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Iztapalapa. Revista de ciencias sociales y humanidades

versión On-line ISSN 2007-9176versión impresa ISSN 0185-4259

Iztapalapa. Rev. cienc. soc. humanid. vol.44 no.95 Ciudad de México jul./dic. 2023  Epub 11-Sep-2023

https://doi.org/10.28928/ri/952023/aot1/maciasmaciasa/sevillagarciay 

Artículos otros Temas

Haciendo economías alternativas en un entorno mercantilizado. El tianguis Pochtecatl en Jalisco, México

Making alternative economies in a commercialized environment. The Pochtecatl marketplace in Jalisco, Mexico

Alejandro Macías Macías1 
http://orcid.org/0000-0002-1359-3402

Yolanda Lizeth Sevilla Garcia1 
http://orcid.org/0000-0001-5752-7194

1Universidad de Guadalajara, Ciudad Guzmán, México alejandrom@cusur.udg.mx, lizeth.sevilla@cusur.udg.mx


Resumen

La globalización de los mercados y los gobiernos neoliberales han provocado la pauperización en las condiciones de vida de las clases trabajadoras y los grupos populares. En ese contexto resurgen las iniciativas de economías alternativas a la de mercado, basadas en la solidaridad y la reciprocidad. El tianguis Pochtecatl de economías alternativas es un esfuerzo en el sur de Jalisco, México, que busca mejorar el cuidado de la naturaleza, reafirmar los vínculos comunitarios y reivindicar los saberes regionales. Este tianguis ha transitado por distintas etapas, enfrentando retos y errores, así como reafirmando convicciones entre sus actores. Concluimos que estos esfuerzos son fundamentales para revertir la injusticia y la inequidad que genera el modelo económico hegemónico. Sin embargo, lograr que tales iniciativas trasciendan de los buenos deseos a resultados efectivos y sostenibles requiere convicción y compromiso por todos los actores con respecto a los retos que representa su instrumentación.

Palabras clave: economía solidaria; reciprocidad; naturaleza; intercambio; sur Jalisco

Abstract

The globalization of markets and neoliberal governments have led to the pauperization of living conditions among the working classes and popular groups. In this context, initiatives for alternative economies to the market, based on solidarity and reciprocity, have resurfaced. The Pochtecatl alternative economy flea market is an effort in southern Jalisco, Mexico that seeks to improve the care of nature, reaffirm community ties, and reclaim regional knowledge. This market has gone through different stages, facing challenges and mistakes, as well as reaffirming convictions among its actors. We conclude that efforts like this one are fundamental at the present time in order to revert the injustice and inequity that generates the hegemonic economic model. However, to achieve that such initiatives transcend from good wishes to effective and sustainable results, requires conviction and commitment from all actors regarding the challenges that their implementation represents.

Keywords: solidarity economy; reciprocity; nature; exchange; southern Jalisco

Introducción

La desigualdad económica y la apropiación de las riquezas por parte de unos cuantos es una de las características intrínsecas del capitalismo, profundizada durante las más recientes décadas. Ante ello se han multiplicado por todo el mundo las acciones de resistencia por parte de los grupos sociales menos favorecidos, lo que ha hecho surgir y resurgir distintas propuestas de economías que son alternativas a la hoy hegemónica. Varias de estas iniciativas muestran tener el potencial para intentar formas distintas de intercambios de bienes y servicios en las que prevalezca la reciprocidad y la solidaridad en comunidad y no las prácticas mercantiles egoístas que caracterizan la economía de mercado.

Sin embargo, en el desarrollo de estas iniciativas que conviven con el mercado subsisten una serie de contradicciones que si bien pueden considerarse normales dado el contexto en el que se generan, también invitan a plantear varios cuestionamientos sobre su carácter de resistencia y su viabilidad futura: ¿son realmente economías alternativas a la capitalista o solo un complemento de esta?; las relaciones que se entablan en su interior ¿corresponden a los principios de reciprocidad o más bien prevalecen las relaciones competitivas solo atenuadas por una aparente solidaridad? En ese sentido, tales iniciativas ¿perdurarán en el tiempo una vez que sus actores superen las condiciones de crisis que viven o su carácter será transitorio? Igualmente, su característica actual de ser esfuerzos con alcance limitado, ¿podrán evolucionar en proyectos de mayor impacto, que se conviertan en auténticas alternativas al modelo económico hegemónico o terminarán siendo absorbidas por este?

Buscaremos en alguna medida responder tales preguntas de largo alcance a través del estudio de caso denominado Tianguis Pochtecatl de economías alternativas, que se desarrolla desde 2014 en el sur del estado mexicano de Jalisco. En él se han puesto en práctica distintas acciones para mejorar las condiciones de vida de productores locales de pequeña escala, en concordancia con los principios de solidaridad y reciprocidad, así como de cuidado de la naturaleza. Sus resultados después de siete años de actividad muestran las potencialidades de este tipo de proyectos, pero también las barreras y los riesgos que existen para su consolidación.

Marginalización e informalidad, características del capitalismo

Desde el surgimiento del capitalismo, su desarrollo se basa en la apropiación, por parte de los dueños de los medios de producción, de la plusvalía generada por el trabajo en el proceso productivo (Marx, [1867] 1959: TI, 158). Una de las estrategias para lograr esto consiste en mantener un exceso de mano de obra respecto de las demandas de las empresas, pues de esta forma se asegura mayor control sobre los trabajadores, sus salarios y prestaciones.

Como consecuencia de lo anterior, durante los siglos XVIII, XIX y principios del XX, la mayor parte de la población que vivía en países capitalistas lo hacía en condiciones críticas de subsistencia, por lo que debían buscar nuevos mecanismos alternativos y complementarios a los laborales. Así nacieron, durante el siglo XIX, las mutualidades, cooperativas, asociaciones populares, organizaciones de beneficencia y grupos de autoayuda.

Paralelamente a estas organizaciones, los trabajadores también impugnaron las deplorables condiciones laborales por medio de sindicatos y grupos de presión. Poco a poco tales demandas permearon en intelectuales y políticos, de manera que surgieron distintas políticas para la protección de los trabajadores y de la población pobre en países como Inglaterra (leyes de pobres o de asistencia social), Alemania (estado social), Francia (estado providencia), Italia o las naciones escandinavas. Estas serían reforzadas luego de la gran depresión de 1929, cuando el inglés John Maynard Keynes propuso la intervención activa del Estado en la economía a través del gasto gubernamental, incitando a que este se orientara en buena parte a la prestación de servicios públicos.

En un inicio las ideas keynesianas fueron poco reconocidas, sin embargo, las posteriores crisis que se extendieron por Europa y Estados Unidos, las respuestas “exitosas” a estas por parte de regímenes totalitarios -que sacrificaron la democracia para salvar al capitalismo (Galbraith, [1995] 2013: 242-243)-, el atractivo que despertó el socialismo soviético para los grupos subordinados y la propia necesidad que tenían los grupos de poder por “salvar al sistema de sí mismo” (Macpherson, 1991: 27) hicieron que al término de la segunda guerra mundial dichas ideas fueran acogidas por Estados Unidos (New Deal) y otros países. Se postulaba la creación de modernos Estados de bienestar,1 con lo que se buscaba no solo mejorar las condiciones de vida de los trabajadores y de la población mediante el incremento de salarios y prestaciones, las negociaciones laborales colectivas y la creación de diversas instituciones que proporcionaban seguridad social, sino también“crear una sensación de seguridad económica entre las filas de trabajadores del sector monopolista y, de esta forma, elevar la moral y reforzar la disciplina […], factor indispensable para la acumulación de capital y el crecimiento de la producción” (O’Connor, 1981: 176). De igual manera, se pretendía contrarrestar al socialismo soviético y consolidar el modelo de producción en masa (llamado fordismo-taylorismo) que, al requerir una creciente demanda, hacía necesario incrementar el poder adquisitivo de la mayoría de la población (Farge Collazos, 2007: 46).

Con la emergencia de los modernos Estados de bienestar hubo una disminución en el interés por las opciones de economías alternativas. No obstante, a finales de la década de 1960 la mayoría de los países que asumieron esta forma de gobierno comenzaron a mostrar signos de debilidad, en parte por el descenso en la competitividad de las empresas de producción en masa respecto de sus competidores de Asia y Europa, que impulsaban la producción flexible. Igualmente, la creciente incorporación de los avances tecnológicos en las empresas desplazó a un número importante de trabajadores, de manera que el exceso de oferta de trabajo provocó un descenso en los salarios reales y en las prestaciones, así como la flexibilización de las condiciones de empleo. Resurgió así la contratación laboral individual sobre la colectiva, además del incremento de la contratación temporal y la subcontratación.

