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Iztapalapa. Revista de ciencias sociales y humanidades

versión On-line ISSN 2007-9176versión impresa ISSN 0185-4259

Iztapalapa. Rev. cienc. soc. humanid. vol.45 no.96 Ciudad de México ene./jun. 2024  Epub 11-Mar-2024

https://doi.org/10.28928/ri/962024/aot1/fernandezchristliebp 

Artículos otros temas

La psicosociedad de los mecanismos

The psychosociety of mechanisms

Pablo Fernández Christlieb1 
http://orcid.org/0000-0001-5736-9130

1Universidad Nacional Autónoma de México, Ciudad de México, México pablof@unam.mx


Resumen

Este texto argumenta que la sociedad concibe la realidad social de acuerdo con su similitud con los objetos técnicos que la misma sociedad ha creado. Hay una suerte de evolución desde la mano y los utensilios, a las herramientas, los aparatos, las máquinas, hasta los objetos posmecánicos como los teléfonos celulares: cada objeto técnico, en cada época, configura la Weltanschauung a través de la cual la sociedad se piensa a sí misma. La conclusión es que el pensamiento humano y los objetos técnicos son de la misma naturaleza y esencia.

Palabras clave: objetos orgánicos; objetos mecánicos; objetos postmecánicos; pensamiento social

Abstract

This text argues that Society conceives social reality according to its resemblance to technical objects that Society itself has created. There is a sort of evolution from hand and utensils to tools, devices, machines and finally to postmechanical objects such as cellphones: each kind of mechanism, at each epoch, conforms the Weltanschauung through which Society thinks itself. So the conclusión is that thinking -human thougth- and technical objects are of the same nature and essence.

Key words: Organic objects; Mechanical objects; Postmechanical objects; Social thought

La función cuyas grandes líneas tratamos de trazar sería la de un psicólogo de las máquinas,

Gilbert Simondon, El modo de existencia de los objetos técnicos, p. 165

Introducción

Un zapato es un utensilio que sirve para callar a los gatos que maúllan en la azotea, un reloj es una máquina que sirve para que a uno se le haga tarde, un celular es un dispositivo que sirve para entretenerse cuando nadie le hace caso; o sea que son bastante útiles, y a estos útiles se les denomina científicamente objetos técnicos en general, y su definición de fondo sería algo así como materia cargada de energía con la finalidad de un resultado; o más explícitamente, una herramienta, aparato o máquina es algo que se mueve con alguna lógica u orden hacia algún lado u objetivo con algún propósito o intención. Lo primero que puede notarse de esta definición es que el resultado o propósito que mencionan casi nunca aparece, porque las herramientas no hacen cosas, sino que hacen -o arreglan- aparatos u otras herramientas, de manera que entonces casi cualquier cosa, el cepillo de dientes, la cerradura de la puerta, el tren de alta velocidad que sirve para arreglar los desperfectos del reloj, son utensilios o aparatos o máquinas, y las que no, son cosas inútiles, dentro de las cuales caben las obras de arte, pero más comúnmente se trata de instrumentos echados a perder, esto es, aparatos que ya estaban completos y terminados a los que se les han añadido tonterías, como por ejemplo adornos, complicaciones gratuitas, accesorios absurdos, estilización, precio, publicidad, que no los hacen más útiles sino más redundantes, que de adelantos tecnológicos no tienen nada.

Y los segundo que puede notarse es que esta definición es idéntica a otra definición, la del pensamiento, tal cual y a la letra. De hecho, nosotros solamente empezamos a pensar con el cerebro cuando se nos ocurrió que el cerebro era una máquina, lo cual quiere decir que pensamos con las máquinas y otros aparatos y útiles técnicos. Si el pensamiento hizo a los aparatos o los aparatos hicieron al pensamiento, la respuesta más probable es que se hicieron mutuamente a sus respectivas imagen y semejanza porque en rigor son lo mismo.

Quién sabe qué sean los individuos ni con qué piensen, pero la sociedad piensa al mundo con los objetos técnicos. Ud. haga el favor de no preguntar qué es el mundo, o que si el mundo es el resultado o propósito que se estaba buscando, porque tendría que recibir la respuesta correcta de que el mundo es la sociedad y viceversa. Y sí: la sociedad piensa al mundo que hace a la sociedad: la sociedad se piensa a sí misma con las herramientas que inventa: el mundo, la sociedad y los objetos técnicos son una misma entidad psicosocial, y por eso tienen el mismo pensamiento.

