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Iztapalapa. Revista de ciencias sociales y humanidades

On-line version ISSN 2007-9176Print version ISSN 0185-4259

Iztapalapa. Rev. cienc. soc. humanid. vol.38 n.82 Ciudad de México Jan./Jun. 2017

https://doi.org/10.28928/revistaiztapalapa/822017/aot3/enriquezperezi 

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El análisis marxista de la economía mundial y los estudios sobre el desarrollo

The marxist analysis of the world economy: critical raids for the development studies

Isaac Enríquez Pérez* 
http://orcid.org/0000-0003-1361-5381

*Universidad Nacional Autónoma de México. isaacep@unam.mx


Resumen:

Más allá de la concepción que asume al marxismo como una doctrina y como un dogma que lo trasmuta en proyecto político/ideológico, el presente artículo tiene el objetivo de desentrañar la esencia epistemológica de esta tradición de pensamiento y sus contribuciones metodológicas para el estudio de la economía mundial y sus principales contradicciones, teniendo como hilo metodológico conductor la aproximación a la dialéctica desarrollo/subdesarrollo y el papel crucial que en ella juega la distribución en interdependencia recíproca con la producción y el conjunto del proceso económico.

Palabras clave: Teoría social crítica; análisis económico marxista; proceso económico; capitalismo; economía mundial

Abstract:

Beyond the conception it takes marxism as a doctrine and as a dogma it transmuted into political/ ideological project, this article aims to unravel the epistemological essence of this tradition of thought and its methodological contributions to the study of the world economy and its main contradictions, taking as a methodological guideline the approach to dialectical development/underdevelopment and the crucial role it plays in mutual interdependence distribution to production and the whole economic process.

Key words: Theory social criticism; Marxist economic analysis; economic process; capitalism; world economy; dialectical development/underdevelopment

El ocaso y erosión definitiva de la Unión Soviética y de su consustancial modo de producción estatista con economías centralmente planificadas fueron utilizados -en el ámbito de las ideas políticas e, incluso, dentro de las mismas ciencias sociales- como la justificación necesaria para escribir el obituario y ofrecer santa sepultura a la teoría social crítica de inspiración marxista; suprimiendo con ello, de golpe y precipitadamente, las valiosas contribuciones teórico/epistemológicas y metodológicas de esta corriente del vasto pensamiento de la filosofía y de las ciencias sociales. Si bien las crisis teóricas son saludables para la construcción del conocimiento sobre lo social, es preciso no tomarlas como una muestra de la carencia de validez y seriedad en sus supuestos, postulados y demás planteamientos, y mucho menos atribuir estos a la inviabilidad de algún proyecto de sociedad inspirado en la faceta ideológica que subyace en algún corpus teórico. Particularmente, el análisis marxista trasciende, con mucho, aquellos supuestos normativos y prescriptivos que ciertos ideólogos le endilgaron desde finales del siglo XIX debido a la inclinación de esta teoría por el estudio del trabajo como fuente de la riqueza y como posibilidad de transformación social ante la lacerante explotación de la clase obrera. Más aún, con estas coartadas se pretendió dejar sin efecto y validez los argumentos -si bien preñados de limitaciones consustanciales al mismo proceso del conocimiento- esgrimidos por el marxismo en los esfuerzos por comprender la lógica del capitalismo como modo de producción, la dinámica y contradicciones de la economía mundial, y la esencia de la dialéctica desarrollo/ subdesarrollo.

Reconocido lo anterior, resulta pertinente plantear algunas preguntas que estuvieron presentes a lo largo de nuestra investigación, a saber: ¿Goza de validez la teoría crítica marxista para el despliegue de la construcción teórica en ciencias sociales y, particularmente, para el ejercicio del análisis económico? ¿Cuáles son los alcances del análisis marxista para la comprensión de la sociedad contemporánea? ¿Cuáles son las principales contribuciones epistemológicas de esta corriente de pensamiento y, especialmente, cuáles son los rasgos de su método? ¿Cuáles son los supuestos, conceptos y categorías marxistas más relevantes para el análisis económico? ¿De qué manera puede contribuir la teoría económica marxista al análisis de la economía mundial y -específicamente- al estudio de la dialéctica desarrollo/subdesarrollo? Planteados estos interrogantes, es posible matizar que el objetivo central de nuestra investigación radicó en desentrañar y reivindicar los postulados básicos y la metodología del análisis marxista para comprender la dinámica, contradicciones y estratificación de la estructura económica mundial, reconociendo que esta -así como el modo de producción capitalista- posee(n) una lógica desigual que se reproduce y perpetúa al interior de las sociedades y en el plano de las relaciones económicas internacionales. Esto es, se pretendió interpretar que la obra de Karl Marx, más que una teórica acabada e inmutable, es un referente metodológico y un posicionamiento epistemológico que brinda los fundamentos necesarios para emprender el estudio de aspectos cruciales de las sociedades contemporáneas y -específicamente- de la lógica estructural y la contradictoria economía mundial. Una premisa fundamental a lo largo de nuestro ejercicio de investigación fue la siguiente: la tradición marxista como corpus teórico no es un sistema conceptual homogéneo, y buena parte de los análisis económicos posteriores a la obra de Karl Marx se distancian de varios de los planteamientos de este pensador clásico, no sin caer -como se observa en varias propuestas teóricas autodefinidas como marxistas o encasilladas en los estados del arte como parte de esta corriente de pensamiento- en readecuaciones, omisiones y tergiversaciones de sus supuestos, conceptos, categorías e ideología que, incluso, resucitan debates que Marx trascendió de manera lapidaria. De ahí que también uno de los objetivos del presente artículo consista en separar las aguas respecto de esas posturas que se distancian de los aportes y contribuciones del pensador alemán.

Panorama general sobre la epistemología de la teoría social crítica de orientación marxista

La teoría social crítica que subyace en la tradición marxista y, principalmente, en la fecunda obra de Karl Marx (1818-1883) es un corpus teórico que contiene una propuesta en constante recreación, evolución y transformación; es decir, en permanente revisión teórica y sometida a incontables críticas y readecuaciones con la finalidad de poner al día sus fundamentos conceptuales y las explicaciones relacionadas con el curso de la realidad contemporánea; más aún, adquiere esa lógica cuando Marx reconoció que si cambia la realidad y su comportamiento, tiende también a cambiar la praxis teórica que en torno a ella se despliega. El objetivo central de esta tradición de pensamiento -especialmente el mostrado y reafirmado por Marx- consiste en desentrañar la lógica de la estructura, el funcionamiento y la dinámica de la sociedad moderna gestada en Europa, así como la naturaleza de las especificidades históricas y de las relaciones sociales propias del capitalismo que se extiende hasta nuestros días, incluso en el marco de los procesos de globalización económica. De este modo se plantea el supuesto de que la producción se encuentra histórica y socialmente determinada, al tiempo que es considerada como el punto de partida en los esfuerzos por comprender el comportamiento de la sociedad capitalista; lo cual significa que, para Marx, priva en su teorización una relación estrecha entre las condiciones de producción, la estructura y organización de la sociedad, y las posibilidades de cambio social.

Para cumplir con dicho objetivo, Marx realizó el planteamiento -sobre la base del pensamiento dialéctico- de un método (el método de lo abstracto a lo concreto, de lo particular a lo general) y de una concepción materialista del mundo - que asume la realidad y los fenómenos como cognoscibles- para aprehender a la sociedad como una totalidad orgánica o articulada, y para desentrañar su esencia, su trasformación o evolución histórica permanente y sus contradicciones en tanto motores del cambio social. En suma, se plantea un materialismo dialéctico para el estudio del cambiante proceso histórico. El pensamiento dialéctico de Marx parte de la noción de que la historia no se realiza ni transcurre a partir de las ideas -tal como lo postuló Georg Wilhelm Friedrich Hegel (1770-1831) a través de su teoría de la razón-, sino a través de un mundo fenoménico que tiene como fundamento inicial y empírico las relaciones sociales de producción que se presentan en el contexto del proceso económico.

Particularmente, el método de la teoría social crítica inicia con el estudio de categorías abstractas o generales (mercancía, valor, trabajo, dinero, capital, plusvalía, ganancia) para proceder a desentrañar el proceso económico real en el que se estructuran relaciones sociales particulares y donde se perfilan los precios, la competencia de los capitales, la acumulación, la concentración y centralización del capital, el Estado como extensión de los intereses de la clase capitalista, el mercado mundial y las crisis económicas. Ello sobre la base de la identificación y el análisis de la relación fundamental y contradictoria del modo de producción capitalista: aquella que se establece entre el propietario de los medios de producción y del dinero, y el trabajador asalariado que posee su fuerza de trabajo pero que está separado de la propiedad y de los frutos de la producción; relación que se caracteriza por la apropiación que ejerce el capitalista sobre el excedente (masa de valores) de la producción, y por desplegarse en ella, incluso, una oposición o un antagonismo que en mucho se distinguen del supuesto natural de la armonía universal pregonado por la economía política clásica y heredero de la mecánica clásica newtoniana.

Se destaca también en este método que las abstracciones más generales se gestan en aquellas sociedades que muestran un desarrollo histórico más fecundo; al mismo tiempo, se reconoce que las categorías dotadas de mayor abstracción, pese a contar -justo por su grado de abstracción- con cierta validez para distintos momentos históricos, son categorías que solo derivan de determinadas condiciones históricas y cuentan con plena validez únicamente dentro de su contexto y circunstancias (véase Marx, 1859).

