo espacio16 y luego a qué hora, con trabajo cocino lo del día la verdad, mi hijo y mi mamá necesitan cuidados.

Mi mamá en ocasiones es que siembra en una maceta de hierbabuena y cilantro para la comida, y bueno en el lote baldío de enfrente de mi casa la hierba santa que sale como monte porque no lo sembré la verdad, lo cortamos para hacer caldo o tamal (Entrevista 3, 3 de marzo de 2020).

En este y en otros casos, además de las madres, aparece otra figura femenina fundamental: las abuelas. Ellas son relevantes en la instauración de hábitos alimentarios, por ejemplo, al tomar la decisión de sembrar algo y, con ello, contrarrestar los gastos. De igual modo, constituyen una mina de saberes tradicionales que proponen la alimentación y el cuidado de las familias recurriendo a productos naturales. En este sentido, algunas otras frutas o verduras necesitarían seguirse sembrando para constituir un hábito alimenticio, pero como expresa la definición de táctica según De Certeau, no es posible acumular este esfuerzo y sustituir cada una de las compras.

Pero, nuevamente, este tipo de hábito alimenticio de la siembra se pierde por no practicarse, se desconecta de la práctica alimentaria, es el arte de la debilidad.17 En otras palabras, la cocina necesita ser practicada para reproducirse, para no desconectarse de la cultura de los alimentos que incluyen su propia siembra, el uso de técnicas y procedimientos (De Certeau, 2000). Pero esto parece muy separado de las posibilidades reales que se viven en la vulnerabilidad. En otro caso nos compartieron lo siguiente:

[Normalmente compro] en el Mercado de los Ancianos y el Banco... Es que yo casi no gasto ya, con lo que me dan acá, ya es poco lo que gasto, […] porque lo planeo un día antes, por ejemplo, le digo a mi hijo: ¡mañana te voy a preparar frijoles con chipilín! Ya sé los ingredientes y los compro. Por lo regular compramos en el día, sí, porque como mi hijo trabaja cuando salgo a dejarle la comida de regreso a casa paso a comprar las cosas, casi todos los días es así18 (Entrevista 4, 4 de marzo de 2020).

Vivir al día es una condición que trastoca el hecho simple de conseguir los alimentos, es el hábito creado por el dominio del espacio y del tiempo impulsado por el mercado, indicando dónde y a qué hora hay que comprar lo que se debe comprar; pero frente a esta dominación también surgen tácticas en respuesta. Tácticas que no necesariamente constituyen una forma de resistencia frontal, pero que subvierten lo instituido.

Esto es importante para entender una situación tan compleja como la pobreza en el mundo actual. Entrena-Durán y Jiménez-Díaz recuerdan que:

la pobreza es vista como un fenómeno complejo que engloba variables de índole social, económica, política y cultural, el cual, por lo tanto, no hay que entenderlo sólo como la imposibilidad de satisfacer de manera conveniente necesidades básicas como las de alimentarse o abrigarse (2013, p. 685).

En las entrevistas observamos la codificación de hábitos impuestos por las empresas, el Banco de Alimentos y demás programas asistencialistas del gobierno: hábitos orientados hacia la adquisición y el consumo de cierto tipo de productos, aunque la mayoría de ellos se encuentren en la categoría de nocivos según el discurso sanitario contemporáneo. No hay, al contrario de la impresión que se da, una amplia gama de opciones para elegir los alimentos, sino que están limitadas; no hay tampoco una amplia capacidad de decisión para crear alternativas.

Apuntan Entrena-Durán y Jiménez-Díaz, “no es que los pobres ‘coman mal’: comen según estrategias que desarrollaron para sobrevivir en la pobreza y que efectivamente los mantienen vivos, saciados y, aunque con deficiencias, nutridos” (2013, p. 688). Para este trabajo, y de acuerdo con De Certeau, se habla de táctica en vez de estrategias, puesto que, según el autor francés, la estrategia implica un poder que es capaz de aprovecharse de su posición de privilegio, mientras que la táctica es una acción realizada por quienes no tienen poder aprovechando los resquicios que les quedan para eso. De ahí la imposibilidad de una resistencia, a lo mucho se logra una especie de subversión subterránea que no trastoca los fundamentos del sistema de la alimentación y del régimen alimentario imperante, pero que sí muestra sus deficiencias para cubrirlo todo y acaparar la totalidad de la vida de las personas.