El cuerpo y las manos

El pensamiento de la sociedad -y sus socios, i.e., nosotros- piensa con lo que se le ponga enfrente, y lo primero que se le habrá puesto enfrente es el hambre, el frío y esas vicisitudes del cuerpo; y luego, cuando se le quita, esto es, se le quita de enfrente, entonces desaparece y se le olvida. Uno se acuerda de su cuerpo cuando el cuerpo rezonga; el asunto suena muy primitivo, como paleolítico, o mítico, lo cual es cierto, pero entonces los bebés han de ser nuestros paleolíticos portátiles porque todavía les sucede así. En efecto, como individuos y como sociedad, con lo que se empieza pensando es con el cuerpo, una mole encerrada que se agita desde dentro llena de reclamos. Y saber, como se dice hoy en día, que está compuesto de órganos y aparatos como el digestivo, no quita el hambre, y de paso son anacronismos que no existían cuando el cuerpo ya estaba ahí.

Lo demás es presumir de sabelotodos, porque para efectos técnicos, y sociales, y psicológicos y metafísicos, el cuerpo seguirá siendo una zona insondable, porque es el nido de la subjetividad, del ¿quién-soy-yo?, y como decía Schopenhauer, “el sujeto es lo que conoce y nunca es conocido” (1818: 23). Digamos que, fenomenológicamente, el cuerpo es de una interioridad abismal a la cual no hay manera de asomarse; y es de una sola pieza, y por lo tanto, no hay nada que permita vislumbrar su funcionamiento: es solamente una masa de tactilidad, un bloque táctil, y a fin de cuentas está constituido solamente de lo que siente y lo que resiente, que lo ocupa y lo llena todo por todos lados, y que no se puede decir en qué consiste salvo que es una fuerza que empuja y que mueve, y que los físicos se contentan con definir como una constante a la cual denominan energía (Allègre, 2005: 379), que es como un murmullo tranquilo cuando uno se sienta a descansar, y es como un rumor que se estira a la hora de caminar, y es como un fragor y una fiesta cuando uno se pone a correr o esforzarse, y como una tempestad cuando se sienten pasos en la azotea -y entonces se piensa con el miedo-. Hay otros términos más apropiados para esta fuerza o energía que se usan hablando del cuerpo, como el ánimo o el aliento, o el deseo o las ganas de vivir, que son de lo que estamos llenos. Bergson habló del Élan vital, Schopenhauer de La voluntad del mundo, Simondon de Lo preindividual.

Una sociedad que piensa con el cuerpo, que a la mejor será el primer instrumento técnico, porque es con lo que se relaciona con la realidad, cree que el mundo es parte del cuerpo como si fuera también la misma subjetividad, y lo siente dentro, o siente que su cuerpo ocupa el mundo entero. Para una sociedad así, que es la más primitiva, el mundo es tan incomprensible como el cuerpo.

Pero cuando uno se rasca porque este mundo le hizo cosquillas, las manos ¿forman parte del cuerpo o son ya un utensilio o una herramienta para rascarse?: pues lo que Ud. quiera, porque por el lado de adentro se siente la fuerza y por el lado de afuera se ven sus resultados.

Las manos, ese juguetito gracioso y refinado que sabe hacer malabares, que es como un explorador de cinco ruedas que anda metiéndose por donde quepa, es el vehículo por el cual el deseo se enfila hacia el mundo, a la vez marcando la separación y al mismo tiempo acercándose a él, haciéndola de pared y de puente con el mundo, que es lo que hacen los aparatos técnicos, cambiando cosas de lugar, juntándolas, levantando casas, haciendo caminos, señalando la punta de la montaña, poniéndose la ropa, pegándole a lo que se resista, porque es lo más versátil, eficiente y preciso que hay en el cuerpo y que, en suma, es por su mediación con lo que se establece contacto con el mundo.

Así que más que instrumento o juguetito es pensamiento: el homo faber de las manos es el homo sapiens del pensamiento. Pensamos con las manos; el pensamiento forma parte del pasatiempo de las manualidades; Heidegger decía que pensar es lo mismo que hacer un cofre: un trabajo de la mano (citado por Brun, 1963: 210), y lo interesante es que un cofre no es una cosa, sino un utensilio, que por lo mismo seguirá pensando después de que la mano haya terminado.