Tal vez uno de los más incisivos postulados epistemológicos de la teoría social crítica consiste en reconocer que los seres humanos proyectan y hacen la historia (praxis) y al hacerla se hacen y rehacen a sí mismos (véase Marx y Engels, 1846: 40; Bagú, 1970,1989); de tal forma que el sujeto investigador es parte de la realidad social delimitada como objeto de estudio, y al conocerla no solo la aprehende y representa en la mente y en el lenguaje a través de los conceptos y las categorías, sino que también cuenta con amplias posibilidades para incidir en ella al intentar transformarla por la vía del conocimiento asumido también como praxis y como hecho histórico. Esto último significa que se enfatiza en una relación entre la realidad social y la representación mental o conceptual que se hace de ella, y que ante esa realidad material que no es aprehendida y comprendida cabalmente por el pensamiento humano emerge la dimensión de lo cognoscible; de tal modo que en el método dialéctico sobresale una relación fundamental entre la realidad social y el conocimiento de la realidad social (un estudio fecundo respecto del circuito gnosis-praxis puede observarse en Bagú, 1970).

El método dialéctico ayuda a concebir la historia como un conjunto de procesos concatenados y que definen a la sociedad como una totalidad orgánica dotada de encadenamientos internos y de una lógica en movimiento constante y sujeta a contradicciones y antagonismos que la posicionan en una situación de cambio incesante. De ahí que el pensamiento dialéctico implícito en la teoría social crítica pretenda -como objetivo último- desentrañar las leyes tendenciales de la evolución histórica y del cambio social; dichas leyes, relacionadas con el movimiento y el desarrollo social, son concebidas por la tradición marxista como ajenas a la voluntad humana y están dotadas de la misma estructura que las leyes relativas a los fenómenos y procesos naturales (Gill, 1996: 46). Por si fuera poco, Marx posee un método analítico que compagina el estudio de los fenómenos y relaciones sociales que se presentan en un tiempo específico, con el descubrimiento -a través del carácter relevante que adquieren los hechos empíricos para la reflexión teórica- de las leyes de tendencia que rigen el comportamiento y la transformación de la sociedad; y, en este sentido, Marx asume el movimiento o desarrollo de la sociedad como un proceso histórico/natural regido por leyes que condicionan la voluntad humana y son independientes a esta; sin embargo, no se trata de un método con leyes abstractas de la praxis económica que, indistintamente, sean válidas para el pasado y para el presente; más bien, el objetivo de la teoría social y del análisis económico consiste en asumir que cada periodo histórico específico cuenta con sus leyes particulares, y estas -así como las relaciones sociales a las cuales hacen referencia- se modifican a medida que cambia el desarrollo de las fuerzas productivas a lo largo de los estadios de la historia (argumentos esbozados por Maurice Block en Les théoriciens du socialisme en Allemagne, libro editado en 1872, y por la revista El mensajero europeo, publicada en mayo del mismo año; ambos citados por Marx, 1873: 17 y 18).

Este método analítico introducido por Marx privilegia, más allá de la preeminencia de los supuestos metafísicos, el descubrimiento a partir de las observaciones empíricas y los hechos con la finalidad de construir teoría en abierta correspondencia con su concepción sobre el proceso económico. En el método marxista, la representación conceptual de la realidad está regida por el mundo fenoménico de la sociedad y, en esencia, es su premisa fundamental, puesto que entre la realidad social y la construcción teórica se perfila una interacción y simbiosis en las cuales el pensamiento abstracto es determinante para desentrañar el curso de los procesos históricos, sin que esto signifique para Marx una plena correspondencia entre ambos (estas ideas son rescatadas por Gill, 1996: 86).

Bajo estos supuestos, Marx argumenta que el método de “elevarse de lo abstracto a lo concreto” es el camino más adecuado que puede adoptar el pensamiento científico para pretender apropiarse conceptualmente de la realidad. De esta forma, el pensamiento es un proceso de síntesis en el cual lo concreto (lo real) se reconstruye por etapas sobre la base de las determinaciones abstractas más elementales y sencillas; contrario a ello, si el pensamiento científico inicia su análisis con el abordaje de lo real, los fenómenos se mostrarán con una imagen indefinida y difusa pues, a decir de Marx, si la apariencia y la esencia de los fenómenos coincidiesen plenamente, la praxis teórica tendría un papel superfluo y marginal (estas ideas son expuestas en la Introducción general a la crítica de la economía política escrita en 1857).

A grandes rasgos, a través de los trazos que conformaron finalmente su método, Marx orientó sus esfuerzos a desentrañar la historicidad del capitalismo y de las relaciones sociales que le son consustanciales, resaltando con ello la especificidad histórica -y no el carácter eterno, inmutable y natural- de dicho modo de producción y de las categorías (entendidas como relaciones sociales y no como cosas u objetos materiales) que el alemán creó para su análisis. Para ello, Marx consideró necesario entender, a través de la abstracción que ayuda a analizar los distintos elementos de la estructura interna del objeto de estudio, la articulación del capitalismo como totalidad (primera determinación general) y, a partir de ello, configurar la validez de su teoría y hacer de la mercancía el punto de partida de su estrategia de exposición, hasta acercarse a las determinaciones específicas y complejas del capitalismo, o a lo que es lo mismo, a la totalidad concreta (síntesis de múltiples determinaciones) contenida en un todo articulado y orgánico (sobre este último argumento véase Kosik, 1963). En sí, Marx identifica la estructura de la realidad, pero la asume como un proceso histórico concatenado en movimiento y transformación constante, y no como una entidad inmutable y ahistórica (para un análisis más amplio sobre el método de Marx consúltese Acevedo López, 1983).

Contribuciones de la teoría social crítica marxista al análisis económico

En lo que respecta a la teoría económica de Marx, ésta parte del análisis de la sociedad capitalista de su época con el fin de desentrañar su naturaleza y evolución, así como de la crítica que esboza a la economía política clásica y a su objetivo de justificar dicha sociedad mediante el supuesto de la armonía universal proveniente de la física newtoniana. De ahí que la tradición marxista, más que procurar el eficiente funcionamiento del capitalismo -tal como lo pretende la economía convencional- se interesa por desentrañar sus posibilidades de transformación.

Más allá de la economía política clásica y de la llamada economía vulgar, la teoría económica marxista deja de lado la apariencia de los fenómenos y argumenta que la ciencia económica se orienta al estudio de las relaciones sociales de producción y del modo de producción específico que prevalece en una sociedad en determinado periodo histórico, no sin dejar de lado sus posibilidades de transformación; de ahí que para Marx la economía sea la ciencia de la producción, y que la conciba como un acto histórico y económico. En sintonía con esta noción, Friedrich Engels (1820-1895) concibió a la economía como la ciencia que estudia las leyes sociales que rigen la producción, la distribución, la circulación y el consumo de los medios materiales de vida que satisfacen necesidades humanas (Engels, 1859, 1878). De ahí que ambos pensadores reconozcan que el motor de la historia consiste en la forma específica en que los individuos y las sociedades satisfacen sus necesidades materiales o producen los medios de subsistencia (Marx y Engels, 1846); además, argumentan que los individuos se hacen y rehacen históricamente en consonancia con las condiciones materiales de producción y a partir de la manera en que se organizan para allegarse esos medios materiales de vida. Esta modalidad de análisis económico hace de la producción el objeto de estudio central bajo el supuesto de que en esta fase medular del proceso económico se gesta el valor y a ella subyacen los fenómenos de explotación de la fuerza de trabajo y la expoliación de la plusvalía en tanto contradicciones fundamentales del capitalismo.

Esto es, el método de Marx, que aprehende la realidad como un todo, comienza por reconocer como objeto de estudio a la producción y por interpretarla como social e históricamente determinada en tanto los individuos producen en sociedad y no de manera aislada ni como entes ahistóricos al estilo del célebre Robinson Crusoe. A la par de identificar las determinaciones generales de la producción, el alemán se propuso como objetivo desentrañar las determinaciones específicas del capitalismo y de los distintos modos de producción con la finalidad de conocer sus leyes tendenciales particulares, de asumir la existencia de relaciones históricas específicas y de identificar la forma social determinada o específica expresada por un fenómeno en una cierta época y en el marco general de la evolución histórica (consúltese Gill, 1996:78-80).

Así, la transformación que significó el estudio del proceso económico como parte de una totalidad y, por tanto, el dar cuenta de las articulaciones que es posible establecer con los aspectos no económicos de la vida social, representa uno de los principales aportes del pensador nacido en Treveris. Se trata, según él, de investigar el modo de producción capitalista y las relaciones de producción y circulación que le corresponden; para ello, pretende identificar las leyes de tipo tendencial que regulan este proceso y que explican sus rasgos esenciales. La finalidad última de su teoría es descubrir la ley económica que preside la dinámica de la sociedad moderna gestada en Europa.

En este sentido, la teoría del valor propuesta por Marx representa un esfuerzo importante por esbozar su método de manera plena. Esto es, el pensador alemán comienza por la mercancía simple para, posteriormente, estudiar su forma lógica e histórica, o lo que es lo mismo, la mercancía dentro del modo de producción capitalista; de ahí que la manifestación del pensamiento abstracto que se dirige de lo simple a lo complejo corresponda con el proceso histórico concreto.