En este sentido, otra mujer expresaba: “la situación económica ya ve como está de difícil, yo trabajo en ocasiones hasta en tres casas19distintas para que me alcance” (Entrevista 2, 26 de febrero de 2020). Ella sabe que para comer es necesario tener cierto nivel adquisitivo, por lo que debe conseguir más, aunque eso implique redoblar el esfuerzo para trabajar y, con ello, se generen mayores dificultades para la organización doméstica. Pero una vez conseguidos esos alimentos, ¿qué se disponen a comer entre lo que les dan y no eligen, pero se benefician de su existencia, y aquello que no les dan y tienen que comprar? Una entrevistada responde así:

Algunos [alimentos], como el atún. ¡No podría comprar el del mercado! La leche también es buena, el refresco no, pero lo tomamos porque es rico, [risas], aunque sabemos que hace mal. A mi mamá se lo prohibieron por su diabetes, pero en ocasiones se toma su vasito porque se le antoja (Entrevista 5, 11 de marzo de 2020).

Esta es la diferencia entre la disponibilidad y la accesibilidad. Existe el atún y la leche, pero no pueden comprarlos vía directa, aunque se encuentran en la despensa otorgada por parte del Banco de Alimentos. De este modo, acceden a estos alimentos de manera indirecta, a su vez, reciben otros alimentos que no procuran obtener, es como si estuviera “disponible a la fuerza”, está ahí donde no se le busca y donde tampoco se le necesita y quiere, aunque es bien sabido que gusta (Rodríguez-Burelo et al., 2014). El producto entra, se desplaza, aunque sea en la forma de “un vasito”, incluso cuando no debería ser ingerido en una condición de enfermedad.

Algo similar a todo lo anterior sucede para planear lo que se comerá y la manera en cómo se subordina este hecho a la condición de ser voluntaria para recibir apoyos dentro del Banco de Alimentos. En palabras de una mujer entrevistada: “Lo que pasa es que para ingresar necesitaba tener un grupo de diez familias, pero para mí era difícil juntar diez y me dijeron que había una opción para las personas que no podían juntas diez” (Entrevista 6, 18 de marzo). Vemos otra forma de la estrategia20 utilizada por el propio mercado, en este caso, el mercado laboral, ya que aparte de estructurar las relaciones del proceso de alimentación, se crean empleos eventuales, mal pagados que orillan a los trabajadores a la constante precariedad reforzando la vulnerabilidad alimentaria. Al ser marginada, sin un empleo, se decidió a ser voluntaria para poder comprar cuatro despensas con productos a un menor precio.

El hábito de tomar trabajos informales o mal pagados produce el hábito de aceptar lo que haya, al mismo tiempo que esto conduce a aceptar comer lo disponible en el momento. No se puede buscar comer bien cuando se come lo que se encuentra, y cuando lo que se encuentra con mayor facilidad es justo lo que el discurso científico-nutricional dice que es lo contrario a comer bien. La necesidad y el deseo de comer de manera distinta desaparecen de sus posibilidades de elección.21

Asimismo, hay algunas cosas más o menos conscientes en las tácticas. Esto es un ejemplo de lo que podría acercarse al término “cazar” utilizado por De Certeau (1997), o ver los puntos ciegos de lo que se otorga en el Banco de Alimentos:

[Lo que se nos da] es lo que les sobra a las empresas. Porque la gente llega a las tiendas y no llega a comprar Sabritas por montón, en sí compran comida. Me gustaría que mi despensa trajera carne,22 queso, frijol, arroz, café, lo básico y la azúcar marca Stevia, porque es para diabéticos. Yo la compro en Wal-Mart porque solo ahí la consigo, y es carita, 55 pesos, me sale. Y los pañales desechables para adultos” (Entrevista 7, 18 de marzo de 2020).