Y aventar una piedra o señalar una dirección es el acto de impotencia de las manos, porque quiere decir que se quedan cortas y más allá ya no alcanzan, pero la urgencia las impulsa, y entonces se tiene que inventar algo que las alargue, que las endurezca, que sea más detallista, que conserve sus gestos pero que los extienda, los precise y los mejore, o sea que el explorador con sus patitas busca y encuentra a la mano un utensilio.

Utensilios y herramientas

Las revoluciones técnicas son esos acontecimientos históricos en los cuales los instrumentos existentes ya están saturados, es decir, ya no alcanzan para más, ya no se puede hacer más con ellos, mientras que las ganas de vivir todavía siguen: ya dieron de sí en todo lo que tenían que dar, y entonces hay que buscar otros, como en la Revolución neolítica, que inventa utensilios y herramientas. Mumford la llama fase eotécnica (1934: 126ss.).

Los utensilios y las herramientas son instrumentos muy útiles que además de estar a la mano son manuales y también manuables, o sea fácil de manejarlos, de modo que no vienen con instructivo porque se aprenden a utilizar solos, de nada más verlos y manipularlos, y que incluso se pueden usar para lo que no son, como el sartén para agarrarlo de martillo y clavar un clavo, como la pluma para remover el café, pero que en todo caso sirven para continuar haciendo lo que la mano ya no alcanza o ya no se atreve, ya sea porque la realidad está muy apretada y para eso está el desarmador, y así sucesivamente: si la realidad está gruesa, se usa el cuchillo para rebanarla; si está muy líquida, la botella para contenerla; si está muy rasposa, los guantes; si muy floja, las pinzas; y si está muy caliente a la hora de servirla hay que usar el cucharón de lo sopa.

Estos bártulos son prótesis, estos adminículos son continuidades de la mano; hacen lo mismo que ella y sus dedos sólo que más lejos, más fuerte, más exacto, como los matamoscas, los fórceps, las navajas suizas, los palillos de dientes, pero todavía las habilidades y fuerzas son las de la mano: si se tiene mala mano no hay herramienta buena y el martillo sólo le atina al dedo. Y asimismo, lo que se ejerza con utensilios, y herramientas no solamente actúa sobre el mundo sino sobre todo repercute de regreso en el cuerpo, es decir, que se siente en el cuerpo por dentro y con gozo, con gusto, la ejecución y la materialidad del instrumento si es de buen material y se hace con buena mano, ya sea porque con ellos el mundo se siente menos hosco, menos agreste, menos áspero, menos indomesticable, o ya sea porque se siente la fuerza del propio cuerpo, su murmullo, su rumor, su fragor, su tempestad: es cierto que todos los objetos técnicos producen poder, pero no sólo el poder contra las cosas y contra los prójimos, sino el poder de las ganas de vivir resonando por dentro del cuerpo. Es por esta razón que las artesanías, como la alfarería o el tejido, no obstante ser obsoletas en términos productivos, siguen siendo tan socorridas, porque en ellas se siente en carne viva la realidad del material y del instrumento con que se trabaja, experiencia que no les sucede ni a los obreros ni a los patrones.

Y si los utensilios y las herramientas se rompen, uno se queda como tonto viéndolos unos cuantos segundos y después sabe que hay que cambiarlos porque no hay nada que hacerles, porque un solo material que se rompe se convierte en dos materias que ya no se pueden volver una otra vez; eso de ponerles pegamento o cinta adhesiva es sólo lo que se hace antes de ir a comprar otro.

La diferencia entre los utensilios y las herramientas es que los utensilios son tradicionalmente de madera o su práctico sustituto el plástico y las herramientas como su nombre lo indica son de fierro; pero hay unos utensilios de fierro como las cacerolas. Y los utensilios están hechos de una pieza mientras que las herramientas son aproximadamente de tres piezas, o dos piezas y una articulación, aunque los desarmadores y los serruchos, que son herramientas, son de una sola pieza, de manera que mejor hay que decir que los utensilios son los que están en la cocina y las herramientas las que están en el taller, aunque en todas las cocinas siempre hay un cajón medio lleno de herramientas. Si un cuchillo para cortar carne es un utensilio no se sabría por qué un hacha para cortar leña es una herramienta. Y las tijeras, que son de fierro, de tres piezas, que están en la cocina y también en el taller, ¿qué son?: pues vaya Ud. a saber.

