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Cultura y representaciones sociales

On-line version ISSN 2007-8110

Cultura representaciones soc vol.13 n.26 Ciudad de México Mar. 2019

https://doi.org/10.28965/2019-26-02 

Sección temática (Dossier)

El regionalismo yucateco frente al discurso nacionalista mexicano

Yucatecan regionalism vis-à-vis the Mexican nationalist discourse

Eugenia Iturriaga Acevedo1 

1 Profesora-investigadora de la Facultad de Ciencias Antropológicas de la Universidad Autónoma de Yucatán.


Resumen

Después de la Revolución de 1910 México adoptó, en el discurso, una política asimilacionista en la cual el mestizo se transformó en el protagonista oficial de la historia, planteando con ello una sola forma de ser mexicano. Este trabajo busca mostrar cómo “lo maya” fue y ha sido utilizado para construir el regionalismo yucateco, y cómo este regionalismo es una respuesta al proyecto homogenizador nacional. El regionalismo yucateco ha ido acompañado de un orgullo que se nutre de una relación ambivalente con “lo maya” (admiración y desprecio) y de una marcada distancia con el centro político del país y su discurso mestizante. También quiero dar cuenta de cómo, tanto el nacionalismo como el regionalismo, utilizan los mismos recursos para conformar identidades y cómo éstas se van transformando en el tiempo.

Palabras clave: Regionalismo; nacionalismo; Yucatán; mayas; mestizo

Abstract

After the 1910 Revolution, Mexico adopted in its discourse an assimilation policy in which the mestizo was transformed into the official historical leading character thereby conceiving a single way of being Mexican. This paper aims to show how the “Maya” was, and has been used, in the construction of Yucatecan regionalism and how this regionalism is a response to the national homogenizing project. Yucatecan regionalism has been accompanied by a pride that is nourished by an ambivalent relationship with “the Maya” (admiration and disdain) and a marked distance from the political center of the country and its mestizo discourse. It is also shown how both, nationalism and regionalism, use the same resources to shape identities and how these are transformed over time.

Keywords: Regionalism; nationalism; Yucatan; Mayan; Mestizo

Introducción

Las naciones, al igual que las regiones, han sido concebidas como espacios creados por la historia donde existe un determinado tipo de economía, ciudades, localidades, redes sociales y formas culturales. En las descripciones tradicionales de naciones y regiones podemos encontrar generalmente la extensión territorial, la actividad económica, la ascendencia étnica, pero no siempre se reflexiona sobre el sentimiento de pertenencia, que es lo que da cohesión a las identidades.

En su libro Naciones y nacionalismo, Ernest Gellner señala que el Estado nacional busca conformar una cultura común para establecer un orden social, creando así el monopolio de una “cultura legítima”. Este proceso se lleva a cabo principalmente a través de una educación pública y estandarizada. Para Gellner (2008), los nacionalismos no son el despertar de unas supuestas unidades míticas naturales. Los nacionalismos son construcciones de nuevas unidades culturales que se establecen mediante una educación Estatal que permite traspasar los límites regionales y locales. Los nacionalismos dicen defender la cultura autóctona, pero en realidad lo que construyen es una cultura institucional que homogeniza.

Natividad Gutiérrez Chong, otra estudiosa del nacionalismo, lo explica como un proceso de ingeniería social cuya función principal es crear una correspondencia entre política, cultura y territorio en una entidad (2012: 19). Para ella, “las naciones -culturas homogéneas protegidas por el Estado- existen por el nacionalismo y no porque estén ahí esperando a que las ‘despierte’ el nacionalista” (Gutiérrez, 2012: 35). Así, es el nacionalismo el que crea las naciones y no viceversa. Para el caso mexicano, señala Gutiérrez Chong (2012), la construcción de una cultura nacional se dio mediante la selección y utilización de elementos de la vida cultural indígena y del pasado étnico. Para ello, la política oficial de integración nacional se apoyó en dos mitos étnicos: el de fundación y el de descendencia, siendo la cultura de los aztecas la principal fuente de la historicidad favorecida por el nacionalismo mexicano. Los libros de texto gratuitos han jugado un papel fundamental en este proceso; los motivos seleccionados y la narrativa utilizada en ellos, respaldan únicamente la historia y la etnicidad de la mayoría dominante: la población mestiza (Gutiérrez, 2012: 21). Esto ha significado un proceso de exclusión cultural homogenizante, que somete no sólo a los diversos grupos indígenas, sino también a las distintas regiones del país.

Como una reacción a los discursos nacionalistas, los regionalismos surgen apelando a una historia en común que busca reivindicar lo propio. El regionalismo, señala Bourdieu (1980: 180) está vinculado a la idea de estigma. Esto es porque al llamar a un determinado espacio “provincia” se marca una distancia económica y social (no sólo geográfica) de un “centro”. Es decir, se le priva a la región del capital material y simbólico que se concentra en la capital de un país. Por ello, la región existe como una unidad negativa definida por la dominación simbólica y económica del centro. Para invertir el sentido y el valor de los rasgos estigmatizados aparecen las reivindicaciones regionalistas. Éstas buscan convertir la identidad estigmatizada en símbolos positivos de la identidad regional. El regionalismo es un caso particular de luchas simbólicas (Bourdieu, 1980) en las cuales los agentes buscan conservar o transformar las representaciones de la identidad social.

En esta batalla por controlar los criterios de evaluación legítimos, las élites regionales tienen la oportunidad de reinventar la historia, de capitalizar un potencial político y de fomentar el regionalismo. El discurso regionalista, como señala Bourdieu (1980) es un discurso performativo, pues tiene la finalidad de imponer como legítima una nueva definición de fronteras y de hacer conocer y reconocer una región.

