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Política, globalidad y ciudadanía

On-line version ISSN 2395-8448

Polít. globalidad. ciudad. vol.8 n.15 Monterrey Jan./Jun. 2022  Epub Nov 09, 2022

 

Reseñas

Sergio Pitol y Polonia: la magia de la traducción1

Sergio Pilot and Poland: the magic of translation

Juan Villoro Ruiz1  2, Escritor y Periodista

1Escritor y Periodista, México


Celebro la aparición del libro “Sergio Pitol: El Bristol y Polonia”, que recoge la muy fecunda relación que el escritor mexicano tuvo con ese país, tanto por su estancia ahí como por las traducciones que hizo de escritores polacos y, en fin, por el vínculo en general que tuvo con esa cultura tan estimulante para él.

Algo que marcó la trayectoria de Sergio Pitol a lo largo de su vida fue la relación con la cultura en países donde la política era total o relativamente autoritaria.

Él viajó desde muy joven a Venezuela, que salía de la dictadura de Pérez Jiménez, y ahí se dio cuenta de que la cultura podía tener un papel de transformación en una sociedad que no contaba con un sistema político satisfactorio. Luego, tuvo una larga estancia en China donde vio que los espacios de libertad no eran posibles. Fue testigo de la Revolución Cultural y China y de cómo los profesores e intelectuales eran vejados en público. Le resultó imposible interactuar con un sistema totalmente autoritario y se sintió profundamente aislado. Tuvo que hacer un viaje circunstancial para renovar su pasaporte a Polonia y allí encontró un auténtico vivero cultural que coexistía con el socialismo realmente existente. La tensión entre la pulsión renovadora de la cultura ante una sociedad y una política que parecerían oponérsele, marcó el signo de su diferencia.

Vivió siempre en esas circunstancias y Polonia fue la matriz de su formación intelectual decisiva. Tradujo algunos autores fundamentales de esa lengua: Andrzejewski, Kazimierz Brandys, Bruno Schulz y, por supuesto, Witold Gombrowicz. La relación con Polonia fue la escuela de transformación intelectual de Sergio Pitol. Ese intercambio le brindó la oportunidad de entender que la cultura tiene su propio ritmo y sus propias formas de circulación, muchas veces subterráneas y disidentes, y que, poco a poco, las expresiones marginales pueden volverse dominantes. La cultura propone transformaciones que todavía no están a la vista de todos, pero en las buhardillas, en los sótanos, en los lugares donde se presenta el teatro experimental o se celebran recitales de poesía, ahí es donde se plantea la verdadera renovación.

El libro recoge, junto con muchos otros documentos importantes -y una muy detallada introducción del Embajador Alejandro Negrín-, el texto La lucha con el ángel, escrito muchos años después por Sergio Pitol. En plena madurez, recupera su estancia en el Hotel Bristol y el existencial núcleo que lo determinaría para siempre.

La tensión entre las fascinaciones de la vida y las fascinaciones del intelecto, entre la acción y la reflexión, el deseo y el deber, se condensan en La lucha con el ángel. Pitol tiene una invitación para asistir a una obra de teatro; nada le parece más edificante y placentero que ver una buena obra, especialmente en Polonia, donde había puestas en escena maravillosas. Recordemos que es el país de Grotowski, de Kantor, de Mrozek, de tantos dramaturgos y directores que renovaron la escena. Se dispone a suspender su afanoso trabajo de traductor para ir al teatro, cuando cede a una inquietud que recuerda el famoso dilema de Tonio Kröger, personaje de Thomas Mann, que se siente escindido entre los placeres y los estímulos de la vida, entre el trabajo y las tentaciones mundanas.

¿Vivimos verdaderamente cuando escribimos? La persona que se dedica a representar la vida puede sentir que el auténtico acontecer se le escapa, que se limita a especular en vez de experimentar las cosas. Esta tensión, que Thomas Mann desarrolla en una forma que encandiló a Pitol, se convierte en su propio dilema

La lucha con el ángel. Polonia representa para él la tentación de entregarse a las fuerzas vitalistas que ahí conoció y, al mismo tiempo, la posibilidad entregarse a las tentaciones del intelecto que también conoció en ese sitio.

Al final, recibe una llamada de un amigo, el bailarín Marek Keller, y resuelve abandonarlo todo para irse a una parranda con bailarines. De alguna manera, en la Lucha con el ángel gana la pasión, el gusto por la vida, el principio del placer, pero el resultado de eso es una obra extraordinaria, un texto magnífico, la condensación de las dos tentaciones que Sergio Pitol encontró en Polonia, viviendo en el hotel Bristol.