En todo caso, a ambos se les puede denominar principalmente objetos técnicos orgánicos por cuanto constituyen una continuidad integral con el cuerpo y están activados con la misma fuerza que el cuerpo y por lo tanto se usan y se sienten como siendo la misma unidad intrínseca. Una herramienta sin el cuerpo no se mueve, un cuerpo sin utensilio no es humano. ¿Y el taladro y la licuadora?, pues se guardan con las herramientas y los utensilios, pero ya no son eso: ya son aparatos o máquinas.

Aparatos y máquinas

Las revoluciones técnicas son acontecimientos históricos en los cuales las herramientas existentes, o bien ya son perfectas, es decir que cumplen óptimamente con su función y ya no se les puede añadir nada que las haga mejores, como los sacacorchos y los cortaúñas; o bien cuando muestran una falla estructural o una limitación por la que ya no son capaces de hacer lo que se necesita, por ejemplo tejer ropa para demasiada gente o transportar toneladas de carga, y para lo cual y por lo tanto se requiere un instrumento del todo distinto que, como no existe, hay que inventarlo, como en la Revolución industrial.

Lo más tajante que sucedió en ella fue que se cortó el nexo o vínculo o comunicación de los objetos técnicos con el cuerpo, esto es, que su uso y su sello ya no repercute en el cuerpo, ya no nos comunica nada, y por ende sólo hubiera que esperar a ver qué sale, qué hacen, qué producen, como el trenecito eléctrico que como juguete es un fiasco porque a los niños no se lo dejan tocar. Ya no se siente nada cuando se usan, como si nos ignoraran y fueran indiferentes hacia nosotros. Y por eso, a partir de entonces, apareció el sentimiento de alienación con respecto a ellos y la animadversión cultural consecuente. En suma, los objetos técnicos industriales ya no son orgánicos, sino que son mecánicos, y la cultura se escindió de la tecnología porque cometió el error de hacerse la exquisita y no mezclarse con esos armatostes tan poco espirituales: lo que debió haber hecho era comprenderlos.

La característica de los objetos mecánicos es que están constituidos por piezas sueltas, tornillos, resortes, engranes, ejes, palancas, que operan unas contra otras por contacto directo, razón por la cual producen esa música tan tecno de clangclang, traca-traca, run-run, que cuando ya no se oye es que no están trabajando, que Dickens reproduce en Tiempos difíciles y Chaplin en Tiempos modernos: a los difíciles Mumford los llama fase paleotécnica y a los modernos, neotécnica (1934: 171SS., 233SS.).

Los objetos mecánicos se dividen en aparatos y máquinas; es difícil saber si un reloj mecánico es un aparato o una máquina. Los molinos de viento, aunque sean tan grandes, son aparatos, y de hecho se les llamaba molinos a los talleres más de tipo artesanal equipados con aparatos, y a las fábricas más de tipo industrial equipadas con máquinas se las llamó ingenios, como los ingenios azucareros, a donde entraron, o de donde salieron, los ingenieros. Las máquinas de escribir no eran máquinas, sino aparatos, aunque fueran eléctricas. A las cámaras fotográficas, en España se las llamó máquinas, y en Francia, aparatos. Un horno de microondas ya no es un aparato, sino una máquina.

Un aparato tiene la gracia de que no se necesita conectar ni echarle gasolina: las aparatos son herramientas compuestas, instrumentos de tres piezas o más, como una balanza, o un barco de vela, o un arado, o un alambique que, para moverse, utilizan, o se les imprimen, fuerzas prestadas de la naturaleza, ya sea fuerza muscular como los telares, animal como las carretas, hidráulica como las norias, eólica como las veletas, térmica como las fundidoras, gravitacional como los péndulos, solar como los calentadores ecológicos, es decir, energía que está ahí de todos modos, libre, y que se gasta sola se use o no. En cambio, las máquinas, que son como aparatos complejos, que seguramente tienen muchas más piezas, como los ferrocarriles, automóviles, elevadores, excavadoras, pulidoras, tractores, aspiradoras, aviones y todo eso que le gustaba al Futurismo, ya tienen motor, esto es, algo que se mueve por cuenta propia y hace funcionar a la máquina, y por lo tanto, su energía ya no es una que se encuentra suelta en la naturaleza, sino que se trata de un combustible producido exprofeso, como el carbón, el vapor, la gasolina o la electricidad, y razón por la cual a las máquinas se les agregan tuberías, mangueras, cables, que son los conductos necesarios por los que transcurre la fuerza que los mueve, y que si se les acaba dejan de funcionar.