En este trabajo parto de la idea que tanto el nacionalismo mexicano como el regionalismo yucateco utilizan la misma fórmula para construir su identidad. Por un lado, construyen un enemigo común y, por otro, retoman lo indígena como pieza fundamental de su discurso. Sin embargo, como se verá a lo largo de este artículo, en el caso del regionalismo yucateco la forma de apropiarse de lo indígena se presenta de un modo muy distinto. Primero analizaré la construcción del Estado mexicano como un Estado mestizo que intentó, a través del discurso y políticas públicas, articular y unificar a la sociedad mexicana. Después analizaré la ambivalencia -que se presenta tanto en el discurso nacional mexicano como en el regionalismo yucateco- retomando los argumentos de Homi Bhabha. Este teórico del colonialismo explica que el discurso colonial se construye en una ambivalencia donde el Otro, el nativo, es a la vez objeto de desprecio y de deseo. La ambivalencia resulta de un proceso simultáneo de negación y de identificación con el Otro.

El estereotipo es otro concepto útil para entender las estrategias discursivas en la conformación de identidades, pues produce una verdad probabilística y una predictibilidad. Los estereotipos son, en palabras de Bhabha,

... una forma de conocimiento e identificación que vacila entre lo que siempre está “en su lugar”, lo ya conocido, y algo que debe ser repetido ansiosamente... como si la esencial duplicidad del asiático y la bestial licencia sexual del africano no necesitaran pruebas... (2002: 90).

Los estereotipos son precisos y responden a una serie de términos opuestos con los que se establece una identificación: lo que aspiro, lo que valoro; lo que rechazo, lo que desvalorizo. El estereotipo debe ir más allá de lo que puede ser probado o construido lógicamente, debe ser repetido hasta la náusea ya que, como no es susceptible de demostración o de prueba, debe legitimarse mediante su aliteración. Su fuerza, como señalan Bhabha (2002) y Judith Butler (2008), lo da esa repetición y se legitima, no a través de una demostración sino por repetirse incesantemente. Así, en el discurso se asegura que el estereotipo no se modifique, aunque las coyunturas históricas y discursivas cambien. Los estereotipos son una estructura de pensamiento que comprende imágenes, creencias, juicios, símbolos y opiniones. Las élites son generalmente las encargadas de mantener presentes los estereotipos para poder preservar su posición privilegiada e indicar el lugar social que deben ocupar los Otros.

Nacionalismo mexicano

Desde mediados del siglo XIX, la clase política mexicana buscó crear una nación de ciudadanos regidos por las mismas leyes y unidos por valores comunes. Para ello, los pueblos indígenas que habitaban en el territorio nacional debían integrarse a este nuevo modelo. La lucha contra el dominio colonial y, más tarde, la frustración de la guerra con Estados Unidos (1846-1848) que significó la pérdida de más de la mitad del territorio, aumentó entre la clase política el anhelo de construir la nación (Florescano, 2001: 15). Así, con el triunfo del proyecto liberal -tras el fin de la Segunda intervención francesa- empezaron a darse las condiciones que permiten hablar de la construcción incipiente de un Estado-nación, en el sentido planteado por Benedict Anderson (1993) de una comunidad imaginada.1 Emblemas, símbolos, imágenes, discursos y valores fueron conformando la idea de que los habitantes del país compartían un territorio común y estaban unidos por ideales semejantes.

Si bien se ha supuesto que la construcción de los Estados nacionales en América Latina inició en el siglo XIX, con la consumación de las independencias, el proyecto nacionalista mexicano inicia su consolidación con la creación de las instituciones públicas posrevolucionarias de las décadas de los años veinte y treinta.

No fue sino hasta el siglo XX cuando las dependencias gubernamentales formularon y estructuraron un conjunto de políticas que buscaban integrar a la población poli-étnica de México (Gutiérrez Chong, 2012: 30).

Gutiérrez Chong explica que el nacionalismo en México se consolida en gran medida mediante la educación estatal, puesto que ésta lo transmite y lo inculca traspasando los límites locales (2012: 31).

En México, los gobiernos federales posteriores a la Revolución pretendieron fomentar la unidad nacional a través de un modelo único, unificador y occidentalizante que diferenciara al país del resto de las naciones, para ello generaron imágenes y representaciones de “lo mexicano”. El nacionalismo mexicano se apoyó en dos vertientes complementarias, por un lado, adoptó, en el discurso, un tono defensivo frente a los Estados Unidos a quien construyó como enemigo y por el otro, buscó la reivindicación de lo propio para generar una reconciliación nacional basada en la autoafirmación de lo auténticamente mexicano (Pérez Montfort, 2000: 39).

El nacionalismo en México, señala Pérez Montfort, creó entre 1920 y 1940 -en combinación con ciertos intereses económicos tanto nacionales como extranjeros- “una larga serie de estereotipos que pretendían sintetizar y representar aquello que se identificaba como lo «típicamente mexicano»” (1999: 178). El “ser” del mexicano preocupó no sólo a la clase política, también fue debatido por filósofos e historiadores y se plasmó en las letras y en las artes plásticas de aquellos años.2 Se buscó la creación de estereotipos que sintetizaran las características anímicas, intelectuales y de imagen aceptadas o impuestas a grupos sociales específicos. Los estereotipos se produjeron tanto en la academia, como en la vida política, en los terrenos de la cultura popular y, por supuesto, en los medios de comunicación (Pérez Montfort, 1999: 178). Guillermo de la Peña explica que fue la política cultural de la Secretaría de Educación Pública, fundada en 1921, la que convirtió la noción de mestizaje en la clave de los símbolos nacionalistas (2008: 6).