Esta teoría del valor inicia con el argumento de que el trabajo humano - en tanto forma social determinada- como sustancia del valor es la fuente de la riqueza en la sociedad capitalista, es la fuente de la acumulación de capital. Este trabajo, fuerza de trabajo viva que crea nuevo valor, se valida socialmente en la medida en que las mercancías se intercambian por otras con valor equivalente, lo cual se materializa en la moneda o el dinero en tanto valor o relación social específica que socializa los trabajos privados. De allí que lo específico del modo de producción capitalista sea la producción de valor en los planos de la economía nacional y de la economía mundial.

Bajo estas premisas, el aporte más destacado de la teoría económica propuesta por Marx es la innovación teórica que supuso el concepto de plusvalía, en tanto trabajo no pagado (plustrabajo) al trabajador y fuente de la ganancia del capitalista que se gesta en la producción y se valida en la fase de intercambio; ello en el contexto de la necesidad de incrementar ininterrumpidamente el valor y el dinero adelantado y explicada a través de la formulación D-M-D’ o D-M… P… M’-D’. Así, el capital implica un proceso de valorización ininterrumpida orientada al incremento de la riqueza. La plusvalía, en tanto producto específico del capitalismo, es el hecho particular en que se produce el excedente apropiado por el capitalista y que no es consumido por el trabajador que crea un valor mayor al de sí mismo (al de su fuerza de trabajo). La plusvalía es algo que no es retribuido por el salario en tanto precio de la fuerza de trabajo que se determina a partir del tiempo de trabajo socialmente necesario para su reproducción. Ello aunado a la explicación de la acumulación del capital, en tanto proceso de capitalización de la plusvalía (transformación de la plusvalía en capital), remiten a gran parte de la naturaleza del modo de producción capitalista (véase Marx, 1867: capítulo V). En este concepto de plusvalía se encuentra el origen de las ciencias de la explotación, así como la noción de que el capital no es conceptualizado como un factor de la producción, sino como el elemento con el cual se adquieren medios de producción y fuerza de trabajo, los cuales se combinan en el proceso productivo para revalorizar e incrementar el capital que tiene como condición al trabajo asalariado.

El modelo económico esbozado por Marx señala a la producción como el eje central y el punto de arranque del proceso económico, al tiempo que desencadena una interdependencia recíproca o un condicionamiento mutuo con el resto de fases como el intercambio (circulación), la distribución y el consumo. En esta teoría económica, la mercancía es el concepto analítico que condensa las prácticas y las relaciones sociales propias del modo de producción capitalista, y al mismo trabajo humano -asumido como una relación social de producción en un estadio histórico específico como el capitalismo- en tanto sustancia del valor; de ahí que, en esencia, la obra de Marx sea una crítica de la economía política que partió de un debate creativo con pensadores liberales como Adam Smith y David Ricardo, de quienes reivindicó e incorporó sus principales aportaciones teóricas e, incluso, fue más allá de ellas al introducir los conceptos de plusvalía y explotación, en tanto fundamentos del capital y la ganancia; el estudio de las clases sociales y el antagonismo y la desigualdad entre ellas; el carácter histórico del capitalismo y las leyes tendenciales de su evolución y transformación históricas; y supeditar la circulación y las relaciones de intercambio respecto de las relaciones de producción que representan la arena del antagonismo y de las asimétricas relaciones de explotación entre el capital y la fuerza de trabajo, y que alejan a los individuos de los preceptos de autonomía, libertad e igualdad pregonados por los teóricos liberales para posicionarse en el concierto de relaciones sociales profundamente desiguales como parte de la apropiación ejercida por el capitalista sobre el excedente producido por el trabajador.

Por si fuera poco, el planteamiento de una teoría del valor que pretende explicar las diferencias entre los salarios en el conjunto de un sistema económico es otra de las contribuciones relevantes del pensamiento y la obra de Marx. Además de postular una teoría de los salarios en la cual desempeña un papel destacado el llamado “ejercito industrial de reserva” en tanto mecanismo que regula los salarios, incide en la precarización de las condiciones de trabajo y en el control político de los asalariados contratados.

Al privilegiar el estudio de las contradicciones y asimetrías propias del capitalismo, la teoría económica marxista colocó el acento en la propensión de este modo de producción al desequilibrio y al constante desajuste entre la producción (oferta) y el consumo (demanda) de mercancías, situación que deriva en una “crisis de sobreproducción” tras gestarse una abundancia de mercancías que inhibe la realización de su valor y estimula la caída de los precios de mercado y de la tasa de ganancia, contrayéndose con ello la inversión y la misma demanda agregada. Sin embargo, desde la perspectiva de Marx la persistencia y generalización de la crisis incentiva las innovaciones tecnológicas y tiende a incrementar la productividad del factor trabajo, reanimando con ello la tendencia ascendente del ciclo económico capaz de propiciar el aumento de la tasa media de ganancia y de incentivar el crecimiento económico, la generación de empleo y el incremento de los salarios. De este modo, las crisis se suscitan de manera recurrente y pronunciada, derivando en no pocas ocasiones en fenómenos de concentración y centralización del capital; sin embargo, el alemán no asume que el ciclo económico, sobre todo en el largo plazo, devenga en un ajuste mecánico o automático (importantes contribuciones desde la teoría económica marxista al estudio de las crisis son las esbozadas por Sweezy, 1942; Mandel, 1980a y 1980b). Desechar el postulado marxista de las crisis como fenómenos que son parte de la naturaleza intrínseca del capitalismo significaría obviar lo acontecido a escala mundial en los años 1873, 1929, 1971/1973 y 2008/2009 y omitir las causas últimas que provocaron estas perturbaciones y fluctuaciones estructurales.

En suma, además de desentrañar el carácter histórico del proceso económico, descubrir a la plusvalía como el rasgo peculiar de la sociedad de clases en el capitalismo y de comprender la caída progresiva de la tasa de ganancia, Karl Marx descubre y explica fenómenos históricos como la subordinación del factor trabajo al tipo organizativo que implanta el capital, con la consustancial degradación de las condiciones de vida de los trabajadores; la tendencia constante a la inestabilidad del capitalismo; la intensificación de la mecanización en la fase de producción; la masificación del desempleo y la gestación y expansión de los monopolios.

A grandes rasgos, para Marx, el análisis económico y de la sociedad en su conjunto comienza con el descubrimiento de las relaciones históricas a partir de la observación de los hechos y la validación de las teorías a través de la contrastación empírica, dejando de lado con ello los argumentos de corte metafísico e idealista. De tal manera que, dentro de los supuestos epistemológicos de la teoría social crítica, sobresale la idea de que el proceso económico es una premisa en la representación conceptual de la realidad; de ahí que entre el análisis económico y el mismo proceso económico se presente una intensa relación, sin que ello suponga, necesariamente, la plena correspondencia entre el pensamiento abstracto y el proceso histórico.

A lo largo de los últimos setenta años, desde el análisis económico, son significativos y se erigen como referentes teóricos de orientación marxista las ideas y las obras de autores como Oskar R. Lange (1904-1965), Maurice H. Dobb (1900- 1976), Ernest E. Mandel (1923-1995), Paul A. Baran (1910-1964), Paul M. Sweezy (1910-2004), Arghiri Emmanuel (1911-2001), Harry S. Magdoff (1913-2006), Michio Morishima (1923-2004), Andre Gunder Frank (1929-2005), Ruy Mauro Marini (1932-1997), Immanuel Wallerstein (n. 1930), Samir Amin (n. 1931), Louis Gill (n. 1940), Anwar Shaikh (n. 1945); Rolando Astarita (n. 1951), y Xabier Arrizabalo Montoro (2014). Aunque sobresalen también los aportes clásicos de pensadores como Rosa Luxemburgo (1871-1919) y sus contribuciones en torno al estudio de la acumulación de capital; Vladimir Illich Lenin (1870-1924) y sus estudios sobre el desarrollo del capitalismo en Rusia y sobre el imperialismo como fase monopolista que condiciona a los países atrasados; Rudolf Hilferding (1877-1941) y sus reflexiones en torno al capital financiero y la crisis; Nicolái Ivánovich Bujarin (1888-1938) y sus reflexiones en torno a la economía mundial; sin dejar de lado las contribuciones metodológicas a esta corriente de pensamiento -incuso desde otros campos del conocimiento sobre lo social humano- de autores como Antonio Gramsci (1891-1937), György Lukács (1885-1971), Sergio Bagú (1911-2002), Adolfo Sánchez Vázquez (1915-2011), Enrique Dussel (n. 1934), Atilio A. Borón (n. 1943) y algunos de los miembros de la primera generación de la Escuela de Fráncfort como Theodor Adorno (1903-1969) y Max Horkheimer (1895-1973). Es de notar que a lo largo de la construcción de la tradición marxista, varios pensadores desvirtuaron los fundamentos de la teoría del valor/trabajo propuesta por Marx.

La relevancia del análisis marxista para el estudio de la estructura económica mundial

En la obra de Marx subyace un posicionamiento teórico -aunque principalmente metodológico- respecto de la economía mundial y la necesidad de comprender la producción como un proceso eminentemente mundial, integrado y plenamente relacionado con la división internacional del trabajo. Para el filósofo alemán, en esencia, tanto la producción de mercancías, el valor -que también se gesta en las escalas nacionales-, el capital, el comercio, el dinero -en tanto equivalente general de valor-, los ciclos económicos y las crisis asumen una lógica mundial y en ella se reproducen con todo y sus contradicciones.