Se podrán en efecto proferir muchas erudiciones sobre estas fuerzas, que si Maxwell o que si Faraday, y son las que podrán opinar por qué el motor no arranca o la veleta está quieta, pero en última instancia la energía en general es eso que permite explicar pero no puede ser explicada (como la subjetividad): es bellísimamente incomprensible, y es también el límite de la realidad, porque esto que se tiene que dejar sin entender está hecho de la misma pasta de la que estaba hecho el cuerpo del principio: un puro ánimo.

Si en una de ésas algún alelado se le queda viendo a una máquina funcionar, cómo giran sus rueditas, aprietan sus tornillos, saltan sus resortes continua e incansablemente, se le ocurrirán ideas que no son de ahí pero sí vienen al caso, como por ejemplo, que la ciudad ha de ser como una máquina que nos usa de combustible y además no produce nada, o que uno es una simple tuerquita trasroscada entre los engranes del capitalismo, y demás temas aparatosos. En efecto, se puede argumentar que la sustancia auténtica de los objetos técnicos es su funcionamiento, no sus materiales ni sus productos, sino la lógica, el procedimiento, el orden que siguen todas las piezas y movimientos para operar adecuadamente. Así como Darwin dijo que el instinto era la mentalidad de los animales, así se puede decir que su funcionamiento es la mentalidad de los aparatos y máquinas o, dicho de otro modo, el funcionamiento es un pensamiento: el pensamiento que conecta y vincula a la sociedad con el mundo. O sea que el mundo y la sociedad se nos aparecen con la misma lógica que le adivinamos a los instrumentos útiles, ya sea por intuición, analogía, ideología o mera dejadez. Para Kepler, que es de la época de los aparatos como los telescopios y los astrolabios, el universo se le aparecía como un inmenso aparato que se movía con la mano de Dios de una manera plácida, armónica, que es como suele ser el funcionamiento de los aparatos (contra el ruidoso de las máquinas). Por este funcionamiento del pensamiento, por esas mismas fechas, la sociedad se organizaba a sí misma en gremios, parroquias y otras agrupaciones solidarias, como en el Renacimiento, que son como pequeños aparatos societales, con armonía y todo, dentro de los cuales se podrá incluir seguramente a la familia, que nunca llegó a funcionar como una máquina. Si cambia la técnica se transforma la sociedad: si se transforma la sociedad cambia la técnica.

En cambio, con la Ilustración, que ya es la época de los avances técnicos de gran producción, el universo empezó a ser visto como una inconmensurable máquina movida por la gravitación universal, esa gasolina de las estrellas, y la sociedad pasó a ser considerada de entonces hasta la fecha como esa máquina repleta de piecesitas intercambiables denominadas individuos a los cuales se les puede planificar para que funcionen según los requerimientos, y si no, se cambian por otros que al fin hay muchos, es decir, que se entrechoquen y operen correctamente unos contra los otros sin importar cuánto ruido hagan para que al final de la jornada la máquina produzca la única mercancía que sabe hacer, que es el dinero, que sirve para reinyectarlo a la máquina y hacerla más poderosa y grande: otra vez aparece el poder, pero esta vez nosotros ya no somos cuerpo que lo experimenta, sino piecesitas de una maquinaria que lo aguantan y lo resisten. Ésta es nuestra mentalidad mecanicista a través de la cual se inteligen todas las cosas, hasta las relaciones humanas y la subjetividad, y que todavía perdura, ya sea por ideología o dejadez. No obstante, los objetos mecánicos ya resulten un poco pasados de moda.

Y si los aparatos o las máquinas se descomponen, que quiere decir que sus piezas se zafan, se rompen o se desajustan, o que los conductos se interrumpen, fijándose bien y con una cierta dosis de sentido común se pueden arreglar o por lo menos saber qué les pasó, que se le quemaron los carbones, que se le tapó el carburador, que hay que prenderlo primero; y es que todo el mundo ha visto aparatos y máquinas moverse, ha visto girar ruedas y avanzar como en los coches, o ruedas girar sobre su eje sin ir a ninguna parte como en los ventiladores o las bobinas, o ruedas girar sobre otras ruedas como en los engranes, y entonces ya puede saber de qué se trata un mecanismo, y saber dónde se trabó, lo cual implica un conocimiento suficientemente intrínseco de su técnica, aunque uno sea, incluso, psicólogo. Ello es posible en primer lugar porque los mecanismos y sus piezas y sus funciones son macroscópicas, o sea, que se ven más o menos a simple vista, con la misma vista que se emplea para ver las manos y los utensilios, un poco más enfocada si acaso, pero, sobre todo, en segundo lugar, porque el pensamiento que los mira es capaz de comportarse como un mecanismo, o que el mecanismo ha sido capaz de convertirse en pensamiento, como en los museos interactivos donde a los niños los enseñan a pensar moviendo palanquitas, de suerte que siguiendo la lógica del uno se arregla el funcionamiento del otro; aunque, claro, esto no funciona verdaderamente para arreglar amores y desamores, política y movimientos sociales, como tan a menudo se intenta: la pareja de Ud. no es una licuadora, una huelga no es un cortocircuito.