II

Sergio Pitol fue un escritor sumamente original que encontró una voz propia y una manera única de relacionarse con la literatura, en un momento en que el mundo latinoamericano se abismaba, por un lado, en las experimentaciones formales y los juegos estructurales más complejos y, por otro, en el realismo mágico y la literatura fantástica.

Pitol emprendió un camino donde las anécdotas están siempre asociadas a la reflexión. Sus historias se discuten a sí mismas. En cada uno de los textos hay variantes que podrían convertirlos en otros textos. Empezó describiendo atmósferas opresivas, llenas de secretos mal guardados. Su libro Los climas le debe mucho a la influencia que William Faulkner tuvo en él y en muchos otros escritores de América Latina. Pero luego, el contacto con Polonia y con otras literaturas, lo fue volcando hacia una progresiva introspección y hacía una discusión de sus ideas y de distintas variantes del arte desde la narrativa.

Su novela El tañido de una flauta fue considerado por Carlos Monsiváis como una “obra maestra secreta” de la literatura mexicana. Se refería a que, al publicarse, no tuvo gran resonancia de público; sin embargo, esa narración transformó silenciosamente nuestra literatura. La trama se ubica en el festival de cine de Venecia y aborda la trayectoria de un cineasta japonés y, al mismo tiempo, de un fallido artista mexicano que termina sus días en el Bowery, barrio bajo de Nueva York. El complejo entramado narrativo pone en contacto distintas formas de representar la realidad. También ironiza sobre la función de los gestores culturales mexicanos, anticipando obras posteriores de Sergio Pitol.

Su periodo de madurez está marcado por la combinación híbrida de distintos géneros literarios. En un libro maestro como El arte de la fuga, Pitol combina la memoria, la crónica, el ensayo, la ficción, el aforismo, distintos géneros, para crear un tapiz múltiple que le permite investigarse a sí mismo, al tiempo que habla de los otros. Progresivamente, fue adoptando algo que ya era una característica de él como persona: el sentido del humor y la ironía.

Sus primeros textos son muy azotados, muy dramáticos, desgarrados y hablan fundamentalmente del fracaso. Él mismo, en tanto narrador, se considera como una aventura trunca, pero a medida que fue perfeccionando su oficio, comenzó a burlarse de los demás y de sí mismo hasta llegar a la famosa Trilogía del carnaval, donde entiende la vida y la literatura como una oportunidad de reírse de todo aquello que le incomoda.

El desfile del amor indaga la historia de México. Ahí, el narrador advierte que la mejor manera de adentrarse en ella es precisamente la novela. El protagonista es un historiador que quiere investigar sucesos que ocurrieron durante la Segunda Guerra Mundial en México, en un edificio donde vivían refugiados de Europa; en el proceso, se da cuenta de la dificultad de entrar en esa vida. Entrevista a personas que fueron testigos presenciales y cada una de ellas le cuenta una versión distinta, tal y como ocurre en la película japonesa Rashomon, basada en el famoso cuento de Akutagawa “En el bosque”. Pitol ofrece allí una versión múltiple de la realidad. La única manera de darle coherencia, de articularla, es precisamente la novela. Es una visión irónica sobre la realidad mexicana y, sobre todo, sobre la forma en que la verdad ha circulado o, más bien, no ha podido circular en nuestro medio.

A partir de El desfile del amor, Pitol cultivó la ironía y el diálogo, basado en sus lecturas de Mijaíl Bajtín, al que había frecuentado desde su estancia en Rusia, y así creó la arquitectura carnavalesca de sus novelas de madurez.

Sin duda alguna, fue uno de nuestros mayores escritores, una voz profundamente original que ganó con merecimiento el Premio Cervantes.

III

Cuando empezaba a escribir, Sergio Pitol me recomendó que tradujera; Decía que la traducción era una gran escuela para un autor: la única posibilidad de entrar verdaderamente en las tripas de otro autor, de saber cuáles fueron las decisiones que tomó, de hacerte responsable de todas y cada una de sus palabras en otra lengua, lo cual pone en entredicho tu propio idioma, pues obliga a mostrar reflejos que no necesariamente sabías que tenías. Se trata, sin duda, de un adiestramiento excepcional.