Particularmente, cabe hacer notar que la teoría económica neoclásica -y, en buena medida, varios de los enfoques teóricos de las ciencias económicas, incluidas ciertas posturas marxistas- en tanto paradigma hegemónico de la economía, adolece de importantes limitaciones para comprender el sentido, el comportamiento y la articulación de la economía mundial, así como la gravitación de esta en las economías nacionales, pues, a lo sumo, orienta sus esfuerzos al análisis de las relaciones entre países y pierde de vista la totalidad y el carácter sistémico de la estructura económica mundial. La teoría macroeconómica comienza el estudio de las economías nacionales y su modelización como si estas se encontraran cerradas y fueran semejantes en sus condiciones, y -tras incorporar en su análisis las relaciones entre los diferentes supuestos, conceptos, categorías e indicadores de su disciplina- transitan al estudio de las relaciones económicas internacionales de un país con respecto a otro, ahora como una economía abierta que participa, también en similares condiciones, en los movimientos de capital y que comercia insumos, bienes y servicios con el exterior. Este acercamiento a las relaciones económicas internacionales es, en esencia, desde el ámbito representado por el territorio y la economía nacionales y las interacciones que estos sostienen con otras entidades también nacionales; y ello se estudia a partir de una extrapolación de los métodos de las ciencias económicas al análisis de las relaciones comerciales entre países, en el entendido de que las motivaciones, la conducta y el comportamiento de los agentes económicos -individuos, familias y empresas- que participan en el comercio internacional son los mismos que los mostrados en las transacciones económicas nacionales (esta noción y ejercicio puede observarse en economistas neoclásicos como Krugman y Obstfeld, 2006: 3). De ahí que maticemos lo siguiente: la economía mundial es más que la suma agregada de una economía nacional abierta en interacción e intercambio con otra(s); se trata más bien de una estructura dinámica en permanente expansión -como parte de la irradiación planetaria del capitalismo- y dotada de una lógica propia que no se explica por la simple sumatoria de sus partes, y que adquiere, en su estructura y comportamiento, la forma de una red de redes en la cual intervienen, en la actualidad, los sistemas internacionales de producción integrada con la consustancial segmentación y dispersión territorial de la cadena de valor, así como los encadenamientos mercantiles mundiales que dinamizan la circulación de capitales y mercancías, y las redes financieras globales que funcionan las 24 horas del día, en tiempo real y a escala planetaria. Por si fuera poco, la economía mundial se caracteriza por tendencias cíclicas y fluctuantes, recurrentes crisis, desarrollo desigual y por una estructura polarizada y jerarquizada en la cual coexisten -de manera articulada y asimétrica- hegemonías y centros dominantes con periferias y territorialidades subdesarrolladas (este último concepto se explica en Enríquez Pérez, 2016a). Además, la economía mundial muestra una dinámica y un comportamiento diferentes a los propios de las economías nacionales y no es viable considerarla como manifestación o extensión de la manera en que en estas se despliega el capitalismo; más bien, su carácter y naturaleza condiciona a las estructuras económicas nacionales pero, en última instancia, estas se desenvuelven de manera diferenciada como parte del engranaje que compone la economía mundial.

Es de destacar que si asumimos a la economía mundial como una totalidad orgánica dotada de relaciones sistémicas, las economías nacionales se despliegan en los contornos de aquella a partir del grado y modalidad -ventajosa o desventajosa- de inserción que tengan o del nivel de marginación y exclusión relativas de amplios territorios al ser considerados prescindibles en los procesos de acumulación de capital. Más aún, el patrón de acumulación desplegado en una economía nacional estará en función, entre otros factores, del grado de inserción que se ejerza respecto de la economía mundial y del grado de integración que caracterice a esta en determinado periodo histórico.

Aunque Marx justamente habló -especialmente en El Manifiesto del Partido Comunista (Marx y Engels, 1848) - de la vocación expansiva del capitalismo, e incluso en la Introducción general a la crítica de la economía política/1857 (Marx, 1859:50-59) argumenta que el método científico correcto -aquel que concibe lo concreto como la síntesis de múltiples determinaciones y relaciones; como la unidad de lo diverso- es aquel que se eleva desde categorías simples o abstractas (valor, trabajo, división del trabajo, mercancía, valor de cambio, dinero, precio, plusvalía, ganancia) hasta lo complejo o concreto que es observado y representado a nivel de la articulación interna de la producción y de la sociedad burguesa y que brinda soporte a las clase sociales y a sus relaciones recíprocas; del Estado-nación (en tanto síntesis de la sociedad burguesa y que considera tópicos como el papel de las clases improductivas, los impuestos, la deuda pública, el crédito público, la regulación de la población y de los fenómenos migratorios, entre otros); el intercambio entre las naciones (que remite a las relaciones internacionales de la producción, la división internacional del trabajo, el comercio internacional, las exportaciones y las importaciones, y al comportamiento o curso del intercambio); y del mercado mundial -en tanto supuesto y suporte del conjunto del proceso económico- dotado de sus consustanciales crisis y donde la producción y sus momentos se asumen como totalidad (esta reflexión sobre el mercado mundial es expuesta en Marx, 1857/1858:163); en sí fueron otros teóricos marxistas los que se orientaron plenamente a definirla y caracterizarla de manera más acabada. Por ejemplo, Nicolái Bujarin (1888-1938), construye una noción de la economía mundial que enfatiza en su carácter anárquico y que la sitúa como una expresión de las relaciones sociales propias del proceso de producción; de ahí que, argumenta el pensador ruso, se crea plusvalía y esta se distribuye mundialmente entre la clase burguesa y sobre la base de las relaciones contradictorias entre el capital y la fuerza de trabajo (Bujarin, 1916).

La teoría crítica marxista es una fecunda perspectiva teórica para analizar el carácter y la naturaleza contradictoria y asimétrica de la economía mundial en la medida que logra vincular la noción de desarrollo desigual a las posiciones diferenciadas que asumen los individuos y los países en el proceso económico. Esto es, cuando Karl Marx habla del proceso económico como totalidad orgánica en la Introducción general a la crítica de la economía política/1857 (Marx, 1859), reconoce también que los individuos no participan en la producción de manera homogénea, ni tampoco en la distribución de la riqueza puesto que son ciertas leyes sociales -en esencia marcadas por la desigualdad de poder y riqueza entre los actores y agentes económicos- las que condicionan el conjunto de ese proceso. Mientras que el capital sale incrementado del conjunto del proceso económico, el trabajador solo tiende a reproducir su fuerza físico/biológica; por tanto, es una relación desigual. En estas nociones se encuentran elementos importantes para analizar los procesos de transferencia de valor, plusvalor o excedentes que se suscitan de la periferia al centro de la economía mundial ( Paul A. Baran [1957], por ejemplo, habla de la apropiación del excedente económico -vía la repatriación de ganancias derivadas de las inversiones en el exterior y del comercio internacional-; el cual es desigual entre las diferentes regiones del mundo y los países lo utilizan de manera diferenciada), así como el deterioro de los términos de intercambio (intercambio desigual) y las relaciones de dependencia que condicionan la estructura y dinámica de las economías subdesarrolladas.

Además, el análisis económico de orientación marxista brinda elementos conceptuales para comprender e interpretar el proceso de valorización del capital a escala mundial, incluso en el actual contexto histórico caracterizado por el despliegue de los sistemas internacionales de producción integrada y de los circuitos mercantiles mundiales, en los cuales destaca el papel del trabajo productivo en la creación de valor y de las distintas modalidades de trabajo improductivo (capital comercial desplegado en la fase de circulación y capital financiero fundamentalmente especulativo) que no crean valor pero que se disputan -en relaciones de divergencia, competencia o de unión- la distribución, redistribución y apropiación de la plusvalía global en la forma de ganancia, interés y renta de la tierra.

Por si fuera poco, a través de este enfoque teórico resulta posible comprender -en el contexto de los esfuerzos por crear y apuntalar una institucionalidad global- los contemporáneos procesos de ajuste y cambio estructural de las economías nacionales como mecanismos para la creación de nuevos espacios orientados a la acumulación y revalorización del capital a escala mundial, así como para la remoción de las cargas tributarias que suponen, para el empresariado privado y sus ganancias, la financiación de los gastos improductivos del Estado. Ello remite a la concepción del Estado como un agente capaz de estimular y reactivar los procesos de acumulación del capital, fenómeno que se observó en el amplio periodo de existencia de la empresa pública o paraestatal. La misma transición del capitalismo de Estado, prevaleciente entre la década de los treinta y la de los ochenta del siglo xx, hacia un modo de producción piloteado plenamente por el empresariado privado, refuerza el proceso de formación y expansión de monopolios en el capitalismo; ello, por supuesto, resulta factible estudiarlo desde las categorías de concentración y centralización del capital. Respecto de la temática de los monopolios destaca la importante contribución de Paul A.Baran y Paul M. Sweezy (1966) a través del concepto de capital monopolista para remitir a la regulación de la producción y los precios desde y por parte de las grandes corporaciones en aras de controlar los mercados e inhibiendo con ello la libre competencia; aunque es de destacar que estos autores no parten de la mercancía y de la producción como lo hizo Marx, sino de la organización empresarial y de la fase de circulación, obviando el proceso de valorización y la formación de la ganancia, y encubriendo con ello el concepto de plusvalía a través del concepto de excedente. Sin embargo, Baran y Sweezy pretenden demostrar la nueva especificidad del capitalismo a partir de las organizaciones monopólicas (que ejercen una doble lógica de sobreacumulación y subconsumo orientando el excedente al despilfarro, al exceso de capacidad y al consumo improductivo a través de rubros como la publicidad, ciertos gastos del gobierno que inhiben un auténtico Estado de bienestar, el militarismo, etc.), el cual, en su forma de capital monopolista, es capaz de penetrar en las economías nacionales y generar subdesarrollo como resultado de la propia naturaleza intrínseca del capitalismo (una creativa revisión del pensamiento neomarxista en economía puede consultarse en Guerrero Jiménez, 2012).