El discurso nacionalista mexicano también se fundamentó en la mezcla racial: en el mestizaje del indígena y el europeo. La nueva raza, representada en la figura del mestizo, fue glorificada en la retórica nacionalista pero los indígenas continuaron explotados y oprimidos con una lógica basada en su supuesta inferioridad y primitivismo, es decir bajo una lógica racista. El unir el comportamiento con la biología, nos dice Richard Adams (2005: 409), ha facilitado la hegemonía política de una sociedad o de un segmento social sobre otro. En el siglo XX, los gobiernos postrevolucionarios adoptaron un racismo asimilacionista en el cual el mestizo se transformó en el protagonista oficial de la historia y el indio en su pasado. La raíz indígena quedó cubierta por un discurso romántico del “ser” indio y el mestizo, engrandecido por la glorificación que se hacía de él.

Molina Enríquez en su libro Los grandes problemas nacionales [1909] deja claro que son los mestizos los únicos capaces de desarrollar el espíritu nacionalista mexicano, pues en ellos se condensan las mejores características de las dos “razas”.3 De este modo, la solución para consolidar a la Nación mexicana estaba en la expansión del mestizaje.

Los indios deberían convertirse en mestizos, no sólo mediante la miscegenación, sino también mediante la castellanización, la educación y el reparto de los latifundios. Sólo así se haría efectiva la igualdad legal de la población (De la Peña, 2008: 4).

Con ayuda de los intelectuales, lo indígena se fue reelaborando como un símbolo de lo mexicano, forjador de la conciencia nacional. El cine y la literatura, junto con otras artes como la pintura, el grabado y la fotografía, reprodujeron los rostros de un país que se quería mostrar unificado. Los gobiernos revolucionarios, a través de la educación y los libros de texto, fijaron en la población la imagen de un México mestizo, de un país sustentado en un pasado indígena glorioso y en un próspero presente (Florescano, 1999: 396).

En nuestro país, la relación con lo indígena ha sido ambivalente. Por un lado, hay un orgullo y admiración por el indio muerto y un reconocimiento del “ser” indígena en la conformación de lo mexicano, es decir en el mestizo. Por otro lado, hay un desprecio al indígena contemporáneo, al que se le concibe como pobre e inferior, pero que al mismo tiempo resulta necesario para construir y dar vigencia a “lo mexicano”. Luis Villoro reflexionó sobre esto a mediados del siglo XX, apuntando que el mestizo necesita al indígena porque éste le confirma su propia existencia.

Al mirar al indio, se reconoce el mestizo como impulso hacia la unidad. Es, pues, el indígena quien, indirectamente, revelará al mestizo su propia misión. El mestizo, al volver sobre él su atención, ve reflejado en los ojos del indio su propio proyecto. Sólo porque el indígena está ahí, separado, en su radical aislamiento y diversidad, se le hace consciente al mestizo su propio ideal. Al buscar la salvación del indígena, el mestizo se encuentra a sí mismo. El indio es el ejemplo viviente, la confirmación expresa de la teoría mestiza que postula la unidad. Y el mestizo puede ya ser “indigenista”4 porque serlo equivale a laborar por su propio ideal. Su indigenismo será el impulso y el cuidado por mantener viva la fuente que le revela su proyecto. El indígena deberá ser un aliado insustituible. Su papel consistirá en mantener constante su tensión hacia la convergencia y la unidad. El mestizo se identifica con ésta y se convierte así en meta ideal del indígena. Por eso necesita volverse hacia éste: porque sólo el indígena lo afirma en su propia misión y porque sólo él lo pone como fin (Villoro, 1984: 183).

De este modo, el indígena se convierte, a mediados del siglo XX, en la pieza clave a partir de la cual se construye la identidad de “lo mexicano”. Si bien es cierto que el regionalismo yucateco ha apelado a “lo maya” como elemento definitorio de su identidad -como se podrá observar en los siguientes apartados- en Yucatán el discurso del mestizaje no opera de la misma manera que en otras regiones del país, pues el mestizo es el indígena maya.

¿Nacionalismo o regionalismo durante el siglo XIX? Una mirada al caso yucateco

Desde finales del periodo colonial y a lo largo del siglo XIX, la identidad yucateca se conformó como una identidad excluyente del resto de México. Hay que recordar que durante la Colonia (1521-1821) la península de Yucatán formó parte del Virreinato de la Nueva España. Primero fue una Gobernación (1565), luego una Capitanía general (1617) y posteriormente, a raíz de las reformas borbónicas, una Intendencia (1786). Esto representó cierta autonomía con respecto a la ciudad de México (capital virreinal), pues para muchos asuntos Yucatán se relacionó directamente con la Corona Española (Almazán, 2012: 87). La semi-autonomía político-económica, jurídica y militar, señala Almazán, sería probablemente el primer factor que influiría en el marcado localismo de la zona. Para esta autora, la identidad yucateca transita por dos momentos: el primero corresponde a finales de la época colonial y el siglo XIX y, el segundo, a la primera mitad del siglo XX. La primera fase se caracterizó por un sentimiento nacionalista-yucateco y, la segunda, por un regionalismo como respuesta al proyecto político de los gobiernos emanados del proceso revolucionario.

