Para 2014, la población mundial joven y adolescente (10 a 24 años) representaba 25% de la población con cerca de 1 800 millones, de acuerdo con datos del Fondo de Población de Naciones Unidas ⁽¹⁾. Aun cuando la adolescencia es una etapa de transición entre la infancia y la vida adulta, durante ésta ocurren diversas experiencias de desarrollo, todas ellas fundamentales para alcanzar, no solamente la madurez biológica, sino también la independencia social, el desarrollo mismo de la identidad y las aptitudes necesarias para la vida adulta, de acuerdo con la Organización Mundial de la Salud ⁽²⁾. Desafortunadamente, esto no siempre ocurre de manera exitosa, ya que en numerosas ocasiones se acompaña de comportamientos de riesgo y donde el contexto social del adolescente desempeña un papel clave. Es importante señalar, que un adolescente no es plenamente capaz de comprender conceptos complejos, ni entender la relación entre una conducta y sus consecuencias, ni tampoco de percibir el grado de control que tiene o puede tener respecto de la toma de decisiones relacionadas con la salud, especialmente en el campo del comportamiento sexual, información hoy día respaldada por la neurociencia, que muestra que, durante la adolescencia, existe un marcado neurodesarrollo, proceso que explica, entre otros la conducta adolescente ⁽³-⁴⁾.

Para los adolescentes, la presión social a la que potencialmente están expuestos, puede llevarlos desde el consumo de alcohol, tabaco y otras sustancias psicoactivas, hasta el inicio precoz de relaciones sexuales, situaciones que se pueden traducir en accidentes, suicidios, embarazos no planeados y, por supuesto, infecciones de transmisión sexual, incluyendo la del virus de la inmunodeficiencia humana (VIH). Pendiente quedan los adolescentes del colectivo LGBTTTI.

En América Latina, las tasas de embarazo adolescente son elevadas, la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE) ubica a México como el primer país latinoamericano en embarazo adolescente ⁽⁵⁾ y la deserción escolar resulta ser, entre otras, una consecuencia de éste, en esta etapa. Recientemente, durante la Conferencia Mundial de Sida, el informe de UNICEF ⁽⁶⁾, mostró que cada tres minutos se infecta una adolescente por el VIH y en 2017, 1.2 millones de adolescentes vivían con VIH y tres de cada cinco eran niñas. No puede dejar de señalarse la violencia de género.

Como puede apreciarse la adolescencia y juventud pueden acompañarse de situaciones complejas y, si se considera que las principales estrategias son la educación y el empoderamiento de las mujeres, es necesario entonces recordar los objetivos 3, 4 y 5 de Desarrollo Sostenible hacia la Agenda 2030 ⁽⁷⁾, que señalan: ODS 3) Garantizar una vida sana y promover el bienestar para todos en todas las edades; ODS 4) Garantizar una educación inclusiva, equitativa y de calidad y promover oportunidades de aprendizaje durante toda la vida para todos y ODS 5) Lograr la igualdad entre los géneros y empoderar a todas las mujeres y niñas, sin duda, política pública crucial.

Sin embargo, es importante señalar que en América Latina existe una deuda histórica hacia los adolescentes y jóvenes, ya que a pesar de la Declaración Ministerial 2008 ⁽⁸⁾, signada por los Ministros de Educación de los países asistentes a la Conferencia Mundial de Sida, esto no es aún una realidad, por ello, cualquier actividad que tenga como fin brindar educación, información y facilitar el acceso a servicios de salud sexual científica laica y objetiva debe ser bienvenida; así como el apoyo de la familia, la escuela y los servicios de salud para que la transición de la infancia a la vida adulta sea plena y satisfactoria. Sin olvidar, que considerar la edad es importante, salud sexual es bienestar.