Las personas conocen los precios de unos lugares y otros, realizan comparaciones constantes. Saben efectivamente que lo que se les da en el Banco de Alimentos son “sobras” y no el discurso políticamente correcto de “frenar el hambre”. Por otro lado, cuando se habla de “lo básico”, no se refieren necesariamente a la “canasta básica”, sino a lo que “habitualmente” se acostumbra a comer en la mayoría de las familias de la zona, sea “por oídas” o por “miradas”, ya que es lo que más se vende en el mercado, por ejemplo, refrescos y frituras.

Hay que hacer notar entonces que las prácticas alimentarias están disminuidas por los procesos de globalización en términos de vínculos con la capacidad de decidir qué, cómo, cuándo y dónde comer. La relación con los alimentos está marcada por un constante desplazamiento de la posibilidad de elegir, pero aún ahí, permanecen tácticas subversivas que hacen lo que pueden con lo que tienen a la mano.

Limitaciones

Debido a la contingencia por el virus SarsCov-2 que provoca la enfermedad de Covid-19, no fue posible llevar a cabo una serie de talleres previamente planeados cuyo objetivo estaba orientado hacia el aprendizaje del cultivo de los propios alimentos a través de huertos familiares basados en la idea de sostenibilidad, tal como mostró Vanessa Pillagas (2017) en su trabajo en Ecuador.

De igual manera, la situación limitó las visitas domiciliarias y las entrevistas, mismas que hubieran aportado otros datos igualmente importantes para seguir ahondando en la configuración cotidiana de sus prácticas alimentarias. A su vez, se enfrentó a la dificultad para acceder a la información proveniente de la institución, en este caso el Banco de Alimentos de México, sobre todo en lo referido a detalles de los beneficios fiscales que tienen las empresas que donan los productos.

Con todo esto, es posible señalar que un trabajo de tipo etnográfico en las colonias de los beneficiarios del Banco hubiera aportado información aún más valiosa sobre las condiciones de vulnerabilidad y pobreza, así como las prácticas alimentarias que desarrollan en medio de la difícil situación que viven cotidianamente. De este modo, el trabajo se localizó por entero en las instalaciones del Banco de Alimentos.

Conclusiones

Los procesos de alimentación cotidiana en las mujeres madres de familia en Tuxtla Gutiérrez están condicionados por una variedad de factores que confluyen de manera directa e indirecta. La intensidad de vida en cada uno de sus elementos puede apreciarse en el hecho de ser las responsables de elaborar la comida en la casa, en varios casos también el de hacerse de los ingresos de manera completa y dotar de cuidados a población infantil y envejecida con algún tipo de capacidad diferente.

Las condiciones de trabajo en las que se ven sumidas impiden que el acceso a los alimentos sea suficiente y de calidad de acuerdo con el discurso aceptado de lo saludable. Los alimentos a los que logran acceder tienen altos contenidos calóricos, grasas y sodio, principalmente. Algunas madres de familia indicaron que ellas mismas estaban enfermas y que alguno de sus familiares por lo menos padecía enfermedades crónicas no transmisibles. El hecho de ser beneficiarios del programa del Banco de Alimentos y lo analizado en las entrevistas dan cuenta de la vulnerabilidad en la que se encuentran y, al mismo tiempo, del modo cotidiano de sobrevivir, de hacer uso de lo que se consume. Las tácticas realizadas remiten a la condición de desigualdad vivida, aunque permiten notar en qué medida las personas nunca permanecen totalmente desprovistas de poder subversivo.

Las prácticas alimentarias tienden a convertirse en hábitos, y por lo mismo, en prácticas más o menos inconscientes, irreflexivas, reiterativas y con una cierta subordinación a las opciones que están a su alcance, ya sean mercados, supermercados, tiendas locales o de conveniencia y el propio Banco de Alimentos. Se pudo apreciar que, en los ejes de la problemática, el sistema alimentario no tiene respuesta para incorporar a esta población, ya que la propia lógica del sistema alimentario no incluye la correcta distribución tanto de los ingresos como de la disponibilidad de los alimentos. Los productos que quedan al alcance forman parte de la superproducción masiva de refrescos, por ejemplo, los cuales no pierden valor ni costo, ya que son reutilizados por las madres de familia para revenderlos o intercambiarlos por otros productos.

