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Iztapalapa. Revista de ciencias sociales y humanidades

On-line version ISSN 2007-9176Print version ISSN 0185-4259

Iztapalapa. Rev. cienc. soc. humanid. vol.42 n.90 Ciudad de México Jan./Jun. 2021  Epub Jan 31, 2021

https://doi.org/10.28928/ri/902021/rl1/riosgordilloca 

Reseñas de Libros

Semo, Enrique, 2019, La conquista, catástrofe de los pueblos originarios

Carlos Alberto Ríos Gordilloa  * 
http://orcid.org/0000-0002-0036-9188

aUniversidad Autónoma Metropolitana-Azcapotzalco, Ciudad de México, México

Semo, Enrique. 2019. La conquista, catástrofe de los pueblos originarios. Siglo XXI Editores-Facultad de Economía, Universidad Nacional Autónoma de México, México: (2 volúmenes), ISBN: 978-607-03-1000-3.


La obra de Enrique Semo, La conquista, catástrofe de los pueblos originarios adquiere toda se profundidad en el contexto del conjunto de la obra del Autor. En su notable Historia del capitalismo en México. Los orígenes. 1521/1763, publicada en 1973, Semo llegó a un puerto que, durante cincuenta años, lo ha comunicado con otros. Ahí anunciaba la tesis de La conquista (en dos volúmenes): “El primer tomo de esta historia del capitalismo en México se inicia con la conquista… y termina en los albores de las profundas transformaciones socioeconómicas que caracterizan los últimos cincuenta años de la época colonial” (1980:15). Según el autor, este periodo “corresponde definitivamente a la etapa capitalista de la sociedad mexicana” (1980:15), por lo cual, “la sociedad novohispana forma parte del sistema colonial del capitalismo europeo naciente” (1980:16).

Desde entonces, Semo siguió estudiando este gran tema. En 1989, junto al arqueólogo Enrique Nalda, escribió: De la aparición del hombre al dominio colonial, del siglo XVI hasta el XVIII. Mientras que Nalda escribió sobre el “México prehispánico: origen y formación de las clases sociales”, Semo lo hizo sobre “Conquista y colonia”. Más recientemente, en el año 2006, escribió: Los orígenes. De los cazadores y recolectoras a las sociedades tributarias. 22,000 a.c.- 1,519 d.c. Ahí sostuvo: “Lo que llamamos historia antigua de México empieza con la aparición del hombre en nuestro territorio y termina con la llegada de los españoles y la destrucción de las culturas aborígenes” (2006: 13).

Ya sea hacia atrás, hasta el poblamiento de América hace 22 000 años; sea hacia adelante, hasta el capitalismo europeo y la explotación colonial entre los siglos XVI y XVIII, el viaje de dos milenios y medio encuentra en la conquista su acontecimiento-ruptura: las matrices históricas se funden violentamente y lo nuevo surge de lo viejo, producto de esa hibridación. Es ahí cuando la conquista adquiere las características de una tragedia universal en todo el planeta, y dentro de ella, las de una catástrofe para los pueblos originarios, en esta nuestra parte del mundo.

Con esta dimensión reflexiva añejada durante medio siglo y varios libros de por medio, en La conquista el autor da cuenta del ordenamiento del Nuevo Mundo, de sus territorios y de sus pueblos, a través de la violencia fundacional de un nuevo sistema de dominación, explotación y despojo: el capitalismo, que destruye y reconstruye, que despuebla y reasienta poblaciones enteras. “Los españoles se dieron cuenta de que no podían explotar eficientemente ni catequizar con efectividad a un pueblo”, escribe el autor, “disperso en áreas remotas, donde evadiría el tributo y practicaría ritos prohibidos” (2019: 67).

Sobre esta base se reorganizó la geografía humana y se conformó la nueva sociedad en suelo americano a través de la distinción social: repúblicas de indios, repúblicas de españoles. De acuerdo con ello, Semo sostiene que el sistema colonial no hizo más que afianzar el modo de producción capitalista, asegurándole, con las extraordinarias riquezas del nuevo continente, la superexplotación del trabajo indígena y la del medio millón de esclavos africanos, un festín de acumulación originaria. Ante la cimentación del capitalismo como modo de producción surgió la afirmación de la resistencia de los pueblos originarios como negación del orbe colonial. Puesto que si durante el siglo XVI el capital vino al mundo “chorreando sangre y lodo, por todos los poros, desde la cabeza hasta los pies”, según escribió Marx (2000: 950), esta ha sido la sangre de los hijos del Nuevo Mundo.