A mediados del siglo XX se les ocurrió a los fabricantes tapar los aparatos y máquinas con una carcasa o fuselaje o carrocería o envoltura para que ya no se viera el mecanismo, para que ya no supieran componerlos: las máquinas de coser, las aspiradoras, los automóviles, los radios, todos venían recubiertos por una especie de ataúd que impedía ver cómo funcionaban; se hacía para venderlos mejor y para que se vieran más misteriosos, como si lo que tuvieran adentro ya no fuera un motor o un mecanismo, sino alguna fuerza mágica que los hacía moverse solitos, pero esto ya no entra en el terreno de la técnica, sino de la tontería, porque el único objeto técnico que necesita ir recubierto de una forma aerodinámica para su funcionamiento son los aviones.

Las computadoras y los celulares

Las revoluciones técnicas son acontecimientos históricos que sobrevienen cuando las máquinas existentes ya alcanzaron su estado óptimo y a partir de ahí ya no pueden producir nada necesario y entonces empiezan a producir cosas perversas o pervertidas, como los automóviles que ya no producen transportes o viajes, sino que producen contaminación, atascos, estacionamientos, atropellamientos, ostentación y discriminación social (los últimos coches que sirvieron habrán sido el Messerschmitt, el Isetta y el Volkswagen; ya después empezó la mercancía). Y así, los siguientes objetos técnicos realmente trascendentes son ya de nuevo orden, como los de la Revolución electrónica, que parece que es como se le puede denominar, toda vez que lo electrónico se refiere a un medio, vacío o sólido, capaz de transmitir señales débiles que por cualquier otro conducto no se registran, y remite pues a la energía que emplea.

Los que arreglan relojes piensan como relojitos, pero cuando les traen a componer un reloj digital, esto es, uno que ya no hace tic-tac, recomiendan que mejor se compren otro. En efecto, éstos ya no se pueden arreglar, porque ya no se pueden comprender, porque lo que se les puede mirar y tocar a simple vista y simple mano no es lo que está descompuesto, y lo que sí, ya es invisualizable porque tiene una tamaño que ya no es de la escala humana; incluso es menos que microscópico. Y ciertamente, cuando a alguien se le echa a perder su computadora o celular, que son los objetos técnicos que ya no son mecánicos, sino posmecánicos, atrevidamente les destapa la carátula y se queda con un palmo de narices, porque ahí no hay nada que arreglar, sino solamente tres bloques o pastillas herméticos, sellados, como cajas negras, de los cuales uno es el cpu -el procesador-, el otro es la memoria, y el tercero la pila y los enchufes al exterior, unidos por circuitos impresos; en suma, nada que verle, porque, en rigor, los celulares y los objetos posmecánicos varios ya no están hechos de piezas, sino de energía, a la cual se le ha llamado, correctamente, pero extrañamente, información. Esta información no es estrictamente un dato, o un mensaje (Roszak, 1986: 23), sino una fuerza, desconocida -paradójicamente, porque justamente lo que no da es información-, como todas las fuerzas.