De manera paralela a lo anterior, cabe destacar que el análisis de la baja tendencial de la tasa de ganancia se explica, en parte, por la disminución del trabajo vivo -en tanto origen de la plusvalía- en el proceso de producción y por el incremento de la productividad social, así como por la presencia de una sobreproducción de mercancías que no es posible vender. Entre las formas para revertir esta tendencia destacan las prácticas expansivas del comercio exterior y la mayor presencia del capital financiero, lo cual puede brindar luz en la explicación de la lógica actual del comercio internacional y de la intensificación del proceso de financierización, en tanto respuestas de la clase capitalista para hacer frente a la caída de la rentabilidad propiciada por la crisis estructural y organizacional del capitalismo hacia inicios de la década de 1970.

Cabe puntualizar también que la consideración de las crisis económicas como inevitables y necesarias para el capitalismo al destruir valor y, con ello, reanudar y sanear el proceso de valorización y acumulación del capital no son fenómenos coyunturales, sino estructurales o consustanciales a su naturaleza contradictoria e interna. En el análisis marxista, las crisis económicas son relacionadas con las crecientes dificultades que enfrenta el proceso de valorización del capital y con la periódica caída tendencial de la tasa de ganancia, fenómenos que implican la generalizada interrupción del proceso de acumulación (un ejercicio respecto del análisis marxista de la crisis económico/financiera contemporánea puede consultarse en Altvater, 2010; Tarassiouk, 2010; Cámara Izquierdo y Mariña Florez, 2010; Caputo Leiva, 2010, 2012, 2014, 2016). Es un contexto económico mundial signado por las recurrentes crisis monetario/financieras y de la larga crisis estructural que se extiende -con sus distintas manifestaciones y discontinuidades- desde la década de los setenta del siglo xx y que, en lo fundamental, se remonta a la transición organizacional experimentada por la empresa capitalista ante la introducción del sistema de manufactura flexible que se impuso al patrón de acumulación taylorista/ fordista/keynesiano caracterizado por la rigidez y la organización piramidal de la gestión y la producción. A grandes rasgos, las crisis económicas en el marco del comportamiento cíclico del capitalismo son, para Marx, crisis del mercado mundial, pues es en ellas donde se presentan los rasgos más acabados de las contradicciones (Marx, 1862).

Particularmente, los conceptos y categorías marxistas pueden ayudar a comprender el carácter que adquieren las empresas trasnacionales en el concierto de la economía mundial, sus inversiones productivas y los mecanismos que emplean para incrementar su dominación en la economía mundial (una exposición al respecto puede observarse en Caputo Leyva, 2014); en suma, aportan fundamentos para entender el creciente y contradictorio proceso de internacionalización del capital, sea productivo o financiero, y el consecuente predominio de este último sobre el primero.

Aproximación a los fundamentos marxistas para el estudio de la dialéctica desarrollo/subdesarrollo

A través del análisis económico marxista es posible desentrañar la naturaleza contradictoria, asimétrica, polarizada, estratificada y desigual de la economía mundial y, a partir de ello, comprender la lógica que adquiere la dialéctica desarrollo/subdesarrollo en tanto procesos complementarios, disruptivos, conflictivos, excluyentes, cíclicos, plenamente sujetos a la lógica estructural del capitalismo y regidos por una irradiación irregular en el territorio y entre las sociedades.

De esta manera, si se parte de una noción de la dialéctica desarrollo/subdesarrollo que reconoce que ni los individuos ni las sociedades o las naciones ingresan o participan como iguales en el proceso económico, y que tampoco se les retribuye en igualdad de condiciones, tenemos entonces que el énfasis de dicha dialéctica se coloca en la distribución; en tanto que la producción, y las relaciones sociales que le son consustanciales, es el punto de partida -mas no el determinante absoluto o exclusivo- del proceso económico. Esto significa que algunos individuos y sociedades ingresan en dicho proceso como propietarios de los medios de producción y como poseedores de aquellos factores de la producción esenciales como los recursos naturales, el conocimiento y la tecnología, y/o la organización empresarial; en tanto que otros individuos y sociedades ingresan como productores directos y propietarios únicamente de su fuerza de trabajo física o intelectual. De ahí que se les remunere de manera diferenciada o desigual, mientras que la subjetivación, apropiación y disfrute de los insumos, bienes y servicios producidos por la clase trabajadora no son expeditos ni inmediatos, sino que se sujetan a la correlación de fuerzas que impera en la sociedad en cuestión, así como a las relaciones de poder que subyacen en los arreglos institucionales o leyes sociales que definen la distribución de la riqueza (sobre la mediación de la distribución entre las fases de producción y consumo véase Marx, 1859). Matizando lo anterior, cabe apuntar que aquellos individuos que incursionan y participan en la fase de producción como fuerza de trabajo asalariada son retribuidos o remunerados mediante el salario, mientras que aquellos que se posicionan como propietarios de la tierra y del capital son retribuidos, respectivamente, a través de la renta y el interés o la ganancia. Partiendo de estos supuestos elementales en torno al capitalismo y las relaciones sociales que le son propias, resulta posible asimilar y analizar la división de la sociedad en clases sociales, la estratificación social que está en función de la abundancia y no del supuesto neoclásico de la escasez, y las asimetrías propias de las relaciones de poder y dominación; fenómenos estos que le dan sentido a la modalidad de distribución de la riqueza que impera en una colectividad humana. De ahí que la distribución -siguiendo a Marx (1859: 45) -, tanto en su forma como en su organización, está en función de la misma fase de producción -en tanto punto de partida del proceso económico- y de la manera en que esta se organiza y expresa las relaciones sociales. Sin embargo, es la distribución la fase del proceso económico que condiciona y configura la proporción de la producción que le corresponde a los individuos y a las naciones; y en una lógica circular, la distribución de la riqueza es resultado del tipo de trabajo que ejercen los individuos en su sociedad y que caracteriza a una nación en el escenario de la polarizada división internacional del trabajo, o bien, de la posición diferenciada o el ejercicio del control que guardan ambos -los individuos y las naciones- frente a la propiedad, el capital en sus distintas modalidades, los recursos naturales y las materias primas, el conocimiento y el progreso técnico, o los mecanismos de enajenación, subsunción y cooptación de la fuerza de trabajo. Como corolario de esto, tenemos que históricamente lo que subyace a esta lógica contradictoria del capitalismo teorizada por Marx es un desarrollo desigual a raíz del posicionamiento diferenciado, antagónico, conflictivo, asimétrico, jerárquico, estratificado, polarizado y polarizante de los individuos y de las naciones en el concierto del proceso económico. De ahí que desarrollo y subdesarrollo sean dos caras de la misma moneda y sean asumidos como contrapartes y complementos en estrecha simbiosis e interacción que conforma una totalidad orgánica sujeta a la estructura y dinámica de la sociedad capitalista (sobre esta noción de los conceptos de desarrollo y subdesarrollo véase Enríquez Pérez, 2010, 2015, 2016a y 2016b). De ahí la necesidad de concebir ambos procesos como una dialéctica inscrita en una totalidad orgánica que no responde a un continuum o a una línea recta evolutiva que deriva en el equilibrio, sino a un proceso distorsionado que experimenta progresiones y regresiones en el tiempo y en el espacio.

Específicamente, la obra de Marx y amplias vertientes de la tradición marxista reconocen el carácter asimétrico, jerarquizado y polarizado de la estructura económica mundial y abrevan del concepto de desarrollo desigual para explicar la posición diferenciada de las naciones y regiones internacionales en el escenario de la economía mundial a partir del grado de intensidad y productividad del factor trabajo que, al concentrarse en unos cuantos países, tiende a profundizar y perpetuar esa desigualdad internacional que reproduce las jerarquías, cambiando incluso las hegemonías que pretenden articular el sistema mundial. Más que las teorías de la dependencia de raigambre latinoamericana y africana o aquellas referidas al sistema mundial moderno, fue Paul A. Baran (1957) quien señaló, de manera contundente -aunque Sergio Bagú, desde la historiografía crítica latinoamericana, lo anticipó en su Economía de la sociedad colonial (Bagú, 1949) y en su Estructura social de la colonia (Bagú, 1951)-, que el atraso económico de las naciones del sur del mundo es explicado a partir de un proceso de subdesarrollo en el cual las naciones avanzadas bloquearon, subsumieron y distorsionaron las estructuras económicas de aquellas hasta inhibir u obstaculizar su crecimiento económico, al tiempo que implantaron un esquema desigual de reparto del excedente a escala mundial y crearon las condiciones de dependencia de unas naciones respecto de otras. Por su parte, Arghiri Emmanuel (1969) reintroduce la tesis del intercambio desigual para remitir a la transferencia de valor y plusvalor de la periferia al centro del sistema mundial con base en las diferencias salariales (salarios reales bajos en las naciones subdesarrolladas) y las distintas tasas de explotación entre unas naciones y otras, propiciándose una desigualdad en el valor de la fuerza de trabajo, un desanclaje entre el valor/trabajo y los precios de producción y de mercado, y haciendo del comercio internacional un mecanismo eficaz de acumulación al ser más amplia la tasa de plusvalía en los países atrasados y en condiciones donde se iguala la tasa de ganancia (precios de producción) y se mantiene dispar la composición del capital.