Revisemos la fase nacionalista de la identidad yucateca. A principios del siglo XIX la Intendencia de Yucatán comprendía el norte del Petén guatemalteco, el actual territorio de Belice, parte de Tabasco y lo que ahora son los estados de Campeche, Quintana Roo y Yucatán. Al finalizar ese siglo su territorio había disminuido en un 81%5 (Almazán, 2012: 86, 97). Al declarar México su independencia, los yucatecos aceptaron su incorporación siempre y cuando se tratase de una federación. Los ires y venires de la política nacional entre federalistas y centralistas provocaron que, en diversas ocasiones, la clase política yucateca6 se planteara separarse de la república mexicana. En 1841, Yucatán declaró su independencia y se constituyó como la República de Yucatán, iniciándose así un conflicto armado con el gobierno centralista que se prolongó por tres años. En este tiempo, los yucatecos crearon su propia bandera y promulgaron una constitución, adelantada para su tiempo, que, aunque no entró en vigor, contenía conceptos vigentes en la actualidad, como la libertad religiosa, el juicio de amparo y las garantías individuales. Durante este conflicto, los yucatecos armaron a los indígenas mayas para que los apoyaran en su lucha contra el gobierno central pactando con ellos mejores condiciones de vida.7

En 1843, se firmaron los Convenios mediante los cuales Yucatán obtiene su soberanía y la facultad para elegir a su propio gobierno. Mediante este acuerdo se puso fin a los intentos independentistas de la élite yucateca (Almazán, 2012: 92). En 1846, Antonio López de Santa Anna desconoce los Convenios y Yucatán vuelve a declararse independiente. La élite yucateca no quería perder el control sobre su territorio y sus recursos bajo un esquema centralista. En 1847, al no mejorar las condiciones de vida prometidas, los indígenas mayas inician una revuelta conocida como Guerra de Castas. La clase política yucateca, como primera opción, ofreció su soberanía a Estados Unidos, España y Gran Bretaña, a cambio de la ayuda necesaria para someter a los sublevados, asunto que no fructificó (Almazán, 2012: 93). Justo Sierra O’Reilly -quien encabezaba esa iniciativa- aspiraba a que Yucatán se convirtiera en una nación independiente. Para ello había una justificación histórica, política e idiosincrática: los yucatecos no eran indígenas (Taracena, 2010). Fracasadas las negociaciones con estos países, los yucatecos tuvieron que recurrir al gobierno mexicano para acabar con los rebeldes.

Este momento fue un parteaguas en el tratamiento de lo indígena en Yucatán, ya que los rebeldes fueron representados como salvajes, primitivos, bárbaros y asesinos (Iturriaga, 2016: 113). A los indios que no se sublevaron, los “indios leales”, les fue concedido el título de hidalgo,8 equiparándolos en rango con los mestizos, por lo que algunos autores suponen que de ahí el apelativo mestizo se utilizó para nombrar a toda la etnia maya.9 Esta división causó una profunda grieta entre los mayas, que fomentó, por un lado, el surgimiento de una conciencia étnica entre los rebeldes (Cruzoob) y, por otro lado, el desarrollo de una clase baja de habla maya, homogénea social y culturalmente, en el norte y oeste de Yucatán, conocida como mestizos (Gabbert, 2004: 63).

Yucatán, al igual que el resto del país, pasó por un periodo de mucha inestabilidad durante el siglo XIX, sus relaciones con el centro fueron tensas. Hacia finales de ese siglo, la economía yucateca -basada en la industria henequenera- era muy próspera y producía el 59% del total del valor de la producción agropecuaria de todo México. Vale la pena recordar que el henequén fue desde 1880 y, por lo menos durante las cuatro décadas siguientes, la principal exportación agrícola de México (Zuleta, 2004: 180). La élite yucateca, distante de los ideales liberales que reconocían a los indígenas su condición ciudadana, no veía con buenos ojos la igualdad que dicho proyecto político otorgaba al indio, principal fuerza de trabajo de su negocio henequenero. Apolinar García y García -intelectual yucateco- explica en su Historia de la Guerra de Castas (1865) lo siguiente:

Proclamada la independencia de Méjico y adoptando el sistema republicano, los hombres de la nueva nación, cegados por la embriaguez de sus triunfos, y poco cuerdos en la nueva organización social, llevaron á extremos funestos su sed de cambiar todas las cosas [...] Les dicen públicamente: “que todos eran iguales” “todos ciudadanos en pleno goce de derechos” palabras sin sentido, que los indios comprendieron a su modo y siempre de una manera siniestra [...] Sólo los azotes son para ellos un castigo propiamente, desde que se pretendió hacerles gozar de los derechos de los demás ciudadanos y se prohibió imponerles este castigo, ya no hubo freno para ellos [...] fueron desmoralizándose cada día haciéndose altivos con las otras razas hasta que se presentó el cataclismo del año 1848.

Las imposiciones centralistas, la pérdida del territorio (sobre todo la división de la península en tres entidades) y la Guerra de Castas abonaron el terreno para la construcción de un enemigo que le daba cohesión al nacionalismo/regionalismo yucateco. Desde el siglo XIX también se observa la inclusión de “lo maya” en la construcción de esta identidad. En los escritos de Crescencio Carrillo y Ancona (1866), otro intelectual yucateco de la época, podemos ver un rescate de elementos de la cultura maya. Para Carrillo y Ancona la lengua maya constituía un elemento identitario del yucateco, ya que era hablado tanto por los indios como por los “blancos puros”, al grado que decía: “hasta nuestro modo de pronunciar el español se resiente un tanto del acento maya” (1866: 11). El pasado maya fue otro elemento que Crescencio Carrillo destacó como parte de la identidad regional:

Si los misioneros al principio, después acá los curas párrocos no hubiesen conservado en los naturales el idioma maya, se habría extinguido la única luz que como lámpara funeraria arde sobre las grandiosas ruinas de nuestro suelo, colosales monumentos de la civilización antigua a que este país llegó.10 Hoy, ningún sabio extranjero visita nuestros monumentos y se interesa por nuestra historia sin tener la satisfacción de llevarse consigo gramáticas del idioma maya (Carrillo, 1866: 11).