Para consolidar esta nueva forma de producción, se impuso el neoliberalismo como modelo político económico, el cual atomizó a los actores sociales y disminuyó o eliminó la mayor parte de las prestaciones sociales. En consonancia, los nuevos gobiernos promulgaron leyes laborales más flexibles, para que las empresas pudieran competir en el mercado mundial. Surgen así dos tipos de trabajadores: una minoría calificada, con empleo seguro, buen salario y altas perspectivas de crecimiento, y una mayoría de trabajadores poco calificados, con bajos ingresos, contratos de empleo vulnerables y escasas provisiones de seguridad (Bonefeld, 1992: 78-79).

A casi medio siglo de aplicación de políticas neoliberales, instrumentadas incluso por gobiernos que en teoría se manifestaban contrarios a ellas (como los que funcionaron en varios países de América del Sur durante la primera década del siglo XXI), la consecuencia ha sido una lacerante desigualdad económica. De acuerdo con Alvaredo et al. (2018: 13), 1% de la población con mayores ingresos en el planeta en 2016 percibió 22% del ingreso mundial, cuando en 1980 había sido 16%. Por el contrario, 50% de la población con menores ingresos percibió en 2016 solo 10% del ingreso mundial. Visto por el índice de Ginni,2 de los 157 países que reportaron información al World Development Indicators en 2017, 68 naciones (43.3%) tuvieron valores superiores a 0.4, y de estas, 16 países (siete latinoamericanos y seis africanos) se encontraban entre los más desiguales de la tierra, con valores superiores a 0.5 (World Bank Group, 2017). En el caso de México, el índice de Ginni ajustado con los datos de las cuentas nacionales mostró que la desigualdad continúa incrementándose al pasar de 0.63 en 1996 a 0.68 en 2014 (Del Castillo Negrete, 2015).

Ante tal pauperización en las condiciones de vida de la población y el creciente desempleo han resurgido iniciativas bajo las cuales sus participantes intentan, desde principios más o menos alejados a los de la economía de mercado, subsistir a la crisis y recuperar sus niveles de vida o incluso reconstituirlos bajo nuevas prioridades. Estas iniciativas han sido definidas como economías alternativas, a efecto de establecer que, más allá del capitalismo, existen otras formas de intercambio económico, que incluso incorporan valores de reciprocidad y solidaridad en el mismo mecanismo de mercado. Tales valores no solo caracterizaron a las economías ancestrales (Mauss, [1924] 2009; Polanyi, [1944] 2006), sino que siguen siendo parte importante en muchas formas de intercambio contemporáneas, principalmente entre grupos populares (Adler de Lomnitz, 1987).

Economías alternativas

Parafraseando a José Luis Coraggio (2004; 2011), las economías alternativas son formas de reorganización de las relaciones sociales de producción, distribución y consumo de bienes y servicios, que implican priorizar la reproducción de la vida de todos por sobre cualquier otra racionalidad, centrándose en la organización social solidaria y en relaciones de reciprocidad y no de competencia individualista. Articulan, además, distintas formas de autogestión para mejorar, complementar y reivindicar el rol social, económico y político de sus participantes (Mercau, 1991).

El concepto de economías alternativas todavía se encuentra en proceso de estructuración, de manera que actualmente abarca un espectro muy amplio y heterogéneo de opciones. Así, mientras algunas de ellas cuestionan los cimientos de la economía de mercado, buscando salirse de sus mecanismos de intercambio (como la economía indígena, la economía comunitaria, la economía del buen vivir o el swaraj ecológico), otras intentan convivir con este tipo de economía, pero superando uno o varios de los principios rectores del capitalismo. Entre estas últimas se ubican desde aquellas que mantienen líneas más cercanas a la lógica capitalista, como los microemprendimientos familiares, hasta otras un poco más lejanas de ella, como la economía de la felicidad, la economía del decrecimiento o la economía social y las distintas variantes que de ella se derivan (cooperativismo, economía solidaria, economía feminista, comercio justo, economía de la pobreza, economía popular, economía de autogestión, clubes del trueque, redes de ayuda mutua, economía colaborativa).

Otros autores (como Arce Rojas, 2018) también consideran como economías alternativas las propuestas que recientemente se han generado para buscar atender el llamado desarrollo sustentable, ya sea con una orientación ambientalista más sólida (economía azul o economía circular) o con una visión mucho más en pro de los negocios (economía verde). También ubican otras propuestas enfocadas al desarrollo humano, como la economía naranja o la del bien común.

La anterior heterogeneidad en el concepto de economías alternativas está relacionada con la propia fluidez con que se practican todas estas opciones, de tal manera que no pueden circunscribirse en definiciones verdaderas y finales (Coraggio, 2011: 34). En todo caso, lo que en este trabajo defendemos es que cualquier propuesta de economía alternativa, para poder denominarse así, debe ser una opción realmente distinta a la lógica capitalista. Podrán ser iniciativas que requieran funcionar en convivencia con la economía de mercado, pero siempre manteniendo su carácter emancipador respecto de la hegemonía capitalista, y en tendencia hacia su consolidación como verdaderas alternativas.

Economía solidaria

Dentro del amplio espectro de propuestas de economías alternativas, una de las que más se han extendido en distintas partes del mundo es la economía solidaria. Aunque dicho concepto surgió durante la guerra civil española, cuando Felipe Alaiz (1937) proponía construir una “economía solidaria” entre los colectivos de trabajadores, es a principios de los años ochenta cuando el concepto revive en Francia como derivación del activismo colectivo europeo para hacer frente a las economías capitalista y estatista (Miller, 2009: 26), así como en América Latina (Colombia y Chile), aunque en estos casos con un enfoque más transformador (2009: 26).

En términos generales, la economía solidaria busca construir relaciones de producción, distribución, consumo y financiamiento basadas en valores de reciprocidad, cooperación, justicia y ayuda mutua. Pone a las personas y su trabajo en el centro del sistema económico, mientras que los mercados cumplen un papel instrumental al servicio del bienestar de todos y de la reproducción de la vida en el planeta (Pérez de Mendiguren et al., 2009: 13). De acuerdo con Marcos Arruda (2008), este tipo de economía considera a los seres humanos no solo como productores de riqueza económica, sino también como copropietarios de la riqueza material, cousuarios de los recursos naturales y corresponsables de la conservación de la naturaleza. Por ello, en el marco de la economía solidaria se busca impulsar modelos de producción que repartan la riqueza material de manera más equitativa y generen condiciones de vida sostenibles para todas las personas, las sociedades y el planeta. Además, la economía solidaria defiende la hipótesis de que las acciones de solidaridad en las actividades económicas incrementan la eficiencia microeconómica y macroeconómica (Razeto, 2018) e igualmente puede ser una vía para superar las limitaciones de la economía informal, ya que por medio de la cooperación se puede mejorar la participación en los mercados de actores que no podrían hacerlo de manera aislada.

Para Luis Razeto (1997: 34) y la Red de Redes de Economía Alternativa y Solidaria del Estado español (RREAS, 2011), los siguientes son los rasgos distintivos de los emprendimientos de economía solidaria:

  • No son iniciativas individuales, ni de masas, sino experiencias asociativas de pequeños grupos o comunidades, en las que el factor predominante es el trabajo.

  • Aunque son unidades económicas, en muchos casos extienden sus actividades hacia otras áreas de la vida social, ya que el bienestar de las personas en todas sus dimensiones y capacidades está por encima de cualquier crecimiento económico desequilibrado.

  • Contienen mecanismos de reciprocidad encaminados a resolver los problemas mediante la ayuda mutua y el autodesarrollo.

  • Tienen como eje la cultura liberadora para encontrar formas de organizar la política y la economía al servicio de todas las personas.

  • Proponen como forma de trabajo la autonomía, la corresponsabilidad y la autogestión para igualar oportunidades y posibilitar el empoderamiento de los actores.

  • Buscan superar la fragmentación y el aislamiento mediante la conexión de distintas iniciativas a través de redes y otras formas de coordinación.

  • Movilizan recursos no convencionales, como la conciencia social, la cultura organizativa, la creatividad popular, la ayuda mutua, etcétera.

  • Intentan resolver integralmente necesidades múltiples y crecer en forma endógena mediante la optimización de recursos de las propias comunidades.

A lo largo de los años se han desarrollado diversas iniciativas de economía solidaria que pueden agruparse en cuatro segmentos:

  1. Empresas de producción solidarias, en las cuales los trabajadores son los dueños de la empresa. Los casos más conocidos son las cooperativas de trabajadores.