Varios de estos fenómenos y condiciones tienden a agravarse en el mundo contemporáneo con la adopción -desde la década de los ochenta del siglo xx- de estrategias de estabilización, privatización, redefinición de la regulación económica, y apertura de las economías nacionales, que al privilegiar su armonización, estandarización, homogeneización y coordinación a escala planetaria apuntalan la necesaria institucionalidad global que acompaña a los renovados procesos de acumulación de capital y, en sí mismas, esas estrategias abren vetas para conformar nuevos procesos de valorización del capital y de reversión del descenso tendencial de la tasa de ganancia sobre la base del fortalecimiento del empresariado privado en detrimento del poder económico del sector público y la retracción de sus funciones esenciales en materia de distribución de la riqueza, la regulación de los salarios, la generación de empleos y en los diques contenedores del maremágnum tecnológico que acrecienta la exclusión social de la fuerza de trabajo; al extremo de constituirse en un Estado fuerte con funciones focalizadas, subsidiarias y compensadoras orientadas a la (re)inserción de fragmentos territoriales de las naciones en el concierto de la economía global. En el fondo de estas estrategias de ajuste y cambio estructural se encuentra la transferencia y apropiación de excedentes mediante la crisis de la deuda y el pago de su servicio por parte de las clases trabajadoras de las naciones subdesarrolladas; esto es, la adopción de las políticas de choque y estabilización redundaron en la reducción del consumo popular y los subsidios otorgados a éste por el Estado, así como en la generalización de la recesión que facilitó el pago de los créditos internacionales y la transferencia de plusvalía de la clase trabajadora de las economías subdesarrolladas a las redes financieras trasnacionales dedicadas a la especulación, en detrimento de la inversión productiva y del gasto social compensador de la distribución inequitativa de la riqueza y el ingreso. Aunado a ello, estas estrategias derivaron también en la destrucción de fuerzas productivas a través de la privatización de empresas públicas que dio paso a procesos de fusiones y adquisiciones que fortalecieron a las redes empresariales globales y que debilitaron y extinguieron, en no pocos casos, al empresariado nacional que retrajo su participación en la apropiación de la plusvalía gestada en sus economías nacionales; la supresión de puestos de trabajo y el desempleo masivo; la desindustrialización y la erosión de las cadenas productivas, en tanto que las políticas económicas aperturistas gestaron una trasnacionalización de la toma de decisiones económicas y una desnacionalización integral (concepto este introducido por Saxe-Fernández, 1988) que estimuló el avance de esas redes empresariales globales sobre la base de la apertura irrestricta de las economías nacionales a los flujos de inversiones y capitales extranjeros.

Particularmente, cuando hablamos del fenómeno multidimensional del subdesarrollo, resulta preciso partir de un argumento que subyace en la obra de Marx referente a que el capitalismo se concreta en formaciones sociales específicas y adquiere en estas realidades grados de concreción, contradicción y/o distorsión que son diferentes de una sociedad a otra, de un territorio a otro. En este nivel o grado desigual de concreción del capitalismo en los territorios se encuentra la especificidad que adquiere en cada sociedad la relación capital/trabajo y la estratificación que es parte de las relaciones sociales de producción como dimensiones últimas explicativas de la condición de subdesarrollo y de los indicadores cuantitativos que lo describen y en los cuales se manifiesta como parte de un engranaje que conforma y estratifica la estructura económica mundial, y que evidencia una inserción desventajosa y subordinada de los territorios y naciones en el proceso económico en general y en la división internacional del trabajo a partir de factores endógenos y exógenos que se amalgaman para perfilar dicha inserción y polarización. Las diferencias cuantitativas derivadas de esas contradicciones y asimetrías se trasmutan históricamente en diferencias cualitativas y -dialécticamente-, detrás de las diferencias cuantitativas, en tópicos como el crecimiento económico, el pib per cápita, la provisión o no de servicios básicos, la esperanza de vida, la escolaridad, el ahorro, la inversión, las innovaciones tecnológicas, entre otras, se encuentran otros rasgos cualitativos (la desigualdad social e internacional, las relaciones de poder propias de una sociedad, la estratificación social, la exclusión social, la crónica concentración de la riqueza, la debilidad o fragilidad institucional, la limitada acumulación de capital tras privilegiarse el uso del producto para el consumo y no para la producción, el crecimiento económico desequilibrado e inestable, la desarticulación, fragilidad y estrechez del mercado interno, etc.) que las potencian y pueden perpetuarlas (desde una orientación marxista que pretende explicar la naturaleza del subdesarrollo, véase Arrizabalo Montoro, 1995a, 1995b y 1996). De ahí que desde el análisis marxista sea posible llegar -con base en la contrastación empírica- a una comprensión de la totalidad, de las interrelaciones sistémicas y estructurales que se presentan en ella -tanto en sus factores internos como en su relación con las dimensiones exógenas- y de su carácter histórico, contradictorio y dialéctico, y así resistir la tentación de los estudios parciales, fragmentados, descriptivos, mecanicistas/causalistas, etapistas o secuencialistas, ideológico/dogmáticos (predominio de un deber ser que se impone al análisis de la realidad y que se estandariza en recetas a seguir para reproducir cierto ideal de sociedad que no está en los confines de aquellas donde se pretende intervenir), ahistóricos y descontextualizados del subdesarrollo, no pocas veces concebido en un continuum o en una linealidad histórica y como una condición previa, atrasada o primigenia que es necesario e inevitable transitar para lograr el desarrollo; omitiendo con ello la relevancia del carácter específico (en lo estructural, político, económico y/o simbólico/cultural) de las formaciones sociales y de aquellos rasgos comunes que comparten.

Si bien el interés teórico de Marx no fue el estudio del subdesarrollo ni de los rasgos particulares del capitalismo en el sur del mundo, su obra y su extensión al conjunto de la tradición marxista que estudia el tema brinda fundamentos teórico/ metodológicos sustanciales para comprender la naturaleza y el sentido del proceso de desarrollo. Además del abundante sistema de conceptos y categorías que contribuyen a comprender el comportamiento del capitalismo y de sus principales contradicciones, el marxismo es ante todo un método -un telón de fondo epistemológico- desde donde el sujeto investigador se posiciona de cara a la realidad y su objeto de estudio; en este caso, un método para comprender -como referente teórico/epistemológico último ajeno al determinismo- el sentido de la desigualdad social e internacional y su reproducción en el tiempo y en el espacio.

Es precisamente el capitalismo un modo de producción que se arraiga de manera diferenciada y específica en los territorios y entre las sociedades; de ahí que la dialéctica desarrollo/subdesarrollo sea comprendida a partir de estas especificidades que adquiere el capitalismo en ciertas situaciones históricas concretas y en el contexto más amplio relacionado con su vocación expansiva en la economía mundial y con el carácter asimétrico y subordinante de la división internacional del trabajo en tanto dos fundamentos -al menos exógenos- de la génesis y conformación del mismo subdesarrollo de las naciones, que tendió a reproducirse históricamente a través de fenómenos como la conquista, la colonización, el ejercicio de la violencia militar, simbólica y epistémica, la dependencia comercial, financiera, tecnológica y cultural (dada por la imitación de los estilos de vida y consumo ajenos), la sobreexplotación (concepto este introducido por Marini, 1973), y la transferencia de plusvalía, los distintos niveles de productividad, la concentración y centralización del capital y el carácter monopólico y oligopólico del mercado, entre otros; que fueron asimilados de manera diferenciada por una estructura interna subordinada que tiene sus propias contradicciones, antagonismos, desigualdades, deformaciones y distorsiones que reproducen la condición asimétrica de la nación en el concierto de las relaciones económicas internacionales; y que -en última instancia- inhiben o condicionan el ejerció de la distribución de la riqueza (por lo regular regresiva, excluyente y concentrada en pocas manos) a su interior, al tiempo que profundizan la marginación, la pobreza y la exclusión social. Esto es, la incidencia de la asimétrica vocación expansiva del capitalismo representa la condición última (el telón de fondo) del subdesarrollo (asumido como una formación social específica del capitalismo que adopta diferentes tonos según la fase del proceso económico de que se trate) en la medida en que se encuentra plenamente concatenada con los rasgos de la estructura interna que reproducen e interiorizan históricamente las contradicciones de la economía mundial, el tipo de inserción en la división internacional del trabajo, y la transferencia de plusvalía y excedentes de las periferias a los centros del sistema mundial que, a su vez, repercute en las fases de producción y circulación del proceso económico desplegado en las sociedades.

En síntesis, el análisis económico marxista aporta elementos sustanciales para acercarse y comprender la génesis, la estructura, el comportamiento, la irradiación irregular en el espacio y la perpetuación en el tiempo de la dialéctica desarrollo/ subdesarrollo.