El acceso que tienen a lo otorgado por el Banco de Alimentos se convierte en una suerte de ingresos en especie o intercambiables, pero tienen que pagar por ellos. Eso demuestra que aún en la pobreza, el sistema alimentario no ha logrado favorecer o eliminar esa dificultad a oportunidades de dicha población. El sistema alimentario muestra además que el énfasis está puesto en la posibilidad de que grandes empresas sigan lucrando en los últimos eslabones de los actos de consumo. De ahí que el régimen alimentario neoliberal sea el que mantiene la hegemonía y regula, en varios aspectos, el proceso cotidiano de alimentación.

Más allá de aseverar la clara inseguridad alimentaria como parte de una tendencia global del régimen alimentario en turno en que viven las mujeres madres de familia estudiadas, resulta útil replantear el problema, en otros términos, es decir, indicar las posibilidades locales o regionales que podrían articularse como respuestas más amplias ante la imposibilidad que ya tienen: el déficit del sistema. No obstante, lo observado en otras investigaciones y análisis teóricos señalan que, mientras que por un lado se puede operar de manera distinta o en otros términos en lo local o regional, la globalización es algo insoslayable, así lo indican autores con distintos enfoques como Ayora (2008), Robinson (2007) y Pereira et al. (2020).

Una de las posibles estrategias es la de maximizar la labor e importancia de los talleres participativos, de reflexión y de capacitación. Esto sumado o articulado a una serie de posibilidades conexas como las de otras profesiones cercanas, podría contribuir a la creación de mayor conciencia tanto individual como colectiva en favor de las mujeres madres de familia de Tuxtla Gutiérrez. La visibilización de esos ejercicios ayudaría a darle fuerza a una dinámica de trabajo distinta en la pieza del sistema del que forman parte. La formación de una ciudadanía alimentaria reflexiva y crítica es hoy una necesidad no sólo para revisar lo que se come, sino para pensar en cómo generar una redistribución más equitativa de los alimentos, esto es, hacer del proceso cotidiano de la alimentación un proceso más justo.

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1 La idea de la disponibilidad de los alimentos forma parte del reto global de que la agricultura logre el abasto de alimentos para la población en el futuro. Mientras que el reto es global, depende de la tasa de crecimiento nacional, la economía, la infraestructura agrícola y recursos naturales de cada país (Sosa y Ruiz, 2017, p. 208).

2La accesibilidad está basada en la universalidad del derecho a los mínimos nutricionales. Los criterios acerca de las “reglas” para su materialización en la sociedad cubren una gama bastante extensa. Formulados de manera esquemática, van desde el que postula que es el funcionamiento irrestricto del mercado -a través del ejercicio del poder de compra de los individuos- el que debe determinar a cuánto accede cada quien, hasta el que establece mecanismos para asegurar un acceso igualitario, es decir, proporcional a las necesidades nutricionales, lo que en general, supone racionamiento (Schejtman, 1988, p. 150).

3Otero (2016) señala que el trabajo de Philip McMichael postula que el análisis del “régimen alimentario” está abierto al escrutinio y la extensión por parte de otros académicos. En su propia revisión se pregunta Otero por la reserva que tuvo McMichael en llamar al tercer régimen como “neoliberal” en vez de “financiero”, puesto que los mecanismos por los cuales surgen son políticos, la globalización neoliberal que invierte la lógica del segundo régimen dejando entrever que ahora los Estados sirven a los mercados globales.

4El subrayado es nuestro.