  2. Comercio alternativo y consumo crítico y ético, donde se busca resaltar aspectos como el pago justo a los vendedores, mayor contacto directo y cara a cara entre productores y consumidores, así como el impulso al comercio local que evite gastos de energía por transporte y embalajes. Este tipo de iniciativas intentan romper el poder de mercado de los grandes intermediarios en beneficio de los productores de pequeña escala (Askunze, 2013), promoviendo la cooperación entre ellos y con los consumidores para fomentar el consumo de productos sanos, ambientalmente sustentables y con precios accesibles para el comprador. Entre las variantes se encuentran el comercio justo, los tianguis éticos y los mercados de trueque.

  3. Finanzas éticas, cuyas actividades buscan tener un impacto transformador mediante la generación de proyectos sociales, ecológicos o culturales. Excluyen cualquier inversión en actividades especulativas que fortalezcan la injusticia social o impacten negativamente en el medio ambiente (Askunze, 2013). En este renglón se contemplan las monedas sociales como vía para extraerse de los circuitos financieros convencionales.

  4. Otras actividades de economía solidaria no vinculadas con los mercados, como los bancos de tiempo en que se intercambian de forma asincrónica servicios entre los participantes, valorados no por las cotizaciones del mercado, sino por el tiempo invertido en ellos.

En el desarrollo de la economía solidaria han evolucionado dos corrientes distintas. Por un lado, la europea, que mantiene la idea de fomentar este tipo de economía en el marco de las relaciones de mercado sin intentar modificar de fondo sus reglas del juego, sino solo aplicar remedios provisionales que disminuyan sus efectos más lacerantes; por otro, la postura latinoamericana, que sostiene una posición más crítica y transformadora de las estructuras y los modos de organización que caracterizan la economía hegemónica (Razeto, 2007). Esta corriente llama a impulsar proyectos de transformación social que realmente constituyan una economía alternativa a las prácticas dominantes y al capitalismo imperante (Singer, 2007; Gaiger, 2007), donde la solidaridad, la cooperación y la reciprocidad se constituyan en fuerzas forjadoras de nuevas formas de hacer economía.

Comercio justo y consumo responsable

El comercio justo es una forma de ejercicio alternativo en el cual se busca que la relación entre productores y consumidores sea más equitativa. Basado en el diálogo, la transparencia y el respeto, pone énfasis en la oposición a las prácticas monopólicas y oligopólicas de distintos actores, como el intermediarismo excesivo, que suelen perjudicar a los productores más desfavorecidos. Además, se posiciona en contra de la explotación de los trabajadores y a favor del cuidado de la naturaleza.

De acuerdo con Lorena Segura (2012: 11), los orígenes ideológicos del comercio justo se pueden encontrar en 1860, con la publicación de la novela Max Havelaar, en la que el protagonista lucha por mejorar las condiciones comerciales que tenía la población nativa de las Indias Orientales para la venta de café. Posteriormente, en la década de 1940, esta figura alternativa aparece en Estados Unidos, con las iniciativas realizadas por las organizaciones Ten Thousand Villages y Sales Exchange Refugee Rehabilitation and Vocation para apoyar la compra y venta de artesanías. En la década siguiente Oxfam impulsa una iniciativa similar en Gran Bretaña, mientras que en 1964 se crea la primera Organización de Comercio Justo en Europa, a la vez que en la Conferencia de las Naciones Unidas sobre Comercio y Desarrollo se estableció el lema “comercio, no ayuda”, con el que los países del sur demandaban reglas comerciales más justas (Segura, 2012: 12). Actualmente, el conglomerado internacional más importante en esta área es la Organización Mundial del Comercio Justo ( WFTO), que aglutina a más de un millar de empresas sociales de 76 países ( WFTO, 2022).

Conforme a la WFTO (2022), el comercio justo se fundamenta en 10 principios:

  1. Creación de oportunidades para productores con desventajas económicas;

  2. Transparencia y responsabilidad en las relaciones comerciales;

  3. Prácticas comerciales justas;

  4. Pago de precios justos obtenidos a través del diálogo y la participación;

  5. Ausencia de trabajo infantil y trabajo forzoso;

  6. Compromiso con la no discriminación, la equidad de género y la libertad de asociación (sindical);

  7. Asegurar buenas condiciones de trabajo;

  8. Facilitar el desarrollo de capacidades de productores y trabajadores;

  9. Promoción del comercio justo en mayor número de entornos; y

  10. Respeto por el medio ambiente.

La propuesta de comercio justo se complementa con la de consumo responsable, lo cual se define como una actitud que asumen los compradores para realizar un consumo consciente y crítico de las mercancías, lo que implica tanto los productos que se eligen para su adquisición como el uso que de ellos se hace, y la disposición de sus residuos. El consumo responsable se vincula con el respeto a los productores y vendedores de bienes y servicios, y busca priorizar aquellos con mayores desventajas económicas, pero también el cuidado del medio ambiente. Por lo tanto, se basa en dos prioridades: consumir menos y que el consumo sea lo más sostenible y solidario posible ( Junta de Andalucía, 2022).

La figura de comercio justo ha sido criticada en distintos entornos al considerarla solo un medio paliativo que, al funcionar en el marco de la economía de mercado, solo obstaculiza la aplicación de cambios estructurales en el modelo económico capitalista. No obstante, cabe mencionar que, si bien lo ideal es modificar de fondo el modelo hegemónico para buscar otras opciones de vida, el comercio justo como la economía solidaria son buenos esfuerzos intermedios que pueden permitir a las personas transitar hacia formas más humanistas de relaciones económicas, y al mismo tiempo contribuir al cambio cultural requerido para un proceso de transformación en el sistema de vida social. Analizaremos a continuación las experiencias y los retos que han surgido luego de siete años de trabajo en un proyecto de economías alternativas (principalmente economía solidaria, pero también comercio justo, economía feminista y otras variantes) impulsado en el sur del estado de Jalisco.

Metodología de trabajo e investigación

Para el desarrollo del proyecto que presentamos en este artículo y del trabajo académico que se realiza alrededor de este, utilizamos como métodos los siguientes:

1. Investigación acción participativa (IAPR). Haciendo una reinterpretación de las definiciones dadas por Fals Borda (1981; 1985) y Selener (1997) y Delgado Burgoa (2013), podemos definir la IAPR como un método mediante el cual los investigadores y los miembros de una comunidad colectan y analizan información con respecto a sus condiciones históricas y estructura social, a efecto de forjar una conciencia individual y colectiva, así como una investigación militante que permita actuar sobre sus problemas con el propósito de encontrarles soluciones y promover transformaciones políticas y sociales. La IAPR recrea, revaloriza e innova los saberes locales a través del diálogo horizontal entre comunidades y grupos científicos, desde la perspectiva de encontrar alternativas conjuntas para la sostenibilidad de la vida.

Quienes realizamos la investigación participamos de manera activa en el proceso de formación del tianguis Pochtecatl dirigiendo su estructura y facilitando la toma de decisiones por parte de los actores involucrados. Esta posición comprometida con el desarrollo del proyecto se ha mantenido durante todo el tiempo de su vigencia.

2.Método etnográfico. La investigación académica se ha basado en la realización de etnografías sobre los distintos comerciantes que se involucran en el tianguis, a efecto de conocer los procesos culturales e históricos que los han acercado a esta propuesta de trabajo, así como las actitudes, estrategias y conductas con que asimilan dicha actividad y la incorporan en su quehacer cotidiano. En este sentido, una de las técnicas más utilizadas fue la observación participante, pues al trabajar en la instalación y el funcionamiento del tianguis registramos todos los elementos que pudimos observar, tanto en las actividades regulares como en las interacciones de los comerciantes entre ellos y con los consumidores, además de las decisiones que se toman. Utilizamos el diario de campo para registrar inmediatamente lo observado por cada investigador, a efecto de que, en un segundo momento, pudiéramos discutir las distintas percepciones.

Por otro lado, aplicamos con regularidad entrevistas semiestructuradas a comerciantes y consumidores para conocer sus opiniones sobre distintos aspectos que se iban presentando sobre la marcha. Igualmente, aplicamos entrevistas a profundidad a los comerciantes con mayor trayectoria en el tianguis, con objeto de conocer sus trayectorias personales y productivas y las experiencias generadas a raíz de la participación en este mercado. Finalmente, la información obtenida a través de las entrevistas y las observaciones de campo fue procesada por temas que el equipo investigador identificó como claves.