Mientras que en el primer volumen se presenta a los amerindios y su mundo, a los europeos del capitalismo mercantil y los españoles recién salidos de la Reconquista, así como a los esclavos africanos, en el segundo se estudia la conquista en el inmenso territorio que se convertiría en la Nueva España y en el México independiente, antes de la invasión norteamericana del siglo XIX. Mexicas en el Anáhuac, chichimecas en el Gran Septentrión, mayas, zapotecos y mixtecos en el Sur-Sureste, son los actores de las mortíferas guerras libradas contra los europeos en inmensos territorios y durante varios siglos. En dos volúmenes (más de ochocientas páginas) el autor ha escrito la historia como catástrofe y resistencia de los pueblos originarios, durante el cataclismo de un mundo y la emergencia del otro.

El primer volumen da cuenta de los actores de la conquista: amerindios y africanos, europeos y españoles; de las relaciones entre el Viejo y el Nuevo Mundo, entre el feudalismo tardío y el capitalismo temprano. Es la formación de una economía-mundo y de un imperio colonial euro-americano basados en la expropiación y apropiación de capital arrancado a las colonias, sojuzgadas por la distinción racial y la pigmentación de las relaciones de dominación: blancos europeos, negros africanos, indígenas cobrizos, e incluso, posteriormente, amarillos orientales. “Ninguna de estas identidades y categorías históricas existía en el mundo antes de 1492” (2019: 42). Estas nuevas relaciones de dominación fueron el fundamento de una cultura de racismo que se agregó a la relación de clase social. “La distinción racial se integra a la distinción de clase” (2019: 47), escribió Semo a propósito del racismo, que, al sembrar la distinción del color, creaba hombres y poblaciones objeto, quebrantándolos hasta lo más íntimo de su sustancia, como pensaba Fanon.

Paradójicamente, al enajenarse y al asimilar esa pigmentación que los inferiorizaba, en ocasiones suscitaba en los indígenas la imitación de los opresores para así desracializarse, para así blanquearse. De tal suerte que el racismo funcionó como aglutinador de la sociedad colonial, a través de la pigmentación de las relaciones sociales, que en el mestizaje encontró una vía para el blanqueamiento. Por ello, de acuerdo con Semo, esta es una sociedad injusta y sobre todo desigual; una riqueza inmensa convertida en grilletes para los desposeídos; una subordinación identitaria pigmentada por cobrizos, negros y luego amarillos; una simbiosis de racismo-cultura que se impuso sobre los colonizados (y que después se reprodujo entre ellos, dirigiéndose contra ellos); el espejo en el cual nuestra sociedad puede contemplar sus propios rasgos.

Al estilo de Eric Wolf, quien abrió su Europa y la gente sin historia con el capítulo dedicado a “el mundo en 1400”, Enrique Semo lo hizo con “América 1491: el factor aislamiento”. Éste impidió el desarrollo de inmunidades frente a las “epidemias euroasiáticas y africanas”, que durante siglos castigaron al Viejo Mundo (la peste negra, que diezmó la población europea a una tercera parte) causando “una hecatombe unilateral sin precedentes durante la conquista de América” (2019: 132). No obstante, también creó estrechos lazos de comunidad, solidaridad e igualdad: “La ausencia de formas de explotación y de dominio”, analiza Semo a propósito de las comunidades arcaicas basadas en el parentesco, “creaban un ambiente de libertad que llevó a estas tribus a defender su modo de vida y su independencia con una valentía y una perseverancia sin límites” (2019: 92). Eso será vital para entender la resistencia de los pueblos.

Ese mundo mexica que terminaba en las costas del Golfo de México y el Pacífico, en los límites de Mesoamérica y las selvas de Centroamérica, estaba rodeado por dos grandes bloques naturales: los desiertos de Aridoamérica, y en particular el de Chihuahua, y las selvas de Centroamérica. El factor aislamiento, por un lado, y el factor natural, por el otro, crearon los marcos geográficos de las formaciones sociales y funcionaron como actores colectivos del paisaje social.