Notas para desentrañar los principales alcances y limitaciones del análisis económico de orientación marxista

Paralelamente a los esfuerzos por desentrañar las contribuciones teórico/metodológicas de la tradición marxista para el análisis económico en general y, particularmente, para el estudio de la estructura económica mundial, cabe puntualizar en la necesidad de complementar ese ejercicio con la identificación y revisión de las principales limitaciones que subyacen en su sistema epistemológico y conceptual. En esa lógica, si bien el marxismo es una teoría holística que aporta múltiples elementos teóricos y metodológicos para el estudio de la sociedad moderna europea y de la génesis y expansión mundial del capitalismo y sus consustanciales procesos de modernización en otras latitudes, también -como es natural en cualquier teoría- muestra ciertas insuficiencias y cegueras teóricas; entre ellas destacamos algunas que esbozamos a continuación.

Un primer elemento a cuestionar es el predomino, en varias expresiones y versiones de la tradición marxista distanciadas del materialismo histórico de Marx y Engels, de una concepción lineal, secuencialista y esquemática de la historia, por supuesto -como no podía ser de otra forma-, dotada de una visión eurocéntrica del mundo. Especialmente cuando se habla de la sucesión lineal de modos de producción a lo largo de la historia de la humanidad hasta llegar al socialismo, lo que subyace es el arraigo profundo que tuvo la historiografía soviética de corte stalinista no solo entre los movimientos sociales antisistémicos, sino también entre los intelectuales autodenominados progresistas; más aún, está implícita la tergiversación del argumento que Marx introdujo de manera imprecisa y que remitió a la idea de que la nación industrialmente más desarrollada muestra al país atrasado la imagen de su propio futuro (Marx, 1867:7). Aunque Marx se inspiró en los fecundos ejemplos empíricos aportados por Inglaterra como cuna del capitalismo y a partir de ellos configuró su teoría -de ahí que Marx no estudiase empíricamente el mundo subdesarrollado-, no faltaron seguidores suyos que pretendieron hacer de ella un sistema conceptual universal a adoptar de manera irrestricta en cualquier tiempo y lugar; ello pese a que el alemán aclaró en algunas cartas escritas antes de su muerte que su obra se circunscribe al desarrollo histórico de Europa Occidental y no es viable usarla como un referente histórico/filosófico del curso que toman otros pueblos sin importar sus circunstancias específicas (Marx, 1877: 64), y con ello se distancia de cierta interpretación secuencial y mecanicista de la historia de la humanidad en la cual las naciones atraviesan indefectiblemente por ciertas etapas trazadas de antemano y replicando el camino seguido por Inglaterra sin reparar en sus especificidades.

En segundo lugar, el conjunto de la obra de Marx, y su epistemología en particular, se encuentran ancladas al ambiente científico de su época -heredado de la mecánica newtoniana- que privilegia -si bien en el caso del pensador alemán haciendo referencia a lo específico y al antagonismo por oposición al principio de la armonía universal- el objetivo de desentrañar las leyes tendenciales del comportamiento social bajo el supuesto de que estas leyes adoptan la estructura y el sentido de las leyes referidas a los fenómenos naturales, al tiempo que se tornan ajenas a la voluntad humana. Ello, en buena medida, supone una dependencia epistemológica del modelo de ciencia nomotético inspirado en la física clásica, del cual solo se desprendió relativamente incorporando la historicidad de los fenómenos sociales.

Una tercera limitación de la teoría crítica marxista es el determinismo social que incide sobre el individuo; esto es, el supuesto de que las interacciones entre los hechos y fenómenos sociales (estructurales) determinan el comportamiento individual, dejando de lado con ello al conjunto de las motivaciones, los intereses y los objetivos que le son consustanciales al sujeto y que se recrean en ámbitos sociales menores como las organizaciones y las interacciones cara a cara. En efecto, el ser humano es tal solo en sociedad, y en última instancia es quien hace la historia y se rehace en ella; pero es necesario tender los puentes teóricos entre individuo y estructura para evitar determinismos en el análisis del todo social.

El recurrente determinismo económico en el cual incurre una amplia porción de la tradición marxista es otro punto criticable. Se trasluce en sus obras el supuesto de que el comportamiento y la dinámica de la sociedad son explicados o determinados a partir del despliegue de la estructura económica y de sus contradicciones; de tal forma que la praxis económica es entronizada y torna marginales otras modalidades de praxis. Sin embargo, Marx y Engels consideraron que el proceso económico (el allegarse los medios materiales de vida para satisfacer necesidades humanas) es la condición última que explica el devenir o desarrollo histórico y que en los cauces que adoptan las sociedades y en la creación de la historia humana desempeñan un papel crucial -en la medida en que se crean y reproducen múltiples causalidades circulares-, otras modalidades de praxis como la política, la religiosa, la jurídica, la científica o teórico/filosófica, la tecnológica, la estética, la artística y la militar (un argumento en este sentido puede observarse en Engels, 1890: 34-35). Esta intergénesis y condicionamiento recíproco entre las distintas modalidades de praxis es objeto de reflexión en diversas obras del pensamiento dialéctico y de la tradición marxista tales como las escritas por Lukács, Gramsci, Adorno, Horkheimer, Habermas, Sánchez Vázquez (1967), Bagú (1989), entre otros pensadores. Aunque existen las elaboraciones teóricas de estos pensadores, en general predomina una marcada incapacidad teórica de esas manifestaciones deterministas de la tradición marxista para reconocer esas otras dimensiones de la realidad social e integrarlas en sus sistemas conceptuales y explicativos de la sociedad.

En un quinto momento, cabe destacar la generalizada falta de atención dentro de la obra de Marx y del análisis económico marxista en lo tocante a las relaciones sociedad humana/naturaleza, así como los efectos negativos que la acción del ser humano y el capitalismo en su conjunto propician sobre el entorno ambiental. ¿Cómo contribuye la naturaleza y sus recursos renovables y no renovables al proceso de acumulación y valorización del capital? Salvo la limitada referencia a la remuneración de la tierra mediante la renta y a las materias primas como parte del capital constante y del capital circulante, no existe una acabada respuesta a esa pregunta. De tal forma que el proceso económico es sustraído de la dimensión ambiental de la existencia social; dimensión que en el siglo XVIII sí fue considerada por el pensamiento económico fisiócrata (“el proceso económico es una máquina que se alimenta de la naturaleza”).

Pese a que en la teoría económica marxista existe una distinción entre trabajo productivo y trabajo improductivo, y se identifica al conocimiento aplicado a la producción como parte del trabajo productivo, no existe -en la tradición marxista, e incluso en la ciencia económica en general- una teoría que explique e interprete el mecanismo contemporáneo por medio del cual el conocimiento crea y agrega valor a la economía mundial. ¿Cuál es la naturaleza del trabajo desplegado por actores contemporáneos como el analista simbólico y de qué manera genera plusvalía o valoriza el capital en el contexto de la expansión e integración global del capitalismo? ¿Cómo se gesta la plusvalía al aplicarse el conocimiento -en tanto trabajo humano intelectual- al mismo conocimiento y al proceso de producción y gestión de las empresas? Salvo los acercamientos brindados en la obra de Manuel Castells (1996, 1998a y 1998b), buena parte del análisis económico marxista no aporta posibles respuestas a estas preguntas de investigación fundamentales.

Un séptimo componente crítico de la tradición marxista radica en la generalizada concepción de que el Estado es la prolongación de los intereses de la clase capitalista o de la burguesía. Si bien el Estado no es neutral, en él convergen múltiples intereses y causas que, en determinadas coyunturas y momentos históricos, llegan a expresarse en políticas públicas (pensemos en las concesiones propias del Estado de bienestar europeo y del populismo latinoamericano) que si bien no trascienden la lógica de la acumulación capitalista, sí la trastocan y modifican la correlación de fuerzas al interior de las sociedades. Asumir que las estrategias del Estado solo responden a los intereses del empresariado capitalista implica dejar de lado la relevancia de otras clases sociales y de los grupos de presión que inciden en su diseño o configuración.

Otro tópico cuestionable del marxismo consiste en limitar el poder a las relaciones contradictorias entre la clase capitalista y la clase trabajadora, omitiendo o minimizando con ello otras de sus manifestaciones que se gestan y dispersan en la sociedad. Pensemos en las relaciones de género, en las confrontaciones simbólicas, culturales e ideológicas al interior de una sociedad, en los conflictos raciales y la subsunción del “otro”, y en la geopolítica y las relaciones internacionales asimétricas que no responden solo a la lógica de la acumulación capitalista.

Una marcada limitación también se presenta en la marginación analítica hecha por el marxismo de las dimensiones simbólico/culturales de la sociedad. La cultura es una parte constitutiva del proceso económico en general y del proceso de desarrollo en particular. Por un lado, el proceso económico se perpetúa en la sociedad en tanto se configura como una expresión cultural que se transmite de generación en generación; y, por otro, las pautas simbólicas también inciden en la génesis y reproducción del capitalismo (pensemos en los estudios sobre la religión esbozados por Max Weber [1864-1920]). Más aún, el capitalismo -al configurarse históricamente como proceso civilizatorio- requirió mecanismos de disciplinamiento del cuerpo y la mente de los individuos para hacer de las relaciones sociales de producción y de sus consustanciales asimetrías “algo natural” e interiorizado en el comportamiento de los individuos y de las sociedades donde se gestó dicho modo de producción y también en aquellas donde logró expandirse e implantarse con todas sus contradicciones.