Tianguis Pochtecatl de economías alternativas

El tianguis Pochtecatl de economías alternativas surge en Ciudad Guzmán, municipio de Zapotlán el Grande, Jalisco (figura 1), como parte de un sistema de colaboración comunitario denominado Practi-torio Comunidad y Buen Vivir (PRACBVI)3. Este sistema, generado desde 2013 en el Centro Universitario del Sur de la Universidad de Guadalajara (CUSUR), consta de cuatro grandes áreas: la de producción, constituida por un conjunto de parcelas para la investigación y experimentación en agriculturas alternativas; la de intercambio, donde aparece el tianguis de economías alternativas del que hablaremos enseguida; la de educación, a través de la escuela de saberes rurales, y la de divulgación, mediante un programa de difusión comunitaria. Estas cuatro áreas funcionan de manera integrada, de modo tal que lo que se genera en una se refleja en las otras, y viceversa.

A continuación nos referiremos al caso del tianguis Pochtecatl de economías alternativas, aunque cuando sea necesario mencionaremos acciones realizadas en las otras áreas del practi-torio. Antes de ello, presentamos los antecedentes de las economías alternativas en el sur de Jalisco.

Antecedentes de las economías alternativas en el sur de Jalisco4

El origen de los proyectos de economías alternativas en el sur de Jalisco se vincula estrechamente con el impulso a la agricultura sustentable por parte de distintos organismos. Ello inicia en 1990, cuando las Comunidades Eclesiales de Base (CEB), adscritas a la Diócesis de Ciudad Guzmán (DCG) -que desde los años setenta había hecho suya la teología de la liberación y el compromiso con los pobres-, identificaron tres factores como los causantes del empobrecimiento en las distintas localidades de la región: el bajo precio del maíz, los altos costos de los insumos agrícolas y el fuerte deterioro de las tierras de cultivo ( Juárez, 2016: 91). A partir de ello, la DCG propuso ejecutar una serie de estrategias que permitieran resolver estos problemas, por lo que en 1990 conformó la Red de Sembradores de Vida (RSV) para promover la agricultura orgánica.

El trabajo de las CEB propició que en 1992 surgiera el grupo “San Isidro” en la comunidad de Juanacatlán, municipio de Tapalpa (véase figura 1). Este tenía como objetivo encontrar soluciones a la degradación ambiental que en ese municipio provocaba la producción agroindustrial de papa (actividad iniciada en los años setenta). Para ello comenzaron a experimentar con técnicas agroecológicas, contando con el apoyo científico del Instituto Tecnológico de Estudios Superiores de Occidente (ITESO), institución vinculada desde ese entonces con la DCG.

Mientras esto sucedía, en la costa sur del estado tres familias de agricultores de la comunidad La Ciénega, en el municipio de El Limón (figura 1), incursionaron desde 1990 en la agricultura orgánica a través de un profesor universitario que también era miembro de la comunidad. Este, en unión con algunos compañeros, promovería en 1998 la agricultura orgánica en la comunidad de Zenzontla, municipio de Cuautitlán (mapa 1).

Fuente: El aborado con base en INEGI/CONABIO, 2010

Mapa 1 Municipios del sur de Jalisco vinculados con las economías alternativas 

Por su parte, en Guadalajara, el Colectivo Ecologista de Jalisco (CEJ) fundaba en 1996 la Ecotienda, primer proyecto de comercialización de alimentos sustentables en el estado. Dos años después, el mismo colectivo crearía el tianguis semanal del Círculo de Producción y Consumo Responsable (CPCR), una de las primeras iniciativas de ese tipo en el país.

Regresando al sur de Jalisco, en 1999 se formó la Red de Alternativas Sustentables Agropecuarias (RASA), en la que se integraron, en conjunto con productores de la región, los organismos que venían impulsando la agricultura sustentable: RSV, ITESO, la Unidad de Atención a Comunidades Indígenas (UACI) de la UdeG y otras organizaciones. Un año después, los agricultores orgánicos de La Ciénega entraron en contacto con RASA, a partir de lo cual comenzaron a organizarse cursos de agricultura sustentable que reunieron a cada vez más productores de la región. La demanda por tales cursos crecería de tal forma, que a partir de 2004 comenzó la capacitación de estudiantes del Centro Universitario de la Costa Sur (CUCSUR) de la UdeG en técnicas de agricultura orgánica, y desde 2010 se trasladaron a sus instalaciones tales mecanismos de capacitación, e incluso se impartieron en otros municipios.

Esta dinámica y la presencia de un ingeniero promotor de la agricultura orgánica hizo que en el ingenio Melchor Ocampo, ubicado en El Grullo (figura 1), se organizara en 2008 un curso de compostaje y preparados de insumos orgánicos dirigido a los productores de caña de la región, aunque después se incorporaron productores de otros cultivos. Derivada de este curso surgió la idea de abrir un espacio para dar a conocer los productos que cada agricultor cultivaba y elaboraba. Fue así como nació el tianguis de El Grullo, que desde ese año se instala una vez cada mes en la plaza central de este municipio, con la participación de productores orgánicos de varios municipios de la costa sur de Jalisco, entre los que se encuentran los provenientes de la sierra de Manantlán. Este tianguis fue el primer proyecto de comercialización alternativa en la región y el segundo a nivel estatal.

Por su parte, y como consecuencia de los cursos que se impartían en CUCSUR, en 2010 se creó en las instalaciones universitarias un tianguis para que los agricultores que participaban en los cursos pudieran vender sus productos.

Otro hecho importante sucedió en 2006, cuando el ITESO convocó a diferentes sacerdotes católicos que venían trabajando en las CEB del sur de Jalisco, así como a ciudadanos, profesores y microempresarios de la región, para impulsar acciones colectivas en favor de las comunidades (Sánchez Ramírez, 2012: 58-60). Como resultado de ello, en 2007 surgió la Alianza Ciudadana para el Desarrollo Regional Alternativo Sur de Jalisco (ACDRA-SURJA), la cual, entre 2008 y 2011 creó un programa de acción para fomentar el desarrollo regional alternativo. En este programa se contempló un eje de economía solidaria para “animar respuestas a la necesidad de aprovechar sustentablemente los recursos y las capacidades locales, generar empleos y riqueza comunitaria, así como favorecer el arraigo, el tejido familiar y social mediante el impulso de proyectos productivos solidarios” (2012: 66). Bajo ese eje se impulsó hasta 2012 a 45 pequeñas cooperativas para la producción de pan, hongos seta, miel, medicinas naturales, artículos artesanales, abonos y fumigantes orgánicos, etc., en distintos municipios de la región; más adelante se conformó un tianguis comunitario que se reúne una vez al mes en Ciudad Guzmán, para la venta de los productos sustentables que sus integrantes elaboran o cosechan.

Otras iniciativas de economías alternativas en la región son el tianguis Pochtecatl, creado en 2014, así como el proyecto Tianquiztli para la venta de productos artesanales, surgido en 2017. Este proyecto se enfoca más a la promoción de microemprendimientos que a fomentar la producción y el consumo sustentable.

Origen y desarrollo del tianguis Pochtecatl de economías alternativas

Aunque el origen del tianguis Pochtecatl no está directamente vinculado con las experiencias mencionadas en el apartado anterior, sí forma parte de las tendencias desarrolladas a partir de estas. Sus antecedentes directos se ubican en 2010, cuando investigadores del CUSUR de la UdeG, en forma conjunta con estudiosos de otras universidades de México, realizaron pesquisas para conocer las condiciones en que se encontraban los productores agrícolas de pequeña escala en distintas regiones. Una de ellas fue el municipio de Zapotlán el Grande, que en ese momento vivía un proceso de expansión de la agroindustria de aguacate, a la vez que empezaba a desarrollarse la agroindustria de bayas (arándanos y frambuesas), ambas con grandes inversiones de actores locales y foráneos. Diez años después, en 2020, estas agroindustrias se han consolidado en el sur de Jalisco y generan una importante derrama económica, pero también múltiples problemas ambientales (véase Macías y Sevilla, 2021).

Derivada de dicha investigación, durante 2013 se creó la primera parcela para estudiar y experimentar sobre prácticas de agricultura sustentable. En el primer año la parcela comenzó a dar buenos resultados, con diversos proyectos para la reproducción agroecológica de varios cultivos. Sin embargo, quienes trabajaban en esta experiencia se dieron cuenta de que no era suficiente con producir alimentos sanos, sino que había que instrumentar un mecanismo a través del cual la producción, que no fuera para autoconsumo, pudiera ser intercambiada o comercializada. Fue así como surgió la idea de conformar un tianguis que funcionara todos los miércoles en las instalaciones del CUSUR. Dicho proyecto, además de permitir a los productores intercambiar los frutos de su trabajo, los vincularía con profesores y estudiantes universitarios, a fin de que estos valoraran la producción de alimentos sanos y sustentables y los pudieran adquirir a precios justos.