En el segundo tomo, Semo estudia la conquista del inmenso territorio en el que vivían todos los pueblos originarios y al cual los españoles llamaron Nueva España. “No hay en el pasado antiguo nada que se le asemeje, y deja de existir sólo consumada la independencia” (2019a: 11), escribió el autor. Para él, la presencia de los europeos modificó profundamente la geografía humana indígena, pero no la eliminó. “La historia prehispánica no se interrumpió, no cesó con la llegada de los españoles […]Éstos desembarcaron en ella y la utilizaron en su provecho. También elites indígenas trataron de aprovechar la llegada de los europeos en su favor” (2019a: 19). Por tanto, los actores del teatro de la conquista no son dos, como solía presentarse en la historia que se nos contaba cuando éramos niños: españoles todopoderosos y cándidos indígenas.

Es más, para él los símbolos de la nación mexicana son representativos solamente de los mexicas o aztecas. “Los mitos que la rodean se manifiestan en el águila, la serpiente y el nopal mexica que están en todos los símbolos nacionales actuales con un sentido fundacional”, escribió “pero para muchos pueblos indígenas no significan eso y para los africanos y los mestizos menos aún” (2019a: 19). A propósito de las dimensiones de la identidad patriótica, Semo afirma:

El concepto criollo de nación mexicana poco tiene que ver con los verdaderos orígenes y la historia de la nación moderna. La inclusión plena del norte chichimeca y el sur cambia completamente la historia de la conquista” (2019a: 19-20).

Dedicado a la conquista de la Nueva España, el segundo tomo explica las causas que la hicieron posible, sus dimensiones geográficas y alcances civilizatorios, pero también su reverso: la resistencia, en una serie de formas y estrategias. Es la historia de la caída del centro mesoamericano y de la resistencia de los hijos del Gran Septentrión (Aridoamérica) y del Sur-Sureste novohispanos.

En 1521, Tenochtitlán, la portentosa capital del imperio mexica, era tomada por los españoles y con ello los pueblos sometidos al dominio azteca “se liberaron y recobraron su dispersa autonomía” (2019a: 15). Durante el periodo posclásico (1200-1521), el centro mesoamericano fue el escenario de una exacerbación de la actividad bélica y el ascenso al poder de los guerreros. Los mexicas construyeron su imperio conquistando a numerosos pueblos que los odiaban profundamente y se sublevaron cuando la llegada de Cortés y sus tropas les dio la oportunidad. Por ello, el imperio azteca no cayó por la creencia en el mito de Quetzalcóatl ni por el genio de Hernán Cortés y la acción de los ejércitos españoles (entre 1529 y 1570 no había más de 8 000, o máximo 17 000 españoles), sino por la gran rebelión de 1519: la de los pueblos sojuzgados, y su pacto con los españoles. El desmoronamiento del Imperio azteca, cuya preeminencia en el centro duró poco más de un siglo, tuvo entre los indígenas a uno de sus más grandes actores (la “alianza anti-azteca”, le llamó Semo). “Fue así como en la toma de Tenochtitlan participaron 200 mil indígenas y apenas 700 españoles […] Fue una guerra de indígenas oprimidos por los aztecas contra los aztecas” (2019b).

Con la intención de esquivar la visión lineal de la conquista, el autor dividió su estudio en tres superáreas, para así observar las originalidades de cada una. En las tres, la geografía juega un rol fundamental en la conformación de las actividades económicas y las formaciones sociales y políticas. El norte minero, ganadero y misional: el Gran Septentrión o Aridoamérica; el centro o Anáhuac y el Sureste señorial y agrícola; estas últimas pertenecen a Mesoamérica. Cada una constituye unidades diferentes, cada una tiene un tiempo y un espacio propios y, por ende, su historia debe contarse por separado. En cada una de ellas, la peculiaridad de la conquista “marcará profundamente el régimen colonial que sobre ellas se levanta” (2019a: 28).