Los yucatecos tenían una forma de hablar diferente y tenían también los restos de una gran civilización en su suelo, muy distinta a la de los mexicanos. Además, como señala Carrillo y Ancona los mayas, eran menos feos y más limpios que el resto de los indios mexicanos.

Los indios de Yucatán son los menos desgraciados de toda la América como se observa a primera vista. Aún los demás indios mejicanos tienen un aspecto de rudeza y abatimiento que dista mucho de la limpieza o aseo y cierta dignidad de los indios yucatecos (1866: 10).

El regionalismo yucateco del siglo XX

El general Salvador Alvarado, enviado por Venustiano Carranza, llega a Mérida en 1915 con la convicción de poner fin al modelo de explotación latifundista del henequén y hacer llegar la revolución a los yucatecos. Alvarado convocó a los hacendados para exponerles sus ideas sobre el desarrollo industrial, el bienestar social y la necesaria fundación de escuelas. Una de sus primeras acciones fue nombrar un nuevo Consejo de Administración de la Comisión Reguladora del Henequén (Quezada, 2001: 188). Alvarado escribiría poco tiempo después de su llegada a Yucatán:

La esclavitud era un hecho real, positivo y tangible; los humildes no tenían derecho alguno, y no era posible que ni yo ni ningún revolucionario de verdad, ni ningún hombre de bien, pudiera ayudar a sostener aquel estado de cosas... Encontré que el sentimiento de animadversión hacia México era profundo y general entre la clase alta y media (en Paoli, 1985: 128).

Alvarado permaneció en Yucatán dos años. Se dice que él fue quien acuñó el término de “casta divina” para hacer referencia a las pocas familias de la “élite”, y decía: “el que no pertenece a la casta está condenado a ser excluido de todo. No se mueve la hoja de un árbol, sin la voluntad de la casta” (en Paoli y Montalvo, 1977: 43). En contraste con la opinión anterior, Manuel Gamio, en su obra Forjando Patria [1916], planteaba que sólo en Yucatán se había dado una armónica fusión entre la raza indígena y la raza europea, por lo cual afirmaba:

En lo que es territorio yucateco, la raza indígena conquistada y la española invasora, han llegado a mezclarse más armónica y profusamente que en ninguna otra región de la República. [...] es una raza mezclada y tan esto es así, que aun cuando un yucateco no exprese el lugar de procedencia, con sólo contemplarlo y oír su voz se deduce ésta. [...] esta avanzada y feliz fusión de razas, constituye la primera y más sólida base del nacionalismo (Gamio, 1982: 13).

La “fusión” de la que habla Gamio era más bien una feliz ilusión nacionalista. En Yucatán, lo que se construyó fue una fuerte identidad regional con base en la cultura maya, pero marcando una clara distancia social con los mayas contemporáneos. La ideología nacionalista mexicana revaloró la cultura indígena -como si ésta fuera sólo una- e identificó al mexicano como mestizo, es decir, un individuo producto de la mezcla de dos “sangres”: la indígena y la española. En Yucatán, en cambio, ser mestizo ha significado ser indígena maya, mientras que ser “yucateco” significó, hasta mediados del siglo XX, ser de piel clara, de origen español o europeo y por supuesto pertenecer a una familia que por generaciones hubiese nacido en la península (Iturriaga, 2016). Por las venas de los constructores de la yucataneidad no corría sangre maya y eso lo dejaban claro.

En la década de los veinte y treinta del siglo XX, la clase política e intelectual del estado proyectó la imagen de un Yucatán moderno con una reinterpretación del pasado maya antiguo. Los artistas e intelectuales yucatecos contribuyeron a la formación de lo maya plasmando distintas representaciones e imágenes en sus obras. Así, mientras los intelectuales mexicanos -durante la primera mitad del XX- reinventaban lo indio para formar “lo mexicano”, los intelectuales yucatecos reinventaban lo maya para formar “lo yucateco”.

En una carta dirigida a Alfonso Reyes, el escritor yucateco Antonio Mediz Bolio explica cómo escribió La tierra del faisán y el venado:

... He pensado el libro en maya y lo he escrito en castellano. He hecho como un poeta indio, que viviera en la actualidad y sintiera, a su manera peculiar, todas esas cosas suyas. Los temas están sacados de la tradición de huellas de los antiguos libros, del alma misma de los indios, de sus danzas, de sus actuales supersticiones (restos vagos de las grandes religiones caídas) y, más que nada, de lo que yo mismo he visto, oído, sentido y podido penetrar en mi primera juventud, pasada en medio de esas cosas y de esos hombres. Todo ello me rodeó al nacer, y fui impresionado, antes que por nada, por ese color, por esa melancolía del pasado muerto que se hace sentir, sin sentir, en las ruinas de las ciudades y en la tristeza del hijo de las grandes razas desaparecidas... (Mediz-Bolio, 1989: 12).

En Yucatán, a diferencia del resto del país, los yucatecos están muy orgullosos de que su forma de hablar, de que su entonación provenga del maya. La influencia de esta lengua indígena en el español que se habla en Yucatán es muy grande. Abarca aspectos fonéticos como el acento, la sintaxis -es decir la forma de estructurar las oraciones-, así como la presencia de muchas palabras y expresiones del maya en el hablar cotidiano.11

Sin embargo, aunque para los oídos de un foráneo los yucatecos hablen de manera similar, no todos hablan igual. La pronunciación denota automáticamente un origen étnico y una clase social. La entonación con “acento yucateco” muy pronunciado es característica de los maya hablantes y de las élites yucatecas. Si bien las clases medias tienen también un “acento yucateco”, éste no es tan marcado. El hablar “aporreado” -como se refieren los yucatecos a su forma de hablar- forma parte de su identidad, como ya lo señalaba Crescencio Carrillo y Ancona en el siglo XIX. La forma de hablar es un marcador que te ubica como parte de un determinado grupo. Las habilidades lingüísticas se adquieren en la práctica a través de un proceso de aprendizaje y socialización de las normas discursivas del grupo en el que se nace. Los comportamientos lingüísticos individuales tienen una eficacia simbólica en cuanto a que producen diferenciación social.