5La presente información fue obtenida a través de las entrevistas al personal del Banco de Alimentos de México en la ciudad de Tuxtla Gutiérrez de fines de 2019 a principios de 2020. Los beneficiados pueden ser: 1) por afiliación propia y cumplimiento de los requisitos de ingreso (éstos están disponibles en su página de Facebook -https://www.facebook.com/bancodealimentostuxtla-), o 2) por estar registradas al ser consideradas como personas con alta marginación y vulnerabilidad.

6Televisores, ventiladores, estufas, colchones, planchas, bocinas, reproductores de música, antenas, juguetes, desechables, papelería, lapiceros, básicamente, en el caso de los electrodomésticos que tengan alguna falla de posible compostura o el empaque esté dañado o no tenga empaque, son los motivos de donación.

7Aunque algunos de los logotipos de estas empresas se encuentran disponibles en la página del Banco de Alimentos de México.

8Marca de una mezcla en polvo saborizada para preparar bebidas.

9Se ha señalado desde hace algunos años (Gutiérrez et al., 2009; Rodríguez-Burelo et al., 2014) que el consumo de refrescos con alto contenido calórico es una preocupación para la salud pública, ya que está asociado al desarrollo de enfermedades no transmisibles como la diabetes y la obesidad. A pesar de los esfuerzos no se ha logrado incidir en ningún aspecto de esos productos (producción, distribución o consumo), únicamente algo que ha sido señalado constantemente como el alto contenido de azúcares.

10Se refiere a la Coca-Cola.

11El estudio que realiza Teresa Ochoa Rivera (2013) es significativo cuando señala que los refrescos tienen un poder simbólico y de diferenciar socialmente un estatus. Se vincula el hecho de que es algo que se consume fácilmente por las razones que tiene la carga del producto tal como lo señala la autora. Al mismo tiempo, su poder se hunde en las vías de la convivencia familiar donde creo ese lazo de unión entre los comensales de reuniones y fiestas.

12Llamó la atención el detectar enfermedades como la diabetes tanto en las mujeres madres de familia como en varios de sus integrantes. El estudio de Ramos, Salas, Nuñez y Ramírez (2018) argumenta que “la salud es una variable multicausal, se ve influida por determinantes sociales (desde estructurales hasta proximales), dentro de los proximales, la alimentación es uno de los principales, si la alimentación no se ejerce de manera correcta, puede tener efecto nocivo sobre la salud. En la alimentación, la población puede actuar para coadyuvar en la prevención de enfermedades secundarias a la mala alimentación, como son las enfermedades crónicas no trasmisibles, entre otras, la diabetes, hipertensión y obesidad” (p. 14). No obstante, se puede notar que no sólo los determinantes proximales son relevantes sino también los estructurales, como las dificultades para la obtención de los recursos necesarios para una alimentación saludable ante el alza de precios de productos básicos.

13En palabras de Michel de Certeau, “llamo táctica a la acción calculada que determina la ausencia de un lugar propio. Por tanto, ninguna delimitación de la exterioridad le proporciona una condición de autonomía. La táctica no tiene más lugar que el del otro. Además, debe actuar con el terreno que le impone y organiza la ley de una fuerza extraña. No tiene el medio de mantenerse en sí misma, a distancia, en una posición de retirada, de previsión y de recogimiento de sí: es movimiento "en el interior del campo de visión del enemigo", como decía Von Bülow, y está dentro del espacio controlado por éste. No cuenta pues con la posibilidad de darse un proyecto global ni de totalizar al adversario en un espacio distinto, visible y capaz de hacerse objetivo” (1997, p. 43).

14Los ambulantes de la ciudad de Tuxtla Gutiérrez son conocidos por ofrecer más baratos los alimentos. Es así porque no pagan impuestos. Y el Ayuntamiento se ve obligado a levantar este tipo de ventas por considerarlas ilegales. Los sucesos se dan de vez en cuando, por lo que es común que después de un levantamiento, los vendedores ambulantes vuelvan a colocar su venta.

15Es de notar que en esta entrevista la señora está enterada de un mecanismo de salida de productos que tienen algunos supermercados como Wal-Mart, donde en un día hay ofertas para frutas y verduras, y resulta más barato que comprarlo en otros lados como el mercado. De este modo, en términos de De Certeau, se trata de aprovechar la ocasión para obtener el beneficio de la compra.