En Aridoamérica, como en Yucatán, la naturaleza propició enormes espacios libres, regiones de refugio y emancipación, de dominio inestable y precario. “Tierras de refugio, de indígenas libres, pueblos permanentemente en guerra que no logran ser conquistados […] pero con los cuales hay intercambios desiguales, campañas de esclavización y acuerdos transitorios de todo tipo” (2019a: 28). Enrique Semo, quien durante años impartió clases en las universidades de Ciudad Juárez y Alburquerque, está familiarizado con las formas de resistencia armada de los apaches, chichimecas o comanches (cuyo territorio de 625 000 kilómetros cuadrados era más grande que toda la América Central), quienes opusieron una tenaz resistencia, mas no lograron articular una rebelión de mayores dimensiones que pusiera fin al orden colonial.

De ahí que las rebeliones indígenas durante la colonia fueran “guerras de baja intensidad” (2019a: 17), el desafío a una soberanía no totalmente vencida, y la ruptura de una sumisión inicial debido a existencias incumplibles. “Podemos hablar en términos modernos de una guerra de baja intensidad”, califica Semo, “no como lo indica el sentido actual del término, como una estrategia planificada, sino como resultado de las particularidades militares de los contendientes” (2019a: 35). Ante el desafío, los españoles se adaptaron, crearon instituciones y prácticas militares: presidios, destacamentos, entrenamientos nuevos para sus soldados. Así, junto a la lógica de contención militar llegó la persuasión política: negociaciones, pactos, regalos, ofertas de misiones. De esta manera se alternaba la represión con la persuasión y se aminoraba la fragilidad del control sobre el territorio.

Dentro de esa estructura de dominación colonial, Semo señala que apaches, comanches, coras, tecuales y mixtecos, aunados a itzaes, mopanes, lacandones, cehaches, chanes y canules en el Gran Septentrión y el Sur-Sureste, poblaron gigantescas “zonas de emancipación que son un ejemplo de la conquista inconclusa […], el dominio precario, que destaca la huida como mecanismos de resistencia, de la posibilidad de inventar un espacio de libertad fuera o al margen del dominio colonial” (2019a: 29). El solo hecho de escapar a esas zonas alteraba el régimen de dominación colonial que fijaba al hombre a la tierra. “En vez de eliminar o desplazar a los indígenas con el fin de disponer de espacios vacíos, el imperativo era reducirlos a pueblos manejables. Es decir, congregarlos en establecimientos de nueva planta que facilitaba su conversión y explotación” (2019a: 33). No obstante, aunque esta resistencia no quebraba las estructuras de dominación colonial, sí las desafiaba; en esos espacios, regiones y geografías, los indígenas podían reconstruir sus formas de vida y su sentido de libertad e igualdad, haciendo que el dominio español fuera precario e inestable.

En el periodo independiente se desató una nueva embestida contra las tierras de los pueblos de indios: tierras, aguas y bosques, salvaguardados por las cédulas reales, fueron expropiadas por multitud de ranchos, haciendas o fincas. Bajo la idea del progreso y el desarrollo nacionales, los liberales consideraron que las tierras en manos de las comunidades indígenas (y también las de la Iglesia) debían servir para afianzar el programa triunfante. Durante el siglo XX, e incluso en nuestros días, se ha preservado la misma visión: los megaproyectos del istmo de Tehuantepec y el Tren Maya son una nueva cara del viejo programa.

Las reflexiones de Semo sobre la construcción de “espacios de libertad”, “zonas de emancipación” indígenas, dentro del orbe colonial y como resultado de éste, invita a pensar en las resistencias actuales de los pueblos originarios a propósito de la defensa del territorio y la autonomía. En ese sentido, Semo escribió que desde la desaparición del Partido Comunista Mexicano (PCM), hace casi 40 años: socialismo, comunismo, poscapitalismo o altermundismo “tienen presencia en México sólo en el movimiento comunitario del Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN) y algunas expresiones menores como el Movimiento Comunista Mexicano” (Semo, 2020). Hace medio siglo que la izquierda predominante olvidó ser anticapitalista.

El zapatismo, expresión de la izquierda anticapitalista y eje de gravitación del Consejo Nacional Indígena (CNI) -a su vez, órgano de articulación de los pueblos originarios de México-, ha sostenido que el enemigo de la humanidad es el capitalismo y debe ser combatido, aun cuando las crisis cíclicas preconicen su muerte. Los zapatistas le han asemejado a la Hidra de Lerna, porque cuando una de sus cabezas era cercenada en realidad se fortalecía, y se ha regenerado en formas insospechadas: no solo como derechas pro-neoliberales y represoras, sino como gobiernos progresistas que llegaron al poder con enorme legitimidad, cuyo discurso y políticas anti-neoliberales han profundizado el capitalismo.