El español regional está repleto de palabras en maya: tuch, xix, chop, xik, loch, pek, satz, perech, nohoch12 forman parte de la cotidianidad de todos los sectores sociales y su aprendizaje resulta indispensable para cualquiera que quiera entender la vida cotidiana en Yucatán. Esto contrasta mucho con otras regiones del país donde la entonación de las lenguas indígenas es rechazada por las capas altas de la sociedad, señalando por ejemplo que alguien “habla como indio”. Por el contrario, los yucatecos de la élite se sienten orgullosos de su extenso vocabulario maya.

La élite yucateca hace gala un acento más marcado, más “aporreado”, que el de la clase media. Los miembros de la élite explican esta diferencia porque tanto ellos como sus padres habían crecido con nanas mayas y recibido de éstas su influencia, mientras que los integrantes de la clase media, con antiguos lazos de parentesco con el mundo indígena, intentaban borrar cualquier vestigio que los vinculara a su pasado maya (Iturriaga, 2016: 191). Así, el orgullo de la élite sobre su forma de hablar no está en función de tener un antepasado maya, sino de una relación dominación /subordinación de la clase alta sobre el pueblo maya. Para la élite tradicional su entonación marcadamente maya produce una distinción muy importante con el resto de los sectores sociales.

Esta reivindicación del acento maya por parte de la élite y su función como elemento de diferenciación social permite comprender mejor la particularidad del caso yucateco, en lo referente a la experiencia del mestizaje en otras partes del país. En este estado, el discurso nacional sobre el mestizaje mexicano no fue asumido por los promotores del regionalismo yucateco, pues ellos nunca se asumieron como mayas.

Regionalismo en el siglo XXI

A finales del siglo XX, el gobernador Víctor Cervera Pacheco (1995-2001) lanzó en 2001 una fuerte campaña para promover el regionalismo yucateco. En la radio se escuchaban spots que decían:

Mérida es una gran ciudad, aquí se respira tranquilidad y lo más importante son las familias, nuestra calidad humana es y será siempre el reflejo de nuestra ciudad. Amigo visitante: si decidiste vivir en Mérida, intégrate respetando lo nuestro. Recuerda, que no se te olvide a ti, ni a tu familia, eres ya parte de nuestra sociedad. Se tú orgullosamente yucateco. Respeta nuestras costumbres y tradiciones.

En sintonía con esta campaña, las tiendas de la ciudad se llenaron de camisetas, gorras, calcas (calcomanías), llaveros y pins con el eslogan “orgullosamente yucateco”, todo esto acompañado con la bandera de Yucatán, aquella creada en 1841, cuando los yucatecos proclamaron su independencia de México.

Para ese momento, Mérida se había convertido en uno de los principales destinos de residencia para aquellos que buscaban alejarse de la contaminación e inseguridad de la ciudad de México. Los periódicos locales culpaban a los recién llegados de la inseguridad que empezaba a vivirse en el estado y se unieron veladamente a la campaña regionalista, representando siempre a los delincuentes como fuereños. La delegación local de la Cámara de la Industria de Radio y Televisión (CIRT) promovió la instalación de calcomanías con la bandera yucateca en los coches. La revista Proceso, en su número 2160 del año 2001, informó que tan sólo en Mérida ocho de cada 10 vehículos con placas del estado llevaban la calca de la bandera yucateca. En palabras del presidente del CIRT de Yucatán, la campaña tenía la intención de “frenar la ola delictiva que ha estado afectando a Yucatán con la llegada de gran cantidad de personas de otros estados” (Proceso, 2001). Con esta propaganda, el gobernador Cervera Pacheco reforzó la idea del enemigo común, estrategia que históricamente ha servido para consolidar y fortalecer tanto los nacionalismos como los regionalismos. Esta campaña generó un sentimiento de xenofobia hacia los huaches, es decir los mexicanos no nacidos en la península de Yucatán. Como telón de fondo de esta campaña estaba una lucha electoral, pues se acercaban las elecciones para elegir al siguiente gobernador.13 La exaltación de los valores tradicionales de los yucatecos y la propaganda adversa contra los fuereños formó parte de esta disputa.

Tanto los nacionalismos como los regionalismos se van transformando en el tiempo. Ya vimos cómo sigue presente y en movimiento la idea de un enemigo común que da cohesión al regionalismo. En páginas anteriores señalé cómo lo maya ha servido para la construcción de la yucataneidad. Ahora bien, las representaciones de “lo maya” también se han transformado y adaptado a las condiciones del siglo XXI, como puede verse claramente en la promoción de la industria turística. En los años recientes el turismo se ha convertido en una de las principales fuentes de ingreso para el estado y sus empresarios. La cultura y la identidad han adquirido un valor de cambio que las vuelven indispensables para ofertar los paraísos turísticos de la entidad. En este contexto, lo maya y el maya como parte de lo yucateco sigue presente.