Para denominar al tianguis se propuso el nombre de Pochtecatl, por ser una palabra de origen náhuatl que hace referencia a los mercaderes en la época de los aztecas. En un principio, el proyecto de Pochtecatl agrupó alrededor de 18 productores, la mayoría hombres, que vendían sus productos cosechados directamente del campo. No obstante, con el paso de las semanas estos comerciantes se dieron cuenta de que no vendían las cantidades de producto que a ellos les resultaba conveniente, pues la comunidad universitaria prefería alimentos de consumo inmediato. Ello ocasionó que los organizadores del tianguis (académicos de la UdeG) abrieran el espectro de productos que podrían intercambiarse en él, permitiendo la venta de alimentos preparados, artesanías y otros artículos distribuidos por actores locales (libros, productos de la medicina naturista o alternativa, productos sanitarios, etcétera).

La decisión anterior provocó la incorporación al tianguis de nuevos actores, algunos de los cuales no eran agricultores, sino habitantes de la zona urbana de Ciudad Guzmán (localidad de poco más de 100 000 habitantes), así como de comunidades aledañas. La mayoría de los nuevos comerciantes eran mujeres, pues en muchas familias rurales de la región, mientras los varones salen de la unidad doméstica a laborar en sus parcelas o como asalariados, las mujeres son las que se involucran en pequeñas actividades agroindustriales, artesanales o comerciales. Al mismo tiempo, varios de los agricultores que iniciaron el Pochtecatl se separaron de él por las razones ya expresadas anteriormente.

En esta segunda etapa del tianguis, el número de comerciantes creció hasta 45, aunque la participación de la mayoría de ellos era intermitente. En esa época, y con el ánimo de abrir las oportunidades a más personas, se flexibilizaron mucho las reglas, de forma que ingresaron en el tianguis diversos actores con poco o nulo compromiso con los objetivos originales de este medio de intercambio. En 2015 existían alrededor de 61 comerciantes, varios de los cuales hacían “trampa” al vender productos industrializados (palomitas, pizzas, etc.) o con ingredientes industrializados (azúcar y harina refinada, entre otros). Ello ocasionó una crisis interna en el tianguis, pues los organizadores consideraron que se estaban desviando de forma preocupante de sus objetivos y tomaron entonces la decisión de cerrar sus actividades durante un mes, en tanto no se definieran nuevas reglas.

Después de varias consultas y procesos de reflexión, las nuevas reglas fueron las siguientes:

  1. Que quienes participen como oferentes en el tianguis siempre sean actores económicos en pequeña escala, prioritariamente de la región;

  2. Que sus productos se elaboren con insumos mayoritariamente regionales, preparados por ellos mismos o por otros productores en pequeña escala;

  3. Que sus productos sean elaborados respetando al medio ambiente; que sean sanos para los consumidores y que una vez consumidos, no generen residuos nocivos para la naturaleza. Para instrumentar esta regla se prohibió el uso de envases y otros materiales plásticos de un solo uso para la venta de comida, y se estableció la promoción de “trae tu plato y vaso no desechables”.

  4. Se prohibió la venta de carne, tanto por razones sanitarias establecidas por el CUSUR como porque se está a favor de los derechos de los animales.

La puesta en práctica de las nuevas reglas derivó en el primer enfrentamiento en el interior del Pochtecatl, pues varios comerciantes (sobre todo provenientes de la zona urbana), que no estaban plenamente convencidos de la perspectiva sustentable, sino que solo la habían aceptado como llave para entrar en el tianguis, se resistieron a estas medidas argumentando que así no serían atractivos sus productos y no los podrían vender. Por su parte, varios estudiantes y profesores de la universidad también protestaron las medidas y amenazaron con no volver a comprar en el tianguis.

Derivado de este momento de tensión, 17 comerciantes fueron retirados del proyecto, aun cuando algunos se resistieron, incluso a través de presiones de diversa índole (como hablar con las autoridades universitarias y solicitar la remoción de los líderes del proyecto). A pesar de ello, estos ajustes dieron inicio a una nueva etapa en Pochtecatl. El número de comerciantes se redujo a 44, de los cuales solo dos habían formado parte desde el inicio del tianguis. Con el paso del tiempo, algunos comerciantes retirados solicitaron su retorno, aceptando las nuevas reglas, en tanto que otros nuevos actores paulatinamente se fueron incorporando.

En 2016 iniciaría un nuevo proyecto en el marco de Pochtecatl. Este era la conformación de una cooperativa de apoyo a estudiantes universitarios con vulnerabilidad económica, a través de la cual se creó un banco de alimentos para proporcionarlos a alumnos foráneos con esa condición. Esta cooperativa permitió el involucramiento en el tianguis de distintos estudiantes que vendían productos obtenidos en sus cursos de licenciatura. De ellos, seis estudiantes o grupos de estudiantes fueron después incorporados al Pochtecatl, una vez que la cooperativa terminó. Este proceso se ha mantenido con estudiantes que participan en el tianguis y, una vez consolida su actividad productiva, salen del mismo para incursionar en los mercados de la región. Con ello, Pochtecatl ha llegado a ser una incubadora para nuevos emprendimientos sustentables y con beneficio local.

En años recientes, el ingreso y la salida de comerciantes del Pochtecatl ha sido dinámico, de manera que a principios de 2020 se contabilizaban 34 participantes de distintos municipios de la región y la costa sur del estado. De estos, 32 son mujeres, mientras que 10 son estudiantes. Con el paso del tiempo se han incrementado los vendedores de hortalizas, frutas y otros productos de la agricultura cultivados de manera sustentable, por lo que paulatinamente el tianguis recupera su razón de ser original.

En cuanto a su organización, los comerciantes deben asistir a una reunión de trabajo que se realiza los miércoles por la tarde, en la que se discuten y toman decisiones sobre hechos presentados en la actividad cotidiana del tianguis, así como innovaciones que se pretendan impulsar, incorporación de nuevos actores, etc. Igualmente, los comerciantes participan en las sesiones de la escuela de saberes rurales, que se celebran cada dos meses y en las que se imparten distintos talleres, así como en otros talleres que se organizan en el interior de Pochtecatl.

Las campañas han sido un mecanismo efectivo para acercar a productores, comerciantes y compradores hacia los objetivos de sustentabilidad y reciprocidad. Algunas de estas han sido: uso cero de popotes de plástico; “trae tu plato y vaso no desechables”; obtención de composta a partir de desechos orgánicos; promoción de la economía de trueque; integración de cadenas productivas locales para la venta de productos en el tianguis.

Una estrategia que en principio no tuvo amplia recepción por parte de los comerciantes fue el intercambio de productos mediante trueque, pues la mayoría preferían la compra-venta mercantil. Sin embargo, paulatinamente y a través de los talleres implementados han crecido este tipo de relaciones, aun cuando las prácticas competitivas se mantienen. Igualmente, se ha logrado una menor competencia directa entre los comerciantes a través de la estrategia de evitar que más de dos ofrezcan el mismo producto.

Finalmente, un aspecto relevante en la evolución del tianguis es la vinculación, a través de los propios comerciantes, con otros movimientos sociales regionales orientados a la defensa del territorio, la cultura y la sustentabilidad. Así, en Pochtecatl participan mujeres integradas en grupos como SURJA-AGDRA, Red de defensoras por Jalisco, Mujeres por Atequizayán, FRESDUL, Farmacia viviente de Ataco, Mujeres de San Nicolás y Las Comadres de La Ciénega. Esta interacción de distintos grupos constituye un efecto colateral positivo del proyecto, pues se fortalecen los movimientos por la sustentabilidad y los valores comunitarios.

Los comerciantes en Pochtecatl

En siete años de vida han participado poco más de 100 comerciantes en Pochtecatl, algunos con una intervención más larga que otros, así como algunos con mayor convencimiento de los objetivos del proyecto, mientras otros trabajaron en él cumpliendo las reglas solo para poder seguir vendiendo e incluso violentándolas.

No obstante, entre estos 100 actores vale la pena mencionar a algunos que han resultado relevantes para la vida del tianguis, ya sea porque aportan o aportaron al grupo sus conocimientos y experiencias locales, marcadas en gran medida por la resistencia al embate agroindustrializador, mercantilista y depredador de la naturaleza o porque a través de su participación en Pochtecatl han cambiado determinadas actitudes y se han convertido en nuevos promotores de las alternativas al modelo de vida hegemónico.