En esta época, mientras “se destruyen los territorios y se despueblan”, para así “reconstruir y reordenar” de acuerdo con “las leyes del mercado”, según escribió el entonces Subcomandante Insurgente Marcos -en un tono que recuerda los pasajes de Semo sobre el reasentamiento de los pueblos-, “todos somos el enemigo a vencer” (Marcos, 2017: 156, 157). ¿Todos? La humanidad, la naturaleza y todas las posibilidades de crear un mundo para la vida. Para alterar este caótico curso destructivo, la rebeldía a escala planetaria es la medida de nuestras ilusiones.

La resistencia de los pueblos originarios es la afirmación de la vida ante la destrucción de las formas de vida. Es resultado de una creatividad social extraordinaria cuyo objetivo es crear un hecho inédito en términos de cambio social a gran escala: la emergencia de otro mundo. Semo invita a cuestionarnos si en verdad la resistencia es ese instante en el cual se interrumpe la destrucción del mundo; si en el pasado se ha sembrado la semilla de la cual florecerán los futuros inéditos, los mundos posibles.

Referencias bibliográficas

Marx, Karl 2000 El capital, tomo 1. vol. 3, México, Siglo XXI editores. [ Links ]

SEMO, Enrique 1980 Historia del capitalismo en México. Los orígenes. 1521/1763, México, Era. [ Links ]

SEMO, Enrique2006 Los orígenes. De los cazadores y recolectores a las sociedades tributarias. 22,000 a.C.-1,519 d.C., México, Océano. [ Links ]

SEMO, Enrique 2019 La Conquista. Catástrofe de los pueblos originarios. 1. Los actores: amerindios y africanos, europeos y españoles, México, Siglo XXI editores / Facultad de Economía-Universidad Nacional Autónoma de México. [ Links ]

SEMO, Enrique 2019a La Conquista. Catástrofe de los pueblos originarios. 1. La invasión del Anahuac, Gran Septentrión y Sur-Sureste, Siglo XXI Editores/Facultad de Economía-Universidad Nacional Autónoma de México. [ Links ]

SEMO, Enrique 2019b “Enrique Semo dinamita el mito de que la Conquista terminó en 1521”, entrevista de Mónica Mateos-Vega, La Jornada, 7 de octubre. [ Links ]

SEMO, Enrique 2020 “Socialismo para el siglo XXI”, La Jornada, 5 de enero. [ Links ]

Subcomandante Insurgente Marcos 2017 Escritos sobre la guerra y la economía política. Sergio Rodríguez Lascano (comp.), México, Pensamiento Crítico Ediciones. [ Links ]

Recibido: 10 de Julio de 2020; Aprobado: 15 de Septiembre de 2020; Publicado: 30 de Diciembre de 2020

* car@azc.uam.mx

Carlos Alberto Ríos Gordillo

Historiador titulado por la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad Autónoma de Chiapas (FCS-UNACH), en San Cristóbal de Las Casas; es maestro y doctor en Historia por la Universidad Autónoma Metropolitana (Unidad Iztapalapa). Actualmente, es profesor-investigador titular en el Departamento de Sociología de la Universidad Autónoma Metropolitana, Unidad Azcapotzalco, adscrito al área de Investigación: “Análisis Sociológico de la Historia”. Es “Perfil Deseable” (PRO-DEP-SEP), Coordinador del Eje Curricular de SocioHistoria (División de Ciencias Sociales y Humanidades, UAM-A) y miembro del Sistema Nacional de Investigadores (SNI-Conacyt) Nivel I. Entre sus obras recientes cabe citar: Las formas de la comparación: Marc Bloch y las ciencias humanas. Ensayo de morfología e historia, Barcelona, Anthropos Editorial, México: UAM-Iztapalapa, 2016 (col. Pensamiento Crítico/Pensamiento Utópico, 220). Sus líneas de investigación se configuran en torno al estudio del Pensamiento crítico e Historiografía contemporánea, y por otro lado, Movimientos sociales y movimientos antisistémicos.

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