Yucatán se presenta al mundo como un espacio donde el turista puede conocer tanto las “ruinas” de una gran civilización, como también visitar típicas comunidades mayas. La promoción turística se centra en “lo yucateco” como una mercancía. Chichen Itzá y Uxmal son el centro del pasado, donde lo maya se presenta como una gran civilización de notables científicos y matemáticos que desarrollaron el concepto del cero y utilizaban un sistema vigesimal. Este mismo reconocimiento no se hace extensivo hacia los mayas contemporáneos, a quienes se presenta como campesinos viviendo en el pasado, urdiendo hamacas, habitando en casas de huano y haciendo milpa.

Los mayas contemporáneos, es decir los mestizos, también son representados en la promoción turística de los restaurantes típicos y los grandes hoteles, como los empleados amistosos, sonrientes y trabajadores. Esta representación busca sujetarlos y mantenerlos en una posición de subordinación económica y cultural, pues es precisamente su cultura, su forma de vestir y de hablar lo que los convierte en empleados perfectos para recibir y atender a los turistas. Esta imagen presenta a los mayas como seres fijos en el tiempo y provenientes de un pasado inmemorial, que es necesario preservar como parte de la multiculturalidad del mundo y como parte de una identidad, la yucateca, que los necesita para sobrevivir, justificarse y seguir operando. Lo maya ha sido sustrato y sustento, por ello su preservación es fundamental.

Desde el siglo XIX, el estereotipo de lo maya se ha construido desde afuera, desde una posición hegemónica y ha sido utilizado para construir lo yucateco, nunca para conformar la identidad del pueblo maya. En el siglo XXI, “lo maya” ha servido también para ser vendido como mercancía turística. Lo maya se ha construido como una categoría estática, fija en el tiempo, anclada a tradiciones inamovibles como la casa de huano. El pensamiento hegemónico que da forma al estereotipo de lo maya borra la evidente desigualdad social al representarlos como un grupo lleno de tradiciones, donde la pobreza no es un problema socioeconómico sino cultural.

Reflexiones finales

El Estado-nación y las regiones tienen un referente espacial, un territorio, un número de habitantes y un tipo de economía; por su parte, el nacionalismo y el regionalismo se sustentan y están conformados por una ideología que produce sentimientos de pertenencia y que busca darle sentido a la nación o a la región. El nacionalismo mexicano se fundamentó en la ideología postrevolucionaria que buscaba la homogenización del país, un lugar donde se hablara el mismo idioma y se tuviera la misma cultura. Para ello, los gobiernos posteriores a la Revolución crearon, a través de la educación y las artes, la idea de un México unificado representado por el nuevo mexicano: el mestizo. Un individuo que contenía lo mejor de dos mundos, el indígena y el europeo.

A mediados del siglo XX, Luis Villoro reflexionó sobre el “ser” del indígena y explicó al mestizo como un proyecto nacional que necesitaba del indio para existir. Esta idea profundamente internalizada sigue presente en el siglo XXI. Por ejemplo, en abril de 2016, una diputada local del estado de Guanajuato, conversando con mujeres pames y chichimecas sobre oportunidades de empleo, señaló:

No me las imagino en una fábrica, no me las imagino haciendo el aseo de un edificio, no me las imagino detrás de un escritorio, yo me las imagino en el campo, yo las creo en sus casas, haciendo artesanías, yo las pienso y las visualizo haciendo el trabajo de sus comunidades indígenas. Y sé que eso es lo que ustedes quisieran realizar y hacer. A eso dirijamos la visión del trabajo que ustedes están solicitando. Porque si ustedes deciden abandonar sus tierras y tradiciones el pueblo mexicano nos quedamos sin nuestras raíces.14 [El subrayado es mío].

Esta visión muestra la ideología nacional dominante que busca mantener una imagen del indígena como auténtico, cercano a la naturaleza y espacialmente distante. Como señala de manera crítica Federico Navarrete en el Alfabeto racista mexicano, los indígenas son los “custodios obligados de la tradición milenaria de un México profundo que no debe cambiar para que nosotros, los mestizos, sí podamos seguir cambiando” (Navarrete, 2017: 45).

Para construir “lo mexicano” también era necesario contar con un enemigo, con una amenaza que pusiera en riesgo “lo propio”, así como contar con un pasado común a todos los mexicanos. Lo indígena -como una sola entidad- fue retomado para glorificar el pasado. Sin embargo, el indígena contemporáneo siguió siendo estigmatizado por la sociedad mexicana y este estigma ha desempeñado un papel crucial en el sistema de relaciones interétnicas en México vigente hasta la fecha.

En Yucatán también se fue construyendo una fuerte identidad regional apoyada en esas dos vertientes. Por un lado, se construyó en oposición a la identidad nacional homogenizante y, por el otro, se apropió de la cultura maya prehispánica y de algunos elementos presentes en la cultura de los mayas contemporáneos, como la lengua, el vestido y la comida. El estereotipo cultural de lo yucateco, una construcción elaborada por sus élites desde al menos mediados del siglo XIX, ha servido para conformar una identidad regional que marca su distancia con lo mexicano (a quien construyó como enemigo), presentando a su cultura regional como única y diferente. Las representaciones e imágenes que se han hecho de lo maya han marcado una diferencia entre un “nosotros” y un “ellos”, donde “ellos” son una esencia del ser yucateco, así la búsqueda de lo que es maya “puro” se convierte en una búsqueda esencial para la identidad. A diferencia del discurso nacionalista, donde el mexicano es el mestizo, el yucateco no puede reconocerse en la figura del mestizo, pues en Yucatán ser mestizo ha sido sinónimo de ser indígena.