1) Sagrario. En la comunidad El Rodeo, ubicada en la sierra del Tigre, en el municipio de Gómez Farías, la vida transcurre entre el aire fresco de la montaña, el uso y aprovechamiento del bosque, la agricultura minifundista y la migración circular de buena parte de los hombres, que viajan a otros lugares a trabajar durante la semana y regresan a sus hogares los sábados y domingos. Es aquí donde Sagrario, mujer casada de aproximadamente 50 años, con hijos y nietos, desde hace 20 años trabaja como promotora de prácticas sustentables tanto para su comunidad como para otras aledañas. En 2015, aprovechó algunos apoyos gubernamentales destinados al fortalecimiento de grupos comunitarios para formar un grupo de mujeres que pusieran en práctica distintos proyectos de vida sustentables, como la construcción de una casa ecológica, una cocina ahorradora de energía y un biodigestor. Ese año, los investigadores del PRACBVI la conocieron a ella y a su familia y los invitaron a participar en el tianguis Pochtecatl y en la escuela de saberes.

Desde entonces, Sagrario se convirtió en una de las mayores impulsoras de la sustentabilidad y de la medicina tradicional en el tianguis. Vende ahí plantas medicinales y microdosis elaboradas a partir de estas, y fomenta que sus compañeros apliquen en su vida diaria los saberes que ella ha adquirido en su trayectoria como líder comunitaria. Aunque ha dejado de participar en el tianguis por la distancia que debe recorrer para llegar a Ciudad Guzmán desde la sierra (alrededor de 40 minutos), sigue siendo una activa participante en otros proyectos del PRACBVI, como la creación de una parcela agroecológica en su comunidad. Igualmente, su hija y su nuera siguen sus enseñanzas en un grupo comunitario de madres jóvenes que han creado para implementar alternativas de maternidad respetada y justa.

2) Angelina proviene de San Nicolás, pequeña localidad rural cercana a la laguna de Zapotlán. Es fundadora del Grupo Mujeres de San Nicolás, cuyas integrantes trabajan desde hace 20 años para rescatar las enseñanzas de sus ancestros sobre las artesanías locales trabajadas con base en el tule obtenido de la laguna. Son mujeres que han vivido de la pesca y las artesanías, además de trabajar en otros temas vinculados con la apicultura, la agroecología, la producción de huevo orgánico, etcétera.

Angelina utiliza semillas criollas provenientes de su parcela familiar en los alimentos que prepara y vende en Pochtecatl. Difunde principalmente el consumo y la siembra de frijol. Además, es médica tradicional y difunde en charlas la importancia de cuidar las plantas endémicas de la región, así como el valor de preservar los saberes locales.

3) Noemí y Bertha. Oriundas de Tuxpan (pueblo de origen indígena), son herederas de varias recetas tradicionales que las mujeres de las comunidades han trasmitido a otras más jóvenes a través de varias generaciones. Una de estas recetas son los tacos tuxpeños, consistentes en tortillas de maíz criollo de tamaño pequeño, a las que se les unta un poco de caldo de carne de cerdo y se les agrega carne de cerdo, frijoles o papa guisada; posteriormente son bañadas con salsa de xaltomatl o jaltomate (variedad de tomatillo silvestre, endémico regional, cuyo sabor es dulce). Otra es la Coaxala, es decir, un chileatole o caldo de origen indígena cuya base es el cocimiento de carne de pollo, con masa de maíz, jaltomate y chiles cuachaleros (guajillo).

Por ello, las mujeres de la familia de Bertha y Noemí trabajan no solo para preservar las recetas ancestrales, sino también para cuidar que no se pierdan los ingredientes tradicionales indígenas. En ese sentido, ambas son parte de una red de mujeres nahuas, cocineras tradicionales de Tuxpan, que trabajan por la defensa de plantas como el jaltomate o el chile cuachalero que, de perderse, ocasionarían la desaparición de la receta original de la Coaxala. Cabe señalar que el jaltomate que se utiliza en este platillo crece en las sierras cercanas a Tuxpan, que han sido severamente deforestadas en las décadas recientes por la presencia de huertas de bayas y aguacates.

4) Sonia y María son mujeres provenientes de Atequizayán, localidad ubicada en el valle de Zapotlán, casi al límite con el inicio de la sierra. Son fundadoras del grupo Mujeres Unidas por Atequizayán, surgido en 2006 para recibir apoyos gubernamentales y producir tomate en invernadero. Al terminarse el programa de gobierno, el grupo ya no recibió los apoyos técnicos necesarios para mantener su producción con esa tecnología, ni la asesoría para conservar la relación con los compradores, por lo que sus integrantes quedaron endeudadas y en riesgo de perder sus tierras. No obstante, algunas de ellas se mantuvieron unidas a fin de rescatar su patrimonio y han ido encontrando nuevas formas de producción sustentable para seguir trabajando.

En 2017, Sonia y María se integraron al tianguis de economías alternativas, donde venden tamales y atole elaborados con el maíz que ellas cosechan, así como hortalizas y especias producidas en sus tierras. Promueven la parcela como espacio liberador para mujeres jefas de familia y se han convertido en defensoras del territorio de Atequizayán, al organizar asambleas comunitarias que luchen por evitar la deforestación del bosque por parte de grandes agroempresas.

5) Lupita, proveniente de Guadalajara, llegó al sur de Jalisco para estudiar en CUSUR. Durante su servicio social eligió trabajar en la parcela de agricultura sustentable del PRACBVI, donde conoció más sobre agroecología y cuidado de la naturaleza y se involucró de lleno en su difusión e incluso llegó a impartir talleres para niños y adultos (como el de producción de alimentos en un metro cuadrado). Una vez concluida su licenciatura, Lupita regresó a Guadalajara donde se mantuvo en actividades relacionadas con la sustentabilidad y las economías alternativas, al ser comerciante en algunos de los mercados solidarios que existen en esa ciudad.

En 2019, Lupita regresó a Ciudad Guzmán para formar, en conjunto con dos compañeros, la empresa Acampo, dedicada a la promoción del turismo rural vinculado con la producción de cultivos orgánicos en El Fresnito, comunidad localizada en las faldas del Nevado de Colima. Desde entonces, ella y sus compañeros han regresado al tianguis Pochtecatl para vender su producción orgánica, así como algunos platillos saludables elaborados con estos cultivos. Actualmente son impulsores del Pochtecatl en su nueva etapa, además de que los próximos meses participarán en la instrumentación de una parcela agroecológica en El Fresnito.

6) Elizabeth es fundadora del grupo SURJA-AGDRA, desde donde se ha involucrado en actividades para la defensa de la naturaleza y la elaboración y distribución de productos saludables. En 2018 conoció el Pochtecatl y decidió participar en él de forma complementaria a lo que hacía en su grupo original. Desde entonces ha sido una pieza importante en la vinculación entre ambos proyectos que caminan hacia los mismos objetivos. En Pochtecatl, Elizabeth vende medicina tradicional y relaciona a pequeños agricultores orgánicos con los clientes del tianguis, a efecto de que puedan adquirir productos sanos, como huevo de granja producido bajo el sistema de gallina feliz.

7) Pedro y Carmen son una pareja dedicada desde hace muchos años a la apicultura, actividad relevante en Zapotlán el Grande y Zapotiltic. Su interés por cuidar a las abejas, hoy amenazadas por los agroquímicos que utilizan las agroindustrias de la región, los ha motivado a organizar talleres y visitas a la zona apícola en la sierra del Tigre, para que la gente conozca la problemática de esta actividad productiva, así como las condiciones ambientales que han provocado la muerte de abejas.

Pedro y Carmen participan en el tianguis desde 2016: venden productos derivados de la aplicultura (miel, jarabes, dulces e incluso nieves endulzadas con miel) y proponen estrategias para que la gente haga suyas las necesidades de cuidar la naturaleza y mantener los vínculos comunitarios.

8) Gabriela y Lupita son egresadas de CUSUR. Tienen un espacio llamado Casa Caracol, dedicado a promover otras formas de cocinar, así como alternativas sustentables para el cuidado femenino. Trabajan opciones como la copa menstrual, la toalla femenina de tela, pomadas tradicionales para el cuidado, etc., y promueven espacios de discusión entre mujeres para la sororidad y el cuidado entre todas. Además, organizan talleres para el cuidado del medio ambiente y el reciclado de materiales.