Mecánicamente, en el teléfono móvil y el ordenador, la información es de inicio lo que entra (lo que se escribe en el teclado), y lo que sale (lo que aparece en la pantalla), y hasta ahí todo se entiende, pero posmecánicamente, en medio hay una información más pequeña, que es la que transmite señales para que el proceso resulte, que se llama transistor, que es una especie de compuerta que deja o no deja pasar informaciones muy sencillas: sí o no, pasa o no pasa: con unos cuantos transistores se hace un radio, y más o menos se barrunta cómo funciona, porque eso todavía parece electricidad que pasa o se interrumpe. Pero, en una computadora, cuando el número de transistores o conmutadores transmitiendo unidades de información, los bits, de 1 o 0, es de diez mil millones en un procesador todos transmitiendo al mismo tiempo (Rajsbaum et al., 2010: 664), eso ya no son indicaciones, sino que ha pasado a convertirse en una pasta homogénea, unificada, indistinta, hechas de pura energía que inunda en bloque, en masa, toda la solidez del material físico, de modo que ni siquiera necesita conductos ni cables para transmitirse porque, por decirlo así, la energía ya se volvió material y el material se volvió energía, de manera que ni siquiera parece que se mueve. La información es una fuerza que se expande o se extiende en un campo que está hecho también de información (el procesador) siguiendo unas instrucciones (llamadas algoritmos) que están hechas igual de información y que se depositan en otra información que es la memoria. Energía, conducto, objeto y funcionamiento tienen la misma esencia.

En resumidas cuentas, para el pensamiento de la sociedad, que lo único que tiene es el sentido común, todo lo que tienen las computadoras y los celulares por dentro es energía, fuerza, es decir, exactamente eso que es lo incomprensible por definición, lo que no se puede saber, lo insondable, que es ciertamente emocionante porque es absolutamente misterioso, el principio irrebasable de la realidad, su Big Bang, lo cual los hace, a estos objetos técnicos, objetos oscuros, opacos, cajas negras abisales. Seguramente a los expertos en cibernética se les aparece con algo más de claridad y tendrán algo más de discurso al respecto, pero a la gente, la habitante habitual del mundo y de la sociedad, y que son los usuarios de estos dispositivos, no hay nada que le permita colegir su funcionamiento, y el funcionamiento era el pensamiento con el cual la sociedad pensaba el mundo. Sorpresivamente, por ende, lo que hay dentro de los celulares y computadoras es lo mismo que había dentro del cuerpo, esa fuerza o energía o voluntad de la cual no se puede decir nada, con la diferencia básica de que mientras la del cuerpo está en nosotros y la sentimos, la de los celulares y las computadoras ya no es nuestra y no la sentimos ni experimentamos ni nos reconocemos en ella, como si fuera otro ser que no tiene nada de humano.

Al mismo tiempo que la aparición de las computadoras se empezó a poner de moda la curiosidad de la materia oscura y la energía oscura (Pickover, 2018: 348, 494) que, según esto, constituye el 96% de la materia y energía del universo de la cual no se puede saber nada. Si ideas de esta índole se tornan tan creíbles y aceptables entre la gente, es tal vez porque se parecen mucho a lo que encuentra en el interior de sus adminículos electrónicos, de los que tampoco entienden nada. Históricamente, hemos pasado del universo como una máquina al universo como un celular. Y cabe preguntarse si no sólo el mundo, sino también la sociedad, está entrando en el pensamiento de la gente como una suerte de caja negra cargada de fuerzas opacas que actúa misteriosamente y que tampoco se puede arreglar, porque parece que ninguna de las teorías, sociales ni opiniones públicas ni frases de motivación, sirve para dilucidar una realidad inusitada de violencia que parece que se mueve como información pero que ya no sabe usar mensajes.

Conclusión

La información (y para el caso, todos los combustibles) sólo es de ida; cuando parece que va de regreso, a lo que llaman feed back, solamente es de ida en sentido contrario. No puede volver sobre sí misma.

Criticar u oponerse a la tecnología, que siempre es un poco chic aunque algo hippie, es una tentación, dado que a menudo se producen perversiones; pero nadie con sentido común se atrevería a decidir cuándo ya no debe haber más avances tecnológicos, porque seguro con eso nos hubiéramos perdido de la imprenta de Gutenberg y del cemento Portland y de los aviones de Lufthansa y de la World Wide Web y de los telescopios espaciales que localizan la materia oscura.

Estar como fan a favor de la tecnología no es entenderla sino seguir encandilado con todos los gadgets que le vendan y obedecerlos en lo que digan, lo cual no hace al fan tecnólogo sino sólo consumista: las gentes que usan todo el tiempo su celular no son ni más técnicos ni más enajenados, sólo son más desagradables.

Y como la información, y como el funcionamiento, el pensamiento también es sólo de ida, siempre avanza, y no puede pararse, nunca se detiene: a ver, Ud., trate de detener su pensamiento, y el pensamiento seguirá pensando cosas como “tengo que detenerme”, “prometo no pensar”, “pero cómo le hago, si cuando pienso que ya no estoy pensando sigo pensando” sin detenerse ni poder parar, lo cual ha de ser el martirio de los paranoicos y de los celosos. Así es el pensamiento, y eso es lo que está integrado y es intrínseco en el funcionamiento de las máquinas, por lo cual éstas pueden proseguir su carrera sin fin hasta, por ejemplo, separarse, independizarse de nosotros, de nuestro cuerpo y de nuestra vida, y hacer que la tecnología produzca mercancías, pero no tenga sentido.