Pitol tradujo decenas de libros de cinco lenguas distintas. Curiosamente, no hablaba bien ninguna de ellas. Verlo en Praga, por ejemplo, al dirigirse a una persona, era un espectáculo extraordinario: si alguna lengua dominaba era el políglotez, una mezcla de todas las lenguas que le venían a la mente. Pero él mismo decía que algunos de los mayores traductores literarios no eran precisamente buenos intérpretes desde un punto de vista oral y que lo más importante para un traductor era dominar el lenguaje de llegada, es decir, el lenguaje escrito, y eso Pitol lo hacía en forma extraordinaria.

El escritor argentino Ricardo Piglia ha postulado la idea de que se haga una antología literaria de la traducción, entendiendo que la traducción es un género literario por derecho propio y que las mejores traducciones revelan, detrás de ellas, a un gran escritor. Fue el caso de Sergio Pitol, especialmente con las traducciones de Witold Gombrowicz, un clásico del siglo XX, que prácticamente era desconocido en nuestra lengua. La traducción de Ferdydurke -que el propio autor inició en compañía de amigos que conoció en Argentina, pero que no hablaban polaco-, es una traducción tentativa.

Luego vinieron Cosmos, Transatlántico, El Diario argentino, del mismo Gombrowicz, y también traducidas por Pitol, que dieron a conocer a uno de los principales renovadores literarios del siglo XX, que había vivido prácticamente en el anonimato durante décadas en Buenos Aires, quejándose (con razón, porque así lo demostró la historia) que en Argentina solamente podía triunfar algo que viniera prestigiado desde Francia; como él simplemente vivía ahí, no se atrevían a conocerlo.

Sergio Pitol dio a conocer a numerosos autores polacos en su famosa Antología del cuento polaco, lo mismo que a muchos otros autores de distintas lenguas.

De manera indirecta, México le debe también algunos grandes montajes teatrales, porque tradujo a decisivos dramaturgos polacos.

Cuando tuve la suerte de ser jurado del Premio Cervantes, otorgado a Sergio Pitol, fue muy importante considerar su labor como traductor. Los otros miembros del jurado, que eran básicamente españoles, apreciaron mucho que la gran industria editorial española, y especialmente la catalana, se hubiera beneficiado de un traductor como Pitol, que les dio a conocer un repertorio amplísimo de autores que no estaban en su radar y que sólo gracias a él entraron a nuestra lengua y, además, lo hicieron con un lenguaje formidable.

A través de la traducción, Pitol impartió una lección cultural y me parece que también una lección de ética intelectual. Con excesiva frecuencia, vemos traducciones, especialmente las hechas en España, que abundan en localismos porque el traductor español, al hablar una lengua que es una lengua que juzga dominante y cuyo origen es la meseta castellana, considera que, si él ha escuchado en el bar determinada expresión, eso resulta válido en todo el campo del idioma. Abundan las traducciones españolas que están lastradas por localismos y donde aparecen términos taurinos dichos por personajes australianos o polacos.

Sergio Pitol siempre tuvo una concepción semejante a la de Jorge Luis Borges. En su opinión, el campo del idioma rebasa el país de proveniencia del traductor. A no ser que se trate de una búsqueda deliberadamente coloquial, los regionalismos introducidos por capricho del traductor dificultan la lectura de quienes no pertenecen a su comunidad lingüística.

Las traducciones de Sergio Pitol fueron concebidas para entrar en contacto con cualquier lector de la lengua castellana. Me parece que en eso refleja no solamente la generosidad natural de todo traductor, que desea poner en contacto a un gran autor con un lector, sino también una generosidad para entender que hay una lengua común que a todos nos atañe. Umberto Eco dijo que la lengua común de Europa es la traducción. Sergio Pitol puso en práctica esta convicción en el campo hispanoamericano.

1Palabras del escritor mexicano Juan Villoro en el coloquio Sergio Pitol: la magia de la traducción, organizado por el Instituto Cervantes de Varsovia (Polonia) a propósito del libro de Alejandro Negrín, Irwin Salazar y Nata-lia Pawelczyk, Sergio Pitol, el Bristol y Polonia, Embajada de México en Polonia, Varsovia, 2020. El coloquio se celebró para honrar al gran escritor y diplomático Sergio Pitol -en particular su faceta de traductor, y tuvo lugar el 26 de noviembre del 2020. La intervención de Villoro se puede encontrar en: https://www.youtube.com/watch?v=qf6TcdNV3n8; https://www.youtube.com/watch?v=ZVipm489Hn8; https://www.youtube.com/watch?v=z-WB0TCu-58

2Sergio Pitol vivió 6 años en la ciudad de Varsovia, en dos momentos: como becario (entre 1963 y 1966), y como diplomático (entre 1972 y 1975).

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