9) Esther y Rosita. Estas hermanas, originarias de Ciudad Guzmán, se han dedicado a la repostería desde hace varios años. Ellas se incorporaron al tianguis en su segunda etapa: vendían productos elaborados con harinas y azúcar refinadas, provenientes de supermercados. Sin embargo, a través de las pláticas y los talleres, paulatinamente se convencieron de cambiar, por lo que en la actualidad elaboran sus productos con harinas integrales compradas a pequeños productores locales y utilizan estevia, moscabado y otro tipo de endulzantes menos dañinos para el organismo.

10) Guillermo llegó hace varios años a Ciudad Guzmán y en 2015 solicitó su ingreso a Pochtecatl para vender pastes (panes dulces tradicionales del estado de Hidalgo), que elaboraba con harinas y azúcar refinadas. Cuando un año después, los organizadores del tianguis decidieron regular la participación en él con base en criterios de sustentabilidad, Guillermo se opuso bajo el argumento de no contar con las condiciones para cambiar la forma de elaborar su producto. No obstante, y luego de retirarse un tiempo, readecuó su proceso productivo, comenzando a producir sus pastes con harinas integrales y otros ingredientes de origen local. Desde entonces se convirtió en un importante defensor de las reglas en Pochtecatl y del trabajo comunitario en el grupo.

Los ejemplos anteriores muestran la variedad de actores que han participado en Pochtecatl, así como los procesos de adaptación y apropiación de sus objetivos. También muestran que este proyecto se ha convertido en un medio para acercar los esfuerzos realizados por distintos grupos en defensa de la naturaleza, las comunidades y los saberes y valores locales. Obviamente, estas historias no son las únicas, sino que existen algunas más igualmente afortunadas, pero también otras que no lo han sido tanto, aunque de ellas también se han obtenido experiencias. Más adelante analizaremos de forma autocrítica la historia de Pochtecatl a la luz de todas estas experiencias.

Respuestas de Pochtecatl a la crisis sanitaria por Covid-19

En marzo de 2020, el CUSUR de la UdeG se vio obligado a cerrar sus puertas como medida sanitaria ante la epidemia de Covid-19, por lo que el tianguis Pochtecatl también debió suspender actividades. La prolongación en el cierre de las instalaciones universitarias hizo que los organizadores, conjuntamente con los comerciantes locales (para los provenientes de otros municipios era más difícil el retorno), comenzaran a buscar opciones que permitieran mantener activo al tianguis. Después de varias propuestas fue elegida la creación de un sistema llamado “canastas solidarias”, consistente en ofrecer cuatro diferentes combinaciones de productos que se vendían en el tianguis y algunos más que se incorporaron en esta nueva propuesta. Se incluyeron hortalizas orgánicas, huevo de granja, sopes, tostadas, mole, alimentos locales tradicionales (como la coaxala), postres, pan, café, salsas, medicina tradicional, jabones, artesanías, pastas y sazonadores, entre otros.

Los productos se ofrecieron a precios inferiores a los vigentes cuando se vendían de forma individual, buscando con ello apoyar también a los consumidores, dada la difícil situación económica que se vivía con la pandemia. Además, en cada canasta todos los comerciantes que intervenían ganaban lo mismo independientemente del producto que ofrecieran. Así, lo que se ajustaba eran las cantidades de cada producto que se agregaba.

A través de la plataforma WhatsApp, los clientes hacían su solicitud de canasta al inicio de cada semana y a partir del miércoles al mediodía podían recogerla en la casa de una de las comerciantes.

El modelo de canastas solidarias comenzó a funcionar el 28 de julio de 2020, y al cabo de dos semanas incorporó una nueva opción denominada “arma tu canasta”. En esta el comprador podía formar su propia combinación de productos, de acuerdo con un catálogo elaborado exprofeso. Además, se promocionaron los datos de todos los comerciantes, con el objetivo de que los consumidores pudieran entablar contacto directo con ellos, se estableció la posibilidad de enviar la canasta a la casa del comprador a través de un mensajero y se abrió la opción de trueque, con aquellos comerciantes interesados en ello.

Para no perder la visión sobre los objetivos del tianguis, en esta nueva faceta se confirmaron las reglas que existen para Pochtecatl y se adicionaron algunas más de tipo logístico para asegurar el cumplimiento de las solicitudes de compra por parte de los consumidores.

En el inicio de este nuevo proyecto participaron 16 comerciantes que ya venían trabajando en Pochtecatl, a los que se sumaron 10 nuevos actores, para conformar, hasta septiembre de 2020, un total de 26, de los cuales 24 eran mujeres y dos hombres. En sus primeros tres meses, la demanda de productos en las canastas creció de forma importante para beneficio de productores y consumidores. No obstante, al principio de 2021 las ventas de algunos comenzaron a mermar en parte por la reapertura de negocios establecidos y en parte por la pasividad de quienes participaban como vendedores, pues lejos de asumir su papel en la difusión de las canastas, se mantenían a expensas de lo que hicieran las organizadoras. Esto ocasionó que varias comerciantes dejaran de participar para buscar otras alternativas que les reportaran mayores ingresos, por lo que para abril de 2021 solo quedaban activas nueve vendedoras. Aunque la dinámica de trueque entre ellas se mantiene como mecanismo solidario, la estructura de las canastas solidarias se encuentra en un momento crítico que pone en riesgo su futuro.

Pochtecatl, ¿tianguis de economía solidaria o propuesta complementaria en el mercado convencional?

A siete años del inicio de Pochtecatl, y luego de varios ajustes, es necesario hacer una revisión crítica de este proyecto a fin de fortalecerlo. En primer lugar, cabe recordar que este mecanismo de mercado nació como parte de una propuesta más amplia para impulsar una nueva forma de vida alternativa al desarrollo capitalista. En ese sentido, desde un principio sus objetivos fueron orientados a apoyar a productores y comerciantes de pequeña escala en el sur de Jalisco, sobre la base de la economía solidaria y comunitaria. No obstante, al surgir el proyecto desde la academia tuvo como consecuencia que se acercaran como comerciantes distintos actores que no consideraban las economías alternativas como prioridad (algunos de ellos ni siquiera tenían conocimiento pleno de estas), sino que solo buscaban una nueva vía para vender sus productos e incrementar su ingreso. Igualmente, a pocos les importaba el tema de la sustentabilidad o del rescate de los saberes locales y las cadenas productivas regionales de pequeña escala.

Esta situación provocó que, por más convencimiento que tuvieran los organizadores de Pochtecatl respecto de los valores de solidaridad, reciprocidad y sustentabilidad, este tianguis poco a poco sufriera un viraje hasta convertirse en un mercado convencional en las instalaciones universitarias. Fue necesario entonces hacer un alto en el camino para volver a establecer las condiciones de trabajo y avanzar en los objetivos originales, lo que llevó a una renovación de los comerciantes y a que se quedaran solo aquellos que, convencidos o no, estuvieran de acuerdo en acatar las reglas. Además, las nuevas condiciones atrajeron a otros actores, cuya trayectoria sí está más enfocada a la lucha por el cuidado de la naturaleza y el rescate de los valores comunitarios.

Con todo, el tianguis no ha podido todavía convertirse en un espacio alternativo al de la economía de mercado, pues ha resultado muy difícil lograrlo en una región donde las relaciones mercantilistas se encuentran arraigadas en la cultura y prácticas de casi todos sus habitantes, además de que los consumidores universitarios, acostumbrados a los productos y empaques industrializados, tampoco lo facilitan. En todo caso, lo que ha sucedido con el tianguis es un proceso de conversión hacia un proyecto híbrido en el que paulatinamente se incorporan más prácticas alternativas, pero donde la idea de lucro sigue siendo fundamental, como ha quedado de manifiesto en la etapa de las canastas solidarias, cuando las mermas en los ingresos han provocado que varios comerciantes dejen de participar.

Por otro lado, aun cuando en Pochtecatl han crecido las relaciones basadas en la reciprocidad, también subsisten los juegos de poder entre los comerciantes, sobre todo cuando algunos de ellos intentan ubicar en el centro de las prioridades del tianguis sus productos e intereses o cuando intentan descalificar o eliminar la competencia de un compañero que ofrece productos similares. Estas prácticas egoístas e individualistas forman parte de la cultura contemporánea en territorios donde las relaciones capitalistas son hegemónicas, por lo que solo se podrán cambiar con el tiempo y en la medida en que los actores se convenzan de que el bienestar del grupo deriva en bienestar individual y que actuando de forma colectiva se pueden lograr mayores beneficios que haciéndolo de manera aislada.