Para los yucatecos, los mayas hoy en día son una cultura que no ha desaparecido pues los sitios arqueológicos perduran o, como diría Mediz Bolio, hay que estar orgullosos “del pasado muerto que se hace sentir en las ruinas de las ciudades”. La fuerte identidad yucateca se ha construido sobre la base de elementos culturales mayas, pero marcando su distancia respecto al pueblo maya contemporáneo, a quien racializa, segrega y discrimina de muy diversas maneras.

La recuperación del componente indígena en las representaciones regionales del país es un fenómeno que puede rastrearse desde el periodo porfiriano. Queda pendiente una investigación que contraste lo semejante y lo distinto que tiene el regionalismo yucateco frente a otras construcciones identitarias estatales o regionales. En cualquier caso, no deja de sorprender que los estereotipos sobre lo indígena15 que alimentan tanto la representación del ser nacional como del ser regional, siguen vigentes y operando en pleno siglo XXI.

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1Aunque no puede olvidarse que desde los primeros años de la vida independiente se crearon y difundieron emblemas, símbolos y ceremonias que apuntaban a crear un sentimiento nacionalista, especialmente necesario después de tres siglos de experiencia colonial; por ejemplo, desde 1824 se empezó a conmemorar el grito de independencia.

2En México existen muchos trabajos que explican, desde la filosofía, la Sociología, la Historia y la Antropología, el “ser” del mexicano. Por ejemplo: Andrés Molina Enríquez Los grandes problemas nacionales [1909]; Manuel Gamio Forjando patria [1916]; Samuel Ramos El perfil del hombre y la cultura en México [1935]; Octavio Paz, El laberinto de la soledad [1950]; Luis Villoro, Los grandes momentos del indigenismo en México [1950]; Roger Bartra, La jaula de la melancolía [1987]; Guillermo Bonfil México profundo [1987]; Enrique Florescano Etnia, Estado y nación [1996]; Ricardo Pérez Montfort, Avatares del nacionalismo cultural. Cinco ensayos [2000].

3 Gabriela Iturralde (2017) ha señalado la exclusión que se dio de la población afrodescendientes en la construcción histórica de una nación mestiza, que sólo reconoce a los indígena y europeos. Otro tanto puede decirse de migraciones que han sido fundamentales para la conformación de una cultura nacional y regional plural como los libaneses, los chinos, los coreanos y gitanos.

4Luis Villoro define al indigenismo como las concepciones acerca de lo indígena que se han expresado a lo largo de nuestra historia. Así, el indigenismo es el conjunto de concepciones teóricas y de procesos concienciales que, a lo largo de las épocas, han descrito, explicado y abordado lo indígena. Por ello, un indigenista es aquel que no es indígena y que puede mirar, describir, reflexionar y conceptualizar al indígena.

5En 1862 se constituyó el estado de Campeche; en 1882 se pierde el Departamento del Petén (Guatemala) y, en 1893, Honduras Británicas (Belice). En 1902 se conforma el territorio de Quintana Roo (Almazán, 2012)

6 Iturriaga (2016) señala que la clase política era también la que controlaba la economía constituyéndose así en una élite uniforme, y que con el paso del tiempo sus descendientes conformarían la élite tradicional del siglo XXI.

7 Arturo Taracena Arriola (2013), en De héroes olvidados. Santiago Imán, los huites y los antecedentes bélicos de la Guerra de Castas profundiza en estos temas.

8Durante la Colonia a aquellos indígenas que tenían un origen de la nobleza prehispánica y que habían prestado algún servicio a la Corona durante la empresa de colonización se les otorgó el título de hidalgos (Bracamonte, 1994: 26).

9Ella Fanny Quintal, contrario a esta posición, explica que el etnónimo mestizo para llamar a la población maya surge y se generaliza con los gobiernos de Salvador Alvarado y Felipe Carrillo Puerto. Según Quintal el haberle otorgado el título de hidalgo a los indígenas mayas no era asimilarlo al de mestizo ya que los derechos que tenían no eran los mismos, los hidalgos por ejemplo no podían votar (Quintal, 2005: 322).

10Almazán señala que en la literatura del siglo XIX se manejan conceptos tales como región, nación y país. Este hecho podría ser quizá un indicador de la difusa línea que divide a los fenómenos nacionalista de los regionalistas (2012: 78).

11Ver el libro de Víctor Suárez Molina [1945] (1996) El español que se habla en Yucatán.

12Tuch es ombligo “se la pasa rascándose el tuch, xix es el resto que sobra de una comida “¿quieres el xix de sopa?, Chop es cerrado “es una chop calle o me hizo chop ojo”, xik es axila le huele el xik”, loch es abrazo “hazme loch, pek es perro, satz quiere decir que perdió la consistencia crujiente las galletas están satz”, perech es justo “llegué perech a la escuela o esta falda me queda perech”, nohoch es grande.

13En 2001 inició el proceso electoral para la elección del Gobernador de Yucatán, y el Congreso del Estado debía elegir a los nuevos consejeros del Instituto Electoral del Estado. El PAN y el PRD se inconformaron por la forma en la que se eligieron los integrantes del Consejo Electoral y la elección fue impugnada ante el Tribunal Federal Electoral (TRIFE). Después de un largo debate, el TRIFE ordenó al Congreso del Estado reponer el proceso de elección de los consejeros, sin embargo, la mayoría de los diputados locales (en su mayoría priista) se opuso. Con ello inició el conflicto conocido como el “Desacato a la federación”. Hay que recordar que en el año 2000 el PRI había perdido la elección electoral del año 2000 y el panista Vicente Fox era el presidente.

15Desde el siglo XIX el indígena ha sido considerado un individuo vinculado al campo, que requiere tutela de otros, que es poco dispuesto al trabajo, desidioso y poco confiable.

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