Los objetos técnicos tienen pensamiento, pero no tienen conciencia: la conciencia, al parecer, es ese pensamiento que sí puede volver sobre sus pasos, porque es un pensamiento capaz de pensar sobre sí mismo y por lo tanto venir de regreso; y adonde tiene que regresar es obviamente al lugar de donde salió, y ese lugar es el propio cuerpo. Y paradójicamente, eso sí es ser técnico y no nada más tecnófilo o tecnófobo. La conciencia significa que, frente al funcionamiento de un artefacto cualquiera, se puede recorrer el camino de su pensamiento de regreso, algo así como encontrar y experimentar el funcionamiento, la lógica, el orden, la fuerza, de la máquina en una computadora, y encontrar asimismo la herramienta que está dentro de la máquina, y encontrar al utensilio en la herramienta y a la propia mano en el cucharón de la sopa; y en conjunto encontrar a lo orgánico en lo mecánico y así volver a sentir al propio cuerpo ejercitando su ímpetu, palpando sus propias ganas en todos los objetos técnicos que se conocen desde dentro, por su funcionamiento, y no sólo por sus producto como hacen los capitalistas, a los cuales no les interesan los instrumentos, sino las ganancias.

Rehumanizar la tecnología es sentir al cuerpo, a eso desconocido que somos nosotros, en los utensilios de la cocina, en el martillo atinándole ahora sí al clavo, en la cafetera que ya está hirviendo sobre la estufa, en las escaleras mecánicas del metro que otra vez se descompusieron, y en el celular que trae en la bolsa y que ya hay que checar: cuando uno siente que la vibración del celular es la misma que la de las ganas de contestar, habrá entendido todo, y a la mejor de puro gusto ya no conteste.

Referencias

Allègre, Claude 2005 Dictionnaire amoureux de la science, Francia, Plon/Fayard. [ Links ]

Brun, Jean 1975/1963 La mano y el espíritu, México, Fondo de Cultura Económica. [ Links ]

Mumford, Lewis 1998/1934 Técnica y civilización, Madrid, Alianza. [ Links ]

Pickover, Clifford A. 2018 El libro de la ciencia. De Darwin a la energía oscura, 250 hitos en la historia de la ciencia, Madrid, Librero. [ Links ]

Rajsbaum, Sergio (coord.) 2010 Computación. Enciclopedia de conocimientos fundamentales, México, UNAM-Siglo XXI Editores, vol. 5, pp. 503-762. [ Links ]

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Schopenhauer, Arthur 1983/1818 El mundo como voluntad y representación, México, Editorial Porrúa. [ Links ]

Simondon, Gilbert 2008/1958 El modo de existencia de los objetos técnicos, Buenos Aires, Prometeo Libros. [ Links ]

Citar como: Fernández Christlieb, Pablo (2024), “La psicosociedad de los mecanismos”, Iztapalapa. Revista de Ciencias Sociales y Humanidades, núm. 96, año 45, enero-junio de 2024, ISSN: 2007-9176; pp. 117-130. Disponible en <http://revistaiztapalapa.izt.uam.mx/index.php/izt/issue/archive>.

Recibido: 20 de Enero de 2023; Aprobado: 05 de Octubre de 2023; Publicado: 30 de Diciembre de 2023

Pablo Fernández Christlieb

Profesor titular“C” de tiempo completo definitivo en el Departamento de Psicología Social de la Facultad de Psicología en la Universidad Nacional Autónoma de México. Es licenciado en Psicología por la Universidad Nacional Autónoma de México, maestro en Psicología Social por la University of Keele en Inglaterra y doctor en Ciencias Sociales por el Colegio de Michoacán en México. Hizo tres estancias posdoctorales, una en Investigación en el Laboratoire de Psychologie Sociale en la Université Paris-Descartes en París, Francia, otra en Investigación: Doctorado de Psicología Social en la Universidad Autónoma de Barcelona en Cataluña, España y la tercera Posdoctoral en el laboratoire de Psicología Social. École des Hautes Études en Sciences Sociales en París, Francia.

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