16Se refiere a un espacio propio para sembrar o realizar un huerto familiar. La mayoría de las colonias donde viven las mujeres madres de familia participantes de la investigación cuentan con espacios de tierra reducidos donde habitan casas de interés social o aún sin completar la construcción, ya que algunas de ellas han sido producto de la invasión de terrenos; razón por la cual también es posible encontrar terrenos baldíos alrededor.

17Así se refiere De Certeau al hablar de la táctica: “Obra poco a poco. Aprovecha las "ocasiones" y depende de ellas, sin base donde acumular los beneficios, aumentar lo propio y prever las salidas. No guarda lo que gana. Este no lugar le permite, sin duda, la movilidad, pero con una docilidad respecto a los azares del tiempo, para tomar al vuelo las posibilidades que ofrece el instante. Necesita utilizar, vigilante, las fallas que las coyunturas particulares abren en la vigilancia del poder propietario. Caza furtivamente. Crea sorpresas. Le resulta posible estar allí donde no se le espera. Es astuta. En suma, la táctica es un arte del débil” (1997, p. 43).

18El papel de las mujeres en la alimentación es una cuestión que ha sido señalada más allá de la figura que adquieren como madres nutricias. Silvia Federici (2018) menciona que el salario definía lo que era un trabajador y lo que no, dejando el trabajo doméstico separado de la posibilidad de un salario, cuando lo que producen las mujeres de acuerdo a Federici es la misma fuerza de trabajo del mercado capitalista: “es la crianza y cuidado de nuestros hijos -los futuros trabajadores- cuidándoles desde el día de su nacimiento y durante sus años escolares, asegurándonos de que ellos también actúen de la manera que se espera bajo el capitalismo” (p. 30). Lo que se observa en la entrevista es que el fenómeno entendido como “crianza” sobrepasa los límites de la infancia, adolescencia, llegando hasta la adultez y la vejez, extendiendo así su fuerza de trabajo.

19Para trabajos domésticos.

20De acuerdo con De Certeau, contrario a la táctica: “Llamo estrategia al cálculo (o a la manipulación) de las relaciones de fuerzas que se hace posible desde que un sujeto de voluntad y de poder (una empresa, un ejército, una ciudad, una institución científica) resulta aislable. La estrategia postula un lugar susceptible de ser circunscrito como algo propio y de ser la base donde administrar las relaciones con una exterioridad de metas o de amenazas (los clientes o los competidores, los enemigos, el campo alrededor de la ciudad, los objetivos y los objetos de la investigación, etcétera)” (1997, p. 42).

21De acuerdo con el informe del Coneval (2021), la carencia por acceso a la seguridad social sigue mostrando la incidencia más alta en 2020, 52.0% de la población (es decir 66.0 millones de personas), a pesar de presentar una disminución respecto a 2018. 7. El porcentaje de la población con carencia por acceso a la alimentación nutritiva y de calidad aumentó de 22.2% a 22.5% entre 2018 y 2020, lo cual representa 1 millón de personas más que en 2018. 8. Entre 2018 y 2020, el ingreso corriente total per cápita disminuyó 6.9%. Esta reducción es producto de la caída de todas las fuentes de ingreso, salvo las transferencias monetarias totales, que aumentaron 16.2%, al pasar de $639.67 a $743.51 (p. 23).

22La aseveración del etnólogo francés Igor de Garine “[…] señala que una de las razones principales por las cuales las sociedades prefieren el consumo de carne es por su sabor y por el prestigio que confiere el comerla” (Garine, citado por Ochoa, 2013, p. 6). En el contexto de la investigación comer carne continúa siendo un privilegio desigualmente distribuido.

Recibido: 23 de Junio de 2021; Revisado: 12 de Julio de 2021; Aprobado: 27 de Agosto de 2021

Autor para correspondencia: Luis Ernesto Cruz-Ocaña. Dirección: luise.cruz@unach.mx

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