Si bien se reconoce que el surgimiento del tianguis desde la academia y no desde la base, es decir, desde los grupos participantes, fue un elemento de vulnerabilidad que trajo complicaciones al desarrollo del proyecto, también se ha convertido en un elemento generador de nuevos beneficios respecto a otros proyectos similares. Y es que el Pochtecatl se ha convertido de alguna forma en una especie de escuela en la que los actores no interesados en la solidaridad o el respeto a la naturaleza han cambiado su visión al convencerse de los beneficios que conlleva el acercamiento a dichos valores. Ejemplos de ello son Lupita, que pasó de ser una estudiante universitaria a liderar un proyecto turístico basado en la agricultura orgánica; Sagrario, quien se ha convertido en líder comunitaria, impulsora de la agroecología o Esther y Guillermo, que entraron en el tianguis para vender sus productos con ingredientes convencionales, pero que a raíz de su participación en este modificaron sus prácticas, de manera que ahora venden sus productos con ingredientes locales saludables.

Aun así, un reto para Pochtecatl es transitar de un proyecto tutelado desde la academia a otro en el que sean los propios comerciantes quienes se hagan cargo de su dirección y organización. Avanzar en este sentido todavía no es posible, pues cuando se han hecho pequeños experimentos al respecto, el tianguis baja en actividad y sufre problemas de organización, en gran medida porque los comerciantes siguen siendo más receptivos que propositivos.

Otro de los objetivos del tianguis es que las prácticas que en él se implementan, sean apropiadas por los comerciantes, para que estos las apliquen en los otros entornos en los que participan y en sus actividades diarias. Para ello se han organizado reuniones semanales y sesiones de la Escuela de Saberes que fomenten la concientización. Sin embargo, este objetivo todavía no se cumple plenamente, pues las acciones de algunos vendedores, que no han estado previamente inmersos en proyectos de sustentabilidad o reciprocidad, tienen una dirección hacia el interior del tianguis y otra en sus demás contextos.

Finalmente, una encomienda para el futuro próximo consiste en evaluar cuantitativa y cualitativamente los resultados del tianguis en el incremento del bienestar de quienes participan en él. Esta labor no debe hacerse exclusivamente con base en indicadores convencionales de la economía de mercado, pues con ello se caería en una contradicción de origen que anula el carácter alternativo del proyecto, sino con indicadores que permitan conocer cómo el Pochtecatl ha cambiado la calidad de vida de los participantes, considerando sus propias perspectivas, visiones e intereses.

Conclusión

Ante las preguntas formuladas en la introducción de este artículo, y luego de conocer la experiencia del Pochtecatl, podemos decir que las economías alternativas en general y la economía solidaria en particular sí pueden convertirse en mecanismos de intercambio de bienes y servicios que sean más justos y solidarios para las personas y la naturaleza. No obstante, dicha posibilidad queda circunscrita a que se tomen en consideración las siguientes realidades a efecto de construir proyectos sensatos y no fantasías expuestas a la frustración.

  1. En la actualidad y en sociedades fuertemente involucradas en la economía de mercado capitalista resulta complicado impulsar proyectos económicos que se extraigan totalmente de ella. Lo más viable es impulsar proyectos productivos que convivan con el mercado, pero que paulatinamente vayan transitando hacia esas otras formas de economías.

  2. Existe siempre un riesgo latente de que cualquier propuesta de economía alternativa se desvíe de sus objetivos originales y termine como un proyecto convencional más. Este peligro es mayor cuando los actores involucrados no están plenamente convencidos de los objetivos del proyecto. Por ello, consideramos que todo proyecto de este tipo debe ir acompañado de un intenso trabajo educativo que permita a los actores conocer la importancia social, cultural, política, económica y ambiental de las economías alternativas, así como sus beneficios para los grupos y las personas, cuando se incorporan en las actividades cotidianas. A efecto de que los participantes no se sientan defraudados, en este proceso educativo se deben dejar en claro desde el principio los esfuerzos y sacrificios que, por lo menos en el corto plazo, deben realizarse al asumir las economías alternativas, los cuales se verán compensados por beneficios de largo plazo.

  3. En la medida en que la reciprocidad con la naturaleza, con los semejantes y con los diferentes logre estar en el centro de las prácticas culturales de las personas, los proyectos vinculados a ello podrán adquirir vida propia y convertirse en reales alternativas al statu quo.

  4. Idealmente, los proyectos de economías alternativas deben surgir de las bases, ya que ello garantiza un mayor compromiso de los integrantes con el proyecto. Sin embargo, en muchas ocasiones esto no ha sido posible, de manera que las iniciativas han tenido que surgir desde ámbitos organizacionales. Cuando ello sucede, es imprescindible que en cuanto el proyecto madure, su dirección y organización pase a los propios actores.

  5. Es importante no idealizar las economías alternativas, sino estar conscientes de que, al ser constituidas por seres humanos, también son arenas de poder. Reconocer lo anterior es fundamental en el avance de tales propuestas, toda vez que podrán implementarse acciones tendientes a fortalecer la solidaridad, pero con apego a la realidad.

  6. Respecto del cuestionamiento sobre si estas propuestas podrán subsistir en el tiempo sin ser absorbidas por la economía capitalista, la respuesta que creemos correcta es que ello dependerá de la capacidad de quienes lideran estos proyectos y el convencimiento genuino logrado por todos los participantes, para que los procesos no se desvíen de sus objetivos originales en momentos de crisis o cuando se conviertan en opciones atractivas a los intereses capitalistas.

  7. Más difícil resulta por ahora pensar que estas iniciativas, surgidas en pequeños espacios, puedan convertirse en motores para transformar las estructuras hegemónicas actuales. Para ello será imprescindible consolidar redes de colaboración nacionales e internacionales entre varios proyectos, lo que aun cuando es una prerrogativa de la economía solidaria, todavía está lejos de alcanzarse en la mayoría de los países.

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1En general, el Estado de bienestar es un concepto político-económico en el que el Es- tado garantiza los derechos sociales de todos los habitantes del país, buscando con ello una mayor redistribución de los recursos y una mejora en el bienestar general de la población. En la base del Estado de bienestar se inscribe la responsabilidad de prestar servicios sociales como la educación o la sanidad, de forma no discriminatoria y sin costos para los ciudadanos.

2El índice de Gini sirve para medir la desigualdad en los ingresos entre un grupo de actores económicos. Su valor oscila entre 0 y 1, donde 0 significa que todos los agentes tienen los mismos ingresos, mientras que 1, que todos los ingresos se concentran en una sola persona. En ese sentido, un valor superior a 0.4 da cuenta de una considerable desigualdad económica.

3El término practi-torio es un acrónimo construido a partir de la palabra observatorio. Dado que quienes participan en el practi-torio (académicos, estudiantes y miembros de las comunidades) no lo hacen solo para observar las prácticas que se realizan, sino para participar activamente en sus procesos, fue por lo que se decidió enfatizar lo anterior a través de este acrónimo.

4Salvo que se indique lo contrario, para la escritura de este apartado nos basamos en información proporcionada por Juárez (2016).

7Citar como: Macías Macías, Alejandro y Yolanda Lizeth Sevilla Garcia (2023), “Haciendo economías alternativas en un entorno mercantilizado. El tianguis Pochtecatl en Jalisco, México”, Iztapalapa. Revista de Ciencias Sociales y Humanidades, núm. 95, año 44, julio-diciembre de 2023, ISSN: 2007-9176; pp. 101-133. Disponible en <http://revistaiztapalapa.izt.uam.mx/index.php/izt/issue/archive>.

Recibido: 02 de Abril de 2022; Aprobado: 05 de Noviembre de 2022; Publicado: 30 de Junio de 2023

Alejandro Macías Macías

Académico en la Universidad de Guadalajara, en el Centro Universitario del Sur. Es doctor en Ciencias Sociales con especialidad en Antropología Social. Miembro del Sistema Nacional de Investigadores. Director del Centro de Investigaciones en Territorio y Ruralidad. Líneas de investigación: Comunidad y Buen Vivir y Procesos de cambio socioeconómico, medio ambiente y sustentabilidad regional. Federico Arreola Silva 883, colonia centro, Ciudad Guzmán, Jalisco, tel. (341) 575 2222, correo: alejandrom@cusur.udg.mx; alejandromacias40@gmail.com

Yolanda Lizeth Sevilla García

Profesora de la Universidad de Guadalajara, en el Centro Universitario del Sur. Es maestra en Ciencias del Comportamiento con orientación en alimentación y nutrición. Líneas de investigación: Comunidad y Buen Vivir y Medio Ambiente y Sociedad. Federico Arreola Silva 883, col. Centro, Ciudad Guzmán, Jalisco, tel. (341) 575 2222, correo: lizeth.sevilla@cusur.udg.mx

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