Una última limitación que identificamos y que subyace en la tradición marxista atraviesa por una pregunta crucial: ¿los entramados institucionales -o la superestructura- se encuentran condicionados -en última instancia- por la estructura económica? Si bien las instituciones propias de la sociedad capitalista responden a su lógica, no necesariamente son resultado de las necesidades de proyección y legitimación del proceso económico, sino que también responden a la concreción de valores y a pautas culturales que expresan el ser (la idiosincrasia) y la defensa de una sociedad (el “doble giro o movimiento” conceptualizado por Karl Polanyi [1886-1964]); defensa esta que se despliega -desde lo político- de cara al mercado desbocado y a su lógica destructiva y socavadora de lo social.

Consideraciones finales sobre la investigación

La teoría social crítica inaugurada por Karl Marx no es un corpus teórico acabado. Aquello que, en esencia, aportó el alemán fue un creativo, riguroso y fecundo norte o una orientación (un método, un referente epistemológico) para posicionarse ante la realidad social como sujeto investigador; de ahí que sea labor urgente de la tradición marxista recrear y revitalizar sus principales supuestos, conceptos y categorías y llevarlos hasta sus últimas consecuencias en el estudio de la sociedad contemporánea, incorporando -en ese ejercicio- la crítica interna y la realizada desde otras perspectivas teóricas distintas, y despojando a esta de su componente ideológico que reduce el marxismo a un proyecto alternativo de sociedad, pues ni Marx ni Engels escribieron gran cosa sobre el socialismo y sus posibilidades de materialización. Más urgentes resultan estos esfuerzos si partimos del hecho de que predomina una limitada producción teórica marxista en las ciencias sociales contemporáneas; en buena medida causado por la renuncia de las universidades a cultivar esta vasta corriente de pensamiento, así como por las habilidades escapistas y el abandono emprendidos por aquellos académicos e intelectuales autodenominados marxistas que cayeron en la generalizada confusión de que un método o referente teórico/ epistemológico es equivalente a un modelo de sociedad o a un sistema económico que pretende implantarse. Por si fuera poco, el incuestionable triunfo, entre 1989 y 1991, del modo de producción capitalista -y de su consustancial proceso (des) civilizatorio- sobre el modo de producción estatista con economías centralmente planificadas no es sinónimo de la radical santa sepultura endilgada al marxismo como método de análisis de la realidad social; lo cual remite más a un ejercicio eminentemente político en que la propaganda ideológica y facciosa se impone al rigor analítico, metodológico y conceptual de la obra de Marx.

Si bien la contingencia e incertidumbre propias de las sociedades contemporáneas y la enorme cantidad de acontecimientos históricos trastocan con su intensidad, volatilidad y rasgos inéditos cualquier referente epistemológico de raigambre clásica, es de destacar que la obra de Karl Marx no queda al margen de ello; y pensar que esta teoría -al igual que otros corpus teóricos- es ajena a las crisis teóricas e inmutable ante el riguroso examen de la historia y de las transformaciones sociales que le son consustanciales, supone asumir a la teoría como dogma eterno, incontrastable e incuestionable.

Más allá de relacionar a la crisis teórica del marxismo con la caída de las economías centralmente planificadas, con el modo de producción estatista y con la ideología estalinista que les fue consustancial, resulta relevante considerar dichas crisis como saludables para el conocimiento que se precie de ser científico, puesto que implican la revisión de los sistemas conceptuales y de las categorías, así como la contrastación empírica mediante el análisis de los hechos históricos que se transforman permanentemente. De las crisis teóricas es posible recrear y derivar nuevas formulaciones conceptuales en el seno de una tradición de pensamiento y de cara al influjo incesante y cambiante del devenir histórico.

Al margen de la tozudez acrítica y furibunda que lo reduce a una reliquia intelectual e ideológica, es de destacar la relevante capacidad heurística del marxismo y la validez de varias de sus formulaciones teóricas; validez que se explica por el alcance de su perspectiva ontológica y epistemológica orientada a desentrañar la naturaleza de la sociedad y los rasgos fundacionales del modo de producción capitalista. De allí el calificativo de Karl Marx como pensador clásico y como uno de los fundadores de las ciencias sociales en general.

Conceptos y categorías como plusvalía, concentración y centralización del capital, crisis económicas o crisis capitalistas, proletarización, empobrecimiento absoluto y relativo del trabajador, relaciones sociales de producción, entre otras, contribuyen a comprender que en el capitalismo contemporáneo la explotación de la fuerza de trabajo no desapareció (y si desapareció en los albores del siglo XXI, entonces cabe preguntarse por qué la obsesión de los grupos de poder por emprender contrarreformas laborales en multitud de naciones con la finalidad de profundizar la flexibilización laboral y la precariedad de las condiciones de trabajo), sino que se profundiza y adquiere nuevas formas que complementan las analizadas por Marx; de igual manera, las fusiones y adquisiciones emprendidas por las organizaciones productivas, los comercios y la banca privada dan fe de la creciente tendencia a la monopolización y oligopolización de la economía mundial con la finalidad de minimizar la competencia y reducir los costos de producción; persisten e, incluso, se tornan recurrentes las crisis que imponen serias fluctuaciones al capitalismo y lo conducen por un sendero permanentemente inestable y destructivo de la vida social; se presenta también un crecimiento de la fuerza de trabajo susceptible de ser explotada y ello es, cada vez, una tendencia más marcada en el mundo; y se profundiza la brecha de la proporción del salario respecto del conjunto de la riqueza nacional (empobrecimiento relativo), al tiempo que aumenta la desigualdad, la exclusión social, la pauperización y la marginación de amplios contingentes de habitantes en el mundo (empobrecimiento absoluto). Menos aún los detractores de la obra de Marx -pese a la obsesión de la teoría económica neoclásica de privilegiar el consumo y las preferencias de los agentes económicos- logran desterrar el supuesto de que la relación mercantil -y el conjunto del proceso económico- es una relación (social) entre personas y no una relación entre cosas que se intercambian.

Más aún, comprender plenamente el comportamiento de las economías nacionales y de la dialéctica desarrollo/subdesarrollo solo será factible si se desentraña la naturaleza y el comportamiento de la estructura económica mundial como una totalidad dotada de relaciones sistémicas y que reproduce e irradia la esencia del capitalismo y de las categorías introducidas y perfeccionadas por Karl Marx. Sin ese esfuerzo mínimo, el análisis económico resultará estéril, fragmentado y carente de referentes estructurales.

Frente a ello, cabe preguntarse lo siguiente: si fuese el caso, ¿Cuáles son los argumentos rigurosos y contrastados empíricamente para asegurar que la teoría social crítica esbozada por Marx carece de validez y actualidad? ¿Cuáles son los nuevos constructos teóricos propuestos por el marxismo para analizar, en el marco de la intensificación de los procesos de globalización, el comportamiento de la economía mundial y el sentido de la dialéctica desarrollo/subdesarrollo? ¿Será capaz el marxismo de dialogar con otras perspectivas teóricas que no se limitan, en los estudios sobre el capitalismo, a las relaciones sociales propias del proceso económico? ¿Cómo integrar en el análisis marxista las distintas manifestaciones del poder que se encuentran dispersas en el conjunto de la sociedad y que no son explicadas por la mera oposición o el antagonismo entre clases sociales? ¿De qué manera puede contribuir la teoría crítica marxista al ejercicio de la investigación interdisciplinaria orientada a la comprensión y el estudio de la economía mundial y de su carácter estratificado y polarizado? De cara a la crisis de sentido y a la crisis de civilización propia de las sociedades contemporáneas, ¿la tradición marxista cuenta con un proyecto de desarrollo alternativo renovado que trascienda la actual y generalizada crisis del pensamiento utópico? Tratar de responder a estos interrogantes es una tarea acuciante y urgente de cara a la profundización de las principales contradicciones y asimetrías de la economía mundial, así como de la polarización que tiende a exacerbarse con las crisis económico/financieras contemporáneas y el carácter incierto y volátil de sus consecuencias y flagelos sociales.

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Recibido: 15 de Junio de 2016; Aprobado: 30 de Noviembre de 2016

Reseña curricular: Issac Enríquez Pérez es Doctor (PhD) en Economía Internacional y Desarrollo (con orientación en Economía del Desarrollo) por la Facultad de Ciencias Económicas y Empresariales de la Universidad Complutense de Madrid (España). Posee un Master Universitario (MSc) en Economía Internacional y Desarrollo por la Facultad de Ciencias Económicas y Empresariales de la Universidad Complutense de Madrid. Es Licenciado en Sociología por la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la Universidad Nacional Autónoma de México. Se desempeña actualmente como académico en la Universidad Nacional Autónoma de México, miembro del Sistema Nacional de Investigadores y seleccionado como Investigador Junior por el Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales. Su último libro se titula Las estrategias de desarrollo y los avatares de la planeación nacional: un estudio sociohistórico para la reconstrucción de un paradigma perdido en las políticas públicas mexicanas. Ponemos a disposición de los lectores la siguiente dirección electrónica para sostener un intercambio de ideas sobre el tema: isaacep@unam.mx

Citar como: Enríquez Pérez, Isaac (2017), “El análisis marxista de la economía mundial y los estudios sobre el desarrollo”, Iztapalapa. Revista de Ciencias Sociales y Humanidades, núm. 82, año 38, enero-junio de 2017, issn: 2007-9176; pp. 199- 232. Disponible en <http://revistaiztapalapa.izt.uam.mx/index.php/izt/issue/ archive>.

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